05- Hospital
Estaba terriblemente cansado, pasé a la farmacia a comprar el medicamento y de paso unos dulces para Dalia con el dinero que Derryl me dio. No iba decirle que él se los había enviado porque entonces ella sabría que su padre nos estaba apoyando económicamente. La noticia no le agradaría.
Llegué al hospital justo a tiempo para el alta de mi hermana, salimos en silencio, nadie podía estar feliz porque el alta de Dalia no significaba una victoria, sino un escalón más en su enfermedad.
Fuimos directamente a casa para preparar las cosas que pedían en lista del centro psiquiátrico, el ambiente era de nostalgia pura. Comimos juntos y ahí aproveché para dar la noticia de que Claudia y yo nos habíamos separado, a mi hermana no le agradó por completo, mi madre me dio unas palabras de apoyo, pero nada más. Luego llegó la noticia más triste, les dije que había dejado la escuela y los regaños no se hicieron esperar. Mi mamá estaba llena de impotencia, se culpaba a sí misma por mi decisión, intentaba hacerse la fuerte pero su mirada la delataba, era como si de pronto hubiera envejecido un par de años.
Dejamos todo listo para llevar a Dalia por la mañana. Me quedé a dormir de nuevo en casa de mi madre, esta vez las pesadillas habían disminuido, pero volví a encontrarme con mi hermana en la madrugada mientras iba por algo de comer, quería distraerme, tenía muchas ansias.
—¿Sin poder dormir? —cuestioné mientras me sentaba en la penumbra cerca de ella.
—No, tengo mucho miedo.
—Yo también tengo miedo —confesé, Dalia recargó su cabeza en mi hombro.
—Jamás me imaginé que llegaría a este punto, soy oficialmente una loca.
—No estás loca, estás enferma.
—Enferma mental, Leonardo... Mi vida no tiene sentido, no podré ser feliz.
—No digas eso, puedes llevar una vida normal si tomas tu medicación. —Ella se alejó, no pude que ver tanto por la falta de luz, pero sí lo sentí.
—Sabes que es mentira... Esto es más que solo tomar unas pastillas, esto va más allá de un psiquiatra.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté muy intrigado por su tono de voz.
—Nada. Tengo sueño, buenas noches —respondió cortante.
—Buenas noches. —Sentí su mano acariciando mi nuca—. Tienes las manos muy frías —avisé mientras me retorcía por la sensación del aquel tacto.
—¿De qué hablas? Están calientitas —aclaró.
—No, yo las sentí en mi nuca. —Hubo una pausa.
—Leonardo, no te he tocado, ni siquiera te alcanzo desde aquí.
Empecé a sentir mucho miedo, pero no quise transmitirselo a mi hermana.
—Lo sé, te quería asustar, buenas noches —mentí, luego hice un intento de risa.
—Ja, ja, muy divertido, Cobardo.
Dalia se fue a su habitación y yo huí a la de mi madre. Volví a tener esa sensación de ser observado y peor aún; todavía sentía aquel roce gélido en la nuca.
Nos despertamos antes de que saliera el sol, el centro psiquiátrico estaba muy lejos y había que llegar muy temprano. Durante el trayecto hablamos muy poco debido a que mi hermana durmió todo el camino.
Imaginaba el lugar menos solitario, era muy grande y frío, muy parecido a una cárcel. De solo saber que Dalia estaría ahí me ponía la piel de gallina.
Pasamos a la oficina, después de una entrevista y registrar las cosas de mi hermana tuvimos que irnos, no tenía permitidas las llamadas así que estaría sola. Eso me llenaba de tristeza y preocupación, pero era necesario para su recuperación.
Me despedí de ella intentando verme seguro y no tan devastado, pero parecía innecesario, la mirada de Dalia estaba completamente vacía, como si no estuviera consciente de lo sucedido, apenas artículo palabras. La dejamos en su habitación, solo había una cama y un baño, la ventana era muy pequeña, no tenía cristales sino plástico y unos enormes barrotes de metal, todo el lugar tenía cuarteaduras, algunas paredes tenían moho y otras les faltaba pintura, no podía entender cómo Dalia había terminado en ese lugar olvidado por Dios. El hospital psiquiátrico era del gobierno, se supone que se mantenía con los impuestos, pero estaba en condiciones deplorables y la impotencia incrementaba al no poder pagar un hospital privado.
