Capítulo 10. Un demonio sobreprotector

Los días pasaban y la relación entre Lucci y ___ mejoraba por cada momento. El moreno aprovechaba esas pequeñas ocasiones para estar más cerca de ella. Su aroma natural lo volvía loco. Le era imposible estar más de un metro alejado. Un leopardo necesitaba a su hembra. Tenerla cerca y demostrar que ella vale mucho más. En la escuela de artes marciales no evitaba mirar por el rabillo del ojo a los hombres aproximarse y decirle cosas bonitas. Celos producían en su ser. Nunca en su vida se sintió así.

En cambio, ___ cada vez se enamoraba de Lucci sin darse cuenta. Esos momentos íntimos se convertían en amor y no en una batalla de dominación, aunque no debíamos olvidar que a él le gustaba mucho jugar con su presa. Esa noche, cuando volvieron del mirador, la joven no fue directa a su cuarto para dormir porque el moreno se lo impidió. Simplemente la guio hasta el suyo propio para que durmiesen juntos por primera vez en su estancia en ese apartamento. Y todos los días era así. Dormir en su habitación o en la de ella.

Esos pequeños detalles se estaban convirtiendo en algo importante de su vida. Los roces no eran normales, sino tenían un toque eléctrico que ponía a ambos de pelos de punta. Un roce único y espectacular. En el trabajo había a veces en que Lucci se ponía a su lado a modo dominante porque, una vez, Kaku se puso a hablar con ella y no se dio cuenta que su comportamiento era coqueta. Es decir, la estaba ligando y ___ no se daba cuenta de ello porque era demasiada inocente. Y eso alertó al verdadero macho alfa de la joven adulta.

Incluso los compañeros de Lucci pensaron que se estaba pasando demasiado, pero ___ era normal verlo así. Él no sabía cómo comportarse ante esas situaciones. Era nuevo en el tema de las relaciones serias, o eso pensaba ella que estaban en una relación. Nunca lo habían hablado porque no había necesidad. Era un tema muy delicado y que, a lo mejor, él no quisiera tocar con profundidad. Pero todo era muy confuso para ___ por todos esos sentimientos que sentía en él. No debería ilusionarse. No debe.

Pero sus actos la confundían aún más. Muy atento y mimoso. Sí, a veces la buscaba para sentir la calidez de sus brazos o escuchar su voz para estar tranquilo. Uno cálido y amoroso que llenaba en ese corazón sin vida de Lucci. Un felino grande que necesitaba con urgencia a alguien que le diese todo el amor posible. ___ perdió a su familia y lo único que le quedaba era ese hombre que la rescató de ese mundo tan oscuro. Hará todo lo posible para tenerlo contento. Y él hará lo mismo.

Un día, una mañana tranquila en pleno trabajo, ___ se encontraba administrando unos archivos en el ordenador. Kalifa se encargaba de gestionar unos trámites muy importantes y le encargó esa tarea. De reojo veía a Lucci entrenar a los más jóvenes enseñándoles unas técnicas de defensa. Su cara era de boba enamorada absoluta. Estaría todo el día solo mirándole y verlo entrenar. Ojalá estuviera ahí para acariciar esa melena negra. Ladeó un poco la cabeza para encontrarse un hombre al entrar en la puerta. Casi se cae de la silla al reconocerlo. Guild Tesoro. ¿Qué hacía él en este lugar? Los ojos del peli-verde se centraron en ___. Una sonrisa formó en sus labios.

—Me alegro de volver a verla, señorita ___.

—Tesoro-san. —Se levantó a modo de educación—. ¿Puedo saber qué hace usted aquí?

—Quería verte y proponerte algo mejor que trabajar en ese sitio —comentó. Su mano buscaba en su chaqueta un papel que se la entregó—. Es una oferta de trabajo y conseguirás mucho dinero. Estoy buscando una modelo de tu complexión y eres la indicada.

—Tengo que rechazar su oferta, Tesoro-san —dijo ___, dejando el papel en la mesa—. No estoy interesada en ser modelo.

