Diecinueve
изкушение
Durante la mañana del veintiocho de agosto, Azariel se despidió de Daren en el portón de la mansión a las afueras de Sofía. El licano le dio un beso en los labios antes de subirse al jeep y partir hacia el cuartel. Azariel, ansioso y nervioso, caminó por el portal, y cruzó el adoquinado camino con margen verde y café, hasta la robusta puerta de la casa. Miró el lugar con hastío, aquel que mantenía a salvo a muchas personas cuyas negras intenciones lo dañaron. Ya no más.
Entró y la luz que tiñó el salón le causó gracia. Si ahí hubiera alguien, algún inusitado vampiro, entonces ya no sería más que un montón de ceniza ardiente sobre la baldosa fina. Caminó y ni siquiera se molestó en cerrarla, burlándose de cualquiera que pudiera estar dentro y de sus temores al sol. Fue directo a la recámara de Viktoria. Ella seguramente estaba ahí a esas horas, demasiado temprano como para estar despierta y tentar al sol.
Una puerta gruesa y negra, con bordes finamente moldeados y su monograma al frente, amplio e intimidante. V. I.
Entró y la poca luz que lo acompañó junto al estropicio de la puerta al chocar contra la pared alertaron a la mujer. Viktoria se levantó de la cama donde dormía y con la mirada aguda analizó al intruso.
—Jade Blanco.
—Viktoria —dijo y, como muy pocas veces, la llamó por el nombre.
—Sabía que volverías, también sabía que Jez sería incapaz de traerte —mencionó con honda despreocupación.
Azariel rodó los ojos al escucharlo.
La noche pasada, mientras estaban Daren y él en el Vitosha, recibieron la visita inesperada de un grupo de tres infectados junto a Jez. El vampiro, con aires de superioridad y altanería, les dijo:
—Viktoria quiere que vuelvas y yo he venido a escoltarte.
Azariel no le contestó, pues su atención estaba centrada en aquellas tres criaturas que con dientes feroces y rugidos enérgicos los amenazaban. No eran infectados normales, él lo sabía e intuía que Daren también. La energía que irradiaban era diferente, nueva, alterada, como la de él mismo.
—Curioso que hayas traído a esos animales frente a un guardián —le dijo Daren.
Jez arqueó la ceja izquierda y frunciendo los labios hacia el frente en una mueca hosca, replicó:
—¿Por qué?
—Porque yo soy el encargado de las granjas de infectados y resulta que los que tienes contigo son fugitivos, además, ellos fueron objeto de experimento de un extraño. Deberías tener cuidado —le advirtió con falso interés—, son peligrosos.
—En ese caso, los que deberían tener cuidado son ustedes.
—No voy a volver contigo, Jez —interrumpió Azariel—. Díselo a Viktoria.
—Veo que has olvidado cómo funcionan las cosas con Viktoria. No se trata de lo que tú quieras —amenazó enseñando los colmillos.
—De ahora en adelante, sí, así que díselo. Yo regresaré cuando desee.
—Te volviste más arrogante desde que te fuiste, pero te recuerdo llorando y suplicando colgado en ese sótano.
Daren sintió rabia. ¿Cómo se atrevía ese repugnante chupasangre a regocijarse en haber formado parte de un crimen tan vil?
—Cierra la boca —ladró Daren.
Los infectados gruñeron fuerte, pero los ojos brillantes de Daren los mandaron a callar. Jez tragó grueso. No se le escapó ese detalle, por supuesto, y su ofuscada cabeza empezó a atar cabos.
—Al Concilio le interesará saber que fue Viktoria quien alteró el genoma de los infectados y que los usa para sus caprichos —mencionó Daren con falsa calma.
—No querrás ver a Azariel en un calabozo, después de todo, de todos los crímenes de Viktoria, él es el más peligroso. Cuida tus propios pasos —le aconsejó.
—Mejor cuida tú los de Viktoria —refunfuñó Azariel dando un paso al frente y por inercia los híbridos retrocedieron uno—. No me importará estar en un calabozo si ella está en el de alado. Me da lo mismo.
Jez torció la boca y amenazó con lanzar una grosería, pero la voz de Azariel lo detuvo de golpe.