Regresamos a casa con el ánimo por los suelos, mi madre lloró apenas salimos del lugar. «Solo será una semana» me repetía a mí mismo, pero desde que había despertado sentía que el tiempo pasaba muy lento. En el trayecto hablamos sobre rentar mi casa y regresar a vivir con mi madre para ayudarle con el cuidado de mi hermana, aunque el espacio sería problema al principio, podríamos hacer otra habitación en la parte de arriba.
Llegando a casa, mamá se encerró a dormir en su cuarto, yo me quedé en la habitación de Dalia pues durante esa semana me quedaría ahí.
Al tener el día libre tomé el portátil de mi hermana para anunciar la casa en renta, después me puse a investigar más sobre la esquizofrenia. Me costaba mucho concentrarme en su habitación, sentía que invadía propiedad privada y no dejaba de preguntarme: ¿Por qué Dalia mantenía el espejo cubierto con una sábana? Pensé en descubrirlo, pero sentí que si ella lo tenía así era por algo en especifico y de cualquier manera esa habitación era suya, cambiar algo sería alterar su espacio personal y probablemente alterar su humor.
Me senté a leer sobre la esquizofrenia en términos médicos, bíblicos, remedios naturales, alternativas a la enfermedad, incluso la relación con la paranormalidad, pero nada me quitaba la sensación de vacío, nada me aseguraba que Dalia podría llevar una vida normal en el futuro, tampoco que las cosas saldrían bien. Me había pasado la tarde leyendo sentado en el sillón porque estar en la habitación me hacía sentir raro. No regresé ahí hasta que fui a dejar el portátil, iba a salir rápido, pero vi los cuadernos de mi hermana apilados sobre el tocador, los había sacado para llevar lo que necesitaba al centro psiquiátrico en la mochila.
Empecé a curiosear en sus cuadernos, sus apuntes eran tan pulcros y entendibles, aunque no había nada que me ayudara a comprender cómo se sentía o qué pensaba. Iba a dejarlos donde estaban, hasta que encontré uno que me hizo sudar frío: Era un libreta rosa con flores amarillas, parecía inofensiva, pero su amiga Mariana tenía una idéntica y siempre lo llevaba con ella, incluso antes de morir escribió su despedida en alguna de esas hojas.
Me puse a leer, y para empeorar no tenía nada especial, solo unos cuantos recordatorios de tareas, fechas importantes, temas que estudiar... Quizá Dalia encontró ese cuaderno muy similar y por eso lo compró y yo de patético indagando en las cosas de mi hermana menor. Estaba por dejar todo en su lugar cuando encontré una frase:
«Ellos te eligen a ti antes de que puedas siquiera hacer algo.»
Pensé que quizá era solo un fragmento de una canción o libro, así que seguí buscando.
«Una vez que ponen sus ojos en ti ya no hay manera de salvarte, la muerte es segura.»
Decía otra hoja, pero esta vez la letra era más desordenada
«Elizabeth, ¿por qué a mí?»
Esta oración ocupaba una hoja completa y parecía haber sido escrita mientras estaba temblando.
Dejé el cuaderno en su lugar, era demasiado para mi, aún si se tratase de algo sacado de un libro, si estaba escrito en su cuaderno era por algo que solo ella entendía.
Intenté dormir en la cama de Dalia y me fue imposible, así que durante la noche regresé a mi casa para dormir un poco, mi madre entendió, de igual manera regresaría después del trabajo. Por un momento pensé que Claudia estaría ahí aunque la idea me aterraba también me emocionaba porque aún la quería, pero no fue así, la casa estaba vacía. Al entrar al cuarto encontré una nota sobre la cama:
«No pude llevarme todo, avísame cuando puedo pasar por el resto. Atte Claudia».
Una sensación de soledad se apoderó de mí, terminé llorando antes de quedar dormido por la carga emocional.
En la mañana le mandé un mensaje a Claudia para que pasara por sus cosas mientras yo trabajaba. Mi madre saldría hasta después de medianoche debido a una venta especial en su trabajo —era un tienda departamental enfocada en clientes de clase alta y no cerrarían hasta que el último se fuera—, así que en vez de ir a su casa fui a la mía para tomar algunas fotos y publicarlas en el anuncio de renta, me sentía muy cansado, hasta que Claudia llegó y por alguna masoquista razón volví a sentirme bien. Empezó a juntar sus cosas con lentitud, no sabía si ayudarle o pedirle que esperara.
