Ocho
негодувание
La noche del 17 de agosto llegó. Los miembros del Concilio arribaron acompañados de una pequeña guardia hasta los exteriores del castillo ubicado a media hora de Sofía, hacia el este. El complejo era de un vetusto estilo gótico con un puente de piedra y bosque alrededor, llenos de pinos de los Balcanes, gruesos y monumentales. Tan viejo como se veía el lugar, era en realidad una fortaleza que sobrevivió a las guerras y que era considerado un espacio neutral. Ahí, hace varios cientos de años, se firmó la paz entre los inmortales que puso fin a las batallas sangrientas libradas aún más allá de los límites de Bulgaria.
La entrada era un portón de madera café junto a una torre alta que llevaba al patio principal donde una corte de los Guardianes esperaba escoltar a los invitados. Alrededor, los árboles y el pasto eran iluminados por lámparas cada cinco metros a la redonda. Los Guerreros custodiaban la periferia e impedían que entrara cualquier extraño que pretendiese causar caos dentro del Concilio. Eso hacía parte del pacto de paz. Siendo que los licanos fueron los vencedores en las guerras, se les permitió ser quienes protegieran a los miembros con su ejército. Los aliados, que representaban a las regiones de Bulgaria, respaldaron la decisión y se volvió una ley y costumbre.
Adentro sólo esperaban la llegada del presidente Georgiev, mientras que un banquete de bienvenida se servía en el salón cuya larga mesa tenía espacio para los dieciséis miembros del Concilio; seis de ellos eran principales y representaban a las tres líneas de sangre reinantes: el presidente de Bulgaria, la familia Sali, la pareja de regentes del Aquelarre, y Amanda Petrova, representante de los mortales. Además de un miembro permanente, el o la líder de los Guardianes.
Al Concilio asistían además representantes de las regiones búlgaras donde vivían inmortales y, aunque eran minoría, resultaban de vital importancia cuando se trataba de pasar una moción, como era el caso de esa noche en particular.
Las mociones aprobadas por la organización pasaban directamente a ser revisadas y aprobadas por el Parlamento, y no podían ser objetadas por nadie. Se reunían cada tres meses en el Castillo, o frente a una emergencia que así lo demandara, y se dedicaban únicamente a los temas de relaciones entre las especies para precautelar la paz y evitar conflictos bélicos.
El último invitado llegó y las puertas del Concilio se cerraron y no volverían a abrirse sino hasta dentro de varias horas, cuando los temas hayan sido resueltos. Esa era una de sus reglas. Ningún miembro del Concilio podía dejar la reunión mientras no se haya solucionado el conflicto por el cual fueron convocados. Las primeras sesiones, cuando los rencores estaban a flor de piel entre los inmortales, se extendieron por semanas y obligaron a los asistentes a encontrar la solución más factible y efectiva. En una ocasión la asamblea duró mes y medio por las constantes peleas, fue entonces que se decidió tener un mediador, usualmente un mortal escogido de entre los miembros de la mesa, como era el caso de Amanda.
—Bienvenidos sean todos —saludó el presidente a la cabeza de la mesa—, espero que la velada sea tranquila y de su agrado.
Viktoria torció los ojos al oír al hombre hablar como si de una fiesta se tratara.
La cena empezó en medio de charlas entre los asistentes y el mutismo de otros pocos.
****
El salón, de piedra blanca y candelabros en cada esquina, era amplio y designado para las reuniones, con sillas que formaban un círculo alrededor de una mesa ovalada donde nadie fungía como la cabeza, así se evitarían nuevas confrontaciones entre las especies. En el muro principal, junto a la chimenea, estaba colgado el cuadro del pacto de paz que regía al Concilio y a toda Bulgaria.
—El primer asunto a tratar son los constantes ataques de infectados a mortales e inmortales —empezó diciendo Georgiev con profundo desinterés—. La ley para control de infectados...
—Es un fracaso —interrumpió Andrea—. La ley no los ha controlado, simplemente les ha dado libertad para reproducirse. Ahora son una amenaza.
—Los infectados siguen siendo inmortales y las leyes del Concilio los protegen tanto como a nosotros mismos —dijo Viktoria.
—Lamentablemente, ese es un error que nosotros provocamos. Hace milenios a algún insensato se le permitió experimentar con la sangre de los inmortales, el resultado no fue solo aberrante, sino que puso en peligro a nuestras razas; y muchos años después, el nacimiento de niños híbridos fue la cereza del pastel. Reproducirse entre ellos es asqueroso y también muy peligroso por los cambios que experimentan generación tras generación —dijo Joseph.
—Aun así, nuestras normas protegen a los inmortales. Debo recordarles que eso nunca se especificó en los decretos de hace cientos de años —refutó la vampiresa.
