| ❄ | Capítulo cuarenta y ocho

— El capi nuevo empieza en el 46 —

La mano de mi madre sobre mi hombro me arrancó de mis lúgubres pensamientos. Tras la extraña noche del invernadero, había buscado refugio en mis aposentos con el propósito de esquivar ciertos encuentros; le había pedido a Nyalim con voz ronca que inventara cualquier excusa si Oberón volvía a presentarse frente a mi puerta. La doncella se había limitado a asentir ante mis órdenes, sin decir una sola palabra al respecto.

Y lo había cumplido con creces.

Después de dejar al Caballero de Verano en el invernadero, había corrido de regreso al interior del palacio. La conversación que había espiado entre Titania y Puck había quedado relegada a un segundo plano, totalmente opacada por lo sucedido con el príncipe; con la vorágine de sentimientos y pensamientos contradictorios que revoloteaban dentro de mi cabeza. Abrumada, había cruzado el umbral de mi dormitorio, sintiendo una molesta presión en el pecho.

Mi traicionera mente no había hecho más que atosigarme con pequeños fragmentos durante el resto de la noche, aumentando mi propia mortificación. Había sido consciente del paulatino cambio en mi interior, de cómo aquellos últimos días habían derribado lentamente las murallas que había construido a mi alrededor para protegerme de Oberón.

Lo había aceptado.

Había dejado de negarme a mí misma lo evidente, lo que había estado esquivando siempre que el Caballero de Verano andaba cerca. Y una pequeña parte, la que creía haber desaparecido para siempre tras mi despedida con Darragh, había resurgido con timidez, me había hecho albergar esperanza. Una absurda y banal esperanza de que Oberón me viera de otra forma.

No había sido así.

El príncipe me había conducido hasta ese invernadero con el propósito de disculparse por los errores del pasado, reconociéndolos y haciéndome saber con ello que estaba dispuesto a respetar nuestra tregua. Que estaba comprometido a dejar todos los fallos que cometimos el uno con el otro por el bien de nuestras cortes, por el futuro que nos esperaría una vez ocupáramos nuestros legítimos lugares.

Y yo había estado esquivándolo prácticamente desde entonces, magnificando el cansancio que la magia de Verano estaba generando en mi propio cuerpo para justificar que hubiera decidido encerrarme a cal y canto en mis aposentos. Había eludido nuestro encuentro a la mañana siguiente y, cuando escuché el sonido de unos nudillos llamando a la puerta, le rogué con la mirada a Nyalim que se hiciera cargo. La joven doncella se había apresurado a responder a la llamada de Oberón, cuya voz flotó hasta mi dormitorio; ella le dijo que no me encontraba bien... Empleando la misma excusa esa misma noche.

El Caballero de Verano pareció comprender la situación, pues al día siguiente no vino a buscarme y yo no abandoné mis habitaciones bajo ningún concepto.

Hasta aquella mañana.

—Mab, te he hecho una pregunta.

La voz de mi madre restalló como un látigo en mis oídos. Pestañeé al darme cuenta de que, a pesar del contacto de su mano sobre mi hombro, mi mente había decidido jugar conmigo de nuevo, haciendo que me perdiera entre mis propios pensamientos; bajé la mirada hacia mis manos entrelazadas, temiendo que mi despiste pudiera levantar las sospechas de la reina de Invierno.

—Estoy cansada —repuse, valiéndome de la terrible excusa a la que me había aferrado para eludir a todo el mundo. Incluidas mis damas de compañía, Nicéfora en especial.

La mano de mi madre me estrechó el hombro de nuevo con una calidez inusitada.

—Mañana estaremos de regreso en la Corte de Invierno y todo volverá a la normalidad, Mab.

Algo dentro de mí se retorció al escuchar las palabras de mi madre. La tan esperada unión de Voro y Muirne por fin había llegado, celebrándose aquel mismo día, al atardecer; había podido oír los murmullos excitados de mis doncellas mientras me mantuve allí encerrada, la sincera emoción que mostraban ante la ceremonia y el hecho de que la joven lady Muirne se convirtiera en un miembro más de la familia real.