—¿Quién te ayudará a llevar tus cosas? —le pregunté para aliviar la tensión.
—Roxana, vendrá por mi cuando le avise.
—Ya veo. ¿Dónde te estás quedando? Claro, si no quieres decirme no hay problema.
—En casa de Roxana, no quiero regresar con mis padres. Los visité y casi me dicen que están mejor sin mí.
—Yo, siento escuchar eso, te dejaría quedarte, pero rentaré la casa. —Ella me miró como si yo hubiese dicho una tontería.
—¿Rentarla? ¿Por qué? ¿Regresarás con tu madre?
—Sí, Dalia necesita atención, mi madre necesita ayuda y la verdad el dinero está escaso. —Ella rodó los ojos.
—El dinero no es todo, Leonardo. —Su comentario casi me hace enojar puesto que ella se pasaba reclamándome por el dinero que gastaba en mi escuela.
—Ya, no lo es todo, pero sí que se necesita...
—Pues eso no te lo discuto. ¿Ya tienes a quien rentarla? Roxana y yo queremos buscar una casa en renta... —Me quedé pensando en lo extraño que sería rentarle a mi propia ex novia, pero al final cedí. Total, entre más pronto consiguiera inquilino, más pronto podía hacer otro cuarto en casa de mi madre.
Me senté con Claudia a hablar sobre lo que había pasado en esa fiesta y fue tan doloroso escuchar que no recordaba con quien había estado, me decepcioné de ella totalmente y acabó dándome el tiro de gracia asegurándome que estuvo bien separarnos, que quizá era lo que ambos necesitabamos. ¿Qué sabía ella de mis necesidades?
Claudia se fue, no quedamos como amigos, solo sería una relación arrendador y arrendatario. Ni siquiera había que hablar mucho, solo cuando hubiese que pagar. No confiaba en que Roxana fuese a cuidar algo que no era de ella pues la casa la rentaría con muebles, pero Claudia era más organizada y de cualquier manera el contrato especificaba que habría que pagar en caso de romper/dañar algo. Ellas se irían a vivir ahí la próxima semana. El resto del día me quedé solo en casa, mi ánimo había decaído tanto que me fui a dormir.
Esa vez no hubo pesadillas, pero dormí demasiado, casi todo el día y aún así me sentía cansado. Me desperté solo a cenar y volver a dormir. Al amanecer cuando la alarma me despertó me sentí muy relajado, hasta que una frase se me vino a la mente y no pude sacarla de mi cabeza en todo el día: «Mariana es la respuesta».
¿Respuesta de qué? ¿Qué Mariana? La única Mariana que conocí estaba muerta y ni siquiera se podría decir que la conocía porque muy a duras penas le hablaba.
Estaba trabajando y me felicitaron porque estaba más concentrado, aunque mi jefe sabía mi situación, la amistad y los negocios no se mezclan. Estaba trabajando como hace mucho no lo hacía, bromeando con mis compañeros y atendiendo a los clientes con mucha alegría, recibí más propinas incluso, pero esa frase seguía en mi cabeza.
—¿Quién es ella? ¿Qué respuesta? —cuestionó un compañero, sus preguntas me pusieron nervioso.
—¿De qué hablas?
—¿De qué hablas tú? Acabas de decir «Mariana es la respuesta», otra vez.
—¿En serio lo dije en voz alta? Pensé que solo lo había repetido en mi mente.
—Oh, amigo, te estás volviendo loco —me dijo bromeando. Él no tenía idea de la situación de mi hermana—. Has repetido lo mismo en voz baja toda la mañana.
Intenté reírme de mí mismo, pero saber eso me aterró por completo, de nuevo sentí esa terrible sensación de ser observado.
—No me di cuenta... Lo vi ayer en una película y desde entonces no paro de repetirlo —mentí.
—También me ha pasado —empezó a contarme una anécdota que con mi desconcierto apenas entendí. La frase se quedó en mi cabeza el resto del día.
