02- Nuevo diagnóstico

Antes de regresar a casa fui a buscar a mi hermana a su habitación, tardé en convencerla de abrir la puerta, pero logré que cediera. Nos sentamos a platicar en el borde de la cama, noté que el espejo estaba tapado con una sábana, iba a preguntar por qué, pero había un tema con más urgencia y no podía perder el tiempo.

—Dalia, mi mamá me contó lo de... ya sabes, tu problema —le dije con incapacidad de ser directo.

—¿De qué estoy loca? —preguntó de una manera tan fría que me dio repulsión.

—No lo digas así, solo tienes un problema y podemos solucionarlo.

—¿Solo un problema? Tengo esquizofrenia, Leonardo. No tiene solución, hay tratamiento "para mejorar la calidad de vida".

—Puedes llevar una vida normal mientras sigas el tratamiento, Dalia, no te cierres —le pedí. Estaba empezando a desesperarme conmigo mismo por no poder ni siquiera hablar con ella.

—¿Vida normal? ¿Ya te diste cuenta de cómo vivo? Las personas huyen de mí, me tienen miedo, los chicos se alejan y las chicas se burlan, nadie quiere estar conmigo, ni siquiera mi padre me quiere... y tú también te alejaste de mí. Lo mejor es que yo muera para que mamá pueda dormir tranquila.

—No digas eso. —Sentí una culpa enorme sobre mí—. Yo te quiero mucho, hermanita, no sé qué haría si me faltaras. Mamá enloquecería de tristeza. Nosotros te queremos mucho y queremos que estés bien, te necesitamos aquí. Prometo quedarme si te quedas también —le dije en tono suave, como cuando era una niña y yo la consolaba.

Ella me miró aún con lágrimas corriendo en su cara y se lanzó a mis brazos.

—No quiero morir, Leonardo, no puedo más, yo quiero estar bien.

—Nosotros te vamos a ayudar en todo, te lo prometo —agregué aún sin saber la magnitud de lo que enfrentábamos.

Me quedé con Dalia hasta que ella estuvo tranquila, de ahí fui a mi casa a intentar dormir. Apenas pude descansar unas cuatro horas hasta que llegó Claudia, me senté a desayunar con ella, estaba muy tranquila.

—¿Qué te dijo tu mamá? —me preguntó.

—Que Dalia está enferma —le dije intentando buscar las palabras adecuadas aunque no había manera de suavizar eso.

—¿De qué?

—De su mente, creo... Tiene esquizofrenia. —Claudia me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? Wow, eso es... No sé que decir. ¿Están seguros?

—No sé, no pregunté mucho. Supongo que sí.

—Pueden buscar segundas opiniones, ¿no? Quizá sea un mal diagnóstico —propuso Claudia.

—Sí, tienes razón. Se lo diré a mi madre, supongo que ya buscó pero aún así... No sé qué hacer, no sé cómo ayudarle. Mi hermana se ve tan triste, se rindió, ya nada le importa. —Claudia me abrazó intentando consolarme, después solo hubo silencio hasta que fui al trabajo.

Por ser sábado trabajaba un turno completo, me sentía muy cansado, pero no me quejé. La cafetería estaría menos concurrida que entre semana porque no habría estudiantes, aunque se ponía un poco pesado a medio día.

En cuanto pude salir fui a casa de mi madre, Dalia estaba sola y me preocupaba mucho. Pensé que después de nuestra última plática ella tendría un mejor humor y estaría más dispuesta a hablar pero me equivoqué, parecía como si nada hubiese pasado. Me saludó hostil, no sin antes preguntar qué hacía ahí. De nuevo a la defensiva. Estuvimos un rato sin hablarnos, sentados en el sofá viendo un programa de comedia ochentero.

—¿Te gustaría que te lleváramos a otra evaluación? ¿Otro psiquiatra u otro método? No sé nada sobre esquizofrenia pero podemos intentar buscar algo más —le propuse una vez que ella se mostró menos malhumorada.

—No creo que sea buena idea, yo no creo que pueda mejorar —me confesó.

—Vamos, Dalien, no te cierres, verás que todo saldrá bien —añadí empujando su hombro, ella sonrió.

Le pedí su computadora prestada y busqué más información sobre esa enfermedad pero nada me hacía sentir mejor, sus síntomas encajaban y el pronóstico no era alentador.

