Capítulo 19

La espera era insoportable.

Encerrada en su celda, Ana veía las horas pasar con enloquecedora lentitud. Durante las dos primeras había intentado distraerse dándose un baño y leyendo las novelas baratas que había encontrado en los estantes del habitáculo, pero ni tan siquiera así había logrado distraerse. Hiciese lo que hiciese, a su memoria acudían los recuerdos inmediatos de lo acaecido durante las últimas horas, y era incapaz de ignorarlos. Ana recordaba una y otra vez el sonido de los disparos en la noche, la sangre y los gritos de sufrimiento; la carrera a la desesperada y la expresión de terror en el rostro de Vessa al explicarle lo ocurrido. Incluso recordaba el inquietante modo en el que los ojos de Orwayn se habían ensombrecido al escucharla, cómo le había cruzado la cara de una bofetada y cómo habían recorrido la carretera a toda velocidad, al borde del infarto. Ana lo recordaba absolutamente todo al detalle, y dudaba poder olvidarlo jamás. Seguramente los acontecimientos se diluirían y parte del contenido desaparecería, pero la esencia y los sentimientos, las emociones, quedarían grabados para siempre en su memoria.

Ana había creído sentir su corazón a punto de estallar en varias ocasiones a lo largo del viaje. El nerviosismo y la tensión habían calado hondo en su determinación, y si bien el camino de ida lo había hecho serena y concentrada, el de vuelta a las lagunas lo había hecho presa de los nervios y con los ojos llenos de lágrimas.

Incluso horas después, sumergida en el agua y con la seguridad de haber hecho todo lo que estaba en sus manos, Ana no podía evitar sentir náuseas al recordar lo ocurrido.

Si no hubiese decidido salir de noche...

El arrepentimiento le presionaba el pecho con fuerza, como si intentase ahogarla. Horas atrás, el salir a darse un paseo hasta las lagunas le había parecido la idea más inteligente que había tenido hasta entonces. A Ana le gustaba creer en las leyendas y en los mitos, y más si, como en aquel caso, podían servir de ayuda para los suyos. En aquel entonces, sin embargo, con la imagen de Armin medio enterrado por la nieve, pálido y moribundo, en mente, comprendía el gran error que había cometido. De haber obedecido, nada de aquello habría ocurrido: Orwayn y Veressa estarían tranquilos, ella no habría sufrido los golpes ni las consecuencias de la carrera y, por supuesto, Armin no estaría al borde de la muerte. Simplemente estarían todos en sus respectivas celdas, disfrutando de las últimas horas de sueño antes de volver a ponerse en camino.

Nada más.

Se preguntó durante cuánto tiempo más podría alargarse aquel suplicio.



Pocos minutos antes del amanecer, el sonido de una puerta al abrirse captó su atención. Ana se levantó rápidamente de la cama, lugar en el cual yacía desde hacía media hora con la vista fija en el techo, y corrió hasta la ventana que daba al exterior. No muy lejos de allí, alejándose a paso rápido hacia los bosques colindantes, Orwayn avanzaba inexorable.

Ana se apresuró a salir tras él. Atravesó el umbral de la puerta con los pies descalzos, olvidando por completo las botas en la celda, y se abalanzó contra la barandilla del pórtico. No muy lejos de allí, a tan solo unos metros, estaban los dos vehículos aparcados, el uno junto al otro.

—¡¡Orwayn!! —gritó Ana, tratando de captar su atención—. ¡Eh, Orwayn...!

A pesar de la insistencia, no obtuvo resultado alguno. El menor de los Dewinter ni se detuvo ni hizo ademán alguno de volverse. Simplemente siguió avanzando hasta, al fin, perderse entre los árboles. Ana volvió entonces la vista hacia la puerta de la que había salido, sorprendida, y en ella encontró a Veressa con los ojos enrojecidos por el cansancio y un cigarro en los labios. En apariencia la mujer parecía serena: cansada, pero tranquila. Sus ojos, sin embargo, revelaban la pesada carga que reposaba sobre sus espaldas.

Ana se acercó a ella, decidida. Horas atrás se había preguntado una y otra vez como formularía la pregunta para no resultar brusca ni irrespetuosa. Después de lo ocurrido, bastante mal había actuado como para seguir equivocándose. Ahora, sin embargo, después de tantas horas de espera, aquello ya carecía de importancia. Ana necesitaba saber qué había pasado, y necesitaba saberlo ya.

