Cuarenta
мрак
Nombraron a la nueva especie Daemon y fue el encabezado de los periódicos y noticias. Sería el tema de conversación durante mucho tiempo y quedaría escrito en los libros de historia, y la guerra marcaría al pueblo aún después de varios años.
Sin embargo, Azariel veía todo con ojos diferentes. Sentía alivio y una honda tristeza, pero su conciencia empezaba a depurarse. Él entendía que todas las personas que asesinó en el pasado no se verían nunca satisfechas con su ejecución. Tenía demasiados cadáveres en su closet como para que su insulsa muerte los limpiara, mas era todo lo que podía hacer. Era incapaz, lamentablemente, de morir una y otra vez, una por cada inocente a quien le quitó el brillo de la mirada. Solo podía dormir para siempre una vez y con ello esperaba pagar por sus pecados.
Esa jaula en la que estaba ahora le recordaba mucho a las mazmorras del castillo las cuales fueron su hogar. Oscuro, frío y triste. Después de que la reunión terminara, fue encarcelado en la prisión del Concilio, donde esperaba su llamado. Era apenas media noche, si es que no menos, y le quedaban aún un par de horas.
Su padre llegó y entró a la celda.
—Luces tranquilo —comentó sin ánimo.
—Estoy bien.
—Lamento no poder ayudarte, hijo mío.
—Yo tampoco pude ayudarte —susurró—. Luka murió por culpa mía.
—Él murió intentando protegerme —corrigió—. Fue culpa mía porque no debí permitir que fuera, en primer lugar.
—Puedes volver a verlo.
—No, ya no puedo. Nunca te lo dije, pero Luka..., esta era la segunda vez en la vida que me encontraba con él.
—... ¿Qué?
Joseph soltó un largo suspiro y su cabeza se perdió en los recuerdos mientras su boca se lo contaba todo a su hijo.
—Fue en mi cumpleaños doscientos y mi familia organizó un magnífico baile de máscaras en un viejo chalet a las afueras de la ciudad. Él estaba ahí. Eran tan encantador que simplemente no pude contenerme y puse mis ojos en él.
—¿Era un humano?
—No, vampiro. Luka era el hijo de un amigo de mi padre y era apenas menor a mí, y fue toda una ironía que jamás nos hayamos encontrado.
—¿Te enamoraste de él?
—Lo amé demasiado, más que a mi vida —dijo y en su boca se formó una sonrisa amplia—. Pero en esa ocasión, como ahora, tampoco funcionó.
—¿Qué ocurrió?
—Íbamos de camino a Plovdiv. Esa vieja y rocosa carretera era muy peligrosa en esa época. Los ladrones no eran lo más preocupante, sino las bestias que acechaban la zona.
—Infectados.
El vampiro asintió con la cabeza.
—Atacaron nuestro carruaje y a él lo hirieron gravemente. No podíamos decirle a nadie sobre la infección, tú entenderás, y pensamos que estaría bien. Hace doscientos años no se sabía de la ciencia como hoy en día.
—¿Él se convirtió en-?
—No, no quiso que el virus terminara por matarlo.
Joseph se enfrascó en el recuerdo de lo sucedido y el dolor de esa primera pérdida le sacudió las entrañas una vez más.
—¿Papá?
—... Él se despidió de mí una noche. Prometió que nos volveríamos a encontrar..., pero no imaginé que ese encuentro tardaría tanto. Y él..., solo salió a la luz y se dejó consumir.
—¿Tú lo viste?
Para Azariel era inimaginable el dolor que debió sufrir Luka al autoinmolarse, pero entendía también lo que significaba la desesperación y el miedo, y lo que esos sentimientos podían hacerle a la razón de una persona. Tampoco podía, ni quería, imaginarse el pesar que habrá significado para Joseph.
—No, yo lo supe a la mañana siguiente cuando un escuadrón de licanos encontraron sus cenizas. Esa vez no pude protegerlo y ahora, al volver a encontrarme con él, tampoco fui capaz. Tal vez yo fui su maldición.
—Joseph, no..., no digas eso. Luka te amaba muchísimo y lo que sucedió es culpa mía. Todo ello. Solo lamento que ya nunca más puedas volver a verlo.
—Ahora lo único que quiero es otra oportunidad contigo para enmendar mis errores.
—Tal vez..., pero los dioses no les dan esa oportunidad a los monstruos como yo.
—Hijo —llamó y tomó la mano de Azariel entre las suyas—, eres maravilloso, sin importar el pasado o lo que estuviste obligado a hacer. Para mí siempre serás bueno.
El Jade blanco le sonrió, pero, aunque sus labios se elevaron, sus ojos estaban vacíos y sin brillo.
—Voy a extrañarte.