Mientras preparábamos algo para comer, Dalia parecía luchar contra sí misma, se esforzaba por estar quieta, gesticulaba como si estuviera hablando, de pronto se quedaba con la mirada fija hacia un punto donde según yo no había nada y cuando creía que nadie la observaba empezaba a mover los labios sin que nada se pudiera escuchar.

¿En qué momento empezó a hacer eso? ¿Por qué yo me enteré hasta el final?

Cuando mi madre llegó, se sorprendió al verme y una vez a solas pude platicar con ella.

—¿Le hicieron una evaluación a Dalia? —le pregunté.

—Sí, le hicieron un test e incluso le cambiaron la medicación para descartar que sean alucinaciones por las dosis altas.

—Pero, ¿cuándo lo notaste?

—No fue hace mucho, quizá unos dos meses. Dalia ha empeorado muy rápido, a pesar de su constante medicación ella no mejora, Leonardo. Estoy preocupada, el lunes le puse cita con un nuevo especialista, no hay manera de detectar esa enfermedad sino con test y datos clínicos... No sé qué más hacer, yo cuento sus medicinas, no puedo estar todo el día con ella y no sé si las toma de verdad o las tira —argumentó mi madre al borde de la desesperación, era más un desahogo que una explicación—. A veces menciona a una tal Elizabeth, en su salón no hay ninguna chica que se llame así, no sé con quién habla, quizá es una chica de Internet que le esta haciendo mal... No sé, Leonardo, en cuestión de meses se ha deteriorado tanto, apenas iba superando lo de Mariana y ahora no deja de hablar de ella.

—Entiendo, mamá, pero debiste avisarme antes... Yo las acompañaré el lunes, es mi hermana y quiero ayudarla —le dije.

—Gracias hijo, te necesito mucho. Tengo miedo de llegar un día y encontrarme con lo peor.

—Eso no sucederá —aseguré tomando su mano a modo de promesa. Aunque en realidad no estaba seguro, había leído que gran parte de las personas que tienen esquizofrenia mueren por suicidio. A eso se refería mi madre cuando decía encontrarse con lo peor, encontrar a su hija muerta era su mayor miedo.

Regresé a casa. De nuevo batallé para dormir y en lo poco que pude, tuve demasiadas pesadillas, incluso soñé con Mariana; ella era la mejor amiga de Dalia hasta que se suicidó colgándose en su recámara. Su muerte fue tan trágica que sus padres terminaron divorciándose y tomando cada quien su rumbo. Dalia no había podido recuperarse de eso, Mariana era su cómplice, pasaban todo el día juntas, incluso hablaban mientras una estaba en el baño y la otra la esperaba del otro lado de la puerta. Dormían juntas varias veces a la semana y por supuesto iban en el mismo salón de clases. Después del suicido de Mariana, Dalia tuvo que tomar antidepresivos, apenas un año de eso empezó con sus síntomas de esquizofrenia. No sabía si se relacionaba una cosa con la otra, no sabía si había probabilidad de que su depresión detonara la esquizofrenia, en realidad no sabía nada.

El domingo al salir del trabajo fui con mi hermana, mientras estaba en su casa, Claudia me habló por teléfono.

—¿Dónde estás? —me preguntó con su ya típico mal humor.

—En casa de mamá, me iré cuando ella llegue.

—Vaya, de pronto son muy cercanos —dijo en un tono que me molestó.

—No hagas eso, Claudia. Es mi familia, tu sarcasmo está demás.

—¿Sabes quién también es tu familia? Yo, Leonardo —respondió molesta. De mi parte no iba a cederle, solo me disculpé y colgué, me senté en el sillón tratando de calmarme.

—¿Qué pasa, Cobardo? —ese apodo era el que Dalia me había puesto de niños.

—Claudia está insoportable, cada vez peleamos más —confesé.

Dalia y Claudia nunca congeniaron, pensaba que mi hermana diría cosas malas, pero me sorprendió.

—Deberías intentar hablar con ella, estoy segura de que pueden solucionarlo, ella te quiere. Ustedes pueden ser felices.

—Pensé que te caía mal.

—No me agrada, pero sé que a ti sí y eso es lo que importa.