—¿Cómo está? —preguntó en apenas un susurro. Cogió su mano libre entre las suyas y la alzó a modo de ruego—. Por favor, Veressa, dime cómo está.

La mujer arqueó las cejas, sorprendida por la vehemencia de su petición. Hasta ahora había conocido muchas facetas de Ana, todas ellas reprobables y reprochables. La princesa era estúpida, engreída, orgullosa y, en muchos casos, una auténtica descerebrada consentida y cobarde a la que la suerte le había sonreído demasiado hasta entonces. En aquel entonces, sin embargo, ya no quedaba rastro alguno de su antiguo yo. Ana parecía tan desesperada, seguramente a causa del sentimiento de culpabilidad, que incluso parecía otra.

Dejó escapar un leve suspiro. Incluso con el sabor del tabaco en la garganta y el humo en las fosas nasales aún podía percibir el sabor metálico de la sangre en los labios.

Tardaría mucho en quitárselo.

—Está vivo, que no es poco —respondió a la defensiva. Lanzó una fugaz mirada a la mano que con tanta vehemencia sostenía y la apartó con brusquedad, haciéndola retroceder del impulso—. Pero no va a poder seguir el viaje. Le he hecho una transfusión de sangre aprovechando que Orwayn y él tienen el mismo grupo sanguíneo, pero incluso así sigue muy débil. Creo que voy a tener que llevarle a un hospital.

Aquellas no eran las noticias que le hubiese gustado escuchar, pero tampoco eran del todo malas. Teniendo en cuenta en el estado en el que le habían encontrado, se podrían considerar buenas. Incluso muy buenas.

Asintió aliviada.

—¿Está consciente?

—No. De vez en cuando despierta y murmura algo, pero poco más. —Veressa dio una calada al cigarro. Por el modo en que se le estaban ensombreciendo las ojeras era evidente que estaba agotada—. Habrá que esperar.

—Ya... ¿Y su pierna? ¿La herida es muy grave?

El rostro de la mujer se ensombreció al escuchar la pregunta. Veressa apretó el puño con fuerza, endureciéndosele así la expresión, y volvió a dar una calada al cigarro. Hasta entonces Ana no se había dado cuenta, pero tenía la ropa, las manos y parte de la cara manchadas de sangre.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Incluso antes de escuchar su respuesta, Ana ya sabía cuál era. A lo largo de aquellas horas había pasado de vez en cuando por sus pensamientos. Siempre lo había hecho muy de puntillas, tratando de pasar desapercibida, pero ahí había estado, dentro de la baraja de posibilidades. ¿Cómo imaginar que, después de todo, podía ser cierto?

Cerró los ojos con pesar. Jamás podría perdonárselo.

—Todos éramos conscientes del peligro que comportaba esta misión, Ana —respondió Veressa finalmente, a media voz—. Mentiría si dijese que lo esperaba, pero tampoco lo descartaba: ni es la primera vez que sucede algo así, ni será la última. No obstante, no puede seguir el viaje. Van a pasar semanas antes de que pueda llegar a plantearse la posibilidad de usar un implante: hasta entonces, le guste o no, va a tener que estar inactivo.

—El cuchillo estaba envenenado, ¿verdad? Esa cosa naranja... —Ana negó con la cabeza—. Debí imaginármelo.

—Se extiende rápidamente por el torrente sanguíneo —admitió Veressa con tristeza—. Actuaste bien haciéndole el torniquete, de lo contrario a estas alturas llevaría varias horas muerto. En cuanto volvamos a tener conexión mandaré una muestra del arma a Veryn: él podrá diagnosticar a qué nos enfrentamos. —Dio otra calada al cigarro—. De todos modos, conozco lo suficiente sobre la materia como para atreverme a decir que no es humano. Y no solo eso... —Negó con la cabeza—. Ese tipo, el tal Vladimir: no hace falta más que echarle un vistazo al cuerpo para ver que llevaba varios días muerto.

