Capítulo 4. Rompiendo la barrera
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Hoy era lunes y ___ despertó de su letargo sueño. Ese fin de semana fue relativamente extraña y con una tensión inimaginable entre Lucci y ella. Desde el sábado la joven había estado tomando las pastillas anticonceptivas a las seis de la tarde. Se lo dijo. Desde ese día el moreno no se atrevió a tocarla porque se iba a descontrolar la situación. Ya empezó a habituarse en limpiar un poco la casa para dejarla pulcra. Estiró los brazos, ya despertándose por completo, y se levantó de la cama pensando en que ponerse. Tal vez unos pantalones sueltos y una camisa sencilla sería la adecuada. No iba a salir de la casa de todos modos.
Recordó el sueño erótico que tuvo esa noche. Sus mejillas se tornaron de color rojo no creyendo haber soñado eso. Esas palabras de Lucci resonaban una y otra vez en su cabeza. "¿Nunca te has imaginado a un hombre follarte?", esas fueron. Por su culpa había estado teniendo sueños eróticos con ese hombre. Cualquier mujer lo desearía. Pero ella no debía creer en esas cosas. El moreno solo estaba jugando con ella. Aunque cuando la tocó, parecía disfrutar de ese cuerpo tan diferente a otros. Sacudió la cabeza con violencia no queriendo recordarlo. Ya vestida, se dispuso a salir de la habitación.
No olía a comida preparada. ¿Estará haciendo otra cosa? Un ruido de agua escuchó en la habitación de Lucci. Eso era señal de que se estaba bañando. ¿Cómo será el cuerpo de ese hombre desnudo? «¡Basta, ___!», se riñó así misma por tener pensamientos impuros. Caminó con rapidez hacia la cocina y su grata sorpresa era encontrarse la mesa llena de comida. Pues sí que preparó el desayuno antes de tiempo. ¿Qué hora era? Las 9:15 a.m. Era temprano todavía. Lo curioso era que solo quedaba el plato de ella, que estaba envuelto de un papel especial para que los bichos no se acercasen a las fresas. Y un zumo de naranja. También había un bote de chocolate. Le iba a dar una sobredosis de azúcar.
Estuvo a punto de sentarse, cuando escuchó algo sonar. Dirigió su mirada hacia un móvil. Era el de Lucci. Estaba recibiendo una llamada de alguien. ___ no dudó en tomarlo e ir rápidamente a la habitación porque será muy importante. Tocó suavemente la puerta con los nudillos y dijo:
—Lucci, perdona por interrumpir, pero alguien te está llamando. Pensé que sería buena idea en venir y...
Al abrir la puerta, ___ se quedó muda al instante. Lucci estaba enfrente suya con el torso descubierto y el cabello suelto y mojado, destacando un poco más esas ondas. Y menos mal que tenía puesto un pantalón porque no sabría cómo reaccionar si viera esa cosa. El hombre tenía un cuerpo normal, pero esbelto. Se marcaban perfectamente esos abdominales que tenían la forma de una tableta de chocolate. Los ojos de Lucci estaban clavados en ella, sin embargo, tomó el móvil para contestar a la llamada.
—Aquí Lucci —respondió—. Son las 9:20 a.m., dentro de diez minutos ya voy para allá.
Se sintió inútil y tonta por quedarse embobada al ver ese cuerpo serrano de ese hombre. Ella se dio la vuelta para ir a la cocina a comer y dejar que Lucci hablase tranquilo. No era una cotilla. Y tampoco quería que él pensase eso. Fresas. Hacía un buen tiempo que no comía unas. Y tampoco recordaba su sabor. Quitó aquel plástico envuelto e iba cogiendo uno para darle un mordisco. Fue una explosión un poco amarga para su boca. Sus ojos vieron a Lucci caminar de un lado para otro, mientras se iba poniendo una camisa de tirantes y hablando por el teléfono al mismo tiempo.
