Capítulo 1 "Cuentos para dormir"

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DAI SUKI

Capítulo 1 "Cuentos para dormir"

Las gotas se deslizaban con rapidez a los lados del pequeño paraguas lila que apenas y le cubría. Vaya día para dejar su motocicleta en la reparación...

Acomodó un poco el peso sobre su espalda, cerciorándose que por lo menos a ella no le cayera una sola gota. Suspiró al comprobar que así era. Su carita estaba resguardada bajo la capa impermeable y las botas para agua hacían lo suyo, pero no podía dejar de preocuparse, cuando días atrás estuvo resfriada.

Sus propios cabellos escurrían al soportar la tormenta sobre su faz, veía con pesadez pasar los autos a su lado, mientras caminaba en la acera, llevando a su pequeña a quien apenas minutos atrás recogió en la escuela.

—Papi... —estiró el bracito para tratar de cubrirlo un poco más.

—Gracias —sonrió con un gesto suave, para volver a centrarse en la correntada que bajaba junto a sus zapatos por aquella colina. La pequeña saltaba levemente sobre su espalda con cada bajada de escalón que daba.

Cual el cielo no dejaría de gotear, aunque se lo rogara, decidió no detenerse más, que para mirar los semáforos y cruzar con cuidado, pero sin disminuir la velocidad de su paso, hasta que, al colocar el pie con mal apoyo, se deslizó, cayendo sentado, con todo y niña al suelo.

¡Mierdaa! —Grito en sus adentros, mientras veía como el paraguas minúsculo que llevaban había salido volando calle abajo con la ventisca y el susto que ambos se llevaron.

—¡Se fuee! —reportó con las manitas estiradas hacia arriba en señal de liberación, para solo continuar soltando una pequeña risa, al ser levantada del suelo por su padre que la cargó contra su pecho y continuó por el camino, asegurándose de que su cabeza se mantuviera cubierta por el impermeable, por lo que ella misma tomó la capucha por la parte delantera, asegurándose de no perderla.

No faltaba mucho para llegar a su departamento, afortunadamente cuando tuvo que inscribirla, el jardín de niños calles arriba de su domicilio resultaba bastante conveniente. Tanto que una vez la pequeña se salió de la casa y camino sola hasta allá, una mañana que, entre tantas cosas por preparar, se desesperó por llegar lo más rápido posible, como era día de celebración.

La promesa de no volver a hacerlo al ver las lágrimas en el rostro de su padre, jamás se borraría.

No quería que volviera a poner esa cara nunca...

Por eso... en días como ese que lo veía tan ajetreado, apenas y se movía, esperando no preocuparlo.

Tras llegar a casa, ducharse y cambiarse se había quedado sentada sobre el sofá, ese en el que su padre tantas veces amanecía tras quedarse trabajando hasta tarde. A pesar de su corta edad, entendía el gran esfuerzo que todo su entorno significaba para él, por lo que lo veía, con ambas piernas subidas en el mueble y sorbiendo de su taza de chocolate caliente, no tan caliente, poco a poco.

Su padre se había colocado los lentes, mientras leía... solo lo hacía cuando estaba en verdad concentrado, por lo que sopló un poco sobre su taza tratando de no hacer ruido, pero al sorber se quemó, moviéndose y derramándose algunas gotas saltarinas sobre el pijama de piecitos.

—¡Ay! —su grito le llevó a levantar la mirada de la pantalla en que yacía sumergida su visión, al ver la expresión en el rostro de su hija, se levantó y camino rápido hasta ella, tomó la taza y sin más que con una pequeña sonrisa, secó con una manta donde se había manchado.

—No es necesario que te quedes así... Sabes que esta es tu casa... puedes usarla como desees. Tal vez... —miró hacia atrás, las luces yacían apagadas y lucía un poco tenebroso, por lo que suspiró en una condena para si mismo. —¿No está muy acogedor verdad? —se levantó del sofá para agacharse frente a ella, brindándole la espalda. —¿Y si escolto a la princesa sobre este corcel para ir a matar los dragones de la casa?...

—¿Princesa?... ¿Y... tú serás el caballo?...

—Pues... ¿No se supone que es así como debe ser?... —la miró nervioso.

—¿Puedo ser el caballo?...

—Jajajajaja ¿Pero por qué?... —se levantó nuevamente para sentarse a su lado, estaba cansado, por lo que sin notarlo estiró la espalda sobre el cojín, para frotarse la sien derecha.

