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甘いスイカ / Dulce Suika
Una pequeña niña con una sandía en la cabeza corría rápidamente por el puente con dirección al bosque, quizá en búsqueda de algunas plantas o piedras que le parecieran interesantes para jugar; Suika se detuvo justo a unos pasos antes de salir completamente del puente y miró de un lado a otro, ningún rastro de Kinro o Ginro. Aquello le pareció extraño pero también ventajoso y sin dudar dio una carrera saliendo totalmente de la Villa Ishigami pensando en lo afortunada que había sido al tener el camino libre, más unos brazos la alzaron al aire impidiéndole continuar.
— Suika no puedes salir de la aldea, está prohibido para los niños — el guardia rubio llevaba en brazos a la pequeña niña de vuelta por el camino de madera — cuando seas grande puedes ir a donde quieras, pero hoy no.
— Ginro bajame — la niña pataleaba intentando liberarse del abrazo del mayor, cosa que no lograba en lo más mínimo — ¡no eres mi mamá! — soltó aquello como si no fuera nada por la desesperación que cualquier niño siente al no poder hacer lo que quiere, pero con esas palabras Ginro paró en seco.
Suika dejó de patalear y alzó la mirada para ver al muchacho notando un gesto triste disimulado en su rostro, de a poco fue bajando a la niña al suelo de madera y ella le miró confundida cuando él también se agachó a su altura; el joven guarda miró hacia el final del puente que colindaba con la aldea y hacia atrás donde suponía estaba Kinro para después quitar la sandía que la pequeña llevaba como máscara dejando a la vista un lindo y adorable rostro aunado a una cabellera rubia como el del mayor frente a ella.
— Es verdad Suika... Yo... Yo no soy tu mamá... — decir aquello le resultó tan pesado que incluso sintió un dolor en el pecho y un vacío en el estómago — pero Kinro y yo somos responsables de quien entra y quien sale de la aldea, no podemos dejar que los niños anden afuera solos. Es una... Es una regla.
— Pero estaré con Kohaku y Kurome... A veces desearía que ella fuera mi mamá porque siempre me protege y me quiere mucho — el rubio frunció el entrecejo al instante.
— ¡Regresa a la aldea ya, es una orden! — su voz sonó lo suficientemente fuerte como para que Kinro le escuchara desde su esquina y algunos aldeanos del otro lado se detuvieran a ver que pasaba.
La pequeña se asustó por el repentino cambio de humor del mayor por lo que retrocedió con miedo, Ginro le puso otra vez su cáscara de sandía y tomó su lanza regresando enfadado a su puesto, más solo se detuvo a medio camino con la vista baja y se quedó ahí por largos segundos bajo la atenta mirada de Suika que aún no se había ido y Kinro que se mantenía expectante de lo que fuera a ocurrir, después de dar largos suspiros el rubio alzó la mirada como si nada y siguió andando hasta llegar al lado del castaño quien le seguía viendo de soslayo, debatiendo consigo mismo si debía hablar o no.
Kinro volteó la mirada al frente restándole importancia a la situación de el rubio y la niña, más, un suave sollozo captó su atención haciéndole mirar a su costado que es donde estaba Ginro, éste dejó caer su lanza y se tapó el rostro intentando no llorar tan fuerte.
— ¿Qué tienes? — el castaño dejó su arma a un lado y tomó de los hombros al menor, zarandeándole en un nefasto intento de hacer que le mire y le conteste — Ginro ¿qué pasa? — el rubio se alejó de su tacto y se quitó las lágrimas con sus manos a la vez que negaba con la cabeza.
— ¡¿Qué le pasa a Ginro?! ¿Fue algo que dije? — ambos voltearon a la niña que en cuando escuchó los sollozos del rubio salió corriendo lo más rápido que sus pequeños piesitos le daban en su dirección a intentar consolarle — Ginro — Suika tomó del borde del pantalón del rubio y tiró de éste para llamar su atención — discúlpame, lamento si lo que dije te hizo sentir mal, no estés triste por favor.