El tono de voz que empleaba era suave y siniestro al mismo tiempo. Cualquier persona de esta humanidad tendría miedo de ese hombre. Lucci se aproximó a ella cogiendo la fruta con su mano. ___ se quedó mirándolo, averiguando cuál era su intención. Y sus mejillas ardieron cuando él lo acercó a sus labios delineando su contorno. Ella no evitó abrirlos un poco. Ese movimiento era lento y tortuoso, capaz de no saciar a la persona. La colocó en su boca para que lo mordiese y lo hizo. Una sonrisa de satisfacción surcó en sus labios. Estaba muy tentado en morderlos.
—La señora debería comprender que el niño debe mejorar para ser cinturón negro. —Aún seguía hablando. Iba acariciando con su dedo largo el mentón de la joven—. Esa mujer siempre metiéndose en donde no debe. Bien, dentro de un rato saldré de casa. Ya voy para allá —colgó.
—¿Tiene que trabajar? —suspiró, cuando él alejó la mano.
—Mis alumnos me necesitan, pero no tanto como tú, Kitten. —Ese nombre la ponía muy nerviosa—. Tienes que desayunar. El almuerzo está en la nevera. Es ensalada de macarrones —iba diciendo—. No abras a nadie menos al cartero. Tiene que traer un paquete. Llegaré a las 18:30 p.m. para preparar la cena.
—¿Y qué paquete es? —preguntó, curiosa.
—De momento, no lo abras. Es una sorpresa.
Con eso dicho, el hombre misterioso se retiró, cogiendo el las cosas necesarias y que no se le haya olvidado. La casa para ella sola. Se iba a aburrir como ostra. Empezó a comer las fresas untando un poco de ese chocolate espeso y bebiendo ese zumo. ¿A qué hora se habrá levantado para preparar todo? No estaba muy segura. Bueno, le daba tiempo de inspeccionar todo el apartamento. Al terminar de comer, se levantó de su asiento para colocar los platos en el lavavajillas. No tenía que hacer nada, solo dejar que la máquina hiciera su labor. Ahora lo único que podía hacer era ver la televisión.
Iba ser una mañana muy aburrida.
🐆🐆🐆🐆
Estaba ansiosa de saber que contenía ese paquete porque era enorme. El cartero fue amable. Además, era atractivo. Sacudió con violencia la cabeza no queriendo pensar en él. Si Lucci se enterase, ¿qué haría? Temía que ese muchacho le pasase algo porque el moreno tenía aspecto de ser un asesino en serie. Hace media que se tomó la pastilla anticonceptiva. No notaba cambio alguno en su cuerpo y no estaba segura si ese método funcionaba. Bueno, no tenía mucha información de ello. Ni siquiera su madre le explicó cómo iba el tema. Ella solo se dedicaba a llevarla a los eventos importantes para que los hombres se fijasen en la joven.
Pensar que la madre solo la quería por dinero, pero la repudió por tener un cuerpo no perfecto. Tenía miedo que Lucci pensase lo mismo. Cuando viese lo que había detrás de esas ropas abultadas, rompería el contrato. No. Ese sábado sintió a un depredador que estaba a punto de devorarla. Se mordió el labio inferior recordando ese pequeño momento. De pronto, escuchó la puerta abrirse y se levantó de golpe para recibirlo. ¿Cómo lo haría?
—Bienvenido a casa, Lucci —dijo, un poco titubeante e insegura.
Él la miró sin decir nada. ¿Hizo algo malo? Se sonrojó un poco al ver sus cabellos recogidos por una simple coleta. Sus ojos vieron como él iba dejando las cosas en el sofá del salón, con la mirada clavada en la suya. Cualquiera pensaría lo mismo: tenía una mirada felina.
—Veo que has recibido el paquete y no lo has abierto —habló, finalmente.
—Hice lo que me pediste.
—Voy a preparar la cena. Luego nos encargaremos de eso.
___ quería ayudar, pero le daba cosa que Lucci le dijera que no se metiera. Se sentía un poco inútil sin hacer nada. Solo se dedicaba a ver las musarañas de las paredes. Entonces recordó una cosa del contrato. Si había algún problema, era mejor hablarlo. Se aproximó un poco a la cocina respetando la distancia entre ellos porque, si lo rompía, tal vez ese hombre la devoraría.
—Sé que en el contrato específica que se encargaría de la comida, pero podría ayudarle y no sentirme inútil. Llevo toda mi vida siéndolo...
