Veintidós



отвращение


Tal vez no debería estar así de ansioso, tal vez solo era cuestión de tiempo...; sin embargo, Daren no podía evitar sentirse desolado. Habían pasado diez horas, tal vez más, desde que se despidió de Azariel. Aunque el muchacho le dijo que no se verían ese día y que probablemente tampoco el siguiente, la desazón lo embargaba. Quería volver a tenerlo entre sus brazos y tal vez besarlo por largo rato.

Y sinceramente esperó recibir para la tarde ya un mensaje de Azariel, pero nada. Se preocupó de sí mismo. No sintió nunca una necesidad tan brava por ver a nadie y ahora quería solo tener a Azariel consigo. No, eso no estaba bien.

Negó con la cabeza, entonces decidió que podría llamar a Crowe y preguntar por Azariel, aunque el hombre podía ser una verdadera molestia, así que llamó a Eira. La muchacha le contestó rápido, mas su tono sonó agitado.

—Umm, yo quería saber si Azariel estaba contigo.

—En realidad no. Sé que Viktoria lo llevó lejos desde temprano y aún no han vuelto.

Se lo temía, de hecho, pero esperaba que fuera diferente, así al menos tendrían oportunidad de charlar un momento.

—Daren —le llamó—, ¿a dónde llevaste a Az ayer por la noche?

Tragó saliva con dificultad e inmediatamente su cabeza se llenó de las rojas imágenes de esa noche.

—Los vi irse muy temprano. ¿Azariel se sentía indispuesto?

—No, es solo que-

—Estaban follando —escuchó una voz diferente del otro lado del auricular. La voz era difusa y algo lejana, pero era de una mujer.

—Cállate —siseó Eira.

—Es la verdad, ¿o no, Daren?

—¿Iris?, ¿qué diablos haces allá?

—Lo mismo que tú anoche —expuso sin pudor.

—¡Iris! —chilló Eira y escuchó un quejido, Daren asumió que Iris se ganó un golpe por su soltura de boca.

—Amm..., creo que no debí llamar. De todas formas, por favor dile que me llame.

—Lo haré.

Cuando la llamada terminó, Daren se quedó petrificado. ¿Por qué su torpe cabeza empezaba a crear perversas imágenes de Iris con Eira? No era sano, ni para su juicio, ni para su estómago. Necesitaría enjuagar con abundante jabón su cerebro para quitarse esos pensamientos insistentes que lo atestaban.

—Supongo que tendré que esperarte —murmuró al viento, mirando el atardecer desde su balcón.



****



Abrir los ojos fue quizás la tarea más tortuosa ardían como las llamas del infierno y Azariel lo vinculó a su fortísima deshidratación, pero pronto se dio cuenta de que se debía a algo mayor a una insulsa pérdida de líquido. Frente al espejo, su propio reflejo le causó asco. Viktoria se atrevió a experimentar con él nuevamente y las marcas del cambio lucían sobre su cuerpo. Como tinta negra sobre un lienzo blanco. Algunas de sus venas en el área de su espalda estaban negruzcas, formaban una compleja red entre ellas, igual a las ramas de un viejo árbol consumido por el fuego. Las líneas se extendían por todo el omóplato izquierdo hasta tocar suavemente una de sus vértebras de la columna donde desaparecía.

Hace varias décadas, luego de un largo periodo hibernando, despertó en 1979 y fue la primera vez que se vio como un monstruo. Los estragos de un cambio peculiar yacían en el nacimiento de su columna. Finas líneas negras esparcidas hasta tocar casi sus orejas. De aquel despertar descubrió que sus habilidades se volvieron más amenazantes. Desde entonces podía controlar a los híbridos con una simple mirada.

Recordaba que aquella vez durmió por cuarenta y nueve años, y parecía totalmente increíble, pero Viktoria se las apañó para seguir experimentando con él en medio de su inconciencia. Antes de eso, en 1930, y la razón por la que hibernó fue un accidente mientras entrenaba con híbridos del Golyam Perelik, el pico más alto de las montañas Ródope, muy lejos de Sofía. Un animal le abrió la garganta y perdió mucha sangre, fue escandaloso y terriblemente doloroso.

