| ❄ | Capítulo cuarenta y siete
— Retrocede, el capi nuevo es el 46 —
No se me pasó por alto la extraña palidez que mostraba la tez de Nicéfora aquella tarde, horas después de que Oberón y yo nos hubiésemos despedido con la promesa de reencontrarnos pasada la medianoche para continuar con mis recientes progresos. Mi dama de compañía estaba inusualmente callada mientras dejaba vagar su mirada más allá de los ventanales, hacia donde alcanzaba ver el acantilado que bordeaba aquella zona de los terrenos de palacio.
Recordaba la promesa que nos hicimos años atrás la una a la otra, jurando ser sinceras y jamás ocultarnos nada. Desde mi conversación con Berinde, donde mi doncella me pidió que fuera cautelosa con Nif, había empezado a ver a la que era mi mejor amiga desde un prisma diferente. Quizá por ello había decidido guardarme para mí mis encuentros con el Caballero de Verano, cómo mi miedo hacia mi propio poder estaba empezando a desaparecer gracias a los consejos y la ayuda del príncipe.
Apenas quedaban un par de días para la tan esperada unión de Voro con Muirne y todo el palacio bullía de ansia ante ese momento. Los festejos con los que nuestros anfitriones nos habían estado agasajando desde nuestra llegada, casi una semana atrás, habían incrementado; en aquel instante tanto Nif como yo estábamos esperando al resto de mi camarilla de damas de compañía. La reina Vanora había aclimatado uno de los salones interiores de palacio para la presentación formal de Muirne ante todas las cortes como la futura princesa de Verano, un paso previo que quedaría finalmente consumado cuando ella y Voro estuvieran casados.
Centré de nuevo mi atención en Nicéfora, en su silenciosa silueta situada a unos pocos metros. Apenas habíamos tenido tiempo de encontrar un momento para nosotras en aquella vorágine festiva, pero sabía que algo grave debía haberle sucedido para que se hubiera recluido en sí misma de ese modo.
Di un paso hacia ella, preocupada.
—Nif... —a pesar de las dudas que habían germinado en mi interior, no me gustaba ver a mi amiga tan apagada. Ella había estado a mi lado durante mis peores momentos y no iba a fingir que no era consciente de que algo no estaba bien.
Mi dama de compañía tardó unos segundos en reaccionar a mi llamada. La línea inferior de sus ojos azules estaba levemente enrojecida, casi imposible de ver gracias al cuidado que Nicéfora había debido poner para que pasara desapercibido; incluso su tez estaba más pálida que de costumbre, dándole un aspecto cadavérico. ¿Qué había podido cambiar en aquel pequeño lapso de tiempo?
—Nif —repetí con suavidad, dedicándole una pequeña sonrisa.
No movió un músculo cuando terminé de eliminar los pocos pasos que me separaban de ella. Tampoco lo hice al rodear sus hombros con mi brazo, una silenciosa invitación para que buscara apoyo en mi cuerpo; para hacerle saber que estaba a su lado, pasara lo que pasase.
Tras unos segundos de vacilación por su parte, Nicéfora dejó caer parte de su peso contra mi costado, soltando un suspiro cargado de derrota. Ambas observamos el paisaje de más allá de los ventanales, el trasiego de sirvientes que trataban de organizar el próximo festejo que tendría lugar al atardecer.
—He discutido con mi padre —me confesó Nicéfora en un susurro.
Empecé a intuir el motivo que había debido propiciar la pelea entre el conde Ferroth y su única hija. La conversación que mantuvimos en el carruaje durante el viaje hacia la Corte de Verano se repitió en mi mente: el hombre había llegado a la conclusión de que era el momento idóneo para que Nif se comprometiera; había alcanzado los dieciocho apenas un par de meses atrás, lo que había incentivado aún más los planes del lord para buscar un candidato idóneo para su heredera. Contra todo pronóstico, Nif no había estado feliz con la noticia; había sido testigo de sus inocentes corredurías, de cómo disfrutaba de la atención que le prodigaban durante los encuentros a los que habíamos acudido en la Corte de Invierno.
El inminente compromiso que tenía preparado su padre significaría renunciar a todo ello; significaría atarse a una persona, a un completo desconocido. Al igual que Mirvelle, Nif tenía miedo de cómo sería el elegido. Tenía miedo de convertirse en una joven más atada por el inevitable compromiso y posterior unión; se negaba a renunciar a su vida y sus propios planes.
—Nif —suspiré con pesar, sabiendo de antemano que el desencuentro entre ambos había sido desagradable para ella.
Mi dama de compañía pareció encogerse bajo mi brazo, hundiendo los hombros.
—¿Sabes lo que ha estado haciendo prácticamente desde que llegamos a Vesper? —me preguntó con un timbre de resentimiento. Sin esperar mi respuesta, añadió—: Buscando candidatos. Evaluando a los potenciales herederos de las casas más importantes de la Corte Unseelie para venderme a uno de ellos. Al mejor postor.
