Capítulo 6. Trabajo para Kitten

Los días pasaban y la relación entre Lucci y ___ poco a poco iba floreciendo, pero no lo suficiente. Un día de estos, la joven se había despertado muy temprano porque el hambre apretaba hasta escuchar unos ruidos provenientes de atrás. Cuando asomó la cabeza se encontró al moreno entrenando como nunca. Sus mejillas se tornaron de color rosa al verle en ese estado, aunque recordó que ya lo vio desnudo unas cuantas veces. Pero lo más doloroso eran esas cicatrices que decoraban su espalda. Unas marcas que iban a ser de por vida. Se preguntaba cómo se las pudo hacer y cómo pudo soportar todo ese dolor. Definitivamente él era un demonio hecho de metal.

Cuando Lucci terminó, no evitó esbozar una pequeña sonrisa al sentir la presencia de la chica. Cómo depredador que era, caminó hasta ella dispuesto a saciar su sed sexual. No lo negaba. Mira que se había acostado con más mujeres y ninguna le satisfacía sexualmente. ___ era todo lo contrario. Sumisa, tímida, obediente… Lo tenía todo. Incluso sus gemidos despertaban más al demonio que llevaba dentro, dispuesto a demostrarle el placer infinito. Eso lo iba a demostrar ese fin de semana, pero para su desgracia lo llamaron para trabajar. Lucci no solo trabajaba en el dojo, sino también de guardaespaldas. ¡Ahí si le daban mucho dinero!

Ese fin de semana, se quedó sola la joven en un apartamento sin ruido alguno salvo la televisión con alguna que otra película. Tuvo que aprender a cocinar por su cuenta gracias a unas recetas de cocina que encontró en la tablet. Recetas sencillas fáciles de hacer. ___ dudaba que le salieran a la primera, ¡pero el San Jacobo le quedó buenísimo! Jamón y queso envuelto de harina y huevo para luego freírlo. Se le hizo boca agua al ver el queso fundido. Un nuevo manjar que debía añadir. Y sus horas de aburrimiento se las pasaba jugando a las aplicaciones. De vez en cuando recibía mensajes de Lucci preguntándola si todo iba bien en la casa, o que el domingo por la noche llegaba a casa, pero que no lo esperara.

Y así fue. ___ se quedó dormida muy profunda que no se inmutó ante la llegada de Lucci. Eran las siete de la mañana y ya el sueño terminó, estirando sus brazos cansada. Era la hora de levantarse y seguramente que el moreno ya había preparado el desayuno. Además, últimamente estaba teniendo hambre mucho antes. No cambió el pijama por una ropa más adecuada para estar en casa porque hoy estaba vaga. Bueno, se hizo vaga durante el fin de semana. Al abrir la puerta, lo primero que encontró era el silencio. Lucci estará entrenando. O bañándose. Recordó ese momento incómodo cuando le encontró sin la camisa puesta.

Caminó un poco más hacia la mesa del comedor observando que estaba vacía. No había un plato de comida. Bien, era su oportunidad de demostrar lo que había aprendido ese fin de semana sin el moreno. Abrió con cuidado una de las estanterías de la cocina para tomar un cuenco grande. El siguiente paso era abrir el cajón de los cubiertos para coger un cuchillo. Y, por último, al frutero escogiendo fruta fresca para desayunar. Manzana, pera, plátano, ¡y fresas! Esas estaban en la nevera. Las que tenían cáscara las iba pelando con cuidado para no cortarse y luego los troceaba. Se le ocurrió una idea de mezclar la fruta con yogur natural que había en la nevera.

¡Encima había uno grande! Lo iba echando poco a poco al cuenco y lo iba revolviendo para que no se quedara en la base. El aroma que desprendía era deliciosa, perfecta para darle un buen bocado. Y su cuerpo se tensó cuando unos brazos rodearon su cintura y una cabeza se asomó, apoyando la barbilla en su hombro. Era ni más o menos que Lucci recién bañado porque olía a champú. Aloe con un toque de té verde. Una fragancia exquisita para su nariz.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —susurró muy cerca de su oído.

—¿El desayuno?

—Eso estoy viendo, pero se supone que la comida me encargaba yo.

—Pero no estabas el fin de semana. Tuve que apañármelas para preparar la comida —informó.

