Capítulo 9. Un felino calmado y mimoso

Advertencia: este capítulo contiene contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo, aunque eso implique que perderás información de la historia que será importante de cara a próximos capítulos.

Después de esa conversación que para ___ fue una confesión, ambos todavía estaban en el coche disfrutando de ese momento. Ella aún sentada en el regazo de Lucci. Le daba vergüenza admitir que estaba incómoda y no hablemos de él por su peso. No obstante, él no se quejó. Le encantaba tenerla cerca. Tocar era su afición favorita. Era acariciar a una musa griega que, de alguna manera, lo estaba cautivando. Y una idea se le cruzó a la cabeza. Recordó que atrás del maletero había una manta y podían disfrutar de las vistas, ya que estaban en una especie de mirador.

Colocó sus manos en las caderas de la chica para que se sentara en el copiloto y poder salir sin ningún problema. Con su cabeza hizo un gesto a que lo imitase. ___ no estaba entendiendo nada, pero era mejor obedecerle y así no recibir ningún castigo. Aún era su Daddy y había un contrato de por medio. Sus ojos vieron a Lucci abrir el maletero buscando algo. Sacó una especie de manta de picnic grande para colocarlo en el suelo. Su rostro mostró confusión hacia él. El moreno solo sonrió.

—¿Te parece hacer un picnic? —le preguntó.

—¿Aquí?

—Nadie viene aquí a pasar la velada por la noche —comentó. Ya colocado la manta se aproximó a ella para tomar sus manos y dirigirla allí.

—No es propio de ti —le dijo, mientras fue ayudada por él para sentarse cómodamente.

—¿Qué me comporte como un caballero?

—No. Quiero decir que me parece raro todo esto.

—Prefiero estar en un sitio relajado y no rodeado de gente. Soy muy antisocial —explicó.

«Eso lo había notado», aclaró a sí misma la joven adulta. Seguro que a él le dificultaba mucho hablar con ciertas personas que no sean de su entorno. Dejó de mirarlo para quedarse maravillada ante las vistas que percibía. La ciudad era enorme y brillaba gracias a las farolas. Pero a ella le hubiera gustado que todo se apagase y disfrutara de las estrellas del cielo. Siempre había soñado se astróloga y conocer un poco sobre esas rocas brillantes. Su paradero, que escondían, que significaba cada constelación. Se acostó al sentirse incómoda estar sentada y alzó las manos a modo de llegar al cielo.

Recordaba esos pequeños momentos en que iba al campo con su hermano mayor para ver las estrellas de cerca. Era el único bueno de la familia que realmente la quería. Pero le entristeció saber que se marchó de la casa para seguir su propio camino. Fue el único quien se reveló de su familia. Y la dejó sola ante esa familia que le gritaba y le decía cosas feas. Su otro hermano adoptivo la maltrataba y la humillaba al ser una chica inferior. Recuerdos dolorosos llegaban como flashbacks que quisiera borrarlos para siempre. Sin evitarlo, unas cuantas lágrimas salieron porque todo ese sufrimiento aún no desaparecido.

De repente, sintió una leve caricia en su rostro y desvió la mirada para ver al responsable. La mirada de Lucci era relajada, pero no mostraba emoción alguna. En la posición que estaba ___ podía ver al moreno diferente. Es decir, no parecía un depredador nocturno.

—¿Te preocupa algo, Kitten? —preguntó y aprovechó para llamarla de esa manera.

—No —respondió, mientras se secaba las lágrimas—. Solo que recordé mi pasado.

—Ya deberías olvidarte de ello. Es mejor vivir en el presente.

—Lo sé, pero fue muy doloroso. Es difícil de superarlo.

Lucci no era muy bueno con esas cosas, pero tampoco le gustaba para nada verla sufrir de esa manera. Siguió acariciando su rostro y le hizo compañía acostándose del todo en la manta. Ese comportamiento que estaba mostrando no era propio de él. Debía ser cínico y frío, pero esa joven tenía algo que le llamaba su atención. Sus dedos no paraban de tocar ese rostro y ella desvió la mirada muy avergonzada. Sus pómulos se tornaron de color rosa, pero era imposible distinguirlas por la noche. Pero se lo imaginaba porque, con solo tocar, pudo sentir el calor que emanaba en ellos.

