Capítulo 1. El salvador vestido de diablo
Lluvia se cernía sobre la gran ciudad de Grand Line. Llevaba una semana así y las calles no se llenaban de gente. Más bien de vehículos por cuestiones de trabajo o por un asunto más importante. Hacía frío. Los vagabundos lo pasaban mal buscando comidas o un cobijo para estar calientes. ¿Por qué los errantes no tenían casas o no iban a las zonas de refugios? La verdad era difícil de hablarlo. Algunos fueron abandonados por sus familias por ser homosexuales, por drogas... Por muchos motivos. O algunos perdieron sus casas a causa del pago de las hipotecas o perder dinero en casinos.
Uno no sabía apreciar la vida con detalle porque solo había una en su etapa de crecimiento. Pero solo había una persona que le desgraciaron la vida. Una sombra hizo acto de presencia en uno de los callejones de esa ciudad. Una pobre joven de cabellos (c/o) caminaba sin rumbo y con un rostro cansado a causa de la hambruna que estaba padeciendo. La muchacha tenía una figura tan diferente a otras mujeres que había visto a largo de su vida. Mujeres esbeltas y bonitas, y ella era todo lo contrario. Aunque pasaba hambre, su cuerpo no había cambiado para nada. Ella se consideraba "gorda". Su nombre era ___.
Sus padres la abandonaron al cumplir los quince años porque ya notaban un cambio tremendo en su cuerpo. Su madre quería que fuese modelo, pero realmente la muchacha no bajaba de peso o, incluso, aplanar el vientre. Y el padre la aborrecía porque siempre le decía que ningún hombre se fijará en ella. En realidad, él era un simple borracho que nunca había estado con ella para apoyarla como padre. Y su madre ponía una excusa de que él merecía estar en la casa porque era su marido, y él estaría de acuerdo en echarla de la casa. Y llevaba tres años en la calle, buscando comida o ayuda. Eso último ya era difícil porque quién deseaba rescatarla. Era una superviviente nonata que robaba la comida o se metía en los contenedores en busca de sobras.
No supo cuantas horas llevaba sin comer. Su estómago pedía a gritos comer, pero estaba tan débil que no podía dar otro paso. Nadie se paraba en darle algo de dinero. Nadie era un buen samaritano. ¿Quién se paraba para ayudar a una pobre vagabunda con ropas desgastadas? Sí, estaba sucia. Uno de sus pies tropezó en una baldosa que cayó, mojándose entera por completo. Lágrimas resbalaban por su rostro por ser tan estúpida de pensar en seguir viviendo. Tuvo pensamientos suicidas en acabar con todo esto. Encontró el mejor sitio para hacerlo. Para desaparecer de la faz de la tierra. Sus ojos (c/o) observaban el puente que separaba de un barrio a otro a causa de un río.
Se levantó con mucha debilidad en su cuerpo. Aún tropezaba, pero no era un impedimento para ir al camino de la salvación. El suicidio era la mejor opción para su situación actual. Era mejor rendirse. No seguir luchando ante esta vida injusta que le puso Dios. No. No debía ser creyente porque ya no creía que las entidades superiores al ser humano existían. Le pidió a ese ser que la salvara, pero no obtuvo respuesta. Más bien recibía a cambio acoso de la gente de la calle o ignorancia en la humanidad. Ella daba la razón a sus padres: ¡era una aberración que no debió de nacer! Ya estaba en el puente. En el filo de los barrotes, muy cerca de una farola. El agua la estaba llamando.
La muerte la aclamaba para acabar con su vida. Sus dedos tocaron con suavidad el metal de la gran farola dispuesta a subirse en la barra, mientras se agarraba a ella. No podía evitar llorar más, ya que nadie la veía en su estado. Lo intentó varias veces, pero se retiró. Pero esa vez había colmado el vaso. Elevó lentamente la pierna dispuesta a caer en el vacío y que la corriente llevase su cadáver. Estaba a punto de hacerlo, pero se detuvo cuando unas luces de un vehículo la señalaban. ___ se congeló, pensando que era la policía. La puerta del coche se abrió y escuchó un leve sonido de metálico, como si fuera un paraguas. Era fácil distinguir unos zapatos resonar por el suelo. ¿Será un hombre o una mujer?
