06- Tiempo

El lunes Dalia regresó a la escuela, mi madre descansó y yo preferí trabajar mi descanso por tantos permisos que había pedido en los últimos meses.

Al salir de trabajar fui directo a casa, mi hermana ya estaba ahí, hablamos un rato de su día hasta que tocaron la puerta, era Gerardo y su familia.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Dalia muy hostil.

—Quería verte —le dijo su padre—, sé lo que está pasando y quería que supieras que te apoyamos y que somos tu familia. —Su hipocresía me causaba nauseas.

—No necesito nada de ustedes, vete ya —advirtió mi hermana, Gerardo no insitió. Había traído un pastel y solo lo puso en la mesa, pero antes de salir Derryl se presentó.

—Ho-Hola —tartamudeó—, soy Derryl, yo... Yo, yo no sé si me recuerdes, pero una vez me ayudaste. —Dalia lo miró por unos segundos con desaprobación.

—No sé de que hablas, niño. —Derryl se veía muy chico aún, cualquiera lo confundiría con un un niño.

—Sí... Yo había olvidado dinero para las copias que tenía sacar y tú me diste tu dinero... Gracias a ti no tuve que presentar exámen... Solo quería darte las gracias en persona y saber si po-podemos lle-llevarnos bien. —Me desesperaba oírlo tartamudear, en su casa no lo había hecho.

—Sí, solo intenta controlar eso —dijo mi hermana con mala cara, el chico sonrió y todos se fueron. Por fortuna la chica y su madre ni siquiera hablaron, al parecer mi madre las intimidaba.

—Ah, ya me acordé quien es él. Me cayó bien —admitió Dalia una vez que estuvimos a solas.

—Está medio tonto —agregué yo, mi madre rio despacio.

Comimos pastel para romper el hielo, la estábamos pasando bien, pero yo tenía unas preguntas pendientes desde hace semanas. Aproveché que mi madre se había ido a dormir, no quería preocuparla más.

—¿Por qué tapas el espejo de tu cuarto? —Dalia se aclaró la garganta y pensó antes de hablar.

—Leonardo, no veo las cosas como tú... Yo estoy enferma y a veces el espejo es como una ventana al infierno, donde me observan algunas personas, prefiero no verlas así puedo ignorar sus voces más fácil. —No sabía si su respuesta era certera o solo estaba vacilándome, pero por si acaso no volví a preguntar, de solo imaginarlo sentía miedo.

—¿Qué pasó con Claudia? ¿Ustedes volverán? —preguntó atenta a mi expresión.

—No lo creo, ¿por?

—Porque estás aquí.

—Sí, bueno... Hay algo que no te dije... Me regresaré a vivir aquí. —Dalia dejó lo que estaba haciendo y me miró atónita.

—No. No puedes hacer eso, no hay espacio —replicó frustrada, su comentario me dolió.

—Rentaré mi casa y construiré otro cuarto; y lo que digas no me interesa, necesitas a alguien cerca por si algo te llega a suceder. —Se frotó la cabeza con fuerza, luego me miró, no parecía molesta sino desesperada.

—Estás mal, no te quedes aquí, no te involucres —advirtió.

—¿En qué?

—En esto —dijo estirando los brazos—. Yo no tengo salvación.

—¿Por qué? ¿Acaso enfermaré yo también? ¿Es contagioso? ¿Alguien lo elige por mí? —le pregunté, Dalia me miró con mucho miedo.

—¡Ya callate! !Ya callate! ¡Ya callate! —empezó a gritar, intenté calmarla pero ella se encerró en su habitación, estuve pidiéndole que abriera la puerta aunque solo obtuve respuestas negativas.

Pasadas tres horas Dalia salió como si nada hubiese pasado. Se sentó conmigo en el sillón mientras veía la televisión, no quise hacerle ningún comentario sobre lo sucedido porque tenía miedo de otra crisis.

—¿Por qué te separaste de Claudia? —me preguntó de pronto, como si la charla hubiese quedado pendiente.

—Ella me engañó —admití, hubo un silencio incómodo.

—¿Estás seguro?

