Treinta y tres
страх
Esa tarde lucía demasiado sombría, con las nubes cubriendo el sol por completo en medio de una ventisca recia que sacudía las hojas amarillentas de los árboles. El gris del clima le provocaba a Azariel una sensación de desazón que usualmente tenía frente a un próximo tórrido acontecimiento. Un mal presentimiento. Sabía que Viktoria estaba buscándolo, Daren se lo dijo hace unas pocas horas, y él no podía evitar sentirse observado. La taquicardia en su pecho le atormentaba tanto como sus conjeturas, especialmente porque sentía que en cualquier momento aparecería su verdugo para llevárselo lejos.
Los guardianes estaban repartidos por toda la ciudad y con patrullas que recorrían las provincias cercanas, pero hasta ese momento no habían encontrado rastro alguno de ella. Azariel empezaba a creer que alguien la estaba ayudando a ocultarse, una persona con el suficiente poder como para comprar a miembros de la policía que no buscaran en ciertos lugares. No podía asegurar quién, aunque sí tenía un par de opciones. Lukaya Georgiev encabezaba la lista.
El presidente siempre demostró una lealtad absurda hacia Viktoria y fue su principal aliado dentro del Concilio, por lo que había oído de Crowe y Eira. Se lo comentó a Daren, pero tanto él como Gabriella ya sospechaban del hombre.
Los escasos rayos de luz que se colaban entre las nubes iluminaban unas cuantas tejas de la casa, y afuera casi todo estaba en plena oscuridad. El sol se ocultaría en solo unos pocos minutos más.
Azariel salió de la casa y se dejó abrazar por el frío otoñal, cerró los ojos y agudizó sus sentidos. Sabía que había algo afuera acechándolo, pero no podía percibir correctamente los aromas pues las corrientes de aire se los llevaban muy lejos.
Sin embargo, consiguió escuchar el crujir de las ramas secas al ser rotas contra el suelo, las hojas marrones crepitando ante un andar sigiloso, y una pausada respiración. Entonces el viento estuvo a su favor y le llevó el aroma de aquel intruso.
Un infectado.
Y detrás de él escuchó más pisadas y gruñidos bajos.
Estaban rodeando la casa, y Azariel intuía que Viktoria estaba también con ellos.
Había llegado el momento de pelear con ella por su libertad..., aunque fuera apenas un interludio antes de la gran batalla final.
Por el camino de tierra sonaron un par de neumáticos moviéndose velozmente. Azariel reconoció el jeep de Daren. Antes de poder advertirle, el auto se detuvo frente a él. Bajaron, en una escena muy cliché de aquellas películas de gánsteres de los 80s, los miembros del equipo.
Otro auto llegó después, era el de Crowe que venía con Eira, llegaron justo al momento en que el cielo se oscureció.
—Espero que tengas armas en ese auto —le dijo Azariel a Daren.
—¿Qué ocurre?
—Infectados, están en los alrededores, y puedo jurar que Viktoria está cerca.
Daren olisqueó el ambiente y pudo sentirlos también. Eran al menos diez, quizá más, y poseían ese gen alterado que los hacía excesivamente peligrosos.
—Ciaran —llamó—. Trae mi rifle.
—¿Tienes un rifle?
—Soy el mejor tirador de los guardianes —presumió con una sonrisa amplia—. Y las espadas se me dan muy bien también.
Azariel rodó los ojos.
—Prepárense, tenemos compañía —les dijo—. ¿Sabes usar un arma?
—Yo soy un arma.
Leire tomó dos Walter P99 y se las entregó a Crowe, alcanzó una Barret 107 y se la dio a Iris.
—Ve al techo, nos cubrirás desde ahí —demandó.
—Yo voy contigo —soltó Eira.
—No, tú esperarás en el auto, a salvo.
—Puedo ayudarte.
—Estos infectados no son como ningún entrenamiento que haya podido darte. Un solo rasguño y estarás muerta —le advirtió con dureza.
—Puedo cubrirte, es peligroso que vayas sola —replicó ella con honda terquedad.
Iris soltó un suspiro y asintió antes de marchar hacia el techo de la casa.
—Ciaran, toma —dijo y le tendió Leire una espada de doble filo color rojizo metálico con el mango labrado cuidadosamente en forma de hojas. Ciaran la recibió con gusto, y un gemido casi abandonó sus labios al tenerla entre sus manos.
Daren tomó su rifle y lo cargó con balas, después sujetó una espada y la guardó en el estuche que cruzaba el cinturón abrazado a su espalda.
—¿Necesitas una? —le preguntó.
—Sé apañármelas solo, pero no me negaré —dijo y tomó del maletero del auto una H&K USP Compact—. ¿Cómo lo haremos?
—Tú vienes conmigo, iremos a la izquierda. Crowe, Ciaran y Leire se mantendrán de ese lado —señaló la derecha de la casa—. Eira e Iris estarán en el techo cuidándonos.