—Culpa mía —se disculpó—. Y veo que en poco tiempo has aprendido —dijo, tomando en sus manos el cuenco—. ¿Me das una cuchara?

Ella no desobedeció. Abrió nuevamente el cajón de los utensilios entregándole al hombre la herramienta necesaria para comer. Lucci tomó una cucharada de ese manjar que preparó la joven degustando ese sabor dulce.

—No está mal, aunque creo que le falta algo —añadió, lamiéndose los labios.

—¿El qué?

Y la respuesta fue tan obvia: un beso fogoso. Nunca se cansaba de ella. Siempre tenía ganas de jugar con ella. ___ se sonrojó tanto no esperándose ese ataque repentino del moreno.

—Creo que… deberíamos comer —jadeó la joven, mientras empujaba un poco al moreno para tener oxígeno.

—Yo preferiría alimentarme de otra cosa —confesó con una sonrisa torcida dibujada en sus labios.

Ambos se dirigieron a la mesa para comer cómo era debido. La peli-(c/c) sabía que él quería seguir jugando, pero una manera que ya conocía. Pero comer era el número uno. Al sentarse en la silla dio una primera cucharada enorme al cuenco para ponerlo en el suyo. Dio un pequeño bocado y su boca explotó. Una perfecta combinación en su paladar. Debería hacer más de estos. Y Lucci también lo disfrutaba, se notaba cada vez que comía. No le parecía mala idea que de vez en cuando la muchacha se pusiera a cocinar algo. Así ella estaría entretenida y no aburrirse, mientras él estuviera trabajando. ___ pensó la oportunidad perfecta de hablar con él sumamente importante.

—Lucci-san me gustaría hablarle de algo.

—Adelante. Sabes bien que, si hay algún problema, no dudes en decírmelo —le aclaró, recordándole el contrato.

—Quisiera saber si era posible poder trabajar —comentó por lo bajo. Esos ojos negros miraban con intensidad a la chica—. Me paso la vida aquí encerrada y, sinceramente, no quisiera sentirme como en el cuento de Rapunzel. Encerrada en una torre sin poder vivir una experiencia que me depara la vida.

Un buen ejemplo. Realmente Lucci no quería que ella trabajase. Aquí estaba bien, segura de hombres que querrán tenerla en sus brazos. Era bonita y jovial, perfecta para cualquiera. No era que estaba teniendo sentimientos hacia ella. Al contrario. Estaba embobado con ella por todo. Sus facciones, su silueta, su timidez, su sumisión… No permitiría que nadie la tocase. Pero ___ le estaba pidiendo algo que, en el fondo, acabaría sacándolo. Trabajar y que salga adelante, y no quedarse aburrida estando sola en este apartamento. Sus dedos dibujaban el contorno del vaso pensando con claridad. Hasta que una idea brillante surgió en su cerebro.

—Cuando termines, ve a vestirte —ordenó.

Eso desconcertó mucho a la joven. Lucci tenía que trabajar, ¿y le estaba diciendo que se vistiera? Bueno, no lo iba a desobedecer. Al rato de terminar, se dirigió a la habitación para escoger una ropa adecuada. Unos pantalones vaqueros de pitillo y una blusa de tiras color negro. Se agachó para coger unas playeras blancas e ir lo más cómoda posible. La curiosidad la estaba matando. Con solo tener dieciocho años le bastaba en querer investigar lo que le pasaba la cabeza a Lucci. Al salir del cuarto se encontró al moreno ya preparado. Esa camisa ajustada le quedaba bien. Sin darse cuenta de estaba mordiendo el labio inferior.

Sus ojos negros se fijaron en la joven analizándola de abajo arriba. Si tuviera tiempo ya la estaría devorando sin control alguno. Él movió la cabeza indicándole que le siguiera porque ya estaban a punto de salir. Hacía semanas que ___ no salía del apartamento. Observar por las cristaleras era su afición. Mirar por esos cristales a ver cómo estaba el mundo. Ese pasillo que conectaba al apartamento hacia el ascensor se le hacía más grande de lo habitual. Aún no estaba acostumbrada a esas largas distancias. No dejó de seguir al moreno porque era su protector. Se fijó que portaba su mochila para ir a trabajar al dojo.

