capitulo 02.
Cierra los ojos y aprieta los puños. Cuenta mentalmente hasta diez y respira lentamente antes de darse la vuelta. Hay dos tipos con trajes caros que la miran con morbo desde la mesa de la derecha, junto a la ventana y que le han lanzado comentarios inoportunos en el mismo momento en que entraron por la puerta y la vieron. Lavinia avanza hacía ellos rápidamente y con la vista al frente, es consciente de que los dos hombres de mediana edad que ocupan aquel rincón de la cafetería en donde trabaja, la recorren de pies a cabeza con la mirada y se detienen en su pecho. Ella realmente odia ser sexualizada y ser objeto de miradas como aquellas. Miradas que le provocan asco y odio hacía todo el género masculino.
—Buenas tardes — les dice de forma monótona y despectiva cuando llega a su lado —. ¿Qué van a ordenar?
—¿Estás tú en el menú preciosa? — le pregunta uno de los hombres. Lavinia de verdad reprime el impulso de darle una bofetada a aquel estúpido que le habla con voz melosa y se ha atrevido a reclinarse en la mesa, como para acercarse a ella.
Sonríe de forma desdeñosa antes de responder. —¿Gustan ordenar algo o no?, porque si no van a pedir nada, les voy a pedir que se retiren.
Los dos hombres comienzan a darse codazos y a soltar comentarios acerca de lo caliente que es que una chica tenga agallas. Ella de verdad siente asco. Aquellos dos hombres podrían ser sus abuelos y encuentra indignante que tipejos como ellos se dediquen a acosar a meseras o a cualquier mujer. Cuenta mentalmente otra vez mientras les toma la orden y se dice que no vale la pena desequilibrar sus chakras o ponerse de mal humor por ellos. Ese par de idiotas no valen que su aura se llene de vibras negativas.
Cuando su turno en la cafetería termina a las cuatro en punto de la tarde, se dirige hasta su nuevo departamento. Es un bonito pent-house que su padrastro y su madre le han conseguido por su cumpleaños, y se encuentra ubicado en el centro de Manhattan. Lavinia no se siente del todo a gusto en aquel lugar. Sobre todo porque vive ahí gracias a un regalo de sus padres y eso no le termina de agradar. No es que sea malagradecida, es que el hecho de vivir en un lugar que ella no ha pagado o no ha conseguido por merito propio le revuelve las tripas y le provoca tics en el ojo por el estrés. Quizá por eso, por no depender del dinero de su familia es por lo cuál se ha empeñado en conseguir un trabajo de medio tiempo en una cafetería hípster de la Quinta Avenida. Ella de verdad odia aquel trabajo, sobre todo por situaciones como la que ha vivido aquel día cuando aquellos dos hombres trataron de tirarle los tejos y la acosaron. Muchísimas veces ha tratado de dejar aquel empleo, sin embargo, sabe que su orgullo se vería herido si renunciara y se viera obligada a aceptar el dinero de sus padres para pagar la matricula de su universidad. O peor aún, se vería en la necesidad de utilizar el dinero del fideicomiso que el imbécil de su padre le ha dejado antes de morir. Dinero que le genera repulsión por haber pertenecido al padre que tanto mal le hizo a su familia.
Suspira con resignación cuando llega a su edificio y decide dejar sus quejas sobre su empleo y su familia para otro momento. Entra en el bloque de departamentos y se mete directamente al elevador que la llevara a la sexta planta. Al llegar a su piso, no puede evitar que su mirada se dirija a la única puerta del lugar (además de la de ella). Lavinia frunce el ceño cuando recuerda al antipático vecino que vive en el departamento frente al suyo. Lo conoció exactamente hace cuatro noches, no es que ella lleve una cuenta mental de hace cuanto tiempo conoció a aquel hombre, es solo que recuerda la fecha porque fue el día que ella se mudó. Desde entonces, no lo ha visto ni tiene ganas de verlo, aunque una pizca de curiosidad bulle en su interior con un ansia enfermiza que la empuja a querer saber, aunque sea, el nombre de aquel rubio apuesto.
Cuando por fin se encuentra en la sala de su departamento, dos pequeñas bolas de pelo corren a sus pies, le ladran con regocijo y le ruegan porque ella los tome en brazos y los mime. Lavinia deja caer su pequeña mochila roja y se sienta en forma de indio sobre el piso. Sus dos mascotas, Gigi y Kiwi se trepan inmediatamente a su regazo. Ella los abraza y cierra los ojos dejándose llevar por los mimos y la paz que aquellos dos perritos le provocan. Cuando esta con ellos, es como si todo su mal humor desapareciera. Como si ellos se llevaran todo lo malo de su vida y ella se los agradece porque ha cargado muchísimo tiempo con una carga emocional enorme que es tan agradable tener a alguien que le cure de una u otra forma esas heridas emocionales.
Más tarde pone música a todo volumen, ha escogido poner aquella tarde la banda sonora de Mamma Mia!, pide una pizza y mientras espera, se dirige a su cuarto de baño. Del estante de madera que hay en ese cuarto, saca un tubo de tinte de cabello de color rosa pastel y prepara la mezcla para aplicárselo en el cabello, mientras espera a que el colorante tiña sus rubios mechones, saca su teléfono del bolsillo de su short y marca un número de teléfono.
Kyle le contesta al instante, Lavinia se lo agradece porque odia esperar a que alguien le tome la llamada. —Hola Vinnie — le dice el muchacho. Su voz tranquila hace que la rubia sienta calidez en su cuerpo. Hablar con Kyle siempre se siente como hogar.