—Oh, vamos. No puedes perder esta oportunidad.

Ya ella experimentó todo ese mundo y no quisiera volver al pasado. No le rentaba para nada. Tesoro no iba a rendirse tan fácilmente. Esa chica le llamó mucho la atención desde que la vio esa misma noche. Tocarla era su mayor ambición. Estuvo a punto de abrir la boca, pero cierto moreno dominante apareció para proteger a su hembra. Lucci fruncía muy molesto ante la presencia de ese hombre. Tomó en sus manos la hoja que le entregó a ___ y lo rompió delante de sus narices.

—Ella no está interesada te lo ha dicho —gruñó por lo bajo el hombre.

—No eres tú quien decide.

—Pero insistes demasiado.

—Vamos, Lucci. Entre tú y yo sabemos que ella no puede sobrevivir dependiendo de este estúpido trabajo. Ella vale mucho más.

Si supiera Tesoro lo que eran realmente, lo calmaría definitivamente sin pensarlo. Pero no lo hizo por respeto hacia ___. Sin embargo, tomó su mano a modo protector. Eso al peli-verde le molestó muchísimo porque tenía un contrincante con armas de tomar. El hombre rico y poderoso de toda la ciudad sacó una tarjeta pequeña para entregárselo a ___. Sin duda no se iba a rendir. Ella ni siquiera estiró el brazo para cogerlo por lo que lo dejó en la mesa.

—Piénsatelo bien, ___. Es una buena oportunidad. Buenas tardes.

Y se marchó, dejando a ambos solos en esa sala. Lucci rompió nuevamente la tarjeta no queriendo que la joven se involucre en ese mundo. No quisiera que la cambiasen por nada en el mundo. Aprovechando que no estaba Kalifa en las andadas, se acercó a ___ con intención de que sus narices rozasen con timidez. Su propósito era protegerla de cualquier ser que la hiciera daño. La joven se puso muy roja ante el comportamiento de Lucci, pero no dijo nada al respecto. Solo aceptó ese dulce gesto con una pequeña sonrisa.

—Si te vuelve a molestar, no dudes en avisarme —susurró.

—Lo tenía bajo control —habló bajito para que ninguno de los compañeros los escuchase.

—Tesoro es alguien que no se rendirá tan fácilmente. Intentará convencerte por todos los medios posibles —le advirtió.

—No quiero meterme en ese mundo, Lucci-san —le dijo—. No soy nueva porque mi madre ha intentado meterme en ese mundo, pero le disgustaba que no bajase de peso.

—Y yo no quisiera que te metas en ese mundo porque todos los hombres te estarán mirando. No es un lugar seguro.

Las manos de Lucci descansaban en las mejillas de la joven y ella las tocó, aceptando ese gesto de preocupación del moreno. Ella no irá a ninguna parte. Prefería estar con él porque le daba toda la seguridad del mundo en comparación con Tesoro. Lucci tuvo que dejarla para volver a clase porque tuvo que interrumpir por ella. Bueno, los niños estaban practicando la técnica que les enseñó, así que no estaban parados. En el fondo, sabía las intenciones de ese hombre poderoso. Pensaba que con el dinero iba a conquistar a ___ y no era así.

Ella era mucho más lista que todos ellos. No iba a consentir que le tocase un pelo de encima. Las horas pasaban y era la hora de cerrar. Kalifa siempre se encargaba de cerrar el lugar, y los otros se retiraban. La cabeza de Lucci estaba en otra parte pensando en algo. Sus ojos se desviaron en ___ quien recogía las cosas pacíficamente, sin ningún tipo de prisa. Hoy era viernes, un buen día para estar juntos después del trabajo. Era verdad que tenían todo el fin de semana por delante, pero su instinto le pedía de hacer algo ahora.

