7 Ensayos
Viernes.
Las cosas iban bien, las cosas seguían tensas por Liz y el hecho de que aun se negaba a comer junto a Damien y Olivia.
Logre hacer malvares para evitar que las cosas se rompieran...
El profesor Iadakan me dijo que quería hablar a solas, después de la clase de pintura.
El me hablo con su clásica actitud positiva —Anon, estuve hablando con la directora Scaler y al parecer te faltan algunos créditos, y de casualidad necesito ayuda con una tarea... sin embargo podría resultarte incomoda, ¿me permites sugerírtela? —
Lo mire incomodo —Dígamelo entonces...—
El me sonrió y levanto la mano de forma exagerada y dijo —Necesito un modelo desnudo para una sesión de dibujo, es muy raro tener a un humano a la mano, y es literal, necesito que poses desnudo para una clase complementaria que daré el sábado. —
A decir verdad, me daba igual, que me vieran desnudo a este punto, y era arte, no le vi la gran cosa, y Mia ya había cancelado el ensayo del sábado, ya que tenía algo que hacer... dije intentando negociar —Claro, pero si también me da una pequeña ayuda con el examen escrito...—
Este sonrió —2 puntos... es lo máximo que te puedo dar....—
Bueno es mejor que nada —Entonces hagámoslo tiene un trató. —
Sabado.
Llegue a la hora acordada, y me asegure de darme una buena ducha y ponerme anti transpirante por si las dudas, este lugar es un horno.
Apenas llegue al salón de clase vació, vi a Iadakan el cual me explico como serian las cosas, yo estaré en el centro del salón, en una pose, la que yo quisiera, pero tendría que hacerla toda la clase, para evitar que se me acalambre el cuerpo podía descansar un minuto y medio cada 10 minutos.
Esto será algo tedioso, ya que la sesión duraría 4 horas Iadakan me dio chance de usar el cuarto del conserje que estaba al lado, para prepararme, me dijo que saliera en media hora que encontrara alguna forma de matar el tiempo, ya que tenía que explicarle la dinámica a su clase.
Me la pase los 30 minutos leyendo el guion de la escena de la obra para hacer algo útil que hacer para matar el tiempo, y cuando Iadakan me mando el mensaje Sali de ahí, solo traía una toalla puesta, fuera de eso estaba completamente desnudo el maestro me observo.
—Tienes más músculos de los que aparentas pensé que eras más delgado, sin ofender. —
Me encogi de hombros —Estoy en buena forma, pero era inútil fortalecer los músculos de forma directa, en la militarizada solo entrene aguante y velocidad...
Él se rasco la barbilla —Es entendible, debo admitir que tienes el cuerpo perfecto de un velocista, no hagamos más rodeos, y sígueme, la clase espera. —
Entre al salón junto con él... y sentí vergüenza, la razón, por alguna broma cruel del destino, ahí estaban Mia y algunos compañeros que recordé de algunas clases, quienes al parecer iban a tomar la clase también.
La mirada de ellas tres era muy intensa.
Iadakan dijo —Anon se ofreció como voluntario para modelar, el será el modelo desnudo para hoy, aprender todo tipo de anatomías es importante para mejorar la perspectiva del dibujo, y es raro poder tener la oportunidad de ver a un humano y menos con el físico de Anon, bien Anon y chicos, comiencen. — El dio un aplauso y me miró.
Suspire, y me quite la toalla... un gran silencio hubo en la clase...
Se escucharon susurros —No mames. — ¿esa cosa es real? — —Esa cosa paga impuestos—
Me sentí bastante alagado, y por suerte logré contener mis emociones para evitar tener una erección...
Nadie me dijo nada, y las 4 horas pasaron sin problemas...
Sin embargo, sin que yo lo supiera había abierto la caja de pandora, ese día.
Fue muy incómodo, las miradas intensas por parte de Mia, ella estaba enojada pensé, y los demás me veían con tanta intensidad que me asustaba un poco.
Domingo.