Lucci giró un poco su cuerpo para verla por el rabillo del ojo. Una Kitten no debería de estar haciendo ciertos quehaceres que un Daddy podía hacer. Una mujer no debería cumplir esa regla de tres que siempre se había inculcado durante generaciones. Pero ___ habló con él. Era una necesidad urgente para ___. Ella mantenía la cabeza agachada con miedo a que él la ignorase. Hablar era uno de los requisitos en ese contrato.
—¿Te parece bien si me ayudas a picar las verduras?
—¿De verdad? ¡Gracias!
Ilusión vio en esos ojos (c/c). Tan vivos y únicos que despertó cierta intriga en el hombre misterioso. Se fijó que la muchacha no sabía picar una simple cebolla por lo que tenía que darle ciertas instrucciones. La pobre no paraba de llorar, pero resistía para que las lágrimas no resbalasen. Lucci se encargaba de limpiar el pollo. ___ no dejaba de observarlo. Era experto con ese cuchillo. Capaz que pudiera clavarte en el pecho sin ninguna dificultad. Estaba tan distraída que no se dio cuenta que se cortó un dedo. Pegó un chillido tremendo que alertó al moreno.
—Lo siento —se disculpó.
Lucci no dijo nada, simplemente tomó su mano y se llevó el dedo a su boca para curar la pequeña herida. ___ se puso más roja ante el atrevimiento del moreno. Lo estaba succionando, como si fuera un vampiro. Y parecía disfrutarlo porque sus ojos negros profundos brillaban con incandescencia. Un buen rato se pegó así y la liberó por completo, mientras se relamía los labios, muy gustoso.
—Ten cuidado la próxima vez —le advirtió—. No estaré ahí si te volvieses a cortar de nuevo.
¿Y que le chupase la sangre? Lo veía capaz. Un vampiro que no le desagradaba en probar ese líquido rojo lleno de glóbulos rojos. ___ se riñó así misma por ser idiota y prosiguió con su labor, ahora bajo la atenta mirada de Lucci. Eso provocaba que ella se pusiera más nerviosa de lo normal. Y menos mal que terminó a tiempo y dejó al muchacho terminar la cena. Cuatro manos eran mejor que dos, y se notaba demasiado. Pero las de él eran sumamente expertas. Esas manos eran capaces de sacarte un suspiro en cualquier momento. Otra vez ese momento. Debía controlar esos instintos para que él no lo notase.
El olor de la carne blanca inundó todos sus sentidos. Ya su estómago empezó a realizar esos sonidos de hambre. Y menos mal que él no lo escuchó porque se moriría de la vergüenza. Sus ojos (c/o) quedaron clavados en el tatuaje de su brazo. Uno en forma de cuadro y dos líneas que se cruzaban. ¿Qué significado tendrá? No se atrevía a tocarlo por respeto y por miedo. La mesa no estaba preparada, así que se limitó a hacer algo y no estar mirándolo como una boba. Después de aquella vez no le preguntó si había realmente postre. Sus mejillas se incendiaron al recordar esa mirada felina que le dedicaba él y ___ estando casi desnuda.
Todo listo. Durante la comida no hubo intercambio de conversación. Cada uno se limitaba en comer en silencio. Pero, de nuevo, esa tensión sexual abrumadora que notaba la peli-(c/c). Ayer no la tocó, más bien la observaba detenidamente. A saber, que rondaba la cabeza de ese hombre. Perversidades, seguramente. Una mente oscura donde la luz no llegaba. La pobre comenzó a temblar al pensar lo que pudiera hacer con ella. Terminó de cenar con el cuerpo encogido y las manos escondidas entre sus piernas. Grave error. Ese gesto para Lucci significaba mucho más que miedo. Olía a necesidad.
—¿Y has terminado? —preguntó. ___ solo se limitaba a asentir—. No me sirve el movimiento de cabeza.
—Sí, Lucci. —Había situaciones que no sabía como llamarlo. Si por su nombre o como Daddy.
—Ve al sofá. Vamos a abrir ese paquete que tanto te inquieta.