Ese sentimiento que llamó antes ___ no existía en su vocabulario. Vivió en un mundo lleno de oscuridad, donde desconfió de la gente cuando más lo necesitaba. Él fue entrenado para servir y proteger su país de los malos presagios que se presentasen. Desde niño siempre lo habían amaestrado de esa manera. Era el mejor de su clase. Un muchacho que tenía sus propios ideales inculcados por el gobierno. A los quince años les enseñaron a torturas a sus víctimas, e incluso a asesinarlo si no les daban dicha información. Y a la edad de los dieciocho le demostraron que tener sexo duro era fundamental. Sí, a esa edad perdió la virginidad y con una señora que le doblaba la edad, pero con una belleza impresionante.

Ahí aprendió que para dominar a una mujer era a través del poder y del sexo. Un hombre sin dinero capaz de comprar todo lo que quisiera su amante, no merecía ser llamado hombre, sino una aberración nacida en una comunidad autoritaria. Y descubrió un mundo lleno de muchas posibilidades. Un fetiche que le había marcado toda su vida. Solo deseaba una cosa: encontrar a la chica perfecta. Las anteriores no le satisfacían sexualmente porque se revelaban o se aprovechaban de su dinero. Él no era un hombre de malgastar. Solo gastaba lo necesario. Y ___ nunca le pidió nada.

Otra vez ese sentimiento que estaba floreciendo. Que cursi sonó en su cabeza. Despertó de su letargo sueño encontrándose a la mujer más hermosa y tan diferente a las otras. Tímida, reservada, sumisa, un poco gorda... Era a ella quien buscaba. Lo tenía bien claro. Su corazón oscuro y corrompido le estaba pidiendo que no la perdiese nunca porque se estaba curando de una soledad inmensa. Ahora deseaba no estar solo siempre. A sus treinta años se estaba dando cuenta que, si no pelea por ella, acabará perdiéndola.

Elevó un poco su cuerpo para estar cerca de su rostro a lo que ella abrió mucho los ojos, impresionada por su cercanía. Su brazo estaba colocado de una manera que le pudiera permitir acariciar su cabeza. Recordó el día en que la recogió de la noche. Tan sucia y sin vida. Ahora, gracias a sus cuidados, era bello y fácil de acariciar. Su nariz aspiraba almendras ahí. Un olor muy particular y apetecible. Le llevó a un mundo de emociones que desconocía y que nunca experimentó. Su órgano olfativo bajó un poco hasta rozar el suyo propio. Eso era una demostración de afecto.

___ apoyó las manos en las ropas de Lucci no intentando arrugarlo. Se veía elegante y apuesto. Su corazón no paraba de latir cada vez más fuerte. Parecía que en cualquier momento se le iba a salir. Lucci cada vez se acercaba más, casi rozando sus labios con los de ella. Ella abrió sus labios a modo de corresponder un beso de él, dándole el permiso. Él no esbozó una sonrisa, simplemente juntó su boca con la de ella. El frío que sentía ___ poco a poco se iba transformando en uno caluroso y reconfortante. Y no era brusco, sino suave.

Su lengua rozaba con sutileza su labio inferior de una manera casi provocante. Ella suspiró por lo bajo maravillada. Y sus manos apretaron con fuerza su chaqueta arrugándola un poco, pero eso no le importaba a él. Quería seguir disfrutando de esa boca de forma placentera, que ella lo recordase para el resto de su vida. Colocó un dedo sobre el inicio de su mandíbula e iba bajándolo poco a poco, rozando su vestido hasta llegar a su vientre. ___ no paraba de temblar, ni siquiera podía reaccionar ante sus caricias. ¿Quién era este hombre? ¿Qué pasó con el Lucci que conocía?

Gimió bajito al sentir la mano del moreno colocarse en uno de sus pechos. Ni siquiera lo apretó y ya estaba muy sensible. Comenzó a amasar esa carne redonda, mientras seguía besándola con fogosidad. Tanto un beso francés como hacer recorrer sus labios con la lengua. De alguna manera, esto la estaba excitando de una manera sobrenatural. ¿Esto era una nueva técnica de seducción? Lo estaba logrando. Su respiración se volvía agitada. Lucci se separaba de vez en cuando para que ella recuperara un poco el aire, pero la volvía a besar, como si quisiera que esto nunca acabase. Iba subiendo poco a poco esa falda larga para tocar esos muslos grandes, que le gustaban demasiado.