La nueva Dama de Verano, un título que ostentaría hasta que Oberón se desposara y su flamante esposa quisiera utilizarlo.

Me sacudí la mano de mi madre y dirigí mis pasos hacia la cama, donde Nyalim y mis otras dos doncellas temporales se afanaban por mantener mi vestido sin una sola arruga. Contemplé la última pieza de mi guardarropa, que había sido celosamente reservado para que lo luciera durante la ceremonia. Me fijé en cómo el rosa de la falda iba degradándose hasta un tono casi blanquecino de la parte superior; la línea del escote apenas dejaba una fina tira de la piel de mis hombros al descubierto, al igual que las ceñidas mangas, que terminaban a la altura de mis muñecas.

Como un guiño a la Corte Seelie, el maestro sastre había dispersado a lo largo del vestido vides y flores que reconocí vagamente. El conjunto en sí parecía sencillo, nada revelador y elegante.

—Es hermoso —reconocí a mi madre, quien espiaba por encima de mi hombro la prenda.

—Digno de una futura reina —se limitó a decir.

Mi rostro se contrajo en una mueca ante la intención que guardaba mi madre al elegir esas palabras. La presión para que fuera comprometida parecía estar aumentando por parte de los consejeros a mi padre; pese a mi cooperación en la búsqueda de un candidato idóneo para ocupar el puesto, estaba al corriente de cómo ciertos miembros de su consejo parecían impacientes para que llegara mi propio anuncio.

Cada vez más cerca de los dieciocho y la idea de que aún no hubiera sido comprometida parecía alarmar a cierto sector de los consejeros.

Aparté la mirada del vestido para clavarla en el rostro de mi madre. Ella también sentía la presión sobre sus hombros, en especial cuando sabía tan bien como yo la multitud de miradas que estaban fijas sobre nosotros como lobos hambrientos.

—Digno de la futura reina de la Corte de Invierno —apostillé.

Pero no era cierto: aquel vestido extendido sobre el colchón pertenecía a una reina Seelie, no Unseelie.

—¡Oh!

Casi todas coreamos la exclamación ahogada de Geleisth cuando atravesamos el umbral de la sala donde se llevaría a cabo la ceremonia. El suelo había sido cubierto de pétalos y, al fondo, se alzaba un enorme estandarte con el emblema de la Corte de Verano: un majestuoso dragón con las alas extendidas parecía destacar sobre el altar que habían colocado a sus pies.

El sol estaba empezando a caer al otro lado de los cristales, bañando toda la habitación de una cálida luz anaranjada que hacía resplandecer las lágrimas de cristal que colgaban del techo, fragmentándose en una miríada de colores. La reina había optado por aquel enorme salón, reservándose para el momento en que su primogénito encontrara a su futura sustituta la sala del trono, donde se llevaría a cabo la solemne presentación de la próxima reina de Verano ante la corte. Me fijé en algunos de los invitados pululaban a lo largo de la sala, agitando los pétalos esparcidos por el suelo; la familia real aún se encontraba ausente, generando una oleada de expectación ante su inminente entrada.

Seguí a mis damas de compañía hasta un discreto rincón desde donde podríamos apreciar la unión de Voro y Muirne sin llamar mucho la atención. En especial de cierto príncipe que aún se encontraba ausente.

—No pareces muy emocionada por la ceremonia —observó Nicéfora en un susurro cerca de mi oído.

Apenas habíamos intercambiado un par de notas desde la noche del invernadero. Ella había creído que necesitaba absoluto reposo después de que le dijera que la magia de Verano estaba afectándome de ese modo, minando mis propias fuerzas; no había sido hasta aquella misma tarde, cuando toda mi camarilla de damas de compañía se había presentado en la puerta de mis aposentos, cuando nos habíamos reencontrado la una con la otra.