—Márchate ahora. No me has conocido como esas bestias tras las cuales te proteges, y es bueno advertirte que ellos son unos mansos perros a mi lado.
—Viktoria hará que pagues por tus palabras.
Azariel gruñó fuerte, sacándolo de lo profundo de su pecho y de lo hondo de su foso de emociones.
Jez torció los labios y chasqueó los dedos para que las bestias lo siguieran, y pronto todos ellos desaparecieron entre la maleza.
El Jade Blanco se dio vuelta y enfrentó el rostro sereno de Daren.
—Nunca has necesitado la protección de nadie, pero si en algún momento la necesitas, yo te cuidaré —le prometió.
Era un buen recuerdo de esa alocada tarde que ahora frente a Viktoria le daba nuevo coraje para enfrentarla tal y como debió hacer hace muchos años, pero que por miedo se contuvo y fue su leal vasallo.
—Espero que él al menos te haya dado mi mensaje.
Ella se carcajeó y salió de la cama sin inmutarse de su desnudez. Su cabello negro ondulado enmarcaba su blanquecina piel, desde su cuello, por sus hombros delgados y su torso en esa curva peligrosa, hasta antes de su cadera. La mujer caminó varios pasos por la habitación sin molestia ni disgusto, con calma sorpresiva indicadora de que ella ya tenía algo planeado.
—Esa tontería de que quieres tomar las riendas de tu vida. —Volvió a reír—. Espero que no creas que lo lograrás.
—¿Por qué no?
—Porque serías muy estúpido si lo haces. Tu miedo hacia mí es superior a cualquier tonta idea que se le ocurra a tu cabeza.
—No voy a hacer caso de ninguna cosa que me digas; ya no puedes obligarme a nada.
—¿Estás tan seguro de eso? Aún puedo herirte, y no solo a ti, sino a esos tontos amigos tuyos.
—No voy a dejar que los toques —refunfuñó.
—¿Vas a detenerme? Te reto.
—Si tú te atreves a siquiera pensar en dañarlo, yo mismo iré al Concilio y les diré la verdad. Yo soy la mejor prueba en tu contra.
—¿Y esperas conseguir la salvación haciendo eso? Estúpida criatura, tú mismo te condenarás a morir por un mero capricho.
—No me importa morir, nunca me ha importado, pero no dejaré que me manipules de nuevo.
—Fuiste creado por una razón, Jade Blanco, y vas a cumplirla. Cuando todo se haya acabado te dejaré en libertad, te doy mi palabra.
—No me fío en tu palabra, y no me importa la libertad que me ofreces.
Viktoria lo escudriñó con la mirada, arrugando el entrecejo mientras sus labios entreabiertos esperaban por soltar su veneno.
—Te concederé que eres estúpidamente valiente como para enfrentarte a mí, pero de nada te servirá. Seguirás mis órdenes tal cual hasta ahora.
—No —replicó con tono potente.
—Voy a permitirte pensar que puede ser libre tanto como quieres, pero cuando yo te necesite estarás aquí y acatarás mis órdenes —bramó ella—. Y antes de que se te ocurra soltar la lengua, ya te la habré cortado.
—Si quieres jugar con fuego, prepárate para quemarte —le advirtió Azariel y le enseñó el expediente elaborado por Igor—. Si algo me sucede, no tengas duda de que estos documentos llegarán a manos de los Sali y el mismo Joseph, y le pondré fin a tu estúpida guerra antes de que haya comenzado.
Relamiéndose los labios, Viktoria caminó tres pasos lejos del muchacho y se acercó a la ventana cuyas gruesas cortinas negras y el blindaje externo impedían la entrada de luz. Acarició la tela saboreando su textura con los dedos, cada hebra tejida cuidadosamente una sobre otra. Entonces le dijo con tono apático.
—Es curioso que creas que puedes ganarme. Jade Blanco, yo no soy solo tu creadora, sino que soy tu igual.
Y mientras hablaba se dio la vuelta y sus ojos con tintura blanca salpicada alrededor del oscuro iris, y los colmillos largos, más de lo normal, reflejaron la anomalía que latía en sus venas.
