09- Fuego
Pasaron los días y Derryl seguía visitando a Dalia, incluso mi madre empezaba a asustarse, pero la verdad era que gracias a él los malos ratos de mi hermana eran cada vez menores.
Por mi parte quedé de ver a Roxana en su casa para hablar, ella se había mostrado muy interesada en saber que ocurría entre Claudia y yo.
Llegué puntual, ella me invitó a pasar, iba vestida como si fuese a salir de fiesta.
—¿Te interrumpí? —Esperaba una respuesta afirmativa, me sentía nervioso.
—Oh, no... Así me visto siempre. ¿Cómo estás? —preguntó en un tono meloso. Para guardar distancia me senté en el sillón sin invitación.
—La verdad es que tengo un poco de prisa. —Necesitaba regresar a casa lo más pronto posible, dejar a Dalia con Derryl me causaba congoja.
—Bien, que lastima. ¿Qué quieres saber?
—Claudia está embarazada, ¿lo sabías?
—Sí, desde hace unos meses. Nosotras ya no nos hablamos mucho.
—¿De quién es el hijo? —pregunté inseguro.
—Se llama Franky o bueno así le dicen...
—Ella me dijo que él no lo sabía —Roxana puso cara de sorpresa.
—Seguro que a él ni le interesa. Claudia se estuvo portando como una zorra.
—¿Por qué me dices eso? Se supone que son amigas.
—Porque es la verdad. Yo soy una persona muy sincera, no me guardo nada porque sé ser fiel. Seguro lo único que ella busca es que la mantengas, pero te aconsejo que ya la dejes ir. Tú eres un buen chico. Tienes una casa, auto, te desvives por tu hermana… Por cierto ¿no es contagioso, verdad?
—¿La enfermedad de mi hermana? —cuestioné incrédulo.
—Sí.
—Claro que no, es una enfermedad mental no una sexual. —Roxana sonrió forzosamente.
—Es bueno saberlo y es una lástima que te haya tocado tan mala suerte con una niña como ella. —Se sentó a mi lado, tomó mi mano y siguió hablando—. Necesitas una mujer de verdad, alguien que te entienda, te sea fiel y sepa lo que quiere.
—Sí, eso mismo pienso yo. Gracias por sacarme de la duda —respondí mientras me ponía de pie.
—¿No te quedas un rato más? Tenemos unas horas libres antes de que mi hijo salga de la escuela.
—Pues deberías empezar a hacer algo de comer que seguro llega con hambre —argumenté en broma, pero a ella no le pareció divertido.
—En serio, Leonardo, tú sabes que no me eres indiferente desde que te conozco.
—Lo sé, Roxana, pero una relación es lo último que busco —confesé.
—No te estoy pidiendo nada formal, solo divertirnos un poco, hablar sin problemas, conocernos mejor —prosiguió jugando con las puntas de su negro cabello.
—Lo consideraré, pero tengo que irme ya. Hablaremos después —decía mientras caminaba a la salida. Prácticamente huí de ahí.
Me sentía hastiado, no sabía qué creer y quería estar solo.
Regresé a casa, apenas abrí la puerta y me encontré con Derryl y Dalia comiendo juntos. Me perturbaba el hecho de fueran tan cercanos, así que me quede fingiendo estar interesado en sus pláticas y me senté en medio de los dos. Cuando Derryl se ofreció a lavar los platos Dalia aprovechó para encararme:
—En serio, pierdes tu tiempo. Él se pasa la tarde aquí, si tuviéramos intenciones de hacer «algo» ya hubiera pasado —me reclamó en voz baja.
—No me interesa lo que hacen en su tiempo libre, no me iré hasta que él se vaya —aseguré, Dalia solo asintió con la cabeza.
Pasando una hora llegaron por Derryl y eso me traía una paz increíble.
—De verdad, Dalia. Debes parar eso, si no lo haces le diré a mamá y también a tu padre. —Ella ni siquiera me volteo a ver, estaba viendo la pared como si esta le estuviera diciendo algo muy importante... Y quizá si lo hacía por eso no insistí. Mejor me retiré hasta pasada una hora.
Me acerqué a la habitación de Dalia, le pedí su computadora y ambos buscamos más información sobre «ellos». Tuvimos una lluvia de ideas, pero sin resultados. Estábamos por darnos por vencidos cuando entramos a un foro donde una persona contaba que le sucedía lo mismo que a Dalia y para sorpresa no era el único, había otros cinco usuarios que se veían afectados por esos entes.
«A mí me lo contó mi madre antes de morir, desde que ella no está veo a una chica, dice llamarse Galatea. Me han dicho que es esquizofrenia, pero no les creo, yo sé que esto es real » Escribía un usuario de apodo @Markus77.
«Claro que es real. Son demonios, pensé que Dios podría salvarme de ellos, pero ahora solo espero el momento de ir a su lado a tener mi eterno descanso porque aquí en la tierra los veo hasta dormida». Comentaba @GlendisDeCastro.
