10- Tiempo
Estábamos en el hospital esperando respuesta. Nadie nos decía nada.
Aproveché para ir al baño, pero el cercano estaba fuera de servicio, así que tuve que buscar un sanitario en otra área. Apenas crucé el umbral las luces empezaron a parpadear, pensé que era por lo viejo del edificio así que no puse más atención.
Encontré el baño, me lavé la cara, las manos y luego me dispuse a orinar, escuché la puerta abrirse pero no volteé, estaba ocupado. Cuándo terminé me di la vuelta solo para comprobar que nadie estaba dentro, solo yo. Empecé a sentir miedo, me apresuré a lavarme las manos mientras en mi mente me repetía que el ruido de la puerta era mi imaginación. Sentía a alguien tras de mí, levanté la vista y sí, había alguien tras de mí, pude ver a Elizabeth en el reflejo del espejo. Me quedé petrificado, la imagen no se iba, hasta se reía y podía escucharla.
Iba a salir cuando me di cuenta que no solo era un reflejo, estaba parada a escasos centímetros. El olor a polvo que desprendió de pronto empezó a dificultarme la respiración. El miedo se apoderó por completo de mí cuando me mostró su blancos dientes en una tétrica sonrisa.
—Soy mucho más que un delirio —aseguró. Su voz hizo eco en el baño y yo empecé a gritar sin dejar de verla. Salí corriendo sin ver atrás y con la seguridad de que ella me seguía.
—¡No corras aquí! —me reprendió un guardia de seguridad.
—Lo siento... Yo... Perdón. —Él me miró extrañado. Empecé a ver a todas partes y lo único raro que había fue mi actitud.
Regresé con mi madre, me senté a su lado.
—¿Qué tienes? Estás muy pálido —observó con algo de incertidumbre.
—¿Yo? No, nada —balbucee. Mamá solo asintió.
Iba a caer la noche cuando una trabajadora social nos avisó que Dalia había despertado alrededor de las tres de la tarde... Eso fue cuando yo estaba en el baño. Aunque delicada, estaba estable y pronto saldría de eso.
Dalia tendría unos días internada para monitorear sus signos vitales y reacciones, pero al darle el alta teníamos que llevarla al centro psiquiátrico por atentar contra su vida. El pronóstico no era nada bueno, había perdido habilidad motriz y los médicos aseguraron que no podía hablar bien. Si en dos semanas no se recuperaba de eso probablemente no lo hiciera jamás.
Estábamos tan deprimidos como cansados, tuvimos que faltar a trabajar y nos descontarían esos días. Habíamos empezamos a tomar dinero de los ahorros.
Eran las tres de la tarde y el segundo día que Dalia estaría hospitalizada, llegó la hora de visita aunque para nosotros era una hora como cualquiera porque mi madre y yo nos turnabamos para cuidarla.
Derryl entró con su familia, no le dije nada porque era evidente su preocupación y aparte por ser menor de edad tendría que entrar acompañado de un adulto. Gerardo entró con él, mientras Denisse y Alisson se quedaron afuera. Pasando unos minutos madre e hija se acercaron con una bolsa de plástico, nos saludaron con incomodidad, nos dejaron la bolsa y se fueron sin más. Era comida, en realidad no habíamos cenado la noche anterior, ni desayunado, así que ese pequeño acto nos hizo cambiar de parecer en cuanto a ellas.
Gerardo y Derryl se quedaron la media hora dentro, luego yo entré mientras mamá comía.
—¿Cómo te sientes después de esa visita? —le pregunté a Dalia.
—Bien, Derryl es... un gran chico —pronunció con lentitud.
—Sí. Me refería a Gerardo —aclaré, Dalia me miró con inquietud.
—No vino, Derryl me dijo que lo dejaron pasar solo y que su padre no pudo venir —sonreí de mala gana y me quedé sentado en silencio, pero por dentro maldecía al hijo de puta que ni siquiera se esforzaba por saludar a su hija.
Le llevaron la comida a mi hermana, tuve que ayudarla porque sostener la cuchara y llevar la comida a la boca se había vuelto un reto para ella.
