Capítulo 5. Los juegos del demonio
Advertencia: en este capítulo hay contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo.
A la pobre ___ le dolía mucho el cuerpo. Menos mal que Lucci le pidió que se fuera a su cuarto antes de que sea demasiado tarde. No se imaginaba si se quedaba toda la noche con él. No podía creer que lo haya hecho con ese moreno con mirada felina. Y que él lo haya disfrutado. Se sobaba las nalgas porque el hombre le dejó marcas, pero más en el cuello. Una forma de demostrar que era suya y de nadie más. Lucci era un vampiro con una dentadura bien fuerte. Eran las nueve de la mañana y le estaba costando mover sus piernas para levantarse de la cama. Si así fue ayer, no quería imaginarse los siguientes días. La dejará agotada en la cama.
Un olor peculiar llegó a sus fosas nasales y pudo averiguar que Lucci estaba preparando el desayuno para luego irse a trabajar. Asomó un poco la cabeza para verlo y se sonrojó tanto porque él tenía la mirada en el pasillo, como si la estuviera esperando. Temor y vergüenza se apoderaron de la joven, pero no podía esconderse más. Dio un pequeño paso. Otro más. Hasta llegar al salón.
—Buenos días, Lucci-san —saludó, aguantando el dolor de sus piernas.
—Veo que has dormido adolorida —dijo, aproximándose a su presa—. Y yo que tenía ganas de jugar contigo —susurró. Tomó un mechón de su cabello.
—Lo siento, Lucci-san —respondió, sin saber que decir. Aunque sus mejillas se tornan de color rosado.
—No me tientes, Kitten —ronroneó—. Aunque tengo que dejarte porque tengo que ir a trabajar.
¡Salvada por la campana! Se alivió tanto, pero dudaba que eso duraría mucho. Él apagó el fuego del vitro para llenar en un vaso un líquido color blanco. ¿Será leche? ¿No era mejor calentarla en el microondas? No obstante, el aparato electrónico estaba estropeado y Lucci llamó al técnico para que lo arreglase. Sí, la advirtió que no hiciera ninguna locura con el hombre. No deseaba enterarse por sí mismo que la joven se había acostado con otro hombre que no sea él. El moreno se retiró, dejando a ___ desayunar con mucha tranquilidad. En la mesa vio dos sándwiches de jamón y queso calentitos y el vaso de leche. Un buen desayuno para empezar el día.
Daba vueltas con la cuchara en el interior del objeto señal de que se estaba aburriendo. Sus ojos estaban puestas en los ventanales grandes. Le daba curiosidad en acercarse y ayer no lo hizo. Desde pequeña tenía miedo a las alturas porque una vez se subió a una casa árbol y cayó. Eso provocó en no fiarse de las alturas. Se asomó un poco, pero se echó para atrás empezando a tener síntomas de mareo. Una mala idea. Oh, cierto, se acordó de los regalos de Lucci. Caminó hacia el salón que se encontraban en la mesa y parece ser que el moreno ya los configuró. Aproximó su mano hacia el móvil y con sus dedos apretó el botón que se encontraba en la parte lateral.
Una tecnología muy avanzada para ella. Tendrá que investigar más adelante. Pero lo primero que vio era un único contacto. El propio Lucci. Era una manera de llamarlo ante cualquier emergencia, aunque no le hacía mucha gracia molestarlo cuando está trabajando. Él le dijo algo de colocarse el reloj digital para tomar sus pulsaciones y el nivel de estrés. Parecía cómoda. Y ya, por último, la tableta. Era más grande que el propio móvil. ¿Qué pudiera hacer con él? Vio una aplicación que le llamó mucho la atención llamado Cooking Fever. Lo abrió y se fijó que era un juego dedicado a la cocina donde tienes que pasar ciertos niveles para ganar dinero o diamantes para comprar más establecimientos.
