Capítulo 7. Diversión en la academia
Advertencia: En este capítulo hay contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo.
La joven ___ comenzaba a sentirse cansada de atender a muchos clientes esa misma tarde. Se notaba la diferencia cuando se trabaja por la mañana y por la tarde. De vez en cuando, miraba de reojo a Lucci cada vez que entrenaba a los alumnos, sobre todo a los niños. Se le encogía el corazón a ver su lado amable y, al mismo tiempo, de profesor. Esas eran las pocas veces que podría ese carácter escondido del moreno. En cambio, ella recibió unos cuantos halagos de muchachos que le decían que era bonita y que les gustaría tener su número de teléfono. Ella se negaba rotundamente porque no quería tener problemas con Lucci.
¿Cómo era posible que esa gente se haya fijado demasiado en ella? Ni que fuera bonita. A veces tenía la sensación de que el moreno la estaba vigilando por si hacía algo indebido. No debía preocuparse. Ella estaba cumpliendo el contrato. Además, Kalifa era más bonita que ella y eso no lo negaba en absoluto. Ya se estaba haciendo tarde y pronto tendrán que cerrar la academia. Los últimos clientes llegaban para terminar. ___, sentada la silla, observaba a Lucci dando un último entrenamiento a sus discípulos casi advirtiéndoles que no se rindan con facilidad. Poco a poco estaba sintiendo un sentimiento que no podía describir. No podía ser que se estuviera enamorando de él. Era imposible.
Él solo la quería desahogar su frustración sexual y punto. Eso la entristecía. Mucho más aún cuando el hombre dijo que él y era eran pareja. Una mentira más que no perdurará por mucho tiempo. Estaba tan distraída que no se dio cuenta que Kalifa le estaba haciendo señas a que cerrará la caja porque estaban a punto de cerrar. Sí, ya pasó la hora y los alumnos poco a poco iban saliendo de la academia. Sus ojos (c/o) fueron en dirección a dónde estaba Lucci, quién guardaba las cosas para la sesión de mañana. Con la coleta puesta se veía atractivo. Sacudió la cabeza quitándose esa idea absurda.
Se levantó de su sitio y caminó hacia él un poco tímida no sabiendo que decir. Lucci, con esa mirada penetrante, era capaz de matar a una persona. Recordó esa sensación cuando lo vio por primera vez. Se detuvo a escasos metros de él, guardando distancia por si ocurría algo malo, y el moreno se giró, encontrándosela enfrente. El ojinegro buscaba señales en su cuerpo. Que era lo que decía. ¿Inquieta? Él era un experto en adivinar esas cosas.
—Eres impresionante —susurró bajito para que nadie los oyese—. Nunca pensé que sean tan bueno en esto.
—Muchos años practicando el mismo estilo de lucha —habló. Aún sus ojos investigaban su comportamiento corporal—. ¿Ya habéis cerrado caja?
—Sí, Lucci-san. —Como le hubiera gustado que dijese «Daddy».
—¡Lucci! —lo llamó Kalifa que se encontraba en la entrada—. Pronto voy a cerrar, así que será mejor que termines pronto.
Él simplemente ladeó la cabeza al recibir dicha información de su compañera. Y luego volvió hacia ___. Una idea se le vino a la cabeza a lo sonrió un poco.
—Hoy cerraré yo, Kalifa —informó.
—¿Seguro?
—Soy el dueño de la academia. Así que, no me importaría cerrar algún día por lo menos.
—Está bien. —Ella caminó hacia el moreno para entregarle las llaves—. Que no se te olvide cerrar bien.
«Descuida», su plan iba en marcha y tomó las llaves ante la atenta mirada de ___. Desconocía por qué Lucci accedió. A lo mejor sacó su lado amable para que Kalifa se fuera a casa y descansara para mañana. Se fijó que se guardó las llaves en el bolsillo, mientras seguía recogiendo las colchonetas y las cuerdas. Ella no podía volver al apartamento por sí sola por lo que decidió ayudarle a recoger. No obstante, Lucci le dijo que no lo hiciera, pero ya era demasiado tarde. ___ cargaba unas cajas un poco pesadas y los llevó a la esquina del tatami. Ella no era la chica que conoció hace un par de semanas. Su motivación había vuelto a la vida.