¿Qué podría ser? ¿Más lencería? ¿Quinientas mil pastillas anticonceptivas? ¿Juguetes sexuales? Con solo pensarlo, ya todo su cuerpo se erizó y no paraba de temblar. ___ caminó hasta el mueble que le indicó Lucci, mientras que él recogía los platos para llevarlos al lavavajillas. Deseaba con todas sus fuerzas que esto acabase cuanto antes. Que sean las 22:00 p.m. e irse a la cama. Esa era la hora que le decía él para irse a dormir. Y eran las 19:45 p.m. El tiempo no estaba a su favor. Se tensó al notar la presencia del moreno a su lado. La caja estaba en la pequeña mesa, con las solapas intactas.
—Ábrelo —ordenó.
Antes de hacerlo, tragó saliva notando la garganta secándose. Extendió los brazos para tomar el paquete y la iba abriendo poco a poco. La cinta adhesiva no fue difícil en romperlo. Tomó una bocanada de aire. Lista para lo que estaba a punto de ver. La abrió completamente. Vaya, se esperaba de todo menos eso. Dentro de la caja había otras tres. Contenían un móvil, un reloj digital y una tableta.
—Estar sola en casa no es nada bueno, aunque tengas la televisión para entretenerte. —Lucci tomó la caja de la tableta—. Aquí puedes a limitarte a jugar o buscar información. Un móvil para que estemos en contacto, en caso de emergencia. Y un reloj inteligente.
—No... me merezco todo esto —tartamudeó, muy impresionada por los regalos.
—En el contrato especifica que no te haría falta de nada. Que yo estaré dispuesto a comprarte ciertas necesidades o algún que otro capricho. No debes preocuparte por el dinero.
Como para olvidarlo, pero esto era demasiado para la joven. Tomó la caja del móvil para abrirla y ver el modelo. Era liviano de color blanco. Era de la marca iPhone, uno de los móviles más caros de esa compañía. Se fijó que dentro de la caja contenía una tarjeta SIM para insertarla, junto con una pequeña nota con un número introducido. Era su número de teléfono. Su comportamiento era la de una niña pequeña feliz de abrir sus regalos y que deseaba estrenarlos cuanto antes. No le costó mucho en encontrar la ranura para colocar la tarjeta.
Pero todo su cuerpo se tensó al notar la respiración de Lucci muy cerca de su oído. Su barba, con una forma peculiar, rozaba por su cuello casi provocándole cosquillas. Él cogió el móvil para ponerlo sobre la mesa porque no era momento de entretenerse con eso. Su olfato agudo olía con desdén ese perfume caro que le compró hace dos días. Era un aroma que le sentaba bien porque se mezclaba con la dulce fragancia de ella. ___ estaba muy quieta, pero pequeños temblores la traicionaban. Los dedos largos de ese hombre acariciaban la mano de la joven. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era su forma de coquetear?
—Creo que ya va siendo hora de jugar, Kitten —susurró. Sus dientes atraparon el lóbulo de la chica para morderlo y tirar de él. Un pequeño chillido recibió a cambio—. No sabes lo mucho que he deseado llegar a casa y jugar contigo. —El tono de voz no era la misma que antes. Este sonaba más a la de un hombre necesitado, juguetón y varonil. Una voz ronca que dejaba los pelos de punta a cualquiera.
—Yo... no puedo —se sinceró. Realmente, el miedo la estaba invadiendo casi petrificándola.
—No me pongas excusas, Kitten —le dijo, mientras sostenía su barbilla—. Además, tu comportamiento corporal me indica todo lo contrario. Seguro que en estos días has tenido sueños eróticos conmigo.
Ella se sonrojó tanto porque ese hombre era capaz de leerte el pensamiento. Era un depredador bien entrenado. Lucci esbozó una sonrisa al ver que estaba en lo cierto. Su olfato y su instinto nunca le engañaban. Tomó la mano de la joven para levantarla y guiarla adentro, a su habitación. Si la metiera ahí, ya ___ no podía escapar. Pero no habría forma de huir de las garras de ese felino. Su corazón bombeaba con mucha intensidad no imaginándose lo que podía ocurrir. Nunca había entrado en la habitación de Lucci. Esta sería la primera vez. El cuarto era del mismo tamaño que la suya, con los mismos muebles, pero los colores eran más oscuros.