—Hola Kaykay — responde.
—¿Eso que se escucha es el soudtrack de Mamma Mia? — pregunta el chico.
—Si.
Kyle suelta una risita. Lavinia rueda los ojos, no puede creer que después de tantos años, su hermanastro siga burlándose de ella por tener a Mamma Mia como gusto culposo. —¿Ya te volviste pelirosa? — le pregunta —, ¿o aún no te tiñes el cabello?
—Justo lo acabo de teñir —dice.
—¿De verdad es necesario que yo me tiña de azul? — pregunta el muchacho.
Ella rueda los ojos, aunque sabe que no la puede ver. —Sabes que si —contesta. Su hermano suelta un quejido dramático y Lavinia realmente lo entiende. Ella tampoco quería teñir su cabello de color rosa. Pero ambos le han prometido a su hermanita Lorelai que se unirían a ella y se teñirían el cabello de color para el cumpleaños número doce de la chiquilla.
—Voy más tarde a tú casa para que me ayudes a teñirlo — a ella no le queda más remedio que aceptar y responde que si —. Piper me dijo que ella se lo teñirá de morado y mi padre y tú madre lo teñirán de color verde. Parecemos payasos con cabellos de colores.
Lavinia suelta una carcajada. —Ya lo se. La próxima vez recuérdame que no debemos ceder ante los caprichos de una mocosa de doce años.
Ella no escucha lo que Kyle le responde porque unos ruidos divididos entre ladridos y maullidos, la desconcentran y la ponen en alerta. Abre los ojos como platos y maldice al recordar que ha dejado la puerta de su terraza abierta. Deja el teléfono en la barra del lavabo de su baño y sale corriendo, directo al balcón en donde Gigi y Kiwi pelean a base de gruñidos y miradas asesinas cargadas de odio con un gato negro trepado en la pequeña cerca que divide su terraza con la de su vecino.
—¡Gigi!, ¡Kiwi!, ¡No! — les grita por encima del escándalo que los animales hacen.
Sus mascotas ignoran sus vanos intentos de meterlos nuevamente al interior de su departamento y continúan con su disputa contra el gato negro que los mira a ellos y a la propia Lavinia con una mezcla de burla y odio. Como si el fuera el dueño de aquel territorio y ellos tres los intrusos.
—¿Qué es todo este escándalo? — grita alguien tratando de escucharse por encima del ruido de las mascotas, de la música y de los gritos de Lavinia.
La chica levanta la mirada y sus ojos se encuentran con los de su vecino. Parado por detrás de la cerca que divide las terrazas, aquel rubio amargado la mira con desprecio. La misma mirada que tiene el gato negro. Cuando su mirada se encuentra con la de él, no puede evitar pensar en lo guapo que es a pesar de esa cara de disgusto que tiene. Su cabello rubio le cae por encima de los ojos y gotea hasta su cuello y... esta semi desnudo. Lavinia siente como el calor le sube a las mejillas cuando se da cuenta de que aquel chico solo viste una toalla alrededor de la cintura y cae por su cadera tanto, que ella puede ver el inicio de la V de su pelvis.
—¿Puedes callar a tus bestias? Y por el amor de Dios, apaga esa música del demonio — le dice él. Su voz es lo suficientemente autoritaria y cortante como para que ella deje de mirar su cuerpo semi desnudo y dirija sus ojos hasta su rostro.
—¿Bestias? — pregunta con molestia ignorando lo que ha dicho de su música —. Pero si la bestia es tú gato que ha iniciado la pelea.
Miente porque, a decir verdad, no sabe que mascota ha iniciado todo aquel escándalo. —Salem no fue — responde el muchacho cruzándose de brazos con seguridad. Lavinia desvía la vista de su vecino hasta el gato negro que la sigue mirando de forma burlona y retadora —, él es muy tranquilo. Tus estúpidos perros deben de haberlo provocado.
—El único estúpido aquí eres tú — dice ella por fin.
Él encarna una ceja antes de contestar. —¿Yo? — pregunta con condescendencia —, pero si yo no soy el estúpido que tiene cabello rosa.
Lavinia de verdad quiere golpearlo. Al diablo los chakras y su buena vibra. —Pues cabello rosa no tienes — admite. — Pero si eres el estúpido que tiene un gato grosero y sale al balcón con solo una toalla de baño, ¿a quién carajos se le ocurre?, a ver dime.
Su vecino aprieta los puños y se muerde el labio mientras le dedica una mirada asesina. —Tú también estas semi desnuda —señala. La rubia abre los ojos y se mira así misma. Se quiere golpear por ser tan idiota como para haber salido de la casa sin la playera que se ha quitado para teñirse el cabello y que esta, no se manchara —. Por cierto, bonito sostén de Hello Kitty.
Ella de verdad se sonroja, más de lo que ya estaba. Decide en ese mismo instante que odia a su vecino y que definitivamente es la persona con peor aura que ha conocido. —Eres un imbécil — afirma antes de tomar en brazos a sus perros. —Imbécil arrogante igual que tú puto gato.
No espera a escuchar que le contesta aquel rubio. Se da la vuelta y entra a su departamento, dándole un portazo a la puerta de la terraza. Por alguna razón su sexto sentido, su tercer ojo y su intuición, le dicen que vivir en aquel edificio con un vecino arrogante y su gato con mirada de psicópata, será un infierno.
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