Dieciocho
дистрес
Azariel despertó a la mañana siguiente con un dolor punzante en la cabeza. Sus ojos dolían al abrirse en medio de la luz matinal. Las sábanas estaban removidas y su cuerpo molido, pero en la cama sintió el aroma de alguien más. Daren.
Casi de un brinco salió de la cama y miró a su alrededor. El aroma estaba ahí, impregnado en las sábanas y en las almohadas, pero el licano no. El sonido de la ducha le reveló su ubicación, mas ello solo lo puso más nervioso.
Su cabeza daba vueltas y tenía serios vacíos de memoria. Recordaba haber robado la Cruz Roja y cuando Daren lo llevó a la catedral, recordada difusamente sus charlas, pero nada más. Su corazón, no obstante, le decía que algo sustancial pasó esa noche y que su mente se negaba a recordar. Ello lo ponía ansioso.
La ducha dejó de sonar.
—Tranquilo, tranquilo —se dijo.
La puerta de la ducha dio paso a Daren, mojado y con la toalla cubriendo su cintura y otra más pequeña alrededor del cuello. Azariel tragó dificultosamente al verlo. Era un pecado.
Los músculos marcados a lo largo de todo su cuerpo.
Los tatuajes que cubrían su pecho y bíceps.
Su seriedad y fuerte sensualidad.
Azariel se obligó a apartar la mirada cuando Daren lo descubrió mirando más de lo que debía.
—Creí que no despertarías sino hasta la tarde.
—¿Bebí tanto?
—No, pero lo poco que bebiste causó serios estragos en ti. ¿No lo recuerdas?
—No. ¿Me dirás qué sucedió?
—Los caballeros no tenemos memoria —le dijo a modo de broma.
—Me temo que no eres un caballero, Daren.
El licano se lo tomó personal. Sonriendo con la maldad de una bestia, se acercó al cuerpo tibio de Azariel y lo acorraló contra la pared a lado del ropero. Sus ojos centelleantes analizaron el rubor en el rostro de la criatura.
—¿Y qué soy, Azariel? —preguntó y su voz salió ronca y profunda.
No tuvo respuesta.
—Que estuvieras ebrio anoche, con tu soltura de boca y tu desinhibición, me sirvió para darme cuenta de algo.
—Ya sabías que no soy buen bebedor —bisbiseó con los dientes apretados.
Daren sonrió de lado.
—Que yo también he tenido ganas de besarte todo este tiempo.
Azariel se petrificó y en su mente quedó flotando una sola palabra. También. Las implicaciones que tenía. Aparentemente, no solo era un boquiflojo, sino un insensato.
—Yo..., eso...
Sus torpes balbuceos murieron en la boca de Daren. Dejaron que sus labios se acariciaran, y luego el licano metió su lengua en la húmeda cavidad a la que se hizo adicto la noche pasada. Azariel era, difícilmente, capaz de seguirle el ritmo. No podía culparlo, pues su cabeza no terminaba de procesar aquella sórdida verdad.
Le confesó a Daren su disparatado enamoramiento y, suponía, se besaron luego de eso. Ignoraba lamentablemente si algo mucho más vergonzoso hizo después. Su mente, aún difusa, tomó la información y la unió con sus vagos recuerdos.
Un beso..., y luego otro.
Y ahora, uno más.
Daren se separó de sus labios.
—Iré a preparar el desayuno.
Se fue y Azariel no pudo estar más agradecido, pues su hormonal interior quería gritar como mujer enamorada. Las manos las tenía inquietas, pasando por su pelo a sus labios en un circuito enloquecedor. Dentro de su corazón había una marea de emociones contradictorias.
Estaba feliz, eufórico por ser correspondido por Daren; no obstante, su corazón le advertía, bajo duras palpitaciones, que era muy peligroso. Él era un licano, un guardián comprometido con su trabajo, y juró destruirlo a cualquier costo, además, por si esa amenaza no fuera suficiente, recordó que juntos solo desatarían una marea.
****
Incómodo.
No había otra forma de describirlo. Desde el desayuno, cuando Daren le sirvió café, tostadas con mermelada y fruta; hasta que se le ocurrió llevarlo a las finales del servicio vampiro durante la tarde. Hubo demasiado silencio, y estaba seguro de que eso los tenía locos a ambos, pero no había mucho que él pudiera hacer o decir para mejorarlo.
Él estaba hasta el cuello de lodosa vergüenza.
Los gimnasios subterráneos bajo el aquelarre estaban atestados de gente. Licanos, vampiros y mortales. Se encontraron con los miembros del escuadrón de Daren, Crowe y Eira. Todos lucían muy nerviosos.
—Quiero ver salir a algunos volando —mencionó Ciaran mientras se llevaba a la boca un pretzel—. Siempre es divertido cuando salen lesionados.
—Eso es macabro —musitó Azariel.