El aroma que desprendía esa habitación era la colonia o la propia esencia del hombre. Quién se metiera aquí, no pararía de tener sueños eróticos con él. Estaba tan distraída y anonadada ante el aroma que no se percató que Lucci estaba detrás suya, aprovechando en seguir inhalando el perfume de sus cabellos. Despertó de su sueño al notar los dedos de él seguir acariciando sus brazos. La estaba tentando. La estaba coqueteando. Y eso que ella no se imaginaba que el moreno sea un hombre paciente. Él era un tipo que no dudaría en desgarrar sus ropas en cualquier segundo.
—¿Sabes por qué te traje aquí y no en tu habitación?
—No, Daddy —respondió, adecuadamente.
—Tu cuarto es un lugar seguro donde no se puede hacer nada. Es decir, no podría tocarte ahí, aunque mis deseos más impuros me lo pidieran a gritos —susurró. Sus manos se apoyaron en los hombros de la joven para que girase—. Pero si fuera otro sitio, entonces sí que podría saborearte, Kitten.
¿Entonces si había una forma de huir de sus garras? Si estuviera en la casa, obviamente. Ya en otro sitio sería muy difícil de esquivarlos. El espacio se reducía aún más, ya casi rozando los labios del otro. Lucci no se atrevió a besarla, sino más bien con la punta de la lengua lamer el contorno de esos labios un poco gruesos. Poco a poco ___ los iba abriendo casi sumisa dándole la oportunidad al moreno para besarla con fiereza. Sus lenguas se rozaban casi danzando al mismo tiempo. Ella era inexperta, pero se dejaba llevar por el demonio. Sus manos descansaban en el trasero de la joven para apretarlo con firmeza, como si no hubiera un mañana.
Los pulmones les gritaban por un poco de oxígeno, por lo que se separaron. Verla jadear, mientras intentaba recuperar el aire, lo excitó. Tanto que la bestia interna ya se estaba despertando. Sus manos ascendían, haciendo un pequeño recorrido hasta llegar a los grandes pechos de la chica. Frunció el ceño al tocar cierta tela que no le gustaba.
—¿Tienes un sujetador puesto? —preguntó.
—Yo me lo puse porque está usted e iba a venir el cartero —se excusó.
—En primer lugar, no me trates de usted —le corrigió. ___ se tensó al escuchar el enganche de su sostén desengancharse y como sus pechos se liberaban—. Y, en segundo lugar, no me gusta que andes en la casa con esta prenda puesta —dijo, mostrándoselo—. Quiero tener mayor acceso a tus pechos.
—¿Y si viene alguien a casa o si salimos?
—Entonces haremos una excepción. No me gustaría que nadie viese tus pechos, menos yo.
Que hombre tan dominante. Colocó sus manos nuevamente en ellos para tocarlos sin ningún problema. Aunque estuviese la tela de la camisa podía notar la esponjosidad. ___ bajó la mirada muy avergonzada y gemía por lo bajo. Esos eran los sonidos que quería escuchar Lucci. Y amplió un poco más la sonrisa al ver los pezones marcarse bajo la tela.
—Sensible —susurró, atreviéndose a pellizcar uno—, y reactiva a mis tocamientos.
—Lucci.
—Esa no es la palabra. —Apretó aún más aquel botón, donde ___ se quejó.
—Lo siento, Daddy —se disculpó.
—Debes aprender que, cuando estamos jugando, debes llamarme por ese seudónimo.
Lucci imponía demasiado. Se notaba con creces. La tensión sexual era evidentemente que se estaba rompiendo poco a poco. Él quería jugar. Aproximó su rostro a la de ella, pero no con la intención de besarla, sino de morder su cuello. Necesitaba marcarla cueste lo que cueste porque era suya. Las mejillas de ___ se incendiaron tanto y tuvo que agarrarse con firmeza porque pensó que se iba a desmayar. Esa lengua recorría cada parte de su pescuezo, sacando más suspiros de lo normal. Necesitaba más de ella. Escuchar esos sonidos tiernos que la hacían ver adorable. La guio hasta la cama, pero sin necesidad de empujarla.
