Veintiuno



скръб

Despertar a la mañana siguiente fue la mezcla del placer y la incomodidad. Cuando Azariel abrió los ojos se encontró con los orbes oscuros de Daren que lo miraban mientras con las manos le acariciaba los hombros. Su cabeza se sentía levemente adolorida y una confusión le atacaba la memoria. Erguido de golpe, miró al licano desnudo, tanto como él mismo.

—Si dices que no lo recuerdas, lastimarás mi corazón —le dijo y Azariel se avergonzó aún más.

El Jade Blanco repasó su cabello con manos temblorosas, mirando en todas direcciones, menos hacia Daren. El licano tenía una sonrisa burlesca en el rostro, tan atractivo como arrogante.

—Respira —le recomendó al verlo agitado—. No hicimos nada malo.

—Daren..., tuvimos sexo.

—Muy buen sexo —recalcó él sin pena alguna.

Azariel tomó la almohada y lo golpeó en la cabeza.

—Si vuelves a golpearme, te ataré como anoche.

La amenaza le causó mayor vergüenza cuando sus recuerdos esclarecidos trajeron su imagen ofreciéndose a Daren, enseñándole sus muñecas para que lo atara. Lamentablemente, al licano parecía causarle más diversión que bochorno.

—Atrévete —le retó en un ladrido.

—Oh, cariño, créeme que soy capaz de volver a hacerlo porque francamente me gustó mucho.

Resolviendo que era imposible tratar con un Daren impúdico, Azariel salió de la cama envuelto en la pequeña manta colorida. Corrió a prisas hasta el baño y ahí se encerró. Cubrió con su mano su boca y largó un grito silencioso. Estremecido de pies a cabeza.

Escuchó un golpeteo en la puerta seguido por la voz del lycan.

—Iré a preparar el desayuno, a menos que quieras que me una a ti en la ducha.

—Ugh, no —gimoteó.

Daren se marchó y él finalmente suspiró como tanto quería. Apoyó su cabeza contra la madera blanca.

«¿En qué diablos me metí?», se preguntó, pero en medio de su preocupación, los recuerdos pasados de una noche acalorada le provocaron fuertes contracciones en el vientre. Ansió tanto revivir el pasado dormido.

Para él, haberse enamorado de Daren fue un error inicial que no contemplaba mantener, mas el tiempo y el destino no estuvieron a su favor. No solo estaba flechado por el licano, sino que sus sentimientos amenazaban con una marea mayor; ¡y se había acostado con él! Quiso maldecir a viva voz, pero su corazón estaba lleno de regocijo, al contrario de su racional cerebro. Se sentía como si fuera invencible.

Lavar su cuerpo fue la remembranza más tortuosa. En su piel tenía marcas de dientes y moretones que empezaban a competir con sus numerosas pecas sobre la nariz. Aunque estaba limpio por fuera, según se percató al despertar y no sentir nada viscoso entre las piernas, sabía que por dentro todavía conservaba el rastro de Daren. Era completamente vergonzoso.

Sus caderas estaban adoloridas y su espalda baja se sentía amortiguada. No recordaba que fuera así, de las únicas dos veces que tuvo intimidad con otro hombre. Claro, eso pasó hace mucho tiempo, como veinte años, quizá más. Cuando se dio su primera relación fue con un alto muchacho rumano que llegó a Bulgaria por un intercambio universitario; se conocieron por mera casualidad una noche en el campus durante el primer paseo de Azariel por esos pasillos vetustos. Le pareció guapo y por un par de semanas estuvieron frecuentándose hasta que una tarde tras una cita en una cafetería cercana durmieron juntos.

Algo semejante, pero mucho más precoz, sucedió con Jeremy, un norteamericano hippie con quien tuvo una aventura fugaz un par de años antes de su última hibernación.

Crowe una vez le dijo que era sorprendente su forma de relacionarse con los hombres, si bien nunca logró hacerlo con una mujer. Ugh. Se le revolvía el estómago al pensar en sí mismo saliendo con una chica. Lo prefería de otra manera. De todas formas, no creía que una mujer estuviese interesada en él tampoco.

Y ahora estaba atrapado con Daren en algo que él no sabía cómo llamar. No eran novios, obviamente, por la falta de cortejo previo; no eran un polvo de una noche porque su tensión sexual los venía arrollando desde hace tiempo y dudaba conformarse con una sola vez. Entonces, quizás era apropiado llamarse follamigos o amantes.

Saliendo de la ducha tomó ropa del cajón, algo de Daren, de la noche pasada, y nada nuevo. Bajó hasta el comedor donde encontró al licano con una taza de café en la mano y el celular en la otra. Lucía serio y concentrado, totalmente apetecible en esa faceta de jefe.

