03- Merma

Unas horas más tarde, Claudia llegó a casa de mi madre, se portó hostil conmigo pero llevó algunas frutas y verduras para mi mamá, lo cual fue de gran ayuda porque Dalia despertó con un horrible dolor de estómago que le impedía comer cosas condimentadas.

Claudia empezó a platicar con ella mientras le ayudaba a picar la fruta, mi madre y yo aprovechamos para ir a comprar yogur. Mientras íbamos en el auto, hablamos sobre el precio del medicamento, era demasiado alto y le duraría menos de un mes, necesitábamos ingreso extra porque en el seguro médico familiar era muy difícil conseguirlo, estaba escaso. Planteé la posibilidad de encontrar al padre de Dalia, pero a mi madre no le gustó la idea, habían quedado en malos términos y él no la ayudaba económicamente desde hacía más de cinco años, al parecer se había olvidado por completo de ellas.

—¿Si sabes que sus hijos están en la misma escuela de Dalia? —le pregunté, ella me miró sorprendida.

—No tenía idea. Qué descaro.

—Lo sé, supongo que él tampoco lo sabe. Lo he visto ir a dejarlos en las mañanas cuando paso al trabajo; son dos, una niña y un niño... Supongo que son gemelos o algo así porque se parecen bastante.

—Ese cabrón... Ojalá Dalia no se entere de eso, le dolerá mucho saberlo y no podremos soportar otra crisis.

Después de hacer las compras regresamos a casa, Dalia estaba sentada con su portátil y Claudia estaba viendo televisión, como si hablar entre ellas fuera algo tortuoso. Nos quedamos un rato más, luego nos fuimos porque Claudia debía trabajar, el trayecto a casa fue muy incómodo, después de la pelea aún había un asunto que resolver y ninguno de los dos quería hablar, pero lo hicimos.

No entraré en detalles, solo diré que todo salió mal, Claudia terminó yéndose a trabajar una hora antes no sin antes decirme: «Estás tan loco como tu hermana».

El resto de la semana regresé a mi rutina de trabajo y escuela, hablé con mi hermana por teléfono, al parecer la medicación le había funcionado bien, pues según mi madre, Dalia estaba más alegre, se irritaba con menos facilidad y dormía más, aunque los efectos secundarios aún eran persistentes: seguía teniendo dolores que le impedían comer condimentado, a veces tenía migrañas y un sarpullido le apareció en la espalda.

El sábado fue el descanso de Claudia, hablamos mucho, nos perdimos perdón y terminamos juntos otra vez, me sentía tan feliz en ese momento que volví a dormir tranquilo.

Pasaron tres gloriosos meses sin problemas de ningún tipo, mejor dicho casi ningún tipo, el dinero seguía siendo algo preocupante pero en realidad era lo de menos. Dalia estaba bien, sus medicinas le estaban ayudando, mi relación iba bien, el trabajo y la escuela iban bien... Pero todos sabemos que nada bueno dura lo suficiente; en septiembre le hablaron de urgencia a mi madre pues Dalia había tenido una pelea en la escuela con una chica de su salón a la cual le rompió el labio y por poco le rompe la nariz.

En cuanto me avisaron fui con ella, llegamos a la escuela y las personas que nos veían entrar lo hacían casi con pena. Intentábamos ignorar las miradas mientras nos dirigíamos a la dirección. Dalia estaba sentada en la oficina junto a la otra chica, los padres de ella nos miraban con odio. Empezaron las preguntas, según la otra chica —cuyo nombre era Brenda—, Dalia la había atacado sin razón aparente.

—¿Sin razón? —cuestionó mi madre incrédula—. Es una locura, mi hija jamás haría eso, ella es muy tranquila. —La directora nos miró unos segundos, ella estaba al tanto de la situación de Dalia.

—¿Eso pasó, Dalia? —le preguntó la mujer que ya rondaba los cincuenta, tenía canas y sus pómulos saltados le daban un aire de supremacía; mi hermana solo encogió los hombros.

