Veintiocho
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Leire esperaba fuera del aquelarre con su auto. Los nervios la estaban matando lentamente. Era la tercera vez que se vería con Crowe luego de su ardiente noche. La mañana después, ella no pudo mirarlo a los ojos y tuvo mucho miedo de lo que sucedería entonces. Resolvió ignorar su presencia y por muy poco tiempo, un día, quizás, funcionó, pero el vampiro regresó a buscarla. Él estaba molesto e indignado por haber sido rechazado de forma tan tosca. La pelea que tuvieron aún le calaba los huesos como si se tratase de un viento frío.
—Te lo conté todo..., ¿y aun así tuviste el descaro de no querer volver a verme?
—Estabas ebrio —se escudó ella.
—¡Y una mierda! —bramó—. Lo recuerdo perfectamente todo. Te confié muchas cosas de mí, Leire, y aparentemente no te importó.
—¡Claro que sí! Pero, ¿qué querías que hiciera? Esa noche tú estabas dolido y..., me contaste de ella, de esa mujer que aún amas. ¿Esperabas que a la mañana siguiente pretendiese que habernos acostado significaba que yo era su remplazo? Crowe, sé que tú no tienes sentimientos por mí y que si lo hicimos fue porque necesitabas consuelo.
—¿Eso crees? —farfulló Crowe con los puños apretados—. Esa noche..., a pesar de la borrachera, quise estar contigo, no como un remplazo de nadie. Contigo.
—¿Conmigo?, ¿desde cuándo? —casi se burló ella, y tras su rostro serio escondía la conmoción que le causaba Crowe—. Necesitaste estar demasiado ebrio como para verme..., como una mujer, en lugar de a la amiga que siempre he sido para ti. ¡Joder! Sí, me gustas, pero sé perfectamente que tú ni me quieres ni te gusto.
—Porque merecías algo mejor —ladró el vampiro acercándose a la muchacha para tomarla por las mejillas y delinear su rostro con los dedos—. Eres demasiado especial para mí como para querer que tú... No quería que sufrieras por mi culpa.
Leire creía que lo que Crowe trataba de decirle era que no quería que la historia se repitiera; que no deseaba sufrir ni causarle daño como pasó con Karolina. Ninguno de los dos saldría invicto de un golpe tan fuerte, lo sabían ambos y ello mismo les hacía temer. Empero, ella deseaba vivirlo todo sin temor a aquel fantasma detrás de él, y quería que se olvidara del pasado.
—Lo admito. Siempre has sido una amiga para mí, pero te quiero mucho, y siento cosas por ti que me confundían demasiado. Anoche..., para mí se esclareció todo, solo necesito que me des una oportunidad.
Corrió el riesgo a pesar de tener sus dudas, pero en esos pocos días que habían pasado desde entonces, no estaba arrepentida. Quizás el futuro no sería tan maravilloso, con trabas y conflictos; sin embargo, por el momento, Leire no tenía nada mejor que Crowe en su vida.
****
Era el 7 de septiembre, o eso le decía a Azariel el calendario. Había perdido ya la noción del tiempo mientras más pasaba entre híbridos malolientes. Quizás se trataba solo de un día, pero su cabeza estaba ya fuera de sí. Su cuerpo cansado se movía por inercia, mas no por gusto, adhiriéndose a las órdenes de Viktoria como si se trataran de una robusta cuerda para no caer en la locura.
Era pasado el mediodía cuando Viktoria lo llamó a su recámara.
—Esta noche atacarás los distritos norte y sur —le dijo confusamente—. Los infectados te acompañarán. Quiero que lo destruyas todo.
—¿Qué hay ahí?
—Los depósitos. Alimentos y sangre para inmortales. Los bancos de plasma se nutren de esas bodegas, y sin ellos no hay amenaza.
Azariel supo, entonces, que todo estaba por empezar.
—Ningún ataque es un juego, Jade Blanco, y tienen muy buenas razones de ser. Adiestrar infectados por años hasta amansarlos, atacar los albergues, conseguir el respaldo de las regiones..., y destruir los depósitos son todos para lograr lo que quiero.
Dejarlos débiles era la mejor forma de empezar una batalla. Aunque los inmortales podrían pasar varios días, y hasta semanas, sin alimento, cuando la guerra se prolongara y los bandos se conformaran, a ellos se les haría muy difícil conseguir comida si no tenían ya las reservas. Los humanos no se meterían en la guerra porque inevitablemente perderían, pero, quizás, brindarían apoyo a unos o a otros con su sangre.
—Cuando hayas hecho eso, habrás de regresar. Recuerda. Nadie puede verte, ni has de dejar un rastro. Si tú fallas, no olvides que uno a uno tus amigos morirán.
Molesto, Azariel apretó los puños.
—¿Y entonces?
—Te necesitaré a mi lado, en el Castillo del Concilio. Serás el general de mi ejército, Jade Blanco.
