Treinta y nueve



Правосъдие


La mañana del día siguiente, mientras el sol radiante golpeaba el casco histórico de la ciudad, Azariel se infiltró silenciosamente en el aquelarre. Luego de que sus heridas sanaron, dejó la casa de Daren sin decírselo y fue en busca de respuestas.

No pudo ver a Joseph después, no cuando todos los guardianes tenían los ojos sobre él para entregarlo al Concilio. Tampoco consiguió hablar extensamente con Daren porque, a pesar de que vivían juntos nuevamente, sentía miedo de lo que el licano tuviera por decirle. Además, no había mucho que decir.

Pero él sí necesitaba saber lo que Viktoria no pudo decirle.

El lugar estaba en completo silencio, como si horas antes no hubiese estado sumido en un caos incontenible. Llegó al despacho de Viktoria y el ambiente que lo recibió estuvo marcado por un fuerte amargor. Rebuscó rápidamente entre los papeles del escritorio. Hojas membretadas, garabatos incomprensibles y un par de libretas viejas. Revisó las gavetas y en los recovecos, pero no halló la bitácora. Pisoteó la alfombra con enfado al salir. Tal vez en la habitación de la vampiresa tuviese más suerte.

Su cama estaba intacta y su perfume aún latente, tal como si nunca se hubiera ido, o como si no estuviera muerta. En el armario de cerca de la ventana blindada rebuscó el cuaderno de páginas amarillentas. Vestidos, camisas, pantalones y abrigos largos. Todo negro o de tonalidades oscuras, demasiado predecible en ella. Pero tampoco había bitácora.

Su vista aguda repasó el lugar nuevamente y el perfume a hierro y tinta le llamó la atención. Golpeó la madera hasta que el sonido hueco y diferente a los demás le dio lo que quería. Retiró la tabla baja del ropero y ahí encontró la bitácora junto a muchos otros papeles sueltos.

La tomó y salió rápidamente de la mansión antes de ser descubierto. Fue a la catedral donde borracho se le declaró a Daren. Esta vez, se sentó detrás de una de las cúpulas, cerca de la más grande, así nadie lo vería ahí.

Empezó a leer.

Nació como un vampiro puro. Mezclé su sangre con la de un licano, pero el cambio abrupto podía matarlo, así que incluí la de un mortal para estabilizarlo.

Es pequeño y delgado, pero es un excelente disfraz.

Su cuerpo era inestable, quizás porque al ser un nacido puro, sus instintos eran más agudos desde el nacimiento.

A medida que crecía estando dormido, su cuerpo se sacudía con furia al pasarle la primera dosis de sangre de infectado. Sudaba y convulsionaba. Temí perder mi experimento. Por ello, empecé a inyectarle periódicamente cada mes, una vez lo hice con una pinta de sangre infectada, para evaluar los cambios en su cuerpo. Creció bastante rápido.

No ha conseguido grandes músculos, apenas un cuerpo fibroso, pero sé que es más fuerte que cualquier inmortal que jamás haya existido.

Azariel arrugó las hojas y las arrancó. Se sintió enfermo y una espesa bilis le subió por la garganta. Esa mujer que le dio el ser..., nunca pensó en él como su hijo, sino como su experimento. Lo trató igual que a un vástago maldito que ella adoraba con aberrante maldad.

Ella no era su madre. No tenía una.

Tomó aire y siguió leyendo.

Es su primera vez despierto. Lo sabe casi todo: hablar, camina; entiende lo que sucede a su alrededor como si lo hubiese vivido. Quizás así fue. Lo único que parece sorprenderle y por lo que pregunta es sobre su familia.

Lo he mantenido despierto por varios años. Durante ese tiempo necesitó un par de pintas de sangre al mes para sobrevivir, pero me preocupa que su inestabilidad empieza a notarse. La mezcla podría estar creando estragos en su interior.

Para controlarlo, la siguiente dosis que tomó dormido fue una muy generosa en sangre de humano para equilibrarlo.

Dio resultado. Conforme pasa el tiempo, su cuerpo se ha mantenido estable.

Error. Está despierto y sus ojos son extraños. Tiene rayas rojas y doradas, y sus colmillos son ahora tres de cada lado. Es un monstruo.

Lo volví a dormir para no causar revuelo. Le inyecté sangre de vampiro y humano, esperando que disipara sus genes de infectado que parecen estar tomando fuerza.

