Cuatro
арогантност
—¿No había huellas? ¿nada?
—Nada, Eira. Cuando fui a las cuevas su aroma era fuerte y muchas mudas de piel estaban ahí, pero no logré encontrarlos.
—Pudieron ir más profundo —comentó Crowe—. Sé que esas cavernas casi no tienen fin, bien podrían estar ocultos en lo profundo.
—Difícilmente sería así. Mi olfato es excelente, pero no logré captar su aroma íntegro ni su presencia. No sé, siento que me estaban evitando después de nuestro último encuentro.
—Es que das miedo, hermano, y ni siquiera yo quisiera meterme contigo cuando... luces tan aterrador.
Y quizá no era por su apariencia que, de hecho, distaba de lo terrorífico, sino por la vibra oscura y asesina que entonces salía a relucir. La primera vez que le sucedió, durante 1893, era casi su segunda vez despierto y aún le temía a todo, añadiendo lo joven que era para entrenar con vampiros y hombres lobo que estaban ansiosos por asesinarlo. En uno de esos enfrentamientos contra un hombre lobo viejo y fuerte que vivía en el bosque fuera de Sofía, el animal le aterró tanto que sus sentimientos sacaron a flote una naturaleza que él desconocía por completo. No era su alter ego, pero sí su mecanismo de defensa. Sus ojos blancos con apenas unas líneas negras, sus colmillos largos, filosos y amenazantes, y su sola presencia fueron suficiente como para amedrentar al lycan. Viktoria estuvo muy complacida por aquello, lo consideraba el extra más acertado de la historia. Para Azariel no era igual. Siempre sentía que su cuerpo y sus emociones se descontrolaban cuando cambiaba y le asustaba el daño que podía causar. A ella todos esos temores le daban igual. Mientras más feroz y peligroso, mejor.
—De cualquier modo, el problema es que no logré encontrarlos y Viktoria se enojará.
—Podemos ayudarte —ofreció Eira—. No seremos unos rastreadores natos, pero tres narices son mejor que una.
Rastreadores.
Entonces Azariel recordó a Daren, el cazador que conoció hace tiempo. El hombre era miembro de los guardianes y por lo que sabía, cada grupo contaba con un rastreador. Él necesitaba uno en ese momento y quizá pedir su ayuda no fuera tan malo, sino fuera demandar un milagro.
—¿Saldrás de nuevo? —increpó Crowe.
—Por ahora no. Viktoria dijo que tenía algo más para mí mientras les doy tiempo a los infectados de regresar a las cuevas.
—¿De qué se trata esta vez?
—Es mejor que no lo sepan. Nada de lo que ella me obligue a hacer es bueno.
—Me pregunto si eso tiene que ver con la siguiente reunión del Concilio —murmuró Eira—. He oído que quieren presentar reformas a la ley de control de infectados.
Crowe asintió con la cabeza y añadió:
—Los Sali quieren que sean exterminados y Joseph está pensando en firmar la petición.
—La única que está en contra es Viktoria, pero ella no sería mayoría en el Concilio.
—En realidad, Viktoria, en tu ausencia, visitó a algunos de los líderes regionales y consiguió el apoyo de muchos de ellos.
—Ella fue quien propuso la ley de control a los infectados, aunque ello no implicó su erradicación.
—A todos les pareció raro, pero consiguió el apoyo suficiente como para que la ley pasara.
Azariel suponía que Viktoria estuvo trabajando desde hace muchos años para lograr tomar el poder. Creía también que él era un mero experimento que salió con más ventajas de lo creído, y que a partir de ello empezó ella a tramar un plan siendo el Jade Blanco su herramienta de batalla. Había pasado tanto desde su nacimiento, y lo peor era no saber la fecha exacta. Solo sabía que fue entre enero de 1832 porque su creadora se lo mencionó un día. Así fue que Crowe y Eira se empeñaron en celebrar su cumpleaños a inicios de mes, el 5, paseando por la ciudad o visitando a las afueras, cerca de los bosques y las montañas.
—¿Viktoria te llevará a la reunión del Concilio? —le preguntó su amigo.
—No lo sé. Usualmente, ella no me quiere cerca de las personas. Mientras menos me vean, menos sospechas levanto —mencionó bajo una sonrisa chueca que ocultaba la desazón que el hecho le producía—. Tal vez me lleve como su respaldo, así lo hizo hace veinte años, aunque en esa época la reunión fue en Burgas.
—Eres un maldito. Puedes ir a la playa y no morir en la arena —masculló Crowe haciendo un infantil puchero.
Azariel se carcajeó.
—No tienes nada que envidiarme porque mi resistencia al sol me cuesta el no saber nada sobre mí ni sobre mi familia.