Los animales, que antes estuvieron en silencio al verlos llegar, retomaron su marcha, esta vez más agresiva, y avanzaron hacia la casa. Entre los árboles y ocultándose detrás de los pajonales, por los arbustos secos y trepando las rocas, así lo hicieron. Quince infectados aparecieron corriendo en su dirección, todos iban de frente. Sus feroces gruñidos y el aroma de sangre rancia que los acompañaba era un anuncio mortal; la estela de baba que dejaban sobre la hierba muerta y los rasguños que hacían con sus garras al correr ensordecían los oídos de sus enemigos.
—Es hora de trabajar —dijo Daren, apuntando con su rifle a un animal.
Leire disparó tres veces, una al pecho de un infectado que venía por su izquierda, otro a la cabeza de ese mismo animal, y el último disparo fue para lo que parecía un joven híbrido que lo seguía por detrás, golpeó su frente. La sangre salpicó la tierra y su aroma repulsivo se mezcló con el del lodo.
Más detonaciones resonaron, pero conforme asesinaban infectados, los que quedaban aprendían a esquivar efectivamente las balas, deslizándose a los lados velozmente en cuanto la bala salía del cañón.
Aunque Azariel tenía muy buena puntería, una habilidad que la misma Viktoria le enseñó en un pequeño pueblo en la frontera rumana hace más de cuatro décadas, no podía compararse con la de Daren o con la precisión de Iris. El licano lucía como un intrépido y elegante cazador inmutable, con el entrecejo fruncido y los ojos fijos en su objetivo.
«Mi novio es muy guapo», pensó inconscientemente mientras apretaba el gatillo del arma cuya bala detuvo el avance de un híbrido. Sabía que no debería tener esos pensamientos en esa situación, pero no pudo evitarlo, así como tampoco logró impedir llamar a Daren su novio.
—Deja de verme y apunta correctamente —le reprendió Daren con esa sonrisa altanera que hacía temblar a cualquiera.
Azariel rodó los ojos y apartó la mirada del cuerpo robusto del hombre lobo.
Arriba, Iris yacía acostada sobre la parte plana del techo de la casa con el fusil firmemente sembrado. Su mirada helada recorría los campos lejanos en busca de más amenazas y, en el camino, les dispararó a los que peligrosamente se acercaban.
Eira estaba sentada a su lado, de espaldas a ella, por si algún animal trepaba por las paredes de la casa. Sujetaba el arma con la mano ligeramente temblorosa y el sudor perlado bajando por su espalda.
Una pequeña montaña se erguía justo al lado de la vivienda, cubierta por árboles altos y vegetación escasa por la época. En la cúspide, por el contrario, solo había tierra árida y rocas puntiagudas, muy diferente al ascenso lleno de enredaderas de espinos y flores, ahora marchitas. Del otro lado, en las faldas, existía una cavidad que conducía ilícitamente hacia las cavernas mineras que por años fueron explotadas hasta el asentamiento de infectados en la zona. Esos túneles eran su refugio, y ningún insensato se atrevía a entrar ahí a sabiendas de que una gigantesca manada aguardaba para atacar.
Por la tierra de la montaña empezaron a escucharse sutiles rasguños al descender. Respiraciones suaves e imperceptibles, como el susurro del viento.
Y entonces los aullidos de los infectados, gruesos y ensordecedores, cubrieron todo el lugar. Era una llamada dictada por un líder oculto.
De entre los secos matorrales surgieron más y más bestias, un número que sobrepasaba las posibilidades de los guardianes para ganar.
Los cargadores se iban agotando poco a poco y los casquillos se regaban en el suelo.
Ciaran empuñó la espada con fuerza y la blandió contra los animales; el filo les cortó la garganta casi de un solo tajo; saltó sobre la hierba y la clavó hasta el mango en la espalda de una bestia. El animal chilló y se removió poco antes de helarse.
Los ojos de Ciaran se volvieron amarillos y en un feroz gruñido les enseñó los colmillos.
Crowe no se alejaba de Leire, después de todo, ella era una humana con más probabilidades de morir en batalla que cualquiera de ellos. Sus disparos acertados lograron aniquilar a varios, pero sabía muy bien que el número de bestias era demasiado como para vencerlos. Estaban en completa desventaja.
Cuando a la mujer se le acabaron las balas, tiró el arma al piso y tomó una granada de su cinturón, la abrió y lanzó al monte por donde corrían los animales. Pasaron cinco segundos y la bomba explotó. Gruñidos lastimeros y quejidos.
Por la montaña descendieron más infectados a gran carrera. Eira barría el lugar con la vista e intentaba con el arma apuntar a alguno, pero se movían muy rápido entre las ramas, escabulléndose como si supieran de quién esconderse. Dio una profunda respiración y cuando enfocó la mirada otra vez, el cuerpo enorme de un animal que se abalanzaba contra ella fue lo que captó. Instintivamente, levantó el revolver y sin demora hizo cinco disparos, uno seguido del otro. Las balas tocaron el cuerpo de la bestia en el pecho, tres veces, en su cabeza, una vez; y el último disparo que lanzó la muchacha no llegó a impactarlo. El cadáver del infectado cayó en un golpe sordo sobre el tejado de la casa, muerto, y por la pendiente descendió torpemente hasta tocar el piso.