Funcionó, pero no sé por cuánto logre mantenerlo. En algún punto se volverá el infectado más peligroso y tendré que matarlo.

—Así que sí me temías —dijo en voz alta—. Yo también... Te tuve todo el miedo que un hijo no debía tenerle su madre..., pero, al final, nunca fuiste sino mi verdugo.

Pasando las hojas encontró dibujos muy bien hechos y breves explicaciones a los lados. Él los reconoció con facilidad.

Cadenas, pesas y navajas.

Cuchillas envenenadas y pinzas de acero.

Jaulas de metal y cables eléctricos.

Apartó la mirada con miedo.

«Así que así planeaste cómo torturarme. Siempre creí que fue algo del momento», pensó adolorido.

Sus ojos se mojaron otra vez y esta vez, en lugar del rencor que sentía latir en su pecho, un dolor agudo lo aquejó.

—¿Por qué no me quisiste...? Yo era tu hijo. ¿Acaso eso no te importó?

Aunque él ya sabía la respuesta.

Enjugó con el dorso de la zurda sus lágrimas, pero estas no pararon de salir.

—Me negaste el derecho a tener una familia..., a conocer a mis padres, a ser normal —sollozó amargamente—. Me arrebataste mi vida, y se las destrozaste a muchos otros. Mataste a Joseph, y Leire está luchando contra la infección en un hospital, Gabriella tiene heridas e infecciones por uno de esos monstruos a los que me parezco... Ella tampoco merece morir.

Rompió las páginas y las guardó entre las pastas del cuaderno.

Sus ojos ámbar vislumbraron la luz del día y como su brío opacado por las nubes pesadas a su alrededor marcaba la temporada otoñal. El frío se sentía y durante la tarde seguramente llovería torrencialmente, pero a él nunca le importó el clima ni empezaría a importarle ahora.

Sin embargo, ver el paisaje era todo cuanto podía hacer al tener frente a él su final.

Estaba guardándolo todo en su memoria.

La gente al pasar. Los estragos de la guerra. Los colores de las paredes del boulevard. El bullicio de los autos. El aroma a polvo y asfalto. Los edificios tradicionales a lo lejos. La propia catedral en donde se encontraba. El monte Vitosha, lugar sobre el cual forjó tantos recuerdos. Las avenidas y la autopista. A lo lejos, el camino hacia la casa Sali. El cuartel de los Guardianes, y detrás de él, su cárcel, el viejo castillo.

Quería también ver a todos nuevamente. Guardar sus rostros en su memoria y rogar por no olvidarlos.

Pero, ¿acaso en la muerte se puede olvidar?

Ya daba igual, por eso no importaba cuan tonto fuera querer guardar recuerdos cuando la muerte estaba a la vuelta de la esquina.



****



Cerca del mediodía regresó a casa de Daren. Finalmente, consiguió algo de paz luego de horas de llanto y enojo. Ahora sabía lo que tenía que hacer.

Frente a la vivienda estaban estacionados dos autos, uno era de Daren, y el otro era de Joseph. Inconscientemente, tembló, tal vez porque sería la primera vez que se verían luego de saber la verdad y temía que su padre también lo rechazara.

Parado frente a la puerta, casi fue incapaz de entrar, pero lo hizo.

Daren, Iris, Eira, Ciaran y su novia, y Joseph.

Esos pares de ojos se centraron en su cuerpo bajo el porche. Lo rondaba un silencio sepulcral.

Al verlos ahí, Azariel no pudo evitar preguntarse, «¿Acaso llegó la hora?».

Caminó un par de pasos dentro y cerró la puerta, fue entonces que los escuchó hablar.

—La reunión del Concilio será esta misma noche —dijo Ciaran con tono dolido en la voz—. Debes cumplir tu palabra.

Azariel lo sabía y no le molestaba, pero sí lo ponía ansioso.

—Lo sé.

Daren mantenía la cabeza abajo, sin querer mirar a Azariel a la cara, como si él tuviera la culpa de todo.

—A pesar de que Viktoria está muerta, la enjuiciarán también junto a ti —continuó el licano—. Se presume que la sentencia saldrá esta misma noche.

Desde ese momento, Azariel supo que las siguientes horas serían las más tortuosas de su vida. Las últimas.

—No creo que necesite saber nada más —murmuró Azariel con una sonrisa amable.

—Azariel —llamó Joseph—, necesito hablar contigo.