—Sé algo de eso —le dijo a su interlocutor.

Azariel caminó temeroso junto a él para servirse un café y cuando lo tuvo en su mano sintió la caricia de Daren sobre su cuello. Alzó la mirada y se encontró con sus ojos dulces.

—Estaré ahí dentro de una hora, Gabriella.

Entonces colgó.

—Gracias por el café —murmuró Azariel.

—No hay de qué. Tengo que salir, pero estaré de vuelta en la noche —le dijo.

—Yo tengo que regresar al aquelarre.

—¿Regresarás aquí hoy?

—No lo creo. De hecho, no sé si deba regresar aquí.

—¿Esto es por lo que pasó ayer? Escucha, Azariel, no cometiste un crimen, solo..., nos dejamos llevar. Te lo dije, me gustas.

—... Regresaré en cuanto pueda, lo prometo.

Daren esbozó una breve sonrisa.

—Crowe tiene mi número. Escríbeme..., a cualquier hora.



****



Algunas de las jaulas estaban vacías, otras sumidas en un gran revuelo, y las demás llenas de muertos, entre híbridos y licanos. El aroma a sangre mezclada era repugnante, demasiado intenso y confuso para los inmortales, pero para Daren era menos molesto. Su nariz sí picaba, mas no le molestaba ni quería vomitar por ella como Gabriela, quien estaba a su lado con un pañuelo blanco sobre el rostro.

—Volvieron a inyectarlos —le dijo—. Algunos murieron, pero no hemos podido realizar una autopsia apropiada porque ninguno es capaz de soportar el aroma.

—Yo no soy forense, sino criminólogo.

—Lo sé, pero yo sí soy forense. Necesito tu tolerancia en la práctica. Yo te diré qué hacer.

No podía negarse, lamentablemente, aunque le hubiese gustado decirle que abrir un animal muerto no entraba dentro de sus deseos antes de morir.

Se dirigieron a la sala médica cerca de las jaulas.

—Han desaparecido tantos infectados, y la mayoría de ellos son los sujetos inyectados por...

—Por Viktoria —completó Daren—. La otra noche encontré a esos infectados en el Vitosha.

—¿Y qué hacías tú ahí?

—Tenía..., una cita. El caso es que apareció Jez Marcov, uno de los secuaces de Viktoria, y tenía a cinco de los infectados sacados de aquí.

—¿Cómo podría él controlarlos? Ese muchacho, un vampiro, nunca lograría imponer su autoridad sobre esas bestias.

—Con la sangre que les inyectaron, cualquiera que esta haya sido, creó un gen de obediencia en ellos; sin embargo, sí, nunca le harían caso a un inmortal de rango bajo. Las órdenes debieron venir de Viktoria, pero no sé cómo ella pudo hacer que la obedezcan.

—Quizá lo que les inyectó fue su propia sangre, solo de esa forma podría controlarlos..., a menos que ella misma hubiese cambiado. Esa mujer es una perra loca, pero no dudo que para lograr lo que quiere hará cualquier sacrificio, incluso alterar su propio genoma. Sería invencible entonces.

No contra Azariel, creía Daren, pero Viktoria tenía algo que el Jade Blanco no, sed de venganza y una completa ausencia de moral.

—Necesitaría algo más que tu palabra, lamentablemente, para denunciarla ante el Concilio.

—Si se trata de la sangre de esa mujer en el cuerpo de los infectados, los rastros estarán en los que no se adaptaron al virus, entonces esa sería prueba suficiente.

—Así es, por eso estás aquí.

Guates de látex, bisturí, pinzas y un cortador de huesos; tubos de ensayo y pipetas. En la mesa de cirugía reposaba el cuerpo frío de un infectado atacado por el virus. Daren agradeció la existencia de la mascarilla que lo alejaba del fétido aroma a muerto que expedía del animal.

—Toma el bisturí y has un corte en el pecho, cuando la carne se abra necesitarás la sierra para romper las costillas. Necesitas llegar al corazón, ahí debería estar el mayor daño causado por el virus.

La carne, enrojecida por la sangre bajo la piel peluda, lucía verduzca y maltratada, con magulladuras púrpuras de pequeño tamaño. Tomó la sierra y la encendió, su ruido chirriante era molesto, particularmente porque al ser un licano su oído era más desarrollado. Romper el hueso solo necesitó de presión y entonces las costillas empezaron a desprenderse. Líquido coagulado. El corazón putrefacto saltó a la vista. Tenía las venas cava y pulmonar desgarradas, como si alguien las hubiese rayado con una navaja delgada. La aorta lucía ennegrecida, podrida. El aroma era repulsivo, tanto que Daren contuvo una arcada. El músculo se mostró amoratado y con leves partes negras.