Al de orbes esmeraldas se le volvieron a salir las lágrimas y se agachó frente a la niña abrazándola con cariño, Kinro solo se limitaba a ser un simple espectador mientras recuerdos se removían en su mente estrujando algo en lo más profundo de su pecho, desde esos días en los que era aún más joven e inexperto junto a Ginro, probando cosas que quizás no debieron probar nunca, abriéndose a curiosidades que quizás era mejor no alimentar. Experimentando como los seres humanos que eran, el placer carnal, el amor de todo tipo y a escondidas como si se tratara de un pecado que, para la gente de la aldea, sí lo era si se trataba de ellos.
Aquella teoría infantil nacida del querer forjar su voluntad sobre los demás se vio alimentada cuando unos extraños síntomas se manifestaron en el rubio, desmayos, mareos, hambre, sueño, náuseas; todo parecía un complot del destino o un ser intangible que les quería castigar llevándose a uno de los dos a la tumba por desobedecer el orden natural de las cosas, más eso quedó en tela de juicio cuando el vientre de Ginro comenzó a crecer y a manifestar vida. La gente de la aldea estaba asombrada más no asustada, nada que nazca de una persona puede ser malo si se sabe orientar en el camino correcto, eso es algo que todos sabían y tenían en claro, por lo que solo aguardaron en espera de lo que fuera a ocurrir.
Aquello tuvo lugar durante una tarde de sol opaco con una estela de nubes naranjas, amarillas y rojizas, tan cálido semejante a un girasol; jadeos desesperados, sollozos, muchachas entrando y saliendo con mantas y agua a una de las chozas era todo lo que se veía mientras toda la gente de la aldea parecía haberse sincronizado para despejar el camino en su totalidad, dejando aquel lugar como si fuera un pueblo fantasma con el llanto del menor como único indicio de vida en el lugar. El castaño intentaba a toda costa colarse en la choza y ver lo que ocurría pero sus intenciones eran frustradas por su propio padre que, haciendo uso de su autoridad, le prohibía terminantemente ir a ver a Ginro.
El primogénito de Tetsuken podía ser obediente hasta la muerte pero solo por esa vez prefirió dejar de lado la voluntad de su padre e ir a donde estaba su hermano y apoyarle en lo que pasaba. Recuerda haberle visto débil, sudando y con una mueca de genuino dolor en su rostro mientras ponía ambas manos a los costados de su abultado vientre, cuando notó su presencia esas esmeraldas acuosas se llenaron de felicidad y lágrimas nuevamente, Kinro no pudo evitar correr a su lado y sujetar su mano con cariño, dándole ánimos para que no se rindiera y continuara hasta que el bebé naciera.
Recuerda perfectamente lo fuerte y valiente que se mostró cuando estaba en el punto más importante del parto, verle dar hasta lo último con tal de que su hijo naciera y cuando por fin escucharon el llanto del bebé, se asombró que el rubio sacara fuerzas de quien sabe donde para poder sentarse y quitarle el recién nacido de los brazos a la partera que también quedó anonadada por aquello. Ginro sostenía en sus brazos temblorosos a un bebé precioso, la mujer que le ayudó en la labor solo dijo «Es una niña» y de la nada ahora era Kinro quien lloraba, feliz de verle por fin, conocerle y escucharle.
Las lágrimas y su enfermedad no le permitían ver bien a su pequeña familia pero él lo sabía, sabía perfectamente que Ginro abrazaba a la bebé y la resguardaba en su pecho con afecto; el castaño parpadeó volviendo a la realidad teniendo la misma escena de sus recuerdos justo frente a él pero con su bebé ahora de seis años, frunció el ceño mirando en dirección a la aldea para después ver a Ginro y a Suika, se arrodilló y les abrazó también mientras la niña no tenía idea de que pasaba con exactitud y porque se habían vuelto tan cariñosos de repente.
