Veintinueve



изненада


11:30 p.m. Miércoles 8 de septiembre de 2021.

Las angostas y adoquinadas calles del distrito norte estaban abarrotadas de infectados, cada uno más rabioso que el otro, que corrían hasta los depósitos de comida y destrozaban el suelo con placer. Azariel iba entre ellos, caminando apenas, y languideciendo ante su salvajismo innato que pujaba por salir para unirse a las bestias que dominaba. Cubierto con la capucha de la chaqueta, esperaba que nadie viera su rostro, pero ya daba igual. El fin estaba cerca.

—Destrúyelo todo. Deja un mensaje para todos —fueron las palabras de Viktoria antes de dejarlos ir.

Gruñidos y aullidos alertando a los civiles. Ya no importaba ser discretos, no cuando esa era la declaración de guerra.

Los gritos de los guardias dieron inicio del caos. Alarmas sonaron y alaridos fueron lanzados al aire. El penetrante olor de la sangre se filtró por las fosas nasales de Azariel, enloqueciéndole ese sabor a destrucción y matanza.

Los infectados arañaron todo ahí dentro, desde los sacos de granos, hasta los frigoríficos donde se almacenaba la sangre. Un estropicio del que sacaron provecho. Lamieron el piso y ensuciaron sus hocicos al romper las bolsas rojas. Despedazaron los cuerpos heridos de las personas y saborearon la carne y el terror.

—Eres el monstruo de las pesadillas de cualquiera —recordó que le dijo Viktoria—, ahora más que nunca.

Y Azariel lo notaba perfectamente. Su cuerpo no solo había cambiado en el exterior, sino en el interior. Su racionalismo humano empezaba a ser opacado por el salvajismo propio de un animal. Sus pensamientos eran guiados por sus necesidades bestiales egoístas. Lo más lamentable era que a ese lado macabro suyo le asustaba la cosa en la que estaba transformándose.

Escuchó a lo lejos la voz moribunda de una de las víctimas hablando por un intercomunicador con Gabriella. Pronto el lugar estaría lleno de guardianes, pero para entonces ya se habrían ido.

Inevitablemente, Azariel pensó en Daren. «Perdóname por ser un maldito monstruo».

Al estar en medio de tanta sangre derramada, sintió hambre y sin meditarlo mucho se acercó a aquel hombre quien notificó el ataque. Su víctima, de no más de treinta años, flaco, y herido en el pecho por las garras de algún infectado, tembló al ver esas hileras de dientes tan feroces en la boca de la criatura, al recaer en sus ojos extraños y en sus uñas mortales. Él gritó cuando la mandíbula del Jade Blanco se cerró alrededor de su cuello, tomando un gran bocado para succionar el líquido que corría dentro.

—¡Ah!, ¡ah!, ¡auxilio!

Sin embargo, poco después la voz murió antes de siquiera salir y la vida se le escapó al hombre.

El líquido rojo bañó su boca y se desbordó por las comisuras, bajó por su mentón y llegó al cuello, ensuciando su camisa gris. Apretó su agarre en el cuerpo del hombre por el placer que le causaba tragar su sangre y succionó con fuerza hasta que se sintió saciado. Lo soltó cuando escuchó la sirena del auto de la policía junto a varios más que seguramente eran de los guardianes. Les dio una mirada a los animales y, como si hubiese sido una orden, todos ellos salieron rápidamente del lugar. Azariel los siguió.

Los infectados marcharon por las calles menos transitadas y desoladas, bajaron por la avenida principal que los llevaría al distrito sur, su segundo objetivo. El aroma de las bestias creaba un rastro que los guardianes seguirían, y era justo lo que Viktoria quería, pero les advirtió que no podían ser atrapados, ni los híbridos, mucho menos Azariel. Tener a un infectado como esclavo era sumamente inútil y, en realidad, lo asesinarían instantáneamente.

Y, aunque Azariel no tenía aroma para la gran mayoría, si era visto o si, en el peor de los casos, era capturado, el plan se vendría abajo. Toda la ciudad lo conocían por ser el experimento de Viktoria y no haría falta demasiado para atar los cabos sueltos. Gabriella se aprovecharía de eso y la condenaría a muerte frente al Concilio.

