| ❄ | Capítulo cinco
Hice partícipe a Nicéfora de todo lo sucedido respecto a lord Kelvar antes de que el resto de mi camarilla de damas se presentara en mi dormitorio. Mi amiga cayó en uno de los divanes, presa de un ataque incontrolable de risa al imaginar la cara de mortificación que aquel pobre desdichado había puesto cuando le hice saber de un modo bastante sutil que estaba al corriente de sus conquistas.
Las risas de Nicéfora se apagaron cuando una de mis doncellas me informó que lady Mirvelle y mis otras dos damas de compañía habían llegado. A pesar de los años que llevábamos juntas, no había conseguido intimar con ellas del mismo modo que con Nicéfora; las consideraba amigas, por supuesto, pero sólo Nicéfora era mi confidente, a la que siempre acudía cuando me surgía cualquier problema.
La propia Nicéfora se irguió en su asiento, adoptando una postura formal. Mirvelle, Nyandra y Geleisth no compartían la misma visión de la vida que mi mejor amiga: todas ellas eran calladas, sonrientes, sumisas y serviciales. La imagen que, seguramente, los consejeros de mi padre habían querido que yo misma fuera.
Les dediqué a las tres una sonrisa amable mientras hacía un gesto hacia los sofás vacíos, invitándolas a que tomaran asiento. Ellas se doblaron en la protocolaria reverencia, siempre aferradas a los modales y protocolo que les habían inculcado desde niñas, antes de musitar un «Alteza» que estuvo a punto de hacer desaparecer mi sonrisa a causa de la incomodidad que me provocó escucharles pronunciar mi título como si, a pesar de los años que compartíamos juntas, todavía siguiese siendo una desconocida.
Siempre marcando aquel límite.
Nicéfora me dirigió una mirada cargada de silenciosa comprensión, sabedora de lo poco que me gustaba que continuaran con aquel rígido protocolo después de tanto tiempo. La miré con agradecimiento antes de centrar mi atención de nuevo en mis otras tres damas de compañía.
Era el momento de hacer el anuncio.
—Señoritas —dije con un tono animado—, seremos parte de la comitiva que viaja a la Corte de Otoño para una nueva edición del Torneo de las Cuatro Cortes.
A pesar de sus intentos de mantener expresiones impasibles, ninguna de ellas pudo contener la excitación de aquel viaje que teníamos programado. Desde que entraran a mi servicio como damas de compañía, no se les había presentado aquella oportunidad de salir fuera de la corte; mis responsabilidades como Dama de Invierno me habían mantenido en la Corte de Invierno, además de aquellas ocasiones en las que me había negado a formar parte de la comitiva de mi padre cuando era necesaria su presencia lejos de nuestro hogar.
Ninguna de ellas había puesto un pie fuera de la Corte de Invierno y era evidente que aquel anuncio de viajar fuera de las fronteras de nuestra corte era lo que habían esperado desde hacía muchísimo tiempo.
—Partiremos junto con la comitiva de los reyes —agregué, intentando mantener el tono feliz que había empleado al hacerles saber que viajaríamos.
Y eso supondría tener que empezar los preparativos sin más demora. La partida había sido programada para dentro de un par de días, no podíamos perder más tiempo: sacar los baúles, preparar el guardarropa con el que vestiría en la Corte de Otoño, hacer los pertinentes arreglos si fueran necesarios... Contuve un suspiro de resignación ante la larga lista de asuntos pendientes que se extendía ante mí ahora que había aceptado a ocupar mi lugar, tal y como se esperaba que hiciera como heredera del rey Siorus.
Di una palmada, alejando aquellos turbios pensamientos de mi mente.
—Deberíamos empezar a prepararlo todo —dije y mis palabras sonaron demasiado forzadas.
Mis damas de compañía entendieron que había llegado el momento de ponernos en marcha. Mirvelle y las otras no tardaron mucho en abandonar mi dormitorio, ansiosas por empezar a empaquetar sus pertenencias ante aquel inminente viaje que nos llevaría a todas a nuestra corte vecina; Nicéfora, por el contrario, no las siguió fuera de mi habitación: se quedó inmóvil en su asiento, a la espera.
Sus ojos se clavaron en mí una vez estuvimos a solas, a excepción de la silenciosa presencia de mis doncellas. Escuché las discretas órdenes de Berinde, quien siempre se adelantaba a mis necesidades; quien había aprendido a conocerme mejor que yo misma en aquellos años a mi servicio.