****
Al salir de la estancia, cerca de la media mañana, la mansión tenía las ventanas blindadas por un grueso acero que junto a las cortinas color crema no permitían que ni un solo rayo de luz entrara, Crowe y Eira partieron con un grupo de vampiros jóvenes a una reunión para aspirantes a protectores, la guardia del aquelarre.
Crowe ansiaba llegar a ser capitán del ejército y para lograrlo tendría que trabajar mucho e incluso hacer misiones en el extranjero, aunque no podía importarle menos. Al hombre le gustaba la aventura y la acción, no por nada era un casanova. Todo lo contrario a Eira, cuya aspiración era ser Embajadora de Bulgaria frente a la Asamblea de Unidades, una organización internacional de la cual formaban parte los Concilios y agrupaciones de inmortales en todo el mundo; por ello estaba dentro de la academia diplomática en Sofía, pero antes debía realizar su servicio militar.
Azariel caminó por la solitaria casa. Durante el día, los corredores permanecían abandonados y apenas unos cuantos centinelas custodiaban los pasillos. Las lámparas estaban encendidas y su luz contrastaba con el color café en leche de las paredes y las puertas de caoba. El exterior de la mansión era bastante similar, pues la fachada estaba pintada de blanco y con suaves tonalidades oscuras para contrastar. En su recorrido, el muchacho llegó a la biblioteca, un área que abarcaba una cuarta parte del piso inferior.
Cuando joven, a Azariel le gustaba pasar sus días ahí encerrado, leyendo los pocos libros que había sobre híbridos, aunque nunca encontró un caso semejante al suyo. Incluso pensó en buscar a sus padres usando los registros del aquelarre, pero finalmente se enteró de que Viktoria lo creo en un laboratorio y que por ello no tenía familia.
Pasó sus dedos sobre los lomos de los libros ordenados en los estantes, y su vista analizó los títulos en busca de uno que llamara su atención. Había textos sobre historia de guerras y batallas vampíricas, también estaban algunos acerca de la alianza realizada hace más de tres siglos entre hombres lobo, humanos y vampiros; mas nada llamó su atención. Caminó hacia la izquierda, donde encontró un estante cuya forma circular le pareció muy curiosa, ahí halló obras totalmente diferentes. El hilo rojo, pero el título no reflejaba lo cursi de su contenido. Aun así, no lo tomó.
Continuó recorriendo con la mirada los estantes, analizando los títulos y buscando uno que le llamara la atención. Pasó por diez libros antes de encontrar uno cuyo nombre le atrajo al instante. Jaula negra. Una muchacha cuyo destino maldito la llevaría a conocer al amor de su vida justo antes de intentar asesinarlo. Suspiró y empezó a caminar hacia uno de los sofás cercanos. Yendo de frente a donde estaban las estancias junto al balcón, escuchó suaves jadeos y gruñidos profundos. Pocos metros más atrás, a pesar del silencio trémulo, no logró escucharlo; sin embargo, desde ahí sus oídos captaron con claridad esos peculiares sonidos.
Caminó en silencio, casi de puntillas, hasta la baranda del balcón para sacar la cabeza y buscar el origen de esos sonidos. Su vista aguda se topó con dos figuras, una de ellas estaba desnuda y atada al respaldo del sofá cama de gamuza azul marino. Su mandíbula inferior estuvo a punto de caer al descubrir las identidades de los fogosos amantes. Era Joseph y aquel muchacho, su amante, Luka.
El joven vampiro estaba desnudo y con las piernas abiertas, recibiendo en su interior la polla ajena, con sus manos arañando la cuerda café oscuro que envolvía sus muñecas y las mantenía fijas; en su boca yacía un trozo de tela blanca como mordaza para impedir que sus escandalosos chillidos se escucharan fuera.
—No sabes cuánto me gusta verte así, rendido ante mí —le dijo Joseph con la voz cargada de erotismo.
El muchacho, cuyo cuerpo fibroso temblaba ante cada empuje, gruñó y cerró los ojos disfrutando de las sensaciones que por sus extremidades corrían en medio de un intenso calor. Sus piernas blanquecinas se enrollan en la cintura del viejo vampiro, ansiado su toque y dureza.
Joseph, cuyos orbes brillaban como si la lujuria estuviera quemándolos, acariciaba con sus toscas manos las piernas del joven, pasando sobre la tierna carne sus yemas, y deleitándose con los espasmos que provocaba en su lascivo amante. Alrededor de las tetillas cafés de Luka estaban plasmadas las incisiones de los afilados caninos de Joseph que se clavaron con hambre para beber de su sangre; tenía marcas iguales en el interior de los muslos y el cuello. Él también había sido mordido por Luka, tenía huellas sobre la yugular y en el pecho, por lo poco que podía ver, pues llevaba sobre su cuerpo una suave túnica color negro. Aunque no era una práctica muy recomendada beber de su propia especie, sí era bastante común entre amantes al simbolizar un lazo eterno.