—Muy seguro, ella fue quien confesó.

—¿No piensas perdonarla?

—No lo sé, ni siquiera sé si ella quiere ser perdonada. Las cosas no iban bien entre nosotros y aunque la quiero no creo poder olvidar eso y seguir...

—Te pregunté por perdonarla no si volverías con ella —me reclamó Dalia con cara de fastidio.

—Uy, lo siento... Bueno, perdonarla sí, pero aún no puedo.

—¿Qué crees que salió mal entre ustedes? —Aunque su curiosidad me incomodaba necesitaba hablar del tema con alguien.

—Fuimos muy rápido y sin planes, quizá. Supongo que ninguno llevaba la vida que deseaba. Cuando mi padre murió y me dejó la casa me fui allá para tener más espacio, Claudia se quedaba a dormir de vez en vez, pero poco a poco fue dejando sus cosas ahí, jamás hablamos de vivir juntos, solo lo hicimos... Teníamos pocos meses saliendo cuando ya éramos como marido y mujer. Ella me apoyaba en la idea de estudiar, pero cuando el dinero se hizo escaso se dio cuenta que ella estaba aportando más, no sé, cambió todo. Se portaba más grosera, estaba de malas la mayor parte del tiempo.

» Pero yo también fallé. Me gustaba salir sin ella, no me gustaba que me hablara al celular para saber de mí, a veces me irritaban hasta sus «Buenos días», detestaba ir a visitar a su familia y eso solo la alejaba más de ellos. Fue algo tóxico por ambas partes —reconocí.

—No me caía bien, siempre fue muy despectiva en su forma de hablar, pero me gustaba que te hiciera feliz... Siento que la odio un poco.

—¿Sí? Ella se quedará a vivir con su amiga en mi casa —solté, Dalia me miró como si le hubiese dicho algo inentendible—. No te preocupes, sí les cobraré... ¿Me acompañas a ir por mis cosas el fin de semana?

—Sí, hace mucho no voy a tu casa. — Nos quedamos viendo una película animada aunque mejor que muchas otras que tienen protagonistas reales.

Pasamos la semana bajo la misma rutina, Dalia iba a la escuela en las mañanas, yo la dejaba en la puerta y de ahí me iba a trabajar. Por las tardes ella se quedaba unas horas en casa sola mientras yo llegaba y mi madre en sus días de descanso se encargaba de consentirnos y hacernos limpiar la casa.

Los vecinos sabían que Dalia necesitaba estar ocupada así que le pedían ayuda en labores pequeñas a cambio de dinero, ya sea limpiando casas, patios, autos o pintando exteriores, las cosas iban bien. Aunque Derryl se había tomado en serio eso se ser amigo de Dalia, cada sábado se reunían en casa y ambos hacían tareas, veían películas o hacían labores domésticas. Por mí estaba bien, aunque era un poco raro verlo tan seguido.

Como yo aún no conseguía el suficiente dinero para hacer mi cuarto, dormía en el cuarto de mi madre, metí mi propia cama, pero el espacio era muy reducido y eso volvía la situación más incómoda.

Dalia hizo sus exámenes y a pesar de no le fue como esperaba seguía siendo de las mejores de su salón, quedó en tercer lugar. Aún le costaba adaptarse, al parecer no tenía amigas ni amigos, solo Derryl se llevaba bien con ella, pero en la escuela hablaban lo menos posible ya que Alisson no quería que nadie se enterara de su parentesco. Esa niña me parecía demasiado nefasta, pero así Dalia no tenía que hablarle y eso era lo mejor, por eso nadie intervenía.

En vacaciones mi hermana consiguió un empleo informal en una tienda de abarrotes, ayudaba a acomodar las cosas, limpieza, abastecer y casi no tenía que tratar con las personas. Parecía avanzar muy bien, de nuevo estábamos recobrando las esperanzas. De vez en vez la veíamos hablar sola en voz baja, pero nos acostumbramos a eso, según el psiquiatra no había nada de que preocuparse.