El peso de la vergüenza aún me rondaba desde la sesión del día anterior, y, como si el universo se empeñara en probar mi paciencia, recibí un mensaje de Mia avisándome que vendría a practicar. Mi madre, entretanto, se había hecho amiga de la mamá de Damien y de Vinny, y ambas se habían ido de paseo juntas. Para mi suerte, se llevó a Vinny, así que por un rato tendría la casa tranquila... o al menos eso pensé.
La tranquilidad duró lo que un parpadeo, porque el sonido de los golpes de Mia en la puerta ya me ponía en alerta. Abrí y allí estaba ella, con esa actitud de superioridad que parecía cargar siempre, caminando como si el mundo le debiera algo. Entró sin preguntar, ni un saludo, y se dejó caer en el sofá con un bufido. Con los ojos pegados al guion, lo sacó y empezó a leerlo, aunque no pude evitar notar el ceño fruncido y la línea tensa en sus labios. Algo le traía de mal humor.
Yo podía haberme quedado callado, pero, honestamente, me conocía demasiado bien como para pensar que dejaría pasar una oportunidad de molestarla un poco. Así que, con tono burlón, solté:
—Parece que la princesa magenta ha tenido un mal día.
Ella levantó la vista solo para lanzarme una mirada que podría haber derretido un cubo de hielo y gruñó con una irritación evidente:
—No es tu asunto, calvito.
Me crucé de brazos, sintiendo cómo un tipo de diversión maliciosa me invadía. Claro, probablemente no me convenía empujarla demasiado, pero, al mismo tiempo, eso hacía que la situación se sintiera aún más tentadora.
—Claro que lo es, Mia —respondí, elevando un poco la voz para hacerme notar más—. Al final del día, somos un equipo en esta cosa. Y que tú estés de humor de perros podría terminar afectando el ensayo de hoy, ¿no crees?
Ella apretó los labios, claramente resistiéndose a contestarme, pero el silencio duró solo un instante. Con un movimiento brusco, aventó el guion sobre la mesa y cruzó las piernas, inclinándose hacia atrás en el sofá con una mirada oscura. Sabía que estaba a punto de explotar y, de alguna forma, eso me mantenía expectante.
—Ben —soltó, su voz casi temblando de rabia—, Ben demostrándome de nuevo su falta de huevos.
Quedé en silencio un momento, sorprendido. No era común que Mia dejara salir ese tipo de frustración tan abiertamente, y no pude evitar levantar una ceja. Eso no significaba que fuera a dejar de provocarla, claro.
—Vaya, parece que el príncipe encantador no ha sido tan encantador como esperabas, ¿eh? —dije, conteniendo una sonrisa burlona.
Ella me fulminó con la mirada, como si estuviera dispuesta a cortarme en pedacitos ahí mismo.
—Él no es... —vaciló, como si se diera cuenta de que iba a decir algo que podría interpretarse de manera equivocada—. No es lo que me molesta, calvito. Es su... cobardía.
Rodé los ojos y me dejé caer en una silla frente a ella, preparándome para escuchar su queja, aunque sabía que no podía mostrar mucho interés o ella se cerraría de inmediato.
—Entonces, ¿qué hizo el pobre Ben esta vez? —pregunté, adoptando un tono de falsa compasión, pero sabiendo que ella no dejaría pasar el sarcasmo.
Mia apretó los labios y sus ojos destellaron con una mezcla de frustración y resentimiento. Parecía dudar entre desahogarse o no, pero finalmente, como si quisiera evitar mostrarse débil, respiró hondo y dijo:
—Nada. Eso es lo que hizo. Absolutamente nada —murmuró, mordiéndose el labio con evidente enojo—. Me deja a mí siempre la parte difícil, como si fuera incapaz de hacerle frente a una situación por sí mismo. Es exasperante, es... es tan...
—¿Incompetente? —sugerí, incapaz de evitar una sonrisa divertida, disfrutando de verla fuera de su usual compostura.