Después de media hora corriendo por la poco concurrida avenida, llegaron a los depósitos sur, y ahí encontraron una tropa de los guardianes atestados al frente, con armas de toda clase. Azariel los percibió varias cuadras antes, así que cambió su rumbo por los reducidos callejones. Los infectados treparon las paredes de los edificios, aruñando los ladrillos, cuyo sonido estridente llegó como un susurro a los oídos los cazadores.

Sobre la terraza de aquel edificio, Azariel, acuclillado, dio órdenes a los híbridos.

Los animales se movían con sigilo, apenas siendo percibidos por ellos mimos, y así saltaron sobre los techos hasta estar lo suficientemente cerca de aquellas bodegas de alimentos.

A pesar de su situación, Azariel olisqueó el aire en busca del aroma de Daren o el de alguno de los miembros del escuadrón; no lo encontró y ello lo empujó a continuar.

Un ansioso infectado se removía sobre el bordillo del techado y aruñaba las tejas con sus garras. Precipitadamente, saltó hacia la cubierta de la bodega, sus patas resbalaron y el estruendo alertó a los guardianes.

—¡Sobre los techos! —gritó uno de ellos mientras apuntaba con su arma a la bestia. Dos disparos bastaron para que el animal cayera muerto al suelo.

Los guardianes abrieron fuego contra los techos de las casas donde veían a los infectados.

Azariel dio la orden de atacar. Los híbridos saltaron por los techos y bajaron por las paredes esquivando las balas. Algunos de ellos largaron un gruñido bajo al ser atrapados por el fuego, otros no tuvieron tiempo siquiera de notarlo. La cantidad de infectados superaba con creces a las tropas de contención; lamentablemente, no así al número de armas.

—¡Ah!

Desde el techo, Azariel veía a los guardianes pelear contra las bestias. Algunos temblaban de miedo al verlos tan feroces, como nunca antes los conocieron. Otros, con espadas y látigos de hierro en mano, intentaron apartarlos del camino, pero las fauces de los infectados, sin temor alguno, atrapaban las hojas filosas y roían las fustas. La sangre salía y escurría por cada rincón.

Afuera todo era consumido por el caos.

Azariel le dio la orden al otro grupo de infectados de entrar por la parte trasera del almacén. Pronto, el fuerte aroma de la sangre y de la carne guardada en los congeladores se esparció por todo el ambiente y llegó a mezclarse con el aroma de los muertos. Cuando los vio salir rompiendo las ventadas, él bajó del techo y se los llevó consigo. Inevitablemente, también llevaba sobre sí el sentimiento de culpa.



****



3:46 a.m. Jueves 9 de septiembre de 2021.

Temblaba por completo sobre el sofá de la recámara. Su cuerpo saltaba de vez en cuando por los espasmos y la fiebre. Aún dormido, Azariel sollozaba y rasguñaba la tela de las mantas que lo cubrían. Las pesadillas lo atormentaban y las vívidas imágenes de las matanzas cometidas en el pasado lo seguían como un demonio.

Durante la madrugada regresó a la mansión, una vez logró dejar atrás su retorcida apariencia. Crowe y Eira no estaban ahí, así que aprovechó y se quitó el aroma y manchas de sangre, entonces se permitió dormir para apaciguar a su verdugo interior.

Pataleaba y gritaba, peleando contra sus víctimas que querían saldar deudas. Su cuerpo empezó a cambiar nuevamente. Era un mecanismo de defensa.

Los asesinatos de inmortales en los picos de Rila durante sus primeros entrenamientos.

La captura de inocentes como presas de un juego macabro de cacería.

Los infectados que asesinó en las fronteras y en las minas.

La matanza en Svoge por culpa de Dara.

Las mentiras y amenazas.

El miedo y la codicia.

—Azariel —llamó Crowe preocupado, sacudiéndolo por los hombros—. Azariel.

Eira entró en el cuarto a carreras cuando escuchó a Azariel lamentarse.

—Aléjate de mí —repetí el Jade Blanco una y otra vez—. No me toques.

Crowe le dio golpecitos en el rostro, pero ni eso funcionó para despertarlo. Eira intentó también dándole a oler alcohol, así lo hizo hasta que despertó finalmente.

—Dioses —jadeó la mujer.

Sobresaltado se levantó. Miró a su alrededor con miedo, como si de las paredes oscuras fuese a emerger cada cadáver enterrado por su culpa, cada inocente asesinado por las locuras de Viktoria.

—¿Qué...?