Me inquietó descubrir que lord Ferroth parecía tener sus miras puestas incluso en la Corte de Otoño porque, si encontraba algún hijo de una familia noble que llamara su atención, existiría la posibilidad de que Nicéfora pudiera marcharse de mi lado para siempre.
Estreché a Nif contra mí, alejando ese pensamiento de mi mente y ahogando a la vocecilla que había despertado de su oscuro rincón, seduciéndome con sus dulces palabras sobre el posible doble juego de mi amiga. Dejé que siguiera compartiendo conmigo lo que estaba corroyéndole por dentro, la rabia que empezaba a salir a la superficie y que había estado conteniendo todo aquel tiempo, encerrándose en sí misma.
—No ha dudado un segundo en insinuarme que debía pasar más tiempo con algunos de esos jóvenes —escupió, girándose para darme la espalda y que no pudiera ver cómo esa armadura que había comenzado a llevar se resquebrajaba—. Tengo miedo de regresar a la Corte de Invierno. Tengo miedo de lo que me espera allí.
Quizá otra fiesta como Mirvelle.
Otro compromiso y una despedida más.
—Sería demasiado apresurado, Nif —intenté consolarla, sonar razonable sobre los planes que guardaba su padre—. Un compromiso no sucede de la noche a la mañana.
Aquello hizo reaccionar a mi dama de compañía: se volteó para lanzarme una incendiaria mirada que parecía iluminar sus ojos azules.
—El de Mirvelle y Darragh fue así —me contradijo.
Mi corazón se sobresaltó ante la mención. Las dudas que el propio Darragh había hecho germinar tras nuestro último encuentro, sumadas a las recientes advertencias de mi doncella, hicieron que me agitara de manera inconsciente. El compromiso entre mi antigua dama de compañía y el nieto de lady Amerea había sido inesperado; yo no había sabido del mismo hasta la noche en que se hizo el anuncio oficial frente a toda la corte.
Siempre había creído que se trató de un calculado movimiento de Airgetlam, pero ahora una nueva incógnita se había unido a la ecuación. El poder que manejaba Nicéfora no podía compararse a la red de hilos que poseía el hijo de lord Airdelam, dudaba que Nif hubiese sido capaz de convencer al padre de Mirvelle para que optara por otro candidato, en especial por Darragh, cuando otro compromiso estaba prácticamente sellado.
La expresión de Nif cambió por completo. La rabia y la frustración que hacía unos segundos habían arrugado su rostro se desvanecieron, dejando en su lugar sus ojos abiertos de par en par. Como si hubiera caído en la cuenta en aquel mismo instante de lo que había escapado de sus labios.
—Tienes razón —coincidí con ella, para su sorpresa—. Fue demasiado apresurado, por no mencionar de lo inesperado que resultó para toda la corte. Para la propia Mirvelle.
La observé con suspicacia, de nuevo tratando de unir las advertencias que me habían hecho Darragh y Berinde sobre ella, sobre lo que había hecho... Si habría sido capaz de guardar silencio tantos años. Quería seguir confiando en ella, quería seguir manteniendo su amistad... pero también necesitaba saber si Nif había sido sincera conmigo. Quería arrancarme las espinas de las dudas que habían ido germinando lentamente todo aquel tiempo.
—Nif —la llamé con suavidad.
Noté un leve espasmo en su pómulo, como si hubiera adivinado hacia dónde iba a redirigir nuestra conversación. Sus ojos azules se apartaron de los míos y se alejó de mí, marcando distancia entre ambas. Un extraño nudo se formó en mi estómago ante esa reacción. ¿Las sospechas de Darragh y Berinde serían ciertas...? ¿Nicéfora había estado tras el imprevisible compromiso?
—¡Dama de Invierno!
Maldije para mí misma al escuchar la vivaracha voz que había pronunciado mi título. No se me pasó por alto la fugaz sombra de alivio en la expresión de Nif, como tampoco el modo en que entrecerró los ojos al descubrir a quién pertenecía; todo mi cuerpo se puso en tensión, pues yo no había guardado duda alguna sobre la identidad de la persona que nos había interrumpido.
—Lady Titania —la saludé con mayor cortesía de la que merecía.
Me fijé en que no se encontraba sola. Wyndel y Eleanna, las jóvenes damas que había conocido el día del estúpido juego, la respaldaban con idénticas expresiones llenas de curiosidad; Titania, por el contrario, me observaba con un brillo de malevolencia en sus ojos castaños.
—Parecéis perdidas, Alteza —comentó entonces, alternando la mirada entre Nif y yo—. Permitidnos que os mostremos el camino correcto.
Me tensé ante el mensaje oculto que parecían esconder sus palabras. Sabía que lady Titania me veía como a una enemiga, no teniendo problema alguno en sabotearme; no comprendía sus motivos para odiarme, si no había tenido constancia de su existencia hasta mi llegada a Vesper y, aun así, me había resultado indiferente.