Ana abrió ampliamente los ojos, sorprendida ante el veredicto. La aparición de Vladimir también había sido uno de los temas sobre los cuales había estado pensando a lo largo de aquellas horas, pero de momento no había llegado a ninguna conclusión. Todo apuntaba a que se trataba de un androide al que se le había otorgado su aspecto, o quizás uno de esos seres prohibidos por el Reino a los que se denominaba "clon". Incluso se había planteado la posibilidad de que fuese un truco holográfico hiperrealista, pero no un cadáver reanimado. Aquel concepto quedaba fuera de su entendimiento.

—No lo entiendo. ¿Insinúas que aquel ser era Vladimir?

—No: lo que digo es que sea lo que fuese que te perseguía, utilizaba el cuerpo de Vladimir. Es solo una teoría, desde luego, pero es posible que los amigos de tu hermano no sean simples humanos, Ana. La galaxia no es tan sencilla como el Reino pretende hacernos creer. —La mujer frunció el ceño—. Hay cosas que es mejor no saber. Ahora, si me disculpas, me gustaría estar un rato sola.

Veressa apoyó la espalda en la pared y cerró los ojos. Necesitaba descansar al menos unos minutos. Más tarde, con el ánimo algo más recuperado a base de cigarros y de aire, volvería a entrar a la celda para vigilar a Armin de cerca, pero hasta entonces, por pocos y breves que fuesen, necesitaba aquellos minutos.

Incómoda ante la situación, pues era la primera vez que, educadamente o no, la invitaban a abandonar un lugar, Ana recorrió el pórtico hasta las escaleras de bajada y salió al aparcamiento. No muy lejos de allí, completamente iluminado, estaba el edificio principal, una pequeña edificación de piedra alrededor de la cual se habían construido los distintos bloques de celdas. Según había podido saber gracias a los panfletos publicitarios que había descubierto junto a la mesilla de noche, en uno de ellos había una cantina, aunque desconocía en cuál. A pesar de sus deseos por salir y disfrutar de una cena caliente la noche anterior, Veressa y Armin habían decidido que cada uno pidiese al servicio la cena desde su celda.

Se planteó la posibilidad de pasear por el recinto; incluso pensó en dar con la cantina y tomarse algo caliente, quizás una infusión, pero rápidamente desechó la idea. Ana volvió la vista hacia el bosque, se puso la capucha y se encaminó hacia su interior. No muy lejos de allí, a apenas diez minutos de camino, acurrucado bajo las altas copas de uno de los mayores robles de la zona, Orwayn ajustaba los controladores de su holoterminal con una diminuta herramienta de imanes que había robado a su hermano mediano.

Decidió abrir la caja de control en cuyo interior se encontraba la fuente de energía y el procesador. Hasta dónde él sabía, aquellas dos piezas no afectaban a la conectividad ni la franja de alcance del dispositivo, pero incluso así decidió desmontarlos. Una a una, Orwayn fue extrayendo las piezas que conformaban el transmisor y las repartió a lo largo y ancho del tocón junto al cual estaba sentado. Una vez totalmente desmontado, se concentró en las antenas y los rastreadores de señal. Armin había manipulado los dispositivos para que únicamente captasen redes seguras, evitando así que la frecuencia pudiese ser espiada. Consciente de que dicha limitación era probablemente la culpable de que se encontrasen incomunicados, decidió modificarla. Depositó sobre la palma de la mano los aros concéntricos en cuyo interior se encontraban los moduladores de onda y empezó a trabajar. En teoría, no podía ser muy complicado. Armin tardaba normalmente un par de minutos en desmontarlo, modificarlo y volver a montarlo. A él, sin embargo, le llevó bastante más. Orwayn se concentró en las enseñanzas que su maestro le había dado sobre el tema y, paso a paso, fue realizando las modificaciones hasta, finalmente, ampliar la franja casi un veinte por ciento más.

Una vez finalizada la variación, montó todas las piezas, con cuidado de no dejar ningún cable fuera de la caja, y la cerró. Seguidamente, apoyándola esta vez sobre su rodilla en vez del tocón, abrió la tapa y depositó el dedo pulgar en la pantalla. Al instante, respondiendo a su huella dactilar, esta se activó, bañando de luz azul celeste el rostro del joven.

Introdujo el código de memoria, aguardó unos segundos y, al instante, ante sus ojos, apareció la nítida imagen de Cat.

La mujer parecía preocupada.

—¡Orwayn! —exclamó con tono agudo—. ¡¡Llevo horas esperando tu maldita conexión!! ¿¡A qué esperabas!?