—¿Ha sido cosa de tus padres? —me preguntó Nicéfora.
No sentí ningún asombro por aquella perspicaz pregunta por parte de mi mejor amiga: ella siempre había estado a mi lado, escuchándome cuando necesitaba ser oída. Nif estaba al tanto de todo lo que sucedía en mi vida, de los crecientes problemas que habían aparecido entre mis padres y yo después de que decidiera decir basta ante los continuos menosprecios por parte de mis tutores.
Por decir que no estaba dispuesta a entregar lo que era mío.
Sacudí la cabeza, desplomándome de nuevo sobre el cómodo sillón que había ocupado.
—Ha sido mi decisión, Nif —respondí.
Las palabras de mi padre flotaron en mi cabeza. Como rey, había tenido que hacer frente a multitud de situaciones que habían requerido decisiones difíciles; como rey, había tenido que renunciar a una parte de sí mismo para sentarse en el trono y cumplir con lo que se esperaba de él.
Como reina, yo también me vería en la misma tesitura.
Como reina, yo también tendría que hacer grandes sacrificios por el bien de mi propia corte.
—Para haber sido tu decisión, no pareces muy feliz, Mab —observó Nicéfora.
Masajeé mi sien izquierda, notando la mirada de mi amiga clavada en el perfil de mi rostro. Aquel viaje que estábamos preparando sería mi segunda visita lejos de la Corte de Invierno y, aunque me había asegurado en aquellos años que habían transcurrido que las insidiosas palabras del príncipe heredero de Verano no me significaban nada, había una pequeña parte de mí que temía un reencuentro con aquéllos que habían bromeado a mis espaldas.
Mis supuestos iguales, que me veían como alguien inferior.
Como una maldita esposa que delegaría todo el poder de la corte en manos del afortunado que hubiera logrado desposarse con ella.
—No sé si estoy preparada para reencontrarme con ciertas personas —confesé, mirándola con una expresión cargada de incertidumbre.
Kalimac y Oberón habían demostrado que nunca me verían como una igual, como una futura reina de pleno derecho. A pesar de los años que habían pasado desde que oyera casi por casualidad aquel jocoso intercambio de comentarios sobre mi persona, nunca había llegado a olvidarlo; me había engañado a mí misma, diciéndome que sus palabras lo único que provocaron fue abrirme los ojos, aunque todavía podía sentir los bordes todavía abiertos de aquella herida.
Nicéfora conocía la historia, pero no sabía lo mucho que me habían afectado las bromas de aquellos dos pretenciosos príncipes Seelie. Mi amiga me dedicó una sonrisa con la que pretendía subirme el ánimo y dio un par de palmaditas sobre el dorso de la mano que mantenía apoyada sobre el brazo del sillón.
—Ya no eres la niña callada e indefensa de aquel momento, Mab —me recordó y sus palabras lograron despertar aquella llama que me había alimentado desde que decidiera no seguir las reglas que me habían impuesto contra mi voluntad—. Demuéstrales que eres alguien a quien deben tener en cuenta. Demuéstraselo.
—¿No has recibido ninguna invitación más por parte de lord Kelvar? —la inesperada pregunta de mi madre hizo que perdiera el hilo de mi actual lectura, un tomo dedicado a las festividades y costumbres de la Corte de Otoño.
Alcé la vista de las páginas del libro, colocando mi pulgar sobre la línea en la que me había quedado atascada después de que mi madre decidiera hacer aquella pregunta. La reina se encontraba cómodamente sentada junto a uno de los ventanales que daban a los jardines traseros del palacio; era uno de esos extraños momentos en los que nos reuníamos en aquella misma sala para compartir tiempo juntas, una nueva tradición en nuestras respectivas rutinas que mi madre había implementado un par de meses atrás con la excusa de no querer perder nuestra relación madre e hija.
Pensé en lord Kelvar y en cómo logré que sus «honestas» intenciones se detuvieran tras hacerle saber que estaba al tanto de sus jueguecitos con otras damas de la corte. Aquella fue la última vez que nos vimos, pues el joven lord parecía haberse vuelto muy esquivo desde entonces y nuestros caminos no habían vuelto a cruzarse.
Forcé a mis labios a no formar una sonrisa, ni siquiera un esbozo.