Ladeé la cabeza en su dirección. Nif no parecía sospechar nada sobre mis excusas y yo tampoco me había atrevido a compartir con ella nada de lo sucedido con Oberón noches atrás, por mucho que hubiese deseado hacerlo.

—¿Por qué debería estarlo? —le pregunté en el mismo tono, siendo el mío un poco más plano.

Nif esbozó una media sonrisa y encogió un hombro.

—Porque mañana todo habrá acabado y estaremos de regreso en casa —respondió, como si fuera evidente.

Mi madre también me había dado la misma respuesta. Mientras nosotras nos encontrábamos allí, esperando a que Voro y Muirne repitieran sus votos frente a un acólito que bendijera su unión, mis doncellas se afanaban por meter todas las pertenencias que había traído conmigo en sus respectivos baúles. Mis padres, como la gran mayoría de invitados que se habían visto en la obligación de viajar hasta Vesper, estaban ansiosos por regresar a sus responsabilidades.

Pero la simple idea de volver...

Ahogué aquel pensamiento antes de que finalizara, reprendiéndome de nuevo por la sensación de angustia que me había embargado. Debía alegrarme de abandonar la Corte de Verano, debía estar feliz de poner punto y final a aquel prolongado viaje al que me había visto arrastrada. ¿Acaso no era eso lo que más había deseado nada más cruzar el portal que nos había conducido hasta allí?

Inspiré hondo, alejando esa intrusiva voz que parecía hacer acto de presencia cuando menos la necesitaba.

—Estoy deseando volver a casa —las palabras rasparon a través de mi garganta.

Un jadeo colectivo atravesó la sala, interrumpiéndonos. Mi mirada se desvió hacia la entrada, donde se encontraban los reyes de Verano y su primogénito; el estómago se me hundió al contemplar a Oberón, vestido impecablemente con los colores que representaban su corte. Con la vista al frente y la espalda recta, el Caballero de Verano atravesó el pasillo que había formado la multitud junto a su padre y su madre.

No me costó mucho divisar a lady Titania, cuya posición como pupila de la reina le había permitido encontrarse cerca de los tres. Apreté los labios, conteniendo la ira, al recordar la conversación que había mantenido con Puck, quien aparentemente estaba ausente; una sensación helada se extendió por mis venas al ver cómo Oberón se inclinaba hacia ella, atento a lo que estaba diciéndole en actitud cómplice. Nyandra y Geleisth comenzaron a cuchichear con emoción, aguardando a que la reina hiciera acto de presencia con Voro, el auténtico protagonista.

Unos instantes después el joven príncipe de Verano aparecía con una expresión que no podía ocultar su felicidad. Atravesó el pasillo con los ojos fijos en el acólito que se encontraba ya al otro lado del altar y que parecía haber salido de la nada; un silencio expectante vino a continuación, ante la última vacante que faltaba por hacer acto de presencia.

El tiempo pareció detenerse ante la llegada de Muirne. Su rostro parecía resplandecer con luz propia mientras se detenía en el umbral de la puerta, con su cálida mirada escaneando el fondo, donde Voro aguardaba. Me fijé en la sencillez de su vestido de color marfil que flotaba a sus pies como un charco de tela líquida; en su cabello suelto, adornado únicamente por dos sencillas peinetas que despejaban su rostro.

En el hecho de que había optado por no cubrirse con un velo, como muchas otras novias que eran conducidas al altar.

Muirne tomó una bocanada de aire, cuadrando los hombros, antes de cruzar la distancia que le separaba de su prometido. Tal y como siempre sucedía cuando los veía juntos, algo afilado se retorció en mi interior; ninguno de los dos se molestaba por ocultar lo evidente, lo que todos habíamos dudado que pudiera sobrevivir a un compromiso en el que habían tenido que permanecer separados el uno del otro.

En sus miradas se reflejaba lo que una pequeña y recóndita parte de mí anhelaba encontrar alguna vez: amor.

