01- Perdón


Escribo esta historia para liberar mi alma, no mi conciencia; realmente eso último no me preocupa pues ya nadie cree en mí. Las personas se ocuparon de juzgarme cual monstruo piensan que soy.

Empezaré por lo más difícil: disculparme. Quiero pedir perdón a mi hermana por no poder salvarla y también a la persona que está leyendo esto. Lamento involucrarte en una historia en la cual no tienes cabida ni culpa, es más, quizá ni pasó en tu ciudad, país o época, pero necesito sacar esto, necesito liberarme.

Todo empezó en las vacaciones del año pasado, estaba trabajando en una tienda de comida rápida, mi teléfono vibró en mi pantalón y supuse que era Claudia, por lo cual preferí ignorar la llamada ya que las cosas no iban bien entre nosotros. Después de tres insistentes llamadas decidí contestar pero no era mi pareja, era mi madre.

—Hola, mamá, ¿cómo estás? ¿Pasa algo? —pregunté. Por lo regular nos comunicábamos por mensajes, las llamadas eran solo para emergencias.

—Hola, Leonardo. Estamos bien pero... no tanto, pasa que hoy es la entrega de calificaciones de Dalia y yo no puedo ir, no me dieron permiso de salir... —respondió nerviosa.

—Siempre le va bien, nunca has tenido que ir a una de esas juntas —interrumpí extrañado.

—Lo sé, pero me hablaron de la escuela y me pidieron no faltar. Al parecer hay un tema que quieren hablar conmigo, es sobre el comportamiento de Dalia.

—¿Necesitas que vaya yo?

—Por favor, y no solo eso, tengo algo que hablar contigo, igual es sobre tu hermana. Hoy salgo hasta las diez de la noche, ¿podrías esperarme?

—Claro, mamá, no te apures. ¿Qué está pasando? ¿Debo preocuparme? —Empezaba a ponerme nervioso.

—Bueno, creo que sí. —Hubo una pausa—, pero te cuento en la noche, ya debo regresar a trabajar, los amo. Te veo en unas horas.

Terminada la llamada con mi madre tuve que llamar a Claudia.

—Hola, ¿estabas dormida? —le pregunté al notar que tardó en contestar.

—Sí, ¿qué pasó?

—Me habló mi mamá, necesita que vaya a una junta en la escuela de Dalia y aparte necesita hablar sobre algo conmigo, no me dijo qué, pero debo esperarla hasta que salga de trabajar.

—¿Entonces no te veré hasta mañana?

—¿Mañana? ¿Vas a trabajar en la noche? —volví a preguntar confundido.

—Ya te lo había dicho, Leonardo —contestó frustrada.

—Perdón, lo olvidé, no empieces a alterarte...

—Lo que sea, adiós —siseó después de lanzar un largo suspiro. Cortó la llamada antes de que pudiera despedirme.

Terminando de trabajar fui directo a la escuela de Dalia, llegue más temprano de lo debido y aunque dudé que me dejaran pasar, sí lo hicieron. Caminé por los pasillos sintiendo nostalgia, hace años yo estaba en esa misma escuela aunque mi comportamiento era el contrario al de mi hermana.

Me paré frente al mural donde cada semestre colocaban "El cuadro de honor". Eran en hojas de colores, decoradas y cada una tenía tres nombres de los alumnos con mayor calificación de su salón. Mi hermana siempre ocupaba un lugar en ese mural y esa vez no era la excepción. Había una hoja color morada decorada con emojis, en donde se podía leer:

«Primer lugar: Dalia Torres Ezquer».

Me sentí feliz de leer su nombre, pues yo jamás aparecí ahí, al contrario, ni siquiera me esforcé por hacerlo, para mí estaba bien aprobar la materia aunque fuese con la calificación más baja.

Estaba concentrado viendo los otros nombres cuando llegaron un par de chicas a ver el mural.

—Maldita loca, otra vez me ganó. Yo no sé para que estudia si terminará en un manicomio —exclamó una de ellas.

—No seas tan ruda, Erika. Esa tipa está tan sola que lo único que le queda es estudiar —comentó su compañera.