La única idea que se le ocurrió era que la iba a llevar ahí. ¿Acaso la pondrá trabajar ahí? Era una de las posibilidades. El ascensor aún seguía siendo un lugar peligroso y no se atrevía a mirar abajo. Siempre al frente. A veces creía que Lucci en algún momento la iba a empotrar en la pared para devorarla porque recordó que a él le gustaba jugar en otros sitios que no sea en la casa. Le daría bastante vergüenza si llegasen hacerlo en un lugar público, pero a él no le importaba en absoluto. Solo buscaba diversión y que ella entrase en ese juego erótico. Su cuerpo se tensó por la respiración casi tranquila de Lucci muy cerca de su oído. Él era alto, pero su cercanía provocaba en ___ más nervios de lo habitual.

Y un suspiro de alivio salió cuando las puertas se abrieron dando acceso al garaje. Otro sitio que sería idóneo para hacerlo. «¡Deja de pensar en esas cosas!», se riñó así misma, sacudiendo la cabeza con fuerza. Los pasos del hombre eran seguros; se imaginó a un demonio que caminaba a su destino cautivando a la bella joven que aún estaba quieta en su sitio. Claramente él se giró, esperando a que ella le siguiera. La pobre tuvo que reaccionar a tiempo para llegar hasta Lucci teniendo cuidado en no tropezarse. Se sintió tonta en esos instantes. El jaguar los esperaba ansioso, o más bien, a su dueño para que arrancara. ¿Qué poderoso pudiera ser el moreno?

___ no esperó en sentarse en el copiloto, mientras esperaba por él que fue al maletero a guardar la mochila. Aún olía a nuevo. Le gustaba ese toque tan característico de los objetos cuando se compran nuevos. Eso pasaba con los libros. Esas hojas tenían un toque a quemado, a tinta y a impreso. Y los coches iguales, sobre todo los sillones o cuando el dueño ponía un ambientador. Lucci se subió al vehículo y, por arte de magia, se encendió solo sin necesidad de colocar la llave en el contacto. La tecnología de hoy en día cada vez sorprende a la muchacha. Hoy no era día de lluvia. Las noticias del tiempo predijeron que hoy iba a estar soleado, perfecto para ir a la playa o al campo. Nunca tuvo oportunidad de ir a uno de esos sitios por culpa de su madre. Estuvo a punto con uno de sus hermanos, pero eso fue hace años.

La trayectoria duró quince minutos más o menos y Lucci encontró aparcamiento sin ninguna dificultad. ___ giró un poco la cabeza para ver los edificios encontrándose con un nombre bastante peculiar. CP's Dojo se llamaba. ¿Era el lugar donde trabajaba Lucci? No obtuvo respuesta porque el moreno le abrió la puerta para que saliera. Se puso incrédula porque no creyó que le hiciera caso. El contrato. Hablar era sano para esa relación que había entre ellos dos. Y ni siquiera él se negó a tal petición. Un movimiento de la cabeza del moreno sugiriéndola que lo siguiera. Emoción sentía en esos momentos. ¿Cómo será el lugar? ¿Serán amables con ella?

Por fuera parecía una academia normal y corriente de color blanco y negro, ventanas nuevas y que daba la sensación de que era un lugar seguro. Lucci se hizo paso para que ___ entrase primera. Otra vez ese olor a maquinaria y colchonetas nuevas. Parecía que al moreno no le agradaba tener objetos viejos. A un lado estaba una chica de cabellos castaños tirando a rubio, con unas lentes puestas y una figura la mar de divina. Parecía la típica secretaria que tenía cualquier jefe de cualquier empresa. Los ojos de la mujer se clavaron en Lucci, pero sobre todo en ___.

—¿Nueva clienta? —preguntó, ajustándose las gafas.

—Nueva empleada —corrigió el moreno. ___ no se lo esperaba menos y la otra se quedó asombrada.

—¿Perdón?

—Me pidió trabajo y a lo mejor te gustaría la idea de tener una ayudante.

—¿Y tiene experiencia? —cuestionó. Esos ojos parecían que estaban echando chispas.

—La tendrá contigo —lo dijo sin tapujos. Se dio la vuelta para mirar a ___—. Ella es Kalifa, y te enseñará lo básico de su trabajo. Ella administra los documentos y recibe a los alumnos a través de una lista que tiene ella. Incluso los pagos. Tranquila, lo harás bien —comentó, al observar que la chica estaba un poco indecisa—. Ahora te dejo, tengo que prepararme para el comienzo de clases.

