Treinta y ocho



отмъщение


Gabriella se desangraba en un rincón, tenía la carne de su brazo izquierdo abierta y arañazos en el pecho. Agotada como estaba, no podía levantarse cómodamente. Iris y Leire llegaron hasta ella y la asistieron en lo poco que podían hacer para evitar una hemorragia segura.

Y mientras tanto, rompiendo las ventanas, entraron los híbridos, y cada uno de ellos se puso a los costados de Viktoria.

—Esta guerra solo acabará en el momento en el que yo gane —les advirtió.

Azariel dejó salir la bestia que tenía dentro. Sus ojos se volvieron los espejos del infierno, sus garras acariciaron la piedra del suelo y sus dientes feroces saltaron a la vista. Sin cuidado arrancó los fierros en sus tobillos y los tiró lejos. Consiguió ponerse en pie mientras esas heridas sanaban. Sacudió sus hombros en medio de suaves rugidos que reverberaban en su pecho. Los metales en su espalda, las cuchillas y clavos, salieron y chocaron contra el piso. Alzó su brazo izquierdo y con las uñas afiladas de su diestra abrió su propia piel y la sangre que salía llamó la atención de los híbridos.

—Atrápenla —ordenó y las bestias acorralaron a Viktoria contra la pared.

Ella intentó moverse y correr lejos, pero las garras de las bestias se clavaron sobre su carne y se lo impidieron.

Azariel se acuclilló y recogió las cuchillas envenenadas, las miró con repudio.

—Me criaste como a un animal. Soy rencoroso e inestable. Un demonio —comenzó a decirle mientras se acercaba—. Por eso imaginaste que ganarías esta guerra. Por el odio y miedo que te tengo. Pero te atreviste a jugar con quienes no debías y lo pagarás caro.

Lanzó la primera cuchilla que se clavó bruscamente sobre el hombro de Viktoria. La mujer profirió un grito e intentó apartarse, nuevamente sin éxito.

—Sin mí, ¿qué te hace pensar que seguirás vivo por mucho tiempo? —preguntó la vampiresa, y continuó—. Solo yo sé controlar a una criatura como tú. Sin mí estás perdido.

Azariel sonrió chueco, y lanzó la siguiente cuchilla, esta vez acertó a su torso, del lado izquierdo.

—¡Agh!

—Me criaste lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a cualquier cosa.

—¿Y a ti mismo? —ella habló con dificultad—. ¿Eres capaz de sobrevivir a lo que tu propio cuerpo te hará?

Ella se estaba burlando, Azariel lo sabía y le fastidiaba seguir siendo el blanco de esa mujer aun cuando las cartas estaban a su favor. Pero tenía razón, él admitió, pues la criatura más peligrosa para todos, lo era incluso para él mismo.

—Aún tengo una salida, puedo volver a dormir cuando mi cuerpo se debilite.

La burlesca carcajada de Viktoria resonó entre las paredes.

—¿Crees que te mandaba a dormir porque eras débil? Eres tan ingenuo —berreó con sátira a pesar del dolor—. Te mandé a hibernar por años porque necesitaba tenerte controlado. No lo recordarás, hijo, pero siempre estabas agotado, todo por la sangre de infectado que empezaba a comerse tu razón, suplantándola por puro instinto salvaje. Muchas veces no pude controlarte y mantenerte dormido por mucho tiempo era la mejor forma de estar segura mientras experimentaba contigo. Entonces dime, ¿piensas que un monstruo tan peligroso como tú logrará sobrevivir?

El Jade Blanco supo en aquel momento que no sabía nada de sí mismo. Era un enigma y solo una persona sabía resolverlo.

Enrabiado, Azariel lanzó las últimas tres cuchillas.

Cuello, sobre la yugular.

Busto, sobre la clavícula.

Pecho, sobre su corazón.

—Ya no me importa morir —le dijo, aunque muy adentro su corazón se sobrecogía por el miedo.

Viktoria gimoteaba de dolor y era ya incapaz de hablar, solamente soltaba torpes balbuceos. La sangre que fluía fuera de su cuerpo tenía el terrible aroma de un crimen de mezcla, y el sentimiento de la inminente muerte.

—Largo. ¡Márchense ahora! —demandó bruscamente y lanzó un gruñido enseñando los dientes.

Las bestias salieron y corrieron lejos como perros asustados y desaparecieron entre la misma neblina de las montañas.

—La maldita bestia que creaste será quien te destroce —advirtió al acercarse, y una vez tuvo su fiero rostro cerca del de la mujer, añadió—: Dime, ¿qué se siente haber perdido el control?, ¿qué se siente probar la muerte por tu propia mano? Porque tú creaste esto.

