9 Descubrimiento de Mia.
Mia P.V.
Otro día, otra maldita jaqueca.
Sinceramente, ya ni siquiera me molesto en buscar la causa. Lo único que quiero es que estas jodidas clases de hoy terminen de una puta vez. Esta semana ha sido como estar atrapada en una montaña rusa de mierda: subidas llenas de estrés, bajadas que me dan vértigo y giros inesperados que me revuelven las tripas. Estoy tan harta que podría gritar, pero me limito a rodar los ojos y seguir avanzando.
Aunque, si soy sincera (y no es que me guste admitirlo), estos últimos días no han sido del todo malos. Han sido, al menos, pasables en el buen sentido. Mis calificaciones están estables, lo cual ya es un milagro considerando todo lo demás. Y, por suerte, tengo al subnormal de Ben ayudándome con los papeleos. "Al menos sirve para algo más que ser un novio decorativo."
Llegué a la clase de Educación Física esperando que, por una vez, la vida me diera un poco de satisfacción. Con suerte, jugaríamos quemados de nuevo, y tendría mi oportunidad de reventarle la cabeza a ese maldito Skinie con un balonazo bien dirigido. Solo la idea me arrancó una pequeña sonrisa de lado.
Pero no lo vi. No había rastro de él en ningún lado. Incluso Solly, el profesor, le puso falta en la lista.
"¿Dónde demonios está? Este idiota nunca falta."
Las siguientes clases fueron igual. Ningún rastro de él. Desde que empezaron las clases este semestre, nunca había faltado ni un solo día. Algo en todo esto no me cuadraba, pero decidí no darle demasiadas vueltas... todavía. Sin embargo, mi irritación crecía con cada minuto que pasaba. En Artes Histriónicas me tocó trabajar el doble porque el imbécil no estaba.
"¿Cómo se atreve a desaparecer justo cuando más lo necesito? ¿Cree que tengo tiempo para compensar su ausencia? Si no estuviera tan molida por el día, le partiría las piernas cuando lo vea."
A la hora del almuerzo ya me había resignado. Claramente, no había venido hoy. Lo peor de todo es que este día era crucial: se suponía que íbamos a estudiar ese maldito guion juntos. "El idiota tiene el descaro de desaparecer justo ahora. No sé qué excusa tendrá, pero más le vale que sea buena."
Con pocas opciones, me senté con el trío de idiotas. Kai y Lunara no tardaron en empezar con su habitual dosis de elogios vacíos. "Como si eso sirviera para algo. ¿Creen que me importa lo que piensen?" Mientras tanto, Ben charlaba conmigo de manera casual, como si nada raro estuviera pasando. La ausencia de Anon parecía importarles un carajo.
"Increíble. Es como si ninguno de ellos tuviera una sola neurona funcional entre los tres. ¿No ven lo obvio? ¿No les importa que estemos a días del examen práctico del primer parcial? Incluso tenía oportunidad de exentarlo"
El resto de las clases pasó en una especie de neblina. No podía quitarme de la cabeza la ausencia de Anon. Algo estaba mal, y aunque no quería admitirlo, sentía una mezcla de irritación y algo más que no quería analizar demasiado.
Apenas sonó la campana de salida, tomé una decisión. Aunque tenía una cita de papel con Ben —como él la llama—, le dije que tenía un tema más importante que atender. Exentar ese examen era mi prioridad máxima, y cualquier irregularidad debía ser eliminada.
Llegué a su casa poco después. La misma camioneta Hummer militar estaba estacionada afuera, una imagen que nunca dejaba de sorprenderme. "¿Cómo alguien tan patético como él puede tener unos padres tan interesantes? La vida es un chiste cruel."
Toqué el timbre y esperé. Normalmente insistiría hasta que alguien respondiera, pero con esos dos no se juega. Lo último que quiero es molestar a los padres de Anon, especialmente después de lo que he oído sobre ellos.
Cuando finalmente se abrió la puerta, me encontré con el peor resultado posible: el padre de Anon. Ese hombre tiene una presencia que podría helarle la sangre a cualquiera. Su expresión, como siempre, era la de alguien que nació amargado y nunca encontró una razón para cambiar.
—Oh, eres tú, como te llames. —Su voz tenía un tono seco y cortante— Imagino que estás aquí por mi hijo. Él se accidentó, se cayó por las escaleras.
Me llevé una mano al rostro, cerrando los ojos con frustración. "En serio... en el peor momento posible, el idiota va y se 'cae por las escaleras'. Esto no puede ser una coincidencia."
Algo en su tono me pareció raro. Había una duda en sus palabras, como si estuviera ocultándome algo. Pero después de un par de segundos de analizarlo, decidí no indagar. "No tengo tiempo para más rodeos. Si él quiere jugar a los secretos, allá él. Yo tengo cosas más importantes que hacer."
—Ok, lo entiendo. Solo dígale que el lunes tenemos examen. —Mi tono fue tan neutral como pude mantenerlo, aunque por dentro estaba lista para explotar.
El hombre asintió con la misma inexpresividad de siempre y, sin decir una palabra más, me cerró la puerta en la cara.
"Diablos. Este tipo sí que impone... pero qué más da."
Volví a mi departamento con el ceño fruncido y los hombros tensos. Deje mis cosas en el sillón, sintiendo cómo la irritación me drenaba la energía. Decidí darme un respiro.
"No sé cómo lo haré, pero juro que si me falla... no va a existir lugar en la tierra donde pueda esconderse de mi ira."
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Mia P.V.
El sábado decidí que necesitaba un descanso, algo para despejar la mente. Fui al bar de siempre, buscando perderme en el ambiente mientras la rocola soltaba una buena selección de música. No esperaba mucho, solo un par de horas de calma para ordenar mis pensamientos.