—Han pasado muchas cosas, Cat —respondió Orwayn—. Además, he tenido que ampliar la franja; esta zona está bloqueada. ¿Dónde está mi hermano?

—Está acabando de tapar la fosa con Robert. —Schnider se cruzó de brazos, a la defensiva—. ¿Qué ha pasado? ¿Os han encontrado?

El joven alzó la vista hacia el cielo oscuro. Más allá de la gruesa capa de negrura, el amanecer daba la bienvenida a un día nuevo. Suspiró profundamente. Un maldito día más encerrado en aquella tumba de hielo que era Sighrith.

Se preguntó cuándo llegaría el día en el que, por fin, podría abandonarlo definitivamente.

—Sí, los encontraron anoche. Larkin y Armin se habían alejado bastante del hotel: estaban en las lagunas cuando los encontraron. Mi hermano se enfrentó al tipo que le perseguía: Veressa lo está atendiendo.

—¿La prisionera sigue con vosotros?

Comprobó la hora en el crono: en teoría, sus hermanos y Ana deberían haberse puesto en camino hacía ya veinte minutos. Quizás resultase un poco despiadado el mero hecho de planteárselo teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraba Armin, pero empezaban a retrasarse demasiado. Ya fuese con o sin él, tenían que partir ya.

—Así es: sigue en nuestro poder. No obstante, no descarto que vuelva a haber algún ataque pronto. Creemos que el enemigo no es humano.

—Estamos de acuerdo. Veryn le acertó varios tiros y ni tan siquiera se inmutó. Además, al parecer se deshizo en humo, o algo por el estilo. No lo vi con mis propios ojos, pero tu hermano parece bastante impactado. Estamos analizando la sustancia que cubre el cielo: a simple vista parece humo, pero ya te digo que no lo es. Te recomiendo que uséis protección: puede que se trate de algún tipo de arma biológica.

—Lo tendré en cuenta —Orwayn endureció la expresión—. Mi idea es continuar el viaje con ella de inmediato. Armin y Veressa no pueden seguir.

A pesar del diminuto tamaño de la imagen, el joven pudo ver como la mujer abría ampliamente los ojos, sorprendida ante la noticia. Si bien había imaginado que Armin había acabado magullado del enfrentamiento con su perseguidor, en ningún momento se había llegado a imaginar la posibilidad de que no pudiese seguir el viaje.

Negó nerviosamente con la cabeza.

—¿Qué ha pasado, Orwayn? ¿Está Armin bien?

—No puede seguir —respondió con sencillez—. Necesitaría hablar con Veryn, ¿te importaría...?

—Oye, Orwayn —interrumpió Cat con brusquedad, alzando el tono de voz. Empezaron a chispearle los ojos—, no pienso avisar a Veryn hasta que no me digas qué demonios le ha pasado a tu hermano así que empieza a hablar ahora mismo.

Dewinter puso los ojos en blanco. Si bien era cierto que Cat era bastante mejor que la mayoría de mujeres que conocía, su condición de fémina le otorgaba unos rasgos característicos que le costaba soportar. Su necesidad de meter las narices donde nadie la llamaba lo ponía enfermo, aunque no tanto como cuando, por decisión unilateral, empezaba a tratarles como si fuesen sus hijos. ¿Quién demonios se creía que era aquella mujer para tratarles y hablarles de aquel modo? ¡Ni tan siquiera a su padre le permitía según qué licencias! O al menos así quería pensar, claro.

A veces se preguntaba en qué habría estado pensando su hermano al elegirla como compañera.

Se obligó a sí mismo a coger aire. Varios años atrás había hecho un trato con Veryn por el cual el pequeño estaba obligado a aceptar y a tratar con respeto a Cat por lo que no tenía más remedio que intentar controlarse. Obviamente no lo hacía por gusto: si por él fuera, los Dewinter únicamente se relacionarían con los miembros del clan, nada más, pero teniendo en cuenta lo que había sacado a cambio, valía la pena el esfuerzo

—Le han tenido que amputar la pierna, ¿contenta?

Cat parpadeó con incredulidad, repentinamente pálida, horrorizada, pero no dijo palabra. Simplemente permaneció unos instantes en silencio, sin saber qué decir. Los accidentes ocurrían, era evidente, y más teniendo en cuenta su profesión, pero no lo esperaba.