Y mientras hablaba, sus garras afiladas rompieran la piel del vientre de la mujer. Su carne roja tembló y la sangre pronto la cubrió. Viktoria refunfuñó, pero apretó los labios para no soltar un mísero grito de los muchos que se aglomeraban en su garganta. Tenía demasiado orgullo como para siquiera verse débil.

—¿Y qué ganarás ma-matándome? —balbuceó ella.

Azariel giró su mano dentro y arañó las entrañas de la mujer, las tironeó con dureza y luego las soltó.

—¿Lo que gano? La satisfacción de verte sufrir de la misma forma que yo sufrí durante años. —Azariel sonrió—. ¿Reconoces este juego? Solías jugar conmigo cuando yo tenía setenta. Apenas había visto el mundo... Me colgabas del techo con gruesas cadenas que me quemaban la piel tanto como la hoguera debajo, y metías agujas en mi vientre, una y otra vez hasta que te cansabas —recordó con dolor y profundo rencor, y rasgó con sus zarpas el interior.

—¿Y acaso crees que esto te hace mejor que yo? Agh, ¡maldito bastardo!

El Jade Blanco sacó su mano ensangrentada y con un fuerte aroma a hierro, y con las uñas de sus dedos índice y medio diestros, rasgó la blusa negra de un zarpazo, y nuevamente le abrió la carne, esta vez del pecho.

Viktoria gritó y chilló, pero a Azariel no le importó.

—Nunca he querido ser mejor que tú, de hecho, he querido ser el peor monstruo del mundo porque así... —sus manos rompieron las costillas para llegar el corazón—, así podría matarte. Soy el hijo de un demonio, después de todo.

—Azariel, no —habló Daren, pero no consiguió detenerlo—. ¡Maldita sea, no lo hagas!

—Te veré en el infierno, madre —le susurró al oído.

Fue bruscamente apartado de la moribunda mujer y empotrado contra el pilar de enfrente. Dolió, y al abrir los ojos se encontró con el rostro furibundo de Daren.

—¡Dije que debías parar!

Azariel sonrió de medio lado y con viva altanería, contestó:

—Ya es tarde.

Daren bajó la mirada y en la mano ensangrentada de Azariel encontró el corazón de la mujer que palpitaba débilmente, desfalleciendo como hace segundos lo hizo Viktoria.

—Ella se lo merecía —añadió.

—Pero tú no tenías derecho a matarla. No eres ningún dios para decidirlo —refunfuñó—. Debía ir a juicio.

—Yo ya la enjuicié y por años planeé su sentencia —replicó entre bufidos, enseñándole los dientes.

—No, ¡joder! Este no eres tú. No eres un monstruo.

—Lo soy, Daren, pero nunca quisiste verlo. Tu absurda idea del amor te mostró solo lo querías ver.

Daren sintió asco por esas palabras pues eran el producto de la rabia y el odio de una pobre criatura transformada en un monstruo.

Porque ese no era Azariel.

Y entendió que así era como funcionaba. Igual a si tuviera dos personalidades conviviendo dentro y que, con el tiempo aquella que era perversa, se convirtió en un verdadero vástago sin sentimientos.

—Cambia —le ordenó, pero Azariel lo ignoró—. ¡Cambia!

El licano dejó salir aquel secreto. Le mostró sus ojos malvados y sus feroces dientes. Lo estaba retando como un igual. Su agarre se apretó sobre los hombros huesudos de Azariel, pero no clavó sus uñas en su carne.

—No me gruñas, perro —advirtió.

—C.A.M.B.I.A.

Azariel alzó el mentón de forma arrogante, y le advirtió por última vez.

—Ya no puedes salvarme. Yo nací maldito.

Sus ojos volvieron a ese tono ámbar y sus uñas se retrajeron. En segundos, nada de esa monstruosa imagen quedaba en él.

Daren lo imitó, mas no lo soltó.

—Tuve que hacerlo —le dijo, esta vez más calmado—. Y sé que es injusto, pero no quiero que me odies por ello.

—No puedo odiarte. Solo temo por ti, porque te quiero.

—¿A pesar de que soy un monstruo? —gimoteó.

—A pesar de todo.



****



La ciudad se salvó por un milagro.

Las casas y edificios del centro urbano seguían en pie y muy poco dañados, pero en las periferias todavía se percibía el aroma a humo y carbón. La mayoría de construcciones ahí estaban destruidas, pues fue donde se lanzaron bombas para evitar la entrada de infectados a la ciudad. En las calles, además de los casquillos de bala y escombros, había cuerpos extendidos por todas partes. Soldados y enemigos.