«No te vayas», le pidió con la mirada y no tuvo resultado. Lucci entró a la gran sala del dojo. Ella se quedó unos segundos observando el interior con pequeñas atalayas y un tatami en el centro. Y alguna que otra maquinaria para entrenar el cuerpo. Escuchó a Kalifa llamar su atención por lo que se giró instantáneamente. No quería enfadaría.

—¿Tu nombre?

—___ ___.

—¿Edad?

—Dieciocho —respondía, pero por pura incomodidad.

—Si te soy sincera, no entiendo por qué Lucci quieres que trabajes aquí. Pero es el jefe, al fin y al cabo —especuló—. Ven, te voy a enseñar antes de que lleguen los clientes.

La joven ___ se colocó al lado de Kalifa muy atenta a las tareas que debía realizar. Parecía sencillo; aunque a veces sus ojos estaban dirigidos al tatami. Lucci ya estaba listo para entrenar a sus alumnos. Su ropa fue cambiada por uno al estilo de karate con cinturón negro. Tenía la ventaja que había cristales por si pasaba algo dentro y Kalifa o ella podrían enterarse. De pronto, sus oídos se agudizaron al escuchar a alguien entrar. Era un chico joven con una gorra y una nariz larga y cuadrada. El muchacho tenía una sonrisa alegre, pero se sorprendió al ver a ___.

—¿Quién es ella? —preguntó.

—Una nueva empleada. Lucci la trajo —respondió Kalifa.

—¿Lucci? Qué raro. —Muy extraño—. Bueno, si es así, mi nombre es Kaku.

—___ —se presentó.

—Veo que Lucci ya está dentro. Me iré preparando.

¿Qué edad tendrá? Se veía más joven que Lucci, pero seguro que no tendrá el mismo carácter que el moreno. Amigable y dulce en comparación con la frialdad. Dentro de un par de minutos iban a llegar los alumnos que, le explicó Kalifa, eran adultos que eran desempleados o que ya estaban jubilados. ___ se colocó en la entrada para recibirlos e identificar sus tarjetas de identidad, y que se corresponda con los datos guardados en el expediente de la tableta. Poco a poco llegaban y ya le estaba cogiendo el truco. Algunos la miraban intrigados porque nunca la habían visto, otros sonreían con educación a la nueva empleada.

En la lista que estaba en la tableta había un horario específico de entrenamiento. Era una hora, suficiente para cada clase. No sólo venían los desempleados y los jubilados, también adultos con empleo e incluso niños que se dividían por edades. Pues sí que estaban ganando mucho dinero en este negocio. Kalifa le aconsejó que tuviera lista la siguiente ronda de alumnos cuando acabase este, ya que estaba organizado por horarios. Pero ahora mismo deberá esperar. «Es un buen negocio», pensó, y tal vez hayan ganado muchos seguidores. Desde su sitio podía ver cómo entrenaban junto con Lucci y Kaku. Estaban divididos por dos grupos. El tatami era grande, así que podían hacerlo de esa manera.

Era increíble ver al moreno comportándose como un verdadero maestro. Se preguntaba si se comportaba igual con los niños. ¿Cómo sería tener un hijo con él? ___ sacudió la cabeza con violencia quitándose esa idea en la cabeza. No debía pensar en eso porque dudaba que Lucci quisiera tener una pareja definitiva y formar una familia. Él era libre y hacía lo que quisiera. Soñar era gratis, ¿no? Las horas pasaban hasta que era la hora del almuerzo. ___ tenía un hambre atroz. Nunca pensó que trabajar fuera tan duro y le estaba gustando demasiado esa experiencia nueva. Kalifa le indicó donde estaba la cocina y que ellas empezarían primero, ya que los chicos debían preparar la siguiente ronda.

Y dentro de poco llegará el otro profesor. Así que eran tres, ¿eh? La cocina era grande, suficiente para que quepan unas cuantas personas. Ella sacó de la nevera que ella misma preparó una ensalada césar. Rápida y sencilla. El hambre apretaba, pero ___ no sabía si esperar a Lucci o que. Después de todo, él era su Daddy y él era quien tomaba las decisiones. Antes de que la otra mujer hablase, llegaron ambos secándose el sudor con una toalla.

