Seis
удивление
Black Lake era un bar para inmortales ubicado a cuatro calles del boulevard, aunque de vez en cuando entraba algún humano curioso. El menú era exclusivo; licor con sangre e incluso pintas enteras para escoger. Era un lugar elegante, incluso con ese toque de diversión e informalidad que teñía las paredes. Cerca de un rincón del lado izquierdo inferior estaban Ciaran, Crowe, Eira e Iris, cada uno con una pinta de licor manchado en la mano; Leire los acompañaba bebiendo un suave licor limpio.
—Ha empezado a arder —mencionó Crowe rascando sobre sus llagas abiertas que habían dejado de sangrar.
—Lo lamento, debí ser más cuidadoso —se excusó Ciaran.
—Déjame ayudarte —ofreció Leire.
Ella sacó de su bolso café terracota un pequeño estuche de primeros auxilios, de ahí tomó una jeringa transparente con líquido blanco y la destapó.
—Te arderá, pero es lo mejor —advirtió.
—Nada puede ser peor que los arañazos de este animal.
Ciaran soltó una carcajada.
Leire, aunque nerviosa, se controló lo suficiente como para que sus manos no le temblaran al inyectar en el brazo de Crowe la medicina. Cuando el líquido ardiente pasó por su cuerpo, el vampiro no se inmutó, después de todo, más le dolían las heridas que el remedio. Sacó la aguja con cuidado y la guardó de nuevo en el estuche, ya la tiraría a la basura luego. Entonces tomó un parche con alcohol y con él acarició las heridas más grandes. Sus ojos se toparon con las rudas líneas de su mandíbula y tan de cerca le pareció todavía más guapo. Al alzar la mirada se encontró con el rostro burlesco del vampiro que le causó un vergonzoso sonrojo.
—Deberías limpiarte luego el resto de heridas —mencionó alejándose.
—Gracias.
Leire bajó la mirada y se relamió los labios. Ese vampiro perjudicaba su juicio como ningún otro. Ella era casi incapaz de no temblar en su presencia, y, ridículamente, se conocieron apenas, aunque sí escuchó sobre la reputación de Crowe. Apuesto, engreído y todo un playboy. Era completamente peligroso para Leire entusiasmarse con un hombre cuyos estándares eran inalcanzables. Su solución más factible era domar su corazón y dejar de soñar con lo imposible. Ya lo hizo antes y sobrevivió, ahora, sólo era cuestión de tiempo y esfuerzo.
—Tengo una duda, ¿ustedes son amigos del raro? —preguntó Ciaran de golpe.
La definición de raro era muy amplia, pero para el caso sólo era certera para alguien en concreto.
—Los vi aquella noche, detrás del teatro —añadió.
—Azariel es amigo nuestro, sí. Y el grandote —dudó—, debe ser el líder de su escuadrón.
—Daren, sí —afirmó Iris bebiendo otro trago de ron manchado.
—Tú no estuviste esa noche —le dijo Eira con tono bajo.
—Estuve fuera de la ciudad visitando a mis padres, pero de haber sabido que te conocería esa noche, mi decisión hubiese sido otra.
Ellos sentían el ambiente entre ellas, era obvio, pero a nadie le molestaba en lo más mínimo, aunque Crowe estaba preocupado por su pequeña hermanita. ¿Y qué si al jugar con una mujer lobo terminaba herida? En todos los sentidos, y él era un asco para consolar personas, así que simplemente lograría conseguir pañuelos, helado y quizás una revista de esas de moda que aconsejaban a las mujeres sobre cómo dejar de llorar por una ruptura.
—¿Qué hace su escuadrón? —preguntó Eira desviando el tema y dirigiendo su mirada al centro de la mesa, apenada.
—Somos cazadores, guardianes de tercer nivel, a excepción de Daren que es de cuarto.
—¿Y eso en qué cambia? —quiso saber ella.
—Significa que fue el mejor en su regimiento durante las pruebas, y que, además, fue condecorado —explicó Iris—. El nivel en el que te encuentras indica tus funciones, siempre hay un líder que debe ser superior a los demás en los escuadrones. Daren es además uno de los favoritos para convertirse en jefe de los Guardianes. ¿No les enseñan sobre nosotros en su aquelarre?
—Ella se quedó dormida en esa clase. De hecho, detesta casi todo lo que tenga que ver con lucha, y siempre se salta ese tipo de clases.
Eira escondió su rostro abochornado tras su cabello rubio brillante. Nunca antes le apenó decir que detestaba con su vida todo tipo de lucha, pero hacerlo frente a una mujer que vivía de ello le pareció inapropiado y le causó vergüenza. O quizás se debía a que Iris le impresionó más de lo supuesto.
