6. Becario (P-1)

Ya nada podría ser peor.

Corriendo a toda la velocidad que le dan sus regordetas piernas, Gun sostiene una charola de café mientras los tirantes en sus hombros se resbalan. Lleva el cabello más mojado que húmedo, se escabulle entre los peatones con agilidad y velocidad, siempre cuidando que no se le caiga el café porque ya sería demasiada desgracia para un sólo día y el haberse levantado tarde y duchado con agua fría ya era suficiente.

Cuando terminó su carrera en la universidad virtual, le dieron su título y su madre le puso un birrete para la foto, Gun jamás pensó que la competencia en el campo fuera tan cruel y desalmada. Amaba su carrera, ¡Claro que sí! Publicidad y Diseño eran su pasión, siempre tan creativo, los mejores proyectos los entregaba él —estaba seguro, aunque todo fuera en línea— y les ponía todo su empeño, innovando, creando publicidades de productos imaginarios maravillosos.

El único empleo que consiguió que ni siquiera era un empleo, consistía en ser pasante o becario de una de las oficinas más importantes en cuanto a Marketing y Publicidad refiere, la Design Tower, ubicada en el centro de la ciudad capital. Ahí, dónde Gun corre sin freno porque va tarde y van a matarlo, harían fila.

Su trabajo era simple: Gun atiende esta llamada, Gun ve a entregar esto al piso nueve, Gun tráeme un café, Gun saca dos copias de esto, Gun la computadora no enciende ven a revisarla, Gun, Gun, Gun y así pasaba sus ocho horas laborales reglamentarias, en las que supuestamente tendría que estar aprendiendo y no sirviendo de mensajero-saca copias-chico de los mandados y del café. Pero la vida no era justa y como uno de los más jóvenes en la empresa, Gun se tenía que resignar y obedecer siempre con una sonrisa para ayudar a todos sus mayores.

Cuando finalmente logra cruzar esa puerta de cristal después de enseñarle al guardia su gafete, Gun respira hondo. Las oficinas siempre huelen bien, como a desinfectante y aromatizante fresco, dentro el aire acondicionado le acaricia las mejillas rojas de cansancio, refrescando su pálida piel enrojecida después de la carrera de ocho cuadras porque perdió el autobús. Mucho más tranquilo y con solo quince minutos de retraso, el chico de cabello negro se acomoda los tirantes sobre la camisa rosa, se sube los jeans y avanza sobre sus vans grises, totalmente dispuesto a tener un gran día, con una resplandeciente sonrisa al saludar a la recepcionista y entregar el primer café del día.

—Buenos días, Mabel. —Gun se inclina de forma respetuosa al dejar el Late sobre la barra de la recepción.

—Gracias Gun. —Responde ella antes de beber su café—. Llegas tarde.

«Y no necesitaba que se lo recordaran.»

—Me disculpo, no volverá a suceder... —Se mantiene abajo, mirándose los tenis—. Con permiso...

Con la charola de cartón en sus manos, Gun se dirige a las oficinas del segundo piso, donde debe entregar el segundo café del día a la coordinadora de ventas, recibiendo siempre después de cada entrega un "Llegas tarde" al que no puede responder como quisiera, no cuando de verdad necesita el lugar de becario dentro de las oficinas, aunque eso significara ascender a ser pasante desde lo más bajo. Lo valía, cada momento, cada minuto llevando paquetes y recados, escribiendo correos electrónicos y desconectando enchufes, cada sonrisa amable sería recompensada con un grandioso puesto en el área de diseño y nada lo detendría de lograrlo.

«Ni la humillación»

Pak Norrapat era su nombre, un hombre demasiado mayor para comportarse de ese modo, pero que al parecer encontraba bastante divertido eso de humillar al Chico de los mandados en cada oportunidad.

"Gun, levanta mi lápiz", "Gun, ata mis agujetas", "Gun, sostén esta caja", "Gun, trae mi almuerzo" y no, no había modo de negarse ante el Director de Diseño. Incluso su asistente se regodeaba de verlo de rodillas levantando los clips del suelo que su jefe previamente había tirado.

Para su fortuna y, después de recorrer el edifico entregando bebidas, el último en recibir su café era Tawan Tay, vicepresidente de la corporación y para suerte de Gun, su único amigo dentro de ese edificio.

—Americano... —Jadea el chico con la frente húmeda, dejando el vaso de café sobre el escritorio del vicepresidente, después de haber entrado casi a tropezones.

—Buenos días Gun. —el hombre se acomoda los puños de la camisa y le sonríe de lado al recién llegado, quien se sostiene del filo del escritorio de cristal tratando de regular su respiración— ¿Mal día?