El veneno en las uñas de los infectados atrofió su sistema.

Viktoria lo vio desplomarse inconsciente poco después, pero se llevó una gran sorpresa al verlo sanar una herida que a cualquier inmortal lo hubiese matado en segundos; la rapidez con la que su cuerpo repelió el virus y regeneró la carne abierta fue increíble, mas Azariel no despertó. Si bien Viktoria conocía de la celeridad de regeneración, aun así, debía tomarle varios minutos curar una llaga que iba desde su oreja derecha hasta su rota clavícula. Lo llevó de regreso a Sofía, donde empezó su sueño más largo.

Al despertar, se había convertido en un animal.

Ahora, al verse frente al espejo, le repugnó su propia apariencia. Aseguraba que, si despertaba a ese salvaje que dormía en su interior, hallaría la imagen pura de una bestia. Sus ojos habrían cambiado y sus colmillos se verían más feroces.

Se le agitó el corazón con solo de pensarlo.

Una vez escuchó de Viktoria, cuando era aún muy pequeño como para ser consciente del mundo, que un día su cuerpo llegaría al límite y que su naturaleza alterada lo dominaría por completo. Un monstruo, en eso se convertiría dentro de poco.

Pensó, entonces, que Daren tenía razón. Él no había vivido más de unos sesenta años y que era un niño, a fin de cuentas. Por viejo que fuera, nunca habría estado vivo lo suficiente como para tener a la experiencia de su lado.

Y deseó poder quedarse solo para vivir su inmortalidad junto a Daren.

No sería así.

Viktoria entró en la mazmorra y puso fin a sus pensamientos. La mujer le ordenó acompañarlo y en su vehículo personal salieron del aquelarre una vez que el sol se ocultó. El auto fue por el viejo camino que rodeaba el Vitosha hasta muy lejos, donde encontraron a Jez junto a la entrada de las minas. El carro se detuvo y bajaron en medio de la ventisca fría de esa parte de la montaña. Inmediatamente, el aroma de infectados llegó a la nariz de Azariel.

—Vamos a jugar, Jade Blanco —le dijo con esa burlona sonrisa que Azariel tanto detestaba—. Estas bestias tienen un poco de tu sangre, pero siguen siendo inferiores a tu rango. De hecho, no creo que haya alguien en la tierra capaz de igualarte —se enorgulleció—. Ellos te obedecerán ciegamente, por eso los he creado.

—¿Y por qué no los inyectaste con tu sangre? Así ellos seguirían tus órdenes y a mí me dejarías en paz —bramó.

—Porque tú eres mi seguro. Necesito alguien lo suficientemente fuerte que los controle; yo sola no puedo porque sigo siendo inferior a ellos y si me obedecen es por miedo infundido. Mi sangre en sus cuerpos, además, dejaría un rastro que los brutos guardianes seguirían con facilidad. La tuya, por el contrario, es imperceptible. Es perfecto.

No tanto, suponía Azariel, pues estaba seguro de que Daren, como encargado de los híbridos capturados, ya sabría sobre las travesuras de Viktoria. Por otro lado, ella tenía razón. Era perfecto. Después de todo, aun si Daren podía percibirlo, era el único y nadie daría fe de una hipótesis que no se pudiese comprobar.

—Me gustan los juegos y la cacería es uno de mis favoritos —sonrió con depravación, enseñando sus largos y filosos caninos—. Serás tú quién los controle bajo mis órdenes. Quiero que ellos cacen inmortales por toda la ciudad.

—¿De qué mierda estás hablando?

—Quiero una matanza en cada callejón de Sofía —declaró cínicamente—. Los híbridos necesitan alimentarse y aprovecharemos su sed para crear un pánico exquisito. Este es el inicio.

—¿Por qué..., por qué haces esto?

—Por el simple placer de verlos muertos.

Ella no parecía para nada culpable de sus actos, sino, por el contrario, se regodeaba de ser el monstruo sangriento más temible.

—Es un juego —simplificó ella.