Dentro del mundo de los inmortales existían tres tipos de mordidas. La primera, se trataba entre seres de la misma especie cuyas mordidas en el otro se hacían para formar un vínculo. La segunda se trataba de aquellas entre especies diferentes. Si un vampiro era mordido por un licano, ello suponía dos situaciones, o su cuerpo se adapta al virus y lo transformaba en un híbrido, o simplemente moría por la infección no controlada. Y la tercera, se trataba de una mordida al estilo humano, sin usar los colmillos y sin transmitir los virus, que puede darse al momento de un jugueteo inocente o en medio del sexo; así, si un vampiro es mordido por un hombre lobo mientras copulan, no correrían ningún riesgo de morir.
Azariel estaba asombrado y tembloroso ante la imagen que presenciaba. A sus ojos, Joseph siempre fue un hombre muy correcto, intachable, dirían algunos, y, aunque tener sexo no era el fin del mundo, no esperó nunca encontrarlo semi desnudo e intimando con alguien. Nervioso, él empezó a caminar hacia atrás sin hacer ruido dispuesto a salir sin ser descubierto. Su andar rápido, más que la mayoría de sobrenaturales, le permitió llegar a la salida en un parpadeo; contuvo el aliento y apretó contra su pecho el libro que aún tenía entre sus manos. Afuera finalmente pudo largar un sonoro suspiro. Él estaba francamente alterado por la película pornográfica que presenció. ¿Quién tenía sexo en una biblioteca? ¡¿quién lo hacía sin ponerle seguro a la puerta?! Hasta él, con su ignorancia sobre casi todos los temas de la humanidad, sabía que para intimar se necesitaba privacidad total, o al menos eso le gustaba a él.
Sacudió su cabeza para librarse de esos negros pensamientos y siguió su camino que lo llevaría al subterráneo. A esas horas, con el sol brillando en lo alto, la única forma segura para que él pudiera salir sin herir a algún desprevenido vampiro era por el túnel bajo la mansión. Al lúgubre lugar se llegaba por las escaleras cerca de la biblioteca, al bajar los veinte y dos escalones había una estancia con una puerta negra de madera vieja. Por la falta de conflictos, el pasadizo era poco usado. Durante las guerras contra los licántropos, hace más de seiscientos años, esa salida era muy frecuente, especialmente cuando los vampiros se enfrentaron a la derrota y tuvieron que huir lejos de la capital para que la especie no desapareciera en Sofía. Fue así que llegaron a Burgas, donde se intentó establecer un pequeño aquelarre para los que quedaban; no obstante, debido a la pérdida de influencia vampírica, se vieron subordinados a la protección del aquelarre de Constanza en Rumania, que era el más cercano y más grande.
Con la linterna del celular encendida, se guió dentro del túnel que carecía de electricidad debido a lo debilitada que estaba la construcción como para forzarla por medio de una red eléctrica. Azariel llegó hasta una intersección que conectaba tres caminos. Aunque no recordaba mucho sobre sus destinos, uno de ellos le llevaría al centro de la ciudad, uno a las faldas del Vitosha y el otro no lo conocía. Siguió el del medio por mera curiosidad, sin importarle a dónde iría a parar. Su camino lo llevó a una puerta de acero tras diez minutos. Esta era grande y pesada, tanto que al intentar abrirla le costó trabajo, pero al lograrlo, se halló en la estación de metro, justo al lado de las bodegas.
A esa hora había muchas personas yendo de aquí para allá con maletines y bolsos en sus manos. Él siguió su recorrido hasta las escaleras que le llevarían a la superficie; al salir, el sol brillante de verano lo recibió con una caricia sobre su rostro y sus helados brazos. Estaba próximo a la zona residencial Lozenets, al norte de Sofía. El lugar tenía edificios departamentales altos, algunos antiguos y otros muy modernos; había muchos parques cerca y zonas de tupida arboleda. Parecía un espacio singularmente costoso, al menos por la apariencia lujosa de la mayoría de las construcciones.
Al seguir por la calle, encontró unas bancas de madera en medio de dos frondosos árboles, lugar ideal para empezar su lectura y despejar la mente. Llegó a prisas y tomó asiento. Mientras leía, escuchaba a deportistas pasar corriendo, algunos se quejaban del cansancio y del sol matutino; entonces su nariz percibió un aroma conocido. Pino fresco. Su corazón se agitó por segundos y ni siquiera supo el porqué, y al alzar la vista halló al robusto hombre lobo.