—Mala vida. —Responde el pelinegro con un suspiro, se pone de pie aún con una mano sobre su cadera y se echa atrás el flequillo con los dedos.

Tawan suelta una risa tras un suspiro y palmea el hombro del menor con una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué pasó con La vida es sólo un camino lleno de esfuerzos, muchacho?

Gun mira hacia el techo, tuerce los labios y se encoge de hombros.

—Me rindo amigo, tú ganas.

—Tómalo por el lado bueno Gun, nunca sabes a quien le estás llevando café ¿No crees?

El pelinegro asiente aunque su mayor le dé ahora la espalda, mientras se dirige a su escritorio.

—Supongo...

El día de Gun definitivamente, no mejoró después de eso.

Una mañana normal dentro de la Design Tower, claro, en los estándares de "normal" para bien "del Becario" Gun —un término mucho más bonito que ese soso "chico del café", si se lo preguntan a él—. Entre las maravillosas excursiones a la copiadora del sótano y subir y bajar escalones llevando café caliente en las manos que más de una vez le dejó horribles estragos —llámense quemaduras— el día del recién graduado chico no podía empeorar.

Se lo repite mentalmente, como un mantra, recordando su propio lema pero a este punto, ni el camino ni los esfuerzos le saben como deberían, no cuando son las tres de la tarde y todo el mundo come menos él, porque ha sido dejado al encargo del teléfono de la recepcionista, Jing.

Lamentablemente, peca de buena persona y no sabe decir que no, por lo que se resigna en su silla temporal, jugando a empujarse con los pies hacia atrás, hasta tocar pared y de regreso...

—Podría acostumbrarme a esto... —Mira hacia el techo. Lucha contra el mareo y decide dejar de dar de vueltas sobre la silla de rueditas cuando el estómago le empieza a dar vuelta y el mundo se mueve a su alrededor.

El teléfono suena, sacando al chico de sus cavilaciones y sumergiendo su sistema nervioso en un estado de pánico absoluto porque ¡No sabe que decir! ¿Debería responder con su nombre o el de la compañía? ¿Qué botón cambia de línea la llamada? ¿¡Por qué no deja de sonar?!. Gun reacciona al quinto timbre, cuando su cerebro es capaz de procesar el movimiento de su mano tomando el aparato y llevándolo a su oreja. Con la voz temblorosa y las manos húmedas de oportuno sudor, apenas es capaz de articular un simple y vergonzoso:

—¿B-Buen-no?

El silencio es su respuesta cuando cierra los ojos y apretuja el teléfono entre sus dedos y ajusta fuertemente los dientes y, si no los tuviera chuecos, también sus colmillos punta contra punta. Casi puede escuchar los gritos de la recepcionista cuando le diga que respondió de forma tan patética-

—No sé dónde esté la señorita Jing, pero asumo, que es usted el encargado temporal de su puesto y deberes.

Gun siente que se le sale el estómago y las aspiraciones y sueños por la garganta cuando la persona del otro lado de la línea se escucha tan serio, estoico y definitivamente molesto. El pelinegro ya imagina una serie de imágenes mentales en la que un adinerado CEO, Accionista, multimillonario y empresario retira todo su dinero de la empresa por su incompetencia. Abre la boca, tratando de disculpar a la señorita y de paso a si mismo por tremenda vergüenza, pero es interrumpido por una indiferente voz.

—Sea quien sea, suba a mi oficina de inmediato.

Y sin más, termina la llamada. Gun suelta todo el aire que definitivamente no sabía que tenía en los pulmones y mira el foquito verde en el tablero del teléfono, ese que anuncia un 24. Y haciendo cuentas.... está bien jodido, porque el edifico tiene 24 pisos y es el CEO de la compañía quien ocupa el último.

—Mala existencia... —se sopla el flequillo y se escurre en la silla, pensando en que va a decirle a su madre esa noche cuando la llame y le diga que fue despedido de un trabajo que ni siquiera tiene.

Cuando las puertas del elevador se abren y las enormes puertas de cristal de la oficina del CEO se muestran ante él, a Gun no le da ni tiempo de secarse las palmas en el pantalón, mucho menos de acomodarse la camisa, porque apenas pone un pie fuera del elevador, la secretaria personal del CEO lo mira sobre sus gafas, con una ceja alzada y los labios rojos torcidos.

—¿Tiene cita? —pregunta la señorita del estirado peinado, con evidente asco hacia el despeinado chico.

Gun niega con la cabeza pero después asiente, porque no tiene una cita pero fue llamado ¿eso cuenta para dejarlo entrar?