—Es que... los caballos... son bonitos... y se parecen más a... —bajó entristecida la mirada.

—¿A qué Olive?... —Aunque preguntara la niña seguía con aquella expresión extraña, pensaba que luego de todo lo ocurrido... finalmente había logrado que sonriera... pero verla perderse en aquel estado le hacía sentir tan culpable porque uno de sus juegos precisamente lo había propiciado.

Los lacios cabellos rubios caían a los lados de su rostro, cubriendo sus pequeños hombros que en un movimiento se siguieron de otro espasmo, se había encogido sobre sí misma.

—Puedes... puedes ser el caballo si quieres... —mencionó, sintiéndose terriblemente tonto, pero acompañando sus palabras le colocó una mano sobre la cabeza, llamando la atención de la pequeña.

—¿Sí?...

—¡Claro! —sonrió animoso.

—¿Y tú...?

—Supongo que puedo ser la... Pri... —¡¿Qué estaba diciendo?! ¡¿Lo que decía era correcto?! ¡¿Qué debía responder?!

—¡El príncipe! —se puso de pie sobre el sofá y fue ella quien le colocó las manos en la cabeza. —Te colocaré la corona imaginaria.

—¡Oh! —se tensó ante la investidura mágica que sintió. En realidad sería más que un príncipe, el caballero que libraría mil batallas por ella...

—En la escuela nos dieron una lectura sobre eso... deja que voy por ella. — Se bajó tanteando el piso tras estirar las piernas para ubicarse.

—¿Una lectura?... —la siguió con la mirada en el recorrido hasta su mochila.

—¡Sí! Dijo la profesora que era para nuestros papás. ¡Lectura para dormirse! —regresó y se lo extendió para que lo tomara.

—Querrás decir, para leer antes de dormir —sonrió mientras la observaba volver a subirse al sofá a su lado.

Por el comentario de su padre, terminó bajando la mirada. Zafiros tristes que lo preocuparon.

—¿Olive?...

—Es que... si son para antes de dormir... luego tendré que dormir sin que estés en casa...

¿En qué momento lo notó?...

—Cuando llega la tía Sugu no es lo mismo...

—Hija... eso fue... solo por unos días... te mencioné que Papá debía salir a trabajar... pero eso ya terminó, no quiero que estés preocupada por eso...

—¿Entonces me leerás esto, esta noche? —la esperanza con que lo miró le llevó a afirmarle aunque no estuviera seguro al respecto.

—Pero para poder hacerlo... debo terminar unos asuntos... así que puedes ver los dibujos mientras tanto. —Abrió el libro, para buscar alguna ilustración que le pareciera bonita, pero pasando entre páginas, solo encontró manchas sobre las letras y dibujos de zorros o más bien... ¿zorritas?... en las páginas. Notándose así por el chongo en las orejas, reflejando enseguida su molestia en la mirada. Sabía que algo andaba mal pero no pensaba que fuera al respecto de eso.

Estaba consciente de las diferencias entre las manifestaciones de las especies... para su mala suerte era algo que tenía muy presente. Pero de ninguna manera esperaba que desde tan pequeños se diera...

—¿Quién le hizo esto a tu libro Olive?...

—¿Qué cosa?... Estaba más que claro que por el nerviosismo en su mirada, no deseaba que le preguntara nada al respecto, pero si era así... ¿Por qué se lo había mostrado?...

—Los dibujos... —mencionó por lo bajo, sabiendo perfectamente que ella comprendía, al sentir su manita apretando la manga de su abrigo.

—Unos amigos...

—¿Sabes que los amigos no le hacen daño a tus cosas, verdad?... —se bajó del sofá para arrodillarse frente a ella, que solo asintió.

—Es que... lo miraba para entonces desviar la dirección y volver a repetir el movimiento de sus ojos hacia él y los alrededores.

—Sabes que puedes decirme lo que sea...

—Sé que me dijiste que las personas no tienen por qué andar enseñando sus orejas... que solo lo hacen si quieres... y quienes lo hacen para molestar... son malas personas...

—¿Mostraste tus orejas?... —trató de permanecer calmo, ante la afirmativa de la niña. Por más que le había aconsejado no hacerlo y la cuidara en la calle para que no se le viera por algún motivo. Quizás había sido él mismo quien actuó mal a incitarla a esconderse... pero... después de lo que había sucedido con su madre... y sabiendo que tenía la herencia de ella... ¿Cómo podía permitir que se supiera?

—¿Cómo fue?...