Gabriella se acercó y echó un vistazo antes de alejarse y apretar el pañuelo contra su nariz.

—Si fuera la sangre de un vampiro, un infectado no habría muerto a menos de que lo hubiesen mezclado con los otros tipos, o que estuviera contaminada. Se alimentan de inmortales y humanos, no tendrían razón de morir por su alimento.

—Pero no es la sangre de Viktoria —murmuró Daren y casi fue inaudible por la mascarilla.

Tras el pestilente aroma, Daren percibió uno que conocía íntimamente y al que era adicto. La sangre de Azariel.

—Es una mezcla de las tres especies —le dijo.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he olido antes.

—Yo no puedo percibir nada raro.

Daren lo suponía, después de todo, solo él podía percibir a Azariel. Ello, lejos de atormentarlo, le dio más respuestas. Sí, se trataba de Viktoria y de sus planes para causar una guerra. Sin embargo, se volvía un dolor de cabeza cuando su única prueba, la sangre inyectada, no tenía posibilidad de ser testeada por los demás, únicamente por él. Eso no bastaría para convencer al Concilio y seguramente ella hallaría una forma de salirse con la suya.

—Es complicado de explicar, pero sé que únicamente yo puedo olerlo, y quizás los infectados con esta sangre.

—Es una mierda —masculló la mujer—. Viktoria lo hizo muy bien cubriendo su rastro.

Daren se preguntaba si en realidad se trató de un cambio intencionado en la genética de Azariel o si resultó de un traspié en el laboratorio. Podía ser ambas, no obstante, pues, aunque fuera por un error, Viktoria pudo encontrarlo como la mejor ventaja de todas. Un asesino que no deja rastro y se convierte en un fantasma indetectable por todos. El crimen perfecto.

Sin embargo, si era tan perfecto, ¿por qué él sí lo percibía?, ¿por qué dejar un posible testigo que siguiera el rastro invisible?

—Los pulmones están igual de necrosados que el resto del corazón. El virus atacó los órganos vitales cuando no pudo domar el cuerpo.

—Entonces lo destruyó.

Daren se alejó de la maloliente criatura por conciencia propia. Era tolerante, sí, pero su nariz empezaba a quejarse.

—Eso nos deja igual que antes.

—No lo creo. Yo sé de quienes se trata —afirmó Daren.

—¿Y por qué no me lo has dicho?

—No puedo, lo lamento. Pero te diré que se trata de un ADN completamente diferente al que conocemos, uno maduro, además, que lleva tiempo desarrollándose.

—Me intriga mucho tu fuente de información, pero confiaré en tu palabra y no insistiré más. Sin embargo, si dices que lleva tiempo ya formado, ¿por qué Viktoria no lo utilizó antes?

—No lo sé, pero puedo averiguarlo. Aun así, me llevará algo de tiempo.

—Espero que sea más rápido de lo que dices. El tiempo está en nuestra contra. Viktoria puede tener ya un ejército y un arsenal listo para usar.

—¿Y no lograron encontrar nada en los allanamientos al aquelarre o al viejo castillo?

—Nada. Esa perra seguramente mandó a encubrirlo todo.

—En todo caso, este es el único camino que tenemos por ahora.

—Sí, pero espero que con la información que consigas tengamos más de uno. No dejaré que ella gane esta guerra.



****



Volver al aquelarre nunca le pareció tan peligroso, mas ahora que Viktoria, en su demencia por el poder absoluto, abusó de su propio cuerpo y alteró su esencia, temía de su inestabilidad. Él conocía bien cómo era eso. El primer cambio era, sin embargo, el más riesgoso, y él lo experimentó cuando era un bebé, según le dijo ella. Casi muere porque su débil sistema era incapaz de luchar con el virus, pero entonces otra pinta de sangre de vampiro logró ponerlo a flote.

Según la propia Viktoria, lo tuvo conectado a tubos de sangre años enteros, alterándolo en plena inconciencia hasta que despertó por primera vez en 1852, dos décadas después de su nacimiento. Él era ya un hombre y nunca conoció su cuerpo de niño o su voz chillona. Aunque inconsciente, recordaba el ardor del líquido recorriendo sus venas, quemándolas por dentro e incendiando su piel fría; su corazón bombeaba muy rápido, enloquecido, de la misma forma en la que sus pulmones trataban de conseguir aire para vivir.