Ambas soltaron una risa boba, no sin antes mirarme de reojo. Al notar que las había visto se fueron otra vez, pero sus comentarios me dejaron una sensación de incertidumbre.

Me senté en una banca a esperar. Faltaban quince minutos para que terminara la clase y empezara la junta de padres. Quería solo sentarme a descansar, sin embargo seguía pensando en lo que las chicas habían dicho. Sé que las adolescentes pueden llegar a ser muy malas, pero fue demasiado.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Dalia sacándome de mis pensamientos. Se veía muy sorprendida.

—Mamá me dijo que viniera, le dijeron que había un tema importante que querían hablar con ella —expliqué mientras me ponía de pie.

—Mira, ahí está mi nombre en el primer lugar, ¿ves? No es necesario que te quedes, todo está bien —reaccionó poniéndose a la defensiva.

—Oh, que bueno porque no quería quedarme —le dije poniéndome de pie, di unos pasos antes de volver a donde ella estaba—. ¿Sabes? Mejor no —agregué riendo, pensaba que ella se reiría pero por el contrario, frunció el ceño y me dio la espalda, pude notar que llevaba su mochila.

—¿Ya te dejaron salir? La clase aún sigue... ¿o te saliste?

—No, estamos preparando exposiciones individuales, como voy muy adelantada me dejaron ir.

—Bien, ¿me esperas y nos vamos juntos a casa?

—No, puedo irme en autobús, no te preocupes —respondió fríamente.

—¿En serio? ¿Prefieres esperar, pagar e irte con desconocidos en vez de irte conmigo en el auto? —le pregunté exaltado. Ella miró hacia arriba, luego hacia un lado y balbuceó algo apenas audible—. ¿Qué dijiste? No te oí. —Dalia me miró desconcertada.

—No hablé —respondió con naturalidad.

—Yo te vi, no seas ridícula. Dime qué dijiste.

—Que no dije nada, entiende —replicó poniéndose nuevamente a la defensiva—. Me iré contigo, pero márcame cuando termine la reunión y nos vemos afuera. —Se dio la vuelta apresurada para irse.

—Espera, no tengo tu número... Ni sabía que ya tenías celular. —Dalia rodó los ojos, negó con la cabeza mientras me arrebataba mi teléfono para anotar su número.

—¿Qué nombre te pongo? —le pregunté en broma.

—Ni siquiera de eso te acuerdas, ¿verdad? —me reclamó molesta.

—Era broma, solo quiero entablar una conversación contigo sin que te pongas a la defensiva o hagas tus caras de fastidio. No sé cómo te aguantan tus amigos y tu novio —solté en un tono más pesado.

—No tengo novio.

—¿Entonces por qué tanta prisa? —Miró a un punto en medio de la nada mientras jugaba con sus dedos, volvió a responder algo inaudible—. Los amigos con derecho no son tan buena opción, ¿sabes? —añadí en tono bromista.

—Que tontería, no es por eso... Ya, adiós, te veo en un rato —se despidió otra vez frunciendo el ceño, pero en esta ocasión se marchó muy rápido.

La clase había acabado, en eso más padres llegaron y al ver salir a los alumnos entramos al salón. La maestra, que en este caso era también la tutora del grupo, esperó a que llegara más gente. Cinco minutos después empezó a pasar lista. Debíamos alzar la mano al oír el nombre de nuestro familiar.

—Dalia Torres Ezquer —aludió la maestra, yo levanté la mano, ella me miró unos segundos, pensé que diría algo pero no me dijo nada, volteé a los lados y nadie parecía ponerme atención así que me relajé.

Hablaron sobre los cambios en la escuela, el comportamiento del grupo en general, los gastos de la asociación de padres, reglas básicas e incluso hubo llamada de atención a algunos padres por permitir ciertas conductas que la escuela no aprobaba —maquillaje, uniforme muy corto o entallado, cabello largo, perforaciones, entre otras cosas—.  Rogaba por que ese fuese el tema que querían hablar conmigo, pero sabía que Dalia era demasiado aplicada para eso.