—He escuchado que lady Eithne es quien recibe las atenciones ahora por parte de lord Kelvar —respondí, procurando que el aburrimiento no se me colara en la voz.
Nicéfora me había puesto al corriente sobre las últimas novedades que corrían por los pasillos del palacio; uno de aquellos rumores que mi amiga había traído consigo para intentar de subirme el ánimo y alejar mi cabeza de cualquier pensamiento que tuviera algún tipo de relación con el próximo viaje que haríamos en la Corte de Otoño fue el extraño cambio de actitud que había tenido lord Kelvar, quien parecía estar dispuesto a hacer lo que hiciera falta por conseguir la mano de la joven lady Eithne.
El rostro de la reina no pudo ocultar la decepción que le producía saber que un potencial pretendiente para mí hubiera decidido centrar sus fuerzas en conquistar a otra joven de menos alcurnia.
Las tan temidas conversaciones sobre mi futuro habían llegado, desvelando las intenciones de mi madre por empezar con la búsqueda de un prometido. Ella ya había iniciado una exhaustiva investigación sobre los mejores candidatos a tal puesto, sin lugar a dudas emocionada por semejante tarea.
Una emoción que yo no compartía en absoluto.
—Una lástima —comentó de manera reflexiva, seguramente tachando aquel nombre de su lista.
La diversión que me había embargado al recordar cómo frené las intenciones de lord Kelvar se esfumó en aquel instante, al contemplar a mi madre maquinando sobre su próximo movimiento. Sobre el próximo candidato.
—Sí, una lástima —mascullé, devolviendo la mirada al libro que sostenía entre las manos.
Mi timbre de sarcasmo no pasó desapercibido para la reina. Por el rabillo del ojo la vi dejando a un lado su bordado para poder centrar toda su atención —y germinante enfado— en mi persona.
—Mab —me llamó.
Mis ojos continuaron clavados en la página, sin moverse. Sin leer una sola palabra, línea o párrafo mientras percibía la crispación que iba creciendo en mi madre ante mi forzada indiferencia.
El ambiente se tensó entre ambas.
—Mab —repitió, con menos amabilidad.
Mi mirada no se desvió en ningún momento mientras apretaba los dientes, dispuesta a seguir fingiendo que no escuchaba nada.
—Mírame —el tono de mi madre cambió, transformándose en la voz de la reina de la Corte de Invierno.
Una voz que no podía ser ignorada.
A regañadientes, despegué mis ojos del libro para poder mirar a mi madre, cuya expresión había perdido cualquier calidez que hubiera tenido, ensombreciéndose a causa de mi insubordinación.
De mi desobediencia.
—Sé que eres consciente de lo que estoy haciendo —continuó mi madre, sin relajar su tono.
Enarqué una ceja de manera burlona.
—¿A intentar venderme al mejor postor? —le pregunté, sin ocultar en esta ocasión mi sarcasmo—. ¿A eso te refieres?
Las pálidas mejillas de mi madre se colorearon por la indignación que le produjo mi acusación sobre lo que iban a hacerme. Porque una mujer no estaba capacitada para asumir las responsabilidades de una corona; porque una mujer era débil y el trono suponía demasiada carga.
Porque eso es lo que decían ellos.
Los ojos verdes de la reina de Invierno se enfriaron y sus labios se fruncieron, pero siempre manteniendo la compostura. Nunca dejando que las emociones la dominaran, por intensas que fueran.
—Sabes perfectamente por qué estamos haciendo esto, Mab —me dijo.
Cerré el libro que sostenía entre las manos de un golpe, arrancándole un ruido sordo.
—Porque eso es lo que el consejo del rey quiere —repuse, temblando de pies a cabeza al pensar en todos ellos, en sus miradas y palabras llenas de condescendencia—. Porque nunca me aceptarán como su reina.
—Las mujeres no estamos capacitadas para llevar una corona —repitió mi madre con una cadencia que delataba la multitud de veces que había tenido que pronunciar esas mismas palabras. Las que había tenido que tragar a la fuerza desde que era niña.
Me enfureció ver cómo la reina de la Corte de Invierno parecía convencida de ello, creyendo que éramos inferiores a los hombres; lo mismo que habían tratado de inculcarme a mí hasta que me di cuenta de lo equivocados que se encontraban, de lo conveniente que era que siguieran extendiendo esa creencia errónea donde el hombre era superior a la mujer.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué no estamos capacitadas? ¿Qué nos diferencia de ellos?