El juego estaba tan entretenido que se vivió demasiado. Las horas pasaban y, de repente, escuchó el timbre sonar. No quería despegarse de la tableta, pero tenía que acudir de inmediato. Se miró de pies a cabeza si estaba decente y abrió la puerta para recibir a la persona. Sus mejillas se tornaron de color rosa al ver a un chico rubio con la melena hacia atrás, gracias a las gafas y con un puro en la boca. Era atractivo, pero no tanto como Lucci.
—Buenos días, señorita —saludó el muchacho—. ¿Se encuentra Lucci?
—Lucci-san está trabajando.
—Siempre se me olvida que ese amante de las palomas está en sus clases de artes marciales —añadió. ¿Amante de las palomas?—. Me envió un mensaje diciéndome que el microondas se estropeó. Y pensé que estaba aquí.
—Me avisó de que usted venía —informó, algo que al hombre lo sorprendió.
—¿Es su sirvienta?
Si ella le dijera que era su amante, no se lo creería. Al igual que el tema del contrato. ¿Qué debería decir?
—Sí, lo soy.
—Típico de un hombre rico.
—¿Quiere pasar?
—Claro.
Ella se apartó a un lado para dejar pasar al hombre. Él era alto, pero no demasiado como Lucci. Parecía que conocía a la perfección a la casa porque no preguntó dónde estaba el microondas.
—Mi nombre es Paulie, por cierto. ¿Y tú? —preguntó, mientras buscaba de su caja las herramientas necesarias.
—___ —respondió.
—¿Hace cuánto que trabajas para Lucci?
—Desde el viernes.
—Que poquito tiempo.
No dijeron nada más. No quería desconcentrar a Paulie por lo que tomó la tableta en las manos. Ella quería seguir jugando, pero no quería mostrar que vivía ahí y que sospechase la situación. Será mejor llevar todo eso a su cuarto. ___ planeó a hacer algo, como limpiar los muebles de la casa, mientras que el rubio se encargaba de arreglar el aparato. Tenía ganas de seguir jugando con aquella aplicación. Más tarde será. Esperaba a que Paulie se marchase cuanto antes. Él estaba muy concentrado con el microondas. Le hacía mucha gracia verlo con el puro en la boca sin tenerlo encendido.
—¿Puedo preguntarte algo? Aunque creo que no es de mi incumbencia —dijo ___.
—Claro. No hay problema. —Paulie esbozó una pequeña sonrisa de confianza.
—¿Conoce bien a Lucci-san? Es tan… misterioso.
—Es un tipo callado —comentó—. Recuerdo un día que trajo a su paloma al trabajo y no paraba de hacer ventriloquia.
—¿Tiene una paloma de mascota? —En ningún momento, había visto una jaula.
—Creo que está en el veterinario por intoxicación. —Pobre animal—. Antes de ser maestro, formaba parte de mi trabajo. Bueno, de mi superior.
Era impresionante todos los datos que le estaba dando Paulie. Sabía la vida que estaba viviendo Lucci y para ella era un completo desconocido. Tal vez porque prefería callárselo. Un hombre misterioso que no deseaba contar su vida hacia otras personas. Su pasado será doloroso porque el silencio significaba todo. No deseaba indagar más en la infancia de aquel hombre que le salvó la vida. Media hora pasó y Paulie pudo arreglar a la perfección el microondas con una sonrisa de oreja a oreja. Así lo mostraban la gente orgullosa de su trabajo.
—¡Y funciona! —gritó con euforia al emprender la máquina—. Solo fue un tornillo que estaba suelto.
—Lucci-san no me dijo nada de pagarle.
—Ah, no te preocupes por eso. Le daré el comunicado y ya me transferirá el dinero —añadió. Las herramientas fueron guardadas en la caja roja, dispuesto a marcharse de ese lugar—. Pero agradezco su preocupación.