Entregaron las calificaciones, después de eso la junta se terminó. Jamás mencionaron a mi hermana por lo cual pensé que era una trampa para hacer ir a los padres a las odiosas juntas, pero antes de que pudiera irme la maestra me pidió hablar a solas. Me senté nervioso frente a ella, su expresión revelaba que no era algo bueno.

—¿Usted es el padre de Dalia? —me preguntó seria.

—No, soy su hermano mayor —meditó unos segundos, luego siguió.

—Entiendo. Bueno, no sé como empezar. Nunca me vi en una situación similar en todos estos años como docente. ¿Ha notado cambios en el comportamiento de su hermana? —preguntó la maestra, una mujer de aproximadamente cincuenta años de edad, regordeta, cabello corto y castaño.

—No, yo no vivo con ella —aclaré la garganta. La mujer suspiró.

—La razón por la cual le pedí quedarse es porque a Dalia se le ha sorprendido hablando sola. Cuando se le cuestiona por ello se pone a la defensiva, eso le ha traído problemas con sus compañeros, están empezando a alejarse de ella. —La maestra hizo una pausa. Sentía que los segundos me golpeaban en la cara—. El otro día a media clase gritó: "Mariana no se suicidó, la asesinaron. Tú la mataste". Eso asustó a toda la clase. Sabemos que su hermana tiene una depresión que se controla con medicación, pero creo que esto va más allá. Le ofrecimos ayuda con el psicólogo escolar y ella se negó. Debe interceder, Dalia necesita ayuda profesional —concluyó la maestra. Parecía muy preocupada y yo ni siquiera recordaba a Mariana hasta ese día.

—Sí, gracias... Lo hablaré con mi madre, prometo buscarle una solución a los problemas de Dalia. —Tenía muchas dudas, no sabía ni qué hacer, ni siquiera podía entender la magnitud del problema. Salí de ahí intentando sonreír antes de que Dalia se enterara. Le mandé un mensaje para irnos y ella no tardó en responder.

—¿De qué habló contigo la maestra? —me preguntó nerviosa una vez en el auto, yo pensé un momento antes de iniciar.

—Sobre tus compañeros, me dijo que no te llevas bien con ellos y que eso afecta a la hora de hacer trabajo en equipo —mentí.

—Que estupidez, son unos tontos, nunca ponen atención, siempre están hablando de quien es más guapo, quien está más buena, que si el programa de las diez, que si la nueva película... no me interesa ser amiga de ellos, mi única amiga es Mariana.

—Mariana ya no está —aclaré en un tono más autoritario del que hubiera deseado. Mi hermana se agachó y luego miró a la ventana durante el resto del camino. No sabía qué pensaba ella, mientras tanto yo seguía pensando en los crueles comentarios de aquellas chicas, estaba seguro de que hablaban de mi hermana.

Llegamos a casa. Aún no estacionaba cuando Dalia se despidió y se bajó sola.

—No vayas a cerrarme la puerta en la cara —le pedí, ella no había advertido mi presencia.

—¿No irás a la universidad?

—No, solo tengo tres clases y dos no son tan importantes. —Dalia me miró con incertidumbre, pero no dijo nada, se encogió de hombros y entró directo a cambiarse la ropa yo me senté en el sillón.

Pasé la tarde observando a mi hermana y nada parecía extraño en ella, solo tenía un pésimo humor que supuse normal a esa edad. Incluso cocinó algo para los tres.

Después de comer me dio sueño, así que me quedé dormido en la cama de mi madre. Una hora más tarde me despertó una llamada para intentar hacerme cambiar de compañía telefónica, ni siquiera contesté, me ponían de malas ese tipo de llamadas. Me quedé tirado en la cama hasta que escuché murmullos en la cocina, salí despacio y me encontré con mi hermana sentada en el sillón, podía asegurar que hablaba sola.

—¿Con quién hablas? —le pregunté, ella pegó un salto del susto.

—Con nadie, estaba leyendo en voz alta —respondió mostrándome la pantalla de su celular.

—Ajá, ¿leías el fondo de pantalla? —pregunté con tono sarcástico.

