Treinta y siete



вина


—¡Te atreviste a tocar a mi hijo!

El vampiro, que por dentro tenía la sangre hirviendo de rabia, desenvainó la espada y la blandió hacia Viktoria. Marchó dos pasos antes de que las bestias se interpusieran en su camino. Les enseñó los largos colmillos por puro instinto.

Detrás de las bestias salieron un grupo de siete desertores que portaban armas de fuego. Todos tenían el rostro cubierto con pasamontañas negros, y se alistaban para disparar.

Iris barrió el cuarto y sus ojos se toparon con una francotiradora oculta en el balcón, entre los pilares.

Desde atrás, Daren miró a Gabriella y asintió con la cabeza. La mujer alzó su mano y los militares comenzaron a disparar y le abrieron camino a Joseph para enfrentarse a la vampiresa.

Las balas chocaban y golpeaban los pilares, las ventanas, las sillas apiladas a los costados, y los cuerpos de algunos animales. Ciaran tomó su espada y la blandió sobre la cabeza de un híbrido; el acero se clavó en su cuello y le cortó la yugular. Largó un rugido al ver la sangre salir a borbotones. A su espalda, Iris y Eira disparaban a las escurridizas bestias. Cuando una bala le rozó el brazo a joven vampiresa, su amante lo vio todo color rojo. Alzó su arma y disparó cinco veces hacia el balcón, el cuarto proyectil logró acertarle a la francotiradora en la frente, y cayó muerta desde lo alto; al impactar contra el suelo produjo un sonido sordo.

—Nunca te metas con algo que me pertenece, perra —masculló al verla sin vida.

Daren pidió ayuda a Gabriella. La mujer ordenó a los militares cubrirle la espalda mientras cruzaba el gran salón infestado de bestias muertas y otras hambrientas y enfadadas. Llegó hasta su ahijado, y con una gruesa hacha que elevó en el aire, rompió las cadenas que sujetaban el marchito cuerpo del Jade Blanco. Su peso lo recibió él en brazos.

—Azariel —llamó, pero en respuesta solo obtuvo un par de torpes balbuceos.

El choque de espadas en un rincón del salón se volvió cada vez más agresivo. Joseph se movía con agilidad para atacar a Viktoria, pero ella, con el hibridaje corriendo por sus venas, era sumamente precisa en sus golpes y en sus evasivas. Él logró cortarle la piel, mas la respuesta de la mujer fue un tosco carcajeó.

—Nunca has sido capaz de proteger a nadie, ni siquiera a ti mismo. Eres demasiado débil para ser un líder.

—Pero no soy un monstruo —rabió, y con una pequeña daga que sacó del bolsillo interno de su saco, abrió la carne de la muñeca de Viktoria. La mujer largó un siseo fuete.

—Es curioso que lo digas, cuando me ayudaste a crear uno.

Ella esquivó el cuerpo de Joseph y su espalda golpeó contra el pequeño ventanal cuyo vidrio endeble tembló.

—Eres una perra. Haber osado experimentar con tu propio hijo como si fuera un juguete..., y haberlo torturado por años —rabió—. Pero no te lo perdonaré. Te haré pagar tu estúpida ambición.

La charla de sus espadas rayó en lo estridente y vulgar, y cuando Viktoria se veía ganando la pelea, una bala que rompió su espada la puso en desventaja. Sus agudos ojos se posaron sobre el muchacho que se interpuso en su camino por segunda vez.

—Oh, pequeña perra, desearás no haberlo hecho —le advirtió con enojo latente.

Joseph volvió la mirada y se encontró con su amante. Ese joven muchacho intrépido y valiente.

«No, Luka», pensó cuando un poderoso dolor en el pecho le advirtió de un negro futuro.

—Si eres tan valiente, dispara de nuevo —ordenó ella escondiendo sus acciones bajo una cínica sonrisa.

—Debes detenerte ahora, Viktoria —advirtió Joseph.

—Oh, querido..., resulta que tu puta tiene una deuda pendiente conmigo. Y siempre las cobro, de una u otra forma.

El sombrío tono que usó alertó a Luka. La vio sacar una daga cuidadosamente de la cinturilla de su pantalón, y al notar que el metal estaba bañado en cierto líquido transparente, supo que era veneno. Actuó por mero instinto de protección no deteniéndose a pensar si ese veneno lograría en realidad asesinar a un híbrido como Joseph. Solo lo hizo.

Joseph, quien por mantener su mirada fija en Luka no se percató de las acciones de Viktoria, era el blanco de una venganza ardiente.

La mujer le sonrió a Luka, como si le dijera de sus planes; entonces, y relamiéndose los labios, empujó la daga contra Joseph y, tal cual lo esperó Viktoria, nunca tocó el cuerpo del viejo vampiro.