Lo importante era quitarle la ropa. Verla desnuda por completo. Pero ella intentaba ocultarlo con sus brazos por toda la vergüenza que estaba pasando.
—Kitten no estás facilitando las cosas. Estás haciendo que crezca mi excitación —murmuró.
—No le... gustará—-tartamudeó.
—¿Aún estás con esas inseguridades? De verdad que eres una mujer complicada y eso es un reto para mí —dijo, mientras mordía la piel para seguir marcándola—. ¿O acaso quieres una prueba de que mi hombría está lo suficiente erecto como para romper mis pantalones?
Casi ahogó un gemido al escuchar eso. Una razón más para creer que ese hombre si le atraía su cuerpo. No estaba siendo brusco porque sabía que era su primera vez. ___ apartó los brazos aceptando que no podía huir. Lucci aprovechó la ocasión para subirle esa camisa y emitió un gruñido de satisfacción absoluta. La pobre se estaba muriendo de la vergüenza porque, no solo sus pechos estaban descubiertos, sino también su vientre con una pequeña barriga. El moreno agarró la mano para que girase junto con él. Lucci se sentó en la orilla de la cama estando a la altura de esas montañas voluptuosas.
___ se encogió de su sitio al sentir la respiración de él chocar en uno de sus pezones. Y, con atrevimiento y sin pudor, se metió uno a la boca degustando el sabor único de ese botón, mientras que el otro lo pellizcaba sin devoción. La joven no paraba de gemir por lo bajo, muy sorprendida que esa zona sea sensible. Mordidas y lamidas se dedicaba el hombre, sin despegar la mirada en ella. Sus ojos negros como la noche brillaban con mucho ímpetu. Parecía un niño emocionado por probar un nuevo caramelo. La otra mano de él iba bajando esos pantalones holgados dejando las bragas expuestas.
Desde esa posición podía oler perfectamente la feminidad de la chica. Estará relativamente mojada. Acariciaba por encima de esa tela fina viendo la dulce reacción de ___, que se agarró firmemente a los hombros de Lucci. Otro gruñido de satisfacción salió de su garganta al notar lo mojada que estaban sus bragas.
—¿Ves? Esto comprueba que te está gustando mucho, Kitten.
—Daddy —gimió bajito.
Esa forma de pronunciarlo lo calentó demasiado. Atrajo a la chica para acostarla en la cama y la giró bruscamente. Ella se estaba muriendo de la vergüenza ante la mirada depredadora de Lucci. Ahora sabía cómo se sentía una mujer ante un hombre dominante.
—Abre las piernas —ordenó. Ella las mantenía cerradas por seguridad—. No me gusta repetir las cosas dos veces, Kitten.
Ella iba abriéndolas poco a poco dejando al descubierto su sexo aún cubierto por esa tela. Él no se resistió en volver a tocarlo, recibiendo otros gemidos tan maravillosos para sus oídos.
—¿Cómo sabrás ahí abajo? —preguntó, lamiéndose los labios un tanto hambriento.
Esas bragas desaparecieron porque ya él no podía resistir a la tentación de probarla. ___ tenía la mirada desviada hasta que un gemido de sorpresa salió de sus labios. Lucci le comenzó a realizar un sexo oral. Nunca pensó que eso llegase a ocurrir. La lengua de ese hombre era experta despertando emociones en ella inimaginables. Él lo estaba disfrutando como nunca. Su esencia era adictiva y única que no la dejaría de probar. Torturaba su clítoris una y otra vez sacando más suspiros de ella. ___ se estaba descontrolado. Su pecho subía y abajo con desdén. Un invasor se iba metiendo en su interior, pero sin dejar de mover su lengua.
Aunque estuviese muy mojada, debía prepararla bien para lo que venía. Tenía que estar relajada. Era una mujer en forma de flor que debía abrir sus pétalos para recibir a la abeja para polinizar. No paraba de mover su dedo sintiendo esas carnes aprisionar lo con más fuerza que nunca. Le estaba encantando demasiado. Otra falange metió. Esta vez los movía con mucha rapidez, ya notando los muslos de la chica tensarse. Eso significaba una cosa: estaba a punto de llegar al orgasmo.
—Libéralo, Kitten —la ordenó.