Azariel contuvo el aliento.
—Como ves, el juego está por completo a mi favor y tú, a pesar de ser más fuerte, sigues siendo mi peón.
Él comprendió entonces que ella tenía razón. Tan loca estaba Viktoria como para haber alterado su propio genoma que seguramente la mano no le temblaría para aniquilar incluso a su creación más preciada. Las cartas se voltearon y él no supo qué hacer.
—No me importa si le dices al Concilio la escasa verdad que sabes. Hazlo si quieres y verás a cada uno de tus amigos morir frente a tus ojos antes de apoderarme de este país.
Azariel no dijo nada y solo se mordió los labios.
—Vete, pero regresa aquí antes del final de la semana.
****
Llegó la noche del 29 de agosto y toda Bulgaria estaba en pleno regocijo. Se cumplían 381 años desde la firma del tratado de paz entre los inmortales que dio fin a las Guerras Rojas. Sofía vestía de vibrantes colores y música sonando en cada esquina, y en el resto del país la fiesta se avivaba con el ánimo de la gente en las diez regiones. Las calles testadas de vehículos decorados como carrozas del Mardi Gras en un largo desfile que tenía su centro en el edificio del parlamento. En las aceras, la gente tenía pintada la cara de blanco, verde y rojo, y en sus brazos una leyenda estaba escrita con tinta blanca: народ, разделен от войната, донесе мир на цялото семейство.
Una familia unida trajo la paz a un pueblo dividido por la guerra.
La leyenda contaba la astucia de los líderes de las legiones que se unieron por la paz. Una mujer lobo de gran valor, un vampiro que se convertiría en líder de su aquelarre, y una humana que, a pesar de la debilidad en sus venas, se enfrentó de cara a la muerte. La familia de especies en contra de humanos enloquecidos, híbridos sádicos e inmortales ambiciosos.
Los gritos y festejos se oían por todos lados, incluso en las zonas residenciales donde los mayores celebraban desde sus balcones viendo los fuegos artificiales romper en el cielo una marea de colores brillantes. Las viejas generaciones de humanos no estuvieron en las guerras, pero sus abuelos sí y los relatos permanecían; los horrores sangrientos que se volvieron tradición en las familias para contar frente a una hoguera, era parte de su cultura. Mientras que los inmortales más viejos, como la familia Sali, Joseph, Viktoria o la misma Gabriela, vivieron y pelearon en aquellas batallas, cada uno en su bando defendiendo territorios que creían suyos, y que, con la firma de la paz, se volvió tierra de todos y derecho de nadie.
Durante la mañana y tarde de ese conmemorativo día, el presidente Georgiev dio discursos en la capital y en la costa, visitó los museos de la guerra e hizo oración ante los monumentos de los miles de soldados perdidos en casi cien años de muerte. Finalmente, en la noche todo se volvió la más alegre celebración.
No llorar por la sangre de los caídos, sino recordarlos con alegría por su valor y sacrificio por una mejor Bulgaria.
Y en el parque de la ciudad, el más grande ubicado junto al teatro nacional, una fiesta enorme latía. El equipo de Daren llegó y esperó cerca de la barra improvisada a los vampiros y a Azariel. No lo vio en todo el día porque, según Crowe, necesitaban tiempo a solas, y que él, como hermano de Azariel, necesitaba unas palabras con el muchacho. Le causó gracia al licano, pero no replicó.
Él estaba ciertamente ansioso por verlo.
—Calma, galán, estás asustando a las chicas —mencionó Ciaran al verlo con esa seria y fría expresión detrás de la cual estaba oculta su ansiedad.
—No me interesan las mujeres ni a ti tampoco deberían; estás comprometido.
—Eso no significa que no pueda bailar con alguien. Sé bien que, aunque mi prometida está al otro lado de la frontera, le debo fidelidad.
Sorin Lazar era su prometida, una rumana de noventa y siete años, heredera del clan licano de Constanza. Su compromiso fue pactado hace tiempo como una alianza estratégica. Ciaran y Sorin se conocían desde jóvenes cuando la familia Sali empezó a frecuentar la casa Lazar en las vacaciones de verano. Ella siempre demostró especial afecto por Ciaran, más que por cualquiera de los hermanos Sali, y su cariño sentó una base mejor sobre la cual asentar su compromiso.