—¡Exacto! —soltó, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fastidio. Estaba tan frustrada que ni siquiera me dio una de sus típicas miradas de advertencia por mi interrupción—. Es incompetente y cobarde, y, lo peor de todo, siempre espera que yo tome la iniciativa. Como si yo fuera su maldito salvavidas.
La miré fijamente, encontrando algo sorprendentemente humano en sus palabras. Por una vez, Mia estaba hablando con una vulnerabilidad que rara vez mostraba, y aunque parte de mí quería reírme, otra parte entendía que quizás este Ben realmente había hecho algo que le dolía más de lo que dejaba ver.
—Vaya —dije, dándole una mirada burlona pero también ligeramente comprensiva—. A veces el cuento de hadas resulta ser una pesadilla, ¿no?
Ella bufó y puso los ojos en blanco, mirándome de reojo como si evaluara si estaba siendo sarcástico o no. Después de un instante, simplemente suspiró y volvió a tomar el guion, aunque parecía estar más relajada.
—Bueno, suficiente de mis problemas personales —dijo, volviendo a su tono habitual y con ese brillo desafiante en los ojos—. Espero que no estés tan oxidado como la última vez, calvito. No pienso perder ni un segundo si no das la talla.
Me recosté en el respaldo de la silla, dándole una sonrisa confiada mientras tomaba el guion y hojeaba las páginas con calma.
—Oh, no te preocupes. Si alguien va a "dar la talla" aquí, soy yo. Tú solo intenta no trabarte cuando las cosas se pongan intensas.
Ella me lanzó una sonrisa desdeñosa, como si lo que acababa de decir fuera una broma. Sin embargo, noté un leve rubor en sus mejillas, aunque tratara de disimularlo.
—Ya quisieras, Anon. —Sacó su lápiz y comenzó a subrayar algunos párrafos del guion—. Vamos, empieza tú. Y trata de no hacerme bostezar.
Lanzándole una última mirada desafiante, abrí el guion y comencé a recitar mi primera línea. En pocos minutos, la sala se llenó con los diálogos tensos de nuestros personajes, que parecían una extensión de la relación entre Mia y yo. El texto hablaba de una lucha de poder, de acuerdos que se tejían y desmoronaban en un abrir y cerrar de ojos, con nuestros personajes lanzándose miradas cargadas de deseo contenido. Entre frases de cortesía forzada y sarcasmos afilados, el ambiente se volvía cada vez más cargado. Mia y yo nos perdimos en la escena, cruzando miradas intensas y sosteniendo un juego de palabras tan afilado que, por momentos, parecía reflejar algo más que actuación.
Finalmente, llegamos al final del ensayo y soltamos una risa tensa, ambos aún bajo el efecto de la intensidad de la escena. Respiré hondo, intentando ocultar el leve temblor en mis manos.
—Bueno, al menos no fuiste tan mala como esperaba —dije, fingiendo indiferencia mientras cerraba el guion.
Ella me miró con desdén, aunque había una chispa de satisfacción en sus ojos.
—Y tú apenas cumpliste, calvito. Pero al menos me diste algo de qué reírme.
Nos quedamos en silencio por un instante, como si ninguno de los dos supiera exactamente cómo bajar la intensidad de lo que acabábamos de interpretar. Mia rompió el silencio con un resoplido cansado y miró de reojo la cocina.
—Tengo hambremurmuró, cambiando de tema de la forma más casual posible.
Anon se cruzó de brazos después de que ella dijo que tenía hambre y dijo —si me das el dinero justo, solo de los ingredientes que usare te preparo algo ¿ok?
Ella solo asintió y saco el dinero que le pedí y me lo dio.
