9. Becario (P-4)
Dejando su peso sobre la maleta y luchando para cerrarla de una vez por todas, Gun deja caer su cuerpo contra la tapa y a como puede, jala los cierres. Después de minutos de lucha bien recompensada cuando escuche el deslice, afloja la fuerza y suspira, soplándose el flequillo húmedo de la frente.
La parte más difícil de todo, no fue, por mucho, elaborar su maleta.
Después de discutir durante horas y en serena paz los términos de su relación así como los límites y, entendiendo Off —que le costaba un mundo llamarlo así, informal— la responsabilidad que significa la virginidad de Gun y su nula experiencia, todo fluyó de forma mucho más cómoda a cómo lo esperaba. No tuvo que presentar su renuncia y Jumpol le juró, tendría un puesto estable en la compañía en el momento que quisiera entrar, en el área de diseño y sin importar su situación personal como pareja. Llamó a su madre y le contó, a retazos, que salía con alguien y se habían formalizado, pero la mantendría al tanto de vez en vez. Haciendo su primera labor de investigación, pasó horas en Internet investigando de fuentes confiables más sobre el estilo de vida que planeaba adoptar y descubrió, que Off manejaba un rol de 24/7, mientras que otros podrían ser solamente por encuentro, omitiendo todo lo sexual, enfocado a, etcétera. Definitivamente aprendió mucho, anotó también algunas cosas y se grabó dos o tres trucos. La sensación de plenitud con la que durmió esa noche, es incomparable, después de haber sido un buen niño e investigar y aprender mucho para hacer al señor Jumpol sentirse orgulloso de él.
Como pequeño placer culposo, Gun sonríe pensando en todas las posibilidades, en todo lo que puede vivir y aprender al lado de ese hombre y todo lo que definitivamente, quiere experimentar a su lado. Descubrir los aspectos más positivos de sí mismo y sentirse plenamente amado, es sin duda su parte favorita.
Los estantes y cajones están vacíos, en el perchero sólo hay dos ganchos vacíos y algunas bolas de pelusa donde estuvieron los zapatos antes. Los muebles en la sala están cubiertos de sábanas y plástico, los anaqueles de la cocina vacíos y la vajilla en cajas, su cama hecha y limpia y su corazón desbocado cuando el timbre suena y sabe, que han llegado a recogerlo.
Se pasa las manos por el cabello húmedo, ya limpio después de semejante empaque donde quedó cubierto de polvo y se sacude los pantalones de mezclilla son las palmas. El suéter color rosa con frases en francés le cubre del frío del atardecer y respira bien hondo, dispuesto a comenzar con el pie derecho.
"No estás obligado a nada, por eso puedes probar durante una semana y si no te gusta, regresarás al trabajo sin problema alguno"
Pero, ¿Qué podría no gustarle? El señor Jumpol siempre fue y ha sido amable y considerado, incluso en todas sus exigencias cuando lo retuvo horas y respondió absolutamente todas sus dudas, por más patéticas que sonaran. La idea de que algo podría serle desagradable o incómodo simplemente no figura, mientras arrastra sus maletas hasta el ascensor.
Cuatro pisos abajo, una camioneta totalmente negra espera aparcada en la acera del frente al pelinegro, quien tirando de dos maletas con ruedas y con una mochila a la espalda, le sonríe al señor Jumpol, vestido de un conjunto deportivo casual, sin perder la clase ni elegancia. Off se apresura a ayudarlo, cargando en ambas manos como si se tratara de plumas, sus maletas hasta la cajuela.
—Buenas tardes. —le saluda, cerrando la cajuela— ¿Está todo listo?
—Sip. —Gun le sonríe, sus ojos cerrados cuando se levanta de puntitas y le da un beso en la mejilla al mayor, pintando sus mejillas de un rosa adorable. Se ríe bajito, cubriendo su boca con ambas manos—. Buenas tardes.
Off lo observa caminar a la puerta del copiloto, con la mano sosteniendo su mejilla ardiendo y una dulce media sonrisa. Le abre la puerta, le ajusta el cinturón recibiendo un "gracias" canturreado y emprenden camino, hacia la casa del empresario.