Al salir de la zona de trabajo caminaron juntos en dirección al coche. El moreno no paraba de pensar un lugar. ¿El cine? ¿Un restaurante? Se estaba dando cuenta que pensaba como un novio enamorado de su pareja. Esos sentimientos que sentía por ___ lo estaban confundiendo. ¿Era sano todo esto? Su cercanía era una droga que no podía saciar. Su aroma era tan dulce que quisiera oler una y otra vez. Un leopardo enamorado de su propia presa. Y reaccionó de su despertar al sentir la mano de la joven con un rostro preocupado.

—¿Está bien, Lucci-san?

Como siempre, no obtuvo respuesta por parte del moreno. Su comportamiento no dominante la preocupaba demasiado. No parecía ser el mismo que conoció tiempo atrás. Lucci tomó su mano apretándola de una manera que no le doliese.

—¿Te gustaría hacer algo esta noche?

Esa pregunta la tomó por sorpresa. Nunca creyó que un hombre como él, preguntase sobre su interés. Ladeó la cabeza para pensar un poco y obtuvo una idea.

—¿Qué te parece comer algún sitio? Así aprovechamos para caminar por la avenida —le propuso.

—Es una buena opción. Entonces, vamos a casa a darnos un buen baño y prepararnos.

En el contrato decía que siempre es bueno escuchar a la otra persona. La comunicación era sana para ambos porque así demostraban que uno importaba al otro. Ambos se subieron al vehículo ya decididos de ir al apartamento. ___ estaba más que segura que el comportamiento de Lucci era por su causa. Eso demostraba que sentía algún interés en ella o eso creía. Lucci estaba neutro como siempre. Ahora su mente estaba centrada en la carretera, aunque también en el restaurante. Había uno muy cerca de la playa y no era complicado encontrar aparcamiento.

No tardaron ni diez minutos en llegar al edificio porque a esa hora no solía haber mucho tráfico. Y por el camino que tomaba Lucci era corto. ___ no había visto a ningún vecino rondar por el edificio y era sumamente extraño. Pero le gustaba porque era un sitio tranquilo y no había muchas peleas. Vamos, no había de que preocuparse. Lucci abrió la puerta del apartamento dejando paso a la joven que corrió en dirección a su baño para desvestirse y bañarse. No obstante, unos brazos rodearon su cintura impidiendo a que escapase.

___ pensó que le iba a echar la bronca por correr, sin embargo, no fue así porque Lucci caminó con ella hacia el baño. El cuarto de baño del moreno. Sus mejillas se tornaron de color rosa al ver sus intenciones. Bañarse juntos. Aún le costaba procesar esa información en su cabeza. Sus ropas fueron despojadas y se metieron en la ducha. No esperó ni un segundo en abrir el grifo y que la joven recibiera un buen chorro de agua tibia. Y volvieron los mimos provenientes de ese felino gigante. No había un día en que la dejase tranquila. Lucci marcaba con suavidad su piel una y otra vez. Que sus dientes dejaran marcas ahí.

Incluso las manos de él se colocaban en su trasero para apretarlo con fuerza. Su intención no era excitarla, sino doblegar su poder en ella. Demostrar que era el único macho a quién debía confiar y que era suya. Todo su cuerpo era de su propiedad. Sus dedos eran ágiles para enjabonarla a la perfección. Además, eran magistrales porque tenía mucho cuidado en lavar sus cabellos. Esas caricias provocaban en ella leves suspiros y que perdiera un poco la noción. Lucci le dejaba que hiciera lo mismo, incluso tocar la cicatriz de su espalda. Tenía miedo porque a lo mejor se quejaría. Era una marca muy vieja que no debía preocuparse.

Sus abdominales eran perfectos, esculpidos por un escultor romano o griego. Todo de él no le importaba. No obstante, aún le daba vergüenza que Lucci lamiese su rostro, como si fuera una pequeña gata que necesitaba ser mimada. Media hora bañándose. Para ella fue una eternidad, por lo menos. Y después de eso, venía la parte en que la secaba con la toalla. La trataba como una niña pequeña y en ningún momento se quejó. Le gustaba como la trataba. Lucci le pidió que se quedase un momento en la habitación porque él iba a buscar la ropa de ella. Se estaba pasando un poco, ¿no? Ni que se fuera a marchar la joven.