Nada más entrar, lo primero que noté fue a los cuatro idiotas sentados en una mesa del fondo, riéndose y platicando como si el mundo no les debiera nada. Ignoré su presencia deliberadamente; no estaba de humor para lidiar con sus tonterías. También noté a uno de los matones de mi padre, pero preferí hacer lo mismo: ignorarlo. "Mientras no me fastidie, yo no me meto."
Lo que realmente importaba era la música. Algo en ella me ayudaba a pensar con más claridad. En las pantallas tenían puesto el partido de los Dacereros de Dinoburg contra los Stegos de Dallas. "Al menos algo entretenido para matar el tiempo." Me acerqué a la barra y pedí lo de siempre. Jenny, la cantinera, asintió con una sonrisa.
Jenny, una aquilosaurio que siempre sabía lo que quería, me trajo mi orden sin demora. Una hora después, ahí estaba yo: comiendo una ensalada ligera, bebiendo un té chai, y revisando algunos trabajos de la escuela. "Nada del otro mundo, pero justo lo que necesitaba."
Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho.
De repente, sentí cómo la temperatura en el bar bajaba. Fue sutil, pero lo suficiente para ponerme en alerta. No fui la única; podía ver cómo los demás se miraban unos a otros con incomodidad. Fue entonces cuando lo escuché: pasos firmes, pesados, resonando en el suelo como si cada uno marcara una sentencia.
Ahí estaba él. Pseudon, el padre de Anon, con esa cara de amargado que parecía permanente en su rostro.
Su paso era lento, pero cada movimiento estaba cargado de una energía que me puso los nervios de punta. Algo en mí sabía que nada bueno saldría de su presencia aquí. Él dijo que quería una cerveza de las de siempre al pasar por la barra, y Jenny se la sirvió sin decir una palabra.
Mis ojos no se apartaban de él mientras seguía avanzando. "¿Qué demonios está haciendo aquí este hombre?" Su figura parecía absorber toda la atención del lugar. Cada paso suyo hacía que el aire se sintiera más denso, más pesado.
Se detuvo un momento para dar un sorbo a su cerveza, luego siguió caminando, aparentemente sin rumbo. Pero yo sabía que no era así. Había algo en su postura, en su mirada fija hacia la mesa de los cuatro idiotas, que me hizo sentir un mal presentimiento.
Cuando pasó junto a ellos, lo vi venir, pero no podía haberme preparado para lo que ocurrió.
De la nada, Pseudon estampó la botella de cerveza contra la cara del raptor del grupo. El sonido del vidrio rompiéndose resonó en el bar, seguido del grito ahogado del raptor mientras se tambaleaba hacia atrás, aturdido.
El caos estalló.
Los otros tres no tardaron en reaccionar. Se levantaron de golpe y fueron contra él. Sin embargo, lo que ocurrió después fue algo que ni en mis peores pesadillas habría imaginado.
Pseudon, con la agilidad de un bailarín y la precisión de un rayo, esquivó cada golpe y ataque que intentaron lanzarle. Era como si estuviera jugando con ellos, burlándose de su torpeza. El triceratops, uno de los más grandes y fuertes del grupo, intentó abalanzarse sobre él, pero Pseudon giró sobre su eje y usó el cuello de la botella rota para golpearlo justo en un punto crítico del cuello. El triceratops soltó un jadeo ahogado antes de desplomarse al suelo, inconsciente.
Mis ojos estaban fijos en la escena, y mi mente corría a mil por hora. "¿Quién es este hombre? Esto no es normal. Nadie pelea así sin un motivo. ¿Qué mierda está pasando?"
Sin perder un segundo, Pseudon se dirigió hacia el raptor, que seguía en el suelo, tambaleándose. Con una precisión aterradora, le propinó una patada en el torso que lo envió volando unos metros como si fuera un balón de fútbol americano.
El pterodáctilo fue el siguiente en intentar atacarlo, lanzándose hacia él con desesperación. Pero Pseudon, imperturbable, lo interceptó con un golpe directo al pecho. El impacto fue tan fuerte que el pterodáctilo cayó de rodillas, llevándose las manos al torso mientras jadeaba por aire.
Ahora solo quedaban dos en pie: Pseudon y Margarita.
Ella no era una matona cualquiera. Margarita era la más peligrosa de todos los que trabajaban para mi padre. También era una piedra en mi zapato, una acosadora implacable que me tenía vigilada las 24 horas como si fuera mi sombra. Su presencia me irritaba en el día a día, pero ahora... ahora, estaba casi agradecida de que estuviera ahí. Si alguien podía plantarle cara a este hombre, era ella.
Pseudon se detuvo frente a Margarita, mirándola fijamente con esa expresión seria que parecía esculpida en piedra. Finalmente, habló, con una voz baja pero llena de intención.
—Ahora solo somos tú y yo, Caimán. —
El silencio cayó sobre el bar. Mi corazón latía con fuerza mientras las piezas empezaban a encajar en mi cabeza. Recordé lo que me había dicho el otro día: la obvia mentira de que Anon se había caído por las escaleras.
Algo había pasado. Algo grave. Y Pseudon no estaba aquí por casualidad.
Mia P.V.
Margarita no era como los otros. Sabía lo que hacía y no era una idiota que actuaba impulsivamente. Caminaba alrededor de Pseudon con calma, como un cocodrilo acechando a su presa, sus ojos clavados en cada movimiento que él hacía. Podías sentir la tensión en el aire, pesada como una tormenta eléctrica a punto de estallar.
"Esto no va a ser una pelea fácil," pensé mientras observaba cómo Margarita mantenía su postura firme, con la mirada afilada y una sonrisa apenas perceptible en el rostro. Pero Pseudon tampoco era un aficionado.