Daren corría por el sector esa mañana del domingo nueve de agosto, siendo su día libre. Por el calor, su pecho desnudo brillaba bajo una capa ligera de sudor, y su cabello negro danzaba con el viento. Sin nada que cubriera su torso, Azariel reparó en los tatuajes que el hombre tenía. Uno alrededor de sus bíceps en el brazo izquierdo, era una línea semi gruesa con grietas intencionales a lo largo de esta. El otro, una luna creciente junto a sus clavículas que, enredada con líneas danzarinas, acariciaba su pectoral derecho hasta cerca del hombro. Corriendo por el sendero se encontró con una pequeña figura que lo miraba atento. Entonces se detuvo e inmediatamente sonrió de medio lado.
—¿Me estás siguiendo? —le preguntó acercándose al muchacho unos metros.
—¿Qué tan engreído debes ser como para pensar eso? —musitó, dejando su libro de lado.
—Me perseguiste para entregarme mi placa y ahora te encuentro aquí.
—Debí dejar que la perdieras, quizás entonces tu cerebro funcionaría mejor. O debí botar la maldita placa a la basura.
Daren soltó un par de carcajadas y fue a sentarse a lado de la rareza. De soslayo, Azariel le dio una mirada antes de volver la vista a su libro. El hombre llevaba un short negro holgado, zapatos deportivos en el mismo color y un extraño aparato alrededor de su muñeca izquierda, un cuadrado de vidrio oscuro que él no supo qué era.
Azariel se ensimismó tanto en mirarlo de soslayo que no pudo avanzar ni una línea del pasaje.
—Está bien, estoy jugando, nada más. Gato huraño.
Azariel enarcó la ceja y se vio tentado a golpearlo en el estómago, aunque por los firmes y marcados abdominales del muchacho probablemente no le haría mucho daño.
—¿Qué haces por aquí? El aquelarre queda muy lejos.
—Leía —contestó parcamente.
—¿Eres siempre así de hosco o es sólo conmigo?
—No conozco a muchas personas, así que me atrevo a decir que siempre soy gruñón.
—Bueno, eso se puede arreglar.
—¿Cómo? —murmuró con falso interés.
Daren, malévolo, se acercó hasta el oído del muchacho y murmuró con voz ronca.
—Puedo enseñarte cómo comportarte apropiadamente.
La respiración se le fue a la rareza y sus ojos ámbar se abrieron ampliamente, como platos. En sus mejillas pálidas, apenas con el color de sus pecas, se formó una capa de rubor producto de la vergüenza y molestia que sintió por el descaro del hombre.
¡¿Qué pensaba?! Daren parecía o demasiado confianzudo o demasiado idiota. De cualquier manera, Azariel se vio tentado a golpearlo en la entrepierna y probar su verdadera valía. En su lugar, tomó el libro cerrado y le propinó un golpe en la cabeza.
—Me encantaría que lo intentaras, pero, tengo una pregunta para ti, ¿tu propuesta es porque soy un humano?
—Y porque nunca podrías hacerme daño.
Azariel se relamió los labios, con parsimonia dejó el libro de lado y se acercó al rostro de Daren, que seguía aún muy cerca; entonces le dijo con tono peligroso.
—¿Cómo crees que un humano, a pesar de su inmortalidad, ha logrado sobrevivir ciento ochenta y nueve años? No soy un manso cordero, cazador, y estás en desventaja frente a mí.
Daren lo miró a los ojos, y hábilmente ocultó tras una sonrisa burlesca la curiosidad que le produjeron esas palabras. El muchacho sin duda era una criatura extraña, pero eso era lo que él trataba de averiguar.
—Demuéstramelo. No considero que un simple humano, aunque bendecido por la inmortalidad, pueda ganar una pelea contra un hombre lobo.
Ciertamente, no podría; sin embargo, Azariel no era un humano, ni siquiera era un vampiro, y tenía la certeza de que, si podía contra un infectado, un hombre lobo como Daren, por mucho músculo que tuviera, sería tal cual jugar con una bola de estambre. Aun así, él pensó nuevamente y llegó a la conclusión de que demostrar su fortaleza, oculta bajo la fachada de un cuerpo delgado, solamente lo llevaría a un interrogatorio peligroso donde el cazador intentaría averiguarlo todo sobre una criatura tan compleja como desconocida. No podía, admitió, aunque le dolió en su frágil ego.
—Te dejaré vivir, solo por esta vez —concedió a regañadientes.
—Verás que fue la mejor decisión —se burló el hombre lobo.
«Tengo unas malditas ganas de enseñarte una lección, cachorro, pero tal vez tengas razón y dejarte vivir me sea útil en el futuro», quiso soltar Azariel, mas volvió su vista al libro.
—Arrogancia—
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