No tardó ni un momento en aparecer con ropa interior de encaje negro, un mono del mismo color y unos zapatos de tacón plateados. Ella se sonrojó un poco que él no tuviese ni una pizca de vergüenza en coger esas prendas, sobre todo la ropa interior. Todo lo dejó en la cama y Lucci abrió su armario para sacar la suya. ___ estuvo a punto de vestirse, pero él se lo impidió de nuevo. Otra de sus muchas intenciones: vestirla él. Le satisfacía tocar su piel suave y aterciopelada recorrida por sus dedos.

Primero, empezó con sus bragas haciendo un pequeño camino en el inicio de sus tobillos hasta sus caderas. Y añadió un plus besando sus piernas. ___ estaba como gelatina. Parecía que iba a desvanecerse en cualquier momento. Este hombre lo hacía aposta sin dudarlo. Luego, prosiguió con su sujetador colocándose detrás suyo para besar y lamer sus hombros. No tuvo ningún problema en colocar el enganche y no sin antes de proseguir, acarició sus pechos naturales y hermosos que lo volvían loco. ¿La estaba vistiendo o la estaba cortejando para que tuvieran sexo ahí?

El mono fue lo siguiente y este sí que fue una verdadera tortura. Se pasó como unos segundos lentos y tortuosos en subir los volantes porque mordía con devoción su lóbulo. ___ notaba en su trasero la hombría de él despertándose de una manera impresionante. ¿Cómo era posible que este hombre tuviera tanto autocontrol? ¿O era una forma de torturarse así mismo? Qué sádico. Lucci la obligó a sentarse para ponerle los zapatos, pero antes besó todo su empeine y mordiendo su dedo gordo. Y la tortura acabó, por fin.

Un orgasmo mental tuvo sin darse cuenta. Nunca en su vida tuvo uno y este fue de las primeras. Desde su posición observaba como Lucci se deshizo de la toalla dejando al descubierto su virilidad. Se quedó por unos momentos anonadada. Lo había visto unas cuantas veces, pero aún se asombraba por lo grande que era. Quería tocarlo para liberarlo de esa tensión, no obstante, él parecía ignorar su necesidad de masturbarse porque empezó a vestirse. No era el momento para eso, tenían una cita muy importante.

—Puedo ayudarte con eso, Lucci-san —dijo, refiriéndose a la zona baja.

—No te preocupes. Se me pasará muy pronto.

—Pero no quiero que te sientas incómodo.

—Bueno, vamos iguales, ¿no? —susurró, mientras se ajustaba la camisa—. Tú también tienes que estar excitada.

Y eso no lo negaba. Maldito Lucci y sus caricias que provocaban que tuviera un orgasmo mental. El moreno acarició sus cabellos a modo de peine sin necesidad de uno. No pudo evitar oler el dulce aroma que desprendía en ellos. No había tiempo para distracciones. Debían marcharse cuanto antes para no perder el tiempo. Lucci cogió lo necesario y lo más importantes: las llaves tanto del coche como de la casa, unos abrigos, la cartera y el móvil. No hacía falta nada más.

Diez minutos pasaron para bajar por el ascensor y llegar al coche. Todo esto se estaba convirtiendo un hábito para ___. La oji-(c/o) bajó un poco la mirada para visualizar la entrepierna del hombre. Debía de dolerle demasiado. Pero no iba a dar muchas vueltas con el tema. Lucci estaba bien. Molesto, pero bien. Comenzó a pensar en la ruta adecuada para ir más rápido al restaurante. El sitio era caro y lujoso, pero podía remediarlo. No tenía ningún problema con el dinero porque ganaba bien. Ya en el coche tomó rumbo hacia su destino.