—Es que ellos... esos niños... estaban hablando mal de papá... decían que como no tenías orejas no las mostrabas... ¡Que papá era una gallina! —levantó su rostro lloroso. —Porque... todos los papás y las mamás muestran sus orejas...

—Entonces les mostraste las tuyas para que vieran que si había orejas en nuestra familia... —comprendió la situación y la abrazó contra su pecho.

—Cuando las mamás que estaban ahí me vieron... —guardó silencio al sentirse apretar más entre la calidez del pecho de su padre y sus acogedores brazos. —¿Por qué a esas señoras no les gustaron mis orejas?... —las lágrimas resumidas en sus ojos azulinos, se derramaron y con ellas el surgir de las mencionadas sobre su cabeza se dio, siendo acariciadas enseguida por la mano de su padre.

—No es que no les gusten... es que no comprenden como existe algo tan bonito... —besó su cabeza.

—Son como las de mamá... ella... era tan bonita...

—Lo era... —volvió a besarla.

—Papá...

—Dime... —la separó para encontrar su mirada perlada con la de ella.

—Y... si mañana... solo mañana... —lo miró suplicante, lo que su padre entendió de inmediato, pero no podía aceptar, por lo que terminó bajando la cabeza frente a ella, moviendo de a poco los cabellos oscuros sobre su frente hacia ella en señal de disculpa.

—No puedo hacerlo... —¿Tal vez era el momento de decirle la verdad?... ¿Qué pensaría una pequeña de su edad al saber que su padre no podía sacar las orejas porque no las tenía?... Sabía que todos adoraban a los carnívoros... ¿Se caería su imagen ante ella?...

Su carita entristecida no se atrevía a contradecirlo ni cuestionarlo, tal vez... el vínculo no era demasiado fuerte aún, por lo que no mencionó más palabra. Y tal vez... fue lo mejor...

Odiaba no poder satisfacer su necesidad... demostrarle que podía confiar en él... que haría lo que fuera por ella... porque la amaba muchísimo, pero había cosas... como esa... que eran peligrosas de saber...

Suficiente tenía la niña con cargar el estigma de las orejas de zorro heredadas de su madre...

Quizás ya era tiempo, pero de dejar de arriesgarse...

Había aceptado aquel trabajo que ella misma le cuestionaba, por ella... para poder afrontar los gastos de su recuperación, posiblemente se acostumbró a aquella entrada extra de dinero... pero debía prescindir lo más pronto posible, para no ponerse en riesgo él y mucho menos su pequeña.

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Desde que tenía memoria siempre había sido así... cuidarme... y cuidarme...a mí y a mi familia porque todos los depredadores están al acecho, mostrando las manifestaciones de su poder en señal de intimidación, por lo que al tratar de pasar desapercibido... se confunden, no saben si al provocarte despertarán en ti una gran bestia o... resultas menos que una cabra...

Cuando Olive llegó a mi vida no estaba preparado... apenas y tenía para sobrevivir yo mismo... un programador sin más que el conocimiento para la interacción cibernética. Podía pasar las horas sentado en una silla de mi sala —cocina—comedor mientras pensaba en alguna posibilidad de agilizar más un servidos o encontrar rutas encriptadas a archivos... trazando planes elaborados en mi cabeza, jamás me imaginé cuidando de una pequeña con sangre de zorro...

Llegué a temerle a veces... así como le temí a su madre... pero con el paso del tiempo... me di cuenta que lo único que sentía por ella era amor...

El amor de esos que hace que cometas locuras para intentar no perder a esa persona jamás. Al punto de poner en una balanza su vida por la tuya. Metiéndote en una trampa de la que era imposible escapar, por lo que esa noche no iba a ser distinta...

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Una vez la pequeña se quedó dormida, con el libro de cuentos manchado entre los brazos, se lo quitó y arropó, para encaminarse a la puerta de la habitación y cerrar tras de él con cuidado.

Se despidió de Sugu con una sonrisa y tras coger su paraguas salió a la calle, la llovizna continuaba cual el tiempo no fuera a cambiar en toda la semana y él continuaba sin transporte.

Las calles lucían solitarias a esas horas, por lo que para brindarse tranquilidad, sacó un cigarrillo de la bolsa de su chaqueta. Sí... ya se había dicho varias veces que tenía que dejarlo por ella... pero encaminarse a aquel lugar siempre sacaba lo peor de él... tenía que dejar de ir...

Tenía que dejar de ir...

Tenía...