La mujer apretó los puños con fuerza. Los ojos amenazaban con empezar a verter lágrimas, pero se negaba a hacerlo delante de Orwayn. Conseguir su respeto era demasiado complicado como para jugársela.

—Parece que la suerte no está de nuestro lado —dijo finalmente—. Aquí las cosas tampoco están bien. Se ha quemado prácticamente toda la granja: apenas hemos podido salvar a ningún caballo. Algunos lograron escapar, pero casi todos han muerto o han quedado tan heridos que hemos tenido que sacrificarlos. Veryn está enterrando los restos. Ha sido un desastre.

Orwayn entrecerró los ojos a modo de respuesta, furibundo. No deseaba mostrarlo abiertamente, pero aunque él no tuviese el más mínimo aprecio por los caballos, le dolía lo ocurrido. No por los animales, desde luego, pero sí por el insulto que aquello significaba.

Respiró profundamente.

—Vienen a mi casa, arrasan cuanto encuentran, atacan a mis dos hermanos y a uno lo dejan inválido... —Chasqueó la lengua—. Esto se ha convertido en algo demasiado personal como para pasarlo por alto. Voy a matarlos uno a uno: del primero al último, te lo juro. En cuanto los coja van a suplicar que los mate.

Cat asintió levemente con la cabeza, comprensiva. Teniendo en cuenta el mal carácter de Orwayn y las circunstancias, que soltase unas cuantas maldiciones y amenazas era lo de menos. Es más, era de agradecer. Ahora que él era el que iba a tomar el mando de la operación le necesitaban con la cabeza serena.

Cogió el holotransmisor y se alejó unos cuantos metros más. Veryn y Robert estaban demasiado ocupados como para interesarse en la conversación, pero prefería no arriesgarse.

—Eh, Orwayn, creo que ni a los tuyos les va a servir de nada saber lo que ha sucedido en la granja, ni a Veryn lo que le ha pasado a Armin, ¿no te parece?

—Estoy de acuerdo.

—Mantengámoslo en secreto, ¿de acuerdo? Tú sigue con la prisionera: sácala lo antes posible de allí y viaja a Mimir. Nosotros os alcanzaremos en cuanto podamos. Contactaré con tu padre: creo que lo mejor que podría pasarles a Veressa y a Armin es que alguno de los nuestros fuese a recogerles. ¿Crees que podrían aguantar al menos un día más en el hotel?

Orwayn volvió la vista hacia el lejano edificio. Sin lugar a dudas las instalaciones eran mejorables en todos los sentidos, pero era un buen lugar en el que esconderse. La discreción de su personal y la complejidad de su localización lo convertían en un sitio perfecto en el que perderse en temporada baja.

—Podrán: Veressa dice que está estable. Al parecer lo han envenenado: os enviaré una muestra para que la analicéis lo antes posible. Tuvo que amputarle la pierna antes de que la toxina se extendiese por todo el cuerpo.

—¿Ha encontrado algún antídoto?

—No, pero lograron pararlo con uno de esos juguetes que nos prestó el Conde. Larkin se lo hizo antes de venir a buscarnos. En total habrá pasado dos horas con esa basura en la sangre, no más. Vessa dice que es poco tiempo.

Cat frunció el ceño. Veressa podía engañar a Orwayn, el cual no sabía prácticamente nada de medicina, pero no a ella. Un torniquete bien hecho podría haber ayudado notablemente a Armin, y más en caso de haber sido atendido rápidamente. Sin embargo, teniendo en cuenta el tiempo que habían tardado en atenderle y que la persona que lo había hecho no era precisamente una profesional, Cat no podía evitar tener ciertas dudas respecto a su veredicto final. Lamentablemente, desde la distancia no podía hacer mucho más aparte de preocuparse por lo que prefirió no decir nada. Al igual que lo que ella pretendía hacer con Veryn, era probable que Vessa hubiese decidido ocultar la verdad para proteger al pequeño de los Dewinter.

—Eso es bueno —respondió con brevedad, tratando así de cortar el tema de raíz—. De todos modos, envíanos la muestra lo antes posible, y antes de irte con Larkin asegúrate que alguno de sus terminales está activo. Necesito poder comunicarme con ellos.