No se atrevía a mirar a la persona por mucha vergüenza. Solo deseaba que se largase y la dejara morir en paz. De repente, ya no notaba el agua correrle por su cuerpo. Elevó la cabeza encontrándose con la tela impermeable del paraguas. Finalmente, decidió encarar a esa persona y sus ojos se agrandaron repentinamente. Había visto muchos hombres guapos, pero nunca imaginó encontrarse a alguien atractivo. Era alto, moreno y con una barba un tanto curiosa. Sus ojos eran negros como la noche y un tanto intimidantes. Parecía un caballero con ese sombrero de copa. ¿Por qué? ¿Por qué se detuvo ahí para protegerla de la lluvia? El hombre le tendió la mano, señal de que bajase de la barandilla.
___ estaba dudando mucho. Era un completo desconocido que le estaba ofreciendo ayuda. Y si lo pensaba, sería el primero en todos estos tres años. ¿Debía fiarse? ¿Y si era un violador? ¿O un mafioso? Muchas dudas surgían en su cabeza que solo se encogía en su sitio. La muerte aún seguía llamándola, pero los ángeles le decían que aceptara la mano. Finalmente, se la tomó, donde iba bajando poco a poco gracias a la ayuda de él. Pero ni siquiera ese hombre la soltó, mas bien apretó más la mano y la tiró con suavidad para caminar al vehículo. No, eso no estaba bien. Estaba teniendo un mal presentimiento. El hombre abrió la puerta para que ella accediera en su interior.
Los ojos de ___ lo miraron, queriendo saber que quería de ella. Pero él no dijo nada, tan solo le indicó con la mirada que subiera. Y lo hizo porque no deseaba ser asesinada por un desconocido. El coche era lujoso y le daba pena mojar los asientos por sus ropas, pero parecía que al hombre no le importaba porque también lo estaba. El vehículo se movió, provocando que la joven se encogiera de su sitio. Todo su cuerpo estaba temblando de frío y, al mismo tiempo, de nervios. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué la ayudó? Solo esperaba que no sea un traficante de órganos o de humanos. Se abrazó así misma deseando que esto acabara rápidamente. Con tantos pensamientos en la cabeza, no se dio cuenta que habían llegado a su destino.
Estaban en una especie de garaje porque se veían diferentes coches. El moreno se bajó del vehículo y fue a la puerta contraria para abrirla. ___ dudaba si salir o no, pero no tuvo otra opción que hacerlo. Intentaba todo lo posible en ocultar su cuerpo por esas ropas rasgadas. Él fue directo al ascensor, pero se detuvo para echarle una mirada, señal de que lo siguiera. Ella le hizo caso porque no quería meterse en problemas o que lo matase ahí mismo. Se subieron al elevador, ya dispuestos a ir a la planta que él marcó: el número treinta. Entonces vivía en un piso, o eso quería pensar ella. Salieron del ascensor para tener unas vistas increíbles de la ciudad.
Se veía tan oscuro que era imposible de ver más allá. Oh, se dio cuenta que se estaban dirigiendo a la última planta del edificio. Lo estaba pasando muy mal. Sentía un revuelto en el estómago. El hombre no había dicho en todo el trayecto. Era alguien reservado de palabras y solo actuaba por su instinto. Y las puertas se abrieron para visualizar un gran pasillo con dos puertas a los lados y uno en el fondo. Él se dirigía hacia el último. El mal presentimiento se cernía sobre su consciencia, pero no tuvo más opción que seguirlo. El muchacho iba sacando las llaves de su bolsillo e iba abriendo la puerta lentamente, y se hizo a un lado para que ___ pasara primero.
Se adentró. Su rostro formó una expresión impresionante. El apartamento era lujoso con unas cristaleras enormes que tenían unas vistas increíbles. Ya lo confirmó. Era un hombre rico que podía comprarse cualquier cosa. No había un impedimento en su vida. Notó la puerta cerrarse, provocando que ella se encogiera de su sitio. Ya estaba en la boca del lobo. Pasos escuchó aproximarse hacia ella poniéndose delante, mientras retiraba su sombrero de copa y su corbata.
—Rob Lucci —murmuró. Un escalofrío recorrió por su espina dorsal al escuchar su voz profunda y fría, como si cuchillas se clavaron en su espalda—. ¿Tu nombre?
—___ —respondió. El miedo la inundó tanto que, si no respondía, era posible que la matase ahí mismo.
—En todo el camino te habrás preguntado porque te salvé. —Ella asintió con mucha timidez—. Realmente vi a una mujer vagabunda, ya débil de seguir viviendo. No obstante, quisiera darte una oportunidad.