—Todo está bien. Estás a salvo —murmuró Luka contra el oído de Joseph.

Joseph lo vio entonces todo claro.

Su pequeño amante se removió adolorido por el arma clavada en su espalda. Se quejaba y su voz la acallaba contra la ropa de Joseph. La sangre salió y un aroma curioso la inundó. Solo entonces el veneno tuvo olor y les dijo a todos lo que ocurrió. El cuerpo decayó al piso. El vampiro lo siguió y lo apretó entre sus brazos mientras de su boca salían las más amargas palabras de un desahuciado.

—Te quiero tanto, Joseph.

—Luka, Luka —llamó y lo hizo tantas veces como su adolorida garganta le permitió—. Por favor, dyavol.

Los ojos verdes de Luka lo miraron en medio de las pocas lágrimas que sacaban. Lo miró con cariño y con la misma pasión que floreció apenas se conocieron en los pasillos de la universidad. Con la ilusión de un niño que no encuentra mayor héroe sino a quien tiene delante. Con la admiración de un soñador. Y con la tristeza de quien deja atrás al único amor que conoció en vida.

—Te lo dije —habló con dificultad y de su boca brotó sangre oscura—. No volvería a verte.

—Debí escucharte. Debimos irnos cuando-

—Pero estás aquí..., por tu hijo. Eso era lo correcto.

—Pero te he perdido —dijo afligido, atorándose con el nudo grueso en su garganta.

—Yo estoy aquí. —Con su mano débil tocó el pecho del viejo vampiro—. Por toda la eternidad.

—Por toda la eternidad —le prometió.

Los ojos de Luka perdieron su brillo y su cuerpo se volvió presa de la somnolencia.

Había muerto.

Joseph lloró sobre el pecho del muchacho y por segundos dejó de importarle el mundo, todo. Quería solo probar sus labios una vez más, y sentir su calor, ese que su cuerpo ya no tenía.

«Por favor, solo tráelo de vuelta», rezó, pero no sabía a quién y quizás por eso sus plegarias no fueron escuchadas. «Yo ya he vivido bastante... Él merece el mundo porque..., Luka es a quien más amo».

Viktoria se alejó dos pasos, mas su cuerpo fue tironeado lejos; chocó bruscamente contra la pared del otro lado.

—Gabriella —rugió ella.

—Has debido detenerte antes de empeorar las cosas. Debiste-

—Estás infectada —afirmó y en su voz se distinguió un deje de preocupación que movió el corazón de Gabriella—. Te han mordido.

—No es tu asunto. Y si lo estoy, y si voy a morir, no es sino por culpa tuya. Pero antes, habré de matarte.

Viktoria la desafió con la mirada de la misma forma que hace años, en las Guerras Rojas, cuando decidió tomar el mando del ejército y atacar a los más inocentes con tal de obtener el reconocimiento de su gente. Quizás nunca lo supo y ese fue el inicio de su gran pelea.

—Nunca antes me sentí tan asqueada de ti —soltó sin miedo ni reproche—. Es tu hijo, y no te ha importado nada. Le has destruido la vida a mucha gente, y a mí.

—Como todos me la destruyeron a mí —replicó.

—Tú te destruiste sola. —Apretó su agarre con enojo y, aunque quería hacerle daño como hace décadas Viktoria se lo hizo a ella al destruir su cariño, no pudo porque todavía la amaba—. Yo juré entregarte ante el Concilio, pero no pienso arriesgarme. Yo mismo te mataré.

Los ojos de Viktoria se abrieron con miedo y tristeza. A ella también le dolía estar ahí, en esa situación, pero ambicionaba tanto el poder que estaba ciega, y ya era demasiado tarde. No veía más que crueldad y oscuridad.

La vio sacar una pistola plateada. Viktoria temió que todos sus años de arduo trabajo fuesen a acabar así.

—Recuerda esto, Viktoria, yo te di la oportunidad de cambiar, y tú me disparaste primero.

Los ojos pérfidos de la vampiresa se movieron suavemente hacia su costado izquierdo, ahí donde en un recodo de la habitación aguardaba un infectado. Ella movió la cabeza de arriba abajo, y la bestia corrió hacia Gabriella, la tomó por sorpresa y la embistió contra el piso. El animal le mordió el brazo y desgarró sus tendones en medio de un forcejeo por sobrevivir.

Viktoria se alejó, pero mantuvo su mirada sobre ellos.

«Perdóname», pidió.

Vio a Azariel junto a Daren. El Jade Blanco estaba apenas consiente en los brazos del licano, y demasiado asustado de todo lo que veía.

—Está muerto —murmuró al ver a Luka en el piso, en medio de un sutil charco de sangre que salía de su herida en la espalda.