—Lo haré.

—El plan sigue adelante entonces... —La mujer hizo una breve pausa para coger aire. A pesar de todo lo ocurrido y las tristes noticias recibidas, le alegraba enormemente saber que, al menos por el momento, todos estaban vivos—. Nos vemos pronto, Orwayn. Cuídate. El éxito está en el sigilo: no dejes que os localicen.

—Cuenta con ello. Nos vemos.

Ana lo encontró pocos minutos después, con el holotransmisor ya guardado en el bolsillo y con la pistola apuntándole directamente a la cara. A pesar de haber intentado ser especialmente sigilosa, era evidente que había hecho más ruido del esperado. Por suerte, Orwayn parecía haberla reconocido y no disparó. No obstante, incluso así, la joven se detuvo en seco bajo el resguardo de un altísimo pino y alzó las manos inocentemente.

Al otro lado del claro los ojos grises del joven chispearon.

—Soy yo.

—Ya sé que eres tú —respondió Orwayn tajante, sin desviar el arma—. ¿Qué quieres?

Ana bajó las manos, pero no abandonó su posición. Mantuvo la mirada fija en el cañón de la pistola durante unos segundos, a la espera de que la retirase, pero ante su decidió ignorar el arma y avanzó.

De los cuatro hermanos, Orwayn era el más conflictivo de todos. A pesar de su juventud, pues no superaba los veinte años, era innegable que el carácter explosivo del menor de los Dewinter era un auténtico problema a la hora de relacionarse con él. Y es que, aunque ni Veressa ni Armin fuesen especialmente agradables o cercanos, resultaba muchísimo más fácil hablar con ellos que con él. ¿Y qué decir de Veryn o Robert? En ellos había encontrado cordialidad y amabilidad desde el primer momento. Con Orwayn, sin embargo, las cosas eran totalmente distintas, y muestra de ello era el modo en el que sus ojos se encendían furibundos cada vez que se acercaba a él. Ana no entendía el motivo, pero tenía la sensación de que el joven sentía odio hacia ella, y en cierto modo no se equivocaba. Por suerte o por desgracia, Ana jamás sabría qué término era el más adecuado para Orwayn; ni era la primera persona que despertaba aquel sentimiento en él, ni sería la última.

Ana se acercó al tocón que anteriormente su compañero había utilizado a modo de mesa para dejar el holotransmisor y tomó asiento. Hacía un par de horas que la nevada había aflojado, pero aún tardaría unas cuantas horas más en llegar a su fin. Era una lástima que la temperatura apenas variase con el cambio; en momentos como aquel, un poco de calor no les iría nada mal.

—¿Qué quieres? —insistió Orwayn aún arma en mano. El joven giró la pistola ágilmente, como si de un aro se tratase, hasta acabar enfundándola en el interior de la chaqueta, seguramente en una sobaquera—. Deberías ir haciendo la mochila: nos vamos en un par de horas.

—¿Nos vamos? —Ana arqueó las cejas—. Dudo mucho que tu hermano esté para viajar.

—Eso no es asunto tuyo, guapa.

Orwayn cruzó los brazos sobre el pecho, adquiriendo una expresión severa que, en cualquier otra ocasión, seguramente habría logrado hacerla enmudecer. De hecho, probablemente la habría intimidado. En aquel entonces, sin embargo, después de lo vivido, no logró impresionarla. Al contrario.

—Por supuesto que es asunto mío —respondió Ana con sencillez, totalmente segura de sí misma—. No viajo contigo: viajo con ellos.

—Las cosas han cambiado, guapa. ¿Es necesario que te explique por qué? —Orwayn entrecerró los ojos, fulminante—. Espero que no; de lo contrario solo tienes que entrar a la celda de mi hermano y levantar la sábana para obtener tu respuesta. ¿Te vale?

Ana apartó la mirada, molesta ante la acusación. Si bien era innegable que Armin había acabado así por su culpa, también tenían que admitir que, sin su colaboración, a aquellas alturas tendrían un hermano menos. Después de todo, ¿acaso no podría haber decidido seguir huyendo en vez de volver a ayudarle?

Frunció el ceño. El mero hecho de pensar en la posibilidad de haber seguido adelante y haber dejado a Armin tirado en la nieve en manos de aquel monstruo la ponía enferma.