Pero debía tanto dinero aún que no le sería posible... si todo lo que ganaba cada noche iba a los impuestos que no hacían más que acumularse. No había duda que había vendido su alma al infierno el día que entró desesperado a aquel local buscando ayuda económica.

Pero lo valía...

La vida de su hija lo valía...

El único pensamiento que lo mantenía cuerdo al volver a casa por la mañana cada día.

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EL BAR DE LOS ÁNGELES

Odiaba ese estúpido nombre.

Apagó su cigarrillo contra el suelo y su zapato al llegar, entró entonces por la puerta trasera, el año y medio que había pasado en aquel lugar cada noche, le hacían conocer a profundidad todas sus rutas, por lo que esquivaba la mayoría de contratiempos hasta su destino. No hablaba con la encargada, ni reportaba su llegada, si querían saber de él que le vieran en la jaula o apuntaran su record desde las salas de compañía.

—¡Por dios, Kazuto, pensé que no llegarías! —lo recibió al instante de cruzar la puerta de los vestidores la maquillista. Excéntrica pecosa de peluca rosada —Sabes que sin ti, esto no funciona... —empezó a sacarle la camiseta, apresurada, a lo que él, se dejó sin mayor escándalo, sacándose por sí mismo los pantalones.

—Esto funcionaba antes de mí y lo hará después de mí...

—Sí... eso es verdad... antes era porque estaba Eugeo... pero sin ti, jamás... no...

Ante el comentario, solo cerró los ojos y suspiró, para ponerse en papel, si estaba ahí, haría lo que le tocaba.

—No me vayas a poner demasiado pegamento... ayer casi se me cae un pedazo de cara, Liz.

—Qué exagerado... —lo miró con cierta culpabilidad para entonces tomarlo del rostro y hacerlo levantarlo un tanto hacia arriba.

—Solo la máscara...

—Lo lamento pero no... voy a ponerte el antifaz como ayer... creo que cuando te lo pones tu número de ventas sube tanto que podrías en serio saldar la cuenta... algún.... Día... —mencionó con suavidad las últimas palabras.

Dinero... solo eso necesitaba... dinero, más dinero... por lo que su garganta se movió internamente al tragar.

Cuando finalmente volvió a mirarse al espejo lo notó, la aberración que llevaba acabo con tal de salir de ahí... una suave capa de polvo blanco le surcaba los ojos con cierto brillo cual estela sobre su rostro, mientras pequeñas plumas blancas y negras le decoraban la mirada sin perder su masculinidad.

¿Por qué la gente lo buscaba por eso?... ¿Qué demonios tenían en la cabeza?...

—Ay... dios mío... si yo tuviera el dinero para pagarte una cogida...

—Ni en tus más remotos sueños... —mencionó serio.

—En esos momentos en donde dices que no me cobrarías... —agitó el spray de brillos corporales para entonces aplicarlo sobre su pecho desnudo. —En serio que ustedes los ángeles son bendecidos por Dios...

—Maldecidos, dirás... —se levantó de la silla, estaba listo, solo faltaba el detalle por el que era tan apreciado y valioso para gente como esa... en lugares como ese...

Extendió las alas que colgaron mágicas sobre su espalda. Tan negras y perfectas que parecía podía romper las construcciones a su paso si se lo proponía al tensarlas.

—me da un orgasmo cada vez que te veo hacer eso...

—Ya cállate... —sonrió por su comentario y caminó hasta la salida del vestidor.

El mundo gobernado por los carnívoros saciaba su necesidad básica en lugares como este... El Bar de los Ángeles era conocido precisamente por eso... por poseer extraños especímenes como yo...

A los que las mujeres con orejas y colmillos buscaban para hacer con ellos lo que desearan. Sin embargo... mientras más arriba te encuentras en la propia parvada, más especial te vuelves ante todos...

Nadie que no tenga suficiente poder puede siquiera pensar en alquilar un ave de alas negras. Raras en su aparecer, se dice que somos una en mil...

Las reglas eran simples.

1—No se puede matar al ángel.

2—No comerse al ángel.

3—Se puede tocar al ángel solo en las partes que se hayan pagado, cada parte del cuerpo del ángel tiene un valor diferente.

4—Si mientras toca al ángel, éste sufre alguna lesión como rasguños, mordeduras o fracturas, se cobrará un recargo dependiendo de la zona de la lesión y el tipo de lesión.

5—La complacencia sexual por parte del ángel debe ser cancelada previamente según lo que se desee.

6—El cobro a la tarjeta de participante se realizará una vez se realice el acaecimiento de lo solicitado.