Eira dio agitadas inhalaciones por la conmoción.
Azariel miró todo con temor. Eran demasiados, aun si Ciaran y Daren peleaban con espadas en mano; aun si Iris y Eira vigilaban desde lo alto; y aun si Crowe y Leire custodiaban el flanco derecho. No podrían con todos y la muerte inminente le hizo temblar.
Largó un gruñido potente que hizo temblar la tierra, y sus ojos blanquecinos aparecieron cuando encaró a las bestias como su superior. Uno y otro más hasta que logró hacerlos retroceder a regañadientes.
Unos aplausos a su espalda lo hicieron.
—Buen juego, creí que habías olvidado cuanto poder tienes sobre ellos —habló Viktoria desde el porche de la casa.
Azariel volvió a la normalidad.
—Por un segundo pensé que dejarías que los mataran antes de sacar a relucir eso que eres.
—¿Qué diablos quieres? —farfulló.
—Llevarte conmigo, por supuesto.
—Él no irá a ninguna parte contigo —habló Daren, dando vuelta y parándose junto a Azariel.
—¿Eso crees?
—Puedo controlarlos a todos y sin ellos no tienes nada —le gruñó Azariel.
—Yo siempre tengo un As bajo la manga.
Ella chasqueó los dedos y de la casa salieron tres hombres que sujetaban ballestas cuyas flechas afiladas estaban conectadas a cadenas. Uno de ellos disparó contra Daren y la saeta le atravesó la pierna izquierda. Gritó y se dobló sobre esa rodilla. Un nuevo disparo y esta vez cruzó el costado derecho del cuerpo del licano, la sangre salpicó la ropa del hombre y pronto bajó en grandes cantidades por debajo de ella.
—Hija de puta —bisbiseó él.
Crowe levantó su arma y apuntó a uno de los captores, pero la voz de Viktoria lo detuvo.
—Ni se te ocurra o antes de que esa bala llegue aquí, tu amigo estará muerto.
Viktoria sonrió maliciosamente y disfrutó del momento. Los hombres empezaron a tirar de las cadenas de las ballestas para arrastrar el cuerpo adolorido del hombre lobo hacia ellos.
Azariel corrió hasta su lastimado amante y sujetó el hierro con firmeza.
—Suéltalo.
—Oh, no, querido. Esto es lo que haremos. A ti se te ocurrió abrir la boca frente a los imbéciles del Concilio. Les entregaste mi cabeza y ahora yo he de darte una lección a ti. Siempre te dije que no conspiraras en mi contra porque entre los dos, yo soy un monstruo por decisión propia.
Azariel masculló una maldición e intentó sacarle las flechas de plata de la carne del licano. Daren se quejó, tosió y sus labios se pintaron de carmín. Sus manos temblaron tanto como si propia garganta que no podía emitir ni un solo sonido.
—Estas son mis reglas. Ya sabes que me gusta la retaliación más que dar el primer golpe, especialmente porque las personas creen que han ganado la guerra por anticipado y no hay nada mejor que ver sus rostros enfadados cuando lo tienen todo perdido —se regodeó ella—. Me llevaré a tu amante, y lo tendré conmigo hasta que vayas a buscarlo a Svoge. Mientras llegas, él y yo jugaremos un juego que te encantaba durante los ochenta, te hacía temblar.
El Jade Blanco sintió el sudor frío acumularse en su nuca para luego bajar en finas gotas a lo largo de su columna.
«Las poleas...», fue el terrible pensamiento que tuvo.
—Te doy un día para que vayas y lo salves. Sabes que nadie podría nunca soportar mucho tiempo ahí, ni siquiera tú. Así que, si decides ser un héroe, irás y tomarás su lugar. Yo no te lo impediré —dijo ella con sorna—, pero si lo dejas morir..., finalmente te habrás dado cuenta la clase de monstruo que eres.
Los hombres recogieron el cuerpo de Daren y se lo llevaron a rastras hacia la parte trasera de la casa, donde los esperaba una camioneta negra que en silencio había llegado.
—Un día, Jade Blanco.
Ella se marchó también y, entonces, Azariel se sintió perdido, con su cabeza anegada de esas turbias imágenes del juego macabro que Viktoria practicó con él un día cuando era solo un muchacho estúpido. Aún el simple recuerdo le producía náuseas. No quería ir ahí para sufrir ese trauma otra vez..., no lo soportaría. Daren tampoco lo haría.
El frío, la fiebre, el dolor, el ardor en su piel como si sus venas estuvieran quemándose, el crujido de sus muñecas al romperse...
—Pavor—
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