Once
импотентност
Viktoria conducía el auto con Azariel a su lado. Extrañamente, no llevaba a nadie más, ningún guardia ni aliado. Azariel se preguntaba de qué se trataba todo eso. Al salir del aquelarre, ella nada más le dijo que lo llevaría visitar a algunos aliados. Nada de detalles ni información adicional.
El camino asfaltado por el que iban era uno de los que rodeaban la ciudad, y en el redondel salió por una carretera totalmente deshabitada y desconocida. Azariel miró su alrededor y trató de sacar conclusiones en vano, pero su olfato le dio una pequeña pista. Era un perfume conocido. Él se mordió los labios con nerviosismo y su pulso saltó, alterado. Los árboles a los costados eran una línea divisoria entre los campos extensos y la carretera. Diez minutos más allá, Viktoria estacionó el auto y le ordenó bajar. Entonces, Azariel fundó sus sospechas.
—¿En dónde estamos?
—Haces preguntas tontas. Te he dicho que el lugar no es especial, sino la razón por la que estás ahí.
—Y, entonces, ¿cuál es la razón?
—Siempre creí que eras más inteligente, pero debo decir que aspiraba mucho cuando en el pasado en varias ocasiones se te ocurrió desafiarme. Ahora tu estupidez la pagará alguien más.
Entre la penumbra, Azariel divisó una destartalada casa de madera, apenas en pie, de donde salieron dos jóvenes vampiros, seguramente aliados de Viktoria, quienes sujetaban a la mujer, la secretaria de Georgiev. Ella gritaba y temblaba de miedo mientras los veía acercarse.
—Estúpidamente pensaste que no lo sabría. Pero tu error más grande fue confiar en los humanos. Esta mujer a quien tú quisiste salvar decidió ignorarte y correr con los guardianes —se burló—. Jez la estaba siguiendo.
Azariel torció los labios. Jez era un tosco vampiro unos años mayor a él, cuya musculatura le daba una apariencia de terror, además de sus tatuajes con figuras vulgares. Él era un rebelde, de esos que no conformes con su vida intentan hacer miserable la de alguien más. Eran del tipo que Azariel más odiaba.
—Esta es la última vez que me desafías de esa forma —masculló—. Y voy a enseñarte cómo cobro tu afrenta.
Chasqueó los dedos y de los matorrales salieron siete híbridos con collares eléctricos, tal cual comunes perros. No fue sorpresa su presencia. Azariel los sintió desde que estuvo en el auto a poco menos de medio kilómetro. Quizás más inesperado fue verlos con esos collarines Si bien Viktoria era una arpía con ansias de controlar cada simple movimiento, hacerlo con infectados era demasiado peligroso, aunque ella ya lo venía planeando desde hace varias décadas, según leyó en los informes de Igor. Debió utilizar varios narcóticos y diversas tácticas para lograr capturarlos. Azariel temía que hubiese algo sórdido en todo ello y que lo involucrara a él.
—Esta mujer escuchó lo que no debía y los humanos tienen ese horrible defecto de querer contárselo todo a todos, especialmente cuando no es su asunto. Disfrutan entrometiéndose en los temas ajenos —mencionó con calma repugnante—. Asesinarla era una tarea muy sencilla. Cuando no asesinaste a Igor Asenov te la pasé por la única razón que ese estúpido se quitó la vida a sí mismo. Ahora es diferente porque tu desobediencia nos pone en peligro a ambos.
—Ella podría no decir nada.
—Pero yo no puedo fiarme del 'podría', es más, aparentemente no puedo fiarme ni siquiera de ti, mi creación.
—No quiero asesinar a nadie más. No deseo seguir siendo el monstruo que tú creaste.
—¿Y crees que así de fácil limpiarás tu conciencia? Eres lo que yo deseé que fueras; haces lo que yo deseo que hagas, y la próxima vez que intentes actuar por ti mismo lo pensarás dos veces —amenazó.
Los híbridos caminaban cerca de la mujer quien, aún sujeta por los vampiros, chillaba aterrorizada, presintiendo e imaginando lo desastroso que sería su final a manos de esas bestias. Así, a la vista, los infectados parecían estar lo suficientemente entrenados por Viktoria y amedrentados por los collares como para aguardar por órdenes de ataque. Azariel temió que de ese modo lograra forjar el ejército que ella tanto ansiaba y así se volvería imparable.