—Preferiría no separarme de ellos.

—Y yo preferiría no haber salido de la granja, te lo aseguro, y menos para hacerte de niñera. No obstante, la vida es dura, guapa, y esto es lo que hay. Te lo creas o no, a mí me hace la misma gracia que a ti tener que viajar juntos, pero las órdenes son órdenes. Una vez te deje en esa isla volveré a por ellos.

—¿Veryn estará ya allí?

Orwayn se encogió de hombros. Imaginaba que sí, pero era plenamente consciente de que, en caso afirmativo, únicamente sería por unos segundos. Conociendo a su hermano mayor y su necesidad de acapararlo absolutamente todo, era de suponer que, tan pronto supiese lo ocurrido, sería el primero en ir en busca de Armin y Veressa. De hecho, era probable que se enfadase con él por habérselo ocultado. Para Veryn, al igual que para Vessa y Armin, la familia era lo primero. Para su padre y para él, sin embargo, la prioridad era otra bastante diferente.

—Puede, pero no te hagas muchas ilusiones: no va solo.

—Me dijo que iba con una tal Cat. —Hizo una breve pausa—. ¿Es su esposa?

—Ni lo sé, ni me importa. —Orwayn se encogió de hombros—. Veryn vive su vida, yo la mía, y tú deberías hacer lo mismo: por tu propio bien, no metas las narices donde nadie te llama. Estás muy lejos de tu castillo, no lo olvides.

—¿Me amenazas?

Orwayn ensanchó la sonrisa ampliamente, con malicia, como una hiena. A diferencia de sus hermanos, el joven parecía estar disfrutando de la situación. Obviamente no de lo ocurrido a su hermano, pero sí de la posición de superioridad en que aquello le dejaba frente a Ana. Ahora que ni Vessa, ni Armin, ni Veryn iban a estar allí para poder vigilarle, Orwayn parecía dispuesto a pasárselo en grande, y sabía perfectamente cómo hacerlo.

—Te aviso, nada más, guapa. Por cierto, aún no me has dicho a qué has venido. ¿Quieres algo o no? No tengo todo el día.

—Sí, venía a por algo.

Ana se puso en pie y se acercó a él con decisión, irritada. Ya a un par de metros de distancia, no más, extendió la mano con la palma hacia arriba y alzó la vista. Quería acabar con aquello cuanto antes. Orwayn, por su parte, fingió no entender el gesto. El significado era claro, al igual que su posición al respecto, pero sentía curiosidad por ver qué razones le daba.

—¿Compruebas si nieva o me pides dinero? —Dejó escapar una carcajada irónica—. Aún es un poco pronto para que empieces a vagabundear, ¿no te parece?

—Eres aún menos gracioso que tus hermanos, Orwayn —respondió Ana en tono gélido, molesta, ofendida: harta. A continuación, señaló su pecho con el mentón—. Sabes perfectamente lo que quiero.

—Ilumíname.

Ana lanzó un suspiro. El mal carácter del joven empezaba a sacarla de quicio.

—Quiero una maldita pistola, imbécil —dijo al fin—. ¿Es que acaso tengo que decírtelo todo? ¡Una pistola!

—Una pistola, ¿eh? —Dewinter sacudió la cabeza—. Anda, no me hagas reír, guap...

—Como vuelvas a llamarme guapa te juro que vas a tener un problema serio conmigo —advirtió, ya visiblemente furiosa—. Te he pasado por alto el bofetón que me diste esta madrugada por razones obvias, pero esto sí que no te lo admito. Mi petición es simple: dame una maldita pistola, punto. No quiero nada más de ti: solo eso.

—El bofetón te lo has ganado a pulso —respondió Orwayn con brusquedad, molesto ante la acusación. Borró la sonrisa—. Además, deberías darme las gracias porque solo haya sido eso. ¿Acaso no eres consciente de lo que le has hecho a mi hermano?

Aquel último comentario fue la gota que colmó el vaso. Ana dio un paso al frente, acercándose así peligrosamente a su rostro. A pesar de ser más joven, Orwayn era más alto y más voluminoso que ella, pero a aquellas alturas ya no le importaba. La mujer estaba ya tan harta de su comportamiento y sus modales que, llegados a aquel punto, los músculos eran lo de menos.