No es que no lo fueran con ella especialmente, en cada oportunidad andaban detrás suyo vigilando que nadie la moleste o si se cae Ginro suele correr a levantarla y en otros casos, Kinro; cuando tiene hambre y la escuchan el castaño sale a conseguir las más deliciosas frutas o el rubio se lanza al agua sin dudar para atrapar peces; al principio Suika creía que era normal pero con el paso del tiempo se dio cuenta que ellos sólo se tomaban esas molestias con ella y ningún otro niño.
Por otro lado Kinro estaba inmerso en sus pensamientos aún sin dejar de abrazar a aquella niña que nunca debió dejar que apartaran de su lado; tomó aire y se separó de ambos para mirarles con determinación en sus ojos.
— Suika, Ginro es tu mamá y yo soy tu papá.
El rubio abrió la boca por la repentina revelación del castaño, la pequeña ladeó la cabeza confundida de aquellas palabras y Kinro tenía el ligero presentimiento de que no debió soltar aquello tan de repente.
— Cuando naciste — comenzó el mayor con la voz más tranquila y las facciones de su rostro relajadas — los más viejos en la aldea dijeron que era lo mejor para todos, que no sería fácil para nadie ver una familia como nosotros ni para ti tener unos padres así... Entonces solo te cuidamos por un año y después te llevaron con los demás niños y nos dijeron que rompiéramos cualquier contacto contigo.
A pesar de la corta edad de la pequeña niña, ésta sabía comprender cada cosa que el mayor le decía sin necesidad de una explicación tan extensa, solo unas palabras bastaban y ella era capaz de aceptar y sobrellevar, aquello quizás había sido herencia de su siempre correcto e intachable padre.
— ¿Kaseki también estaba de acuerdo?
La valoración de aquel anciano que había actuado como su abuelito era más importante incluso que la opinión del mismísimo líder de Ishigami, esto definitivamente era por parte de Ginro que siempre tomaba con más peso las palabras de Kinro; después de todo, el rubio le hablaba de ello a Suika en cada oportunidad. Anteponer siempre las palabras y recuerdos que se reciben de las personas más preciadas.
— No, él no estaba a favor. Él pedía para que no te llevaran con los demás niños, que tú crecieras diferente pero... La última palabra la tiene el jefe.
— Hm... ¡Está bien! — el ambiente asfixiante y triste cambió por aquella exclamación a uno cálido y reflexivo, así era la pequeña niña que ambos tuvieron, alegre, suave, valiente y vivaz; una interesante combinación de ambos mundos — Suika no está enojada, ¡estoy feliz! — alzó los brazos con una gran sonrisa — pero... — ahora su gesto se volvió ligeramente triste a la vez que se quitaba la cáscara de sandía y miraba a Ginro — lo siento, dije que quería una mamá como Kohaku y por eso estabas triste ¿verdad?
— No, yo... Déjalo así Suika — Ginro negaba con una pequeña sonrisa en sus labios — está bien, no lo sabías además yo debí calmarme y no gritarte, soy yo quien se disculpa contigo — sujetó del mentón a la pequeña para que esta le viera, conectando sus miradas — eres una niña genial Suika, a veces... A veces me pregunto ¿cómo pudo salir algo tan lindo de alguien como yo?
— Ginro... — soltó en un murmullo el castaño a la vez que un sutil sonrojo se hacía presente en sus mejillas. Nunca lo admitiría pero lo que más le gustaba del rubio es cuando era su corazón quien hablaba en nombre de sus más sinceros sentimientos.
— ¡También eres bonito! — la niña miró al suelo para después tomar una flor que allí había, la acercó al rubio y la puso detrás de su oreja — ¿Te puedo llamar mamá?
— ¡¿Ma-ma-mamá?! — tartamudeó con una sonrisa emocionada y asustada, no se esperaba aquello.
— Me temo que no Suika — ambos miraron al castaño con desilusión — si te escuchan llamarle así se enfadarán y seguramente nos querrán separar aún más. Pero puedes hacerlo cuando solo estemos los tres solos — Kinro se permitió sonreír mientras miraba a sus dos más hermosos tesoros.
