Treinta y dos



недоумение


La guerra había comenzado.

El ejército de los guardianes y de los propios vampiros se movilizó por Sofía en busca de Viktoria. De norte a sur y de este a oeste, incluso en las afueras, pero no la encontraron. El Concilio mandó un decreto a los demás miembros. Una alerta roja para Ivanov que la catalogaba como prófuga y elemento peligroso para la sociedad. Su rostro salía en los noticieros y en los periódicos, y una recompensa se propuso otorgar por cualquier indicio que los llevara a la fugitiva.

Y aun así no aparecía. Como si la tierra se la hubiera tragado, no quedaba rastro alguno de ella.

Gabriella estaba segura de saber quién fue el soplón, después de todo, el único quien no debió estar en la reunión era Georgiev. Él era, además, gran amigo de Viktoria y su aliado estratégico dentro del Concilio. Lamentablemente, ella aseguraba que el torpe presidente no sabía del paradero de su cómplice y era ya completamente inútil.

—Solo Azariel —pensó en voz alta.

—¿Disculpa?

—Tu amante, Daren, él puede ser el único que conozca la ubicación de Viktoria.

—Difícilmente sería así. Ella lo ha llevado por todas partes a lo largo de los años. Desde el monte Vitosha hasta la frontera con Serbia. Tiene muchos lugares y nosotros no tenemos tanto tiempo como para buscar en todos ellos. Además, si ya sabe que Azariel la traicionó, seguramente habrá escogido otro escondite del cual él no sepa.

—Y nadie ha logrado hallar su aroma, ¡maldito clima!

—Gabriella..., he pensado en llevarme a Azariel lejos cuando ella haya sido atrapada y sentenciada.

—Él deberá presentarse frente al concilio y lo sabes.

—Antes de que ellos dicten una sentencia contra Azariel me lo habré llevado.

—Cariño, sabes que es demasiado riesgoso. Yo puedo ayudarte, pero debes ser consiente de a quién llevas contigo. Él es..., muy peligroso, incluso para ti.

—Pero no puedo dejarlo morir.

—Daren, yo no sé mucho sobre él, pero mi experiencia me ha enseñado que todo experimento tiene un final y el de Azariel..., está muy cerca. Si no es sentenciado por el Concilio, entonces su propio ADN lo amatará. Tú mismo me dijiste que era inestable, más animal que humano.

—Yo soy igual a él y lo sabes.

—Pero tú ahora no representas una amenaza para nadie. Aprendiste a controlarte, pero a él, a él Viktoria le enseñó a ser una bestia bajo sus órdenes. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que sin querer te ataque?

Daren suspiró y con preocupación se pasó las manos por el pelo.

—Hallaré una solución.

—Sé que lo quieres mucho, pero debes pensar con cabeza fría porque una vez te lo hayas llevado no solo tú estarás en peligro, sino toda la humanidad.

—No puedes pedirme que lo mate. No soy capaz.

Gabriella le sujetó la mano derecha y con el pulgar le acarició los nudillos, una técnica propia para calmar a Daren que solía usar cuando él era un niño que se enfrentaba a su hibridaje.

—¿Tú serías capaz de hacerlo?, ¿le harías eso a Viktoria? —le preguntó con calma.

Mordiéndose los labios, ella negó con la cabeza.

—Tuve la oportunidad de hacerlo durante la guerra y no pude asesinarla como me lo dictaba la razón. La quería demasiado como para dañarla.

La tuvo contra la pared, apuntándola con una filosa espada que pudo cortarle la yugular. Hubiese sido sencillo matarla ahí, en ese viejo castillo a varios kilómetros de la ciudad y que ahora solo era escombros, pero no fue capaz porque en esa mirada tan aguda vislumbró el amor que Viktoria también le tenía y el miedo que sentía de morir. Le dio la oportunidad de vivir y fue casi un adiós. Todo entre ellas había acabado; de hecho, lo hizo cuando la vampiresa desfogó su ambición y se unió a la guerra y sus tropas atacaron a civiles.

Gabriella se dio cuenta en aquel momento que no había dulzura en esa mujer, sino solo una avaricia terrible que acabaría con ella. Por eso se alejó luego de que la paz se firmó, se fue tan lejos como su corazón casi no pudo soportarlo.