De repente, sin previo aviso, Pseudon se movió con una rapidez casi inhumana. En un abrir y cerrar de ojos, se lanzó hacia Margarita y la tomó del hocico con una fuerza brutal. Ella se retorció, intentando liberarse, pero su agarre era como una trampa de acero. Antes de que pudiera reaccionar, Pseudon comenzó a propinarle golpes con su mano libre, cada impacto resonando con un eco seco y violento que hacía que incluso los espectadores más duros en el bar se encogieran.
"Esto es... brutal."
Margarita intentaba devolver los golpes, pero el control que él tenía sobre su hocico la desbalanceaba. Cada vez que intentaba recuperar su postura, Pseudon le soltaba una patada precisa en las piernas o el torso, impidiéndole estabilizarse. La furia en los ojos de Margarita era evidente, pero también lo era el esfuerzo que le tomaba mantenerse de pie.
—¿Eso es todo? Era de esperarse de una esquivadora de meteoritos —gruñó Pseudon entre golpe y golpe, su tono frío y lleno de desdén—. Vamos, Caimán, pensé que eras más peligrosa que esto.
Margarita soltó un rugido ahogado mientras intentaba golpearlo con un puñetazo directo, pero él lo desvió con facilidad, aprovechando el movimiento para asestarle un rodillazo en el abdomen. El impacto fue tan fuerte que incluso yo pude sentirlo desde mi asiento.
"Maldita sea, no está peleando... está dando una maldita lección."
Pseudon no dejó de golpear hasta que la vio tambalearse. Finalmente, la soltó de manera deliberada, como si estuviera calculando el momento exacto en el que su fuerza flaquearía. Margarita intentó recuperar el equilibrio, pero antes de que pudiera reaccionar, él retrocedió un paso, midió la distancia, y le propinó una patada directa al plexo solar.
El golpe fue devastador. Margarita salió volando hacia atrás como si fuera un muñeco de trapo, estrellándose contra varias mesas que se rompieron bajo el peso del impacto. El sonido del choque fue tan fuerte que todo el bar quedó en un silencio sepulcral.
Pseudon no mostró ni un atisbo de satisfacción o remordimiento. Ni siquiera se detuvo para observar el desastre que había dejado atrás. Su atención se centró en el pterodáctilo, que para ese momento apenas lograba ponerse en pie, jadeando y temblando como una hoja al viento.
El hombre caminó hacia él con la misma calma aterradora que había mostrado al entrar. El ptero intentó retroceder, pero no había escapatoria. Pseudon lo agarró de la cresta con una mano y lo levantó ligeramente del suelo.
El miedo en los ojos del pterodáctilo era palpable. Estaba completamente paralizado, y no lo culpaba. "Si ese hombre me mirara de esa forma, probablemente me habría meado encima."
Con su voz grave y cortante, Pseudon habló, su tono goteando peligro:
—Tú o cualquiera de tus putos compañeros... si se atreven siquiera a estar en presencia mía o de mi familia de nuevo, juro que esta vez no me voy a contener. —
El bar entero estaba en completo silencio. Sus palabras resonaban como una sentencia de muerte, cargadas de una amenaza tan clara y directa que nadie osó moverse.
—Mi nombre es Pseudon Y. Mous —continuó—, y espero que lo recuerden.
Por un momento, pensé que lo estrellaría contra el suelo como había hecho con los otros. Pero para mi sorpresa, simplemente lo soltó, dejándolo caer al suelo con un golpe seco.
Pseudon se giró hacia la barra, completamente tranquilo, como si nada de lo que acababa de ocurrir le hubiera afectado en lo más mínimo. Sacó un cheque, lo firmó con calma y se lo dejó a Jenny, que lo recibió con una mezcla de incredulidad y profesionalismo... supongo que pagó por los daños al bar.
Luego, como si estuviera en la sala de su casa, tomó otra cerveza del refrigerador detrás de la barra, la destapó y comenzó a beber mientras se dirigía hacia la salida.
Fue entonces cuando me di cuenta de un detalle curioso. La etiqueta de la botella que sostenía decía "0% alcohol".
"Cerveza sin alcohol... ¿qué demonios está pasando por la cabeza de este hombre?"
Necesitaba explicaciones ahora. No después, no mañana. Ahora.
Me quedé en mi lugar unos momentos, observando cómo los cuatro "matones de élite", que apenas hacía unos minutos se las daban de invencibles, ahora estaban amontonados como un grupo de niños golpeados en el recreo. Se intentaban cuidar las heridas, con movimientos torpes y llenos de dolor.
Respiré hondo, tratando de contener el volcán de rabia que me quemaba por dentro. Finalmente, caminé hacia ellos, mis pasos firmes resonando en el suelo. Me detuve frente a Margarita, que aún intentaba levantarse mientras se frotaba el pecho donde había recibido esa brutal patada.
—¿Qué carajos acaba de pasar? —mi voz salió dura, cada palabra golpeando como un látigo.
Ella chasqueó la lengua, evitando mi mirada, lo que solo logró que mi furia se intensificara. Mi paciencia, ya de por sí limitada, estaba llegando al límite.
—Curioso —continué, inclinándome ligeramente hacia ella para que no pudiera ignorarme—, que ayer mi compañero faltara a clases. Curioso también que su jodido padre me dijera que tuvo un "accidente". Y más curioso todavía que ese mismo hombre viniera aquí, los hiciera polvo y mencionara que todo esto tiene que ver con su familia. —
Me crucé de brazos, dejando que mis palabras calaran en su mente.
—Hasta un maldito autista se daría cuenta de que ustedes le hicieron algo a Anon. Así que dime: ¿cómo, cuándo, dónde y por qué?
Por un momento, Margarita no respondió. Su rostro era una mezcla de rabia y vergüenza. Pude ver cómo sus manos temblaban ligeramente, apretando los puños mientras su mandíbula se tensaba.
Finalmente, soltó un suspiro frustrado y se cubrió el rostro con una mano. Era evidente que no quería admitirlo, pero no tenía otra opción.