Apenas entrando a la zona de arboleda, Gun comenzó a mirar seriamente a su alrededor.
La ciudad quedaba cada vez más lejos, el cielo se despejaba de un hermoso celeste teñido de rojo, naranja y amarillo al esconderse el sol y la brisa se sentía más fuerte en sus mejillas. A pesar de sentirse sinceramente curioso, no emitió ninguna palabra al respecto de adónde se dirigían, confiando plenamente en el conductor.
—¿Ocurre algo? —de reojo, Off lo mira preocupado.
Gun gira la vista, un pequeño respingo.
—N-. Pero se detiene, recordando una de sus reglas y dispuesto a comenzar bien—. Es, sí. Nunca había venido a este sitio, ¿es muy lejos?
Off niega con la cabeza, un cálido sentimiento en su pecho que se expande al ver los ojitos curiosos que lo miran desde abajo.
—No mucho, hay un viñedo más adelante que trabajaba mi abuelo y quedó a mi cargo junto a la casa. —Comienza, con confianza—. El terreno en sí está algo alejado, pero con la camioneta podemos ir y venir sin problemas.
Gun no sabe si sintió así de bonito por ese "podemos" o por la sonrisa que le dio Off al final.
Al llegar, una enorme y preciosa casa de tres pisos se alza ante sus ojos, cercada y con jardín al frente, perfectamente cuidado. Las puertas se abren y en una pequeña caseta, un amable hombre uniformado les da la bienvenida, después de intercambiar un par de palabras con Off.
—Señor Lee, él es Gun. Vivirá aquí, por favor cuide de él.
Sonriendo y con una venia, el hombre de ya pintadas canas en el cabello le sonríe al pelinegro que asoma tras Off.
—Bienvenido joven Gun, siéntase seguro.
—Gracias... —abrumado, el chico asiente.
¿Por qué tenía seguridad en la puerta?
Una suave risa lo saca de sus cavilaciones.
—No pienses mal, Gun. —Y todavía no se acostumbra a que lo trate así, informal—. El señor Lee cuida el viñedo y la entrada de los trabajadores, no es nada del otro mundo, pequeño.
Pequeño.
Pequeño.
El adjetivo le rebota en cada rincón del cerebro y se cuela en su pulso, haciendo que Gun se encoja en su sitio comprimiendo una sonrisa boba y algunos chillidos con patatas incluidas, demasiado contento por algo tan pequeño.
Ah, qué bien se sentía.
Off baja las maletas, esperando siempre que Gun le siga el paso y con pasos serenos hasta la puerta de su casa, donde después de un timbre, los pasos apresurados de tacones bajos se escuchan en la loseta.
—¡Ya voy! —grita una mujer, los años en su voz ya pesando sin quitarle maternidad ni feminidad.
Off le guiña un ojo, fugaz, como transmitiendo confianza pero Gun se pone colorado y así lo recibe la nana, pintado de mil colores.
—¡Bienvenidos! —Jennie se inclina, una enorme sonrisa en sus labios y su cabello pelinegro atado en un rodete.
—Nana, él es Gun. —Off entrega las maletas, que Jennie jala por las manijas apoyada de las ruedas y mete al pasillo. Ambos entran a la casa, cerrando Off la puerta tras de sí.
—Hola cariño. —Le toma las manos con cuidado, mirándolo con los ojos brillantes—. Bienvenido, por favor siéntete en casa.
Sin poder evitar sonreír mucho y visiblemente contento, Gun le besa las manos a la mujer y asiente con la cabeza, a razón de no querer hablar y tartamudear.
—Jennie será tu nana, cuando yo no esté, debes obedecerla y acudir a ella si necesitas algo. —Off posa una mano en su espalda, un toque sutil que le manda descargas en toda la columna—. Es como mi madre, estarás en excelentes manos.
—Gracias, Nana.
—Oh, cariño... —Jennie lo abraza, más bajita que el pelinegro a pesar de llevar tacones bajos—. Me hace muy feliz tenerte aquí con mi niño, no sabes lo mucho que deseaba esto.
Colorado, Off aclara la garganta.
—Nana...
—Ay, —se separa, arreglando la ropa de Gun—. Perdón, les traigo té. —y así, emprende camino por el pasillo rumbo a la cocina.