—Hoy ha sido un día duro —confesó Kaku—. Pero se nota mejoría, sobre todo en los mayores —le estaba comentando a Lucci por el camino el progreso de su grupo.

—En eso no te lo discuto —confirmó. El moreno se sentó justo al lado de ___—. ¿No has empezado a comer?

¿Decirle la verdad o no?

—Le estaba esperando, Lucci-san.

Ese comentario dejó sorprendidos a Kaku y a Kalifa. Ambos se miraron, preguntándose si esos dos eran algo más que conocidos. El moreno no dijo nada, tan solo esbozó una pequeña sonrisa.

—Oye, Lucci, ¿por casualidad ___ y tú sois pareja? —preguntó Kaku.

___ se puso colorada ante esa idea. Si él supiera la verdad, no pensaría igual. En cambio, el moreno se mantuvo callado ante la pregunta del muchacho. Esa palabra no estaba en su vocabulario. Pareja. Sinónimo de novio o novia. Ni siquiera tenía sentimientos hacia ella. Lo único que le gustaba era todo de la joven. Su timidez, su inocencia… Lucci no era un hombre de emociones. Sin embargo, para callar bocas, tomó la mano de ___ dejándola con un rostro confuso.

—¿Algún problema que lo sea? —especuló. ¡La cara de ___ era puro poema!

—No, ninguno. Es que me sorprende que tengas novia. Te conozco desde hace tiempo y no es normal en ti eso.

La respuesta de Lucci fue clara: un gruñido de molestia. En cambio, ___ mantenía la cabeza agachada no creyendo lo que acababa de suceder. Pero volvió a la realidad pensando que era una estrategia del hombre para que lo dejasen tranquilo. La probabilidad de ser novia de él eran muy pocas. Desilusión que no mostraba por fuera, sino por dentro. Tampoco su intención era enamorarse de él porque ya estaba conociendo la personalidad de Lucci, pero él tenía algo que la cautivaba. Era un hombre vestido de diablo para meterla en un mundo lleno de placer. Un suspiro salió de sus labios ya no queriendo pensar en ello.

De pronto, entró en la puerta otro hombre con una cicatriz en el rostro, melena larga y morena peinado por una trenza, y tenía un curioso bigote. Les recordaba a los típicos chinos que entrenaban taichi.

—Buenas tardes a todos —saludó con educación.

—Buenas tardes, Jabra. ¿Has almorzado?

—No, tuve que dejar a mi novia al hospital. Ya sabes temas de embarazo. Desconozco cuantas horas estuvimos ahí dentro. Casi me desmayo.

—Que quejica eres —dijo Kaku.

—Cállate, narizotas —gruñó. ___ notó que había rivalidad entre esos dos. De pronto, el hombre se dio cuenta que había alguien más y dirigió su mirada en la joven—. ¿Y ella?

—Es ___. Va a trabajar aquí como mi ayudante. Y espero que traigas todos los papeles necesarios para tu novia porque, en el caso de que tenga un accidente, ¿cómo la aseguramos? —Kalifa le gustaba tener todo detallado y cumplir la ley al pie de la letra.

—¡¿Novia?! —El pobre Jabra, que estaba bebiendo agua, escupió.

—Ya hice unas llamadas, mañana lo tendrás todo listo —informó el moreno.

—¡¿Cómo que novia?! —El otro no daba crédito a lo que sus oídos escucharon—. ¿Cómo puede ser que una chica como ella esté contigo?

—¿Cómo que una chica como ella? —preguntó con mucha molestia en su tono de voz.

—Bonita y seguro que amable. En comparación contigo que eres frío como el hielo. No me malinterpretes dulzura, pero este tipo no te hará feliz.

—Lucci-san es bueno conmigo —confesó y lo defendió.

—Bueno en la cama, dirás —corrigió Jabra.

La joven se encogió de su sitio no teniendo respuesta para ello. Ese hombre intimidaba, pero no tanto como Lucci. Si lo que dijo era cierto, tal vez la esperanza de que él y ella sean pareja eran casi nulos. Ella era gorda en comparación con el hombre de rostro felino. Tristeza se inundó en todo su ser.

—Terminad de comer que dentro de quince minutos vendrán los clientes.

Será mejor no pensar en ello.

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