—¿La lucha no es algo básico para los protectores? Tengo entendido que es una parte fundamental de su examen —mencionó Iris, pasando su brazo izquierdo sobre la silla a su costado, la de Eira.
—Por cómo luchaste hoy..., no quiero ser grosera, pero no veo muchas posibilidades de que pases ese examen —mencionó Leire.
Ella tampoco tenía grandes esperanzas de pasar el examen, pero confiaba en que sus profesores ignoraran su inutilidad por las armas y se centraran en su excelencia para otros temas y le aprobaran el curso aun si era con la nota más baja.
—Yo puedo ayudarte —ofreció Iris sonriendo suavemente—, si tú quieres, por supuesto. Soy buena en combate y podría enseñarte.
—¿En verdad lo harías?
Crowe y Ciaran se miraron cómplices; sus bocas querían soltar las más estridentes carcajadas.
—Claro. ¿Está bien si te doy mi número? Así será más sencillo ponernos de acuerdo.
—Ni yo consigo un número tan fácilmente —le murmuró Crowe a Ciaran al verlas intercambiando celulares.
—Toma nota, amigo, porque lo hemos estado haciendo mal por años —concordó Ciaran.
—Difícil de creer que a ustedes dos alguien les vaya a decir que no —mencionó Leire, jocosa, mientras bebía de su vaso de cerveza limpia.
—Te sorprendería la cantidad de veces que me han abofeteado —comentó Crowe casi con indignación.
—Me imagino que para merecer una bofetada debiste ser..., un gran tonto. —Por decirlo con sutileza.
Crowe sonrió de medio lado. A Leire no se le escapaba nada.
—Ya olvidé la última vez que sucedió —dijo encogiéndose de hombros.
Pero la verdad era que olvidó la última vez que una mujer le pareció tan excitante como para siquiera intentar algo. Antes, hace más de veinte años, gustaba de coquetear con las mujeres por mera diversión; sin embargo, a medida que crecía, hacerlo se volvió tedioso. Ahora la única razón por la que buscaba a un tipo de mujer en especial era para pasar la noche. Ellas no esperaban más de él, y él no esperaba mucho tampoco. Aunque seguía siendo un casanova, estaba cansado de ese título y de tener que sostenerlo. A veces, él también se cansaba de todo.
Leire bebió de su vaso bajo la mirada curiosa de uno de los mozos que pasaba con una bandeja en mano y quien la miraba con extrañeza. Era raro, por supuesto. Una humana en un bar de inmortales. Aunque ella debía agradecerles que fueran tan amables de venderle licor limpio y de minimizar con hojas de menta el perfume del licor manchado. Una vez olió la bebida por poco vomita. El aroma de la sangre fresca era, en su opinión, repugnante. Siempre se preguntó cómo un inmortal podía consumirlo, pero la respuesta era sencilla: no importaba si les gustaba o no, la necesitaban para sobrevivir.
Dirigió su mirada a Iris y Eira. Su amiga parecía no tener reparos en coquetear con la vampiresa, aun si desconocía si era o no lesbiana. Era algo sin importancia, aparentemente. No obstante, le daba resultado pues Eira lucía muy cómoda siendo el blanco de la galantería de Iris. Quizás se trataba de esa conexión de la que siempre oyó hablar, pero que nunca sintió. La magia del amor a primera vista. Si eso existía, claro.
****
¿Cómo fue posible que pasaran todo el día juntos cuando apenas se conocían?
Estuvieron recorriendo Sofía como un guía y su turista en medio de charlas triviales sobre los cambios en la ciudad; se hicieron bromas, y, aunque Daren intentó sonsacarle información sobre su extraña vida, no consiguió sino una seca respuesta: No sigas intentándolo a menos que quieras que me enfade.
Para Azariel, la compañía de un extraño era..., de otro mundo. Hablar era incluso complejo cuando sentía temor de ahuyentar al hombre, quizá porque quería a alguien más en su vida, además de Crowe y Eira. No obstante, no podía fiarse de un curioso cazador que estaba notablemente interesado en él como un inventor con un conejillo de indias. ¡Viva! Era ahora un experimento público para ver y tocar, ya no exclusivamente el de Viktoria.
Aun cuando iba contra su mejor juicio, no le disgustaba que Daren mantuviera su atención en él, tal vez porque su narcisismo florecía entonces, o porque su corazón se agitaba estúpidamente al tenerlo cerca. El hombre lobo era atractivo, no iba a negarlo, pero las sensaciones que le provocaba eran casi ridículas. En su cuerpo se encendía una luz de advertencia. Daren Kostov era peligroso en una forma que ni él comprendía.