—Da igual, lo que diga no importa siempre seré yo la que esté mal.

—No es así, nosotros te apoyamos —respondió la directora con un deje de bondad.

—Es un peligro para todos —se metió Brenda.

—Guarde silencio, está hablando Dalia —ordenó la directora, pero la madre de Brenda empezó a atacar.

—Mi hija tiene razón, no importa bajo que motivo hayan llegado a ese punto, solo mire cómo le dejó el rostro a Brenda. Eso no es normal, esa niña si representa peligro, ¡exijo que la cambien de grupo!

—Y yo exijo que dejen que mi hermana explique.

Ahora yo era el que se metía, mi madre estaba tan consternada que solo miraba a quien estuviera hablando y Dalia seguía sin articular palabra pues no le interesaba defenderse. Nos sacaron a todos para poder hablar con ella a solas, los padres de Brenda seguían lanzando miradas acusadoras y murmullos malintencionados. Mi madre seguía en shock y yo tenía un nudo en la garganta que amenazaba con asfixiarme.

La espera terminó y nos hicieron entrar nuevamente, la directora nos dijo la versión de Dalia: Resulta que de un tiempo atrás un grupo de chicos (entre ellos Brenda) habían empezado a decir «Loca» cada vez que Dalia estaba cerca de ellos, el juego les pareció tan divertido que otros chicos de su mismo salón empezaron a imitarlos y no solo eso sino que cada vez que ella pasaba, hablaba o simplemente estaba intentando centrarse en la clase alguien le decía «Loca». Dalia lo había reportado con la tutora pero ella solo le dijo que los ignorara, que ellos se cansarían más rápido. Intentó hacerlo, pero la cosa empeoró porque el grupo de amigos de Brenda incitó a los chicos de otros salones a que hicieran los mismo y así cada día en cuanto Dalia ponía un pie en la escuela era llamada loca, maniática, lunática, entre otros apodos ofensivos... Hasta que perdió la paciencia, confrontó a Brenda y las cosas se salieron de control.

Mi madre se soltó a llorar, yo sentía que las venas me hervían del coraje, no me importaba que Brenda fuese mujer, ni menor de edad, quería golpearla. Al principio la chica intentó negarlo, pero terminó confesando la verdad ante la presión y delatando a los demás chicos, la tutora terminó involucrada, pero nada que se hiciera podía quitar el daño que le estaban a haciendo a mi hermana. Brenda fue castigada con dos semanas sin presentarse a la escuela, en esas semanas habría exámenes y ella estaría automáticamente reprobada, tendría que tomar cursos de verano si quería recuperar el año.

—¡Esto es injusto! Ella es la que está mal, ella es la que da miedo hablando sola por ahí, ella es la que no debería estar aquí —berreó Brenda. Estaba furiosa, incluso sus padres se avergonzaron de ese actuar.

—¡Basta, señorita! Dalia no decidió su situación. Son cosas que le pueden pasar a cualquiera y se debe tener respeto por igual. Si usted sigue será expulsada definitivamente —sentenció la directora.

Brenda y sus padres firmaron la hoja de responsabilidad, ellos se disculparon pero su hija no, ella tenía una excelente calificación y ese reporte la iba a perjudicar demasiado.

—Dalia tiene problemas que no se pueden resolver, no tiene caso que siga estudiando y quitándonos el tiempo a quienes sí podemos superarnos —insistió antes de salir.

Mi hermana empezó a llorar, mi madre y la directora intentaron calmarla, ahora era yo quien estaba en shock.

—Yo ya no quiero estar aquí, las bromas pesadas seguirán, cuando Brenda regrese será peor —argumentó mi hermana.

Al final mi madre terminó convenciéndola para que se cambiara al turno matutino, aún sabiendo que los hijos de su padre estaban ahí.

Mamá tenía que regresar trabajar, necesitaba el dinero así que yo me comprometí a llevar a mi hermana a casa, a pesar de que tenía que ir a la universidad, ya habían empezado mis exámenes y si faltaba estaría reprobado, no podía pagar un examen extra.