Aproveché una tarde que mi madre descansó para ir a cobrarle la mensualidad a Claudia, apenas llegué y noté un golpe en la puerta principal. Me quedé un buen rato tocando en la entrada porque nadie salía. Llamé a Claudia y me dijo que trabajaba en la noche que la esperara con el pago y así lo hice. Dos semanas me estuvo dando pretextos y al final cuando fui sin avisar Roxana terminó reclamándome por hacerle pagar el daño a la puerta, empezamos a discutir y ellas prefirieron dejar la casa.

Cuando le entregué el depósito a Claudia platicamos sobre la situación, me dijo que Roxana solía ser muy descuidada, que de cualquier manera ya se estaba cansando de ella, hablamos un poco sobre nuestras vidas y nos despedimos sin más. Claudia se veía menos delgada, supuse que estar lejos de mí le hacía mejor que estar conmigo. No se lo dije, pero la extrañaba mucho.

Dos días después Dalia y yo estábamos pintando mi casa para rentarla nuevamente. Mientras yo pintaba la cocina Dalia pintaba la sala, la escuchaba murmurar demasiado.

—¿Con quién hablas? —le pregunté, mientras me ponía a pintar a su lado.

—Con nadie... Ya sabes. —encogió los hombros con pena.

—¿En serio? ¿Las voces son solo voces o alguna vez tienen rostros o nombres? —le pregunté con miedo a su reacción. Dalia se quedó en silencio un momento.

—Algunas sí... Por lo regular siempre una es más fuerte y consistente, esa suele ser aparecer con rostro y todo —me explicó.

—¿Elizabeth? —Dalia asintió con la cabeza—. ¿Cómo luce ella? ¿Puedes decirmelo? —Hizo una pausa antes de seguir .

—Bueno, siempre está cubierta. Lleva un vestido negro con mangas largas color rojo, el cabello suelto. —Mientras ella describía sus alucinaciones, yo sentí que la piel se me erizaba, estaba seguro de que era la mujer de mis pesadillas.

—¿Cada cuanto la ves? —seguí cuestionando a pesar del miedo.

—Siempre, ella nunca se va...

—¿Está aquí ahora?

—Sí, esta a un lado tuyo, observándote. Esperando... —me dijo, entonces sentí como si alguien de verdad estuviese a mi lado, juraría que hasta la escuchaba respirar en mi oído.

Me inundé de terror, no quería voltear aunque sentía la enorme necesidad de hacerlo.

—¿Qué espera? —Ni siquiera sé de donde saqué el valor para hacer semejante pregunta. Como si algo me estuviera obligando a seguir la perturbante conversación.

—Tu alma. Ya te puso los ojos encima —susurró.

—No es gracioso, Dalia, me asustas.

—Yo también tengo miedo —admitió. Luego se puso a llorar, yo la abracé e intenté calmarla, pero por dentro estaba aterrado queriendo convencerme de que era una crisis de Dalia y nada malo pasaba.

Una vez que ella se tranquilizó terminamos de pintar la casa, al salir para regresar con mamá unos vecinos que nunca me hablaban empezaron a sacarme platica para que les presentara a Dalia, pero preferí no hacerlo. Ellos consumían drogas y si por alguna razón convencían a mi hermana de consumir con ellos, su enfermedad podría empeorar. Quizá le estaba quitando la oportunidad de conocer nuevas personas, pero era mejor prevenir.

Las vacaciones se pasaron muy rápido y al finalizar ya habíamos juntado el dinero suficiente para hacer mi propio cuarto, estábamos felices por eso y empezamos en cuanto pudimos. Parecía haber un excelente avance, incluso el psiquiatra nos dijo eso. Dalia regresó a su escuela y Darryl por lo general la acompañaba a casa en la salida, de pronto el niño dejó de verse como tal, es increíble como los adolescentes cambian tan rápido.

Pasaron dos meses sin incidentes, incluso un día llegué a casa y vi a Dalia bailando con Derryl una extraña coreografía de un vídeo de rap, al principio me pareció raro pero terminé bailando con ellos.

Esperaba que esa buena racha no terminara, pero no duró lo suficiente. Un fin de semana después del trabajo me senté a hablar con Dalia, seguía teniendo una terrible duda.