—¿Por qué hiciste esa estupidez, Dalia? Estás arruinándote sola —reprendí. No podía evitar llorar al verla así, al ver que no podía ni comer. Pero ella ni siquiera me miró.
—Estoy segura que yo no lo hice, Leonardo... Solo recuerdo que me quedé dormida en el sillón viendo una película. —Su hablar era perezoso, quería enojarme con ella, llamarla mentirosa, pero sabía que Elizabeth era real e intentaba reclamar el alma de mi hermana. No iba a permitírselo.
Era una locura. Algo que solo mi hermana y yo podíamos entender; si se lo contáramos a alguien nos dirían locos a los dos y nos encerrarían en un manicomio.
Dalia pasó una semana en el hospital, fue la semana más difícil para nosotros. Gerardo y Derryl fueron varias veces a llevarnos comida, incluso el hombre se animó a ver a Dalia, aunque a ella no le alegró mucho aquella visita incómoda.
El día del alta de Dalia llegué demasiado temprano, me senté afuera del hospital y por si fuera poco vi a Claudia de lejos, estaba yendo a sus últimas revisiones antes del parto.
Mi hermana fue dada de alta en la tarde, no quisimos llevarla al centro psiquiátrico mejor fuimos a casa a descansar. Mi madre estaba demasiado deprimida para decir algo.
Llegando a casa lo primero que mi hermana notó es que las perillas de la estufa ya no estaban, mamá las había quitado y guardado bajo llave junto a los cuchillos y productos de limpieza. Cenamos en silencio, había un aura de tristeza difícil de romper. Cada quien se fue a dormir antes de las ocho de la noche.
Me desperté de golpe, me senté para darme cuenta que no estaba en mi habitación. La cama tenía una cobija blanca con flores moradas, cojines de diferentes colores y formas. Había un ventanal a mi derecha que dejaba pasar demasiada luz, intenté cubrir mi rostro y volteé hacia una esquina de la habitación, había una chica ahí dándome la espalda: Mariana.
Ella estaba intentando colgar la cuerda en un punto alto de su ropero.
—¡No! No hagas eso… —ordené. Ella se detuvo, pero no volteó. Di unos pasos para quedar a centímetros de ella.
—¿No hacer qué, Leonardo?
—Sabes perfectamente a que me refiero. No puedes quitarte la vida —dije. Sentía la boca seca, tanto que hasta la garganta me molestaba.
—¿Quitarme la vida? Pero si yo estoy muerta —aseguró dando la vuelta. Su rostro estaba cayéndose a pedazos, tenía las pupilas blancas, gusanos se asomaban de entre su carne y un olor a podrido que me hizo querer vomitar se instaló en el lugar.
Cerré los ojos con mucha fuerza y cuando los abrí estaba en mi habitación de nuevo, pero no estaba solo: Había aproximadamente veinte personas allí rodeándome, observándome, alimentándose de mi.
Hombres, mujeres, sombras y hasta animales. Algunos con los ojos vacíos, otros mutilados; sangrando, con huesos y órganos expuestos. No sabía qué eran o quienes, pero sabía que todos estaban muertos. Tenía mucho miedo, quería gritar mas no podía, tampoco podía moverme, estaba totalmente paralizado frente a esas cosas.
De pronto la pantalla de mi celular se encendió, la alarma comenzó a sonar junto una voz femenina casi robótica:
—Son las tres de la mañana y te vas a morir.
Junto a la voz que mi teléfono emitía, se fueron sumando más a aquella extraña advertencia:
—¡Son las tres de la mañana y te vas a morir! —repetían a coro. Primero calmadamente, luego con más fuerza, al final con gritos llenos de dolor, como si fuesen animales torturados. Diferentes voces, tonos, berridos, todos taladrándome los oídos.
Comencé a negar con la cabeza intentando mover mi cuerpo. El miedo y la impotencia me estaban volviendo loco, sentía mi corazón tan acelerado que pensé que iba a morir. Pero de pronto todo fue silencio, todos se quedaron callados. La capacidad de moverme volvió a mí, salí huyendo mientras sentía que aquellas cosas me observaban. Entré a casa, paré cuando encontré a Dalia sentada en el sillón y una paz me inundó, como si nada hubiera pasado.