El Jade Blanco asintió y lo siguió fuera, hacia el pequeño patio trasero de la casa, donde nadie los escucharía.

El rostro del vampiro lucía esa noche una mueca de tristeza que no se la quitaría hasta dentro de muchos años, y ni el estar cerca de su hijo podía ayudarlo a ser feliz completamente porque sabía que también lo perdería.

—Han sido más de ciento veinte años desde esa noche. Llegaste caminando detrás de su largo vestido y te convertiste en un gran misterio... Todos hablaban de ti y creaban historias, pero nadie sabía la verdad. Cuando te conocí mi primer pensamiento fue que eras demasiado pequeño e inocente como para estar junto a Viktoria. Quise protegerte..., y no pude. No de ella.

—Nada de esto ha sido tu culpa —murmuró.

—... Pero te lo prometí, hijo. Juré que te cuidaría y que ella no te lastimaría —dijo y lo vio a los ojos—. Nunca supe cuánto daño te estaba haciendo Viktoria..., ni lo que debiste sufrir en silencio mientras te fustigaba. Si hubiera sido un buen padre...

—Pero lo fuiste. Joseph, siempre me trataste como tu familia y fuiste lo más cercano que tuve a un padre. Nada de lo que pasó fue culpa nuestra. Y solo quisiera ser el hijo que tú mereces..., no ser..., esto.

—Yo estoy orgulloso de ti y no hay nada que cambiaría de ti..., tal vez eso, porque ese gen maldito en tu sangre te ha destruido por demasiados años. No lo mereces.

—Y, sin embargo, no podemos hacer nada. Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá.

—Yo aún puedo hacer algo por ti. Si quieres escapar yo te ayudaré. Tú y Daren pueden irse lejos, a otro país o-

—Ya lo he pensado, y mi respuesta es no —lo detuvo con melancolía—. Lo merezca o no, tengo que enfrentarme a mis pecados. Me cansé de esconderme.

Aunque Joseph quiso argumentar y convencerlo de que ello era una locura, lo vio tan decidido que no pudo soltar palabra. Al verlo así supo cuan maduro era su hijo, algo para lo que no necesitó su ayuda, y su pecho se hinchó de orgullo, pero su corazón detrás sufría el saber que pronto le diría adiós.

—Yo no podré estar ahí —señaló—. Los militares le informaron al resto de miembros mi relación contigo.

—Da igual, no hay nada que hubieses podido hacer.

Joseph lo envolvió con sus brazos y dejó que el cuerpo pequeño de Azariel se soltara contra el suyo. No era la primera vez que compartían un abrazo, pero se sentía como si lo fuera. La nostalgia que vibraba en el ambiente lo hacía todo más pesado y generaba en ellos un sentimentalismo compartido.

—Te amo, Azariel.

«Mi pequeño hijo».

—También yo.



****



Ese castillo, tan imponente por fuera y misterioso en su interior, tenía esa noche un ambiente muy peculiar e inexplicable. Los miembros llegaron en vuelos de emergencia luego de conocer sobre la victoria en la guerra. El juicio que se preparaba ahí dentro hervía como las brasas aún prendidas en los escombros de la ciudad.

Azariel lo vio con cierta indiferencia al entrar. Esa era su mejor coraza cuando todos los guardianes ahí y los miembros del Concilio lo miraban incriminatoriamente. Sus ojos ceñudos combinaban absurdamente bien con la mueca en sus labios y sus comentarios venenosos.

Gabriella presentó un informe junto al militar sobreviviente, pero estaba profundamente alterado. No se mencionaba a Daren y a su secreto, principalmente, porque nadie quería otro condenado esa noche.

Esta vez no era una mesa alargada, sino un amplio salón con sillas de cuero negro que formaban un semicírculo en donde se llevaría a cabo el juicio.

—Azariel —llamó Andrea Sali, mas su tono rayó en lo hostil y brusco—, ve al centro del salón.

Las sillas de los miembros del concilio estaban frente a él, y detrás había unas pocas para Gabriella, Daren y su equipo, y un par de reporteros que consiguieron la primicia.

Azariel vio en el lugar de Joseph a una mujer adulta miembro del aquelarre desde hace poco más de ciento veinte y seis años, quien era la nueva lideresa de los vampiros.

—Hoy, en esta reunión de emergencia del Concilio de Sofía, se instala el juicio en contra de Viktoria Ivanov y Azariel.