Su cerebro dolía por el sobreesfuerzo.
Llegadas las diez de la noche, luego de cenar en un restaurante turco en el centro, Daren llevó a Azariel hasta el aquelarre en el Jeep Wrangler blanco que le hizo parecer como si estuviera de excursión en el bosque, pero le gustó mucho la emoción que era exponencialmente mayor a la que le brindaba su motocicleta, aunque no podía negar que le gustaba sentir el temblor de la máquina entre las piernas. El auto se estacionó frente a las rejas gruesas del portón. Ambos salieron.
—Sorprendentemente, me divertí hoy —comentó Azariel, apretando contra su pecho el libro cuyo contenido no logró leer en gran medida.
—¡Ouch! —soltó el hombre lobo, fingiendo un ataque al corazón—. No sabía que lo dudabas.
—Contigo debo decir que todo siempre es una sorpresa —alegó.
Daren agachó la cabeza y, sonriendo, negó; se relamió los labios y elevó el rostro nuevamente. Sus manos metidas en los bolsillos de su pantaloneta le daban una apariencia descuidada y relajada.
—Al menos no lo odiaste todo y eso ya es un avance.
Azariel contuvo una risa y asintió. Le dio una sonrisa amplia que lució sus blancos dientes y caninos largos. Por alguna razón a Daren le pareció muy bonita.
—Debo entrar. Gracias por ayudarme a hacer turismo en Sofía.
—Fue un placer.
Y esa fue su parca despedida, en medio de cierto ambiente incómodo y nervioso. Cada uno tomó su rumbo y ninguno miró atrás.
Azariel entró a prisa, sujetando entre sus brazos el libro hasta verse seguro tras la puerta de la mansión. El salón estaba poco concurrido, con vampiros jóvenes charlando en los sofás o incluso en las escaleras. Cruzó el lugar y siguió al segundo piso, y finalmente llegó a la habitación de Crowe. Ahí al frente tenía dos iniciales en una placa gris: C & A. Crowe las mandó a poner meses después de que acordaron dormir juntos y no la quitó a pesar de su ausencia. Al entrar se encontró con casi toda la decoración de su amigo. Cuadros, trofeos de lucha, armas, y su perfume característico. Sin embargo, aun cuando no tenía mucho en ese cuarto, esas cuatro paredes eran su hogar.
Dejó el libro sobre la mesita a lado de su sofá-cama y largó un suspiro.
¡Qué día tan caótico!
Nunca creyó que pasaría tanto tiempo con Daren, mucho menos que le terminara gustando el cómo se dio todo. El hombre lobo podía ser muy juguetón y torpe, pero demasiado perspicaz y curioso. Aún eso le divertía a Azariel. Era un reto.
«Daren Kostov», el nombre volvía a su mente demasiado rápido y le daba vueltas sin cuidado ni tacto. Era dañino.
****
Daren llegó a la intersección y tomó hacia la izquierda, en ascenso por el Vitosha, por ese camino de tierra, escarpado y rodeado por una densa arboleda. Las luces del auto bailaban entre los troncos gruesos de los árboles y junto a las hojas, creando formas sin sentido. El sendero que él conocía vagamente lo guió al antiguo castillo donde hace varios años solía reunirse el aquelarre de Sofía, mucho antes de los ataques de hombres lobo y antes de la guerra y de las alianzas.
Tras quince minutos recorriendo el camino, llegó hasta un desvencijado portón de madera roída por las polillas. Al frente tenía el escudo del aquelarre, una V con enredaderas de espinos alrededor. Supuestamente, el lugar estaba abandonado, pero él era capaz de sentir muchos aromas; vampiros, infectados y..., una rareza, estuvieron ahí. Dando una mirada por si había moros en la costa, entró. El camino de piedra tenía ya hierba fresca creciendo en los rincones, y en los costados colgaban las viejas y obsoletas lámparas de kerosene. Con la linterna que sacó del auto logró moverse entre las sombras. Al poco tiempo llegó hasta la, curiosamente, bien conservada puerta principal del castillo. Se lo esperaba; si ahí se ocultaba algo era obvio que debía estar asegurado. Buscó con la mirada algún tipo de sistema de vigilancia, quizás una cámara o sensores de movimiento, mas no halló nada. O estaban bien ocultas o realmente la única seguridad externa era esa puerta reforzada de hierro.
Entró.