—La situación es diferente ahora. Esas criaturas son aberraciones de la naturaleza que debimos exterminar hace tiempo. Ponen en peligro nuestra vida y la de esta sociedad.
—Estoy de acuerdo con mi esposa. Los infectados ahora son un gran número que acechan a las afueras de Sofía y aún más lejos en las pequeñas ciudades. Exterminarlos es una solución óptima.
—Erradicarlos podría suponer un problema. Esas criaturas, aunque molestas, ayudan al equilibrio de nuestras especies. Sin ellos, una sobrepoblación de inmortales dificultará conseguir comida y la supervivencia se volverá otra guerra.
—Entonces, ¿debemos dejar que ellos nos maten primero? —increpó Andrea a Lex, el líder de los inmortales del Sur.
—No. Extinguirlos no es la solución, pero reducir su número sí serviría para controlarlos de verdad.
Viktoria se mantuvo callada, escuchando muy poco acerca de lo que decían, pues en su mente tramaba otros planes. Controlar a los inmortales con ayuda de los Guardianes y de toda fuerza armada en Sofía le brindaría la oportunidad perfecta para llevar a cabo sus propias travesuras. El Jade Blanco bien podría ser insuficiente para la tarea.
—Apoyo la moción —dijo ella finalmente, sorprendiendo a toda la audiencia—. Espero que la ley para el asesinato de infectados sea lo suficientemente efectiva como para mantener las líneas de sangre. Sin embargo, se debe establecer un límite para no violar las normas del pacto de paz.
Georgiev la miró con extrañeza, preguntándose qué sucedía dentro de esa cabeza, pero al final no dijo nada y él mismo apoyó la propuesta.
Que los Guardianes y todos los ejércitos de inmortales empezaran a cazarlos le daría la oportunidad a Viktoria de reunirlos en un mismo lugar. Ella sonrió. Era casi perfecto. Sólo necesitaba del Jade Blanco para lograrlo y tendría al mayor ejército de infectados nunca antes visto.
Tras varias conversaciones acerca del cómo, cuándo y dónde, la ley tomó forma y el secretario se encargó de nutrirla y pasársela a los miembros para su aprobación. Búsqueda y captura de infectados en toda Bulgaria; asesinar a los más peligrosos, los ancianos y aquellos de nueva generación cuyo virus era aún más peligroso y contagioso que el original. A los híbridos restantes se los podía enjaular en granjas donde se los mantendría cautivos. Aunque ello no fue del agrado de muchos, era óptimo si se intentaba hacer pruebas científicas con esas bestias y así reducir el impacto del gen en el cuerpo de otro inmortal.
—El segundo tema es la muerte del líder de los Guardianes, Igor Asenov.
El informe de su muerte recayó sobre las manos de los miembros. Suicidio. Saqueo. No había mucho de lo que ellos hubiesen descubierto, apenas que el hombre se quitó la vida presuntamente por estar contagiado con el virus de un peligroso infectado y que los papeles de su oficina fueron quemados casi en su totalidad. Sin sospechosos ni indicios.
—¿Por qué un suicidio compete al Concilio? —preguntó el líder del Este.
—No por su suicido aparente, sino porque su oficina el día de su muerte fue saqueada. Los papeles de su escritorio fueron quemados y casi nada quedaba. Por lo que sabemos, investigaba algo —señaló Aleksander Sali—. Y a quien quiera que buscaba, estaba ahí esa noche.
—Buscar a esa persona sería complicado, siendo que no tenemos una pista siquiera —dijo Joseph, preocupado—. Podemos buscar por toda la ciudad y aun así no encontrar nada.
—Como buscar una aguja en un pajar —mencionó Viktoria con vivo desinterés.
—Sin embargo, si en algo puede el Aquelarre ayudar, así será —ofreció Velev y recibió una mirada de desaprobación de Viktoria.
—Creemos que se trata de un inmortal con quien Igor Asenov pudo tener problemas, particularmente por algo turbio. Empezamos una búsqueda ya, pero necesitamos abarcar más terreno y para ello, pedimos el permiso del Concilio para realizar una pesquisa en toda la ciudad, incluyendo el Aquelarre y la mansión Sali —pidió Andrea, manteniendo su mirada fija en la de Viktoria, como si le retara—. También nos gustaría su autorización para revisar el castillo destruido.
La vampiresa apretó los puños y por un segundo su respiración se cortó.
«Maldita perra», pensó y quiso decírselo a la cara con ganas.
—El aquelarre le fue conferido a Viktoria Ivanov hace años, pero no le molestará una pequeña revisión en su laboratorio donde creó a su criatura.