Nos fuimos en silencio, había un aura de tristeza en el auto, Dalia no decía nada, llegando a casa solo se metió a su recámara. Yo me fui a la universidad, pero no me concentré nada pensando en mi hermana, me fue muy mal y en casa me fue peor cuando Claudia se enteró de que había fallado mi examen.

—Qué carajo, Claudia, mi hermana necesitaba ayuda... ¿Acaso no te importa eso?

—Sí me importa, pero eso no es excusa para tu falta de estudio, Leonardo. Ya no tenemos dinero, gastamos los ahorros en la medicación de tu hermana y no podré pagarte el examen extra si repruebas.

—No te estoy pidiendo dinero, Claudia, te pido comprensión. —Ella suspiró.

—Sí, bueno, vamos a cenar —respondió aún molesta, las peleas ya nos habían agotado a ambos. El resto de la noche no cruzamos palabras.

Al día siguiente Dalia empezó en su nuevo turno, esperé hasta el fin de semana para poder visitarla, se veía bien y decía estar bien. Al parecer sus compañeros la habías recibido sin problemas. El lunes era mi día de descanso y me pase el día estudiando, haciendo tareas, preparando proyectos, así que esperé hasta el martes para regresar a visitar a mi hermana. Compré un baguette de pollo en mi trabajo, aprovechando que el estómago de Dalia se había acostumbrado a la terrible medicación. Pensaba solo dejarle la comida e irme, pero al llegar a casa había música muy fuerte y Dalia no abría la puerta así que entre sin avisar, la encontré sentada en el sillón, al verme pegó un brinco y corrió a apagar la música.

—¿Está todo bien? —le pregunté.

—Sí —me gritó desde su habitación.

—Te traje comida, es de tus favoritos.  —Ella salió con un suéter puesto.

—Ñam, gracias ya tengo hambre.

—¿Por qué usas eso sí hace un calor del infierno? —cuestioné señalando su suéter azul marino.

—Tengo el aire acondicionado prendido y si lo apago me da mucho calor y si me quito el suéter me da frío.

—Ooh, pues a comer —le dije, intentando tranquilizar el ambiente tenso que se había formado. Mi hermana se fue a lavar las manos mientras yo ponía los baguette en platos y servía algo para tomar.

A pesar de que estaba apresurado por irme a la universidad disfruté mucho comer y platicar con mi hermana, estábamos recogiendo la mesa cuando noté unos cortes en el brazo de Dalia.

—¿Qué te pasó?

—Nada —dijo ocultando las heridas con las mangas del suéter.

—¿Cómo que nada? Dalia, estas llena de cortes —reproché intentando tomar su brazo, ella se quitó apresurada y se quedó frente al lavaplatos.

—Ya te dije que no es nada, no le digas a mamá.

—¿Cómo me pides eso? Claro que le diré, te estas haciendo daño eso no está bien, necesitas ayuda.

—No, no quiero. Estás haciendo un drama por nada.

—¿Por qué haces eso? —le pregunté al borde de la desesperación.

—No sé, yo no lo hice —respondió con lágrimas en los ojos.

—Si tú no fuiste, ¿entonces quién? —Dalia no dijo nada—. ¿Alguien te obliga a hacer cosas que no quieres?

—No sé —contestó llorando.

—¿Quién te hizo eso? Por favor dime, quiero ayudarte.

—Nadie.

—¿Fue Elizabeth? —Ella me miró con los ojos muy abiertos, empezó a temblar.

—¡¿Cómo sabes de ella?! ¡¿La viste?! —Estaba exaltada, gritando, su frente empezó a revelar unas perlas de sudor y apunté a sus dedos que acariciaban el cuchillo de la cocina sutilmente.