Día con día sometido a las reglas del infame mundo, a veces lograba librarme de la complacencia debido a que nadie alcanzaba a cancelar las cifras solicitadas... Sin embargo... sus toques... parecían enterrarse sobre mi piel, pesadilla que empezaba con el abrir de las jaulas, enormes barrotes de plata que se mantenían sujetos en el aire, para ser apreciados... y solicitados. Una vez empezada la noche nunca pasaba más de cinco minutos en mi jaula... cuando seguía otra petición... y otra... y otra...

Aún recuerdo la primera vez que me subí al cielo del bar... como le llaman... temblaba tanto que sentía que me podía caer, pensaba que era una terrible locura y que solo debía bajarme y huir... pero... ¿De qué otra manera iba a poder conseguir todo ese dinero tan rápido?... Me aventuré a todos los bancos de la zona y las afueras y ninguno confiaba en un simple programador que trabajaba en casa... cuando simplemente pude haber accedido con un hackeo a sus servidores...

Lo pensé tantas veces... sentado en aquellas sillas de espera para ser rechazado.

Lo pienso aún ahora... cada vez que veo una solicitud aparecer en mi panel.

La gente era demasiado exigente... tanto que por primera vez terminé perdiendo el control con una clienta.

—¡Te dije que no voy a permitir el depósito! —me gritó con las orejas punteadas temblando en la ira, entre esos largos cabellos cual plata.

—Lo lamento, pero el servicio ha sido brindado... está en las reglas del bar de los ángeles... bien establecido... —respondió tratando de permanecer tranquilo, aunque su respiración decía todo lo contrario, acompañándole el rostro molesto, no podía ultrajarlo para luego irse sin pagar.

—Tú lo has dicho niño... ¡se supone que voy a pagar por el cuerpo de un "Ángel" no de un maltratado de mierda!

—¿Qué?... ¿De qué está hablando?... —ante la pregunta, la mujer lo tomó del brazo y lo volteó con brusquedad, empujándolo para hacerlo caer sosteniéndose con las manos sobre la cama. Sintiendo entonces el dolor reflejo de como le apretó la parte baja del glúteo.

—¡Hay un maldito moretón aquí!

El dolor y el lugar hizo volver de inmediato sus recuerdos a la caída que tuvo esa mañana, tras correr en la lluvia con su pequeña, deslizarse y caer sentado.

—Lo lamento mucho... —tuvo que tragarse su molestia, pues sabía que entre sus obligaciones estaba mantener su cuerpo impoluto.

—Eso es... laméntalo porque te quedarás sin nada... voy a reportar esto...

—No... ¡No, por favor!

—No me ruegues que de nada sirve... eres una mierda...

Apretó los dientes al escucharla y pensar que en las manos de tal mujer, yacía el futuro de su noche y por ende su remuneración cuantiosa a la larga lista de cuentas.

—Si hace eso... no podré trabajar con otra clienta luego de usted...

—¿Entonces pretendes seguir estafando?

—¿Estafando?... Una herida es solamente una penalidad... —explicó ya empezando a comprender que lo que le dijera no serviría.

—Muy bien... si es solo una penalidad... no importará infligir otra más... —se mordió el labio y dio un paso hacia adelante, a lo que él volteo por completo hacia ella.

—Tendrá que pagar la multa... —reportó el posible daño a su inversión a lo que ella sonrió.

—No habrá multa... ¿Acaso no lo entiendes?...

—No, señora...

—Este será nuestro trato... tú pasas mi injuria como un accidente de trabajo... y yo no reporto tu estafa....

—¿Qué es lo que quiere?...

Por su pregunta, lo observó de pies a cabeza, a lo que Kazuto se mantuvo estoico. Hasta el momento que la vio acercarse con violencia y clavándole las garras en las costillas lo empujó contra la cama, derribándolo en ella y tras lamerle un par de veces el cuello lo mordió.

—Te he visto... —mencionó aún con sus colmillos sobre su piel, cada noche... imaginando el delicioso sabor de tu carne... le sacó las garras de los costados para pasarle las manos en un masaje violento sobre los pectorales.

—¡Ya basta! —gritó, ante el dolor, para ver aterrado como su propia sangre goteaba de entre sus labios al verla levantar sobre sí. Por lo que guiado por la presión de buscar la sobrevivencia se sentó e intentó quitársela de encima. A lo que la acechante no se resistió, mirándolo extasiada cual lo que hubiera probado fuera el más exquisito manjar.