Y al volver, al verla de nuevo, se sintió igual que hace muchos siglos. Todavía la quería, mas esta vez ya sabía lo que antes no. El amor no cambia a las personas, únicamente las enceguece. Se prometió no caer nuevamente en esa absurda trampa idílica y esconder detrás de su corazón esos sentimientos que un día la hubiesen llevado a dar su vida por Viktoria. La edad, entre otras cosas, le dio experiencia y sensatez que la mantuvieron a salvo.

—¿Y te arrepientes?

—No, por supuesto que no. Después de todo, si ella no estuviera viva, tú jamás habrías conocido a la persona que quieres y yo..., seguramente habría llevado una vida más aburrida.

—¿Y ahora?, ¿qué es lo que harás?

—Esta vez mi razón y mi corazón son uno. Ella merece la muerte por cada crimen que ha cometido y ni en cinco vidas podría reparar el daño hecho —suspiró pesadamente antes de continuar—. Si está en mis manos ayudarte, lo haré, pero sé consciente de que, si tengo que hacer algo que te lastime para salvarte, también lo haré y no pediré disculpas.



****



Ese largo día pasó, era el tercero desde que Viktoria escapó y la ciudad aún se encontraba en medio de un fuerte revuelo. Las personas se encontraban nerviosas al ver a tantos oficiales custodiando las calles, una precaución por si empezaban a atacar los infectados. El asunto era ya una cuestión de estado, después de todo, afectaba a la estabilidad del país.

Daren estuvo tentado en ir a ver a Azariel, pero al recordar que le prometió mantenerse alejado por su bienestar, desechó la idea. Los sentimientos que mantenía presos en su cuerpo, la ansiedad y el miedo, mezclados con un mal augurio, dañaban su razón. Tal vez estaba demasiado nervioso, quería creer, porque ponerse a pensar que sus presentimientos se volverían realidad lo ponía aún más enfermo.

Llegó a su departamento, ese lugar que todavía conservaba la suave y extraña fragancia de Azariel que no permitía que lo alejara de sus pensamientos. Como si aún estuviera ahí; sin embargo, desde la puerta de entrada el aire le trajo un nuevo olor a sangre y rosas. Había alguien en su casa.

Entró con cuidado, apretando el revolver en su mano derecha. Prendió las luces del salón y la oscuridad de la noche se disipó, fue entonces cuando sus ojos captaron la fría imagen de Viktoria parada frente a la muerta chimenea.

—Has tardado, te esperaba más temprano.

—¿Qué hace usted aquí?

—Busco al Jade Blanco, pero sé que él no está aquí.

—No lo verá nunca más —le advirtió—. ¿Cómo ha logrado llegar hasta aquí si la ciudad está llena de militares?

—Me sorprende tu pobre entendimiento, Daren, nunca creí que el favorito de Gabriella fuera una masa de músculos sin cerebro.

El licano rodó los ojos con hastío.

—El dinero puede hacerlo todo, muchacho, y te otorga el poder de decidir cuándo y cómo. Además, siempre he tenido aliados en todas partes. Eres un tonto si estimas que las personas aún conservaban esa absurda lealtad al pacto de paz.

—No, me queda claro que no.

—Dime, ¿lo has llevado fuera de la ciudad o lo has escondido en los túneles, tal vez en las montañas?

—¿Qué le hace pensar que se lo diré?

—Es lo más sensato que puedes hacer, después de todo, tu misión como guardián es proteger a las líneas de sangre.

—Sí, y usted es el principal peligro, no él. Ahora mismo puedo arrestarla, lo sabe, ¿cierto?

—Oh, pero no vas a hacerlo. Sé que buscas una salida para el Jade Blanco y yo puedo dártela. Yo soy la única persona en el mundo que conoce cómo hacerlo funcionar y repararlo, mas para ello necesito tenerlo de nuevo conmigo.

Una carcajada ácida le crispó la piel a Viktoria.

—¿Cree que me convencerá? Ni usted misma conoce cómo arreglar a Azariel, y si así fuera, tampoco lo haría porque lo necesita para su estúpida guerra —bramó el licano.

—Oh, vaya, parece que te subestimé.

—Él no es su juguete y no lo será más cuando la atrapen.

—Él morirá conmigo —le recordó cruelmente—. Lo cual es una pena porque mi experimento de años terminará de forma tan vulgar.

—Podría matarte ahora —amenazó Daren enseñándole sus caninos largos.

—Pero no lo harás porque si te me acercas demasiado o si intentas algo estúpido, esa amiga tuya, Leire, irá a un muy penoso paseo a la morgue —amenazó—. No te equivoques al pensar que he perdido el control; esta ciudad aún es mía.