Aunque lucía viejo por fuera y casi destartalado, por dentro el castillo conservaba muchas cosas del mundo moderno. Logró ver interruptores de luz eléctrica y un sistema de cableado algo deficiente. Siguió por el salón empolvado buscando cualquier cosa, pero no encontró nada. Únicamente sentía el picor de su nariz, no se debía al polvo o a la humedad penetrante, sino al aroma de esa extraña criatura con quien pasó toda la tarde, Azariel. Su perfume copaba el espacio. No le sorprendió, después de todo, los rumores sobre esa rareza lo llevaron a investigar la construcción en primer lugar. Aspiró esa fragancia y lanzó un rugido desde su pecho. Maldita sea. Esa esencia le parecía tan entrañable. Siguió el rastro de Azariel hacia las escaleras a las mazmorras. Al bajar, su cuerpo temblaba por la sensación del aire frío encapsulado entre las paredes de piedra y el olor del muchacho. Llegó al final de las gradas y siguió por el amplio pasillo hasta una puerta ploma de acero con un hosco candado al frente y un identificador de huellas. Si intentaba abrirlo, en el peor de los casos el aparato enviaría una alerta al dueño y él estaría en problemas.
Lanzó una maldición al aire. Ahí era. De dentro provenía el aroma de Azariel y era tan fuerte que casi lo podía sentir a su lado. Golpeó la puerta con su puño en un acto de impotencia. Buscó con la mirada alguna entrada o algo que le sirviera. No había nada, sin embargo. Subió nuevamente, esta vez hacia el ala de recámaras del castillo; no había olor alguno, pero su corazón le decía que buscara algo y él era lo suficiente terco como para no irse con las manos vacías. Pasó por las escaleras, entre cuadros desgastados que colgaban en las paredes, otros destrozados sobre la madera; sus pies se movían con rapidez, ansiosos. Al llegar al balcón de la torre saltó al techo y rugió.
Nada, no encontró nada.
Se sentó sobre las tejas erosionadas por el agua, sus brazos cayeron en sus costados, derrotado.
Era estúpidamente absurdo como su corazón latía desenfrenado cuando no tenía razón.
Se sintió como un tonto al haber irrumpido en propiedad ajena para no conseguir nada, sólo un poco de la fragancia de Azariel y un misterio más grande. Sabía que ahí dentro algo se ocultaba. Algunos rumores que escuchó decían que el lugar estaba maldito por dar nacimiento a una criatura extraña; otros, que el castillo era el laboratorio de Viktoria y la cárcel del Jade Blanco.
Desde ahí la vista era maravillosa. Algo bueno, al menos. La luna brillante, apenas opacada por un par de nubes, lucía su magia sobre Sofía, en cada uno de sus edificios vetustos, y por un segundo Daren se sintió como si estuviera en otra era. Se apoyó contra las tejas y bajo su zurda sintió algo raro. Una teja estaba suelta y apilada contra las demás. Tras revisar el terreno con la luz de la linterna, descubrió que ese desastre en el techo era la cueva de algo. Retiró las tejas, dos al menos, y encontró un sobre amarillento, deformado por la humedad y el tiempo. No tenía nada escrito en el reverso, pero era tan grueso que debía tener muchas cartas dentro. Lo abrió y sacó el primer papel desprolijamente doblado.
Estoy asustado. Todo es confuso a mi alrededor y nada queda de aquella última vez despierto. Estoy solo y no sé qué hacer, decían las primeras líneas. Soy diferente y eso atemoriza al resto; yo también me tengo miedo.
No había mucho más que esa primera carta dijera, aunque parecía en realidad un peculiar diario. Daren supo que le pertenecía a Azariel, su perfume estaba impregnado en el papel, en cada trazo del esfero.
Tomó otra hoja y la leyó.
Conocí a dos vampiros, ellos me temen igual que todos. Él me llamó monstruo cuando me vio descontrolado.
Daren se preguntó si aquellos dos vampiros serían la pareja con quienes vio a Azariel la primera noche o si se trataba de personajes distintos. Aun así, le pareció triste. Debió ser muy joven, tan asustado de todo y de sí mismo. Él sabía que Azariel era diferente, una rareza que todos temían, pero desconocía la razón exacta. Quizá no necesitaba saberlo para sentir pena por él.
Más abajo, las penas de la rareza seguían.
Salieron corriendo antes de que pudiera verlos bien, pero sé sus nombres, Crowe y Eira, y quiero volverlos a ver.
Quiero amigos..., y una familia.
Es la primera vez que cambio y mi propia apariencia me causa repulsión. Ahora sé por qué todos corren al verme y porqué ella me ansía tanto. Soy tan peligroso que pronto los humanos me cazarán, y cuando eso suceda estaré feliz de dejar de ser el monstruo que ella creó.
—Asombro—
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top