Sosteniéndose la herida del cuello abrió rápidamente la puerta, sintiendo el brote cálido deslizándose sobre su pecho cual miel.

Todos trabajaban... las luces daban vueltas entre miles de colores punteados contra las paredes, por lo que caminó entre sombras sin ser identificado, guardó las alas, lo que lo llevó a tambalearse por el repentino cambio y apoyándose en la pared, dejó una mancha de sangre.

—Eu...geo... —pensó mientras la imagen de ver a su hermano bañado en sangre le vino a la mente. Cerró los ojos con fuerza, tratando de no desmayarse, hasta que finalmente llegó a los vestidores, donde cayó desplomado frente a Liz.

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No le pagaron los servicios de esa noche por haber enfadado a la clienta al tener un moretón en su cuerpo previo al encuentro, lo que la llenó de insatisfacción, dándole la razón de atacarlo.

No podía ser cierto...

Y para empeorar la situación le suspendieron una semana para esperar que se recuperara de sus heridas. No tenía seguro, así que debía curarse por su cuenta.

Llevaba una venda rondándole el cuello, mientras parecía escoger productos en la farmacia. Tomó entre manos dos clases de apósitos y tras mirar el precio dejó el que más le convencía en la estantería.

—¿Puedo ayudarle en algo? —se le acercó la encargada. —En realidad el de mejor calidad es el que ha devuelto. —Lo tomó y se lo mostró de vuelta.

—Gracias... solo estoy mirando. —Respondió volteando a ella, encontrándose con una hermosa mujer de larga cabellera colores de atardecer. Por lo que quiso reverenciar por la ayuda, pero al hacerlo la herida del cuello le recordó su existencia. Llevándose la mano de inmediato a ella.

—¿Se encuentra bien?... —lo tomó del brazo, lo que lo puso nervioso, inacostumbrado a ser tocado libremente por una mujer, por lo menos recientemente.

—¡Disculpe! —lo soltó al notar su incomodidad.

—No... —no supo cómo más explicarse.

—Parece que duele... mucho... ¿ya tomó un analgésico? ¿Qué fue lo que le sucedió?

—Aunque se lo dijera... —sonrió, dándole confianza con su gesto.

—Déjeme adivinar... fue la banda de leones que andan por la zona... se creen los más fuertes y andan retando a todos los carnívoros machos... —solo asintió con la cabeza, no sabía de qué hablaba pero si eso le salvaba de brindar explicaciones lo haría.

—Venga... debemos hacer algo con esa herida...

Se dejó guiar, después de todo necesitaba ayuda, empezaba a marearse, no sabía si por la presencia de una carnívora tan cercana... luego de lo que le sucedió o por la gravedad de estado empeorando.

—Voy a desinfectar... esto puede doler —le roció con un spray, en verdad dolía pero podía soportarlo... apretando su mano contra su rodilla. —Fueron muy agresivos... pero no es tan profunda.

—Gracias... —la vio auténticamente agradecido de no ser usado.

Se agachó un poco sobre él, para vendar nuevamente, cuando su aroma, pareció cautivarla, ya que cerró los ojos unos segundos y se separó. Qué bien olía... tanto que sus propias orejas gatunas despertaron.

—Mi nombre es Asuna... si gusta... puede venir a las curaciones aquí... no tengo problemas y necesitamos gastar todo el material que tenemos para estos casos, ya sabe... muestras. —Sonrió nerviosa, parecía estar inventando todo.

—Gracias... es muy amable, pero... creo que con estas me bastará. —Mostró las que llevaba.

—Se le puede infectar...

Se limitó a sonreír una vez más y extendió el billete para pagarle, el que agarró un tanto frustrada de no haber conseguido una afirmación de su parte, ni su nombre... aun habiéndose presentado ella.

—Le daré una tarjeta de la farmacia por si necesita servicio a domicilio.

La reverenció y salió de la farmacia, tratando de mantener el paso lento que llevaba, para que notara su escape, aunque el corazón le pedía que corriera tan lejos como pudiera. Había comenzado a sudar y las heridas a punzarle, pero no podía descontrolarse, la atraería aún más.

La sensación de su respiración sobre su cuello aún lo estremecía.

Mientras la encargada de la farmacia lo observaba desde su estancia.

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—¡Mañana es el día de la flor! ¡Mañana es el día de la flor! —repetía la pequeña, mientras su padre le servía el desayuno. Una tostada con mermelada y huevo frito que al ver enseguida se llevó a la boca.