La secretaria tuerce los ojos al techo y presiona con su dedo perfectamente manicurado un botón que Gun no alcanza a ver.

—Ceo Jumpol, el becario está aquí fuera, no tiene una cita.

Que pase. —responde con el mismo tono neutral y estoico con el que habló con Gun y el chico aprieta las manos de anticipo al caos y el fin de sus oportunidades laborales.

—Enseguida. —y nuevamente, otro botón, sin miradas ni despedidas, ni sonrisas amables.

Las puertas de cristal se abren, dejando salir al pasillo el aire acondicionado del elegante y fresco espacio al que Gun definitivamente no quiere entrar, pero reúne un montón de valor, infla el pecho y avanza sobre sus vans grises, como animalito al matadero.

Una vez dentro, las puertas se cierran y Gun avanza a paso apresurado para no ser aplastado, con los ojos fijos atrás.

—Buenas tardes. —El hombre saluda desde detrás de su escritorio, mucho más atrás de una pequeña sala con mesa de café, con la ventana a su espalda y las cortinas corridas iluminando con luz natural la oficina. Gun brinca en su sitio al oír la voz y se inclina casi totalmente, avergonzado— Por favor, tome asiento. —le extiende una mano, señalando una silla al frente del escritorio que Gun mira como si fuese una guillotina. El empresario se mantiene serio, impasible y el becario podría salir corriendo en ese mismo instante.

Pero no lo hace y sorprendentemente, logra avanzar con todo y sus temblores hasta la silla, en la que se deja ir con lentitud y cautela, cabizbajo. El mayor tiene las manos unidas, los codos contra la mesa y los ojos fijos en el menor, quien no ha querido ni podido levantar la cabeza.

—Entonces —se reclina hacia atrás, pasando los dedos por el interior de su saco, acomodándolo en una mala maña que siempre ha cargado consigo—. Atthaphan, ¿Que hacía en el puesto de la señorita Jing?

Gun alza con cuidado los ojos, mirando al hombre de cabello castaño oscuro que lo mira expectante de una respuesta.

—Cubría su turno...

—¿Podría decirlo más alto?

Gun cierra los ojos y asiente.

—Cubría su turno, señor. —repite, más alto pero no más seguro.

El mayor asiente y garabatea algo en una libreta abierta sobre el escritorio.

—Evidentemente, joven Atthaphan, este contratiempo no es culpa suya, pero dadas las circunstancias... —Continúa escribiendo, sin mirar al pelinegro frente a él—. Sea usted tan amable de llevar este mensaje a la señorita Jing en calidad de urgente. —Arranca la hoja, doblándola por la mitad y entregándola al menor—. Es de suma importancia, realice los registros indicados en forma.

Gun asiente tomando la hoja.

—Por supuesto señor...

Se pone de pie, despidiéndose con una venia respetuosa antes de pegar media vuelta dispuesto a salir de esa enorme oficina que lo asfixia y lo marea, huir del aroma a colonia que se le metió hasta el tabique nasal y de la intimidante presencia disfrazada de elegancia de su jefe.

—Joven Atthaphan. —lo llama, ya a metros de distancia, justo cuando la secretaria oprime el botón para que salga— ¿duerme usted lo suficiente?

Gun gira lentamente la cabeza, con la boca semiabierta y los ojos entrecerrados. El mayor lo mira con seriedad, en la misma posición que lo vio antes de ponerse de pie.

—Sí, señor. —murmura Gun—. Con su permiso.

Pasa su índice y pulgar desde sobre su labio superior por debajo de la barbilla, los ojos fijos, cansados, sobre los números en la pantalla del ordenador, única luz que ilumina el estudio ya a altas horas de la madrugada.

—Señor Jumpol. —lo llama la mayor desde la puerta, como siempre, después de dos toques. Sostiene un sus manos una charola con una tetera y una taza de porcelana— No es bueno para su salud trabajar tanto.

—Jennie...

—De Jennie nada. —deja la charola en la mesa contigua al escritorio, cerrando con cuidado la computadora— Off, no cambiara nada si sigues viendo esos números, no van a subir hasta más tarde niño, son las tres de la mañana.

Off se revuelve el pelo, pasando sus dedos entre las filas oscuras de obras. Se talla incluso el cuello, dejando ir su cuerpo en la silla hacia atrás después de un horrendo y agotador día en el trabajo en el que las acciones de su empresa disminuyeron tan rápido y tanto, que al CEO le dieron temblores de solo ver las gráficas. Toda esa gente que depende de su trabajo, tantas familias que no pueden simplemente resignarse a tomar té de tila cuando podrían disminuir sus salarios por algo que no cometieron.