—Se nos dijo que ese tal Anon era un problema para usted, —confesó al fin, sus palabras saliendo a regañadientes—. Nos mostraron videos de cómo atentó contra su salud física y psicológica.
Mis ojos se entrecerraron al escucharla, el aire a mi alrededor pareció volverse más frío.
—¿Y? —la presión en mi voz aumentó, cada palabra cargada de furia contenida—. ¿Por eso decidieron darle una "advertencia"? ¿Así lo llaman?
Ella asintió con amargura, su mirada bajando al suelo.
—Sí. Decidimos hacerlo para que se detuviera.
Apreté los dientes tan fuerte que sentí un pinchazo de dolor en mi mandíbula.
"¿De dónde diablos sacaron esa mierda?"
—¿Quién les mostró esos videos? —pregunté, aunque en el fondo ya tenía una sospecha.
No necesitaba que lo dijera. Un solo nombre se formó en mi mente, golpeándome con la fuerza de un tren.
"Ben."
Sin decir nada más, me giré sobre mis talones y salí de ahí furiosa, mi sangre hirviendo como lava.
De camino a casa, mis dedos volaban sobre el teclado de mi teléfono mientras le escribía un mensaje a Ben. No le di demasiados detalles, solo que necesitaba hablar con él sobre temas de la escuela. Como el completo sumiso que era, respondió en cuestión de minutos, aceptando encontrarse conmigo.
Minutos después, escuché el timbre. Abrí la puerta con rapidez, y ahí estaba: Ben, con una expresión neutra en su rostro. Aunque no podía ignorar un detalle nuevo que me tomó por sorpresa.
—¿Qué carajos te pasó? —pregunté, señalando el vendaje que cubría uno de sus ojos.
Ben bajó la mirada y suspiró, como si ya estuviera acostumbrado a ese tipo de preguntas.
—Mi padre me golpeó, —respondió con una resignación que me hizo apretar los puños.
"Claro, otro bastardo más que se cree dueño de todo."
Pero entonces continuó hablando, y lo que dijo me dejó helada.
—En resumen, el padre de Anon era uno de sus socios. Por coincidencia... creo yo... se enteró de que...
Se tapó la boca a mitad de la frase, como si estuviera tratando de detener las palabras que amenazaban con salir. Pero no necesitaba que terminara la oración. Yo ya sabía hacia dónde iba todo esto.
Me acerqué un paso, con los ojos fijos en él.
—Que les dijiste a mis guardaespaldas que le dieran una lección a Anon, ¿verdad? —
No lo pregunté, lo afirmé.
El silencio de Ben fue toda la confirmación que necesité.
Ben tragó saliva visiblemente nervioso, y yo apenas pude contener mi desprecio al verlo dudar. Estaba buscando una excusa, algo que le permitiera salir ileso de esta situación, pero yo no estaba de humor para su patética cobardía.
—Mejor que no sepas cómo lo sé, —dije con una voz cargada de veneno mientras lo miraba fijamente.
Antes de que pudiera reaccionar, lo tomé del cuello con uno de mis brazos y apreté con todas mis fuerzas, dejando claro que no iba a tolerar más estupideces de su parte.
—Eres un imbécil, —escupí entre dientes, sintiendo cómo mi propia ira me quemaba por dentro—. Pudiste hacerlo después, ¡pero no ahora! Maldita sea, si el infeliz sigue herido para el lunes, no solo voy a reprobar la mitad del parcial, ¡también tendré que hacer el maldito escrito, maldito imbécil!
Ben empezó a darme golpecitos en el brazo, desesperado por aire. Sus movimientos eran torpes y débiles, pero lograron sacarme de mi furia el tiempo suficiente para que lo soltara.
Se tambaleó hacia atrás, tosiendo mientras se llevaba las manos al cuello, y me lanzó una mirada de reproche mezclada con desilusión.
—No soy imbécil. Te dieron celos... cuando no deberían darte en primer lugar. —le dije con rabia
Cerré los ojos por un segundo, respiré hondo y luego me incliné hacia él, dejando que mi rostro estuviera peligrosamente cerca del suyo.
—Recuerda nuestro jodido acuerdo, pendejo, —le dije con una voz baja pero cargada de ira contenida—. Solo soy tu novia de portada. Tú y yo no tenemos ni tendremos nada de verdad. Que te quede claro de una vez en esa cabecita azul tuya.
Ben no dijo nada, solo me miró con los ojos muy abiertos, como si aún no pudiera procesar lo que estaba escuchando. Pero yo no había terminado.
—Esto no es una película de Disney, Ben, —continué, dejando escapar una risa amarga—. Aquí no hay "final feliz". Dos personas forzadas por sus padres a estar juntas no van a enamorarse como si esto fuera un jodido cuento de hadas.
Hice una pausa, dejando que mis palabras se clavaran en él como cuchillos.
—Yo no me enamoro, Ben. Para mí, todos son herramientas para un fin. Algo como el amor o la amistad no están en mi radar, y jamás lo estarán. Puede que estemos forzados por nuestros padres a casarnos algún día por sus jodidos juegos de poder, pero que te quede claro: a mí no me interesas. Eres solo otra herramienta más. ¿Entiendes?
La expresión de Ben cambió. Su mirada desilusionada se volvió más sombría, casi como si hubiera esperado algo diferente, algo más humano de mi parte.
"¿Qué esperaba exactamente? ¿Compasión? ¿Un consuelo? Por favor."
Finalmente, rompí el silencio con un tono helado:
—Lárgate de aquí. No quiero ver tu jodido rostro.
Ben no se movió de inmediato, y eso solo hizo que mi rabia aumentara.
—¡Un puto mes me tiraste a la basura, cabrón! —grité, agarrándolo del suéter con brusquedad y empujándolo hacia la puerta—. Si Anon no puede ir al examen, date por cadáver.