¿Oportunidad? No estaba entendiendo nada. Lucci caminó hacia la sala, no sin antes echarle una mirada hacia ella. Ya sabía el significado y le imitó. Él iba buscando entre los cajones unas toallas para secarse. Le entregó una a ___ colocándola en sus hombros porque estaba tiritando. Se estaba comportando de una manera caballerosa. No sabía si agradecerlo o no, pero se mantuvo callada durante ese momento. El moreno le hizo señas con el dedo para que lo siguiera. Y, nuevamente, lo hizo. Se adentraban más en la casa llegando a un pasillo pequeño. Llegaron a una puerta que estaba cerca de la entrada o salida del corredor. Él abrió, mostrando una habitación bastante amplia para ___.
Las paredes eran preciosas de color blanco y pastel. La cama y el armario eran grandes. Había un comodín con un espejo, donde uno puede arreglarse sin problema. Había otro espejo, pero mucho más grande. Y en otra puerta estaba un baño privado.
—A partir de ahora este será tu cuarto —informó, dejando a la joven expectante—. En el armario encontrarás ropa limpia y de talla única. En el baño hay toallas. Tómate todo el tiempo necesario. Cuando estés lista, dirígete al salón, por favor.
Lucci se retiró, dejándola definitivamente sola cerrando la puerta. Un hombre frío que se comportaba de una manera amable. ¿Por qué le daba cobijo? ¿Por qué le daba pena? Debía de huir inmediatamente porque estaba muy segura de que será asesinada por un experto. Pero debía de confiar. Pasos realizó en dirección al baño. Aún no quitaba la cara de sorpresa de que le había salvado una persona rica. Encontró las toallas sin ningún problema y se iba quitando esa ropa desgarrada. Sería la primera vez en tres años que se daría una buena ducha. El agua iba recorriendo por todo su cuerpo distinto a otros. Sus dedos pasaban cuidadosamente por su cabello, intentando desenredar los nudos. Le estaba doliendo, pero tenía que resistir.
La suciedad bajaba por el bajante, y era agradable deshacerse del barro y los restos basura que se acumularon en todo su cuerpo. Estuvo por mucho tiempo en el baño, abrazándose así misma para intentar curar esas heridas de su pasado. Tres años letargos que sufrió y parecía que un diablo disfrazado de ángel la rescató. Salió de la ducha con la toalla puesta y caminó directa a la salida. ¿Qué ropas habrá en ese armario? Le daba bastante miedo, pero se atrevió a abrirlo. Se alivió un poco al ver ropa normal. La ropa interior era de su talla. ¿Por qué tenía el presentimiento de que le había estado observando? Fue echando un vistazo a los demás cajones encontrando un pijama.
Como estaba un hombre en ese apartamento, era mejor ponerse un sujetador por si él intentaba abusar de ella. Se puso la ropa y se sentó en el retocador, mirando con detalle su rostro. Se notaba la diferencia de suciedad y de limpieza. Abrió un cajón encontrándose con un cepillo y empezó a peinarse cuidadosamente. Aún seguía teniendo algunos enredos, pero no le dolían tanto. Su cabello necesitaba un arreglo, un cambio. Pero seguramente Lucci no se preocuparía de su aspecto. ¿Qué estaba diciendo? No debía pensar en esas cosas. Pasó el tiempo y ya era hora de salir de esa habitación. El corazón bombeó con más fuerza de lo normal porque no estaba cómoda con la situación. Asomó la cabeza del borde del pasillo viendo que el hombre estaba sentado en el sofá.
La puerta estaba un poco lejos de su posición, así que huir no era la opción. Sus pies desnudos tocaban el suelo frío, pero era una sensación agradable. No era un frío de la lluvia o de la nieve. Sus pasos eran suaves y un tanto inseguras. Ya estaba cerca del sofá y se quedó de pie ahí, esperando alguna orden. Lucci indicó con la mano que lo hiciera y lo hizo. Sus ojos oscuros mostraban frialdad, pero con un toque de brillo en ellos. En la pequeña mesa se encontraban unos papeles que le daban una mala espina.
—Te ves diferente. Una persona cambiada —opinó, siendo sincero.
—... Gracias.
—Esto es un contrato —aclaró—. Quiero que lo leas detenidamente.