El más puro y simple amor que se profesaban hizo que sintiera un leve ramalazo de envidia porque, aunque estuvieran rodeados de una multitud de desconocidos que no se perdían detalle, parecían haberse recluido en su propia burbuja. Voro no escondió la amplia sonrisa que cruzó su rostro cuando tomó a Muirne de la mano, guiándola hasta que quedaron situados el uno frente a la otra; ella tampoco se preocupó de contener su propio entusiasmo cuando se la devolvió con creces, sus ojos brillando por la emoción de aquel momento.

Contemplé cada instante de la ceremonia, embebiéndome de cada reacción, de cada movimiento. Algo se retorció con mayor virulencia en mi pecho cuando Voro tomó la mano de Muirne siguiendo las indicaciones del acólito; la luz que entraba a través de los ventanales apenas era un haz naranja, incidiendo sobre los dos mientras la oscuridad del anochecer se extendía por el interior del salón.

El acólito mostró entonces la esperada cinta de color dorado, anudándola con esmero alrededor de las muñecas y manos unidas de los dos contrayentes. Voro se aclaró la garganta, preparado para recitar sus votos frente a Muirne, frente a la multitud; por unos segundos tuve una sensación de intrusión ante un momento tan íntimo y reservado como debía ser abrirte en canal ante la persona a la que ibas a unir tu vida para siempre.

Pero Voro solamente tenía ojos para su prometida y no parecía recordar que estaba siendo observado por todos aquellos silenciosos testigos.

—Siempre estaré agradecido a los elementos por haberte conocido —susurró con auténtico fervor, sus ojos de color miel resplandeciendo con todo ese amor y cariño que sentía hacia ella—. Y más aún por haberme elegido... Por haber luchado con uñas y dientes por nosotros, por no haberte rendido a pesar de la distancia... A pesar de los obstáculos a los que hemos tenido que enfrentarnos para estar hoy aquí.

»Te elegiría una y mil veces, Muirne —declaró con firmeza, de un modo que resonó en mis huesos, en mi maltrecho corazón—. Te quiero por tu bondad, por tu valor, por tu generosidad... Te quiero por hacerme sentir completo, por hacerme sentir el hombre más afortunado de Tír Nag Nóg. Te quiero por todo lo que me enseñas, por cada lección que me hace enamorarme un poco más de ti.

»Hoy y siempre, Muirne. Te amaré cada día de mi vida.

Una desgarradora sensación se abrió paso en mi pecho tras oír los votos de Voro. Apenas fui consciente del transcurso del resto de la ceremonia, de los votos de Muirne hacia el joven príncipe; mi mente se quedó atrapada en las palabras del hermano de Oberón, en cómo las había pronunciado, cómo su mano había estrechado la de su prometida mientras le prometía amor eterno.

Todo el mundo estalló en una oleada de vítores y silbidos cuando el acólito anunció ante los testigos la unión de Voro y Muirne. Ella se sonrojó ante el ineludible momento donde Voro se inclinó para besarla; el color en sus mejillas se hizo más profundo con el beso que su esposo depositó sobre sus labios, apenas una inocente presión antes de separarse y desviar la mirada hacia el encantado público.

Una vez finalizada la ceremonia, nos condujeron a otro salón ya preparado para dar comienzo a esa segunda parte donde los invitados comían y bebían con desenfreno en honor al nuevo y recién estrenado matrimonio; Voro y Muirne abrirían la pista de baile con la primera pieza y disfrutarían antes de que un reducido séquito los acompañara hasta la habitación nupcial, donde se produciría la consumación.

—He escuchado que el príncipe ha pedido que no haya... público durante... ya sabes —compartió conmigo Nif, acercándose a los labios una copa llena de vino dorado, la bebida predilecta en la Corte de Verano.