Realmente les empezaba a encantar esa sensación. Iba quitando su vestido, pero no tenía prisa en quitárselo por completo. Aprovechó para besar su piel desnuda descubierta; su cuello y sus hombros estaban expuestos. Escuchar sus gemidos eran agradables porque era un modo de correspondencia. De verdad, lo estaba disfrutando mucho y, además, lo repetiría una y otra vez. No se quedó atrás mordiendo su piel dejando marcas. Seguía bajando su vestido dejando sus pechos un poco visibles, pero aún cubiertos por un sostén. Sus lamidas eran suaves y concisas. Ella se estaba excitando demasiado mucho que cerró las piernas por inercia.

El sostén desapareció porque era un incordio para sus ojos. Sus pechos tan redondos y grandes como siempre. Le gustaban demasiado. Esos pezones le estaban llamando. Deseaban que sean devorados por su boca. Y lo hizo, pero de una manera gentil. Ese botón empezaba a endurecerse e iba mordiendo para sacarle más suspiros. El frío no era la causa, sino el aliento caliente proveniente de su boca. Mientras seguía con el labor de mimar esa parte de su cuerpo, iba bajando más y más el vestido dejándola en bragas solamente. Gruñía a modo de satisfacción por tenerla así. ___ no paraba de suspirar y que se removía un poco de su sitio queriendo más.

Pero tuvo que separarse para quitarse su chaqueta americana junto con su camisa de botones. La peli-(c/c) se quedó embobada por momentos que apoyó las manos en sus pectorales para tocarlos. Emanaba calor y era satisfactorio. Sus uñas rozaron el abdomen duro de Lucci. Bien trabajado. Él se aproximó un poco a su rostro para morder su lóbulo y ella respondió clavando las uñas en su piel. Al hombre no le importaba para nada. Cogió sus manos para guiarlas a su cinturón y que sea ella sea quien se lo quite. ___ estaba tan nerviosa que le dificultaba mucho hacer su labor, debía estar muy relajada, pero lo consiguió gracias a la ayuda de Lucci. Los pantalones volaron y se quedó en ropa interior.

Ese bulto se destacaba muchísimo, incluso en plena oscuridad. Lucci agarró sus muñecas sin ninguna dificultad para colocarlas encima de su cabeza. Una manera de no escapar de sus garras de leopardo.

—No desvíes la mirada en mí —le susurró con un toque varonil y excitación.

Mirar esos ojos negros profundos le ponía nerviosa. La estaba imponiendo y mucho. Un gemido agudo realizó al sentir unos dedos acariciar su clítoris por encima de sus bragas. Muy sensible. Demasiado. Su cuerpo le pedía que desviase la mirada por pura vergüenza, pero su cabeza le decía que no lo hiciera porque era una orden. Lucci observaba sus gestos y escuchaba esos suspiros elegantes para sus oídos. Cada caricia que daba más mojaba. Era una maravilla de verla. Sus falanges hicieron presión por la zona de su entrada a lo que ella reaccionó, abriendo la boca y soltando un gran gemido.

La lujuria era uno de los pecados que ningún ser humano pudiera resistirse. Lucci era el mismísimo encarnado que guiará a la oscuridad a la joven. Que se entregase a la criatura del fuego y de la noche. La tortura terminó, pero era solo el comienzo. Se arrodilló ante ella para quitarle la última prenda. Abrió sus piernas lentamente disfrutando de esas vistas increíbles, además de devorarla en todo su esplendor. Comenzó a lamer su sexo agarrando con firmeza sus nalgas para que no escapase. Definitivamente, era un verdadero manjar para Lucci. Y más aún cuando escuchaba sus gemidos. Le haría el mejor sexo oral que nunca tuvo en su vida.

Él se centrará en el clítoris y luego en sus labios mayores y menores dándole el máximo placer posible. El calor desintegra el frío a cada minuto. Los pezones de ___ se erizaban a más no poder. Sus manos agarraban los cabellos de Lucci, como una forma de decirle que no parase. Esa sensación que estaba sintiendo era mucho mejor que las otras anteriores. Ella no paraba de revolverse de su sitio, queriendo liberarse de alguna forma. Mordía su labio para apaciguar esos gemidos guturales. Pero él seguía buscando esos puntos sensibles para enloquecerla. Las manos de Lucci descansaban en el trasero de ella para alzarla un poco y profundizar más en el sexo oral.