Abrí la puerta y lo arrojé fuera de mi departamento sin siquiera mirarlo de nuevo. Cerré de un portazo, y el eco resonó en la habitación como un disparo.
Me quedé ahí, respirando agitadamente mientras la ira hervía en mis venas. Sentí cómo mis manos temblaban de rabia, y antes de darme cuenta, ya estaba golpeando el puto sillón con todas mis fuerzas. Cada golpe parecía aliviar un poco el fuego en mi interior, pero no lo suficiente.
Mi mirada se posó en una de las guitarras de Dino Hero que estaba apoyada contra la pared.
"Rómpela. Destruye algo. Alivia esta mierda de una vez por todas."
Me acerqué a ella, levantándola con la intención de estrellarla contra el suelo, pero... me detuve.
"¿Por qué?"
No lo sabía. Había algo que me impedía hacerlo, algo que no tenía sentido en medio de toda esta furia. Sostuve la guitarra por un momento, mirando su superficie brillante, y luego, con cuidado, la dejé de lado.
Sin decir nada más, me dirigí a mi habitación, sintiéndome extrañamente vacía. Me tiré en la cama, sin siquiera cambiarme de ropa, y cerré los ojos.
No quería saber nada de nada ya.
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El lunes finalmente llegó, y con él, la sensación de que todo estaba colgando de un hilo. Desde temprano, no podía quitarme el maldito nerviosismo de encima. Apenas entré al teatro, me acerqué a la maestra con la mejor sonrisa que pude fingir, rogando que me dejara presentar el examen al final junto con Anon.
—Por favor, profe, déjenos ir al último. La rutina dura cinco minutos, lo prometo, pero necesitamos tiempo para estar listos.
La maestra frunció el ceño un momento, como si estuviera evaluando si aceptarlo o no, pero finalmente asintió.
—Está bien, Mia, pero asegúrate de que ambos estén listos. No quiero excusas ni demoras.
Yo asentí rápidamente, agradecida, aunque por dentro estaba hecha un desastre.
Anon no había aparecido en ninguna clase ese día. "¿Qué demonios le pasó? ¿Acaso Ben la cagó peor de lo que creí?" Mis pensamientos daban vueltas, intentando buscar una explicación lógica, pero nada encajaba. ¿Y si no venía en todo el día? Si eso pasaba, estaba jodida. Todo mi esfuerzo de las últimas semanas se iría al carajo.
La mañana avanzó lentamente, como si el tiempo quisiera torturarme. Los dúos comenzaron a pasar uno a uno, presentando sus rutinas. Cada actuación era como un recordatorio de que el reloj seguía avanzando, y yo seguía sin verlo.
La incertidumbre me estaba volviendo loca. Miraba constantemente la puerta, esperando que Anon apareciera. Cada vez que alguien entraba, mi corazón se aceleraba por un segundo, solo para volver a caer cuando no era él.
"Maldición, Anon. ¿Dónde estás? ¡Muévete, imbécil!"
Finalmente, cuando quedaban solo dos parejas por pasar, la puerta trasera del teatro se abrió.
Ahí estaba él. Anon.
Caminó hasta donde estaba sentada, con una calma que casi me dio ganas de golpearlo. Se dejó caer a mi lado, como si nada hubiera pasado, y dejó escapar un suspiro pesado.
—Perdón por llegar tarde, tuve un incidente, —dijo, sin siquiera mirarme directamente. Luego agregó, con una leve sonrisa cansada—. ¿La improvisación es clave o no?
Por alguna razón, sus palabras me hicieron sonreír. Quizás era el alivio de verlo ahí, o tal vez la forma despreocupada en la que lo dijo, como si no acabara de causarme horas de estrés.
—No, —respondí, sin poder evitar que mi tono se suavizara un poco—. Nos dijo que, por diversos motivos, debería de ser totalmente rígido al guion, sin improvisación.
Anon suspiró, como si acabara de quitarse un peso de encima.
—Un problema menos entonces.
Pero algo estaba raro. Lo noté casi de inmediato. Había algo en su mirada, en su postura... Se veía apagado, más de lo normal. Era como si algo lo estuviera consumiendo por dentro, y eso me dio un mal presentimiento que no pude ignorar del todo.
"¿Qué demonios te pasó, Anon? ¿Por qué tienes esa cara?"
Quise preguntarle, pero me detuve. Tal vez no era el momento. Tal vez no quería saberlo. Decidí apartar mis pensamientos y concentrarme en lo que venía.
Veinte minutos después, la última pareja terminó su rutina, y llegó nuestro turno. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras la maestra anunciaba nuestros nombres.
—Mia Moretti y Anon Y. Mous, adelante.
Anon se levantó lentamente, y yo lo seguí. Caminamos hacia el centro del escenario, el resto de la clase tomo asiento, observándonos con atención. Por un instante, sentí el peso de todas las miradas sobre nosotros, pero luego lo miré a él.
Anon estaba más tranquilo de lo que esperaba, pero algo en sus movimientos seguía siendo extraño. Una mezcla de cansancio y resignación.
"No importa qué te pase, Anon. Solo haz tu parte y saldremos de esta."
Respiré hondo, y ambos tomamos nuestras posiciones para empezar.
Tomé mi lugar junto a Anon en el centro del escenario, los ojos de los demás clavados en nosotros como si esperaran ver un espectáculo digno de recordar. Por primera vez en días, sentí que podía respirar con algo de alivio. Anon parecía estar bien, al menos físicamente. Ninguna herida visible, ninguna señal de que algo pudiera salir terriblemente mal y arruinar nuestra actuación.
"Perfecto," pensé, enderezando los hombros y adoptando una postura elegante y segura. La rutina tenía que ser impecable.