Se dio cuenta de que la supremacía de Viktoria estaba a la vuelta de la esquina.
—Tienes dos opciones, Jade Blanco: asesinarla tú mismo, o ver cómo ellos la despedazan.
Increíblemente, ella parecía regocijarse con semejante atrocidad. Sus ojos tenían el mismo brillo del demonio, con las llamas del infierno resplandeciendo en el fondo.
—Detente —gruñó con los dientes apretados.
—Entonces ve cómo muere. A mí me da igual, pero te diré, creí que tendrías más conciencia, como la pregonas tanto.
Un chasquido de sus dedos fue suficiente para que esas bestias, entre rugidos y arañazos sobre la tierra, se abalanzaran contra la mujer que, dejada de lado por esos vampiros, empezó a correr, mas sus torpes piernas agarrotadas la llevaron a dar al piso muy pronto. Su corazón palpitaba apresurado y su sangre se podía oír al recorrer sus venas. Los gritos de terror retumbaron y parecían enloquecer de placer a los híbridos.
Azariel corrió hasta ella y evitó el avance de los infectados. Los híbridos lo miraron con asco, pero sabiendo que la criatura en frente los podía despedazar con una sola mano. El temor hacia el Jade Blanco parecía ser más grande que el que les tenían a esos collares en sus cuellos.
—Eres tan predecible. Eso es lo malo en ti, Jade Blanco, que a pesar de lo que llevas en la sangre, sigues siendo una criatura tan insulsa como los humanos. Una pena que yo no sea igual a ti.
Chasqueó nuevamente los dedos reiterando su orden, aunque Azariel creyó que su aparente jerarquía le serviría para detener a los híbridos, una descarga de los collares empujó a los infectados a avanzar. Él gruñó advirtiéndoles de las consecuencias de su desobediencia. Ellos no hicieron caso, pero en su andar reticente se notó el miedo.
La mujer a su espalda seguía llorando y balbuceando incoherencias, y era, quizás, uno de los únicos sonidos en ese lugar.
—Destrócenla.
Una de las bestias, la más pequeña, se atrevió a pasar de Azariel y morder la pierna izquierda de la mujer, quien profirió un alarido. Las uñas de la rareza se clavaron sobre la carne del insensato animal y la despedazaron, con fuerza lo jaló hasta apartarlo de la fémina, aunque, entre sus dientes, la bestia se llevó una parte de su muslo. La secretaria volvió a gritar y gritar.
En su descuido, Azariel se vio atacado en la espalda por esas bestias, sus zarpazos con largas garras le abrieron la espalda y ardió como el infierno. Con su puño cerrado golpeó la espalda del infectado, sacándole un quejido en medio del crujido potente de los huesos del animal al quebrarse.
El aroma de la sangre de la mujer era como una droga que activaba los sentidos de los infectados y los volvía aún más violentos, especialmente cuando estaban hambrientos.
Las bestias persiguen la sangre como los humanos, el dinero, pero al final del día, es lo mismo porque lo necesitaban para vivir.
Azariel analizó las opciones. Aun cuando lograra salvar a la mujer, Viktoria misma se encargaría de matarla con saña. Dejarla ser comida por infectados era, sin embargo, la peor elección, en todo caso, porque su muerte sería agónica y macabra. Sus miembros siendo arrancados de su cuerpo como una pobre gacela entre las fauces de un león; su sangre salpicaría escandalosamente y se uniría a sus gritos mientras tanto. No. Quizás, esta vez, Viktoria tenía razón.
Tomó la cabeza de la mujer entre sus manos y le rompió el cuello en un crujido suave. El cuerpo de la señora quedó tendido sobre el pasto y entonces las bestias comieron de él como si fuera un manjar. Tal vez lo era.
Viktoria parecía regocijarse y nada de culpa se veía en su rostro. Imposible. Nunca sintió cargo de conciencia por lo que le hizo al Jade Blanco y no se compadecería por una mujer que pudo arruinar sus planes.
