Capítulo 1

Pov Wasabi.

Esta es la historia de como morí. No te preocupes, es divertida y para decirte la verdad, ni es mía. Esta es la historia de un chico llamado Dae. Y comienza con el sol.

Era una vez, una gota de luz solar que cayó del cielo. Y de esa gota de sol, nació una flor mágica dorada. Tenía el poder de sanar heridas y enfermedades.

Ah, ¿ven esa anciana? Es bueno recordar de ella. Ella es muy importante. Los séculos pasaron y como el tiempo volaba, surgió un enorme reino.

El reino estaba comformado por un rey y su querida reina que ambos eran amados por sus ciudadanos. La reina estaba por tener un bebé, pero se enfermo gravemente. Su vida corría el riesgo de fallecer, ahí fue cuando todas las personas comenzaron a buscar algún milagro... en ese caso, una flor mágica dorada.

Mientras tanto, la aquella anciana estaba con esa flor cantando una canción. Sin embargo escucho unos ruidos y tuvo que salir de ahí. Los caballeros a encontrar la flor lo recogieron y se lo llevaron de inmediato al reino para salvar a la reina.

Cuando la mujer consumió un té hecho con un pétalo de la flor, dio a luz a un hermoso príncipe al que llamaron Dae. Pero la alegría le duró poco, pues la malvada anciana anhelaba la juventud eterna que proporcionaba la flor. Una noche se coló en el palacio y robó al pequeño príncipe.

Diane, una mujer de cabello rubio y ojos verdes, secuestró y mantuvo en cautiverio a Dae en una torre en medio del bosque. Sólo ella conocía el camino a través de la espesura. Dae creció en esa torre, con su larga y dorada cabellera que brillaba como el sol, sin conocer el mundo exterior. Diane le hacía creer que el mundo era un lugar cruel y despiadado para mantenerlo cautivo. El príncipe anhelaba libertad, pero su destino parecía estar sellado. Incluso un día, cuando era apenas un niño, le preguntó a su "madre" del porqué no podría salir y ella le respondió: "Allá afuera hay gente muy mala... por eso, debes que quedarte aquí protegido. ¿Está bien?" a lo que él pequeño lo comprendió desanimado...

Durante años, Dae vivió en toda su vida en aquella torre sin libertad... y solamente tenía a un camaleón que se llamaba Fred en el que era amigo...

☀️

Dae mientras jugaba a las escondidas con su amigo Fred, el camaleón se trataba de esconder en la ventana de la torre con desesperación. Se escondió en una de las macetas y rezó para que no fuese encontrado.

Dae abrió la pequeña puerta de la ventana, con la esperanza de encontrarlo-¡Ja! Hmm... Bien, creo que Fred no está escondido aquí afuera. -sonrió travieso y se asomó, encontrándose con él-¡Te encontré!

El camaleón se asustó cambiándose de color y respiró rápido. Haciendo reír al chico.

-Gane 22 veces. ¿Qué tal 23 de 45? -puso sus manos en su cintura. Noto la mirada enojada del animal y suspiró, sentándose en la ventana-Está bien. ¿Qué quieres hacer?

El camaleón señaló el exterior con su cola. Dae negó con su cabeza y lo cargó con sus manos.

-Creo que no. Me gusta estar aquí y también de ti. -comentó Dae. Viendo la cara de molestia del reptil-Oye, para con eso. No es tan malo.

7 AM, un día más inicia
A los quehaceres y a barrer muy bien
Pulo y encero, lavo y saco brillo
Terminé, ¿qué hora es? Siete con dieciséis.

Un libro leeré, o tal vez dos o tres
O en mi galería algo pintaré
Guitarra toco, tejo, horneo, ya no sé
Yo cuándo empezaré a vivir.

Rompecabezas, dardos y hacer galletas
Papel maché, ballet y algo de ajedrez
Alfarería, ventriloquía y velas
Estirar, dibujar o trepar, o coser.

Los libros releeré si el rato hay que pasar
Y pintaré algo más, encontraré un lugar
Y mi cabello cepillaré, a cepillar
Pero al final siempre vuelvo a aquí
Yo me pregunto, pregunto, pregunto
Que cuándo comenzaré a vivir.