La música comenzó a sonar, un vals suave y melancólico que marcaba el inicio de nuestra escena. Ambos dimos un paso hacia adelante, simulando ser dos nobles de la época victoriana atrapados en una batalla de palabras disfrazada de cortesía.
Anon, en su papel, me ofreció una reverencia exageradamente elegante, que me hizo rodar los ojos de manera teatral.
—Milady, —dijo con una sonrisa tensa y esa voz cuidadosamente calculada que parecía teñida de veneno—, qué curioso que alguien con tan fina apariencia pueda causar tanto alboroto con solo entrar a una sala. Es casi como si las palabras "discreción" y "gracia" fueran desconocidas para usted.
Lo miré con una sonrisa que no alcanzó mis ojos, inclinando la cabeza como si considerara sus palabras con gran seriedad.
—Mi querido señor, —respondí, dejando que mi voz gotease una dulzura artificial—, sería un error culpar a una dama por el caos que provocan las mentes más simples. Quizás debería preocuparse menos por mis entradas y más por sus salidas, que, según dicen, siempre dejan un rastro de chismes y mal gusto.
Un par de risas contenidas resonaron entre los espectadores, pero los ignoré. Mi atención estaba completamente en él.
Anon arqueó una ceja, como si lo hubiera sorprendido, pero rápidamente se recuperó, dando un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre nosotros.
—Oh, pero no podría culparla por ello, —dijo, colocando una mano teatralmente sobre su pecho—. Su compañía debe ser tan adictiva como peligrosa. Estoy seguro de que hay algo fascinante en su habilidad para encantar y repeler a partes iguales.
Le devolví el gesto, inclinándome ligeramente hacia él, lo suficiente como para que mi sonrisa pasivo-agresiva estuviera a su altura.
—Y, sin embargo, aquí está, incapaz de resistirse a mi presencia. Tal vez su fascinación dice más de usted que de mí. Aunque, debo admitir, no es la primera vez que un hombre desesperado busca consuelo en lo que no puede comprender.
Pude ver un destello en sus ojos, un desafío que casi parecía disfrutarse. Anon era bueno en esto. Quizás demasiado bueno.
La música se hizo más intensa, marcando el ritmo de nuestra interacción.
—Lo que no puedo comprender, —dijo con un tono que bordeaba lo romántico, pero seguía siendo frío—, es cómo alguien puede envolver una capa de seda sobre un corazón tan... inflexible. Es una tragedia, milady, pero una que encaja perfectamente con el teatro de su vida.
"Buen golpe," pensé, sintiendo cómo mi orgullo se agitaba. No iba a dejar que tuviera la última palabra.
—¿Tragedia? —repliqué, permitiendo que mi sonrisa se endureciera—. Ah, pero un hombre como usted no podría reconocer una tragedia ni aunque lo mirase en el espejo. Lo que usted llama teatro, yo lo llamo saber estar, algo que, evidentemente, no heredó de su linaje.
Anon dejó escapar una risa suave, como si estuviera disfrutando de todo aquello tanto como yo. La tensión entre nosotros no se había disipado, pero había algo extrañamente placentero en el juego.
Por primera vez en días, sentí que el mundo no estaba en mi contra. Anon estaba bien, la rutina iba perfecta, y yo... yo estaba en mi elemento.
La música cambió de tono, volviéndose más marcada y altiva, como si quisiera reflejar la creciente tensión entre nuestras palabras. Anon y yo nos desplazamos en perfecta sincronía, pasos medidos, giros elegantes y posturas impecables. Aunque el diálogo continuaba mordaz, no podíamos ignorar las miradas fascinadas de nuestros compañeros y, sobre todo, de la maestra.
"Lo estamos logrando," pensé, sintiendo una pequeña oleada de orgullo al ver cómo los otros dúos nos observaban con asombro. Era evidente que nuestra actuación estaba causando impresión, justo como había planeado.
Anon tomó mi mano en un giro, su toque firme pero contenido, y luego volvió a inclinarse con esa sonrisa sardónica que tan bien le salía.
—Debe ser un reto, milady, mantener esa perfección en su fachada cuando la verdadera batalla ocurre debajo de la superficie. Dicen que la presión hace diamantes, pero en su caso, tal vez solo ha creado grietas.
Apreté los dientes, devolviéndole la mirada con un destello desafiante.
—¿Presión? Oh, mi querido señor, —respondí mientras daba un paso hacia él, dejando que nuestras miradas se encontraran en un duelo implícito—. Si bien algunos sucumben bajo ella, otros la convierten en una herramienta. Quizás debería tomar notas. Aunque, por lo que he oído, no es precisamente conocido por manejar las cosas con elegancia.
Un murmullo de aprobación se escapó de alguien entre el público, y sentí un ligero cosquilleo de satisfacción. Sin embargo, algo en Anon no terminaba de encajar. Su postura seguía siendo correcta, sus movimientos no mostraban errores evidentes, pero noté un leve temblor en el agarre de su mano al girarme una vez más.
Mi sonrisa se mantuvo, pero una pequeña sombra de preocupación comenzó a formarse en mi mente.
Anon no se detuvo. Giró con precisión y me dirigió un paso hacia adelante, con esa confianza que tan bien simulaba.
—Elegancia, dice, —continuó, su tono goteando ironía—. Qué palabra tan fascinante viniendo de alguien que siempre parece estar al borde de incendiar todo lo que toca. Aunque debo admitir, milady, hay algo admirable en su capacidad para dejar caos y admiración a partes iguales.
Mantuve mi compostura, inclinándome ligeramente hacia él con una sonrisa afilada.
—El caos, como usted lo llama, no es más que una prueba de que soy capaz de dejar una impresión duradera, algo que, claramente, le cuesta entender. Pero no se preocupe, mi querido señor, no todos nacen con ese don.