—Dalia, no esperaba…
—¿Pesadillas otra vez? —interrumpió.
—Sí. ¿Cómo lo sabes? —De nuevo empecé a sentir mucho miedo. Mi hermana me miró fijamente, no había expresión en su rostro.
—Porque te vas a morir. Todos tenemos que morir… Son las tres de la mañana y tú vas a morir —dijo con el mismo eco de las voces que acaba escuchar en mi habitación.
Me desperté de golpe. No había nada en mi habitación, pero el miedo se había instalado en mis entrañas, me sentía desprotegido, vacío, incluso enfermo. Tanto terror tenía que quería vomitar.
Me levanté al baño, estaba temblando y apenas podía caminar. Escuchaba ruidos tras de mí. La paranoia me hacía tambalear y ser más errante que nunca.
Era de madrugada y de pronto clima se sentía muy frío, me quedé arrodillado frente al excusado sintiéndome tan solo y pensando que la idea de estar muerto no era tan lejana, ni tan mala. Nadie puede vivir así.
Al siguiente día decidimos llevar a Dalia al hospital psiquiátrico, se quedaría ahí dos semanas y aunque era un tiempo largo era lo mejor, no podíamos cuidarla debidamente. Yo estaba más distraído y cansado que antes, mi madre apenas asomaba la cabeza por la puerta después de trabajar, parecía estar muy deprimida.
Dejé de trabajar por las mañanas y me cambié al turno vespertino. Mi sueño empezó a verse afectado por el insomnio, me costaba dormir.
Un miércoles me desperté casi a medio día, me sentía muy cansado a pesar de dormir tantas horas. Me encontré a mi madre tomando las medidas de la puerta de Dalia.
—¿Qué haces? —le pregunté extrañado.
—Vi una puerta en venta cerca del mini super...
—Pero la de Dalia está en perfecto estado, ¿por qué la vas a cambiar? —Mi madre me miró con pena, no sabía como explicarme.
—Yo... pensé que…
—No. No lo digas, ni siquiera lo pienses. Mamá, no puedes hacerlo —increpé. Una mezcla de sentimientos de acumuló de pronto.
—Tú viste lo que pasó, no te tengo que explicar qué hubiera pasado si no hubieras llegado a tiempo. Podríamos hasta estar en la calle en este momento. Dalia necesita cuidados.
—Cuidados. Una cosa es cuidarla otra muy aparte es encerrarla en una habitación cual bestia. —Mamá empezó a llorar.
—Es la única manera para evitar que se siga lastimando sola, ponga en peligro su vida y la de los demás. Le haremos un baño y su puerta la mandaremos a adaptar con una ventana con barrotes para así poder pasarle su comida, ropa, libros…
—¡¿Te estas escuchando? Hablamos de mi hermana, de tu hija. No puedo creer que siquiera lo consideres! —exclamé con un nudo en la garganta.
—Solo será cuando estemos fuera de casa, ¿creés que no me duele? La amo demasiado, es mi razón de vivir, no quiero perderla, Leonardo. No podré vivir sin ella... pero es terrible ver que no mejora nada, que cada medicamento que le doy es perdida de tiempo, que sigue empeorando; que ya no quiere vivir.
»Me siento impotente, soy su madre y estoy fallando en todo, no estoy dispuesta a dejar que se haga más daño. La trabajadora social me dijo que Dalia tiene las piernas llenas de cortes. Yo lo vi, es demasiado... No puedo más. —Mamá se dejó caer al piso mientras lloraba, me dolía mucho verla y por supuesto entendía.
Intenté ser fuerte para hacerla sentir mejor, pero no lo logré. Nada nos estaba saliendo bien. La sola idea de que Dalia no estuviera a mi lado me rompía el corazón, pero el hecho de que viviera prisionera en su propia casa me atormentaba.
Al día siguiente acompañé a mi madre a comprar la dichosa puerta.