Las luces que deseo contemplar
Cada año en mi cumpleaños están
¿De dónde son? Ahí quiero ir
Quizá hoy mi madre me permita ya salir.

☀️

Mientras tanto, en otro lado del mapa, dentro del reino, tres hombres trepaban y escalaban los techos de las casas del reino. Su nuevo plan era: robar la corona del príncipe perdido. El líder era Wasabi, un hombre misterioso y escurridizo que vivía oculto tras haber escapado de prisión donde cumplía una larga condena por robo. Sus cómplices eran Sebastian y Alex, dos ladrones menores que lo habían ayudado a fugarse a cambio de una parte del botín.

Al subir a la punta del castillo, miraron la bella vista desde donde estaban. Wasabi se asomó y sonrió maravillado.

-Wow, me gustaría tener una vista tal como está.

-Wasabi, ¡vamos! -murmuró Sebastian.

-Shh... todavía no, espera. Sí, me encanta. Chicos, quiero un castillo. -puso sus manos en la cintura.

-Después del robo, podrás comprar tu castillo. -lo jalo del brazo.

Wasabi y sus cómplices lograron escabullirse dentro del castillo, evadiendo a los guardias. Recorrieron varias habitaciones buscando la corona pero no lograban encontrarla.

-Si el príncipe desapareció, su corona debería haber quedado en el castillo. -dijo con pesar.

-Sigan buscando. -ordenó Wasabi-. Tiene que estar en alguna parte.

Finalmente, en uno de los salones del trono, Wasabi descubrió un joyero cubierto de polvo. Al abrirlo encontró dentro una hermosa corona de oro con incrustaciones de rubíes y diamantes.

-¡La encontré! -exclamó tomando la corona.

En ese momento entraron varios caballeros reales con espadas en mano. Los habían descubierto.

-¡Al ladrón! -gritó el capitán-¡Recuperen la corona del príncipe!

Wasabi golpeó a Sebastian y Alex, tirándolos al piso para distraer a los caballeros, y escapó por uno de los pasillos con la corona en sus manos. Corrió hasta los jardines y se internó en el bosque con los caballeros siguiéndolo de cerca. Pero logró escabullirse en la espesura perdiéndolos de vista.

Por fin tenía en sus manos la corona del príncipe perdido. Ahora podía vivir como un rey, sin necesidad de un castillo, con aquella fortuna en joyas que sostenía. Se alejó velozmente para que los caballeros no volvieran a encontrarlo, rumbo a una nueva vida de riqueza y libertad.

Wasabi corría por el bosque, los caballeros lo perseguían, era como una persecución. Poco a poco los caballeros fueron perdiendo... Mochi, un caballo de la realeza corría siguiendo al joven hasta que llegaron al costado de la montaña. Wasabi ya no tenía opción mas que aventarse y fingir su muerte, pero el caballo era listo y fue tras él.

Wasabi corría a toda velocidad por el bosque con los caballeros pisándole los talones. La persecución se prolongó por varios minutos hasta que los caballeros comenzaron a perderlo de vista en la espesura. Sin embargo, Mochi, el caballo blanco de la realeza, continuó siguiéndolo ágilmente.

Wasabi maldijo al caballo que no lo perdía de vista. Al llegar a un precipicio en la ladera de la montaña, no tuvo más opción que lanzarse para fingir su muerte y despistar al caballo.

Cayó rodando por la pendiente, golpeándose con piedras y ramas, pero logró sujetarse fuertemente de la corona para no perderla. Al detenerse al fin, adolorido y jadeando, se ocultó rápidamente entre los matorrales. El caballo Mochi se asomó al borde del precipicio, pero al no ver rastros de Wasabi dio media vuelta y regresó con su jinete.

Wasabi sonrió al ver que su treta había funcionado. Se quitó de encima algunas ramas y hojas que tenía en su ropa y comenzó a caminar cojeando lejos de ahí. Había logrado escapar con la corona del príncipe Dae, burlando a los caballeros y al astuto caballo Mochi. Nada ni nadie le quitaría ahora aquella valiosa fortuna que lo convertiría en un hombre rico y poderoso.