La música se intensificó, señalando un cambio en la coreografía. Anon tomó mi cintura para guiarme en un giro elaborado, y fue entonces cuando lo sentí: un ligero titubeo en su fuerza. No lo suficiente como para que otros lo notaran, pero para alguien que estaba en sus brazos, era inconfundible.
"¿Qué diablos está pasando?" pensé, mi preocupación creciendo a pesar de mis intentos por mantenerla a raya.
—Cuidado, milady, —dijo Anon al enderezarnos, su voz suave pero con un leve matiz de cansancio que solo yo pude captar—. No querríamos que perdiera el equilibrio, aunque supongo que estaría acostumbrada a caer de lugares altos.
Me esforcé por mantener mi papel, sonriendo con desdén.
—Gracias por su preocupación, aunque dudo que alguien tan torpe como usted pueda salvarme de una caída. Pero no se preocupe, mi querido señor, no necesito apoyo para mantenerme firme.
Sus ojos se encontraron con los míos por un breve momento, y sentí que había algo más detrás de ellos, algo que no podía descifrar del todo. Aun así, el público parecía cautivado, completamente ajeno a la creciente inquietud que se apoderaba de mí.
"Estás bien, Anon," me dije en silencio, intentando convencerme. "Esto es solo parte del acto."
Pero en el fondo, no podía ignorar que algo no estaba del todo bien.
La música alcanzó un crescendo, exigiendo de nosotros movimientos más dinámicos. Nuestras figuras giraban con precisión casi coreográfica, manteniendo la misma tensión pasivo-agresiva que había definido nuestra actuación desde el inicio. Todo parecía en su lugar: el ambiente, las miradas cautivadas de nuestros compañeros, la atención absoluta de la maestra. Pero algo seguía golpeando mi instinto.
Anon seguía actuando impecablemente, sus movimientos no cometían errores visibles, pero... "Eso no es normal," pensé al notar el brillo de sudor que empezaba a acumularse en su frente. Sus pasos eran sólidos, pero había algo en su forma de girar, un pequeño retraso en la fuerza de sus movimientos, casi imperceptible para cualquiera que no estuviera tan cerca como yo.
"¿Estará nervioso?" me pregunté, intentando no dejar que mi preocupación se reflejara en mi expresión. Pero no, esto no era simplemente nervios. Anon no era del tipo que se dejaba consumir tan fácilmente.
El guion marcaba una pausa dramática, donde nuestras figuras se enfrentaban, casi desafiándose mutuamente sin una sola palabra. Aproveché para fijarme en su rostro mientras nuestras miradas se encontraban. Por un segundo, pude ver cómo su mandíbula se tensaba y, lo que era aún más alarmante, una mueca fugaz de incomodidad cruzó su semblante antes de que la reemplazara con una sonrisa desdeñosa.
—¿Está cansado, milady? —preguntó, su voz firme aunque su respiración parecía más pesada de lo que debería—. Sería una pena que su destreza no estuviera a la altura de sus palabras.
Lo seguí al pie de la letra, devolviéndole una sonrisa igual de cortante mientras la música bajaba un poco, marcando el inicio de una parte más íntima del baile.
—Oh, mi querido señor, —respondí mientras lo rodeaba, mi vestido ondeando con cada giro—. No se preocupe por mí. En todo caso, me preocuparía por usted. Es difícil mantenerse de pie cuando uno carga con un ego tan pesado.
Mi voz salió segura, pero mi mente trabajaba a toda velocidad. "¿Está bien? ¿Está aguantando solo por orgullo?" Lo conocía lo suficiente para saber que jamás admitiría debilidad, especialmente frente a mí y menos en público. Pero sus hombros tensos y la ligera rigidez en sus movimientos me decían lo contrario.
Anon dio un paso hacia mí, extendiendo su mano para guiarme a un giro que culminaba con un cruce de miradas.
—Le aseguro, milady, que mis hombros han cargado con mucho más peso que su necesidad de destacar, —replicó, su tono afilado aunque sus dedos se cerraron con un poco menos de firmeza que antes al tomar mi mano.
Los aplausos ocasionales del público llenaban los espacios entre nuestros movimientos. Era evidente que estábamos cumpliendo las expectativas. Incluso podía escuchar susurros de admiración entre nuestros compañeros, pero mi atención estaba completamente en Anon.
Mientras me giraba para un nuevo paso, pude ver cómo una gota de sudor resbalaba por su sien. Apenas perceptible, pero estaba ahí. Mi pecho se apretó con una mezcla de frustración y preocupación.
"Dios, Anon, ¿qué te pasa?"
Seguía sonriendo, seguía respondiendo a cada palabra con la misma intensidad afilada que siempre, pero su cuerpo le estaba traicionando poco a poco. Estaba esforzándose al máximo, sosteniéndose en lo que claramente era pura voluntad.
—Debo admitir, milady, —dijo mientras completábamos un giro elaborado—, que no es tan fácil mantener el ritmo con alguien tan acostumbrado a correr por delante de sus propias palabras.
Sus ojos brillaban con un toque de ironía, pero detrás de eso había algo que casi parecía... ¿dolor?
Apreté la mandíbula, obligándome a mantenerme en personaje. No podía permitirme flaquear, no cuando toda la clase tenía los ojos puestos en nosotros.
—Y debo admitir, —le respondí con suavidad venenosa mientras giraba a su alrededor—, que es un reto encontrar a alguien que hable tanto sin decir nada. Pero no se preocupe, querido señor, siempre he tenido paciencia con los menos dotados.
El violín marcó un cambio de ritmo, indicando que la parte más intensa estaba por venir. Su mano volvió a mi cintura, y al sentirla, noté un ligero temblor que me hizo contener la respiración.
"Por favor, Anon, aguanta un poco más," pensé, incluso mientras mi expresión permanecía altiva y compuesta. Sabía que no debía dejar que el pánico se apoderara de mí, pero cada pequeño detalle me hacía querer detener todo y exigirle una explicación.