Mi madre frunció los labios, pero no dijo ni una sola palabra al respecto.
Quizá porque no tenía respuesta a todas aquellas preguntas que le había planteado sobre el origen de aquella desigualdad que existía entre hombres y mujeres. Quizá porque nunca se lo había cuestionado, arropándose en la comodidad de lo que le habían enseñado desde joven.
—Dijiste que me parecía a mi padre —le recordé, sacando a flote a ese viejo recuerdo de mi niñez, cuando mi relación con ella era mucho más estrecha. Cuando todavía no había abierto los ojos y era fácilmente moldeable—. Dijiste que, de ser como tú, no sería capaz de enfrentarme a mi futuro.
La reina se mantuvo impasible, sin brindarme ni una sola respuesta; pero yo no iba a rendirme, no iba a aceptar aquel pesado silencio por su parte. Sus ojos verdes siguieron fijos en mí, sin permitirme leer una sola emoción en ellos. ¿Por qué callar?
—¿A qué te referías, madre? —quise saber—. ¿Qué quisiste decirme en aquel momento?
El ambiente entre las dos pareció tensarse aún más, tornándose casi asfixiante mientras mis palabras todavía flotaban en el espacio que nos separaba.
—Lo dije porque sabía que los consejeros no te lo pondrían fácil, Mab —dijo la reina al final—. Porque tu futuro no era la corona y, cuando tu hermano... cuando tu hermano murió —las palabras se le trabaron al mencionar ese dolor que todavía arrastraba, a pesar del tiempo que había transcurrido—, fuiste la única opción posible. Y no estabas preparada...
Porque mi futuro había sido distinto en aquel entonces: un activo importante para mi familia, una oportunidad de alcanzar una alianza dentro de la corte que pudiera beneficiarnos.
Mi destino siempre había sido ser comprometida con alguien que pudiera proporcionarnos algo de utilidad. Que me hubiera convertido en la heredera solamente suponía afinar un poco más el ratio de mis futuros pretendientes, buscando el candidato adecuado que pudiera gobernar con rectitud y en beneficio de nuestra corte.
—Es posible que no lo estuviera en aquel momento —reconocí a media voz—, pero ahora lo estoy. Todos estos años me he esforzado por cumplir las bajas expectativas que todos ellos tenían puestas en mí y ¿para qué, madre? ¿De qué me servirán mis conocimientos si me van a arrebatar algo para lo que he trabajado tan duro?
—Eres la heredera y, por ello, se espera que sepas cómo desenvolverte hasta que llegue el momento de delegar esa responsabilidad en tu esposo —me dijo mi madre.
Mis labios se crisparon ante la mención de ese desconocido, de esa figura que estaba empezando a odiar con todas mis fuerzas. De ese punto fijo en mi futuro, que me arrebataría por lo que tanto había luchado y ocuparía un lugar que no le correspondería.
Mi madre vio el gesto de descontento que me produjo hablar de ello, de esa persona que sería producto de una elección de mis padres. Una decisión de la que ni siquiera tendría voz.
—Sabes que es obligatorio que te desposes, Mab —me recordó la reina—. Es un hecho inamovible.
Mi crispación no hizo más que aumentar al oír la seguridad que impregnaba la voz de mi madre y que dejaba bastante claro que nada le haría cambiar de opinión respecto a ese tema.
—Pero...
Alzó una mano imperiosamente, cortando en seco mi protesta.
—Seguiré adelante con mi búsqueda de pretendientes —sentenció la reina con un tono que no admitía réplica—. Tu padre está de acuerdo con la idea y me apoya, Mab: es hora de que te comprometas.
Confirmar mis sospechas respecto a los planes de mi madre fue como si alguien me hubiera volcado un balde de agua fría; peor aún fue descubrir que mi padre había estado al tanto desde el principio... y que le había brindado su apoyo para que siguiera adelante. Mi relación con el rey se había visto visiblemente afectada desde que decidiera que estaba tan capacitada como cualquier otro para ocupar el trono; mi presencia en asuntos de estado y reuniones con figuras importantes dentro de la corte se había visto drásticamente reducida, quizá por presión de sus consejeros. Mis visitas al despacho, por el contrario, se incrementaron a causa de mi comportamiento frente a mis tutores, quienes disfrutaban de informar a mi padre y más aún disfrutaban de ver cómo el rey se posicionaba a su favor, reprochándome mi conducta y contentando así a sus consejeros.