—¿Qué sucede, Azariel? —preguntó Crowe—. Estás..., cambiando.

Azariel no quiso vere sus manos, ya sabía lo que en ellas había.

—Viktoria... Yo...

Empezó a llorar de miedo, sintiéndose culpable y miserable. Completamente abrumado por la culpa que lo corroía, Azariel lucía como un niño aterrorizado llorando sobre el regazo de su padre.

—No puedo más... Ya no quiero hacer esto —les dijo—. Quiero irme lejos, donde ella no me encuentre nunca.

—¿De verdad quieres irte? —increpó Crowe.

Azariel asintió con la cabeza.

—Eira, trae una maleta de ropa para Azariel —le ordenó.

—¿Qué piensas hacer?

—Voy a sacarlo de aquí.

—¿Qué dices?

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Azariel tan asustado y llorando? Está destruido. Es tiempo de acabar con esta mierda.

—No podemos hacer eso —replicó ella—. Viktoria nos matará por sacarlo y luego acabará con él.

—No si Azariel la entrega al Concilio. ¿Podrás hacerlo? —le preguntó.

El muchacho lo miró con desconcierto, temblando bajo las caricias de Eira, pero movió la cabeza de arriba a abajo.

—Sí.

—Eira, llama a Daren, que nos vean en el viejo parque a un kilómetro de su casa.



****



Cual si fuera un muñeco, Azariel fue llevado por sus amigos hacia Lozenets. Crowe tuvo mucho cuidado de no alertar a Viktoria en la mansión al salir, pues lo que menos necesitaban era que sus planes se truncaran por la vampiresa.

Media hora después estaban ya en ese parque donde Crowe citó al escuadrón de los guardianes. El lugar tan desolado era ideal para un intercambio, ahí, apartados de la casa de Daren, su rastro se perdería y si Viktoria lo seguía, no llegaría muy lejos.

Daren estaba parado frente a su auto, vestido de uniforme, completamente ansioso.

Azariel lo vio a través de la ventana y en él nació una necesidad insana por abrazarlo. Sin esperar que el coche se detuviera, abrió la puerta y salió corriendo, tropezando con sus propios pies inestables. Daren corrió a su lado y en medio del camino se encontraron. Los brazos gruesos del licano rodearon el tembloroso cuerpo de la criatura, lo estrecharon contra su torso para transmitirle paz. El Jade Blanco se deshizo en llanto, y suplicó entre sollozos por el perdón que no creía merecer.

—No quise hacerlo, lo juro... Por favor, perdóname.

—Shhh, todo está bien.

—Tengo tanto miedo... Daren, me estoy muriendo —le confesó.

Daren tuvo tanto miedo como Azariel.

—Yo te cuidaré.

—Necesita refugio —les dijo Crowe—. Está..., muy grave.

—¿Qué es lo que tiene? —quiso saber Ciaran.

—Se ha vuelto muy inestable. Los cambios recientes en su ADN desencadenaron una peligrosa volatilidad en él. Ya no puede controlarse.

Daren lo apretó más contra su cuerpo y dejó un beso en la coronilla de Azariel.

—¿Qué sucederá ahora que es así de peligroso?

—Yo..., se lo diré todo al Concilio —les dijo—. Les entregaré a Viktoria.

—Ellos te encerrarán a ti también, Azariel —le recordó Iris—. Es peligroso que-

—Es igual de peligroso tenerme libre —les dijo—, pero es mejor que ella desaparezca.

—Te llevaré a casa —le dijo Daren—, ahí podremos hablar.

—Crowe y yo debemos regresar al aquelarre antes de que Viktoria descubra que Az ya no está —señaló Eira—. Por favor, cuiden de mi hermano.

Los vampiros se fueron a prisa, mientras los guardianes se quedaron a proteger de aquella criatura tan peligrosa.



****



—Necesito saber —le dijo Daren, apenas llegaron a la recámara.

—No. Se lo diré todo al Concilio, pero no quiero tu desprecio hasta entonces.

—Azariel. Necesito saber lo que le diré al Concilio cuando te presentes ahí. No quiero que nada me tome por sorpresa, entonces —bramó—. De todas formas, lo sabré todo.

—¿Por qué no lo entiendes? Tengo miedo de cómo me verás entonces. No quiero decírtelo.

—Hazlo, maldita sea —rugió apretando los puños—. Si me quieres un poco me lo dirás.