Pero ya no.
No cuando recordaba el modo en que me había engañado, engatusándome para que tomara una de las monturas del Caballero de Verano y callándose mi paradero hasta que el pánico sobre mi desaparición había hecho saltar las alarmas dentro del palacio.
Compuse mi mejor sonrisa, mostrando ligeramente los dientes.
—Os estaría muy agradecida por la ayuda, lady Titania —acepté, empleando un tono dulce.
Por el rabillo del ojo vi a Nif dedicándome una mirada de sospecha, pero optó por no intervenir. Se limitó a erguirse junto a mí, adoptando mi misma postura.
Wyndel y Eleanna compartieron una mirada llena de intriga cuando lady Titania dio un paso en mi dirección, ofreciéndome su brazo. Incluso Nicéfora no pudo evitar mostrar su propia sorpresa.
—Si seguimos así, al final tendré que reconocer la deuda que tenemos —bromeé y entrelacé mi brazo con el suyo.
Percibí la tensión en su cuerpo, el modo en que se irguió y cuadró los hombros. Sin lugar a dudas presentábamos un notable contraste, una imagen de lo más dispar; la estudié por el rabillo del ojo. Negar su belleza sería absurdo; su cabello cobrizo resplandecía con las últimas luces del atardecer, enmarcando su rostro en forma de corazón, sus labios estaban ligeramente fruncidos, quizá por mi presencia. Sus ojos castaños no se apartaban del corredor, pero sabía que podía espiarme del mismo modo que estaba haciendo yo.
—Decidme, lady Titania —susurré para que la conversación quedara entre las dos. Wyndel, Eleanna y Nicéfora nos seguían a un educado paso de distancia—, ¿habéis engañado últimamente a otra joven para dejarla en evidencia frente a la corte?
Una oleada de satisfacción me recorrió de pies a cabeza al ver como la línea de su mandíbula se tensaba.
No apartó la vista del frente y continuamos caminando, fingiendo estar compartiendo rumores.
—En ningún momento os engañé, Dama de Invierno —me respondió en el mismo tono bajo—. No me preguntasteis si era o no mi montura y yo simplemente os ofrecí una opción acorde a vuestro nivel de amazona.
Llegó mi turno de apretar los dientes. Lady Titania había resultado ser una taimada víbora; echando la vista hacia atrás, hacia ese momento que habíamos compartido en las caballerizas, supe que tenía razón. No hice las preguntas adecuadas y di por supuestas algunas cosas que luego resultaron ser erróneas.
—Supongo que vuestro papel os ayudó a granjearos un mínimo de atención del príncipe —le devolví el golpe, impregnando cada una de mis palabras de veneno—. ¿No es eso lo que buscáis?
Un visible sonrojo empezó a ascender por el cuello de la joven, tiñendo su tez pálida. Me satisfizo haber descubierto sus intenciones tan rápido, las mismas que compartía con gran parte de las jóvenes damas que pertenecían a la corte: convertirse en la próxima reina de la Corte de Verano.
—No sabéis nada —me espetó.
Sonreí, sabiendo que había tocado un tema que le incomodaba.
—¿En serio? —presioné, quería que perdiera los estribos. Quería que mostrara su verdadera cara, oculta bajo esa cuidada máscara con la que había pretendido engañar a la familia real, a Oberón—. Creo que sé bastante, lady Titania, pues he conocido a otras jóvenes que comparten vuestra misma ambición. Lo único que os diferencia de ellas es que contáis con el favor de la reina de Primavera, quien os ha permitido que estéis hoy aquí.
Sentí sus uñas hundiéndose de manera inconsciente en la carne de mi brazo, el sonrojo aún más profundo después de que hubiera dado en la diana. Lady Titania había tenido la fortuna de contar con el beneplácito de la consorte del rey de Primavera, quien había movido los hilos pertinentes para que la madre de Oberón quisiera aceptarla en su corte, en su familia. Ambas lo sabíamos.
Como sabíamos para qué aprovecharía esa ventaja.
—Os deseo la mejor de las suertes —le dije en voz baja—. La vais a necesitar.
Observé cómo el líquido de mi copa giraba en círculos, aburrida. La celebración de aquella noche parecía encontrarse en su máximo apogeo, con los invitados dando buena cuenta de la bebida y compartiendo los últimos cotilleos que corrían de grupo en grupo; había despachado a mis damas de compañía, animándolas a que se entremezclaran con la multitud y disfrutaran del desenfreno de la Corte Seelie.
Durante las eternas horas que habían transcurrido desde que Nif y el resto se habían marchado, les había seguido la pista a lo largo de la sala. Descubrí a Geleisth en la pista de baile, junto a un joven noble que parecía pertenecer a la Corte de Primavera; Nicéfora charlaba en un grupo mixto tanto de la Corte Seelie como la Corte Unseelie y Nyandra parecía obnubilada con su galán acompañante.