Quise ser cordial y justo, aunque tenía una actitud que hacía difícil seguirle la corriente sin querer lanzarle algo. Pero, siendo honesto conmigo mismo, al menos estaba mostrando algo de honor en todo esto; lo admitiera o no, ella se estaba comprometiendo tanto como yo. Y como éramos compañeros en esta tarea, también me convenía que las cosas salieran bien. Los dos queríamos exentar ese examen, y si eso significaba tragarnos el mal humor del otro de vez en cuando, pues adelante. Claro, esto era algo que jamás le diría en voz alta; nuestra relación de estira y afloja dependía de que ninguno de los dos bajara la guardia ni soltara el orgullo. De otra forma, probablemente se rompería la única dinámica que habíamos logrado construir.
Con un suspiro, me puse el delantal, preparándome mentalmente para el ritual culinario. Sabía que a Mia le disgustaba el "exceso de verde" en sus comidas, así que traté de buscar un punto medio entre lo que le podía gustar y lo que era capaz de preparar con lo que tenía a mano. Me aseguré de que fuera algo principalmente herbívoro, pero tampoco vegano. Ya me había dejado bien claro la última vez que podía comer cosas no tan veganas como productos lácteos, así que lo tomé en cuenta, recordando sus comentarios con esa voz sarcástica tan suya.
Mientras me organizaba con los ingredientes, escuché cómo se sentaba en la mesa detrás de mí, algo poco común para Mia, que usualmente prefería quedarse de pie o merodear cuando estaba enojada. Aunque su presencia ahí me hizo sentir un poco como si estuviera en una especie de examen culinario.
Sin decir nada, la escuché rebuscar en su mochila antes de sacar el teléfono, y el silencio de su enfado se sintió más denso que nunca. El aura a su alrededor dejaba en claro que seguía molesta por lo que fuera que había pasado antes, y si bien la razón no era exactamente de mi incumbencia, algo en su expresión me picaba la curiosidad.
Le di la espalda, concentrado en cortar algunos vegetales, y después de un par de segundos, me animé a intentar abrir una conversación casual.
—Así que... —dije con tono neutro, tratando de sonar indiferente— ¿qué hizo el pobre Ben esta vez? Digo, algo tuvo que haber pasado para que estés así de enfadada.
Mia hizo un ruido entre la burla y el desdén, sin apartar la vista de su teléfono.
—Eso es cosa mía, calvito. Y no necesito hablar de eso contigo, no es que vayas a entenderlo.
Enarqué una ceja, tomándome un segundo para procesar su comentario. En lugar de sentirme ofendido, decidí que podía seguir tanteando terreno.
—Mira, tampoco es que me muera por los detalles. Pero considerando que estamos atrapados juntos en esto, al menos podrías desahogarte, aunque sea para que el ensayo no sea un desastre.
Ella levantó la mirada apenas un momento, solo para lanzarme una mirada escéptica. Suponía que consideraba que compartir algo conmigo era un signo de debilidad o alguna traición a su orgullo, pero algo en su expresión parecía vacilar. Después de unos segundos, suspiró y volvió a mirar su teléfono, como si hablara más consigo misma que conmigo.
—No fue nada —dijo, aunque su tono la traicionaba—. Solo... siempre es lo mismo con él. Como si fuera incapaz de hacer las cosas que promete.
Asentí lentamente, sin querer presionarla demasiado y arriesgarme a que se cerrara de nuevo. Mientras seguía cortando los ingredientes, intenté que mi tono sonara lo más despreocupado posible.
—Bueno, suena a que Ben te tiene acostumbrada a eso. ¿Y sigues esperando que cambie?
Ella bufó, casi en una risa amarga, y cruzó los brazos.
—No, no es eso. Es que... cuando se trata de hacer algo importante que no tiene que ver con organización o usar ese cerebro suyo, parece que me toca hacerlo todo a mí. Él no es... no es lo que se necesita cuando las cosas se complican. Siempre soy yo quien tiene que terminar cubriendo todo.
A medida que la escuchaba, mi curiosidad aumentaba. Sabía que Mia solía ser exigente, a veces demasiado, pero escucharla hablar de alguien más desde ese lugar de decepción era raro. Generalmente, ella era la primera en defenderse y en destacar que no necesitaba a nadie, pero parecía que algo en este caso la había tocado más de lo que dejaba ver.