—¡¿Mañana?! —preguntó aterrado, lo había olvidado por completo, tanto que sintió que la herida del cuello le pulsó. Se había puesto un sweater te cuello de tortuga negro, para pasar desapercibido, pero no pudo evitar llevarse la mano al mismo.

—¿Se te había olvidado?... —detuvo su emoción sintiéndose decepcionada. Dejando el pan sobre la mesa.

—¡No! Para nada... —sonrió dándole la confianza que había perdido. —Mañana serás una hermosa flor... —¡¿De donde demonios voy a sacar un disfraz de flor para mañana?! ¡¿Debo hacerlo yo?! ¡¿Habrá algún tutorial?!

—¿Papá?... —el parpadeo extrañado de la pequeña, lo trajo de vuelta.

—Co... come que se nos hace tarde. —terminó la conversación, para seguir con su preocupación interna.

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—¡Mañana es el día de la floor! ¡Y seré una flooor! —cantaba mientras su padre la llevaba tomada de la mano, de su casa a la escuela. Casi arrastrado tras de ella, que deseaba caminar lo más veloz posible mientras él no podía abandonar su preocupación.

Al llegar se agachó frente a ella, dio un beso en la frente y se despidió al verla correr hacia adentro.

Su vida era un desastre... pero se había propuesto mejorar en todo por ella... por lo que no podía fallarle. Al ya no verla, bajó la mano y sacó de su chaqueta el teléfono móvil, algo debía pensar... tal vez un alquiler... ¿Sería muy costoso?...

Mientras revisaba, el cuello volvió a molestarle. Pero decidió hacer caso omiso y tomar el autobús, al lugar que le apareció en la búsqueda.

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Nunca pensó que tuviera una travesía tan atareada... se dio cuenta que habían muchas cosas de la pequeña... de su hija... que aún no conocía bien, más allá de que deseaba le leyera para dormir y la mermelada de fresa por las mañanas... le hizo sentir un mal padre frente a las vendedoras que suspiraban molestas al ver que no podía brindarles la información necesaria, más que con una fotografía de la niña, vestida con su uniforme de marinerito de la escuela, a la entrada de su casa, tomada un par de meses atrás.

¿Y si había crecido en ese tiempo?...

¿Debía volver a comprarle zapatos?...

¿Tan pronto?...

Agradecido con las mujeres que terminaron ayudándolo con una sonrisa al ver lo nervioso que lo pusieron, salió del lugar con el disfraz, se subió al metro y ahí apretado entre tantas personas surcó la ciudad de vuelta a su casa, se suponía que descansaría un poco en el día... pero había regresado justo a tiempo para esperar que se abrieran las puertas del jardín de niños por lo que se paró entre todas las madres que yacían ya haciendo muralla, las miró e imitó.

Tal como le había mencionado Olive, lucían sus orejas impertinentes... por lo que simplemente volteó en otra dirección. No tenía ánimos de soportar miradas ni mucho menos iniciar conversación, hasta que notó como las puertas se abrieron y los niños salieron en avalancha, nunca llegaba tan a tiempo, por lo que su pequeña se tardó en salir, haciéndolo sentir ansioso, hasta que la vio, caminando lento, mientras prácticamente arrastraba su mochila de peluche.

Quería sorprenderla, por lo que se animó a gritar, reunió aire y levantó la mano, pero ya no expresó el llamado alegre que quería, sino un llamado de atención fuerte y claro.

—¡Oye!

Al escucharlo, el acto se detuvo, otro niño que le jalaba de la mochila semi caída, la dejó tranquila, al verlo.

—¿Quién es?... —le preguntó asustado a la pequeña rubia.

—Es mi papá...

—¡¿Eh?! ¡¿El que no tiene orejas?! ¡Pero si parece que está por saltarse la cerca! —se quedó paralizado.

—Si vieras sus colmillos... son enormes... —aprovechó para rematar, dejándolo azul del susto.

—Está bien, ya no diré nada de él...

Sintiéndose triunfadora, caminó feliz hasta correr para llegar al joven que la esperaba sonriente a la salida, recibiéndola con un abrazo que la elevó a apoyarla contra su cuerpo.

—¿Ese era?... —preguntó al ver al niño aún observándolos.

—Ya no será problema. —Respondió feliz de sentirse tan respaldada. Aún así, Kazuto antes de marcharse volvió a ver al niño con la mirada profunda, indicándole que se mantuviera así.

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La llevó cargada todo el trozo de trayecto que pudo, pero la herida no le daba tregua, por lo que tuvo que bajarla, empezaba a sentirse sofocado.