Azariel intentó ponerse en pie, pero los clavos en sus tobillos se lo hicieron difícil. Dolía demasiado, y ardía con la intensidad de su propio corazón. Su espalda no estaba mejor pues, aunque Daren intentó quitarle los fierros clavados en su carne, solo le causó más dolor.

—Debo sacarte de aquí —le dijo Daren, pero Azariel se negó a irse sin dar pelea—. Maldita sea. Mírate. No puedes caminar y-

—Debo destruirla, Daren. Ella se atrevió a tocar a mi familia...

Bruscamente, el Jade Blanco se zafó del agarre de Daren y ya sobre sus doloridos pies supo que no era tan buena idea. Cayó de rodillas al intentar caminar. Golpeó el piso con sus puños y este se estremeció. Alzó la vista y divisó a los infectados que estaban todavía en pie. Les habló:

—¡Alto, alto!

Las bestias pararon tal cual las balas. Refunfuñaron tal cual perros, pero obedecieron.

—No te atrevas, Jade Blanco —advirtió Viktoria, apretando entre sus manos el collar con la sangre de su creación—. Aún puedo destruir toda esa maldita ciudad.

—Te atreviste a lastimar a mis hermanos, a quienes más quiero. No me importa nadie más. Yo daría todo el puto mundo para ver a mi familia a salvo. Se los entregaría al demonio —refunfuñó—. Mátenla.

Al ver a las bestias caminar en su dirección, Viktoria abrió el collar y se untó sobre el cuello la sangre de Azariel. Los animales percibieron el aroma y detuvieron su andar. Ella sonrió con maldad.

La vampiresa apretó un motón en el reloj de su muñeca y afuera se detonaron siete bombas, cerca de donde estaban asentados los carros de los militares. El impacto y la honda los hicieron caer, y se convirtieron en presas fáciles para los infectados. Los estruendos sacudieron la tierra y el mismo viejo castillo amenazó con derrumbarse.

—Coronel —habló Iris por el intercomunicador, pero del otro lado nadie contestó—. ¡Maldita sea!

Estaban solos, al menos por el momento.

Y pronto, rascando la tierra y en medio de feroces aullidos, las bestias corrieron hacia el castillo, crearon una muralla y otros empezaron a trepar por las paredes. El sonido de sus garras acariciando la piedra era chirriante y molesto, y alborotaba los nervios de todos.

Afuera estaba también el auto de Leire y Crowe estacionado en frente. Desde las ventanas empezaron a disparar, pero eso fastidió a las bestias que saltaron contra ellos; lo sacudían y rasguñaban violentamente los vidrios, y muy pocos caían muertos. La carrocería empezó a ceder bajo esas afiladas uñas y se abrió.

Leire, que estaba con un revolver en mano justo en la ventana, sintió unas toscas garras aprisionar su brazo y sacarla volando. Su cuerpo golpeó la pared de la casa de enfrente y quedó tendido en la calzada.

—Hijo de puta —gruñó Crowe.

El vampiro lanzó una granada que dispersó a las bestias, entonces salió del auto y corrió hacia Leire. Se arrodilló frente a ella y sintió el miedo cubrir su rostro. Los militares salieron también y lo cubrieron.

—Leire —llamó y la tomó entre sus brazos—. Leire.

Pero ella no le respondió.

En la unión interna de su codo derecho, donde tenía recostada la cabeza de Leire, sintió una tibia humedad.

—No. Maldita sea, no. ¡Ni se te ocurra hacerme esto, Leire!

Repasó las yemas de su diestra por la nuca de la mujer y confirmó sus peores sospechas. Leire estaba muriendo.

Sin embargo, él vio una oportunidad donde cualquier otro hubiese visto la desgracia.

Ella aún estaba con vida, agonizante y cerca del abismo, pero viva.

—Ódiame luego.

Con sus afilados colmillos rompió la carne del cuello de la mujer, sobre su yugular, y bebió de su sangre, le intercambió con su propio virus. Apretó las manos alrededor del cuerpo lánguido de Leire con el miedo fervoroso de un derrotado.

Probar la sangre de Leire fue un tormento cuando sabía que solo bastarían segundos para verla morir.

—Por favor, por favor... Debe funcionar —pidió y era ya inconsciente de lo que sucedía a su alrededor.

El calor en el cuerpo de la muchacha empezó a desaparecer con rapidez y lo suplantó una gélida manta. Crowe poyó su cabeza contra la de Leire y fuertemente la estrujó entre sus brazos.

—Perdón, perdón. Mi deber era protegerte —suplicaba, y por primera vez en mucho tiempo estaba llorando—. Nunca debí dejar que vinieras, pero eres tan terca...

Sintió la leve y pausada respiración de Leire volver, y un tenue calor recorrer su cuerpo, mas ella no abrió los ojos.

—¿Cariño?

Él supo que lo había logrado.

Besó la frente tibia de Leire y entre susurros le prometió el mundo.


—Culpa—

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