Aunque no la conocía muy bien, Azariel detestaba el tono de voz de Andrea Sali, tan marcado por un repudio hacia él que le regresaba a esos años de su juventud cuando todos lo miraban con curiosidad enfermiza y lo hacían sentir más extraño de lo que en realidad era.

—Viktoria Ivanov es acusada del crimen de Mezcla al haber creado un monstruo a partir de la unión de las líneas de sangre; del crimen de traición al Pacto de paz y al Concilio al que pertenecía; de crímenes de masacre perpetrados intelectualmente por ella y materialmente por su criatura durante los últimos cien años. Se le imputa, además, de crímenes de guerra y de destrucción —explicó la voz fuerte de Aleksander Sali.

—Azariel, la creación de Viktoria, es acusado del crimen de traición a la patria, del crimen de masacre perpetrado en Svoge durante 1981 y de los asesinatos de inmortales a lo largo de su vida.

—El juicio se centrará en la sentencia a Azariel, debido a que Viktoria Ivanov no puede comparecer ante el Concilio.

Eso abrió el debate sobre la rareza de Azariel.

—La mezcla entre las líneas de sangre creó una aberración —soltó una mujer—. Es un peligro para nuestra sociedad y para el resto de la humanidad.

—Concuerdo. La mezcla debe exterminarse antes de que esta se propague. Los infectados contaminados están siendo cazados ahora, y pronto dejarán de ser una amenaza.

—Lamentablemente, no sabemos si existen otras creaciones de Viktoria Ivanov que puedan arriesgar la continuidad de nuestras especies.

—Sin embargo, a pesar de que Azariel es una amenaza —interrumpió Aleksander—, podría ser útil como sujeto experimental.

Azariel torció el gesto. Volver a ser un conejillo de indias era lo que menos quería, prefería la muerte sobre ello.

—Ya han señalado que puede haber muchas más criaturas alteradas por la mano de Viktoria —continuó el viejo licano—, y sería muy útil conocerlos a profundidad.

—Se puede hacer lo mismo con un par de infectados, y ellos representan menos peligro de lo que este muchacho —bramó Andrea.

—Pero no es su culpa. Azariel es hijo de Viktoria Ivanov y de Joseph Velev, pero ni siquiera por ese detalle ella se detuvo. Torturó a su propio hijo —aclaró Aleksander—. Él no es más culpable que nosotros mismos por esta guerra. Su madre lo alteró y lo convirtió en un monstruo, halló la forma de controlarlo y de instruirlo para pelear; sin embargo, fuimos quienes lo permitieron. Supimos de esta criatura y nunca intentamos averiguar quién realmente era. Dejar hacer es también una decisión con responsabilidad detrás.

—¿Defiende a este monstruo, Señor Sali? —preguntó Marcus, un líder del sur.

—Sí, porque creo que él no ha vivido la vida que merece.

—Es un asesino —refutó su esposa, indignada—, y merece ser castigado.

—Por favor, calma —pidió la miembro de Rumania—. Esto es muy sencillo de solucionar. Se someterá a votación.

—Lamentablemente, Viktoria Ivanov no está viva para enfrentar a este Concilio —señaló Marcus—, pero usted, Azariel, ¿cómo se declara?

—Culpable.

—Aunque ayudó a este Concilio a prevenir un ataque mayor al advertirnos sobre las intenciones de Viktoria, ello no lo exime de sus culpas. Las pruebas presentadas ante ustedes son lo suficientemente fuertes como para dictar una sentencia directa y sencilla.

Azariel asintió con la cabeza sin mucha emoción, apenas mirando a las personas frente a él.

—Los miembros que estén a favor de una sentencia benevolente para Azariel, levanten la mano —pidió el hombre.

Aleksander fue el único que levantó su mano y con pena miró a Azariel.

—Los miembros que estén a favor de una sentencia en contra de Azariel, levanten la mano.

Los quince miembros restantes alzaron la mano.

—La sentencia para el más mínimo de sus crímenes, Azariel, es la cadena perpetua en las viejas cárceles en el Rila —señaló Andrea—. Pero ninguna cárcel le hará justicia a tus atrocidades.

Sí, Azariel sentía el odio que le tenía esa mujer.

—Este Concilio te condena a muerte —habló duro y claro—. Tu ejecución será antes del alba del día de mañana. Así termina esta guerra.


—Justicia—

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