Miré con interés a mi amiga, agradecida por la distracción. Mi mente parecía haberse quedado atrapada en los votos que Voro había pronunciado, atormentándome con aquel vano deseo que sofoqué tiempo atrás, cuando mi camino se vio abruptamente separado del camino de la persona que había logrado hacerme albergar la esperanza de que yo también podía encontrar el amor.

Que no tendría que vivir un matrimonio frío y arreglado, donde mi esposo fuera un completo desconocido, sino algo... así. Algo como lo que compartían Voro y Muirne, mis padres.

—Es un momento que solamente le pertenece a ellos —opiné a media voz—. Nadie más debería estar allí.

La idea de sentirme observada y analizada al milímetro en un momento tan íntimo como era la noche de bodas me producía pavor. Lady Amerea había sido tajante al respecto cuando le pregunté la morbosa necesidad que había de ser testigo de un acto que sólo incumbía a los recién casados: para que un matrimonio pudiera ser considerado válido, debía producirse la verdadera unión entre los esposos... Por no mencionar que era el punto álgido, donde se demostraba la pureza de la novia.

Un valor añadido que se nos había inculcado que debíamos proteger a toda costa, reservándonos para cuando llegara el momento adecuado.

—También he escuchado —bisbiseó Nif con una sonrisa cómplice, ignorando mis turbulentos pensamientos— que el regalo de bodas del príncipe a lady Muirne ha sido un invernadero.

—Lady Muirne adora la botánica —apostilló Geleisth con un tono soñador, sin apartar la mirada del rincón donde el feliz matrimonio estaba recibiendo los buenos deseos por la unión de parte de los invitados.

Me mordí el labio inferior, dirigiendo la mirada en su misma dirección. Los reyes de Verano respaldaban a Voro, pletóricos de felicidad; pude ver la expresión de orgullo en el rey... y en la sonrisa que cruzaba el rostro de Vanora, quien había rodeado con un brazo los hombros de Muirne en un gesto de afecto. Ella resplandecía junto a su flamante esposo, con los ojos reluciendo de absoluta alegría.

Mi mirada tropezó entonces con Oberón, que permanecía en un segundo plano. No me sorprendió encontrar a su lado a Titania, quien parecía haber redoblado sus esfuerzos tras la conversación que había mantenido con Puck; una sensación desagradable burbujeó en mi estómago, revolviendo su poco contenido. Había estado evitando a Oberón desde aquella noche en el invernadero y, tras sus intentos de que volviéramos a nuestros encuentros al día siguiente, no había tratado de buscarme de nuevo.

Y no sabía cómo tomarme aquel silencio por su parte, no quería ceder a la vocecilla que había estado susurrando dentro de mi mente.

Mi tiempo en la Corte de Verano estaba llegando a su fin, siendo aquellas mis últimas horas. Mi madre me había hecho saber que saldríamos cuando el sol estuviera en lo alto, aprovechando que el viaje hasta el punto donde mi padre abriría un portal que nos conduciría a la Corte de Invierno duraría unas buenas —e interminables— horas.

Volví a caer en el mismo dilema que me había asaltado durante mi conversación con la reina de Invierno y, momentos más tarde, con Nicéfora: no sentía la alegría que correspondía por saber que estaría en casa, en casa por fin. No era capaz de deshacerme de ese extraño nudo que sentía en el pecho al pensar que, en unas horas, dejaría ese palacio atrás.

Me dije que estaba siendo estúpida, que no estaba valorando lo que supondría volver a la Corte de Invierno: la distancia enfriaría la cercanía que había empezado a sentir hacia el Caballero de Verano, catapultándola a un simple recuerdo. La separación y el tiempo harían que el frío de mi hogar marchitara hasta hacer desaparecer aquellos sentimientos que Oberón había despertado en mí.

Tal y como había sucedido con Darragh, todo aquello quedaría condenado al olvido y yo podría seguir adelante. Podría concentrarme en mi verdadero objetivo, haciendo que dejara de lamentarme y de comportarme como una adolescente enamoradiza a la que hubieran roto el corazón.