Estuvo así un buen rato hasta que ___ llegó al orgasmo. Fue una delicia. No le importaría repetirlo sin dudarlo. Volvió a la posición de antes para besarla que probara su propia esencia sin titubeos. Ella estaba temblando ante el beso francés de Lucci, que sus manos se agarraron con firmeza a los brazos fuertes del hombre no queriendo desmayarse. Su cerebro casi no reaccionaba ante sus movimientos porque eran muy placenteros. Era ahora o nunca. El moreno se quitó la última prenda ya con muchas molestias porque le apretaban demasiado. Se acostó de lado e hizo que ella le diera la espalda. Esa posición era demasiada íntima. ¿Por qué? Porque los dedos de Lucci acariciaban con suavidad su pierna para levantarla poco a poco y entrar en ella sin ningún problema.

Gruñó por lo bajo al sentir sus paredes apretar su miembro, pero resistió en no moverse todavía. En esa posición podía mover su cuello o su lóbulo cuantas veces quisiera. Ella estaba en un estado de vulnerabilidad y lo único que podía hacer era gemir. Además, su barba, con su forma curiosa, le hacía cosquillas. El vaivén era lento y tortuoso, no muy típico para Lucci. Unos dedos torturaban su clítoris para que sus sonidos sean más fuertes que antes. Sensibilidad sentía y era horrible, no podía hacer nada ante un moreno muy necesitado. Pero la otra mano descansaba en uno de sus pechos. La tenía colocada por debajo de su cuerpo.

Realmente la excitación era mucho mayor porque estaban solos y el calor contrarrestaba el frío de sus cuerpos. Esto no era sexo puro y duro, era otra cosa que no sabía describir la joven. El vaivén aumentaba a cada momento y las torturas con sus botones sensibilizados. ___ era una maravilla en todo su esplendor. Lucci no quería que esto acabase y sabía perfectamente que ella tampoco. Y esa pasión se terminó cuando él decidió separarse por lo que ella se quejó. No obstante, la obligó girarse y que se sentara sobre su regazo. Otra posición que no estaba acostumbrada porque él podía todo su cuerpo. Es decir, sus carnes un poco sobrantes o sus pechos rebotar a cada salto.

Pero no fue ella quien realizó el movimiento, sino él porque atrajo su cuerpo para empezar con el vaivén nuevamente. Le gustaba escuchar sus gemidos muy cerca de su oído. O apretar sus nalgas con mucha fuerza. O morder su cuello una y otra vez marcándola como era debido. La excitación cada vez se intensificaba aún más porque se movía a una velocidad increíble. Su trasero ya estaba suficiente marcado por las falanges de Lucci. Y, al final, ambos llegaron al orgasmo. Uno tan intenso que ___ alzó mucho la voz casi pegando un grito. Un eco se formó en todo el territorio, incluso podría llegar a la ciudad.

El temblor en su cuerpo no se lo quitaba nadie. Y Lucci solo se dedicaba a aspirar ese aroma tan apetecible que emitía su cuerpo. Olor a sexo. Atrajo su cuerpo para sentirla en sus brazos y que no se separase en ningún momento. Sus párpados se cerraron, disfrutando de esa exquisita sensación. Nunca en su vida experimentó nada igual. Notar su calor corporal con el suyo era embriagador. ¿Por qué no lo hizo antes? Ahora se comportaba como un cachorro de leopardo buscando cobijo en su madre. Giró con ella para quedarse de lado sin despegar los brazos en ___.

La joven estaba confusa ante el comportamiento de Lucci. ¿Estará enfermo? Su mano, con timidez, acarició con suavidad el rostro de él. No se movió. No se quejó. Se dejaba tocar. Sus caricias descendían poco a poco llegando a uno de sus tatuajes. Pero había un lugar que nunca se atrevió a tocar y era la gran cicatriz que decoraba en su espalda. ¿Cuánto dolor tuvo que soportar? Sus dedos la contorneaban para recordar perfectamente el dibujo. No quería preguntar cómo se lo hizo porque era cosa del pasado y, tal vez, será doloroso.

Solo quedaba disfrutar de ese momento hermoso de ambos. Las palabras sobraban, menos las caricias y la respiración caliente de cada uno. Un momento íntimo que no será roto por nadie.

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