—Si tienes tanta curiosidad, puedo presentártelo —murmuró—. Pero no tengo ningún inconveniente en que revisen el lugar. No oculto nada.
No si ella desaparecía las pruebas primero.
****
Al salir de la sesión, Georgiev despidió a todos los miembros tras siete horas encerrados. Los temas fueron resueltos y otros, puestos sobre la mesa para tratarlos con el Parlamento. Cuando no hubo nadie, caminó despacio por el pasillo en medio de una leve penumbra, y entre las sombras escuchó el repiqueteo de un par de tacones que lo seguían. Sonrió de medio lado y dio la vuelta.
—Me sorprendiste esta noche. ¿Qué tramas?
—Utilizarlos, por supuesto. Esos idiotas me lo hacen todo tan fácil. Hace años permitieron que esas bestias se reprodujeran a un número considerable para mi ejército, y ahora que quieren cazarlos me permitirán jugar con ellos. Es simplemente perfecto. El Concilio se derrumbará o será mi aliado, dependerá de cuánto le teman a la muerte.
—No dejas nada al azar, ¿no es cierto, Viktoria?
La mujer sonrió con complacencia.
—Es mi guerra y voy a ganarla, no puedo dejarlo en manos de ineptos. Por eso quiero que añadas algo a esa ley. Los híbridos capturados deben ser enjaulados a las afueras de la ciudad; voy a experimentar con su sangre. Los volveré más fuertes.
—¿Cómo lo lograrás?
—Inyectándoles la sangre de Azariel. Los híbridos de esta generación son aún más peligrosos que las bestias originales, y con ellos bajo el control del Jade Blanco, ganaremos la batalla.
—¿Y si él nos falla?
—El Jade Blanco me teme lo suficiente como para no ponerse en mi contra. Añora su libertad y se la he prometido a cambio de su lealtad. Él es mi espada y mi escudo.
Apenas un leve jadeo se escuchó, amortiguado y lejano, pero Viktoria sintió además la presencia de alguien; su olfato le dijo que era un humano. Sonrió y sus colmillos largos crecieron.
—Deberías decirle a tu linda secretaria que cuide su lengua o se la podrían cortar.
****
Dentro del castillo, el equipo de Daren, armado y listo, recorría los techos y pasillos en busca de anomalías. El viento soplaba fuerte y refrescante entre las copas de los árboles. Él dio una mirada a su alrededor. Estaba molesto, malditamente enojado y no lograba sacar todo lo que sentía. La muerte de Igor no fue una coincidencia y él lo sabía, y ahora los Guardianes estaban en alerta continua. Él, por otro lado, tenía enfrente un colapso nervioso que lo abofetearía duramente por culpa de otra persona.
Con el viento trayendo un montón de calma, también sintió un aroma conocido que hizo estallar sus sentidos. Todavía era incapaz de definir ese olor, únicamente sabía que le pertenecía a Azariel. Buscó con la mirada el origen del perfume; siguió la línea desde donde este provino y lo encontró sentado en un árbol a poco menos de cinco metros de la muralla. Sus ojos brillaron y de su boca quiso escapar un gruñido. Respirando hondo, corrió por el techo hasta llegar el borde y saltar al roble. Sus manos se agarraron de las gruesas ramas y sus pies se columpiaron para subirlos. Sintió un leve ardor en sus palmas por la rozadura de la madera crujiente. Sus ojos se toparon con los de Azariel que estaba en frente.
—Hola, Azariel —saludó.
—Daren...
—¿Qué haces aquí? Deberías saber que, desde las rejas hacia adentro, nadie puede entrar, excepto los miembros del Concilio.
—Curiosidad, simple y llana curiosidad. No haré nada malo.
Daren se relamió los labios, calmando sus instintos antes de continuar.
—Es extraño como siempre estás en todos lados, y aún más que solo yo pueda olerte.
—... No sé qué decirte sobre eso.
—Pero seguramente Igor sí, ¿no lo crees? Él sabía todo de ti y de Viktoria —soltó finalmente, frunciendo los labios en una mueca de enojo y entornando la mirada.
Azariel se tensó visiblemente, sus manos apretaron su regazo y por segundos ocultó su mirada tras sus rizos cafés.
—¿Por qué dices eso?
—No me tomes por tonto, Azariel, o tendremos serios problemas —rugió—. Yo estuve ahí esa noche. Sentí tu aroma cuando me acerqué al despacho de Igor. Tú eres a quien todos buscan.
—No puedes probarlo.
Daren lo miró con asco, demasiado molesto con el descaro del muchacho que no pretendía siquiera negarlo. Meneando la cabeza, estiró su brazo para sujetar a Azariel por el cuello de su delgado suéter negro, entonces lo tiró y de un salto, bajó por el árbol junto a la rareza hasta tocar tierra en medio de una bruma de polvo. Sus rodillas se doblarono. Azariel rodó por el suelo y jadeó.