— Papá — alzó los brazos la niña para ser cargada por el castaño y éste casi le da un infarto de ternura al ver a la pequeña de puntitas frente a él.
No tardó en cargarla en brazos alzándola al aire con cuidado, como se solía hacer con los niños; el rubio solo les veía inseguro de que todo eso estuviera pasando, con miedo de que solo fuera un sueño y al despertar su hija solo le mirase desde lejos sin ninguna intención de estar con él, tan ensimismado en sus pensamientos estaba que no se percató de lo que murmuraban el castaño y la rubia hasta que sintió como el más alto le besó los labios de repente, sacándole de su trance al instante.
— ¡¿K-Kinro?!
— Suika quería ver.
— ¡Sí!
— ¡¿Y si alguien de la aldea nos ve?! — gritó en voz baja mientras Suika solo sonreía y movía la cabeza alegre. Kinro volteó a ver a la aldea avistando soledad total.
— Nadie está pasando en este momento y Suika no vio bien, ¿verdad? — miró a la pequeña y ésta fingió tristeza a la vez que negaba. Traicionado por su propia hija, Ginro miró nervioso con dirección al otro lado del puente, no confiaba en la vista de Kinro.
— Está bien — se acercaron y se dieron un corto beso sin ninguna mala intensión, tan casto que la pequeña Suika quedó maravillada a la vez que arrojaba al aire trozos de grama y flores que había arrancado esperando el momento exacto para celebrar el primer beso que presenciaría de sus papás.
— ¡Lindo!
This is a fangirl?
— ¿Tendrán otro bebé? — la pregunta cayó como una cachetada y un balde de agua fría para Ginro quien negó con la cabeza mientras Kinro asentía, ambos se miraron y el castaño negó mientras le cerraba un ojo a la pequeña.
— ¿Aún quieres ir con Kohaku? — Suika miró a su madre y negó con una sonrisa.
— Quiero salir con ustedes — comentó mientras jugaba con sus dedos recibiendo un "sí" por parte de ambos. Suika regresó a la aldea alegre y riendo mientras lanzaba flores por todos lados, dejando en el puente a sus padres.
— ¿Decirle fue bueno? — el de orbes musgo miró al menor que parecía inseguro, lo sabía por el leve temblor de sus manos.
— Dejar que se la llevaran no lo fue — Ginro alzó la vista conectando con el mayor quien no pudo evitar acariciar su mejilla con dulzura — ¿y bien?
— ¿Y... Bien?
— Ella quiere un hermano, además, no creo que sea mala idea, digo, se tomaron bien su nacimiento todos la cuidan incluso Magma lo hace aunque sus métodos no son los mejores y-
— ¡No pienso tener otro, me dolió mucho Kinro, además la pasé mal al inicio con todos esos mareos y náuseas! — habló exasperado el rubio a la vez que intentaba alejarse del castaño.
— Algunas mujeres de la aldea no les fue tan mal, quizás pasó eso porque fue la primera pero con el segundo bien puede ser diferente.
— ¡Ya te dije que no! ¡¿Desde cuándo eres así?!
— El primer capricho de tu hija y no lo quieres cumplir.
— ¡¿Qué?! ¡Es tu capricho no el de Suika!
Ahora Ginro huía infantilmente de Kinro, corriendo en círculos bajo la mirada extrañada de Kohaku quien llevaba largo rato observándoles y escuchando cada cosa que decían; la rubia muchacha sonrió de medio lado mostrando levemente su dentadura, primero Senkuu haciendo cara de nudo por su declaración precipitada en el bosque, después Kurome rechazando su propuesta de matrimonio y ahora ese par le bajaba de la nube a la que había subido muy alto pensando en que podría tomar a Suika como su hija en el futuro.
Suspiró y negó con la cabeza, cuando volvió a ver al par, éstos ya no estaban por ningún lado cosa que le desconcertó, miró en todas direcciones dando con ellos con relativa facilidad por su excelente visión, ambos se encontraban entrando a la bodega de minerales con rapidez.
— ¿Que no Senkuu había entrado hace poco?
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