"Lo estás haciendo bien," me repetí, intentando convencerme. Pero en el fondo, una sombra de duda crecía con cada segundo que pasaba.
La música llegó a su clímax, las notas rápidas y elegantes llenaban el teatro, exigiendo de nosotros precisión y gracia. A pesar de todo, Anon y yo seguíamos ejecutando cada paso con exactitud, nuestras figuras un reflejo de la pasión y rivalidad de los personajes que interpretábamos.
Pero no podía apartar los ojos de él. Mientras girábamos sincronizados, mi atención fue capturada por un detalle que había pasado desapercibido hasta ahora. Bajo la camisa de Anon, a través de la leve transparencia que daba el sudor y el movimiento, alcancé a notar algo extraño... ¿vendajes? Mi corazón dio un vuelco.
"No... esto no puede ser," pensé, sintiendo un frío helado recorrerme.
Intenté mantenerme concentrada en la actuación, en el ritmo de nuestros pasos y en nuestras líneas, pero las piezas comenzaron a encajar en mi mente. Los cuatro imbéciles golpeados, los rumores del viernes, la ausencia de Anon por completo hasta hoy... y ahora esto.
Anon estaba de pie frente a mí, pronunciando sus últimas líneas con la misma energía que había mostrado desde el inicio, aunque su voz parecía más tensa, casi forzada.
—¿Y qué opina de eso, milady? —dijo, llevando mi mano a un giro final mientras la música bajaba en intensidad, marcando el desenlace de la escena.
Quise responder, quise darle la réplica exacta que la escena pedía, pero antes de que pudiera hacerlo, sucedió.
En un giro mal calculado, Anon perdió el equilibrio. No fue un error grande, pero fue suficiente para romper la fluidez del movimiento. Su pie no tocó el suelo como debía, y su peso lo arrastró hacia adelante. Antes de que pudiera reaccionar, cayó sobre mí, llevándonos a ambos al suelo.
El lugar quedó en completo silencio.
Sentí su cuerpo encima del mío, su respiración rápida y pesada, y cuando levanté la mirada hacia él, vi algo que nunca había visto antes en su rostro: un dolor profundo e inconfundible. No era físico solamente, era algo más, como si hubiera estado cargando con una tormenta desde hace días y ya no pudiera más.
"Dios... lo sabía. Sabía que algo estaba mal."
Intenté levantarlo como pude, mis manos sosteniéndolo por los brazos, pero su cuerpo se sentía débil, sin fuerza. Anon apenas podía mantenerse sentado.
—Anon... ¿qué demonios te pasa? —murmuré en voz baja, aunque ya sabía la respuesta.
El sonido de pasos firmes y apresurados rompió el silencio. Cuando levanté la vista, vi a un hombre entrar y subirse al escenario de forma brusca: su padre. Su rostro estaba tenso, pero había algo en su expresión que no era del todo desaprobación, más bien parecía... orgullo.
—Hiciste bien, hijo, —dijo mientras se inclinaba para ayudar a Anon a levantarse. El tono de su voz era calmado, pero tenía un peso que dejó claro que esto era una especie de "prueba" para él.
La maestra y mis compañeros observaban en completo desconcierto. Todos sabíamos que algo andaba mal, pero nadie se atrevió a decir nada.
—Disculpen por la interrupción, —dijo el padre de Anon dirigiéndose al resto de la clase mientras lo levantaba con cuidado, sosteniéndolo por el brazo y la cintura. Luego, me lanzó una mirada breve, casi como si esperara algo de mí. No supe qué era, pero asentí levemente.
Sin más palabras, lo llevó fuera del teatro, dejando tras de sí un silencio abrumador.
Me quedé de pie en medio del escenario improvisado, con el eco de la actuación aún resonando en mi mente. Mis pensamientos iban a mil por hora.
"Anon estaba herido. Todo este tiempo estuvo herido, y aun así, vino aquí, actuó conmigo y cumplió con todo. ¿Por qué? ¿Por qué no dijo nada?"
Las piezas encajaron finalmente. Recordé lo que había oído sobre los cuatro idiotas, los guardaespaldas de mi padre. "La paliza... fue culpa de ellos, yo debí prever."
Mis manos temblaban, pero apreté los puños para detener el temblor. La culpa me golpeó como un mazo. Anon había soportado todo esto por orgullo, por responsabilidad... por algo que yo no entendía del todo aún, pero que ahora sabía que debía averiguar.
El murmullo de mis compañeros y la preocupación en los ojos de la maestra no hicieron más que intensificar el peso en mi pecho. Pero lo único en lo que podía pensar era en el rostro de Anon, esa mezcla de dolor y determinación que no podía quitarme de la cabeza.
Volví a la realidad... esa preocupación es por el examen, eso debe de ser, dios debo admitirlo... ese calvo, creo que lo subestimé, calenté Mia, estas algo loca por los nervios y ver si este último error no judío todo.
La maestra me sonrío y me dio un golpe con la mano abierta en la espalda sacándome de mis pensamientos —Tal y como esperaba de ustedes dos... me sorprendió que Anon a pesar de su condición que se notaba que era mala... esos vendajes eran muy visibles... vino y realizo una actuación de 10, y tú no te quedas atrás, lograste mantener la compostura a pesar de la situación y seguiste con el guion, Ustedes dos son asombrosos... ambos están exentos del examen escrito, se lo ganaron, ve y descansa, estas muy estresada y lo entiendo, tu amigo debe de estar sufriendo.
¿Amigo? Ja Mia Moretti no tiene amigos... quería decírselo en voz alta a la maestra, pero no pude para evitar problemas, amigos... eso.. nu... nu... me mordí los labios con molestia y por suerte pude irme a almorzar antes... Maldita sea Anon.
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