En realidad el tema del gas fue preocupante incluso para los vecinos, pero no por nosotros, sino por sus pertenencias. Si la casa hubiese explotado hubiera dañado la de ellos. Entonces una mujer que vivía cerca fue a hablar con mi madre sobre el tema de dejar a Dalia en el psiquiátrico "para que estuviera mejor". Odié a esa señora, seguro si se enteraba de que mi madre pensaba dejar a Dalia encerrada en su propia habitación le diría inhumana y desaprobaría eso esparciendo chismes por doquier, por eso en cuanto tuvimos la oportunidad la sacamos de casa de forma amable e hipócrita.
Mandamos a adaptar la puerta de la manera en que mamá pensó mejor, aunque estuviera en contra de la idea era por desgracia la opción más viable, pero aún había que hacer un nuevo baño y eso requería más dinero.
Estábamos estresados, cansados y demolidos por dentro. Llegaba del trabajo directo a dormir y ni eso podía hacer, escuchaba ruidos como si alguien arañase el cristal de la ventana y la puerta. A veces oía como alguien se arrastraba en el piso de la habitación e incluso decían mi nombre. Mi vida se había vuelto un infierno no solo dentro de casa sino fuera también. En el trabajo empezaron a apodarme “El embrujado"; donde yo estuviera sucedían cosas inexplicables, se abrían puertas, se caían objetos, incluso muebles se movían y no solo yo podía percibirlo. Los vídeos de lo sucedido eran vistos por mis compañeros una y otra vez, no se hablaba de otra cosa. Aunque intentaba verme tranquilo la realidad era que estaba perdiendo la cabeza, me sentía inestable, harto y con mucho miedo.
Saber que Dalia había pasado por todo eso sola, me hacía sentir la persona más inútil de todas y me hacía admirar la fuerza de mi hermana por soportar tantos meses, entendía el hecho de querer rendirse, pero no iba a permitirlo. Yo quería ayudarla, aunque en realidad cada vez era menos la esperanza porque empezaba a sucederme lo mismo que a ella. Estábamos cayendo en espiral y contárselo a alguien era arruinarle la vida.
Las dos semanas pasaron, mi hermana regresó a casa y al ver su nueva puerta el mundo se le fue encima. Era algo que haríamos sin su consentimiento, por supuesto que no estaba dispuesta a dormir así, ni siquiera tenía privacidad ya que había una especie de ventana que dejaba ver toda su habitación. No podía concebir una vida sin salir del mismo lugar. Hubo una gran pelea esa tarde, no quedamos en nada y Dalia se negó a dormir en su cuarto mientras la puerta no fuese cambiada así que llegamos a un acuerdo, ella dormiría en mi cuarto y yo en el de ella.
Pensé que sería cosa fácil pero fue una noche que parecía interminable. Podría jurar que desde el espejo me hablaban diversas voces, pedían ayuda, me pedían que las liberara. Por si eso fuera poco la madera de la cama crujía como si alguien la arañara desde abajo.
Estaba aterrado, quería pensar que todo era mi imaginación, que era por el estrés, pero no podía aceptar que aquellas voces tan reales solo estaban en mi cabeza. Luego las voces se convirtieron en gritos, los gritos en llanto acompañado de rasguños al espejo. Me armé de valor y cuando por fin me dispuse a verme en el, quedé aterrado: Mi reflejo no estaba, en cambio había muchos rostros desconocidos. Caras cansadas, suplicantes, tristes, enfermas.
No pude más, me eché a llorar en un rincón de la habitación cuando vi que Elizabeth se arrastraba para salir de bajo de la cama. Con solo ver sus manos y el rastro de sangre que estas dejaban quise desmayarme.
Corrí al baño para encontrarme la regadera abierta. Todo estaba lleno de vapor y al intentar cerrar la llave, el agua era tan caliente que me quemó la mano. Me senté en el piso temblando, no sabía que pasaba, quería huir solamente, y de nuevo ese ruido inconfundible del golpeteo al cristal que otra vez venía del espejo. Quise ignorarlo y no pude, se hacía más fuerte cada vez al punto de que este se sacudía colgado en la pared.
Me puse de pie cuando el ruido cesó. El espejo seguía cubierto de vapor haciendo imposible ver algo, pensé en salir hasta que claramente vi como el vapor cedía en ciertos lugares. Había un mensaje:
“El tiempo se acabó”.
Edit realizado por LizAuconi ❤️
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