Me obligué a creer en ello, me aferré a mis propias palabras. Quizá lo único que necesitaba en aquellos instantes era regresar a mi dormitorio, meterme en mi cómoda cama y disfrutar de mi última noche allí; quizá lo único que necesitaba era que Nyalim trajera de nuevo aquel intenso bebedizo de la última noche, que me había permitido una velada sin sueños, sin preocupaciones martilleándome la cabeza.

Me deslicé en silencio fuera del salón tras excusarme con mis damas de compañía, alegando encontrarme fatigada. La celebración se encontraba en su apogeo, cerca del momento donde Voro y Muirne se retirarían, jaleados por algunos de los que se encontraban más ebrios entre la multitud allí reunida, que ya habían empezado a lanzar comentarios subidos de tono al respecto, para disfrutar de su noche de bodas; la bebida seguía derramándose de las copas y el servicio se encargaba de sustituir las vacías por otras llenas de las manos de los invitados.

Como una sombra, salí al vestíbulo y tomé las escaleras que conducían a la planta donde se encontraban mis aposentos. A través de los ventanales me fijé en las siluetas que cruzaban el césped; las parejas que reían mientras se dirigían hacia el monstruoso laberinto, convirtiéndolo en la atracción principal de la noche.

Gran parte de los afortunados que aún permanecían en el palacio querían disfrutar de las últimas horas antes de que llegara la hora de regresar a nuestros respectivos hogares.

Aparté la mirada de las figuras que se movían en la oscuridad y me concentré en mis propios pasos. El barullo procedente del salón donde estaba llevándose a cabo la celebración de la unión conseguía alcanzar el pasillo como un resonante eco, aceleré de manera inconsciente, deseosa de resguardarme tras las puertas que conducían a mis habitaciones.

La sensación que había estado rondándome durante toda la velada se hizo más patente en la soledad del corredor. La máscara que me había obligado a utilizar para que mis damas de compañía, y en especial Nicéfora, no pudieran sospechar, levantando una oleada de preguntas sobre mi decaído estado, cayó conforme la distancia se desvanecía y las familiares hojas talladas estaban ante mí.

Un sonido estrangulado brotó de lo más profundo de mi garganta cuando atravesé la puerta. Nyalim se levantó con premura del diván que había estado ocupando, quizá sorprendida por mi temprana retirada; pese a que ya no necesitaba que cubriera mis reuniones clandestinas con Oberón durante las noches y las primeras luces del amanecer, ella había insistido en ocupar aquellos dos turnos y Berinde no había mostrado inconformidad al respecto.

La mirada de Nyalim se tornó preocupada al contemplarme.

—Estoy cansada —fue lo único que logré decir, aferrándome a esa patética excusa.

La doncella se limitó a asentir, guiándome hacia el dormitorio. Detecté lo vacía que estaban las dos estancias, la ordenada pila de baúles que habían ido colocando en una esquina de la habitación; uno de mis finos camisones me esperaba extendido sobre el colchón, la única prenda que mis doncellas habían dejado fuera del equipaje.

No aparté la mirada de mi reflejo mientras Nyalim me ayudaba a deshacerme de aquel vestido, sustituyéndolo por la fina prenda de color blanco. Un extraño silencio se hizo entre las dos en ese instante, los ojos de la doncella aún no se habían apartado de mí.

Parecía... expectante.

—Esta noche no requeriré de tu presencia —le dije con suavidad, girándome para encararla—. Puedes retirarte.

Pensé que aquélla sería la última orden que le daría, pues esa sería su última noche a mi servicio. Mañana, junto al resto de jovencitas que los reyes habían puesto a mi disposición aquellos días, regresaría a sus antiguas tareas; noté un leve pellizco en el pecho ante la idea de despedirme de aquella chica que había dejado los prejuicios que todavía existían entre las dos cortes, mostrándome su sincera amabilidad.

Nyalim sonrió, como si hubiera adivinado el hilo de mis pensamientos.