«¿Demonios? Yo sigo pensando que son seres de otro planeta que les gusta vernos actuar bajo presión. Están probándonos antes de llegar a conquistar». Escribió el responsable del post.
«Nada de eso. ¿Aliens? ¿Demonios? Es obvio que son fantasmas. Son almas que se quitaron la vida o fueron privadas de ella de maneras horribles, por eso buscan que nosotros acabemos igual y si lo hacemos seremos como ellos». Aseguraba el último comentario, hecho por @Anonimo802.
Los demás comentarios era una pelea por quién tenía razón, pero nada ayudaba. No encontrábamos la manera de escapar de ellos.
En mi descanso Dalia y yo fuimos a casa de la madre de Mariana, le regresamos el cuaderno y hablamos con ella. Mi hermana mostró interés en ver el cuarto de su mejor amiga otra vez, entramos los tres y mientras ellas lloraban yo agarré un viejo diario y lo guardé en mis cosas sin que nadie se diera cuenta. Me sentía mal, pero la tapa del diario era muy parecida a la del cuaderno, quizá las hojas restantes estaban ahí y podría encontrar una solución.
Nos fuimos a casa, íbamos entrando cuando le confesé a Dalia que había robado el diario de Mariana, mi hermana se molestó mucho, pero al final terminamos los dos intentando abrir la tapa del cuaderno.
Lo logramos, las hojas estaban ahí dentro y mejor aún ya estaban traducidas por Mariana. Sin embargo no eran para nada útiles. En ese momento porque no decían cómo deshacerse de ellos, en realidad decían muy poco y eso nos desalentó. Dalia empezó a llorar de desesperación y yo con ella, no pude reprimirme aunque quería ser fuerte, estaba fallando en mi promesa.
El tiempo se agotaba, la vida de mi hermana estaba cada vez más vacía, su sonrisa era algo poco común, su medicación la mantenía atontada y mi madre lloraba cuando sentía que nadie la estaba viendo. Todos nos consumiamos.
El desánimo nos llevó a dormir apenas se ocultó el sol. Tuve pesadillas con la misma mujer. Estaba sentado y ella frente a mi, seguía sin poder ver su cara:
—Ya ríndete, necesitas dejarte caer... No estarás solo. —Su tono de voz era caritativo y tenía ese eco que lo convertía en aterrador. Incluso en sueños podía sentir como se me erizaba la piel al escucharla.
—No lo haré, no dejaré que dañes a mi hermana. —Una risa estrepitosa salió de ella.
—Tu hermana es más mía que nada, pero me das ternura. Te prometo que no le haré daño, el tiempo se encargara de eso.
—Deja de burlarte, seas lo que seas debe haber una manera de vencerte.
—¿En serio? —Ella se acercó a mí y por fin pude ver su rostro: Era como una muñeca de labios rojos y ojos casi blancos, pómulos afilados, había algo tan tétrico en ella que te hacía temblar. Su piel era blanca, al punto que le daba un aspecto antinatural. Elizabeth estaba muerta.
—¿Qué eres? —le pregunté temblando. Mi voz apenas salió.
—Soy todo a lo que le temes. Soy soledad y locura; desesperación y angustia; dolor, miseria, hambre, muerte, vida y a la vez soy nada. Soy la enfermedad de tu hermana, no tengo cura. —Me desperté de golpe solo para descubrir que estaba temblando y me había orinado encima cual niño.
Me sentía muy asustado, avergonzado conmigo mismo. Intentaba convencerme de que solo había sido un sueño. Cambié las sábanas antes de que alguien se despertara y me fui a trabajar muy temprano, estar en casa era terrible para mí.
Durante el trayecto no deje de sentir miedo, llegué una hora antes al trabajo, ni siquiera habían abierto. Me senté a esperar, sentía que desde dentro del local alguien me miraba a través de las enormes ventanas. No quería voltear, tenía miedo de que fuera Elizabeth y podía jurar que algo estaba arañando los cristales trás de mí. El tiempo se acababa y yo solo retrocedía más.
Cuando el encargado llegó, pensó que yo estaba enfermo porque estaba muy pálido, insistió en ello durante todo el turno. Al salir seguía con miedo de ir a casa, me quedé perdiendo el tiempo mientras caminaba sin rumbo. Veía claramente la silueta de Elizabeth entre las personas, escuchaba como se reía de mí.
Llegué a casa agobiado y para no variar Derryl de nuevo estaba ahí, ellos no me oyeron entrar, pero yo me quedé pasmado viendo como se tomaban de las manos y jugueteaban entre ellos.
—Vete ya, niño —ordené sin saludar, el pegó un salto que lo hizo ponerse de pie.
—Leonardo... —musitó mi hermana, estaba muy sorprendida.
—Ahorita hablo contigo —avisé mientras escoltaba a Derryl a la salida.
Ellos se miraron por última vez, el chico estaba a punto de derramar lágrimas. Cerré la puerta tras nosotros y me aseguré de estar parados lejos de ella para que Dalia no escuchara.