___ asintió muy agradecida ante la respuesta del rubio. No dudó en acompañarle hasta la puerta y despedirse de él. Ahora sí que Lucci no podía decirle nada, es decir, no había hecho nada malo. El móvil estaba en la pequeña mesa del salón y mandó un mensaje de WhatsApp al dueño del hogar. «El mecánico vino y arregló el microondas», escribió, recibiendo una respuesta rápida de él diciéndole que hizo un buen trabajo. Se sintió aliviada de que no le haya hecho preguntas. Otro mensaje de Lucci informándole que se le olvidó comentarle que en la nevera hay comida y esta noche traerá la cena.
Una buena idea. Llegaba un punto en que las ganas de cocinar un nuevo plato. Se estaba olvidando de una cosa.
—¡El juego!
🐆🐆🐆🐆
Las 18:30 p.m. y él estará a punto de llegar a la casa. Y ella entretenida con el juego. Y no sólo con ese, sino con otros más porque no conseguía los diamantes necesarios para comprar un nuevo establecimiento. Un tintineo de llaves llamó su atención, pero lo ignoraba completamente. Lucci había entrado en el apartamento encontrándose a ___ sentada no muy formal en el sillón. Es decir, estaba al revés jugando con la tableta. ¿Cuántas horas se habrá pegado con esa tecnología? Debería poner unas restricciones cuanto antes. El moreno se acercó con sigilo con un mano ocupada porque sostenía una caja.
Un olor peculiar y, que tanto extrañaba, alertó por completo a la joven que apartó los ojos en la pantalla. Era una caja bastante grande y en una de las solapas decía: “pizza”. Se sentó adecuadamente sin apartar la mirada en el cartón queriendo saber los ingredientes. Años que no probaba bocado de una deliciosa masa. El sabor de queso reaparecía, haciendo boca agua. Él sonrió muy satisfecho y, con malicia, aproximó la caja para tentarla.
—¿Lo quieres? —preguntó. Obviamente, ella asintió suavemente un tanto hipnotizada. ¡Dios! El olor era sumamente deliciosa—. Bien, pues levántate —la ordenó.
___ no dudó en hacerlo. La tableta lo dejó en la mesa porque le quedaba poca batería. Su rostro estaba tan pegada a la caja que parecía que en cualquier momento lo iba a devorar. Su cuerpo subía cada vez poniéndose de puntillas hasta quedarse enfrente del rostro de Lucci. Sus mejillas se tornaron de color rosa al tenerlo tan cerca. Lo hizo por pura malicia.
—Por tu reacción prefieres la pizza que a mí —dijo, mostrando un poco de celos—. ¿Ni siquiera me darás un beso, Kitten?
—Yo… no sé si quieres un beso mío. —La timidez volvió en sí.
—Desde ayer, siempre me entran ganas de besarte y ganas de jugar contigo —ronroneó. Sus dedos acarician con sutileza su cuello—. ¿Tú no piensas lo mismo.
—Sí, Daddy. —La tensión sexual se cernió en ese ambiente.
—Primero, vamos a comer. No quisiera que se enfríe la comida.
Sintió un alivio inmenso que esa tensión se haya roto. Ambos caminaron directos a la mesa de la cocina para comer sin ningún problema. La caja era grande y la pizza será igual. Cuando abrió la caja, sus ojos se agrandaron al instante y brillaron con intensidad. La masa se componía de salsa de tomate con queso gouda, champiñones, mozzarella, pimiento rojo y verde, y cebollas. El estómago rugió con tal intensidad que tuvo que encogerse de su sitio con pura vergüenza. Esto le pareció divertido a Lucci.
—Veo que tu comida favorita es la pizza.
—Mi mamá me prohibió comerla cuando se le metió a la cabeza de meterme al modelaje.
—¿Modelaje? —repitió. Esto se puso interesante.
—Pero se burlaba y me criticaba por mi físico, ya que no adelgazaba —añadió ___. Dio un pequeño mordisco a la punta de la masa. De alguna forma, incendió al gato grande.