—Él debió acercarse mucho a tu verdad como para que decidieras ir a visitarlo —dijo y empezó a rodear al chico como un buitre acecha a su presa.
Azariel se puso de pie, refunfuñando enojado.
—¿Y si no fue por eso que yo-?
La mano de Daren alrededor del cuello de Azariel detuvo sus palabras, y pronto el impacto contra el tronco del árbol le sacó un alarido. El hombre lobo estaba muy enojado, al borde de la histeria y con sus sentidos a flor de piel.
—Te sugiero que no juegues conmigo —bramó—. Estoy tan malditamente enojado que no te aseguro que salgas ileso.
—Su-suéltame.
Daren lo ignoró y continuó desfogando su enojo.
—Sé que fuiste tú. Encontré un par de fotos tuyas en ese basurero en llamas.
—¿Y por qué no se lo has en-enseñado a todos? —consiguió decir con dificultad, altanero.
—Porque esas fotos son apenas reconocibles y mi testimonio de saber que estabas ahí no serviría.
—Una pena que esa nariz tuya no la tengan todos —se burló.
Daren apretó aún más el agarre y acercó su rostro al del Jade Blanco, gruñendo como un animal.
—Voy a descubrirlo todo, te lo juro, y en ese momento te arrepentirás de haberme conocido.
—Yo no maté a ese hombre, lo juro.
—Pero eres la razón de su muerte, ¿me equivoco?
Del muro bajaron Ciaran e Iris, angustiados por el espectáculo que presenciaron desde lo alto. Un Daren descontrolado era un mal presagio.
—Daren apártate —demandó Ciaran al ver que el cuerpo del muchacho se tensaba por la fuerte presión en su cuello.
Un gruñido fue la respuesta que recibió.
—Daren —llamó con poderosa voz de mando.
Al licano le costó soltar a su presa. El cuerpo del chico cayó al piso y la tos lo embargó en su intento por recuperar el aire restringido. Azariel estaba al borde de la tensión, con la impotencia burbujeando en su estómago. Su corazón palpitaba muy rápido, a un ritmo inhumano y en sus entrañas temblaban hasta dolerle.
—¿Qué crees que estabas haciendo? —increpó Iris, pasmada.
—Cobrando una deuda —bisbiseó.
—Estabas atacándolo.
—Se lo merecía.
—¿De qué hablas?
—Él estuvo con Igor esa noche. Sentí su aroma —reveló dándose la vuelta y posar su vista sobre el cuerpo tembloroso de Azariel que aún estaba de rodillas contra el pasto.
—¿Por qué él estaría ahí? —quiso saber Iris.
—Porque Igor estuvo investigando sobre él y Viktoria y debió descubrir la clase de criatura que es —escupió mirando con desdén al muchacho que tras esos rizos lo encaraba.
Azariel se puso de pie y con el rostro alzado retó a Daren, demasiado confiado y altivo como para dejarse intimidar por un simple animal cuya fuerza era inferior a la propia.
—Es una pena que nada de lo que dices lo puedas probar, perro. Y te repito, yo no maté al viejo. Lo que hice fue salvar mi pellejo.
—Daren, él tiene razón. Por mucho que quieras culparlo, no tienes pruebas de lo que dices y puedes estar acusándolo injustamente —abogó Iris.
—¡Yo sé lo que digo! ¡Él es un monstruo! —gritó y sus ojos brillaron de rabia—. Contigo no existe ni una maldita coincidencia, Azariel.
Y no supo el motivo, pero algo en el fondo del corazón de Azariel se rompió. Por segundos eternos escuchó el crujir de sus órganos en sufrimiento. Su mente no le hallaba sentido a su dolor, mas su insana conciencia le dio la respuesta. Azariel había empezado a creer en Daren de una forma diferente e inexplicable. Ser llamado monstruo, aunque no era nuevo, siempre causaba en él un sentimiento de lástima. No era su culpa haber nacido bajo el signo de la muerte y ser la reencarnación del demonio.
¿Por qué si todo el mundo lo llamaba así, dolía tanto que Daren se lo repitiera?
—No me conoces, Daren, y no sabes cuan monstruoso puedo ser —amenazó.
—Estoy seguro de que me gustará averiguarlo —contestó en ese mismo tono siniestro—, y entonces te destruiré. Lo juro.
—Inténtalo.
Sonriendo de forma torcida, Daren se aproximó al muchacho, con sus manos alrededor de su cuello le habló al oído.
—Soy un cazador y te has convertido en mi presa.
—Rencor—
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