Daren gruñó y tuvo el impulso de saltarle encima, pero se contuvo.

Haciendo sonar los tacones de sus botas, la vampiresa caminó por la sala ondeando su cabello azabache, y al detenerse lo hizo frente a un retrato de él y sus padres en la vieja casa a las afueras. Viktoria sonrió ampliamente.

—Cuando la guerra acabe, lo verás diferente, no podrás reconocerlo y no volverá jamás a ser el de antes.

—No lo permitiré.

—¿Te gusta tanto como para perdonar su naturaleza asesina? Él es un monstruo.

—Es la creación de un monstruo, pero ello no le hace a él uno.

—Convéncete de ello, o al menos inténtalo —ella dijo y suspiró—. Me marcho, querido, ya hemos charlado mucho inútilmente.

—Los guardianes vienen en camino; será mejor que te entregues —le advirtió.

—Oh, pero eso no sería divertido y no te imaginas cuánto disfruto yo las cacerías, especialmente si soy la presa —rio—. Siempre he odiado esos tontos aparatos de los guardianes, aunque ya me lo esperaba de ti.

Daren entornó los ojos, agudizó la mirada y casi de forma inmediata al ver a Viktoria presionó el botón de emergencia de los guardianes en su celular, eso le diría a Gabriella que tenía a la vampiresa frente a él. Nunca creyó que esas precauciones tomadas por Igor hace años sirvieran de algo, pero así era y tendría que agradecérselo más tarde ante su tumba.

—Solo tengo una última pregunta. Joseph, ¿murió?

—Azariel lo salvó —sonrió de medio lado bajo esa pose arrogante que casi siempre tenía—. Ahora él es como tú.

Viktoria se relamió los labios con impaciencia y parecía que se esforzaba demasiado por ocultar su molestia tras una capa de inmutabilidad.

—Cuando lo encuentre tendré que castigarlo severamente por sus estupideces. —El licano intuyó que hablaba de Azariel—. Una vez que él se haya convertido en una bestia, habrás dejado de quererlo y te darás cuenta de que esas tontas historias de amor no son reales.

Con aquella rapidez que caracterizaba a los vampiros, Viktoria desapareció de la casa, escabulléndose por la puerta trasera cerca de la cocina. Daren siguió su rastro a prisa, pero al salir los olores de la calle y el humo de los autos se lo impidieron. A lo lejos escuchó la sirena de la policía, mas ya era tarde; ella había escapado y él no pudo detenerla.

«Si tú eres un monstruo, entonces, ¿qué soy yo? Un hombre lobo infectado que puede hacer tanto daño como tú mismo, Azariel», pensó al verse en completa soledad.



****



En la oscura recámara principal de la mansión, entre las opacas lámparas a los costados de la cama cuyo fulgor se apagaba con lentitud, Joseph seguía tendido luego de días de haber sido herido, y de su transformación como un híbrido. Era un misterio para el resto del mundo lo que le ocurrió, después de todo, de llegar la noticia al Concilio, él también correría el riesgo de ser asesinado. Gabriella se encargó de que nadie lo comentara y que el ataque fuera visto como un simple intento de homicidio poco peligroso. Sin embargo, Luka sabía que no era cierto. Él vio a su amante sufrir el dolor al ser atrapado por el veneno en sus venas que coaguló su sangre; lo vio retorcerse en el piso cuando la vieja licántropa le inyectó el gen de Azariel. El viejo vampiro gritó y se sacudió con vehemencia ante el calor en su pecho que le quitaba la respiración, tan sofocante que por un tiempo estuvo inconsciente. Casi diecisiete horas permaneció desmayado mientras internamente su cuerpo luchaba para asimilar el virus y no morir por él, y al despertar, sus ojos eran diferentes, con matices oscuros y afilados, sus colmillos parecían sumamente alargados y un par más a sus costados que le daban una apariencia feroz e intimidante.

Luka tuvo mucho miedo al verlo.

El cambiado inmortal tardó en reaccionar y por muy poco casi ataca a Luka. Lo veía como una presa, solo guiado por sus instintos primitivos que empujaban su cuerpo hacia la sangre.

—Te juro que si me lastimas te patearé muy fuerte —le amenazó, aunque el temblor en su voz denotó que no era tan temerario como quería lucir.