Estaba muy sorprendido. Pero no quería que se hiciera daño por su culpa. Sus ojos la vigilaban y también a sus compañeros por si alguno ya se había marchado. Y el último fue Kaku despidiéndose amablemente con ___, con una sonrisa de oreja a oreja. Realmente era un chico amable en comparación con Lucci. Lo miró por un segundo y se puso muy roja al ver que se quitó la parte de arriba del karategui. Esos músculos marcados le sentaban demasiado bien al hombre. Se quedó boba en esos instantes. Él se giró para mirarla y ella apartó su rostro con rapidez aún con las mejillas encendidas. Esa inocencia no se le quitaba nadie.
Unos suaves dedos tocaron su barbilla obligándola a que volviese a mirar. Ojos negros. Eran la noche misma o la misma oscuridad que tenía el poder de absorber a las personas. Sus yemas acariciaban con sutileza esa carne que tanto le gustaba a Lucci. ___ tenía la sospecha de que estaba cayendo en una lujuria sin igual. No apartaba la mirada en él.
—Dime una cosa, Kitten. Esos hombres cuando salían y se acercaban a ti, ¿qué te decían?
—Que era bonita y me pedían de salir con ellos. Pero yo les negaba —se sinceró—. Tengo un contrato con usted, Lucci-san.
—Y eso que te quede bien claro —dijo, aproximándose poco a poco su rostro—. Eres mía y de nadie más.
Sus narices rozaron sutilmente buscando alguna reacción linda por parte de ___. Pero ella simplemente abrió un poco la boca como respuesta a eso. El moreno no evitó esbozar una pequeña y notoria sonrisa para luego besarla. Esos labios carnosos eran su perdición más absoluta. No dejaría de besarla por nada en el mundo. Apoyó sus manos en las caderas de la joven para atraerla. Era lo más agradable que pudiera sentir todo su ser.
—¿Te acuerdas cuando te dije que no solo lo hago en el apartamento?
Ahí toda la espina dorsal de ___ se tensó completamente al escuchar esa pregunta a modo de recordatorio. Espera, no había nadie por ahí, ¿verdad? Su corazón comenzó a latir con rapidez cuando Lucci comenzó a manosear su figura, casi apretando algún que otro pedazo de carne.
—Lucci-san… Habrá alguien mirándonos.
—A esta hora no suele haber nadie —iba diciendo, mientras la obligaba a girarse y que mirara por el espejo—. Pero es un morbo muy grande si alguien nos mirase.
—Lucci-san…
—Esa no es la manera de llamarme. —Se atrevió, sin pudor alguno, a pellizcar los pezones por encima de sus ropas.
—¡Daddy!
—Así me gusta. Mírate. Mírate en el espejo. Te pone mirar al espejo, ¿verdad? Yo sé que sí. Toda mujer se pone morbosa al ver como el hombre le hace de todo. Imagínate estando arrodillada, viendo como mi polla entra y sale de ti.
Esos comentarios provocaban que sus bragas se mojaran al instante. Su boca estaba tan cerca del oído de la muchacha que no evitó morder su lóbulo. Pequeños gemidos escuchaban de ella y no dejaba de torturar sus pezones. Ella tenía un don particular para seducirlo sin darse cuenta. Su lengua recorría por su cuello tanteando ese terreno y buscando nuevamente esos puntos eróticos. ___ se sonrojó completamente al notar ese miembro chocar su trasero. Otra mordida recibió en su lóbulo y otro gemido. Estaba claro que el hombre estaba muy necesitado.
—Sé mía de nuevo —susurró por lo bajo. Sus dedos se colocaron en la fina tela de su camisa para ir quitándolo poco a poco—. De verdad que no puedo aguantar más.
—¿Pero aquí?
—Claro que sí. —Sus manos descansan en sus pechos grandes aprisionándolos con fuerza—. Ya te dije que soy una persona que le gusta hacerlo en otros sitios. Y quiero hacerlo aquí.