Había tratado de seguirles el ritmo, de unirme a ellas, pero una familiar fatiga se había aposentado en mis huesos, obligándome a inventar una excusa y a dejar que siguieran sin mí. Desde que había empezado a emplear mi magia, el cansancio había sido habitual; cada vez que hacía uso de mi poder, notaba cómo mis fuerzas menguaban, cómo mi ser parecía resentirse...
Mi espalda se tensó cuando distinguí la inconfundible figura de lady Titania moviéndose con una actitud que me resultó sospechosa. Tras la reveladora conversación que habíamos mantenido mientras nos conducía hasta allí nuestros caminos se habían separado, sin que nos hubiéramos tropezado la una con la otra en toda la noche... hasta ahora.
Movida por la curiosidad, salí del rincón donde había buscado refugio. Me deshice de la copa que llevaba en la mano, siguiendo su estela con discreción; me deslicé por la periferia de la habitación, con el corazón latiéndome a mil por hora. La expresión de lady Titania era circunspecta, casi esquiva.
Aceleré el paso cuando vi que desaparecía por la puerta principal. Rezando para no perder su rastro, esquivé invitados con premura, mascullando disculpas, sintiendo mi desbocado pulso en las sienes; se me escapó un jadeo ahogado cuando logré alcanzar mi objetivo, llegando al vestíbulo.
No había ni rastro de lady Titania.
Miré en todas las direcciones, con la boca seca y un aporreo constante en las costillas a causa del esfuerzo.
—Deja de comportarte como una niñita y escúchame...
La voz, a todas luces masculina y algo enfadada, parecía proceder de una de las salitas que había cerca. Procuré que mis zapatillas hicieran el mínimo ruido posible mientras me deslizaba como una sombra, buscando a su dueño; estuve a punto de trastabillar cuando di con él en una sala casi vacía e iluminada por la luz de la luna.
El joven que había tropezado conmigo la mañana que lady Titania me tergiversó con su aparente buena intención.
«Puck.»
Entrecerré los ojos con sospecha al descubrir a la propia lady Titania situada frente al pelirrojo, con los puños apretados y una expresión furibunda. ¿Acaso se conocían? Pegué mi costado contra la pared, creyendo haber dado con el escondite idóneo para descubrir qué podía unir a esos dos.
—¡No! —chilló lady Titania, perdiendo por completo los estribos—. ¡Escúchame tú a mí! Me lo prometiste. Me aseguraste que yo sería la elegida, ¡pero no veo ningún resultado! ¡No veo nada! El Caballero de Verano solo parece tener ojos para sus amigos y...
Puck dio un paso hacia ella, haciendo que enmudeciera con ese simple gesto. Me sorprendió descubrir que no era la única que parecía percibir el aura de peligro que rodeaba al joven pelirrojo; lady Titania pareció encogerse sobre sí misma, perdiendo toda la bravuconería que había mostrado en su arrebato, cuando Puck apoyó una de sus manos en su hombro.
—Estoy de tu lado, Titania —le aseguró con voz suave, casi hipnótica. Algo pareció agitarse alrededor de ella... algo oscuro y tenebroso—. Cuando llegué a ti te hice una promesa... La recuerdas, ¿verdad?
Ella asintió, bajando la mirada a sus pies. Puck sonrió de un modo que hizo que me estremeciera, aunque lady Titania no la vio.
—Voy a cumplirla, Titania. Pero nos llevará tiempo... y necesito que seas paciente, que me escuches y obedezcas —hizo una pequeña pausa, humedeciéndose el labio inferior—. ¿Lo harás?
Vi a lady Titania alzando con timidez la cabeza, clavando sus ojos castaños en los verdes de Puck.
—Lo haré —susurró con fervor.
Vi cómo la sonrisa de él se suavizaba, cómo sus dedos acariciaban el cuello de lady Titania en un gesto demasiado tierno.
—Lo hiciste bien, Titania —susurró, dando otro paso hacia ella, acortando la distancia entre sus cuerpos—. Puede que lo sucedido en el bosque no saliera como lo planeamos, pero fue un primer paso.
Las náuseas atenazaron mi estómago cuando comprendí que estaban hablando de aquella mañana. Un segundo después, una ardiente rabia empezó a ascender por mi cuerpo al descubrir que Puck también había sido responsable, que él también había estado involucrado. ¿Habría estado escondido en el bosque?
¿Habría sido su presencia lo que había provocado que Merussine se asustara de ese modo, desbocándose y tirándome al suelo?
—Todo lo que hago es por tu futuro —escuché que susurraba Puck.