Y como si sus palabras fueran mágicas, se corrió al instante dando un gran gemido que cualquier vecino podría escucharla. Jadeaba sin control intentando recuperar el aliento. Sus ojos (c/o) no dejaban de brillar por puro placer. ¿Así se sentía una mujer al llegar al orgasmo? Notó movimiento delante suya encontrándose con una imagen divina. Lucci se estaba desnudando. Estaba viendo ante sus ojos a un dios o a un demonio caído del cielo. Había visto cuerpos corpulentos, pero él era alguien normal con músculos de por medio. Y se puso muy colorada al ver ese miembro erecto.
Era la primera vez que veía uno en persona. Tuvo que mirar a otro lado por pura vergüenza. No obstante, Lucci tomó su barbilla para que le mirase a los ojos.
—No huyas de algo que te pueda dar placer —explicó—. En otra ocasión, tendrás la oportunidad de tenerlo en tu boca.
—Es que yo...
—Lo comprendo, no estás acostumbrada a ver estas cosas, pero ya lo harás —dijo. Se estaba acomodando entre sus piernas.
—¿Me dolerá? —preguntó, con mucho miedo.
—Si estás lo suficiente relajada, no. Pero te advierto que no seré nada gentil.
¿Cómo iba a estar relajada si ese hombre no tenía pinta de que iba a ir suave? No paraba de temblar. Era una mala señal. Sin embargo, recibió un beso apasionado por parte de él. La lujuria era más poderosa que cualquier otra cosa. Y dio un chillido agudo al sentir ese miembro adentrarse en su interior. Ni siquiera Lucci esperó para que se acostumbraste la joven. Demasiado placer había en él que necesitaba desahogarse. El útero de ___ succionaba con fuerza su miembro viril, dándole la bienvenida a un mundo sin descubrir. Poco a poco la chica estaba sintiendo una sensación de placer casi inexplicable.
Las manos de Lucci descansaban en su cintura casi apretando esas carnes sobrantes. No le asqueaba para nada. Más bien lo excitaba de una manera sobrenatural. Los besos no cesaron porque la lujuria era mucho mayor que otra cosa. Los golpeteos del cabezal advertían que un macho había liberado a la bestia interna. Esto era lo mejor que le había pasado en estos últimos tres años. Se estaba entregando a un demonio que la deseaba. Daba igual su físico. Lo que más le excitaba era su personalidad: su sumisión, su timidez... Él no se cansaría de ella por nada en el mundo.
Las paredes de la joven estaban apretando más con fuerza el miembro viril de Lucci, y este no aguantó más. Explotó en su interior provocando que ___ llegase al orgasmo. Nunca en su vida le había pasado. Aunque, pensándolo fríamente, era la primera vez de aquella joven que ahora jadeaba muy agotada. Al ser una virgen era más probable que se corriese antes. Pero no podía negar que, al fin y al cabo, lo disfrutó. Se lamió los labios muy satisfecho. Con la mano tomó la mandíbula de la peli-(c/c) para mirarla directamente a los ojos. Ese toque de brillo que tenía mostraba placer absoluto.
—Has conocido el lado oscuro de la vida, Kitten —murmuró. Con el pulgar acariciaba con sutileza su mejilla—. ¿Cómo se siente?
—Único y... placentero —jadeaba.
—Eso es buena señal. Ahora habrá que bañarse para que puedas dormir mejor.
Ella asintió, llevándose la mano a su frente para quitar las gotas de sudor. Le costó un poco levantarse por el simple hecho de que le dolían las piernas. Sus ojos se fijaron en las sábanas manchadas de sangre. «Qué vergüenza», se dijo así misma.
—Siento haber manchado las sábanas.
—De eso no te preocupes. Ya tú y yo sabíamos lo que iba a ocurrir.
Lucci agarró la mano de la joven para ayudarla y guiarla hacia el cuarto de baño. Espera, ¿pretendía asearla? Ya, en el filo de la entrada del baño, se giró para mirarlo. Grave error. Los ojos de Lucci mostraban lujuria absoluta. Iba empujando suavemente el cuerpo de ___ para que entrase y él pudiera cerrar definitivamente la puerta.
Era imposible saciar al mismísimo demonio.
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