Ella debía pensar que estaban a solas en ese sitio. Se dejó llevar esa sensación que solo provocaba Lucci. Lamidas, mordidas y caricias resurgían poco a poco despertando ese placer tan real. Él sonrió muy complacido ante la respuesta de la joven. Iba bajando poco a poco hasta sus pantalones atreviéndose a meter la mano en su interior. Definitivamente, sus bragas ya mostraban signos de que estaba mojada. Quisiera torturar ese pequeño trozo de carne y que gimiera más y más. Y con la otra iba azotando una de sus nalgas doblegándola completamente hasta que ___ se arrodillase en el tatami con la voz un tanto agitada.
Bajó sus pantalones para mayor comodidad sin quitar sus bragas. Estaba muy tentado en presionar esa zona, pero todavía había tiempo. A su lado, cogió unas cuerdas un tanto gruesas y colocó las muñecas de ___ para luego amarrarlas juntas. Le gustaba dominar a sus presas y más en esta posición. Ella se sentía indefensa y temblaba porque era la primera vez que Lucci hacía eso. Un hombre juguetón. De repente, sintió una presión por encima de su ropa interior casi rozando su entrada. Él la iba colocando en una posición perfecta, a un lado, para que ella pudiera ver a través del espejo. La vulnerabilidad de apoderó de ella.
—Una pena que no me haya traído juguetes. Hubiéramos estado un buen rato así —comunicó, ya bajándole un poco las bragas.
—Daddy —gimió, apoyando la cabeza en el suelo para estar cómoda.
Y otro más vino cuando Lucci se atrevió a lamer toda esa extensión de sus labios mayores, ya un poco hinchados por la excitación. No iba a desperdiciar ese momento tan lujurioso. Y esa gran molestia que sentía en sus ropas ahí abajo era molesto e incómodo. Sin esperar metió dos dedos de golpe viendo su reacción exquisita. Los comenzó a mover a una velocidad gratificante para ___ y que volviese a acostumbrarse a él. Lucci tenía toda la paciencia del mundo para sentirla una vez más. Esas paredes no paraban de apretar sus falanges, como queriendo más. La joven lo era todo para Lucci en cuanto a sexo se trata.
Estuvieron un buen rato así; mezcla de sonidos entre gemidos, y metiendo y sacando los dedos. Ella no paraba de temblar cuando Lucci decidió morder una de sus nalgas ya perdiendo un poco los estribos de meterla. Y no aguantó más. Se bajó un poco las ropas para colocar su miembro en la entrada y entrar sin ningún problema. Empezó a moverse con fuerza sujetando sus caderas, mientras inclinaba su cuerpo pegando su pecho en la espalda para morder su nuca. Ella le estaba poniendo a mil demasiado. Ese cuerpo era perfecto para él. Mucha carne sobrante para agarrar y amasar.
Y más tarde ambos llegaron al orgasmo a lo que ___ cae rendida en el suelo con la respiración agitada. Lucci se arrodilló para ayudarla a colocarse de un lado y desatándola. Y aprovechó ese momento para acariciar suavemente sus muslos, mientras ella se incorporaba de su sitio poniendo unos ojos de cansancio puro y duro.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, es que… eso no me lo esperaba —confesó.
—Tendrás que acostumbrarte a ello. —Tomó su barbilla—. Yo soy una persona muy activa y necesito desahogarme.
Sí, era entendible. Él la besó, mientras la iba vistiendo adecuadamente para esconder esas leves mordidas o chupetones en su cuello y espalda durante el acto sexual. No deseaba que nadie los viese, aunque no le importaba porque así demostraría que era suya y de nadie más. Miró el reloj colgado en el techo y era muy tarde. Las siete. Ya era hora de marcharse a casa para cenar y tomarse una buena ducha.
—Vamos, tienes que dormir a las diez.
Ella asintió levemente levantándose poco a poco, gracias con la ayuda de Lucci. Había que cerrar la academia cuanto antes, o si no alguien pudiera entrar a robar toda la maquinaria. Tomó su mano para salir y eso provocó que ___ se pusiera roja. ¿Sería capaz el moreno de enamorarse de ella?
Era una misión imposible.
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