—Le encontrarás el gusto. Una pelea, siempre que sea de inmortales, será más entretenida con el sonido de huesos rotos.
Azariel se carcajeó.
Encaminados hacia el graderío, Iris y Eira se despidieron y marcharon al ring donde enfrentaría a su último contrincante, un licano joven, pero imperioso, demasiado ansioso por demostrar su valía como para preocuparse en el bienestar de alguien más.
—Me alegra ver que estás bien —le dijo Leire bajo una inquisidora mirada.
—Mi cuerpo está sano por completo, eso creo —señaló Azariel.
—Oh, apuesto a que Daren está contando los minutos para volver a dormir en su cama —dijo Ciaran con tono mañoso—. ¿O es que durmieron juntos?
El Jade Blanco agachó la cabeza y se mordió el labio.
—He dormido en el sofá, aunque es como si lo hubiese hecho en una caja de zapatos —respondió Daren con tono jocoso—. Mi espalda ahora parece el viejo camino a Rila.
—Azariel, es momento de saldar la deuda —bromeó el moreno.
—Ya lo hizo —comentó Daren con una amplia sonrisa—. Y muy bien.
Y para Azariel eso sonó terriblemente mal. Una insinuación sucia y perversa que él vinculó a aquellos besos de la noche pasada y a los mismos que se dieron temprano en la mañana.
Compungido, su corazón se golpeteó contra sus costillas causándole mucho dolor.
El rostro del licano y sus palabras develaron algo que Azariel nunca antes notó y que lo decepcionó profundamente. Había sido todo un juego, un embuste.
—¡Oh, qué interesante! —vitoreó Ciaran—. Debió ser un pago estupendo viniendo del pequeño Azariel.
Aunque las cejas sugestivas de Ciaran evocaron un poco de rubor en Daren, Azariel solo se sintió incómodo.
«Un pago», repitió Azariel en su cabeza.
—Fue bastante..., agradable.
El Jade Blanco reprimió un gruñido y la sarta de groserías que quiso soltarle a la cara. Respiró hondo antes de hablar.
—Para unos fue más agradable que para otros.
Su tono ácido llamó la atención de Daren y fue cuando se dio cuenta que su huésped estaba enfurruñado, mas no pudo alegar nada cuando anunciaron la pelea de Eira por el altavoz contra Zoriel. En el ring entraron ambos sacudiendo los brazos para quitar a tensión de los músculos. El silbato sonó dando inicio a la pela.
****
Gritos y aplausos en medio de la victoria. Iris tomó a Eira por la cintura y la elevó con fuerza, la apretó contra su cuerpo y le plantó un beso en la boca, arrollada por la conmoción. Fue suave, con sus labios unidos, sin pensar en la muchedumbre, ni en nada. Se separaron con la misma lentitud con la que sus respiraciones se regularon y solo viéndose a los ojos supieron que ello era correcto.
Iris bajó a Eira con cuidado.
—Estoy orgullosa de lo que has logrado —le dijo.
—Gane por ti —le dijo con ese tono sonrosado en sus mejillas.
—No, querida, ganaste porque querías demostrarte a ti misma de lo que eres capaz.
—No sería así sin tu ayuda.
—No lo negaré —mencionó divertida—, pero nada más te di un empujón.
—... Y, ¿seguiremos viéndonos?
Iris lo meditó y contestó.
—Ahora que no soy tu maestra ,me gustaría cortejarte.
—¿Cortejarme?
—Eres de esas chicas enfrascadas en las viejas tradiciones del pasado, así que sí, voy a cortejarte, Eira, y al final tendré mi recompensa.
—¿Cuál recompensa?
—Tu eternidad a mi lado.
Gritos eufóricos las trajeron de regreso al salón de entrenamiento y sin vergüenza caminaron hasta las gradas que llevaban al primer piso del aquelarre, ahí se encontraron con los demás.
—Eso ha sido genial. Estoy orgulloso de ti, Eira.
—Gracias, Crowe.
—Debo admitir que creí que te aplastarían, pero veo que Iris sí te entrenó después de todo y no únicamente se divirtió contigo.
En represalia recibió un codazo de Iris para que mantuviera la boca cerrada.
—Debemos subir —les dijo Crowe—. Pero podemos volver a vernos durante el festival de la paz.
—Es un trato, chupasangre —accedió Ciaran y a modo de despedida se apretaron la mano y se golpearon la espalda.
—Yo debería ir con ustedes —les dijo Azariel a Crowe y a Eira.
—Tienes aún cosas tuyas en mi casa —interrumpió Daren—. Ven conmigo.