Incapaz de seguir escuchando por más tiempo, me alejé de mi escondite y los dejé a ambos seguir conspirando a espaldas de todo el mundo. Abrí y cerré los puños a mis costados, notando cómo la ira me embargaba... Cómo mi poder estaba cerca del límite de mi control. Me esforcé por recordar las palabras de Oberón, los consejos que había compartido conmigo para mostrarme cómo dominar mis emociones, cómo impedir que éstas pudieran ser el detonante de otro estallido de mi magia.
Me moví a ciegas en el vestíbulo en sombras, sin rumbo fijo, hasta que mi cuerpo impactó con otro. Alcé la cabeza de golpe, con una disculpa preparada en mis labios...
Que no fui capaz de pronunciar cuando descubrí que era Oberón y que tenía sus ojos castaños fijos en mis manos levemente iluminadas por el familiar brillo blanco azulado de la magia de Invierno.
—¿Mab...?
Le dirigí una mirada implorante, incapaz de pronunciar palabra. Lo sucedido en aquel breve lapso de tiempo estaba a punto de echar a perder todo lo que había conseguido en aquellos días. Como si hubiera leído mis pensamientos, el miedo que se agazapaba en mis ojos, sus manos rodearon mis muñecas con una suavidad inusitada.
—Tú eres quien pone los límites.
Repitió el mantra que había empleado la primera vez que me vio perder el control, manteniéndome la mirada. Un agradable calor inundó sus dedos, colándose en mi piel... Más profundo.
—Tú eres quien tiene el control.
Me aferré a sus palabras otra vez. Me aferré a la sensación que me producía la presión de sus dedos contra mis muñecas, la ligera agitación en el estómago, el modo en que mi corazón se contraía cuando estábamos tan cerca...
—Eso es —susurró Oberón, apartando la vista unos segundos para comprobar cómo el brillo que recubría mis puños cerrados iba difuminándose poco a poco—. Eso es, Mab.
La ira fue desvaneciéndose paulatinamente, igual que mi magia. Acompañé las tranquilizadoras palabras del Caballero de Verano con inspiraciones, siempre con mis ojos clavados en su rostro. En él.
Cuando mis manos dejaron de brillar, dejé escapar el poco aire que había retenido en mis pulmones con una oleada de alivio. Al tratar de liberar mis muñecas, de retirarme, los dedos de Oberón se estrecharon contra ellas, impidiéndomelo.
—Te he estado buscando.
Mi agitado corazón sufrió un sobresalto ante aquella inesperada declaración. ¿Me habría seguido fuera del salón? ¿Habría visto cómo espiaba a lady Titania y a Puck, marchándome poco después en aquel alterado estado?
Me quedé bloqueada, inmóvil como si mi propio hielo hubiera trepado por mi cuerpo, congelándome en el sitio.
—Subí a tu dormitorio, creyendo que te habías retirado, para ver si estabas dispuesta a utilizar a nuestro favor que todo el mundo parecía lo bastante entretenido para reunirnos y aprovechar el poco tiempo que nos queda antes de que regreses a la Corte de Invierno.
El estómago me dio un vuelco al ser consciente de los pocos días que quedaban hasta la unión de Voro y Muirne, que pondría punto final a mi visita en la Corte de Verano. Recordé lo ansiosa que había estado al inicio del viaje, deseosa de que llegara ese momento y pudiera despedirme de aquel lugar hasta la próxima y lejana ocasión.
Los labios me temblaron al formar una sonrisa, reprendiéndome a mí misma por mi extraño comportamiento. Por la reacción que había tenido al saber que muy pronto dejaría atrás Vesper y regresaría a mis responsabilidades en Oryth.
Bajé la mirada antes de que Oberón pudiera notar el cambio en mi mirada y retrotraje mis brazos, logrando que en esa ocasión el príncipe me soltara.
—O podemos ir a otro lugar —ofreció Oberón con amabilidad.
Fruncí el ceño ante su extraña oferta y más aún cuando vi que extendía su mano hacia mí. Ladeé la cabeza con recelo, alternando la mirada entre su expresión y su silenciosa invitación. Dudé unos segundos antes de aceptar, apoyando mi palma contra la suya.
Un extraño revoloteo despertó en mi pecho cuando Oberón tiró de mí con suavidad, conduciéndome hacia una discreta salida que nos condujo hacia el exterior.
Una brisa de aire cálido nos recibió al otro lado. Contemplé la familiar extensión de hierba, los altos árboles que daban forma al conocido laberinto y el abrupto acantilado que conducía a la playa. Durante unos segundos creí que el lugar que había mencionado Oberón era la fuente donde había terminado aquella mañana, días atrás.
Estaba equivocada.
Mi pulso se alteró aún más al ver que nos dirigía hacia una zona prohibida. Aquellas entradas acristaladas estaban constantemente vigiladas para impedir que nadie no autorizado pudiera poner un pie allí; de manera inconsciente me vi frenando, temiendo que los guardias que custodiaban las puertas pudieran descubrirme de la mano del príncipe heredero. Al intuir mi reparo a continuar, Oberón me miró por encima del hombro.