—¿Esto te complace? —refunfuñó al acercarse.
—Pudiste ahorrarnos tiempo y matarla desde un inicio, pero eres muy necio. Además, esa mujer pudo salvarse de no ser por su propia estupidez.
¿Se podía llamar estupidez a haber caminado por un pasillo y escuchar una conversación ajena que comprometía su vida? No, pero sí era mala suerte.
—Eres un monstruo.
—Somos monstruos —corrigió con placer—. Pero no creas que no tendrás tu castigo. Colmaste mi paciencia y no seré suave.
Y Azariel podía imaginárselo.
****
En las mazmorras del aquelarre, aquel lugar en desuso y cuya llave la tenía únicamente Viktoria, entre moho y humedad, Azariel colgaba de los brazos, con las muñecas sangrando cuesta abajo hasta reunirse con la sangre de su torso. A medio metro del piso, su cuerpo lánguido se exhibía como un burdo trofeo que Viktoria dejó ahí. No le importó el dolor de Azariel ni las súplicas que profirió. Ella quería verlo sufrir.
Al llegar cerca de la madrugada, ingresó por el antiguo camino subterráneo que los llevó a los calabozos, así nadie los vería, especialmente Joseph. Esposó a la criatura y con una fusta lo golpeó. Las heridas se crearon y la sangre salió por montones, y antes de poder recuperarse, Viktoria le inyectó un suero para retrasar su curación propia, de ese modo su cuerpo adolorido sufriría por más tiempo.
Era increíble como esa mujer parecía tener la respuesta para todo, incluso para algo tan complejo como lo era Azariel, pero, claro, ella misma lo inventó y era una erudita sobre su experimento.
Lo colgó del techo y con una máquina oxidada de la época de las guerras clavó barras filosas entre las costillas del muchacho. Los gritos eran lo de menos al ver la cantidad de sangre que perdió y que no recuperaría con facilidad. Lo típico. En sus castigos, aún después, Viktoria se aseguraba de no darle comida que sanara sus heridas, así pasaría en agonía tortuosa por días hasta saciar su sádica rabia. A pesar de que su genética le permitían sanar en segundos, más rápido que cualquier inmortal, con el suero y sin alimento no era más que un humano en sufrimiento. Un condenado.
Al final, él también dependía de la sangre como todos los inmortales, a pesar de su superioridad, y quizás para él era más importante pues la mezcla de sangre era sumamente compleja de conseguir y se agotaba con facilidad.
Él era apenas consiente de su entorno, su cabeza colgaba y solo de cuando en vez la levantaba. Sus ojos adormecidos se abrían y cerraban pesadamente, y su boca reseca estaba partida. Ya llevaba ahí una hora desangrándose, con su ropa destrozada, y pegada a su piel mojada y caliente. Sus costillas ardían y sus entrañas se revolvían por el asco y el dolor. Su corazón palpitaba lento, sobreviviendo por puro capricho.
«Soy tan estúpido», pensaba y se decía, «debí suponer que ella lo descubriría todo. Debí solo matar a la mujer en su casa y mostrarle a Daren mis manos ensangrentadas, dejar que me llevara al Concilio para que ejecutaran mi condena».
Sus ojos resecos, cansados de llorar, perdieron esa chispa de vida y se volvieron vidrios vacíos, empañados y sucios. Perdió el brillo que volvió a tener por una persona.
—Cuando el sol se ha ido ya, cuando nada brilla más. Tú nos muestras tu brillar, brillas, brillas sin parar. Estrellita, ¿dónde estás? Me pregunto qué serás.
Su cabeza agotada era ya incapaz de percibir el tiempo correctamente y cuando menos lo imaginó ya habían pasado dos horas. Abrió los ojos con languidez y vio frente a él a Viktoria y Jez. Ella lo miraba con asco, casi cubriéndose la nariz para no absorber el aroma de su sangre que por la mezcla le era repugnante. Jez, en cambio, lo devoraba con los ojos como si fuera un trozo de carne que despedazaría con las manos por mero placer.
—Bájalo y enciérralo en el calabozo.
—Deberías deshacerte de él ya.