Gun se limita a mirarlo hacia arriba con los ojitos curiosos y una sonrisa de satisfacción en los labios.
Off le mostró toda la casa, menos el tercer piso porque ahí realmente estaba lleno de cajas, algunos materiales de la empresa como vinil y publicidades de ensayo y al fondo, en un rincón alejado del desorden —que de desorden no tenía una pelusa pero así lo llamó Off— estaba la habitación de Jennie.
Su cuarto era amplio, una cama matrimonial de colchas blancas y muchas almohadas, un escritorio, el closet y un baño con bañera y espejo de piso a techo. Todo en la habitación era blanco, dispuesto a su modificación a gusto y exigencia.
—Respecto a la ropa... —Gun observa como Off deja en la parte vacía del closet, sus maletas sin abrir.
—Sí, un momento. —Se levanta sobre sus rodillas, abriendo de par en par las puertas de closet lleno de ropa nueva y doblada—. Si algo no te queda, lo cambiaremos.
Mientras observa la ropa colgada del perchero, las camisetas de colores suaves y mayormente pasteles, de algodón, dobladas en los cajones, Gun avanza con pasos lentos, pasando los dedos por toda la ropa nueva y totalmente dispuesta a su uso. Desde calcetines hasta abrigos, todo elegido con sumo cuidado por Off y sin dudar de su gusto y buen ojo. Pijamas de tela felpuda, pantalones de mezclilla entallados, de vestir dos grises y uno negro, camisas de cuello color celeste, blanco, rosa y salmón, camisetas estampadas o simplemente, de colores suaves y muy holgadas, sudaderas calentitas, pantalones deportivos y ropa interior a simple vista, muy cómoda. Entallada, sí, pero bóxers en su mayor parte blancos.
Gun sonríe y se cuelga del cuello de Off, escondiendo la cara en su pecho y susurrando muchos "gracias" en voz baja, mientras él, le acaricia el cabello y le besa la frente.
Su primer despertar, un domingo a las nueve y treinta de la mañana, es realmente tranquilo y plácido cuando escucha la alarma y se despereza, extendiendo los brazos y piernas bajo las acolchadas sábanas, rodeado de almohadas. El sol entra por el ventanal del lado izquierdo de la habitación, reflejando en las cortinas azul celeste un halo de matices en el techo, en las sabanas y sobre sus mejillas.
Gun parpadea, acostumbrando su vista a la luz y sonríe, con un ojo cerrado mientras se mira los dedos extendidos. Tiene quince minutos para bajar a desayunar y puede o no vestirse para el efecto, según las instrucciones que le dieron la noche anterior y el tablero de corcho en la parte posterior de la puerta, que reza "Horarios de Gun" y abajo, un espacio destinado a sus logros, teniendo la primera estrella dorada brillando en el corcho.
Se pone de pie, estira su cuerpo sobre la punta de sus pies levantando su camiseta de pijama un poco, dejando al descubierto parte de su estómago rellenito. Comienza con sus deberes, hace la cama, se lava los dientes y la cara, se peina —a como puede, porque el cabello lo trae hecho un lío mañanero— y con un par de cómodas pantuflas de perrito, baja al encuentro de Off en el comedor.
Sin embargo, no está ahí y el estómago se le contrae de un tirón, su sonrisa se desvanece y se aferra del barandal. El ruido del ajetreo en la cocina no logra distraerlo, no mientras sus pupilas recorren con angustia el comedor vacío.
—Buenos días. —le saluda sonriente Jennie, llevando consigo una charola de fruta fresca. Su sonrisa flaquea un poco al ver al muchacho del pijama con los ojos acuosos—. En el jardín, querido —lo llama, indulgente—. Ha salido hace un rato, se levantó temprano.
Gun agradece antes de seguir el camino que le indica su nana para llegar al jardín, donde Off, sentado en una silla de palma, admira con los codos sobre sus rodillas los rosales recién florecidos. Se queda mudo, de pie y con el alma volviendo a su cuerpo cuando lo ve ahí, de espaldas y todo horrible pensamiento desaparece de su subconsciente. Se acerca a pasos tranquilos y silenciosos, descalzo para no ensuciar sus pantuflas y le besa la sien, con los ojos cerrados.