Ciaran, aunque incómodo con la atadura en un inicio, pronto descubrió que, si así lo quiso el destino, entonces no podía ser un error. Le gustaba mucho la pequeña licana de carácter dulce y esperaba cada verano e invierno para verla en Constanza, la ciudad costera que los vio enamorarse.
Este año, sin embargo, pasó muy poco tiempo en el país vecino, unas escasas dos semanas al inicio del verano que lo enloquecieron. Con el pasar de los meses desarrolló una fortísima necesidad por tenerla cerca, quizás porque sus sentimientos se volvían más poderosos mientras más alejados estaban. Él esperaba con gran impaciencia el día de su matrimonio y, aunque le dolería dejar atrás a su familia, a sus amigos y a su nación, era lo mejor para ambos.
—Mira, ahí llegó la razón de tu delirio —se le burló, pero a Daren no le importó y clavó su mirada hacia la derecha por dónde venía Azariel y sus hermanos.
Su rostro, de la impasible seriedad, mostró una radiante sonrisa de fina coquetería al verlo en unos jeans blancos apretados, rasgados en las rodillas, esa camiseta negra de cuello redondo bajo una chaqueta de mezclilla, y zapatos negros.
Tentación.
—Veo que estabas esperando a que llegáramos —mencionó Crowe con burla—. Aquí lo tienes —ofreció empujando suavemente a Azariel contra Daren.
—Luces muy bien —fue lo que le dijo.
Azariel le agradeció con la mirada mientras él mismo barría la apariencia ajena. Aunque Daren era un hombre de uniforme, y en el cual exudaba sensualidad, ahora vestía fuera de esa zona. Un pantalón negro deslavado con tendencia más al gris oscuro, zapatos de vestir negros, y una camisa blanca.
—No podía traértelo vistiendo esas anticuadas ropas, pensarías que se trata de tu abuelo y no de tu amante —dijo sin cuidado.
Azariel bajó la cabeza por la vergüenza.
—Agradécele también a Leire —continuó y su brazo pasó por los hombros de la muchacha—, ella fue quien llevó a Azariel de compras.
—Así que por eso necesitabas permiso para ausentarte.
—Culpable, pero fue por una buena causa.
Caminando por el pasto en medio de una charla casual, Crowe se puso al costado de Daren y con la mano en su hombro, le dijo:
—Así que besaste a mi hermanito —mencionó bajo un tono de advertencia sutil.
—Creo que sí.
—¿Y sabes lo que significa?
—... ¿Qué no puedo besarme con nadie más?
—Muy chistoso —musitó—. No quiero que lo lastimes, debes prometérmelo. Aunque sé que Azariel podría darte una patada por sí mismo si llegas a hacer algo estúpido, nunca lo hará, no es su estilo, pero sí ser alejará de ti en silencio y juro que te dolerá más que un golpe. Aun así, yo te daré una paliza por ello.
—Me gusta tu papel de hermano mayor sobreprotector, pero espero no probar tus presagios.
—No es un presagio, sino una advertencia. Me agradas demasiado como para querer golpearte, pero lo haré si es necesario.
Crowe se alejó unos pasos y empezó una charla con Ciaran. Daren esbozó una tenue sonrisa seguida de una risa contenida.
Recordando el pasado, solo una vez tuvo que enfrentarse a situación semejante. Hace más de veinte años cuando era pareja de una humana llamada Bell y cuyo hermano sobreprotector no temía de confrontar a un licano de ser necesario. No hubo razón para una pelea, por fortuna, o el muchacho hubiese terminado en el hospital por su imprudencia.
Pensó entonces que nunca tuvo mucho tiempo para dedicárselo a su vida sentimental. Desde joven supo que como un inmortal, uno como él, era peligroso tentar a sus instintos mientras estos no estuvieran controlados, así que se apartó por mucho tiempo de las personas con el afán de no dañarlas. Cuando empezó a interesarse sentimentalmente en mujeres, descubrió que sus sentimientos eran capaces de domar a su bestia interna. Nunca estuvo una relación muy larga, la última fue de tres años, pero siempre se sintió sórdidamente incompleto. No era culpa de la otra persona, hombre o mujer, sino de su corazón que se encontraba inconforme. Estar soltero, después de todo, resultaba mejor que alentar a otros a enamorarse si ya sabía que algo no funcionaría.