Y, aunque quiso negarse tontamente, accedió sumisamente y se montó en el 4x4 del licano. Ya después de tomar aire y de razonar un poco, se dio cuenta de que su actitud, totalmente entorpecida por sus sentimientos, no fue ni la mejor ni la más correcta. Sí, estaba molesto con Daren por querer patearlo de su casa, pero también sabía que ni el hombre lo dijo así ni fue grosero. Toda la película se la armó él solo con base en sus emociones y se amargó la noche sin razón alguna.
El auto se puso en movimiento en medio de los rayos del atardecer que coloreaban Sofía de matices morados, rojos y anaranjados. En un pulcro silencio, el auto salió del sótano y por el bosque continuó hasta hallar la bifurcación donde debían tomar hacia la derecha, pero Daren siguió por la izquierda, en ascenso por el Vitosha, por ese camino escarpado.
—¿A dónde vamos?
Daren no le contestó, sino hasta que varios metros más allá divisó un claro entre los árboles donde aparcó el coche y lo apagó. Se dio la vuelta para verlo a la cara.
—Lamento lo que dije.
—No tienes que disculparte —bisbiseó.
—Estás enojado —replicó como si no fuera obvia la expresión de rabia que tenía Azariel pegada en el rostro—. No pretendía ofenderte de ninguna manera.
Pero lo había hecho por simplemente dar rienda suelta a un par de palabras bromistas que cruzaron un límite muy débil.
Azariel chasqueó la lengua y apartó la mirada. Odiaba que tuviera la razón.
—Perdón. Mis palabras..., solo estaba bromeando. No creí que las tomarías tan en serio. Eres más sensible de lo que parece.
—... Fui irracional, lo siento.
—Ven —le dijo saliendo del auto; Azariel lo siguió.
El viento de la tarde, tan cálido y gratificante, les acarició el rostro mientras sus ojos ceñudos divisaban el atardecer recorriendo los techos de los edificios.
—Te besé esta mañana porque me gustas —confesó—, y, aunque lo considero suicida teniendo en cuenta quién eres y lo que eres, no puedo evitar sentirme así. Perdido.
—... ¿Puedo saber lo que ocurrió anoche? —desvió el tema por un camino más sinuoso que la confesión romántica de Daren.
El licano sonrió ligeramente.
—Estabas ebrio y regaste sangre sobre mi ropa, esa es otra cosa que me debes; y para limpiarlo..., usaste tu lengua para limpiar mi cuerpo.
Azariel largó un jadeo avergonzado y se volteó a verlo, empujado por la sorpresa, e inmediatamente se arrepintió al encontrarse con la mirada profunda de Daren. Esos ojos chocolates brillando con perversidad.
—Llegaste hasta mi boca y nos besamos.
—No puedo creerlo —murmuró apenado.
—Me sorprende que hayas olvidado un hecho tan memorable —se regocijó—, pero puedo jurar que lo recordarás.
—Preferiría que no —dijo rápidamente—. Nunca quise..., lo lamento, tú debes creer que yo...
—¿No me has escuchado? Me gustas. Que me hayas besado solo nos facilitó las cosas a los dos.
—¿Y si no es correcto?
—Lo descubriremos en el camino, supongo. Por ahora, la única certeza que tengo es que esto es lo que quiero.
Parados frente a frente fueron capaces de verse a través de esa delicada cortina de miedo y vergüenza; sus labios estaban sellados, pero casi parecían hablarse entre susurros, conspirando a favor de sus deseos más perversos. Por otro lado, sus cuerpos poseían un magnetismo fortísimo donde sus manos picaban por encontrarse con la piel ajena y fundirse con su calor. Era tanta la tensión en el ambiente que pronto se rompió y provocó un cataclismo carmín de puro erotismo.
—Voy a besarte.
—¿Y si no quiero que lo hagas?
—Te los robaré, entonces; robaré tantos besos de tu boca como no quieras, y al final, me los darás por tu propia voluntad.
Rudamente, sus labios volvieron a encontrarse luego de horas de ausencia dolorosa; sus lenguas salieron levemente y en el aire se acariciaron antes de encontrar refugio en la boca del otro. Las manos de Daren se posaron en las caderas poco pronunciadas de Azariel, y acariciaron la zona por sobre la ropa con recelo. Con pasos torpes caminaron hasta topar contra el frente del Jeep, ahí Azariel se apoyó al sentir sus piernas debilitarse.
—Tienes unos labios adictivos.
—... ¿Yo de verdad te gusto?
Daren se carcajeó y le acarició el rostro con los dedos, repasando esa piel suave pintada con suaves gotas cafés.
—En lo poco que nos conocemos, me has enloquecido. No hubo una sola noche donde no pensara en ti.
—Yo..., también pensé mucho en ti. Al inicio te odié —le confesó, pero lejos de ofender a Daren, le causó gracia—, aunque no duré mucho y ahora..., estoy enamorado de ti.
Dos confesiones fueron lanzadas al atardecer ese veinte y seis de agosto a pesar del latente miedo al fracaso.
—Zozobra—
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