—Debe ser frustrante —comenté, mientras calentaba la sartén y empezaba a preparar el plato—. Tener que cargar con el peso de algo que supuestamente deberían hacer entre los dos.
Ella hizo un leve asentimiento, mirando hacia la ventana como si sus pensamientos estuvieran en otro lugar. Aunque su expresión seguía siendo altiva, pude notar una sombra de cansancio en sus ojos. Quizás había estado sosteniendo esa imagen de autosuficiencia durante demasiado tiempo.
—No es solo frustrante —dijo finalmente, en un tono bajo—. Es agotador. Es como si... no sé, como si siempre tuviera que demostrar algo. Y mientras tanto, todos los demás se quedan esperando que yo resuelva las cosas, que requieren carácter, cosa que a él le falta y mucho.
Por un instante, vi en ella algo que pocas veces permitía que otros notaran: una vulnerabilidad enterrada bajo capas de sarcasmo y arrogancia. Esa breve confesión era lo más honesto que le había escuchado decir desde que la conocía.
Terminé de preparar el plato y lo serví frente a ella con una sonrisa sarcástica, intentando devolverle algo de esa tensión familiar que le gustaba tanto.
—Bueno, aquí tienes, princesa. Sin excesos de vegetales verdes, como te gusta. ¿Ves? A veces las cosas sí salen como uno las espera, aunque cueste trabajo.
Ella puso los ojos en blanco, aunque pude notar una pequeña sonrisa en su rostro mientras miraba el plato. Con el teléfono a un lado, finalmente dejó escapar un suspiro y tomó el tenedor.
Tal vez tengas razón... pero no te emociones demasiado, calvito. Esto no significa que quiera tus consejos de autoayuda. —
Solté una pequeña risa y me senté frente a ella.
—Tranquila, tampoco es que sea mi especialidad. Pero, para lo que vale, si necesitas descargar, puedes hacerlo sin que te lo cobre. Llamémoslo "parte del ensayo".
Mia rodó los ojos una vez más, aunque noté que su mirada parecía menos pesada. Por un momento, pareció dudar, como si considerara abrirse un poco más. Pero en lugar de continuar, simplemente clavó el tenedor en su comida y comenzó a comer en silencio, con una especie de calma que era rara en ella. Aunque no lo dijera abiertamente, tal vez el solo hecho de compartir ese pequeño momento de vulnerabilidad había sido suficiente para aliviar un poco su malestar.
Mientras comíamos, el silencio se fue transformando en algo más tolerable, casi cómodo. En medio de la tensión usual entre ambos, habíamos logrado una tregua temporal, un pequeño espacio donde ninguno tenía que llevar la última palabra. Sabía que probablemente nunca lo admitiría, pero, en el fondo, ella también necesitaba un respiro de vez en cuando.
Después de aquello ensayamos algunas líneas, practicamos algunos pasos de baile, y algunos gestos del guion, cuando marcaron las 6 ella se fue sin decir nada solo tomo su mochila después de ver su teléfono y se fue, sin ningún gracias ni nada.
La semana pasó volando, me turne para comer con Liz y Damien y Olivia, de día en día.
Mi relación con Mia seguía igual, aunque sentía que la guerra entre nosotros se había suavizado, aunque era el doble de potente sobre el escenario.
El miércoles fui a su casa a ensayar, y terminamos jugando Jurasic Hero, también me di cuenta que tenemos gustos en música casi idénticos.
De no ser porque ella maneja como una lunática le pediría que pusiera algo de música en su auto.
Sábado.
Otra vez le tocaba a Mia venir a mi casa, pero esta vez había una variable inesperada: mi hermano menor, Chad, de diez años, estaba conmigo. Mis padres me lo habían dejado a cargo, y aunque quería que estuviera tranquilo, no pude evitar preocuparme. Con Mia y su actitud afilada como navaja, temía que usara a Chad como un punto débil para atacarme, sobre todo considerando su condición mental. Era un niño inocente y honesto hasta la médula, y en el mejor de los casos, eso le daba una sensibilidad que lo hacía aún más vulnerable. Lo último que quería era que Mia lo tomara de blanco para uno de sus comentarios crueles.