Sostuvo la corona en alto, observándola a la luz del sol que se filtraba entre los árboles. Las joyas brillaban intensamente. Wasabi sonrió ambicioso, sin imaginar que aquella corona y el príncipe al que pertenecía muy pronto volverían a cruzarse en su camino.

Wasabi caminó durante un largo rato, adentrándose cada vez más en el bosque. De pronto, se encontró frente a una enorme torre de piedra que se elevaba entre los árboles. Era tan alta que su punta se perdía en las nubes.

-¿Acaso alguien vivirá en esa torre? -se preguntó Wasabi extrañado.

Decidió acercarse para investigar. Al rodear la torre en busca de una entrada, descubrió que las paredes eran tan lisas y altas que parecían no tener puertas ni ventanas. Comenzó a frustrarse creyendo que había descubierto aquella misteriosa torre en vano.

Pero entonces, en lo alto, le pareció ver una ventana en forma de tragaluz. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Podía usar la corona para subir la pared de la torre hasta el tragaluz usándola como anclaje, ¿pero qué encontraría al entrar? Quizá dentro habitara un ser temible dispuesto a proteger algún tesoro.

La ambición pudo más que el miedo. Wasabi sostuvo con firmeza la corona y comenzó a escalar la pared de la torre usándola para impulsarse hacia arriba lentamente, clavándola en pequeñas grietas de la piedra. El tesoro y el conocimiento que pudiera hallar dentro valían el riesgo de enfrentar a la criatura que protegiera los secretos celosamente guardados en lo alto de aquella misteriosa torre.

Wasabi jadeó exhausto al llegar finalmente al tragaluz de la torre. Sacó la corona de su bolsa y sonrió satisfecho de haber logrado subir, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente. Recibió un fuerte golpe en la cabeza con el sartén que lo dejó inconsciente en el suelo.

Al despertar, estaba atado de pies y manos. Parpadeó confundido, recordando poco a poco cómo había llegado ahí. Frente a él estaba el joven de los cabellos dorados, apuntándole con el sartén a modo de defensa.

-No te muevas, ladrón. -dijo Dae asustado-No sé cómo subiste hasta aquí pero ahora vas a bajar inmediatamente.

-Espera, por favor. -suplicó Wasabi-No vine a hacerte daño. Me encontré esta corona en el bosque y subí a tu torre por curiosidad. Puedo explicarlo.

Dae lo miró sin bajar el sartén, dudando en creer sus palabras.

-No sé de qué corona hablas -dijo Dae-Y será mejor que te vayas ahora antes de que mi madre llegue. ¡Te arrojaré por la ventana si intentas cualquier truco!

Wasabi tragó saliva nervioso. Había subido a la torre por simple curiosidad y ahora estaba en aquel lío sin entender bien cómo. Miró al joven frente a él, sin imaginar que en realidad era el príncipe perdido cuyos súbditos habían buscado por años. Tenía que convencerlo de soltarlo y dejarlo ir antes de que llamara a aquella tal Diane.

-Te juro que digo la verdad -dijo Wasabi-Sólo quería salvarme. Si me sueltas prometo irme enseguida y no volver a molestarte. ¿Qué dices?

Rogaba que Dae aceptara creer en su historia y lo dejara marchar. De lo contrario, aquella ambiciosa búsqueda de tesoros terminaría en tragedia para él. Su vida ahora dependía de convencer al joven frente a él que sus intenciones eran honestas.

-¡Hmp! ¿Y que me das a cambio, ladrón? ¿¡Qué piensas hacer con mi cabello!? ¿cortarlo? ¿Venderlo? -le interrogó mientras caminaba en círculos, mientras que Fred estaba en el hombro de Wasabi mirándolo con una cara de desconfiado.

-¡Nada! -exclamó Wasabi-No vine por tu cabello, no sé de qué hablas. Sólo encontré esta corona y quise devolverla, te lo juro.

Miró al camaleón en su hombro que también lo observaba desconfiado y tragó saliva. Aquel joven estaba becoming más extraño y paranoico por momentos.