Joseph lo abrazó fuerte y dejó un beso sobre su frente.
—Te amo. Te amo mucho, hijo mío.
El guardia se llevó a Joseph. El licano tenía una amargura que le cruzaba el rostro y cada vez que miraba en dirección de Azariel, esa mueca se marcaba más.
Llegó Daren, Iris, Eira, Crowe y Ciaran, pero el huraño hombre lobo no quiso dejarlos pasar.
—El preso no puede tener más visitas.
—Gabriella Zariva dice lo contrario —replicó Daren—. Y la familia Sali dio su consentimiento.
El viejo hombre torció el gesto, pero finalmente se rindió.
Apenas se abrió la puerta, Eira corrió a los brazos de Azariel y lloró todo lo que en el camino de ida no pudo. Pronto se les unió Crowe.
—Az..., por favor..., hermano, no —balbuceaba la mujer.
—Az, podemos sacarte de aquí. Tu padre nos ayudará y Gabriella-
—Ellos ya han perdido mucho por mi culpa. Está bien. Yo estoy bien.
—Vas a morir —refunfuñó Eira intentando que Azariel lo comprendiera.
—Siempre quise pagar por mis pecados, pero nunca supe cómo, o tal vez tenía miedo de hacerlo. Ahora puedo y es lo correcto.
—No, ¡no! —gimoteaba ella.
—No puedes dejarnos.
—No voy a dejarlos, Crowe, yo voy a estar siempre con ustedes. Cada cosa que hicimos, cada momento que pasamos juntos está aquí. —con su mano tocó el pecho del vampiro, donde estaba su corazón—. Sé que no me olvidarán.
—Te amamos mucho, hermano.
—También yo. Ustedes son toda la familia que tengo.
Luego entraron Ciaran e Iris y cada uno le dio un abrazo.
—Lo lamento mucho. No mereces esto.
Azariel solo se dejó abrazar entes de levantar la mirada y encontrarse con los ojos brillosos de Daren. Su pecho se agitó y por dentro su corazón crepitó con fuerza descomunal. Inconscientemente, sus piernas se movieron hacia el licano, y sus manos temblaron cuando le acarició el rostro.
—Hola, perro —dijo y su voz se quebró al final.
Daren lo abrazó fuerte y se permitió llorar en silencio. De su boca salieron suaves palabras que chocaban cariñosamente contra el oído de Azariel una y otra vez.
—Por favor, vámonos. Te lo pido.
—Daren, irme no solucionará nada.
—Estarás con vida, conmigo.
—Y seguiré siendo un peligro para todos.
Soltó a Azariel y entonces se limpió las lágrimas.
—Ustedes deben hablar. Te esperaremos a fuera —les dijo Ciaran antes de salir con los demás.
Azariel se sentó sobre la rústica e incómoda cama e invitó a Daren a seguirlo.
—No quiero morir, Daren. Me asusta —confesó.
—Puedo sacarte de aquí, te llevaré lejos.
—Te perseguirán por mi culpa y perderás todo por lo que has luchado.
—Eres tú quien más me importa.
—No puedo ser egoísta, ya lo he sido por muchos años. Quizá tienen razón y nunca debí existir.
—Se equivocan.
—Mírame..., soy un monstruo que puede dañarte a ti también —insistió apretando con su mano derecha la zurda de Daren.
—Yo soy igual a ti. Y si tú has de morir, yo también. Los dos somos monstruos —soltó con rabia.
—Daren..., lo que hace a un monstruo no es el gen que lleva en la sangre, sino las atrocidades que ha cometido. Tú no eres como yo, y eso es bueno.
—Para ellos no hay diferencia. Si supieran lo que soy, me enviarían a juicio y se olvidarían de mis años de lealtad. Me daría igual...
—No, Daren, no dejaré que hagas una tontería como esa. Tú tienes que vivir..., tu familia y tus amigos, ellos-
—¿Y qué haré sin ti? No quiero vivir extrañándote, pasando la maldita eternidad sabiendo que te he perdido.
—El amor no significa necesidad. Existe una gran diferencia entre amar a alguien y necesitarlo para vivir.
Azariel dejó caer su cabeza sobre el hombro de Daren y por primera vez desde que supo que moriría, lloró. Hipaba y sollozaba abrazando el pecho del licano.
—No puedo creer que el destino haya puesto demasiado tarde en mi camino a la persona más especial y a quien más iba a querer.
Daren lo tomó en brazos y lo puso sobre su regazo, así lo abrazó y besó su cuello repetidas veces.
—No sabes cuánto te quiero.
—Tanto como yo —gimoteó Azariel.
—Más, mucho más.