El timbre sonó y, después de un suspiro de preparación, fui a abrir la puerta. Como siempre, Mia entró como si la casa le perteneciera, sin ni siquiera esperar una invitación. Apenas cruzó la puerta, se topó con Chad, que estaba sentado en la sala viendo la televisión. Por un segundo, sentí que mi estómago se encogía de pura preocupación. Mia observó a Chad con curiosidad, y antes de que pudiera interceder, él la miró con esos ojos grandes y sonrientes, con un rastro de baba en la comisura de los labios. Con una confianza que no parecía acorde a su edad, la saludó:
—Nho saia que i herano teia aigas bomnitas dijo Chad, pronunciando cada palabra con dificultad—. Mie iamo Chad. —
La situación me tomó completamente por sorpresa, y todas mis alarmas internas se encendieron. Había olvidado lo honesto y transparente que era Chad con la gente, y ahí estaba, lanzándole un cumplido a Mia sin pensarlo dos veces. Mi primer instinto fue meterme en la conversación antes de que ella pudiera responder, pero algo me detuvo.
Para mi sorpresa, Mia pareció inflar el pecho de orgullo, y sonriendo con una expresión inesperadamente suave, respondió:
—Me llamo Mia —dijo, sin ni un asomo de burla en la voz, más bien con un tono que casi parecía amigable—. Al menos tú tienes buenos gustos, no como el zopenco de tu hermano...—
Chad soltó una risita y respondió, sin dudarlo un segundo:
—Zopeno e poho. —
Casi me atraganto al escucharlo. Mi propio hermano acababa de papearme frente a mi mayor rival, y Mia soltó una risa contenida, obviamente disfrutando de la situación. Luchando por mantener la compostura, me incliné hacia Chad y, en voz baja, le dije que necesitábamos la sala para estudiar. Le prometí que en tres horas haría algo para comer, y él, obediente como siempre, asintió y subió las escaleras hacia su cuarto en el segundo piso.
Tan pronto como Chad estuvo fuera de vista, me volví hacia Mia, que todavía tenía una sonrisa socarrona en el rostro. La miré con incredulidad y sin poder evitar el tono mordaz, le dije:
—Me sorprende que no fueses una completa perra con mi hermano, como lo eres con todos los demás.
Mia puso las manos en el pecho, fingiendo sentirse ofendida, y luego cambió su expresión a una seriedad calculada.
—Yo solo respeto a los fuertes, tobogán de piojos —me respondió, con esa mezcla de frialdad y orgullo tan suya—. Ese niño se ve que lo es, no como cierto calvito que cubre sus debilidades a través de esa fachada de chico malo.
Sus palabras me atravesaron como una daga, y aunque intenté decir algo para defenderme, las palabras se me atascaron en la garganta. Mia simplemente me había ganado en mi propio terreno, dejándome sin respuesta alguna. Parecía que el universo había decidido convertir este día en el "Día Internacional de Patear a Anon".
Sin nada más que decir, me resigné y me volví hacia el guion que tenía en la mesa, fingiendo que no me importaba el golpe. Pero Mia, como siempre, no podía dejar que las cosas murieran ahí.
—Eres todo un caso, ¿lo sabías? —dijo, mirando hacia donde Chad había subido, como si en su mente estuviera evaluando cada palabra que él había dicho—. Y supongo que ese enano también lo es. Dime, ¿siempre es así de honesto?
Le di un vistazo de reojo, sin saber si quería saber más o solo estaba jugando conmigo.
—Sí, así es Chad. Honesto y directo como una flecha. No le importa lo que piensen de él, y, aunque a veces eso causa problemas, hay algo de valor en ser así dije, sorprendiéndome a mí mismo con la respuesta—. No es como nosotros, no tiene máscaras. — lo último lo dije para intentar devolverle la de horita.