—Confía en mí.
Y lo había intentado, con creces. Tras sellar nuestra tregua y ver cómo reclamaba su deuda en aquel desconsiderado acto de ayudarme a controlar mi magia, las barreras que había alzado como precaución a una posible jugarreta por su parte se habían ido fragmentando; nuestros encuentros en la soledad de aquel edificio de entrenamiento habían hecho que ambos acercáramos posiciones, que los recelos iniciales que habíamos sentido el uno con el otro fueran limándose poco a poco.
El miedo a que todo fuera una trampa perfectamente ideada por Oberón para vengarse por los malentendidos del pasado se había difuminado, provocando que sintiera cierta comodidad en su presencia... y aumentara las extrañas reacciones que habían despertado después de nuestro accidentado reencuentro.
Estreché su mano como respuesta, haciéndole saber que estaba empezando a hacerlo.
Con una fugaz sonrisa, Oberón hizo que nos internáramos entre la maleza. Me apresuré a recoger las faldas de mi vestido, intentando que la tela no se desgarrara para no levantar posibles sospechas en mis doncellas sobre el porqué; el Caballero de Verano hizo que bordeáramos la entrada principal y yo entrecerré los ojos al descubrir un pequeño edificio acristalado que parecía de construcción reciente.
Mis labios se entreabrieron al acercarnos, comprobando que se trataba de un invernadero.
La puerta apenas emitió un crujido cuando Oberón la empujó con el hombro, arrastrándome con él al interior. Una bocanada de calor húmedo nos golpeó al entrar, haciendo que el vestido me resultara incómodo sobre mi cuerpo.
—Mi hermano pidió que lo construyeran —me explicó el Caballero de Verano, conduciéndome por inquietantes pasillos llenos de plantas de distintos tamaños y formas— para Muirne. Es su regalo de matrimonio.
Algo se removió en mi interior al descubrir su historia. Tanto Voro como la propia Muirne me recordaban a mis padres, a cómo se comportaban el uno con el otro, demostrando que su unión no había sido únicamente un acto que había beneficiado a ambas familias.
—Es un gesto muy considerado —atiné a decir, con mi mirada incapaz de detenerse en un punto concreto.
Mi sorpresa no hizo más que aumentar cuando el pasillo terminó en el centro del invernadero, donde una discreta fuente situada en el centro reflejaba los rayos de la luna que se colaban a través de las cristaleras del techo. Oberón sonrió para sí mismo al acercarnos a ella y soltó mi mano con suavidad.
—Mi hermano haría cualquier cosa por ella.
Me senté sobre el borde de la fuente y apoyé mi palma sobre el agua, sintiendo la magia agitándose en mi interior. Aquel cosquilleo apenas fue una caricia en comparación a su dolorosa mordida en el vestíbulo, después de haber escuchado la conversación que habían mantenido Puck y Titania.
Alcé la mirada hacia Oberón, quien estaba sumido en un pensativo silencio tras su última apreciación.
—¿Por qué me has traído aquí? —le pregunté, casi sintiendo el corazón en la garganta.
El príncipe rehuyó mi mirada.
—Pensé que este lugar ayudaría a que pudieras... relajarte.
Una pequeña burbuja de agua flotó en el aire, luego hice que otras tres siguieran a la primera. Había algo en el invernadero, en la postura de Oberón, que estaba inquietándome; la comodidad que había podido encontrar en su presencia durante las horas que pasábamos en el edificio de entrenamiento brillaba por su ausencia.
No me gustaba la situación.
—En mi dormitorio podría haberlo hecho perfectamente —apunté, evaluando al príncipe.
Al ver que no decía nada, invoqué el hielo que corría por mis venas, congelando en el acto las esferas que todavía flotaban sobre la superficie del agua. Las tres perlas de hielo cayeron con un visible chapoteó, hundiéndose hasta el fondo debido a su densidad.
Sus ojos observaron el descenso con una pizca de orgullo ante mis visibles progresos, lo mucho que había avanzado en aquel corto período de tiempo que había pasado bajo sus enseñanzas.
—Pero no me habrías invitado a pasar —repuso y me puse tensa ante las implicaciones que escondía esa simple frase—. No habrías compartido conmigo qué es lo que ha sucedido.
Me relajé visiblemente al escuchar que lo único que habría motivado al príncipe era una pasajera preocupación por lo sucedido.
Enarqué una ceja de manera burlona, intentando enmascarar la mezcla de agitación y decepción que su aclaración había despertado en la boca de mi estómago.
—¿Y trayéndome aquí crees que vas a hacer que hable contigo?
Una media sonrisa tironeó de su comisura derecha.
—Pensé que este lugar ayudaría a que lo hicieras, sí.
Reí por la nariz y me impulsé con las palmas de las manos para incorporarme.
—Pensaste mal —le hice saber, notando una extraña incomodidad en el ambiente.