—Hoy en día hay modelos con curvas como tú —comentó.
—Pero yo no me veo.
—Y tampoco quiero que los hombres te miren —espetó, inclinándose un poco más—. Tu cuerpo solo será visto por mis ojos.
Cada comentario provocaba que ella se volviera más tímida y mordiera poco el trozo de pizza. ¡Qué delicia!, tanto tiempo sin probar uno. Concentrada en su comida que no se percataba de la mirada intensa de Lucci. Su mente pervertida empezaba a funcionar, pensando con claridad que juegos podía usar. Ya era hora de probar algo nuevo para ella. Un juego que tendrá que practicar. Después de un rato, la caja estaba vacía satisfaciendo los estómagos de ambos. ___ tenía la boca un poco manchada de la sala de tomate, pero su sonrisa era ancha por el disfrute. De repente, se tensó mucho al escuchar la silla moverse. Lucci se puso a su lado con un papel en la mano e iba limpiando la comisura de sus labios.
—Pareces una niña pequeña. Y me gusta mucho —confesó con susurro.
—Lo siento.
—¿Algo hizo el mecánico contigo?
—No, simplemente hablamos y me contó que tienes una paloma.
Lucci asintió con la cabeza y sin aguantarlo, la besó con fogosidad. Se volvió adicto a esos labios tan carnosos y que necesitaban atención. Ella estaba tan sorprendida que él lo esté disfrutando. Caricias surgieron en sus brazos notando esas yemas queriendo descubrir más de ella.
—Vamos a jugar —susurró. Un respingo sintió en su columna vertebral. El hombre no se saciaban de ella—. Y este juego te va a rentar muchísimo.
—¿Por qué? —preguntó a modo de tartamudeo.
—Porque vas a aprender muchísimo. —Tomó las manos de la joven para levantarla de la silla y guiarla hasta el gran sofá.
¿Por qué tenía la sensación de que esto iba a terminar en sexo? Como para no conocerlo. La empujó suavemente para que se sentara, aunque su cuerpo hizo ademán de acostarse. Aprovechó esa postura para acostarse encima de ella. Un depredador que necesitaba morder a su presa. Los nervios florecían cada vez más por el acercamiento de ese hombre con mirada felina.
—Es hora de que aprendas y disfrutes de una cosa —comentó, atreviéndose a morder la barbilla de la joven—. Y es una forma de disfrutar también. —Sus manos descansan en el pantalón de ella para bajarlos.
—Lucci-san —lo llamó, pero recibió un azote en sus muslos.
—Ese no es el nombre correcto, Kitten.
—Lo siento, Daddy —se excusó y dio un respingo al sentir los dedos del moreno presionar sobre sus bragas.
—Tengo cierta curiosidad en una cosa. Las mujeres os excitáis con el toque, pero quisiera saber si tú eres capaz de excitarte con mi voz.
Vaya pregunta más vergonzosa. Pero no negaba que el tono de su voz ponía a cualquiera los pelos de punta. ___ temblaba a más no poder porque cada vez él presionaba esa zona y su rostro muy cerca de su oído, susurrándola cosas sucias. Su rostro estaba rojo como un tomate e intentaba no mirar al sujeto. Pero esos comentarios estaban haciendo efecto porque poco a poco sus bragas empezaban a mojarse. Lucci estaba más que satisfecho que ella tuviera tal reacción. Se lamió el labio ya deseando probarla con mucho gusto. Con sus dientes mordía su lóbulo y empezó a mover un poco sus dedos, estimulando ese pequeño botón que despertaba poco a poco.