—¿Por qué murió Mariana? —le pregunté. Dalia me miró extrañada—.  No hablo de como, si no de por qué lo hizo...

—No sé —respondió Dalia de inmediato.

—¿Cómo no vas a saber? Ella te dejó una carta de despedida.

—No —respondió sin mirarme.

—Vamos...

—La policía se quedó con la carta. Nunca la leí.

—No mientas. Se la regresaron a sus padres unos días después, luego ellos te la entregaron —presioné.

—¡No, no, no, no! ¡Ella se suicidó sin motivo! —Había empezado a alterarse, sabía que debía detenerme, pero no lo hice.

—Nadie se cuelga en su habitación sin motivo, Dalia. ¿Qué escondes?

—Nada. —Se puso de pie y empezó a dar vueltas en la cocina mientras en voz baja murmuraba cosas y se golpeaba la cabeza con la palma de la mano. Intenté detenerla.

—Calma, está bien así déjalo —pedí.

—¡No, no, no!... ¡No voy a contarle nada! ¡No voy a arruinar su vida!

—Dalia, tranquila. —La tomé del brazo, pero ella perdió los estribos, me empujó contra la pared con fuerza mientras intentaba ahorcarme, jamás me imaginé que pudiera perderse a ese punto.

—Sal de mi cabeza, no eres real —repetía, yo intentaba quitarmela de encima pero no quería lastimarla, aunque ella me estuviera lastimando.

No soporté más y la aventé contra el piso, ella estaba logrando impedir mi respiración. Cayó desorientada, luego me miró asustada:

—¿Qué pasó? —me preguntó con los ojos llenos de lágrimas.

Le marcamos al psiquiatra de emergencia, nos recomendó llevarla otra vez al hospital mental y así lo hicimos, pero esta vez solo fueron dos días.

Al darle el alta hablamos con el psiquiatra porque Dalia nunca había tenido una reacción agresiva, solo nos respondió que seguiría pasando y que lo único que podíamos hacer es tener paciencia, en caso de que ella fuese agresiva nos alejaramos hasta que se le pasara.

—Pero ella podría terminar haciéndose daño —reclamó mi madre.

—Sí, pero ella depende de ustedes. Es mejor que se haga daño ella misma a que los dañe a ustedes permanentemente —respondió el psiquiatra de manera fría —. En este lugar tenemos pacientes que tienen viviendo aquí más de cinco años, perdieron la conciencia y terminaron matando a sus familiares. Ahora están aquí solos, prácticamente a su suerte. No creo que quieran que Dalia sea otro más. —Sus palabras eran crueles, sin tacto, pero eran ciertas.

—¿Entonces que hay que hacer? ¿Solo lo dejamos pasar y ya? —pregunté frustrado.

—Solo hay que hacer lo necesario para que ustedes estén bien, porque solo así ella estará bien. No hay más que hacer, si es posible ayudarla háganlo, si no entonces esperen un mejor momento.

—¿Cada vez que eso pase tenemos que traerla acá? —preguntó mamá.

—Es una opción, pero mientras esté vigilada es igual aquí que en cualquier parte. —Su hostilidad me ponía de malas. El doctor suspiró y continuó—. Le diré la verdad, la esquizofrenia es una enfermedad muy difícil de tratar, hay gente que no mejora sino lo contrario. Cuando los familiares se cansan de traerlos acá, esperan que nosotros lo cuidemos por ellos pero solo es temporal, no podemos mantenerlos, es la realidad. Es cansado para la familia estar viniendo tan lejos y gastar tanto dinero, entonces la optan por acondicionarles una parte de su casa y mantenerlos ahí sin que presenten riesgo para nadie.

—¿Nos está diciendo que debemos encerrar a Dalia en nuestra propia casa? —pregunté sorprendido por el consejo del supuesto «pisquiatra».

—Es solo una sugerencia, ustedes harán lo que crean mejor —Nos dijo, luego extendió la hoja de alta para poder sacar a Dalia de ahí.

De nuevo los tres íbamos devastados en el auto, esperando despertar de esa pesadilla interminable.

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