—Debes jurarme por tu vida que nada malo les pasará a ellos —demandó.
Ella largó una risa tosca.
—¿Por qué haría eso?
—Porque si alguno de ellos sale herido, te mataré ahí mismo, y tus restos se los entregaré al Concilio.
—Te lo he advertido: con una gota de veneno, todos ellos morirán —masculló Viktoria—. Y te atreves a amenazarme.
—Ese veneno..., ¿hablas de este? —le preguntó sacando del bolsillo de su pantalón el pequeño frasco de vidrio. Se lo presumió con gusto, disfrutando de la ligera sensación de Viktoria—. Sé que debes tener más, pero te advierto que, si tú intentas algo en contra de ellos, un poco de tu propia fórmula será lo que te mate.
Viktoria frunció los labios y sus ojos se volvieron helados. Estuvo tentada a lanzarle una bofetada por impertinente, pero se contuvo con aquel maravilloso autocontrol que poseía.
—Haré lo que me pides porque sé que, de no hacerlo, intentarás matarlos de todas formas, y no quiero iniciar una pelea contigo.
Por segunda vez, Viktoria fue amenazada por Azariel y el sabor de ello le supo aún más amargo que la primera vez. Estaba empezando a odiar el sentimiento, lejos de la diversión que le causaban esos vagos y tontos intentos de Azariel por ser una buena persona. Ni salvando a toda Bulgaria lograría la redención por sus actos, eso Viktoria lo sabía y lo celebraba con maligna morbosidad.
Azariel salió de la recámara y comenzó a vaguear por el aquelarre hasta que la noche cayera. Algunos vampiros estaban despiertos a pesar de la hora, muy pocos, realmente, que se paseaban por los corredores como almas en pena. Se encontró cerca del balcón oeste a una muchacha que era, entre otras muchas cosas, una perra celosa. Dara era una vampiresa joven, convertida por un viejo vampiro ya muerto hace menos de noventa años. La mujer era guapa y sofisticada, aunque no así su lengua de víbora; de ojos verdes y cabello rubio brillante; de figura delicada y curvas poco pronunciadas. Esa belleza externa ocultaba una maldad interna que casi nadie conocía.
—Así que has venido —le dijo, plantándose frente al Jade Blanco—. He oído que estás saliendo con un Guardián, ¿Daren Kostov? ¡Pobre hombre! No ha de saber la clase de monstruo que se lleva consigo.
Azariel no estaba seguro de si Daren ignoraba el hecho de su mortífera naturaleza o si simplemente se acostumbró a la idea.
—Yo salí con él, ¿lo sabías? Hace varios años, antes de que tú desaparecieras por última vez.
Aunque no lo sabía, Azariel solo creía que, en aquel entonces, Daren debió tener un gusto terrible para haberse fijado en una mujer tan inescrupulosa como ella. Bueno, no que él fuera un monstruo mejor.
—Aunque es un hombre muy apasionado en la cama, debo decir que, lamentablemente, también es muy tonto. ¿Cómo, demonios, fue a poner sus ojos en ti?
Azariel tampoco lo sabía y por mucho que quisiera conocer la respuesta, no le demostraría ni un ápice de debilidad a Dara.
—Y supongo que haberse fijado en ti tiene una obvia explicación —prosiguió ella—. No sabe lo que eres. Daren no se atrevería a darle un beso a un monstruo como tú.
No solo se atrevió a besarlo, sino que tuvo el valor a follarlo en cuanto tuvo la oportunidad. Pero eso no se lo diría Azariel.
De todos los inmortales del mundo, muy pocos conocían su secreto. Viktoria, Crowe, Eira, y Dara; así fue mucho antes de conocer a los guardianes que hicieron de ese misterio un chiste que se pasaba de boca en boca.
Dara lo descubrió hace ochenta y cinco años cuando, empujada por su enojo y su envidia, siguió a Azariel hasta Svoge, una pequeña ciudad cerca de Sofía, rústica y agreste, donde Viktoria le presentó a las víctimas de esos entrenamientos. Esa fue la primera vez que se vio como un verdadero monstruo luego de haber recibido una alta dosis de sangre desconocida. Ella, lejos de asustarse por ver el cambio de una criatura tan atemorizante, lo usó como su mayor ventaja. Su silencio era el pago. Azariel no podía acercársele y debía permanecer tan oculto como se pudiera, así ella no revelaría la verdad a nadie. Funcionó solo porque esconderse de todos era lo más lógico. De eso nunca se enteró Viktoria o la muchacha no hubiese corrido con la misma suerte. Llevaría ya varias décadas muerta.
—Ese es mi problema.
—Lo será si yo se lo digo.
—¿Vuelves a amenazarme?
—Es una pequeña advertencia, Azariel, después de todo, Daren es un Guardián y no dudará en entregarte al Concilio si se entera de que duerme con el demonio.