Pero ahora era diferente.
Lo supo aquella noche cuando en la cúpula de Nevsky probó los labios de Azariel, y con ello su corazón se sintió pleno, a rebosar de dicha. Pensó que debía ser todo un capricho del destino que lo hizo esperar hasta que apareciera el pequeño Azariel.
—No creas nada de lo que diga Crowe, suele ser muy hablador —le dijo Azariel al verlo tan ensimismado, perdido en los recuerdos.
—No, yo tomaré sus palabras.
—... ¿Y qué fue lo que te dijo?
—¿Qué les dicen los hermanos mayores a sus hermanitas? —preguntó con mofa.
—¿Que no tengan sexo? —preguntó con vergüenza y duda.
Daren reventó en carcajadas y Azariel se sintió más tonto, pero no pudo evitar reírse también.
—Lo vi en una película con Crowe hace años —se excusó.
—Bueno, no es incorrecto, pero no fue lo que me dijo, lo que es un gran alivio —coqueteó y Azariel se coloreó hasta las orejas.
—Cállate, idiota.
Dejando las risas atrás y a fin de desviar el vergonzoso tema de conversación a uno que no le ganara un golpe, Daren le preguntó:
—Es extraño que, siendo tú mayor que yo, luzcas así.
Azariel enarcó la ceja derecha y sonrió perversamente.
—¿Así?
—Entre los dos, yo parezco mucho mayor que tú —explicó.
—Lo sé, incluso Crowe parece mayor a mí. Pero fue cosa de Viktoria quien quería un arma que nadie detectara, una que solo ella distinguiera, así que alteró gravemente mi metabolismo.
—No lo entiendo.
—No me sorprende —se mofó—. Viéndote y sabiendo que eres un licano luces muy peligroso y las personas a tu alrededor te temen, humanos y mortales. Pero eres solo un inmortal, ¿cómo crees que me vería yo con todas mis alteraciones genéticas? No únicamente sería la criatura más peligrosa en esencia, sino en apariencia. Ser tan tosco y grande llamaría mucho la atención. Ya fue algo escandalosa mi creación por ser considerado un experimento de ella, y hubiese sido peor si yo luciera como la clase de bestia que soy.
—No eres una bestia, no una muy grande, al menos —dijo burlándose de su baja estatura.
—Pero puedo hacerte mucho daño.
—Crowe mencionó que me golpearía si te hacía daño, lamentablemente no me ofreció su ayuda si tú me lastimabas. Ahora que lo pienso, ese chico está del lado incorrecto de la valla.
—Oh, vamos..., eres un guardián, seguro puedes con un par de golpes.
—No es mi pasatiempo ser una pera de boxeo.
Mientras caminaban, Daren acarició con sus dedos el dorso de la mano de Azariel. Siempre le pareció demasiado cursi caminar así con alguien, como si fuera cosa de niños; sin embargo, se preguntó cómo se sentiría, si sería diferente de las veces anteriores. También quiso saber qué opinaría Azariel de caminar por ahí tomados de las manos. Frunció el entrecejo. No quería tentar a su suerte y ganarse un golpe en las costillas.
—Me pregunto, si tú has vivido tanto tiempo aquí, ¿cómo es que nunca antes nos vimos?
—Seguramente porque la mayor parte de mi vida la he pasado dormido. Durante mis primeros sesenta años las pasé lejos de la ciudad, y cuando estaba aquí solía quedarme escondido en el aquelarre o, a veces, salir y pasear un poco... Aunque haya pasado siglos despierto, las personas no sabían de mí; yo ni siquiera existía —divagó—. Supongo que no debíamos conocernos sino hasta ahora.
—Pues el destino puede acertar en algunas ocasiones.
—¿Crees que es así?
—Totalmente.
—Tentación—
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