—Cálmate, deja eso ahí... Tranquila Dalia. —Me acerqué lo suficiente para verla a los ojos, noté que ella miraba insistentemente hacia un lado de mí—. ¿Quién es Elizabeth? ¿Ella está aquí? —cuestioné con una mezcla de incertidumbre y vergüenza. Mis preguntan me recordaron los bobos programas paranormales de fin semana por la noche. Al ver la negativa de respuesta, intenté mirar al lugar donde Dalia estaba volteando pero las cosas se pusieron peor.

—¡No! —gritó de una manera tan desgarradora y desesperada, que me causo miedo.

De pronto se puso histérica a gritar cosas inentendibles, se había transformado en una fiera encolerizada, tomó nuevamente el cuchillo y comenzó a cortar sus brazos, las mangas de su suéter la protegieron al principio, pero no evitaron que se hiciera mucho daño.

—¡Dalia, cálmate, deja de hacer eso! —le gritaba en vano.

Intenté tomar el cuchillo, forcejeamos y terminé lastimado también, no sentí nada porque estaba concentrado en quitárselo. Lo logré. Ella entró en pánico, comenzó a golpearse la cabeza contra el lavaplatos, no supe ni dónde saqué fuerzas para lograr llevarla al auto. Las vecinos salieron asustados por los gritos, vieron a Dalia ensangrentada y a mí llevándola a la fuerza, llamaron a la policía y a mi madre.

Iba llegando al hospital cuando intentaron detenerme, de inmediato atendieron a Dalia en urgencias, ella seguía histérica, tuvieron que sedarla, a mi tardaron en atenderme y mientras suturaban la herida en la palma de mana. Tuve que explicar lo sucedido, para ese entonces habían llamado a mi madre y ella confirmó la enfermedad de mi hermana, ahora en vez de verme con sospecha me veían con lastima.

Las horas pasaban y Dalia no despertaba, por fortuna las heridas solo habían sido superficiales, a excepción de una que requirió un par de puntadas. Una trabajadora social nos mandó llamar para hablar de la situación de mi hermana, después de explicar de nuevo como sucedieron las cosas, un psiquiatra nos sugirió que quizá la enfermedad de Dalia no fue detectada a tiempo y por eso tenía esos arranques de histeria, que era normal en personas con esquizofrenia, pero el hecho de hacerse daño a sí misma representaba un peligro mayor, ella tendría que ser internada unos días en un centro psiquiátrico.

La noticia nos dejó devastados, el solo hecho de imaginar que nuestra niña tendría que estar sola en un lugar repleto de gente enferma me hacía querer vomitar. Además, su estadía era obligatoria mas no gratuita, habría que pagar una cuota y aparte una lista de cosas que ella necesitaría ahí, habría que gastar dinero que en realidad no teníamos, tampoco había nadie que nos apoyara con eso.

Salimos llorando, me sentía quebrado por dentro, mi madre se sentó en el piso afuera del hospital.

—¿Qué vamos a hacer? —me preguntó apenas en un hilo de voz.

—Saldremos de esto, mamá —afirmé.

—No tengo dinero suficiente para ayudar a mi hija, me mato trabajando, ni siquiera puedo estar el tiempo suficiente a su lado, soy la peor madre del mundo... Mi bebé, mi pobre bebé.

—Calma, mamá... Voy a buscar al padre de Dalia y le obligare a ayudarla.

—Estas loco, Leonardo. Ese hombre no está interesado en lo más mínimo, no podemos depender de él.

—Lo necesitamos, necesitamos dinero y él tiene dinero. He visto su auto, he visto a sus hijos y a su mujer. Dalia es su hija aunque le cueste admitirlo, aún lleva su apellido. —Mi madre se quedó en silencio, no tenía fuerzas para discutir.

Cuando por fin pudimos ver a mi hermana ya se encontraba tranquila y consciente. En su cabeza se había formado una hinchazón terrible y ni hablar de sus brazos mutilados. Fue increíble verla, pero fue más increíble oírla decir que no recordaba nada, el psiquiatra nos aseguró que eso era normal después de un ataque y que probablemente habría más a futuro.

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