—¿Qué te hace pensar que dejaré que se lo digas? —replicó con tono lúgubre—. Mira a tu alrededor, Dara, estás sola.
La mujer amplió los ojos y con ansiedad barrió el lugar. Azariel tenía razón. No había nadie en el pasillo que la ayudará si...
—No te atreverías —jadeó la vampiresa.
—Resulta que estoy jodidamente cansado de tus amenazas de niña caprichosa. No hice nada para que me odiaras, pero te has dedicado a fastidiarme estos últimos años. Y ahora incluso intentas meterte con Daren... ¿No has tenido suficiente?
—Nunca —respondió con los dientes apretados, chirriando—. No has debido de nacer, mucho menos de convertirte en la leyenda de este aquelarre... Eres una basura.
El Jade Blanco recayó en que Dara parecía tener un serio problema de vanidad que la hacía envidiar la más mínima cosa sobre el resto mientras su altanería resguardaba esas inseguridades. No era sino una niña.
—Si todos supieran lo que eres, entonces ya no serías-
—Seguiría siendo lo que soy. La leyenda de Sofía —remarcó—. Si el mundo supiera de mí, se escribirían libros y se contarían historias..., todo lo que tú quieres para ti. Atención es lo que mendigas.
—Y serás ejecutado —mencionó ella con burla macabra—, en medio de la ciudad, con todos repudiándote por lo que eres... Cuando te vayas, nadie te extrañará.
—Daren me extrañará —le dijo y sonrió de medio lado—, mis hermanos me extrañarán. Pero a ti..., eres una huérfana que todos ignoran y es tu culpa.
La mano lechosa de Dara se alzó e impactó contra la mejilla de Azariel. El sonido fue ensordecedor, y el dolor en la piel de la criatura fue como una quemadura leve que le picó la carne.
Azariel entornó los ojos y un vivo enojo se instaló en su pecho. No era solo por el golpe, sino por el descaro de la mujer, como si en el pasado no hubiese cometido crímenes atroces. El burbujeante enfado, junto a aquellos recuerdos oscuros, trajo a la superficie a su peor versión. Sus orbes blancos se clavaron sobre Dara, su cuerpo tenso desprendía una energía siniestra, y sus uñas negras alargadas se apretaron contra las palmas.
—Vuelves a golpearme —dijo con vaguedad—. ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que lo hiciste?
Dara se puso tensa, temiendo por su vida.
—Por tus caprichos de niña tonta hiciste que mataran a toda una aldea no muy lejos de aquí, ¿lo recuerdas? Quisiste estúpidamente enfrentarte a mí, matarme y a Eira por protegerme. Recibí dos disparos tuyos en el pecho, recuerdo que lucías muy valiente y satisfecha mientras lo hacías, pero esa arrogancia tuya se transformó en miedo cuando viste lo que podía hacerte. Me rogaste que no te matara, entonces, como un perro faldero, y se lo contaste todo a los líderes de Svoge... Ellos están muertos por tu culpa, por tu insulsa necesidad de atención. Y no has comprendido las consecuencias aún después de muchos años.
Mientras hablaba, caminó varios pasos hacia la temblorosa muchacha a quien su valentía la había abandonado ya. La sujetó del cuello y la empotró contra la ventana blindada, sus uñas rompieron suavemente la piel y finos hilos de sangre salieron y rodaron cuesta abajo. Dara jadeó asustada.
—Tú los mataste —replicó la mujer.
—Eras ellos o tú. Jamás se lo dije a Viktoria porque creía que merecías vivir..., pero eso no es cierto. Debiste morir ese día.
—Mátame ahora, maldito monstruo —gruñó con los últimos dejes de valentía que albergaba en su escuálido cuerpo.
Azariel apretó el agarre sobre el cuello de la fémina, clavando sus uñas muy cerca de las venas yugular. Dentro, en su corazón, sabía que no podía ni debía matarla; sin embrago, sus instintos de demonio lo empujaban a hacerlo, a asesinar a la persona que un día tuvo el coraje de herir a Eira. Pretendía darle un castigo.
—Azariel —llamó una voz profunda a su espalda, la voz de Joseph.
El Jade Blanco se tensó por pocos segundos, pero no aflojó su agarre, en su lugar, se acercó al oído de Dara y le advirtió:
—Si te atreves a decirle a alguien de esto, entonces sí te mataré como debí hacer hace muchos años. No eres mejor que yo, perra.
La soltó entonces y, sin poner atención al repetitivo llamado de Joseph, se marchó a prisa, y en la oscuridad escondió su aspecto monstruoso mientras calmaba a su despotricado corazón. Sus instintos empezaron a bajar lentamente y por fin su razón reinó sobre su naturaleza salvaje y recabó en lo que estuvo a punto de hacer. Sí, era el monstruo que ella decía y del que todos temían.
Y cada vez más entraba en aquel túnel sin retorno que lo mantendría presa entre las carnes de un asesino.
—Ira—
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