—No, cerré la página por el susto —me reclamó.

—¿Segura?

—Sí, ya vete a dormir, déjame en paz —chilló.

Quería creerle, pero sabía que mentía porque ni siquiera tenía su teléfono en la mano cuando salí. Aún así regresé al cuarto.

Estaba intentando ver un poco la televisión, pero mis pensamientos no me dejaban. Subí el volumen hasta poder concentrarme en el programa, estaba empezando a olvidar cuando  fueron a comerciales, entonces decidí salir a servirme un vaso de jugo, el ruido de la televisión hizo que mi hermana no notara mi presencia y la vi, estaba frente al lava platos dándome la espalda. Ella estaba hablando sola, o eso pensé.

—No, no me harás lo mismo, tú no existes —decía—, no te voy a hacer caso, Elizabeth, ya déjame. —Me quedé incrédulo observándola, luego empezó a decir cosas inaudibles, parecía discutir consigo misma, no sabía que hacer hasta que vi que tomó un cuchillo y se alzó la camiseta. Con eso pude noté varias cicatrices, estaba por hacerse un corte en el abdomen.

—¡Deja eso ahí, Dalia! —intervine. Intenté sonar fuerte pero moría de miedo.

—Leonardo... yo estaba ensayando para... —la interrumpí.

—Basta, no mientas más, ¿qué te está pasando? —cuestioné mientras me paraba frente a ella. Me miró a los ojos, iba a decir algo, estaba muy asustada. Luego noté que no me miraba a mí, sino a un lado de mi cabeza. Quise ver hacía el mismo lugar y ella comenzó a gritar.

—¡Nada, no me pasa nada, ya déjame en paz!

—¡Bien, te dejaré en paz, "Dalien"! —Lo último era un apodo que le había puesto cuando éramos niños, solía molestarse, pero esa vez sonrió, no la había visto reír en mucho tiempo... En realidad tenía mucho sin visitarla. Me sentí mal por ello, ni siquiera sabía qué le gustaba, qué leía o qué música escuchaba. Desde que murió mi padre me alejé de mi madre y hermana, parecían una completas extrañas.

Dalia se alejó, se encerró en su cuarto y no salió hasta que mi madre llegó, pero solo cenó y se dispuso a regresar a su guarida.

—Toma tus medicamentos —le recordó mamá.

—Ya lo hice.

—¿Segura?

—Sí, mamá, ¿te traigo la caja para que los cuentes? —replicó Dalia molesta.

—Sería buena idea —respondió mi madre. Dalia corrió a su cuarto, sacó las cajas de medicamentos y las tiró en la mesa.

—Hey, no lo hagas de mala gana, es por tu bien —me metí.

—¿Mi bien? Yo estoy condenada, no necesito nada de esto —dijo, antes de regresar a su cuarto. Mi madre lanzó un suspiro.

—¿Qué te dijeron en la junta? —me preguntó mientras encendía un cigarro, el cansancio se notaba en su rostro, ya se le habían marcado los años en él.

—Que Dalia tiene problemas, a menudo se le sorprende hablando sola y las personas se alejan de ella —le conté con miedo a su reacción, mi madre puso sus manos en la cara, mientras se frotaba el rostro.

—Leonardo, la última vez que lleve al psiquiatra a tu hermana le detectaron esquizofrenia... Ella no quiere seguir tomando sus medicamentos, se está degradando, yo no sé que hacer... Pensé que podría llevar una vida normal, pero solo empeora. Ayúdame a convencerla, ella está segura de que no puede mejorar —me pidió llorando. Sentía una enorme presión en el pecho al oír eso, además, ver llorar a mi madre me hacía darme cuenta de lo mal que estaba la situación.

—Yo te ayudaré, mamá. Te prometo que ayudaré a Dalia en lo que sea necesario.

Abracé a mi madre intentando consolarla, pero por dentro solo podía preguntarme «¿Por qué no me habían dicho nada a mí? ¿Olvidaron que contaban conmigo o simplemente no fui capaz de mostrarles que me importaban?».

Marca páginas hecho por LizAuconi (Demasiada belleza para mis ojos).

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