—Samsung es un gran cliente, no sé a qué se debe esto.

—Convoca a junta o lo que hagas en estos casos Off, pero por el amor de Dios duerme un poco. —Jennie le extiende la taza, humeante y caliente que huele tan suave y tan acogedor—. Eres el primero en preocuparte por la salud y los horarios y mírate nada más, hecho un desastre a las tres de la mañana.

Off sonríe de lado, llevando la taza a sus labios.

—Siempre sabes dar tan buenos consejos, Nana.

Jennie le sonríe, algunas arrugas enmarcando el gesto.

—Duerme ya, que tienes trabajo mañana.

—Siii mamá —replica en un tono cantarín Off a quien, en otro enfoque, si es su madre, después de tantos años cuidando de él—. Lo haré, buenas noches.

—Cacharro inservible... —susurra, casi con ganas de patear la copiadora y mandar al demonio al apartijo que justamente en ese momento, dejó de funcionar y pensó que quizás sería muy divertido joderle el día al becario— ¡Aah! —Gun grita al techo y agradece estar en el sótano, porque esos berrinches ya no van para un muchacho ya-legalmente-adulto.

Rendido y harto de todo, Gun sube de mal humor por los dos pisos hasta la planta baja del edificio, en donde el mismísimo CEO se encuentra revisando los registros de Jing, con la recepcionista a un lado. Curioso, el pelinegro avanza a pasitos sigilosos, aprovechando que el jefe está de espaldas. Jing no podría estar más asustada, aunque lo disimule supuestamente muy bien con sus manitas unidas una contra la otra.

—Necesito el libro de octubre, Señorita Jing.

—Enseguida señor. —la chica se va dejando de taconazos hasta el archivo, donde seguramente en otra circunstancia lo habrían enviado a él a buscar en esa cuidad de gavetas de metal y folders viejos apilados en repisas.

Gun se aleja a pasos supuestamente silenciosos, pero aparentemente el hombre está en todo e incluso le saluda, cordial y neutral.

—Buenos días joven Atthaphan.

Gun crispa un mal intento de sonrisa en sus labios, asintiendo en dirección al —demasiado— alto hombre de traje.

—Buenos días, CEO Jumpol.

Off le sonríe de medio lado, mostrando ante el menor ese curioso único hoyuelo que se forma con el gesto.

—Disculpe... —se arma de valor el pelinegro— ¿Puedo... preguntar? Quisiera saber si soy de ayuda, yo, a veces, estoy... paso demasiado tiempo aquí y yo...

Jumpol asiente, ladeando su cuerpo en un gesto que invita silenciosamente al menor a ponerse a su lado, mirando el libro de registros. Gun se acerca con cautela, sus manos tirando de su suéter color vino hacia abajo en su pecho.

—Ha llamado un ejecutivo muy importante, alegando que su representante fue tratado de mala manera. —comienza el más alto, pasando sus dedos por las hojas entintadas—. Pero no contamos, aparentemente, con el registro de dicha visita. ¿Sabe algo de eso, joven Atthaphan?

Gun aprieta los labios, pensando, realmente esforzándose.

—¿No mostró identificación de empresa? Sin una referencia, no podría decirle con exactitud.

Jumpol suelta una suave risa en un suspiro y asiente.

—Muy bien hecho, Joven Atthaphan. —Off guarda sus manos en los bolsillos de su saco, donde sobresale el Rolex en su muñeca—. Chang Ming, de Samsung Mobile. ¿Le suena ahora el nombre?

El pelinegro asiente, orgulloso.

—La última visita de Samsung Mobile que fue registrada, fue en septiembre, en el cumpleaños del vice presidente Tawan y yo... —Se detiene, avergonzado y bajando su tono de voz entusiasta—. Llevé café, así que hmm, se quiénes eran.

Jumpol lo mira con una ceja alzada.

—Septiembre, ya veo... —susurra Off con los dedos en el mentón—. Muchas gracias, Joven Atthaphan —Jumpol se inclina sobre sus rodillas, un poco, apenas hasta que alcanza la altura del menor y este levanta la mirada. Una dulce sonrisa es seguida de un asentimiento y a Gun se le colorean hasta las orejas de la repentina cercanía—. Siga haciendo un buen trabajo, con permiso.

Jumpol se va dejando el eco de sus mocasines en el suelo de baldosas blancas, con las manos en los bolsillos del pantalón y de paso, al pequeño becario con el corazón apresurado y una cálida y dulce sensación cosquilleando sus dedos.

𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ

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