Le ordenó atacar inmortales en los albergues de la ciudad, donde vampiros y hombres lobo renegados vivían bajo protección estatal, algunos huyeron de sus casas o lo perdieron todo. Asesinarlos sembraría pánico entre la población, especialmente ante el aviso de ataques de infectados. Los guardianes se movilizarían a proteger Sofía, dejando otros flancos descuidados. Viktoria, con lo sagaz que era, aprovecharía esa oportunidad para fortalecer y acrecentar su ejército sin que nadie la molestara y cuando estuviera listo, atacaría.

—Aquellos que se ocultan en los albergues son una vergüenza para los inmortales, son débiles y ensucian las líneas de sangre.

Azariel se preguntaba si Viktoria sabría que ella con sus espantosos experimentos ensuciaba las líneas de sangre más de lo que los inmortales errantes. Si lo sabía, no le importaba o creía que se trataban de cosas completamente diferentes.

—Siempre he querido purgar esta ciudad.

—No lo haré —refunfuñó.

—Querido, me pareció haber dejado claro hace mucho tiempo que no tienes elección. Son órdenes.

—No voy a crear una masacre contra inocentes. ¡Es una barbarie!

Viktoria torció los labios, pero, entonces, de su bolso tomó un viejo cuaderno de cuero marrón con su nombre grabado al frente. Se lo enseñó.

—Esta es mi bitácora, Jade Blanco, y todo sobre ti está aquí. Sé lo mucho que ansías saber lo que eres y una vez yo haya logrado mi objetivo te lo entregaré.

Saber sobre su origen y los cambios que esa mujer se atrevió a hacer en su cuerpo; acerca las atrocidades cometidas y de su mera naturaleza significaban mucho para él, pero se preguntó si valía la pena asesinar a inocentes por un puñado de información. Por muchos años vivió ansioso y anhelante de conocerlo todo de sí mismo; en busca de respuestas donde solo había más preguntas. Viktoria lo trazó como un laberinto babélico, de modo que nadie lograra encontrar la salida ni la verdad.

Y sí, ansiaba saber lo que sucedía en su interior que lo volvía tan peligroso; quería averiguar una cura o forma de volver en el tiempo a cuando era normal, aquella época que él no conoció. No podría, después de todo, y recordando los hallazgos de Igor sobre él, era el posible hijo de dos infectados. Le temía a eso, a ser una criatura así de despreciable por la naturaleza de sus progenitores; ser inestable sería, entonces, el menor de sus problemas y estaría claramente justificado por su genética. No quería saberlo si eso lo atormentaría más que la incertidumbre.

Resolvió que vivir en la ignorancia le brindaba más alegría de lo que la verdad podría. Aunque quisiera saciar sus dudas, su alma se quemaría en el infierno si permitía una monstruosidad semejante.

No.

Podía vivir con las dudas por muchos años, pero no con más muertes sobre su conciencia.

—No me interesa, así que no lo haré. No asesinaré solo porque tú lo deseas.

Como si lo hubiera advertido, ella soltó una carcajada y le propinó una cachetada que sonó y ardió contra su piel. El enrojecido rostro de Azariel conservó las huellas de esa pesada mano, y cuyo dolor le tenía retumbando la cabeza.

—Empiezas a cansarme. No digas que no te lo advertí. —Rebuscó en su bolso hasta sacar de ahí un envase de vidrio cuyo líquido rojo negruzco le repugnó a Azariel por el aroma—. Esto puede matar a un inmortal en medos de diez minutos y a un humano en menos de uno, y es curioso porque no huele ni sabe a nada. Sería muy penoso que tus amigos y ese amante tuyo probaran un poco de esto.

—No te atrevas.

—Entonces no me orilles a ello. Ya no se trata de lastimarlos insignificantemente para que cumplas mis órdenes. Si no haces lo que te digo, por cada desobediencia tuya asesinaré a uno de tus amigos.

Notó entonces que Viktoria estaba por demás impaciente. Azariel suponía que se debía a aquella última fase de su entramado plan de guerra. Él aún no lo comprendía del todo.

Según entendía, empezó con su nefasta creación y, a palabras de Viktoria, le tomó demasiados años lograr mutar el virus para su beneficio, de haber apresurado el proceso, su naturaleza híbrida hubiese dado nacimiento a un verdadero monstruo en apariencia y en esencia. Entre fallos y aciertos logró darle el aspecto de un hombre común y para ello lo necesitó como un muñeco durmiente mientras su cuerpo cambiaba. Solo ella sabía el porqué.