Una mano se posa en su mejilla, cariñoso y Gun sonríe sobre sus labios.
—Buenos días.
—Buenos días pequeño. Ven, ven aquí. —palmea el lado libre de la silla, donde Gun se sienta sin chistar—. Han florecido, es precioso. —señala las flores, con el orgullo brillando en sus ojos—. Después de tanto trabajo, por fin florecen, justo cuando llegas tú... Es, como si lo hicieran para ti.
Gun no dijo nada, solamente dejando descansar su cabeza en el hombro ajeno, admirando el mural de blancas, rojas, amarillas y rosadas hermosas flores.
Tras la primer semana concluida sin ningún incidente y siempre aprendiendo sobre Off, Gun sujeta una bandeja con pan tostado, una taza de infusión de frutas, el periódico y una rosa dentro de un florero. Sus pies se mueven inquietos y descansos, rebotando el borde la camiseta contra sus muslos. Jennie le ayudó a preparar el omelette, le dijo una o dos cosas bastante útiles y lo dejó subir con un beso en la frente, deseándole la mejor de las suertes al petizo pelinegro que ya adoraba.
Dos toquecitos después y sin ninguna respuesta, Gun empuja la puerta de la habitación de Off, encontrando a este bostezando y con la camiseta corrida por un lado. Visiblemente sonrojado, Off se acomoda a como puede el cabello, aplanando las sabanas sobre sus muslos.
—¡Buenos días! —Gun, de recién cumplidos veinte años y con una espléndida sonrisa en los labios, sostiene la bandeja con ambas manos, orgulloso.
Off sonríe, lleno su corazón y su pecho de ternura desbordante.
—Buenos días, pequeño...
—¡Yo lo hice! —Anuncia, orgulloso, rodeando la cama para dejar la charola en el escritorio—. Bueno, Nana me ayudó, pero yo hice mucho.
—Apuesto que está delicioso. —Lo mira, sus finas manos dejando el desayuno sobre el escritorio—. Dame un segundo, no tardo.
Disparado y en dos pasos, Off se encierra en el baño ante la mirada curiosa de Gun, quien al escuchar el grifo abierto se ríe, mirando al techo. ¿Cuándo dejaría Off la vergüenza? Le encantaba así, con su cabello oscuro revuelto, en pijama, con la estela sutil de la barba crecida que lo hacía ver tan guapo y aún así, se empeñaba en siempre ser perfecto ante sus ojos.
Cuando ya lo era.
Minutos más tarde en los que Gun divagó, Off sale más o menos decente del baño, apenado como siempre que lo encontraba con la guardia baja. Se mete bajo las sabanas de nuevo y en un acto completamente inesperado, palmea el espacio entre sus piernas. A Gun le brillan los ojos y sin dudarlo un segundo, lleva consigo la charola para dejarla a un costado del mayor, tomando su lugar entre las piernas de Off, con las piernas cruzadas.
—Pruébalo. —extiende un pedazo de omelete, del que resbala por un costado un humeante champiñón guisado.
Off abre la boca diligentemente y degusta, gimiendo sin querer por lo rico del platillo, pero llevándose ambas manos a la boca rápidamente. Gun, sin embargo, se muestra realmente entusiasmado.
—¿Te gustó?
Off asiente, con los ojos cerrados.
—Me encanta, muy bien hecho Gun.
El pelinegro aplaude bajito contra sus labios, brincando sobre el colchón y sacando una risa sincera del hombre que lo atrae a sus brazos.
—Hoy es una semana... —sopesa en voz alta Off, apartando con cuidado los mechones de la frente del menor.
—Lo sé... —sin apartar la vista de los ojos que lo contemplan, Gun suspira—. No voy a irme.
Off sonríe, poquito y atrayendo a su pecho a Gun, a quien mantenía acunado entre sus brazos. Le besa la frente, sosteniendo su espalda y con su barbilla descansando en su hombro.
—Off... —lo llama, el pulso por el cielo, un nudo en la garganta, el carrito de la montaña rusa a punto de caer por la empinada y traga saliva—. Te quiero... Papii.
𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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