—Dama de Invierno —empezó, dando un paso atrás—, ha sido un auténtico honor serviros.

Una pequeña sonrisa apareció en su joven rostro mientras retrocedía.

—Sabed que siempre encontraréis una mano amiga aquí, en la Corte de Verano.

Cerré los ojos ante la ligera brisa que corría, agradecida por esa pequeña bocanada de aire fresco. Tras las emotivas palabras de despedida de Nyalim, había buscado refugio en la pequeña terraza con la que contaba mi dormitorio; aquel lugar parecía haberme brindado un poco de paz mientras me obligaba a poner en orden el caos que había estallado dentro de mi mente, asfixiando la pesadez que sentía en el pecho y que no se había disipado ni siquiera cuando la doncella se marchó, dejándome completamente a solas.

Me mordí el labio inferior, alzando la vista hacia el cielo estrellado. Pese a mis reticencias al inicio respecto a aquel viaje había empezado a ver aquel lugar con otros ojos, a apreciarlo como mi padre lo había hecho, aunque no con la misma intensidad; pensé en lo irónico de la situación, en cómo unos días habían logrado ablandarme respecto al príncipe de Verano después de todos aquellos años detestándolo en silencio.

Las últimas palabras que le había dirigido en el invernadero antes de salir huyendo no dejaban de atormentarme, haciendo que me arrepintiera de haberlas pronunciado. Oberón había reunido el valor suficiente para dar un paso adelante, reconociendo sus errores pasados.

Y yo...

Me había comportado como una cobarde, dejándolo atrás y desaprovechando el poco tiempo que tenía por aquel estúpido miedo que me había atenazado, el mismo que me había aterido al intentar usar mi poder. La desilusión y la decepción me habían empujado a actuar de ese modo después de que me reconociera a mí misma que el acercamiento que habíamos tenido el Caballero de Verano y yo había despertado ciertos... sentimientos. Sentimientos a los que me aterraba ponerles nombre porque, era evidente, que no fluían en ambos sentidos.

Pensé en cómo había rehuido a Oberón, enclaustrándome entre aquellas mismas paredes. No habría ninguna despedida, ninguna última palabra... El príncipe había respetado mi espacio y no había vuelto a buscarme.

Aquel pensamiento en concreto se había vuelto más recurrente de lo que hubiera preferido. La idea de acercarme a él esa noche, aprovechando la algarabía festiva que reinaba en el salón, había sido demasiado frecuente; cuando fingía compartir el entusiasmo de mis damas de compañía había planeado cómo hacerlo sin levantar sospechas.

Pero me había mantenido apartada, buscándole con la mirada en algunos momentos mientras el príncipe disfrutaba con su círculo de amigos más cercanos de la velada.

Sin tan siquiera lanzar un solo vistazo en mi dirección.

El firme golpeteo de unos nudillos contra la puerta de la entrada interrumpió mis pensamientos. Un extraño nudo se formó en la boca de mi estómago, creyendo saber quién se encontraba al otro lado.

Nicéfora siempre había podido ver más allá de las máscaras que utilizaba.

Ella debía haber sabido que algo no iba bien y había venido hasta allí para saber qué estaba pasando.

Con una lista de excusas preparadas accioné el picaporte... pero no fue mi mejor amiga quien esperaba en el pasillo. El corazón dio un vuelco en mi pecho mientras trataba de asimilar la imagen que tenía ante mí.

—Oberón...

Las siguientes palabras que salieron de mi boca se atropellaron las unas con las otras:

—No deberías estar aquí.

Una extraña sombra cruzó su mirada mientras nos observábamos el uno al otro, haciendo que mi pulso se disparara ante la idea de que realmente estuviera allí, frente a la puerta de mis aposentos.

—¿Quieres que me marche? —su pregunta sonó ronca y sus ojos castaños parecieron oscurecerse ante la posibilidad de que respondiera «sí».

—No.

Ninguno de los dos dijo nada mientras mi respuesta flotaba en el espacio que existía entre ambos.