—Cuando lleguemos a casa, vas a probarte el disfraz. —Le mostró la bolsa feliz.

—¿Es ese? —brillaron sus ojitos azules al verlo.

—No hay nada mejor que esto en todo el lugar —trató de lucirse con las palabras, al punto que parecían que corazones flotaban alrededor de su pequeña, en verdad que la paternidad le hacía ver alucinaciones...

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Al llegar a casa, decidió que debía cambiarse de ropa, para refrescarse un poco, pero al sacarse la camisa, se asustó al ver el apósito completamente manchado, sabía que le había estado doliendo, pero... ¿Tanto así?...

—¡Papá! —escuchó el llamado, por lo que decidió volver a ponerse la prenda y salir sin más. No quería preocupar a su pequeña, al salir con aquel apósito en el cuello... pero la realidad era que se sentía peor... ¿Qué podía hacer?...

Tras un suspiro, vio la tarjeta que había dejado en la mesita de noche junto a su cama. Sin pensar demasiado, la tomó y sacando su teléfono móvil marco.

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Pensaba que no iban a responderle, cuando de improvisto se escuchó la contestación.

—¡Hola! ¡Hola, hola! —cual hubiera corrido para contestar, su agitación, le dio cierto nerviosismo.

—Hola...

—Perdón... dígame en qué podemos servirle.

—Este...no sé cómo explicarlo... —se hundió de hombros. —verá... el otro día yo..., bueno... el otro día fui a su local a comprar unos medicamentos...

—Oh... ¿Ha pasado algo? ¿Tuvo algún inconveniente con alguno?...

—No... en realidad... usted me dio la tarjeta de la farmacia... veo que dice que tienen servicio a domicilio... ¿Señorita Yuuki, verdad?...

Los ojos castaños se mostraron más expresivos y las orejas se asomaron entre sus cabellos. Era aquel joven al que curó...

—Sí, sí por supuesto... ¿Deseaba más material?... —acercó la silla para centrarse completamente en él.

—Pues... algo así... quería preguntarle si siempre... podría llegar a que me ayudara con la curación... sé que es una farmacia y no una clínica... pero...

—Sí... entiendo, es que se pierde muchísimo tiempo... y más si solo es el cambio de apósitos... si gusta... —se mordió el labio antes de pronunciar. —Me da la dirección de su casa y puedo ir a atenderlo ahí... —mencionó rápidamente para no sentirse extraña con el ofrecimiento.

—¿Ah?... ah... claro... le mandaré la ubicación. Pero favor... debe ayudarme, mañana es el día de la flor y no puedo faltar...

—¿El qué?... —preguntó extrañada, coloreándolo de ocre de ser posible, había expresado sus preocupaciones al aire.

—Que... que la espero... —colgó sin despedirse, completamente avergonzado.

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El timbre sonó mientras él se encontraba tendiendo la ropa recién lavada, por lo que la pequeña rubia que no había querido sacarse el disfraz de flor que usaría al día siguiente, corrió a abrir la puerta, encontrándose con la hermosa mujer de larga cabellera de atardecer, que al verla parpadeó y verificó si estaba en la dirección correcta, al asegurarse tiró al lado el six pack de cervezas que llevaba en mano y tragó duro.

Pensaba que había ido sutilmente invitada a conocerse mejor con aquel joven... cuando en realidad... parecía que efectivamente había sido solicitada solo para la cura, así que afianzó los insumos médicos entre sus manos, hasta que le vio acercarse a la distancia.

—¡Olive! Te he dicho que no debes abrir la puerta cuando no estoy cerca...

—Perdón papá... —reverenció a la recién llegada y se abrazó de la pierna del de cabellos negros.

—Perdona... —le sonrió. —Pasa por favor, perdón el desorden...

Ante Asuna... aquel departamento olía a niña mimada... por lo que enseguida pensó que estaba invadiendo la privacidad de un hogar. Pensó que había llegado tarde a la vida de aquel apuesto joven por el cual sintió fascinación desde el primer momento en que lo vio.

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Continuará...

¡Felicidades gemelis!!!

Feliz cumpleaños adelantado en la G. W jajajajajaja

Ufff... no sé como fue que se formó esta idea pero casi muero pensando en todo lo que tiene escondido jajajajaja.

Gracias por siempre estar ahí para mí!!!

No hay duda que este año y todos los que vienen serán muy felices porque estás en mi vida!!!

Te deseo lo mejor del mundo!!!

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