—Por supuesto que sí —exclamó a voz en grito—. ¡Le he salvado la vida! ¡Si no hubiese vuelto a por él a estas horas estaría muerto, así que cierra la boca de una vez y dame un arma! ¡Me la he ganado a pulso!

—¿Un arma? —La salida de tono de Ana logró devolver el buen humor a Orwayn, el cual, repentinamente animado, ensanchó la sonrisa—. ¿Y por qué demonios iba a darte un arma a ti, Larks? Porque Larks sí que puedo llamarte, ¿no? ¿O me voy a meter en un problema por hacerlo, Larks? —Desenfundó el arma y la plantó ante sus ojos, a modo de reto—. Vamos, escupe: es tu gran momento. ¿Quieres un arma? Dame un buen motivo y te la daré.

Ana lanzó un fugaz vistazo al arma antes de volver a fijar la vista en los ojos del muchacho. Por alguna extraña razón, al igual que le había sucedido a él, el enfado se había transformado en diversión. Pero no una diversión sana: era una diversión perversa y retorcida que, en lo más profundo de su ser, le encantaba.

No pudo evitar que los labios se le curvasen en una media sonrisa.

En el fondo, le gustaba que la retasen. Le gustaba que la pusieran a prueba y que la obligasen a sacar su valentía; que la ayudasen a abrir los ojos de una vez por todas, y, desde luego, aquel era el mejor modo de hacerlo.

Y por supuesto le gustaba lo de Larks; aquel sí que era un buen nombre.

—Fácil —respondió al fin con soberbia, orgullosa—. De todos, yo soy la única que ha logrado matar al tipo que me perseguía. —Extendió la mano hacia el arma—. ¿Te parece un buen motivo?

Orwayn giró el arma con destreza sobre la planta de la mano y se la ofreció por la empuñadura a modo de respuesta. De todos los motivos posibles aquel era, sin lugar a dudas, el mejor de todos.



Casi una hora después, ya preparados para iniciar su viaje en solitario, Ana y Orwayn se reunieron en la parte trasera del raxor para dejar sus mochilas. El vehículo con el que el joven había acudido a su encuentro era mayor y más potente, pero carecía de la velocidad del deportivo de Veressa. Así pues, muy a su pesar, no había tenido más remedio que desprenderse temporalmente de él.

Dejaron las mochilas en el maletero y se encaminaron de regreso a la celda donde Veressa les aguardaba junto a la puerta, de nuevo con un cigarro en la mano. La joven había demostrado abiertamente su interés por seguir el viaje lo antes posible, pero era consciente de que las condiciones no se lo permitían. Así pues, hasta que Armin no mejorase, permanecerían en el hotel, a la espera de los refuerzos que Cat había prometido enviarles.

Orwayn se despidió de ella con una fría palmada en el hombro.

—Recuerda cambiar la franja de frecuencia del holotransmisor, ¿de acuerdo? Estaremos en contacto.

—Nos uniremos a vosotros lo antes posible, palabra —respondió ella. Volvió la mirada hacia Ana, la cual había quedado en un segundo plano, e hizo un ademán con la cabeza—. Ten cuidado, por favor: que el sacrificio de mi hermano no haya sido en vano.

—Tendré los ojos bien abiertos —dijo Ana. Volvió la mirada hacia el interior de la celda momentáneamente—. Cuida de él.

—Dalo por hecho; —Le dedicó una fría sonrisa carente de humor—. Se pondrá bien. Con lo cabezón que es no creo que tarde mucho más en despertar.

—Más le vale. —Orwayn sacudió la cabeza—. Esto empieza a alargarse demasiado: me hubiese gustado decirle lo estúpido e inútil que es antes de irme. En fin, nos vemos pronto, herman...

—¿Nos vemos pronto? —dijo de repente una familiar, aunque debilitada voz, interrumpiendo así la despedida—. ¿De qué demonios hablas, enano...?

Los tres volvieron la vista atrás instintivamente, hacia la celda, sobresaltados ante la inesperada interrupción, pero comprendieron de inmediato lo que estaba sucediendo. Obviamente, no iba a dejarles escapar tan fácilmente.

Se hizo el silencio.

—Si tienes algo que decirme... dímelo a la cara, maldito imbécil... pero no huyas. Nadie se va a ir de aquí sin mí.

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