Esos gemidos eran música para sus oídos. Pero quería más y no se iba a detener. Sus bragas desaparecieron al instante, obligándola a abrir sus piernas dejando ver su sexo. Un buen manjar para un depredador sexual. Mordidas y lamidas inició en su muslo derecho dando un pequeño recorrido hasta llegar a su pequeño plato. ___ comenzó a sentirse extraña al notar esa lengua recorrer sus labios mayores, incluso su clítoris. Ahí se pasó la mayor parte jugando con ese botón. Esa sensación tan extraña que formaba su cuerpo, comenzó a aceptar ese placer majestuoso. Sus gemidos inundaban todo el apartamento y a Lucci le importaba poco si los vecinos la escuchasen.
«Se siente bien», pensó sin dejar de gimotear. Por instinto, agarró de los cabellos de Lucci y no recibió ninguna queja por su parte. Eso le demostraba que ella pedía más. Su lengua iba metiéndose en aquella cavidad que se ensanchaba cada vez más. En sus pensamientos era deliciosa. Diferente ante otras mujeres. Sí, tuvo experiencia con otras, pero debía reconocer que ___ le excitaba demasiado por su complexión física. Él era un caballero que primero deseaba darle placer a la mujer y que llegase al orgasmo. Al cabo de unos minutos ella llegó sin ningún problema. ___ jadeaba y temblaba, intentando recuperar el aire.
Lucci esperó unos segundos para que se recuperase y tomó sus manos para que se pusiera de pie. Él, eventualmente, se sentó en el sofá y la obligó a arrodillarse, estando entre sus piernas. La joven apartó la mirada muy avergonzada porque se notaba el bulto en esos pantalones. Pero él tomó su barbilla para que volviera a mirar.
—Ahora es tu turno.
—Yo no sé.
—No es tan difícil —murmuró. Sus nudillos acarician una de sus mejillas—. Yo te voy guiando, Kitten.
___ dudaba demasiado, pero Lucci lo hizo por lo que debería hacer lo mismo. Guía sus manos hacia la cremallera para bajarlo lentamente e iba buscando con cuidado el miembro. Esa cosa era grande y gruesa, y se le notaban las venas a punto de explotar. Lo agarró con sus manos y empezó a moverlo de arriba para abajo. Ese pene estaba bombeando, como si estuviera vivo. Alzó la mirada hacia él que se encontraba tranquilo en su posición, pero Lucci apoyó sus manos sobre las de ella.
—Apriétalo un poco más —le sugirió.
___ le hizo caso porque él conocía este tema. Un maestro que enseñaba a su alumna. ¿Eran cosas suyas o esa cosa estaba creciendo? ¿Cuál será el límite de un hombre? Tenerlo en sus manos se sentía poderosa y que podía hacer cualquier cosa que no causara problemas al muchacho. Con todo el atrevimiento del mundo, lamió un poco el glande notando lo espumoso que era esa zona. Un lugar muy delicado. Para Lucci verla lamer, lo incendiaba cada vez más. Ese rostro tímido e inseguro preguntándose si lo estaba haciendo, era una maravilla para sus ojos. Agarró sus cabellos que estaban siendo un estorbo para la chica. De alguna manera, ___ notaba como su sexo volvía a lubricarse ante las acciones que realizaba.
Y otro atrevimiento hizo, metiéndoselo en la boca para mover su cabeza de arriba abajo. Escuchaba pequeños gruñidos por parte del hombre porque le empezaba a gustar. Ese miembro cada vez crecía más en su cavidad bucal. Era como si estuviera a punto de explotar. ___ estuvo mucho tiempo así hasta que él apartó su cabeza con suavidad y fue él mismo en terminar de masturbarse, colocando un trapo encima para no manchar nada, ni siquiera en la joven. Tocó su mejilla con suavidad a modo de recompensación.
—Lo has hecho muy bien.
—Me siento rara ahí abajo —confesó muy avergonzada.
—Ya veo que te excitaste de nuevo —comentó. Tomó sus manos para levantarla y sentarla sobre su regazo—. Y no tengo problema en satisfacerte, Kitten.
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