—Gracias, Dalia.

Esa noche me quedé a dormir en casa de mi madre. Necesitábamos irnos temprano al nuevo consultorio. La casa solo tenía dos habitaciones y Dalia no me iba a dejar quedarme en la de ella, así que dormí con mi mamá, pero no en la misma cama, puse algunas cobijas en el suelo y ahí me acosté.

Me levanté en la madrugada por unas terribles pesadillas: había una chica con un vestido negro y mangas largas de color rojo, no podía ver su rostro aunque si podía escucharla:

«Aléjate, no puedes salvarla».

Su voz sonaba como un eco, lánguida, femenina y a la vez era terrorífica. Me desperté sudando, tenía la sensación de que alguien me observaba, pero supuse que era paranoia así que fui a la cocina por algo de agua. Encendí la luz del patio para no despertar a nadie dentro, estaba tomando pequeños sorbos de agua cuando escuché la voz de Dalia de repente, lo que hizo que pegara un salto y casi me ahogara.

—¿Tampoco puedes dormir? —me preguntó.

Frente al lava platos había una ventana que daba al patio. Por ahí vi el reflejo de mi hermana que estaba sentada en una silla atrás de mí, me di la vuelta para verla de frente, pero terminé más asustado: La sombra de una mujer se reflejó a un lado de ella por unos segundos antes de que desvaneciera.

—¡Carajo, ¿qué fue eso?! —le pregunté exaltado. Ella me miró muy intrigada.

—¿Qué fue qué? —inquirió mirando en todas las direcciones.

—Acabo de ver una sombra, era como de una chica, estaba de perfil. ¡Juro que la vi!

—¿Estás seguro? Es madrugada, no puedes dormir, tu mente puede estar jugando contigo —concluyó un poco nerviosa.

—Sí, tienes razón... No he dormido, he tenido muchas pesadillas —dije con un poco de calma para no asustarla más—. ¿Qué haces despierta?

—Tengo problemas de sueño, cuando no puedo dormir me siento en la cocina o la sala.

—Oh, eso suena muy aburrido. —Dalia sonrió.

—Lo es, a veces... Pero me da sueño más fácil y puedo regresar a dormir más pronto, estar en mi cama me quita el sueño —dijo recargando su cabeza en su mano.

—Pues hay que intentarlo otra vez, ya quedan pocas horas para que suene la alarma, descansa, Dalien. —Ella se puso de pie y una vez fuera de su cuarto me deseó buenas noches.

Me acosté de nuevo en el mismo lugar, en cuanto puse la cabeza en la almohada recordé la extraña silueta que se había reflejado a un lado de mi hermana. Pensé en que fue demasiado real para ser por cansancio, Dalia se veía nerviosa pero no asustada, ¿acaso sabía que yo iba a ver eso? ¿Acaso ella también lo vio? Incluso ella tenía una respuesta certera para tranquilizarme.

«De cualquier manera, ya pasó», pensé.

Estaba entre dormido y despierto cuando me di cuenta de algo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordé la posición de esa sombra, la manera en la que se reflejó, el lugar donde se reflejo. No estaba a un lado de Dalia, estaba fuera de casa, estaba viendo por la ventana... Me veía a mí.

Sé que suena como una locura porque era una sombra y las sombras no tienen rostro, pero podía jurar que así fue. Cerré fuerte los ojos, me tapé con la cobija hasta cubrir por completo mi cuerpo y la imagen se repetía en mi cabeza, por si fuera poco se sumó la frase «Aléjate, no puedes salvarla».

¿Pudiera ser que esa voz no estaba solo en mi cabeza? ¿Qué me estaba pasando?

A la mañana siguiente estaba despierto incluso antes de que sonara la alarma, me sentía muy cansado. Atribuí todo lo que pasó en esa terrible noche al estrés.

Desayunamos juntos, nos fuimos en el auto, se respiraba un ambiente diferente, mucho más alegre, más enérgico, pero eso se acabó cuando Dalia entró al consultorio y se pasó cinco horas respondiendo diferentes exámenes.

Estaba por quedarme dormido en la sala de espera, tenía aire acondicionado y la televisión en un canal tan aburrido que pensaba que estaba mejor apagada. Mi madre salió a buscar algo que comer, yo me quedé sentado en un pequeño e incómodo sillón azul con manchas amarillas. Estaba dormitando cuando el ruido de un lápiz cayendo me hizo regresar.