Lo tenía acorralado contra la pared, olisqueaba su cuello, casi lamiendo su piel lista para ser despedazada.

—Joseph..., detente —le suplicó.

—Pero siempre me ha gustado tu sangre —habló y cuando Luka lo encaró sintió alivio en su corazón al encontrarse con la apariencia del hombre que amaba.

Ahora, al verlo dormido nuevamente, Luka solo podía pensar en lo mucho que cambiarían sus vidas. No podían decírselo a nadie y era imperativo que Joseph aprendiera a controlar cualquier instinto que quisiese salir. Quizás irse de la ciudad, pero extrañaría demasiado todo el lugar. Aunque aún no lo habían decidido, sí era una posibilidad muy fuerte.

Sobrecogido por la preocupación, se sentó en la cama justo al lado del mayor y con las yemas de los dedos le repasó las manos gruesas, y sintió esa aspereza que solía estremecerlo al acariciarle la piel.

—No tengas miedo —le habló Joseph sin abrir los ojos aún—. No voy a dañarte, nunca lo haría.

—¿Te desperté?

—Nunca me dormí —confesó al erguirse en la cama y verlo a la cara—. Has estado aquí por mucho tiempo sin descansar.

—Esperaba a que despertaras.

—Estoy harto de estar en cama —berreó—, no lo aguanto.

—Gabriella dijo que debías estar así unos días más, y que luego es mejor que nos vayamos un tiempo.

—No puedo dejar a Azariel solo, no si Viktoria está allá fuera buscándolo. Me necesita.

—Lo sé, pero piensa en que no sabes controlarte y si te descubren... —soltó un largo suspiro—. No quiero que te maten.

—Mi Luka, eso no sucederá, tienes mi palabra. Pero no puedo dejar este aquelarre abandonado cuando una guerra se avecina. Sin importar qué, es mi deber estar aquí.

—Es muy riesgoso.

—Lo sé, pero no hay otra salida. Dime, ¿qué ocurre ahí fuera?

—Hay infectados en las calles atacando a civiles. Los guardianes tratan de exterminarlos, pero cada vez aparecen más. Han venido desde las montañas, bordearon la ciudad y destruyeron los puntos de control.

—Así que ella ha tomado la ventaja —murmuró.

El joven muchacho se mordió los labios con nerviosismo. Su cabeza era un caldero de ideas nefastas sobre el futuro. Muerte y destrucción, era como una premonición que le ponía los pelos de punta.

—Ya no..., tu aroma ya no es el mismo —le dijo Luka—, y si los del Concilio lo notan, sabrán que algo te ocurre.

—Lo tengo resuelto, tranquilo, pero necesitaré tu ayuda. Tú hueles a mí, a mi pasado aroma, y deberás estar siempre cerca de mí.

El muchacho sonrió.

—Puedo impregnarte mi aroma —le sugirió bajo una coqueta mirada—, si tú quieres...

Joseph asintió con la cabeza mientras golosamente se relamía los labios.

Luka se quitó el suéter café que llevaba y lo dejó en el piso, su torso desnudo tembló por el frío, pero ya no lo haría más pues las toscas manos de su amante lo tocaron. Cuidadosamente se subió sobre el regazo de Joseph, sentándose encima de sus piernas y dejando las suyas a los costados, recogidas. Aun así, se sentía pequeño en comparación con el robusto vampiro, cuya edad le brindó no solo experiencia y conocimiento, sino mucho de lo cual alardear.

Con sus tibias manos, Luka acarició el pecho desnudo de su pareja, repasó tatuaje con su nombre, Luka, en letra cursiva. Joseph se lo hizo hace un par de años cuando le juró amor y fidelidad frente al mar en un viaje que hicieron juntos a Constanza. Lo amaba tanto.

—No es correcto que bebas de mí —le recordó Joseph.

—Lo sé, pero yo sí puedo darte de mi sangre.

Complacido, Joseph le pasó la navaja que mantenía en el cajón del velador derecho y con ella Luka hizo un leve corte en su cuello, siseó, y se entregó.

—Mmgh —gimoteó al sentir la boca de Joseph apoderarse de su cuello para succionar su sangre ávidamente. Se recostó sobre el pecho ajeno y se dejó comer.

«Mis presentimientos siempre se cumplen, y temo que lo que ahora siento es que no te volveré a ver», pensó con angustia, apretándose contra el pecho del híbrido. «Tengo mucho miedo de perderte».


—Desconcierto—

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