Sus planes tuvieron grandes tropiezos también. Con el crecimiento de Azariel llegó esa actitud muy rayada de un adolescente irritable que ella lidió a base de castigos perversos. Con el pasar del tiempo, se ablandó, en apariencia, pero se transformó en un rencor y odio puro contra su creadora. La peor época del Jade Blanco no fue esa, sin embargo, sino aquella cuando su cuerpo pareció debilitarse y casi desaparecer bajo el ataque de un infectado. Después, y Viktoria lo sabía, se volvió aún más peligrosamente volátil. Esa mezcla salió bien para ella porque le regaló la criatura más poderosa del mundo, mas a él le trajo una catástrofe. La culpa de ser un asesino despiadado y sediento de sangre, cuya sed empeoraba con el pasar de los días.

—No tengo tiempo para crear a las mismas bestias como tú o como ellos —masculló, torciendo los labios—, por eso necesito que los lideres. Tus órdenes formarán el ejército que necesito.

—Tú podrías hacerlo —bisbiseó con la mirada ausente.

—No, querido, no puedo, y eso se debe a que, a pesar de mi reciente cambio, mi jerarquía no es sino igual a la de ellos. No me obedecerán plenamente. Si lo logré antes fue porque —sonrió con malicia—, tengo un poco de tu sangre aquí —señaló el collar de gema roja oscura que llevaba alrededor del cuello—. Es interesante como el mero olor de tu sangre puede dominarlos. Es maravilloso.

Asqueado de sus ronroneos al hablar de su prematura victoria, Azariel se alejó de la mujer y enfrentó al grupo numeroso de infectados. Las bestias bajaron la cabeza al verlo cerca y sumisamente se echaron sobre el pasto.

No conocía plenamente la ciudad pues era enorme, a fin de cuentas; sin embargo, por tantas noches en las que vagó por esas calles y bulevares, se hacía una idea de dónde quedaban esos albergues. Había uno al norte, cerca del parque; otro en Busmantsi, al este. Aunque no solían mezclar inmortales y humanos en esos lugares, el del norte era mixto, pero eso solía complicar mucho la convivencia por las constantes confrontaciones. Aquellos sin hogar eran renegados, rebeldes o refugiados. De cualquier forma, muy irritables.

Y lo que Viktoria quería era eso justamente, una distracción de modo que todos pusieran su atención en los albergues atacados, entonces ella podría adueñarse de todo. En sus propias palabras: la sorpresa es la mejor estrategia en la guerra. Él esperaba en algún momento utilizar esa táctica contra Viktoria.

A su orden, las bestias aullaron ferozmente y empezaron a correr sobre la tierra lejos del sendero del Vitosha. Azariel los vio marcharse, y sintió la pesadumbre embargar su corazón. Los mandó a asesinar inocentes en una noche estrellada cuyo firmamento pronto se cubriría de rojo oscuro y que a la mañana siguiente se esclarecería con los gritos de horror de la gente.

—Úneteles —le ordenó Viktoria al verlo parado a su lado—. Empiezas a olvidar lo que eres y quién eres. Permíteme recordártelo. No has vuelto a probar la sangre de un inmortal directamente. Antes solía gustarte.

En el pasado, cuando tenía menos de cien años y su hambre lo enloquecía al punto de atacar a cualquiera que se le acercara; asesinó a muchos vampiros del aquelarre y Viktoria tuvo que encubrir sus muertes, pero nunca le molestó hacerlo. En aquella época, Azariel estaba pasando por sus primeras transiciones fuertes con la sangre mezclada, y no fue sino tiempo después que logró controlar su sed, sin embargo, para entonces ya cargaba con muchos muertos en su conciencia.

—No dejes que te vean, ni dejes un rastro que los lleve a mí. Mátalos.

Ella no sentía pena alguna, pero Azariel temblaba ante la idea y su piel se le erizaba al imaginar la sangre que bañaría los albergues donde niños convivían. Pero eran ellos o su propia familia.

Aunque le doliera, nunca tomaría otra decisión.

Su familia por sobre todo.


—Asco—

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