—Elizabeth —pronuncié sin pensarlo, solo salió de mí.

—¿Disculpe? —respondió la chica de la recepción, rogué que ese nombre tuviera en el gafete pero no, decía Marielos.

—¿De casualidad aquí trabaja Elizabeth? —le pregunté en un vano intento de imaginar que el nombre lo había leído en el gafete de alguna de las trabajadoras del lugar.

—No, aquí no trabaja nadie con ese nombre —aseguró—. ¿Le pidieron buscar a alguien?

—No, supongo que me confundí, lo siento. —Ella me sonrió con amabilidad y siguió en lo suyo, yo por mi parte releí las revistas que había sobre la mesita para ver si encontraba el nombre entre ellas, pero no había nada. Seguía en mi búsqueda cuando Claudia me marcó, apenas contesté y empezaron los reclamos.

—Me dijiste que regresarías y no lo hiciste, ni siquiera tuviste la decencia de llamarme, ¿qué pasa contigo? Intento ayudarte y así me pagas.

—Perdón, se me hizo tarde y vine con mi mamá y Dalia por una segunda opinión.

—Podrías tomarte la molestia de avisarme, sé que es tu día de descanso pero no estoy pintada, Leonardo. ¿No fuiste a la universidad, cierto?

—Estoy con mi hermana, ya te dije. Son mi prioridad —le respondí.

—Oh, me hubieras avisado eso desde el principio y nos hubiéramos ahorrado la colegiatura, y con "nos" me refiero a mí.

—¿Vas a restregarme en la cara que tú pagas mi escuela? Te recuerdo que fue tu decisión ya que a ti ni por la mente se te pasa superarte —le reclamé molesto.

—¿Entonces soy una mediocre? Una mediocre que gana el doble que tú —recalcó.

—Sí, pero si no pagas renta es gracias a la casa que está a mi nombre, si no fuera por mí seguirías viviendo con tus padres y durmiendo en el mismo cuarto que tus dos hermanos.

—Eres un imbécil... Ojalá no vengas a dormir tampoco hoy, me la paso muy bien sin ti —masculló antes de colgar.

Intenté calmarme, sabía que ambos estábamos mal al decirnos esas cosas. Yo quería a Claudia, pero ella buscaba cualquier oportunidad para echarme en cara la situación económica en casa.

Dalia y yo no éramos hijos del mismo padre, el mío había muerto, pero jamás dejó de atenderme, incluso me heredó una casa amueblada y un auto, al contrario del padre de Dalia que se fue y jamás volvió. Para hacerlo peor sus hijos iban en la misma escuela que ella, pero en diferentes turnos. Eso había dejado en ella mucho resentimiento que al pasar de los años se convirtió en odio y amargura. No la culpo, el hombre que se supone que más debería amarla la había olvidado cuando encontró a otra mujer, con la cual engendró hijos de los cuales siempre estaba pendiente. Solo eran dos años menores que Dalia, en dos años él se olvidó que tenía una hija que lo necesitaba.

Mi madre llegó con una bolsa de comida china, la dejó en el auto y cuando entramos el psiquiatra de Dalia nos esperaba, los resultados estarían en dos días. Nos fuimos.

Esos dos días se nos pasaron muy lentos.

Cuando por fin nos dieron los resultados, las esperanzas se fueron, Dalia tenía esquizofrenia y no solo era eso, estaba avanzando tan rápido que sus medicamentos ya no tenían el efecto esperado, había que aumentar la dosis de unos y cambiar otros. Salimos en silencio, destrozados, fuimos a la farmacia y nos quedamos boquiabiertos con el precio del nuevo tratamiento, era necesario pero muy caro.

En cuanto subimos al auto mi madre hizo que Dalia lo tomara, ella obedeció sin muchas ganas. Su nueva dosis era tan fuerte que pronto le dio sueño, iba dormitando viendo por la ventana, luego empezó a susurrar

—Elizabeth, ¿por qué lo miras a él?

Intentamos justificar las palabras de mi hermana a su innegable cansancio, pero yo no podía evitar pensar en que ese «él» al que ella mencionaba, era yo.

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