Hice a un lado a la chirriante vocecilla de mi cabeza que no dejaba de señalarme lo impropio que resultaba que Oberón pusiera un simple pie en mi dormitorio, que yo no vistiera más que un fino camisón; las terribles consecuencias que podría desatar con aquella silenciosa invitación si alguien nos estuviera viendo en aquellos precisos instantes.

Me dije que quizá ese encuentro era una oportunidad para poner las cosas en orden entre los dos antes de que abandonara la Corte de Verano. Podría disculparme, intentar explicarle por qué había huido de ese modo... Darnos la despedida que merecíamos después del acercamiento que habíamos tenido aquellos días pasados y antes de que volviéramos a convertirnos en dos simples extraños.

Pero todos mis planes se desvanecieron cuando Oberón rompió la distancia que nos separaba, tomando mi rostro entre sus manos con inusitado cuidado antes de que sus labios presionaran los míos con una desesperación compartida.

Mi cuerpo apenas tardó unos segundos en reaccionar: mis manos se aferraron a su jubón, atrayéndolo aún más hacia mi pecho; mis labios se movieron contra los suyos mientras una extraña mezcla de fuego y liberación recorría mis venas, impulsándome a profundizar todavía más el beso.

Cualquier pensamiento o advertencia quedó reducido a cenizas mientras dejaba que Oberón me besara. Mientras dejaba que una de sus manos abandonara mi rostro y vagara por mi costado hasta que su palma presionó la parte baja de mi espalda, empujándome hacia él del mismo modo que yo. Como si quisiera eliminar cada milímetro de separación que pudiera haber entre nuestros cuerpos.

El pasado quedó en el olvido.

El presente, aquel instante, fue todo lo que importaba.

Nada más.

Un suspiro ahogado brotó de mis labios cuando los suyos empezaron a reseguir la línea de mi mandíbula hasta alcanzar la curva de mi lóbulo. Todo mi vello se erizó ante el suave contacto de su aliento sobre mi piel sensible; su palma aún presionaba contra la parte baja de mi espalda, haciendo que unos pequeños escalofríos de absoluta anticipación descendieran por mi columna vertebral.

—Acepta la propuesta que te hizo la reina —me pidió en un susurro.

FIN DEL PRIMER LIBRO


* * *

¡OTRA VEZ, PEQUEÑOS PAJARITOS, FELIZ SAN VALENTÍN!

Y CHILLEMOS JUNTES PORQUE HA LLEGADO EL MOMENTO TAN ESPERADO PRÁCTICAMENTE DESDE EL PRÓLOGO

con esto ponemos punto final a este libro... pues recuerdo que aún queda pendiente Caballero de Verano, que subiré una vez acabe alguna de las historias que tengo en curso actualmente jeje

Sé que he estado desaparecida durante mucho, mucho tiempo, pero la vida adulta me ha golpeado con fuerza. El estrés de estar sometida a trabajo/estudio/repeat me tiene loquita, ya que apenas me deja unos minutos para poder dedicarme a escribir; eso, sumado a que tenía tremendo bloqueo escritor, han hecho que diciembre hasta febrero apenas haya podido avanzar nada.

Por eso, para no estar en modo fantasma, he tomado la decisión de pasar mis actualizaciones a una por mes, siendo el día de actualización el segundo sábado. Entiendo que pueda ser una mala noticia, pero es el único modo que se me ha ocurrido para darme tiempo a coger la habitualidad que tenía antes de que la hecatombe de las responsabilidades que están apareciendo en mi vida me hayan dejado KO.

A modo de ¿compensación? os propongo que digáis en este párrafo qué historia os gustaría que actualizara (entre La Nigromante, Daughter of Ruins, Thorns o Vástago de Hielo) y quien lleve más comentarios será actualizado, siendo la dinámica de cada mes.

So... ¿con qué historia nos leemos próximamente? Os leo y gracias por la comprensión.

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