La rareza le acarició el rostro y nuevamente empezó a grabarse los rasgos de Daren en una fotografía mental que albergaría hasta su muerte y, si se lo permitían, mucho después. Le besó la frente y luego las mejillas, pasó a su nariz fuerte y bajó a sus labios, ahí se detuvo largo rato.
—Nos volveremos a ver —le dijo al separarse—. Yo volveré por ti.
—Azariel...
—Si hice algo bien en esta vida, aunque haya sido solo una pequeña cosa, los dioses me lo permitirán, pero si no fui nada más que monstruo..., este será nuestro adiós.
—¿Y si no reencarnas aquí?, ¿podrías renacer en cualquier lugar del mundo? Yo podría nunca encontrarte.
—Renaceré aquí, lo sé porque en esta ciudad habita mi corazón —le aseguró—. Me has hecho la persona más feliz del mundo. Siempre me cuidaste y me enseñaste todo lo que no conocía.
Daren no pudo evitar soltar una carcajada amortiguada.
—No conseguí que aprendieras a beber correctamente.
Compartieron pequeñas risas hasta que el ambiente volvió a ser silencioso.
—Yo no me quedaré a verlo —le dijo Daren—. No tengo la fuerza suficiente para hacerlo.
—Está bien, tampoco quiero que lo veas. No deseo que te lleves ese recuerdo mío.
El golpeteo de un garrote contra los barrotes de la celda los trajo de regreso a ese tórrido calabozo.
—Ha llegado la hora.
Azariel hiperventiló y, como antes no lo creyó, tuvo mucho miedo de enfrentarse a su culpa. Daren le apretó la cintura. Él también sintió pavor y un nerviosismo que le caminó por el cuerpo igual a un bicho, cuyas patas delicadas rasgaban la piel de su huésped.
—El Concilio lo espera. Debo escoltarlo.
Azariel consiguió asentir con la cabeza antes de bajarse del regazo de Daren.
—Daren, prométeme algo. Si no me encuentras..., si yo no regreso, olvídame.
—¿Qué? No haré eso.
—Así podrás dejar ir el pasado. Solo debes olvidarme. Prométemelo.
—No.
—Daren —refunfuñó.
—Quiero recordarte siempre, en esta vida y en la siguiente —replicó y le plantó un beso hambriento en la boca—. Te amo.
Y con miedo, Azariel se despidió de la misma forma.
—Te amo tanto, tanto, Daren Kostov.
****
3:30 a.m. del 17 de septiembre de 2021.
Al pasar por el corredor, el frío de la madrugada le arrulló los huesos, pero su rostro permaneció impasible. En medio del silencio que lo acompañaba, apenas se escuchaba el sonido de los grilletes que apresaban ajustadamente sus muñecas y pies golpeando la piedra.
Era escoltado por una decena de guardianes armados, y había muchos más de ellos afuera, custodiando el perímetro y entre los asistentes a la mórbida ejecución.
El patio central estaba iluminado y atiborrado de periodistas que esperaban ver el final de la bestia que acaparó los titulares por dos días consecutivos.
Azariel no miró a nadie a su paso y solo mantuvo su mirada fija en la horca que esperaba al frente. Agradecía internamente que su ejecución no fuese más macabra. La guillotina, por ejemplo, no era algo que quisiese probar.
—¡Hoy, en este sagrado lugar, se celebrará el fin de la guerra que marcó esta ciudad y la victoria del Pacto de Paz! —habló imponente la señora Sali, elevando sus brazos con gran entusiasmo. A su lado, Aleksander veía al condenado con mucha pena—. Azariel, monstruo y creación de Viktoria Ivanov, morirá por sus crímenes.
El corazón le martilleaba muy rápido y tenía la sangre anticipadamente helada, pero ya no sería un cobarde.
Caminó al paredón con la misma seguridad con la que cometió actos viles, y con la que no dudó en matar a Viktoria. El verdugo le puso una capucha sobre la cabeza y una soga alrededor del cuello; la ajustó y se apartó.
Entonces, cuando estuvo en oscuras y sin que nadie lo viera, lloró y le pidió al cielo ayuda, sollozó y suplicó por segundos que parecieron minutos larguísimos.
—Sé que les hice daño... He matado a muchas personas, pero de haber podido lo hubiese evitado —susurró—. Te pido que me dejes volver porque jamás viví de verdad y merezco hacerlo. Por favor.
El vitoreo de la gente se escuchó con fuerza, y sus exigencias fueron cumplidas.
La cuerda se tensó.
—¡No, no, Azariel! —chilló Eira, presa entre los brazos de Crowe y cuyas manos le cubrían los ojos—. ¡Azariel!
Desde lo alto de la torre este del castillo se escuchó el poderoso aullido de un hombre lobo que se despedía de la criatura más rara y fascinante que en vida pudo conocer.
—Oscuridad—
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