-Escucha, puedo ver que desconfías de mí y no te culpo -dijo Wasabi tratando de calmarlo-Pero te aseguro que digo la verdad. Si me sueltas me iré y no volveré nunca. No me interesa tu cabello ni nada tuyo.

-¿Cómo sé que dices la verdad? -preguntó Dae pero se notaba más tranquilo-Podrías volver con más hombres a atacarme. ¿Cómo puedo confiar en ti?

Wasabi suspiró, aquello tomaría un largo rato. Pero si lograba convencerlo, quizá podría salir vivo de ahí.

-De haber querido atacarte no habría subido yo solo desarmado. -dijo Wasabi razonando con él-Créeme, sólo quiero irme. Podría jurarte sobre mi vida que mis intenciones son honestas, ¿con eso me creerías y me soltarías?

Dae pareció meditarlo, aún dudoso. Luego de unos minutos que se hicieron eternos para Wasabi, asintió más calmado.

-Hm... a ver, te tengo una propuesta...-con su cabello lo envolvió y lo arrastró hacía él-Te dejaré libre si me haces un favor, te dejaré libre si me llevas a donde se encuentra las luces flotantes. No sé como se llaman, pero curiosamente siempre aparecen en cada cumpleaños mío.

Wasabi abrió grandes los ojos al verse envuelto por el largo cabello dorado del joven. Trastabilló al ser arrastrado hacia él sin esperárselo.

-¿L-luces flotantes? -preguntó Wasabi desconcertado-No sé de qué hablas.

-Cada año en mi cumpleaños, veo extrañas luces flotando en el cielo -explicó Dae-Nunca he podido verlas de cerca. Llévame a donde aparecen y te dejaré ir con la corona, ¿trato?

Wasabi parpadeó confundido ante la extraña petición. Aquel joven era definitivamente excéntrico. Pero no estaba en posición de negarse si quería salir de la torre con vida.

-Está bien, te llevaré a ver esas... luces. -dijo Wasabi-Pero tendrás que soltarme primero. Y promete que no intentarás nada extraño, sólo quiero ayudarte y marcharme en paz.

Dae sonrió ampliamente y asintió repetidamente, emocionado como un niño. Soltó a Wasabi y guardó su sartén. Comenzó a caminar de un lado a otro preparando un pequeño morral para el viaje mientras tarareaba animado.

Wasabi se quedó donde estaba, aún nervioso, pensando en cómo sacar a aquel extraño joven de su torre para luego escabullirse a toda prisa. Pero había prometido ayudarlo y no tenía opción.

-Está lista la mochila -dijo Dae acercándose-Cuando quieras podemos irnos. ¡Estoy ansioso por ver las luces!

Suspiró resignado. Ahora tendría que cumplir su promesa y llevar al joven fuera de la torre a buscar unas misteriosas luces flotantes que ni siquiera estaba seguro de qué eran. Su búsqueda de tesoros se había complicado de una forma que jamás imaginó. Aquella aventura apenas comenzaba.

Wasabi descendió con cuidado por la pared de piedra hasta el suelo. Suspiró aliviado de volver a pisar tierra firme, pero su alivio duró poco. De pronto, el largo cabello dorado de Dae se deslizó por la ventana de la torre.

-¡No, espera! -exclamó Wasabi al ver que Dae se dejaba caer confiado desde lo alto.

Pero fue muy tarde. Dae aterrizó ágilmente frente a él como si descendiera de aquella forma todos los días. En cuanto tocó el césped, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.

-¡Increíble! -exclamó Dae maravillado, sintiendo con sus manos el pasto-Nunca había sentido algo tan suave. ¡Y huele delicioso!

Wasabi lo observó desconcertado. Aquel joven había vivido encerrado en su torre tanto tiempo que incluso el césped le resultaba nuevo y sorprendente. Comenzó a sentir lástima por él y su extraña vida.

Dae de pronto corrió hacia un árbol cercano y lo abrazó también emocionado. Olía las flores y acariciaba la corteza riendo como un niño en una juguetería. Luego su atención se vio atraída por el canto de un pájaro posado en una rama, mirándolo como si fuese alguna criatura mágica.