Otra vez ___ estaba embobada con las luces que decoraban la ciudad. Ya le gustaría volver a ese mirador porque fue uno de los momentos bonitos que tuvo en su vida. Se centró en Lucci quien estaba concentrado en la carretera. Sus ojos negros brillaban ante la noche. Tenían vida propia. Sus dedos rozaron con sutileza la pierna de él sin intención alguna de tentarlo. Solo quería sentirlo cerca. Minutos pasaron hasta encontrar un buen aparcamiento que tenía vistas en la avenida, casi cerca de la playa.

___ no resistió en bajarse del vehículo para ver las vistas del mar y quedarse maravillada. La brisa soplaba y jugueteaba con sus cabellos con suavidad. La sensación era agradable. Tanto que se pasaría toda la eternidad ahí mismo. Lucci, desde su posición, la observada detenidamente. ¿Cómo era posible que un ser frío pudiera sentir cosas? Cada palpito de su corazón le indicaba que era difícil ignorar esos sentimientos. A su izquierda se encontraba un restaurante chino. Un sitio ideal para pedir un menú y ver las vistas de la playa.

—Pero mirad a quien tenemos aquí. Si es la gorda maloliente.

Y su sentido se agudizó al escuchar a alguien insultar a ___. El rostro de ese muchacho delgado era horrible y agraciado. Lo único que destacaba eran sus labios carnosos y su pelo con forma de cuenco. Y no hablemos de su acompañante. Una mujer horrible con nariz puntiaguda. Y lo peor de todo era que ___ no dijo nada. Temblaba en su sitio con un rostro pálido. La mirada agachada, señal de vergüenza y rendición.

—¿Qué pasa gorda? ¿No te alegras de verme?

—Sterry —pronunció su nombre.

—¡Claro que te acuerdas de mí! ¿No se supone que estabas muerta? —preguntó con arrogancia, casi escupiendo al suelo muy cerca de ella.

—Querido, ¿la conoces? —cuestionó su acompañante.

—Es mi hermana adoptiva —informó—. ¡Fíjate! ¿Cómo se te ocurre llevar esas ropas? ¡Te hacen ver horrible y ridícula!

—Insúltala delante de mí, si te atreves.

Sterry se giró para ver a un Lucci serio con el ceño fruncido y con ganas de matarlo. El peli-naranja por un momento sintió miedo ante ese hombre, pero volvió a su compostura normal y tosió.

—¿Quién eres tú?

—Su pareja.

—¡Ja! Eso ni me lo trago. ¿Novio de esta gorda?

—Insúltala de nuevo y te arrepentirás de haber nacido. —Una guerra estaba a punto de comenzar.

—¡Lucci-san, déjalo! —exclamó ___. Sujetó el brazo de su supuesta pareja para que no hiciera ninguna locura—. Podemos ir a otro sitio. Aquí le molestamos.

—¡Eso! ¡Molestáis las vistas increíbles que tiene mi esposa!

Lucci intentaba todo lo posible para no golpear esa cara de idiota que tenía ese sujeto. Le rabiaba que ___ sea sumisa con él y que permitiera que la insulte. Escuchó bien que era su hermano adoptivo. Su familia era una rata estercolero que no tenía principios ningunos. ___ lo abrazaba aún más fuerte para que no hiciera ninguna estupidez. Sterry tenía más poder que Lucci.

—¿Por qué no insultas a alguien de tu misma burguesía, Sterry?

Y una voz desconocida alertó a todos. ___ desvió la mirada hacia la derecha encontrándose con cierta persona que nunca imaginó volver a ver. Unas cuantas lágrimas se apoderaron de su rostro. Un joven rubio y alto con una cicatriz que le decoraba en la parte derecha de su rostro, miraba a todos con el ceño fruncido. Más aún a la persona que nombró. No podía ser él. ¿O sí? Su rostro era idéntico. Recuerdos buenos vinieron y solo quería pronunciar su nombre, asegurándose de que fuera él.

—¿Sabo?

—Cuanto tiempo, hermanita.

Esas palabras fueron suficiente para que llorara con toda la felicidad del mundo. 

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