Abrí la boca, aturdida por la revelación sobre mi padre.
—Es... es injusto —balbuceé.
Se trataba de mi futuro.
Una decisión de semejante peso debería corresponderme a mí tomarla. ¿En qué se basaría mi madre para hacer su elección? Todas las familias nobles estarían frotándose las manos ante la oportunidad que pronto se les presentaría, cuando se hiciera el anuncio de que la princesa heredera estaba buscando esposo.
La edad mínima para que empezaran a maquinarse las primeras ofertas de compromiso estaba en los doce años. Sin embargo, mis padres habían decidido esperar... hasta ahora, a mis quince años.
—Mab, escúchame.
Un molesto pitido se instaló en mis oídos, ahogando la voz de la reina. Mi padre también había sido obligado a comprometerse con una desconocida, alguien había tomado la decisión por él; pese a ello, y aunque el inicio de su relación con mi madre no fue sencillo, tanto mi padre como mi madre consiguieron que su compromiso funcionara y lograran encontrar el amor en el otro.
Pero este tipo de finales felices no siempre tenían lugar. Los matrimonios concertados no siempre funcionaban; los rumores que corrían sobre algunos de ellos en la corte no eran nada halagüeños...
No aspiraba a repetir la buena fortuna de mis padres, pero era consciente de lo jugoso que resultaba mi situación: una joven princesa que necesitaba desposarse para convertirse en reina... pero una reina cuyo poder quedaría en manos de su esposo, quien se encargaría de dirigir la corte.
Conocía la avaricia de algunos miembros de la corte y sabía que, si alguno de ellos, conseguía hundir sus garras por medio de mi compromiso podría conducir a la Corte de Invierno a su destrucción.
Me levanté de mi asiento, dando por concluido el rutinario encuentro entre mi madre y yo. La mirada de la reina siguió todos mis movimientos, reflejando cansancio por la intensidad de nuestra discusión; ella creía estar haciéndolo por mi bien, pero no: estaba ayudando a que continuara perpetuándose aquella injusticia donde, de nuevo, quedaba demostrada la poca voz que poseíamos.
La libertad que deberíamos tener.
—Tu padre escogerá sabiamente, Mab —aquellas palabras se me clavaron como un puñal.
Pero ¿y si no lo hacía? ¿Y si se equivocaba al hacer su elección, comprometiéndome con alguien a quien solamente le importaba el poder...?
Cerré los puños contra mis costados, consciente de que no iba a encontrar en mi madre una aliada. Pero sabía quién podría ayudarme; alguien cuya voz tendría que ser oída tanto por mi madre, como por mi padre.
Una voz que no podía ser ignorada y que, posiblemente, estuviera dispuesta a alzarse a mi favor.
Sin tan siquiera despedirme de la reina, di media vuelta y abandoné la sala con premura, sintiendo cómo mi corazón aceleraba su ritmo ante mi objetivo.
Era la hora de acudir a la Reina Madre.
* * *
¿Aló? ¿Aló? ¿Alguien me recibe al otro lado? ¿Sí?
Perfecto.
He estado meditando mucho mucho y he llegado a la conclusión... De que en L4C apenas vimos nada de las Maravillas que tiene nuestro amado Tír Na Nóg (básicamente porque Maeve vivió encerrada en su palacio cual Rapunzel y sólo salió para: A) Ir a la Corte de Verano a convertirse en esposa de Atticus y B) Cuando se lió la que se lió, se fue derechita a la Corte Oscura con Deacon...)
Así que creo que en esta tierna y dulce historia podremos descubrir más cositas sobre TNN y las familias reales (porque, permitidme que haga una pequeña apreciación, pero de L4C no salió vivo casi nadie y se produjo una baja en las familias reales -no en todas, jejeje- bastante importante).
Así que hagamos un pequeño check list de lo que se viene encima:
-Conoceremos a la bisa (((la abuelita de Mab)))
-Descubriremos un par de intríngulis de la family de Mabitta que, como es evidente, no es tan perfect como creemos y tiene sus trapitos (((que algunos airearemos, para disfrute de muches)))
-VisiTA A LA CORTE DE OTOÑO, lo que supone varias cositas:
El mood de la escritora escribiéndolo
El mood de les lectores:
El mood de Mab:
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