-Tranquilo, es sólo un pájaro. -dijo Wasabi al alcanzarlo-Creo que hay mucho en este bosque que te resultará nuevo, pero debemos irnos pronto. Recuerda que prometí llevarte a ver esas luces.

Dae asintió aún distraído observando a su alrededor con ojos brillantes de curiosidad infantil. Wasabi comenzó a caminar, rogando poder cumplir su promesa cuanto antes para deshacerse de la responsabilidad que ahora tenía sobre aquel peculiar joven que tanto desconocía del mundo.

Wasabi caminaba por el bosque seguido muy de cerca por Dae, quien miraba cada árbol y roca como si fuesen tesoros. De pronto, un ruido entre los arbustos cercanos hizo saltar a Dae asustado.

-¡Aah! ¿Qué es ese ruido? ¡Vienen por mí! -gritó Dae y antes de que Wasabi pudiera reaccionar, Dae se había subido a su espalda alterado.

Wasabi trastabilló por el peso extra, irguiéndose como pudo. De entre los arbustos salió nada más y nada menos que un conejo blanco que los miró curioso por unos instantes antes de continuar su camino.

-No es nadie, sólo un conejo. -dijo Wasabi aliviado, pero Dae permaneció aferrado a él nervioso.

-¿Qué es un conejo? -preguntó Dae inocentemente.

Wasabi suspiró pesadamente, aquello sería más difícil de lo que pensaba. Bajó con cuidado de su espalda a Dae antes de voltearse a mirarlo.

-Un conejo es un animal inofensivo. -explicó Wasabi-No va a hacerte daño. Hay muchas criaturas en este bosque, pero la mayoría son completamente inofensivas si no las provocas. No tienes porqué asustarte de cada sonido.

Dae lo miró apenado y asintió más tranquilo, aunque algo le decía a Wasabi que aquello se repetiría. Siguieron caminando, esta vez con Dae explicándole diferentes animales y sonidos del bosque para evitar que entrara en pánico de nuevo al mínimo ruido. Aquella aventura se volvía más extraña a cada momento.

Y aún tenía que encontrar unas misteriosas luces flotantes que ni siquiera estaba seguro de qué o dónde eran para cumplir su promesa. Suspiró pesadamente, rogando tener la paciencia necesaria para manejar aquella peculiar situación en la que se había metido.

Diane caminó de regreso a la torre cargando provisiones, como cada semana. Le preocupaba dejar solo tanto tiempo a Dae, pero necesitaba conseguir comida y otros suministros para ambos. Cuando llegó a la base de la torre, la encontró en completo silencio.

-¿Dae? -lo llamó mientras subía por las escaleras de caracol-. Ya regresé. Traje más pinturas como me pediste.

Pero nadie respondió. Al llegar arriba, encontró la torre vacía. El pánico la invadió al ver la cortina que cubría el tragaluz ondeando con la brisa, y la ausencia de Dae.

-¡Dae! -gritó Diane angustiada buscándolo por todas partes.

Salió al balcón mirando en todas direcciones. No había rastro de Dae. Dejó caer las bolsas al suelo, temiendo lo peor. Dae nunca había salido de la torre, ¿qué podría haberle ocurrido? Diane se reprochó no haber estado ahí para protegerlo. Él era su responsabilidad, la había cuidado desde pequeño y ahora no tenía idea de dónde podía estar.

Mientras tanto, algunos kilómetros alejados en el bosque, Wasabi y Dae llegaban a una pequeña taberna oculta entre los árboles. Cuando ambos entraron,
Dae miraba todo curioso sin soltarlo, aquel lugar ruidoso lleno de personas extrañas le resultaba increíble y aterrador a la vez. Se acercó a Wasabi asustado cuando una ruidosa carcajada resonó cerca.

-No tengas miedo. -le dijo Wasabi-Es sólo una taberna, podemos descansar aquí y continuar nuestro viaje luego. Te prometo que estás a salvo.

Dae asintió apenado de ser tan miedoso, pero no podía evitarlo. Todo le resultaba desconocido fuera de su torre, pero confiaba en que Wasabi lo mantendría a salvo, sin saber que pronto se verían envueltos en un gran peligro por su causa.




















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