Podía pasar horas así hasta que el virus fuera asimilado, y al despertar se sentía muy débil, pero pronto descubría los cambios en su anatomía. Sus ojos de blanco y negro, sus uñas largas y afiladas, sus colmillos más largos y filosos, sus sentidos picando, y su insaciable apetito.

Lamentablemente, desde hace un par de años, antes de volver a dormir, cuando supo que Viktoria inyectó algo diferente en él, empezó a desarrollarse como un monstruo inestable. En apariencia seguía siendo un muchacho joven y dulce, pero una vez que llegaba a un punto sin retorno donde su oscura naturaleza ascendía a la superficie, se veía tal cual un desenfrenado animal en busca de sangre, con ansias de asesinar por placer sin importar de quién se tratase. Odiaba esa parte de él porque la sensación de pérdida de control empeoraba con el tiempo. Él suponía, con temor a acertar, que en algún momento perdería su fuerza de voluntad y su bestia interna ganaría. Sería la viva imagen del peligro al que todos le temían. Le asustaba que eso ocurriera más temprano que tarde.

Empero, si así habría de ser, Azariel se juró utilizar a esa vil criatura para asesinar a Viktoria y convertiría el acto en la mayor ironía de una venganza.

La vampiresa lo esperaba en el laboratorio subterráneo junto al inútil secuaz que logró reclutar en un acto aparentemente desesperado. Ahí dentro también se apercibía el rancio olor de los híbridos.

—Estamos cerca, Azariel —le comunicó—, pero si fueras más obediente ya tendríamos a Sofía bajo nuestro control.

La mujer hablaba en plural como si eso realmente existiese en la práctica. Azariel lo dudaba, porque una vez que ella haya logrado su objetivo, él sería un estorbo o un simple esclavo. La una era peor que la otra.

—Tienes ya un sorprendente control sobre los infectados, pero esos perros rebeldes necesitaban una correa de la que me encargué ya; ahora, necesito que tú los doblegues.

—¿Cómo podría hacer eso? Los cambiaste, quizás igual que hiciste conmigo, pero en todo caso, mi superioridad no será suficiente para ellos.

—No malgastes tus neuronas, Jade Blanco; yo me ocuparé de eso.

Azariel temía eso precisamente.

—Ve a la camilla.

—¿Qué? ¡No! —replicó aterrorizado.

—Jez, átalo.

Y el rostro enojado de Viktoria, con aquellos rasgos cambiados, le dieron a entender a Azariel que no tenía escapatoria. En la camilla, Jez lo ató con cinturones de cuero que inmovilizaron sus brazos y piernas. Entonces la vio aproximarse con una jeringa llena de sangre. Él tembló al olerla. Se agitó e intentó zafarse nuevamente.

—Quédate quieto —le gruñó la mujer.

Sin cuidado inyectó la sangre en el brazo descubierto de Azariel, su vena penetrada ardía por el metal y el líquido que nadaba dentro. Largó un chillido cuando ese escozor llegó a su cuello, quemándole la garganta, y al bajar a sus pulmones, sintió que moría.

—Este es mi nuevo experimento, Jade Blanco, y sé que te gustará.

La malicia de Viktoria era únicamente superada por su inteligencia usada de la peor forma. Cualquiera que fuera la mezcla, Azariel se preguntaba si su cuerpo la moldearía correctamente o si, por el contrario, terminaría atrofiado y con mayores problemas. Jugar con los genomas de los inmortales era peligroso, demasiado para una mujer con ansias de poder ilimitado.

Gritó y jadeó cuando el corazón se estrujó y se detuvo por unos segundos; sentía que se desvanecía, como si el alma se le saliera del cuerpo, tan rápido igual que las fuerzas lo abandonaban.

Latió nuevamente, pero el dolor en su pecho y costillas era como si estas se estuvieran quebrando una por una y apretujando su corazón maltrecho. Tal cual una espada le atravesara el estómago y recorriera camino ascendente, hacia su garganta.

Una gruesa capa de sudor le cubrió el cuerpo con rapidez, estimulada por la fiebre que atezaba su cabeza y que le quitaba el conocimiento. Pronto, cuando el dolor en cada parte de su ser superó todo lo demás, Azariel se desmayó y de la nariz salió sangre espesa y oscurecida.

Viktoria lo vio con pleno placer, sabiendo que su experimento fue totalmente exitoso.

—Cuando haya despertado, llévalo a las cuevas detrás del Vitosha, yo te esperaré ahí con los infectados.

—¿Qué harás?

—Una cacería.


—Pesadumbre—

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