Mi mirada barrió el interior del invernadero, buscando aquello que había logrado despertar esa sensación dentro de mi pecho, un temor que hacía días que no había sentido estando en presencia de Oberón, y que había apagado cuando el príncipe me había pedido que confiara en él. Hacía apenas unos instantes atrás, mientras dejaba que me condujera hasta allí, le había hecho saber con aquel trémulo gesto que estaba empezando a hacerlo.
Pero ahora...
Las dudas sobre los motivos que habían empujado a Oberón a llevarme hasta el invernadero que Voro le había regalado a Muirne, un claro símbolo de los sentimientos que se profesaban el uno al otro, resurgieron del profundo rincón donde las había desterrado. ¿Y si nuestro encuentro dentro de palacio, cuando huía de Titania y Puck, no había sido casual? ¿Y si todo el tiempo que habíamos pasado juntos, la generosa oferta que me había hecho, no habían sido más que un calculado movimiento por su parte?
¿Y si esto era un juego, quizá planificado junto con Kalimac, para su retorcido divertimento?
Dejé que mis ojos buscaran el pasillo que habíamos seguido entre tanta vegetación, sintiendo el desbocado golpeteo de mi corazón contra el pecho. Mi respuesta aún flotaba en el aire, la expresión de Oberón dejó traslucir que parecía herido por ella. Estudié su rostro, alzando a toda prisa las guardias que había bajado en su presencia.
Entonces di media vuelta, dispuesta a escabullirme lejos del invernadero y regresar a mis aposentos, donde poder rumiar todo lo que había sucedido a lo largo de aquella noche.
—Mab.
Rodeé la fuente, ignorando por completo su llamada, la ahogada súplica que traslucía bajo ella. Las sienes me palpitaban con una mezcla de rabia y temor mientras me internaba de nuevo entre las exóticas plantas que Voro parecía haber conseguido de casi todas las cortes. La mano de Oberón no tardó en tomar la mía, reteniéndome y obligándome a que lo mirara por encima del hombro.
—Espera, por favor —hizo una pequeña pausa mientras nos sosteníamos la mirada—. No es lo que tú crees, lo que estás imaginando. Por favor.
—¿Dónde está la trampa? —se me escapó abruptamente.
Una nueva sombra de dolor atravesó su rostro ante la dureza de mi pregunta, ante lo que implicaba. Aún recordaba su tentativa oferta, las palabras exactas que había empleado para sellar nuestra tregua.
—No hay ninguna trampa —y me parecía tan dolorosamente sincero que noté cómo mi pecho se retorcía de nuevo con algo parecido al arrepentimiento debido a mi comportamiento, a mis dudas—. Aunque no he sido del todo sincero contigo.
Inspiré el aire de golpe, aturdida.
—No he ido a buscarte a tu dormitorio para que fuéramos a entrenar —me confesó y su cuello empezó a colorearse por la vergüenza de verse al descubierto, de exponerse ante mí—, sino para traerte aquí.
—¿Para qué? —la cabeza había empezado a darme vueltas, las dudas no dejaban de martillearme, haciéndome sentir cada vez más confundida.
—Esto no está saliendo tal y como yo querría —masculló el príncipe para sí mismo antes de que su siguiente confesión me golpeara con mayor contundencia—: Quería disculparme contigo.
Sus dedos aún seguían rodeando los míos, demasiado cálidos al contacto. Pese a todo lo que estaba sintiendo en aquellos momentos, yo también había aprendido cosas del Caballero de Verano... y sabía que esa reacción de su cuerpo —de su magia— delataba que se encontraba nervioso.
El silencio se hizo entre nosotros mientras trataba de asimilar lo último que había dicho, buscarle un sentido. ¿Por qué necesitaba disculparse conmigo? Y si aquello no era una trampa, tal y como me había asegurado, ¿por qué llevarme hasta allí?
Ante mi entumecido silencio, Oberón tiró de mí para conducirme de regreso hasta la fuente. Mis pies se movieron por voluntad propia, dejándome arrastrar hasta mi antiguo asiento; no obstante, en esta ocasión el Caballero de Verano se sentó a mi lado, todavía reteniendo mis dedos. Como si temiera que, al soltarme, pudiera desvanecerme... o salir huyendo de allí.
—Te debo más de una disculpa, en realidad —reconoció y sus ojos castaños se ensombrecieron—. Estaba equivocado contigo, con lo que pasó... en la Corte de Otoño. Sé que, a pesar de todo, tú jamás hubieras sido capaz de pedirle a ese noble que... que hiciera lo que hizo.
Me obligué a mantenerme firme, a no encogerme sobre mí misma al recordar la imagen de un Oberón mucho más joven sosteniéndose a base de fuerza de voluntad sobre su montura después de haber sido el objetivo de las malas artes de Airgetlam. El Caballero de Verano pareció leer mis pensamientos en mi rostro, ya que se inclinó hacia mí con una expresión circunspecta.