—¿Te das cuenta lo que están haciendo? —le enfrenté.
—Yo... Sí —masculló apenas audible.
—Es tu hermana, ni siquiera tendría que repetirte eso. Es antinatural, está prohibido hasta por la ley humana. —Estaba enfadado, pero la cara de Derryl me hacía sentir pena por él.
—Lo se, pero...
—No hay peros, es una locura y no puede ni será. Fin de la discusión, no vuelvas para acá —ordené, pero el chico no se iba.
—No es su culpa, tampoco mía, ¿creés que quería enamorarme de mi propia sangre? Son cosas que no se eligen... Si hubiese sabido de ella desde el principio todo fuese distinto. La conocí como una chica más, no como mi hermana —confesó llorando.
—No busco culpables, pero por Dios... Es como si te enamoraras de Alisson.
—Es totalmente diferente —afirmó él.
—¡¿En qué carajo? ¿Cuál es la diferencia que no logro encontrar?!
—Todo es diferente, Dalia es diferente a todas.
—Es imposible —repetí frotándome el rostro.
—Yo pensaba lo mismo —defendió. Respiré profundo en un intento de calmarme.
—Vete, Derryl. Si regresas le diré a tus padres lo que está pasando y jamás volverás a saber de ella. Sabes cómo es tu familia, no es una advertencia, tomalo como ultimátum. —No esperé respuesta, entré a casa y Dalia ya se había encerrado en su habitación, no tenía ganas de discutir así que hice lo mismo.
Me acosté a dormir demasiado temprano otra vez y me desperté por una fuerte migraña. Bajé a buscar algo para el dolor y encontré a Dalia llorando sola:
—¿Qué pasa? —le pregunté alarmado.
—Solo quiero morirme, Leonardo. Quiero dejar este mundo ya, mi vida es un asco —me confesó.
—Ni siquiera lo pienses. Saldrás de esto. Saldremos de esto.
—Sabes que es mentira, no tenemos nada que pueda ayudarnos. No tienes idea de lo que estar viendo cosas que nadie más puede ver, no tienes idea de lo que es vivir oyendo voces; De despertar y ver tantas caras desconocidas observándote incluso cuando crees estar sola... Ya no puedo más.
—Resiste solo un poco, te prometo que te ayudaré a terminar con eso... Seguiré buscando. —Dalia reprimió el llanto y solo asintió con la cabeza, la abracé para intentar consolarla. Sentía que mi cabeza iba a explotar así que no me quedé mucho. Tomé un par de pastillas y me fui a dormir otra vez antes de que mi madre despertara por el ruido que hacíamos.
De nuevo tuve pesadillas con esa horrible mujer, me decía que no me preocupara más que pronto todo iba a acabar. Otra vez me desperté muy temprano, mi madre estaba igual despierta. Hablamos sobre nuestra semana y lo poco que nos habíamos visto por su trabajo. Querían ascenderla y para eso debía tomar unos cursos después de su turno, era algo cansado, pero tendría un efecto positivo en nuestras vidas.
El trabajo, se había convertido en mi lugar favorito del mundo, era una distracción total, aparte debido a lo mucho que me esmeraba había más propinas y clientes frecuentes que solían decirme: « Que buen muchacho» « Solo vengo aquí por la buena atención, en las otras sucursales son muy pesados» « Me encanta la energía que transmites». Aunque en realidad esforzarme era solo una forma de no pensar en mis problemas.
Me tocó limpiar el baño de empleados, me daba un poco de flojera, pero prefería limpiar ese que el de clientes. Mientras lavaba el piso me resbalé con una bola de papel mojado que estaba tirada, me lastimé la muñeca y hubo que poner un vendaje y ungüento, mi jefe me dejó ir a casa temprano para mi desgracia.
Me sentía fastidiado, iba en el auto cuando de pronto vi por el retrovisor a Elizabeth sonriendo desde el asiento trasero. Frené en seco, por poco provocaba un accidente, los autos detrás de mí empezaron a sonar el claxon e insultarme. Yo estaba en shock, miraba el asiento, recordando lo que Dalia me dijo:
«Cuándo puedas verla será mi fin».
Aceleré lo más que pude, ya estaba cerca de casa. Ni siquiera me molesté en quitar las llaves del auto, me bajé de un salto, apenas abrí la puerta el olor a gas me golpeó con fuerza. Dalia había dejado el horno encendido con la intención de quitarse la vida, ella estaba acostada en el sofá inconsciente. La saqué de la casa, llamé a una ambulancia mientras apagaba el horno y abría las ventanas. Llegó la policía, bomberos, protección civil y hasta la prensa.
Mi hermana fue trasladada al hospital, sus signos vitales eran bajos, pero estaba viva y podría recuperarse... probablemente. La intoxicación por gas podría causarle daño cerebral irreparable.
«Te prometo que no le haré daño. El tiempo se encargará de eso».
Susurraba en mi cabeza la macabra voz de esa cosa.
Dibujo realizado por LizAuconi y muy similar a como me imagino a Elizabeth.
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