Lucci era directo. A lo mejor debía de tener cuidado con las palabras que le pudiera decir. Sus manos temblaban, mientras cogía los papeles y le echó un vistazo. Leyó con detalle el contrato para entender. Se basaba en ser su inquilina y su sirvienta, es decir, realizará ciertas tareas menos la comida y la ropa que eso se encargaba él. La casa será su casa conviviendo con él durante un año. Al finalizar el contrato, él decidirá si seguir contratándola o no. En caso de que la sirvienta no estaba de acuerdo con los siguientes puntos que debe cumplimentar, se romperá el contrato. Pasó la siguiente página para seguir leyendo. A cambio de ser su sirvienta y convivir con el empleador, aceptará también tener relaciones sexuales con este.
La cara de ___ se tornó roja cuando leyó eso último. Le daba mucha vergüenza mirarle al hombre por lo que levantó las hojas y seguir leyendo para comprender. Pero no será una relación sexual normal y corriente, sino tomarán dos roles. El empleador tomará el rol de Daddy y la sirvienta de Kitten. Esta última deberá acatar los gustos sexuales de su Daddy y, al mismo tiempo, sus órdenes. Solo tomarán en ese rol durante la intimidad. Hay puntos importantes que destacar. La primera de ellas era que Kitten deberá estar en el regazo del Daddy durante treinta minutos. La segunda, si le pide vestirse una ropa adecuada o disfrazarse, deberá hacerlo sino recibirá un castigo -aunque la empleada puede vestirse libremente-. La siguiente sería ser siempre sincera en esta relación y decirle que es lo que no te gusta. Habrá respeto mutuo entre la sirvienta y el empleador. Si el jefe dice que no, deberá respetarlo. El penúltimo punto dice que, si la lastima, debe comunicárselo. Y, el último, si rompe alguna de las reglas, deberá contárselo.
En la última hoja hablaba de que, si ella aceptaba todas las condiciones, no tendría problemas con el dinero. Tendrá todo lo que necesitaba. Ropa, comida, joyas... Y más abajo estaba en la parte de firmar el contrato. Dejó rápidamente las hojas en la mesa, ya muy nerviosa.
—¿Alguna duda? —preguntó.
-No estoy entendiendo nada. ¿Por qué yo? —cuestionó sin atreverse a mirarlo—. ¿Por qué desea que esté en su casa, a cambio de mantener relaciones sexuales? Yo no... tengo... un buen cuerpo —confesó. Sus manos descansaban en sus muslos con los puños apretados.
—¿Piensas que estás aquí para burlarme de ti? No me conoces muy bien. Soy un hombre que cree en la justicia oscura, pero no soy una persona que le gusta burlarse de otros por ser débiles o por ser inseguros —iba explicando—. Yo te estoy ofreciendo algo seguro. Si fuera otra persona, ya te hubieran violado o asesinado sin dejar rastro tu cuerpo. Yo puedo protegerte siendo tu Daddy.
—Puede que tenga dieciocho años, pero me parece macabro llamarle de esa manera —confesó—. Usted no es mi padre.
—Estoy muy seguro de que nunca en tu vida has tenido uno como modelo. —Ahí dio en el clavo—. Si estuviste en la calle, es porque tuviste una madre que nunca se portó como madre, sino como mujer. Ellas prefieren estar con sus maridos borrachos que estar con sus hijos. ¿Me equivoco?
___ agachó la cabeza porque le daba la razón. Había descrito su vida desde hace tres años. Aún mantenía los puños y le daban ganas de llorar, y no lo hizo. Porque ya derramó muchas lágrimas. Ese hombre le estaba dando otra oportunidad de seguir viviendo. Miró el contrato y luego a él. Lucci mantenía su postura normal, pero esos ojos demostraban un deseo insaciable que aceptara las condiciones. «Me salvó y creo que es lo justo», pensó la chica. Tomó el bolígrafo ya muy decidida de firmar y lo hizo. Una sonrisa satisfactoria salió de los labios de Lucci. Ahora la chica temía que ese hombre la tomase a la fuerza para tener sexo.
—Ve a tu cuarto a descansar. Mañana hay que levantarse temprano para comprar.
Y no fue así. No parecía un depredador sexual, aunque esa sonrisa fue bastante sospechosa. El diablo disfrazado de ángel le abrió sus puertas para que conviva con él, a cambio de ofrecerle sexo. La historia de ___ con Lucci solo era el comienzo.
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