Y los autos de los aliados patrullaban la zona aún después de dos horas de declarada la victoria. Al llegar de Svoge, la gente los aplaudió como a verdaderos héroes, sin saber que dentro estaba a quien más debían temer.

Los militares fueron directamente al castillo del Concilio, donde una sesión extraordinaria se alzó para tratar la postguerra. Los heridos arribaron al hospital y Azariel junto con ellos.

Gabriella fue internada por sus heridas, tal como Leire, quien no había despertado todavía del coma inducido por el virus en su cuerpo.

Luka fue llevado a la morgue a pesar de la renuencia de Joseph por alejarse de él.

—Probablemente me asesinen luego —dijo Gabriella y Daren frunció el entrecejo—. Ellos no van a permitir ninguna nueva especie, no después de esta guerra. Me querrán para informar de todo al Concilio, pero seguramente seré asesinada igual que hubiese ocurrido con Viktoria.

—Ellos podrían demostrar un poco más de lealtad hacia ti.

—Tienen miedo, Daren. Mira la catástrofe que se dio solo por una mezcla. No se arriesgarán.

—¿Y entonces?, ¿qué vas a hacer?

—Daré mi testimonio ante el Concilio, y al terminar el juicio, me iré. No pienso dejar que ellos me maten ni que nadie me vea morir.

Daren reconoció que esa era el puro estilo Zariva. Sin testigos ni lamentos. Simple y sin sentimientos.

—Pero..., Daren, lo que importa ahora es lo que sucederá con Azariel. Él prometió entregarse al Concilio una vez acabada la guerra.

Lo recordaba.

Daren lo recordaba cada momento y no sabía aún qué hacer.

—Ellos lo ejecutarán, ¿cierto?

—Lo harán ahora que han visto lo que es. Y quizás..., tú debas entender eso. Azariel es un buen muchacho, pero lo que lleva en la sangre es demasiado peligroso.

—No es su culpa.

—Claro que no, cariño, pero ellos no esperan ver si es su culpa o no ser como es; simplemente lo culparán de las muertes, destrucción y de todo el peligro que representa. Él es también peligroso para ti.

—Eso no significa que yo deba aceptar que-

—No, claro que no, pero sí debes aceptar que no puedes hacer nada. Esa es su decisión.



****



La morgue lucía espantosa, casi tanto como la mera destrucción en la ciudad. Por primera vez en siglos, Joseph sintió náuseas al ver un cuerpo muerto. Sus ojos se negaban, sin embargo, a apartarse. Era un masoquista.

—Debí dejarte ese día —le habló y se paró a lado de la camilla donde el cuerpo de Luka estaba cubierto por una manta blanca—. Tú tenías un poco de miedo por lo que soy y cuando te cortejé dijiste que era arriesgado. Tuviste tanta razón.

Destapó la sábana y el dulce rostro de su amante lo saludó con amargura.

—Debí olvidarme de ti y así seguirías con vida. Fui muy egoísta y te deseé más de lo que debí. Yo te condené.

Con las yemas de su diestra acarició la fría mejilla del muchacho. Su palidez nunca le pareció tan enfermiza como ahora.

—Yo he vivido cientos de años, y pensé que tú podrías también, y que podríamos irnos a las montañas, a Midzor..., tendríamos una casa en la colina para apartarnos de todos. Dijiste que siempre quisiste envejecer ahí. Yo..., supongo que puedo cumplir ese deseo para ti, aunque sea algo tarde.

Con angustia repasó los labios amoratados de Luka y luego hacia sus abundantes pestañas. Siempre le parecieron encantadores, especialmente porque enmarcaban esos profundos y misteriosos ojos.

—Te amo —dijo y se despidió.

Caminó un par de pasos lejos, hacia la siguiente camilla, ahí donde el aroma de la sangre y de la carne raída eran repulsivos aún más. Quitó la manta y vio con desprecio el cuerpo destrozado de Viktoria.

—Lo mataste..., destrozaste a una de las personas más importantes de mi vida y a la otra, a mi hijo, lo convertiste en un monstruo. Merecías un destino peor que la muerte y aún quiero bajar al infierno para despedazarte. Pero al menos ya no puedes hacerle daño a nadie.

No quiso tocarla, aunque sus uñas picaban por salir y destrozarle la piel hasta que la ira contenida en su cuerpo s desfogara y lo dejara respirar en paz.

—Azariel morirá por tu puta ambición, y cuando eso pase, yo también habré muerto.

Se inclinó sobre la camilla y al oído de la mujer, le susurró:

—Me has quitado todo lo que amaba, pero llegaré al infierno y nos encontremos, entonces te torturaré como tú me hiciste en vida.


—Venganza—

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