Azariel se mordió los labios mientras su cuerpo se sacudía con los temblores del llanto.

—Sé que eres la combinación de muchas cosas, pero quiero oírlo todo de tu propia boca.

—¿Para qué? Si sabes lo que soy, ¿por qué quieres...?

—Porque quiero conocerte. Quiero que tú me lo digas.

Azariel caminó hacia el alfeizar de la ventana, apoyó sus manos ahí y arañó la madera. Por la ventana logró ver el reflejo angustiado de Daren, y le dolió saber que sus limitaciones estaban lastimando a la persona que más quería.

—Cuando crecía..., al conocer a Crowe y a Eira, ellos fueron los primeros en conocer la aberración que yo era, y por poco los pierdo. No me quisieron..., me temían tanto —gimoteó—. Dolió mucho saber que ninguna persona quería estar cerca de mí por lo que soy. Traté de ser bueno, lo juro,..., salvé a Crowe y creí que me daría una oportunidad. Lo hizo, ambos lo hicieron, pero sé que aún me temen, que no..., no pueden verme como a los demás. Odio ese sentimiento porque me hace odiarme a mí mismo, y no quiero que tú te alejes.

Dos gruesas lágrimas golpearon la madera y cuando Azariel alzó el rostro vio su propio temible reflejo, aquel al que le rehuía tanto, al que odiaba tanto.

—Pero, ¿y si es mejor que te alejes? Lo he pensado mucho, ¡joder!, y odio saber que lo más seguro para ti es estar lejos de mí.

Lentamente, se dio la vuelta con el rostro agachado, cubierto por esas hebras castañas onduladas.

—¿Esto es lo que querías ver? —le preguntó al alzar el rostro y revelarse frente al licano—. ¿Es este el demonio que querías conocer?

Pero Daren, contrario todas las reacciones que Azariel creyó que tendría, no lucía asombrado, ni mucho menos aterrorizado. Sus ojos negros solo repasaron las facciones del Jade Blanco y las encontró entrañables.

—¿Por qué no estás asustado?

Daren suspiró y contestó.

—Porque yo soy como tú.

Sus ojos negros se disiparon entre el color blanco y dejaron finas líneas oscuras alrededor del iris; sus caninos se alargaron y, aunque no eran como la dentadura pavorosa de Azariel, lo hacían lucir amenazante.

Azariel contuvo un jadeo y su cuerpo, por la sorpresa, volvió a la normalidad. Acercó su diestra al rostro de Daren, estaba temblando, y al querer tocarlo sintió un espasmo helado que le cortó la respiración.

—¿Cómo es posible?

—... Soy así desde niño. Cuando tenía doce años, sufrí un accidente de auto con mis padres, algo pasó..., y ocurrió. Me transformé por primera vez en un lobo cuando era un adolescente de quince, mi madre notó que era muy diferente, que era más peligroso y que me dejaba guiar por mis instintos con demasiada facilidad. Fue entonces Gabriella me ayudó a controlarme y a entrenar. Me mantuvo alejado de todos hasta que dejé de ser una amenaza.

—Pero..., en los guardianes..., ellos debieron notar que eres muy diferente.

—No lo hicieron. Nadie excepto mi equipo y tú lo saben —Daren suspiró y volvió a la normalidad—. Mi apariencia como un licano es apenas diferente ahora, mis ojos he logrado controlar, no así mis garras o mis colmillos, pero pasa desapercibido. Gabriella se encargó de todo dentro de los guardianes para que ninguno supiese de mi condición.

Azariel aún no lo procesaba y estaba completamente atontado al saber de ello.

—Cuando te conocí..., intuí lo que eras, supe que eras más peligroso de lo que yo he sido jamás, y tuve miedo de que alguien como tú se convirtiera en una amenaza verdadera.

—Por eso..., por eso no me querías.

—No me duró mucho eso —se burló de sí mismo—. No puedo ser tan hipócrita y odiar a alguien que es como yo, tampoco he de juzgarte porque yo tengo mis propios pecados.

—Si lo has sabido todo este tiempo, ¿por qué no me lo dijiste?

—Porque quería que lo hicieras tú, que me tuvieses la suficiente confianza como para mostrarme lo que hay dentro de ti, y haría lo mismo para demostrarte que, después de conocer la verdad, no me marcharía. Voy a estar contigo, Azariel, ahora y dentro de mil años.


—Sorpresa—

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