—Lo haría si no me fuera útil.
—Yo puedo-
—Tú eres completamente inútil para mis planes. Obedece —dijo y se marchó.
El cuerpo de la rareza cayó al piso en un ruidoso golpe sobre su propio charco de sangre que salpicó los zapatos del robusto vampiro. La cabeza de Azariel se golpeó contra el cemento devolviéndolo a la inconciencia. Las barras seguían clavadas en su torso y Jez pretendía que siguiera sufriendo.
El vampiro lo llevó al calabozo donde lo tiró, cerró el candado y partió.
Horas más tarde, Azariel volvió a abrir los ojos, era ya de mañana, según veía el rastro del sol al atravesar las pequeñas ventanas contra el techo. A esa hora nadie estaría cerca y Azariel tomaría la oportunidad para sanar, pero no podía hacerlo ahí donde si Viktoria aparecía, lo colgaría otra vez. Debía salir, mas sus brazos y piernas estaban tan débiles, incluso sus ojos se sentían pesados.
Quiso llorar. Se sentía brutalmente inútil.
Presentía que perdería la conciencia nuevamente y ello le causaba temor. Empero, en su desvanecimiento, escuchó un leve ruido en la puerta. Unas llaves chocando entre sí y contra el metal de la reforzada entrada; se abrió, y una tenue luz le brindo la imagen de una figura negra que se acercaba a pasos temerosos. El aroma de esa persona le pareció familiar. «Joseph», pensó, pero no podía ser porque él estaba lejos en Blagoevgrad.
La persona se le acercó y con el mismo juego de llaves con el que ingresó, abrió la reja y se acuclilló frente al prisionero.
—Azariel, Azariel —llamó.
Luka.
—Te sacaré de aquí.
El jovencito lo sujetó por los brazos y lo ayudó a erguirse; él mismo utilizó toda su fuerza para poner firmes sus temblorosas piernas. El abrazo de Luka era doloroso, pero no podía culparlo, el muchacho no sabía dónde estaba herido y para el caso era irrelevante.
Luka lo llevó entre penurias hasta el pasillo, de ahí tomó hacia la derecha, lejos de la escalera al primer piso de la mansión, y se encaminó a los viejos túneles.
La oscuridad le supo conocida; pronto llegarían a la intersección.
—Viktoria no estaba en casa, tampoco sus matones —le dijo.
—Estarás en pro-problemas —logró decir con aquel tono pastoso propio de su deshidratación—. No deberías...
—Calla, necesitas descansar.
Llegaron a la intersección y Luka lo dejó recostado contra un muro, miró a su alrededor y le entregó su celular.
—No puedo llevarte más lejos, ni siquiera conozco el paradero de estos túneles.
Azariel le tomó de la mano y le preguntó:
—¿Lo haces por Joseph?
—Lo hago por ti, porque mereces vivir.
—Ella te matará.
—Tengo a Joseph para protegerme.
Y Azariel sintió envidia. Luka tenía un amante que daría su vida por él.
—Toma fuerzas y márchate.
Luka se fue.
No importaba a donde iría, se decía, lo importante era salir y recuperarse. Tomó el camino del centro al recordar que guiado por él encontró a Daren. Ni siquiera pensó en el enojo del hombre y que seguramente no querría verlo, sino en encontrarse con alguien que lo ayudara.
No, quería simplemente ver a Daren porque si su cuerpo colapsaba, al menos lo habrá visto y le habrá dicho adiós al primer hombre que lo flechó.
Y para él eran inexplicables esas sensaciones. Él quería ver a Daren, pero no lograba entender porqué si apenas se conocían. Quizás, como decía Crowe, estaba enamorándose demasiado rápido del hombre.
«Si me ves ahora, si ves la sangre que sale de mi cuerpo, ¿pensarás que es mía o que la tengo por haber asesinado a alguien?», se preguntó mientras caminaba con pesadez. «Me pregunto si es tanto tu odio como para, si nos encontramos, matarme ahí mismo. Aunque no importa, en realidad. Solo soy un monigote despedazado por su propio creador, y si ni él mismo me quiso, ¿por qué habrías de quererme tú?».
—Impotencia—
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top