Al día siguiente después de trabajar nos hablaron del psiquiátrico, necesitaban hablar con nosotros sobre Dalia. Íbamos muy asustados, al llegar nos pasaron de inmediato a una oficina, nos recibió un psiquiatra que se apellidaba Queseck, fue directo al grano: Nos hablaron para asegurar que Dalia estuviera tomando sus medicinas, su comportamiento era como de alguien que tenía muchos años enfermo y no llevaba el tratamiento correctamente.
—¿Por qué dice eso? —preguntó mamá intentando mantener la calma.
—Mire, tengo este vídeo de la cámara de seguridad de la sala de estar, véalo usted misma —nos dijo mientras reproducía el video en blanco y negro.
Era increíble, Dalia estaba no solo hablando con el aire, sino que peleaba con él, intentaron calmarla y se puso como loca a gritar ( Aunque era imposible saber que porque no tenía audio) tuvieron que sedarla.
—¿En casa no se comporta así? —cuestionó el psiquiatra.
—No, creo que no... En realidad yo trabajo todo el día, no está vigilada constantemente —analizó mamá a punto de llorar.
—Necesita vigilancia, su enfermedad está avanzada y seguirá teniendo esos ataques, puede llegar a lastimarse o lastimar a otros —sentenció su doctor—. Mientras tanto le hemos cambiado la medicación. Solo unas pastillas suplantando otras, les explicaré.
Él empezó a decirnos como funcionaría su nuevo tratamiento y porqué era mejor que el anterior, pero realmente estaba tan consternado que apenas pude poner atención. Antes de irnos nos dejaron ver a mi hermana quince minutos, mi alegría se fue al verla caminando descalza por el comedor.
—¿Qué pasó con tus sandalias, hija? —le preguntó mamá mientras la abrazaba.
—Me las robaron —respondió Dalia sin ninguna emoción en el rostro o voz.
—¿Desde cuándo andas descalza? —quise saber.
—Ayer en la tarde. —Mamá suspiró y fue a hablar con alguna persona de la dirección para que a mi hermana le pudieran dar otro par de sandalias, mientras yo me quedé con ella.
—¿Cómo estás? —cuestioné nervioso.
—Bien. ¿Qué día es hoy?
—Miércoles.
—Pensé que ya me iría, el tiempo pasa tan lento aquí. Apenas van tres días y yo siento que llevo veinte años...
—Tranquila, el sábado nos iremos a casa. —Ella sonrió de lado.
—Tú te vas hoy. No hables en general... Le podrías pedir a mamá que prepare algo rico para mí, la comida aquí no tiene sabor, es tan sinsentido como todo en el lugar.
—No digas eso, te hará bien estar aquí —insistí intentando animarla.
—Leonardo, si no estás loco aquí te vuelves loco —susurró de manera sombría, antes de que pudiera contestar, mamá llegó.
—¿Puedes creer? Que no tienen sandalias, que por eso piden unas al entrar... No pueden resolverme eso, es increíble, ¿sabes quién te las robó? —preguntó un poco alterada.
—Sí, pero no me las van a devolver...
Intentamos ignorar lo malo, empezábamos a animarnos cuando apareció otra chica, se veía muy alterada, tenía la mirada perdida, se paró cerca de nosotros y empezó a gritar.
—¡Su hija trajo al demonio, llévesela de aquí! ¡Tengo suficiente con Damián para que llegue esta niña con Elizabeth! —Tuvieron que someterla y llevársela, pero antes siguió gritando nombres extraños, mi madre se quedó muy conmocionada. Dalia ni se inmutó.
—Ella es Gisella, también tiene esquizofrenia. —El hecho era tan escabroso que nos dejó sin palabras por unos valiosos minutos. La visita se terminó. Mi madre le dio sus propios zapatos a mi hermana y nos fuimos a casa.
Llegando una vecina estaba esperándonos, quería saber porque Dalia había sido subida a la fuerza al auto por mí mientras sangraba. Mamá no tuvo más remedio que contarle y en dos días más ya todos sabían que Dalia «había perdido la cabeza».
El sábado fuimos por mi hermana y de nuevo se había quedado sin zapatos, pero ya daba igual. Antes de irnos el psiquiatra nos advirtió que Dalia podría presentar crisis pequeñas que se resolverían dándole su medicación otra vez, pero en caso de ser un ataque violento lo mejor era esperar que se pasara y luego si era necesario darle atención médica. No entendí de que hablaba en ese momento, pero no tardé mucho en saber a que se refería.
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