—No debí comportarme de ese modo cuando viniste a verme, cuando me aseguraste que no estabas involucrada en el asunto —continuó, provocando que sintiera una molesta presión en el pecho—. Aquel día estaba tan lleno de rabia que no medí mi reacción, como tampoco mis palabras; viniste buscando paz, disculpándote por lo que sucedió durante aquel Lammas... pero yo no quise oírte. No quise creerte.
»Durante todos estos años permití que esa sesgada visión que tenía de ti alimentara mi resentimiento, cegándome ante la realidad —pensé en la poca distancia que había entre nosotros, en lo cerca que estábamos el uno del otro—. He sido injusto contigo, Mab.
—Creo que los dos lo hemos sido —reconocí en voz baja, antes de aclararme la garganta—: yo también estaba equivocada respecto a ti.
No habíamos dejado de acecharnos como lobos a la espera de un ataque rival durante todo aquel tiempo, hasta que Nicéfora había decidido abrirme los ojos, apelando a nuestra madurez, al hecho de que no podíamos continuar en aquella situación para siempre. Era cierto que aquellas noches y mañanas reuniéndonos a escondidas no me habían hecho conocerle por completo, sí que me habían permitido ver más sobre el Caballero de Verano.
Oberón bajó la mirada hacia nuestras manos unidas, dejando escapar una risa que no sonó nada alegre.
—Fui un estúpido —dijo casi como una reflexión— y un cobarde por no haberlo hecho antes.
El corazón arrancó a latirme más deprisa, de nuevo espoleado por sus últimas palabras. La desconfianza que antes había sentido, las ganas de marcharme lo más lejos posible, creyendo que todo aquello se trataba del truco final del príncipe, se había fundido en mi interior tras escucharle; tras comprender que todo había sido una mala jugada por parte de mi mente, que parecía haberlo malinterpretado todo.
Un cosquilleo apareció en mis labios ante la expectativa. Incluso me vi conteniendo la respiración cuando los ojos castaños de Oberón ascendieron de nuevo hasta clavarse en mi rostro.
Todo lo que había estado negándome, las sensaciones que despertaba el príncipe cuando estaba en su presencia, después de que ambos decidiéramos acortar la distancia y tratar de confiar en el otro... ¿Estaba preparada para aceptarlo? ¿Estaba lista para dejar de dar vueltas a lo que tanto había rondado en mi mente, provocándome constantes batallas conmigo misma?
¿Estaba dispuesta a dar un paso hacia el vacío, dejándome caer en él?
—Lo lamento —sus siguientes palabras hicieron que lo mirara con un brillo de confusión que él no pareció advertir, concentrado en terminar su disculpa—. Lamento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de mi error.
Tardé apenas unos segundos en digerir su mensaje y casi me eché a reír por lo absurdo de mis pensamientos, ignorando mi orgullo y la leve esperanza heridos. Aduje aquel incomprensible y enrevesado nudo de pensamientos sobre las intenciones de Oberón a la cadena de sucesos de la noche; tomé una bocanada de aire, conminándome a dejar mi mente en blanco, a dejar que pudiera seguir imaginando imposibles. Había aceptado la atracción que parecía sentir hacia el príncipe y me había tragado la decepción al creer que hacía unos instantes quizá pudiera haberme besado. Que quizá también pudiera sentir ese extraño revoloteo en la boca del estómago, el arrítmico y acelerado golpeteo del corazón cuando estábamos cerca.
Había llegado el momento de dar por concluida la velada y regresar a mis aposentos, donde la distancia me permitiría poner algo de orden en la vorágine que había ido creciendo dentro de mi cabeza. Por eso mismo obligué a mis labios a formar una pequeña y tentativa sonrisa, tirando de mi mano para que el príncipe la liberara.
—Te agradezco la sinceridad —opté por aferrarme a esa media verdad— y siento haber dudado de ti hace unos instantes.
Al ver que no decía nada, que su agarre parecía haberse aflojado alrededor de mis dedos lo suficiente para poder soltarme por mí misma, me puse en pie por segunda vez. Oberón alzó la mirada hacia mí, haciendo que un haz de luz de luna se reflejara en ellos.
—Nuestro acuerdo sigue en pie —le aseguré, una endeble disculpa con la que quería hacerle saber que iba a respetar la promesa que sellamos en su despacho. La débil confianza que había empezado a sentir hacia él.
Despacio, paso a paso, conseguí dar media vuelta para abandonar el invernadero y poder volver a mi dormitorio.
En aquella ocasión, el Caballero de Verano no me siguió.
* * *
¿He dicho último capítulo? MENTÍ COMO UNA BELLACA: a modo de compensación por haber estado desaparecida tanto tiempo, triple actualización because es el día del amor y la amistad y yo os quiero muchísimo
(Pasad al siguiente capi y disfrutad de lo que llevábamos esperando TANTO TIEMPO)
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