Ella se encogió de hombros, como si de alguna manera ignorara mi comentario, pero por un segundo, se le fue esa expresión de superioridad, y vi algo más calido en sus ojos, algo que normalmente ocultaba muy bien.
—Debe ser liberador —murmuró—. No tener que andar cuidando cada palabra, o jugando a ser algo que no eres. No me malinterpretes, calvito, me gusta ser quien soy. Pero... no sé, creo que hasta cierto punto, envidio la forma en que tu hermano puede ser tan auténtico, Ben debería de aprender un par de cosas de él. —
Sorprendido por su confesión, la miré un poco más de cerca, sin saber muy bien cómo reaccionar. En el fondo, nunca imaginé que Mia pudiera envidiar a alguien como Chad.
Pero esa pequeña chispa de sinceridad me recordó que tal vez, solo tal vez, debajo de toda su actitud de superioridad, había algo más.
—No te preocupes —le dije, intentando romper el momento incómodo—. No creo que seas capaz de convertirte en alguien auténtico como Chad, pero hey, al menos te esfuerzas... — dije lo ultimo con sarcasmo, para no dejar tan serio el ambiente.
Ella me lanzó una mirada venenosa, aunque pude notar una sonrisa contenida.
—No sueñes, calvito. No necesitas entenderme ni creer que tienes algo de razón. Ahora, deja de hablar tanto y mejor prepárate. No vine aquí para que me analices. —
Suspiré, agarrando el guion y resignándome a que, en el fondo, probablemente sería el único día en que podría ver a Mia con un poco más de Dinodad. Y mientras me preparaba para el ensayo, supe que aunque nunca lo admitiera, algo en ella estaba cambiando, tal vez solo por un momento, gracias a mi hermano y su inocente honestidad.
El día pasó casi sin darme cuenta, entre líneas de guion y ensayos. A pesar de que siempre había tensión cuando Mia y yo trabajábamos juntos, esta vez el ambiente se sintió distinto, un poco más fluido, como si ambos estuviéramos empezando a encontrar una especie de ritmo. Claro, eso no significó que no tuviéramos uno que otro desacuerdo. Sabíamos que la maestra había dejado una trampa en el guion, algo a lo que parecía que solo nosotros le habíamos puesto atención. Siempre nos hablaba de la importancia de la improvisación y de darle un toque personal a cada escena, pero el guion parecía demasiado rígido en algunas partes, lo que nos llevó a pensar que quizás ella misma esperaba que hiciéramos algunos cambios. Después de varios minutos de debates y de miradas desafiantes, acordamos hacer algunas modificaciones en las partes y escenas que se sentían un poco forzadas, buscando darle un toque más auténtico y natural sin perder la idea general que el guion pretendía transmitir.
Ya hacia el mediodía, llegó el momento de comer, y Chad se unió a nosotros en la mesa. Había preparado algo simple, pero nutritivo, y como siempre, había agregado algunas verduras para balancear el plato. Como era de esperarse, Chad hizo una mueca al ver las verduras en su plato. Frunció el ceño, apartándolas con el tenedor y murmurando algo inentendible que claramente no era un cumplido hacia los vegetales.
—Nho guietan las herdurah... —balbuceó Chad, cruzando los brazos como si el plato fuera su peor enemigo.
Mia, al escuchar su comentario, alzó una ceja y miró a Chad con esa expresión que utilizaba para retar a cualquiera que se le cruzara. Con un toque de picardía en los ojos, se inclinó un poco hacia él y dijo:
—¿Qué pasa, Chad? ¿No me digas que eres tan débil que ni siquiera puedes con unas verduras? Porque yo puedo comerme esas sin problema... pero supongo que tú no eres tan fuerte como yo pensaba.
La estrategia era obvia, y la reconocí al instante. Mia había tocado justo la fibra sensible de Chad, hiriendo su orgullo, y eso era todo lo que él necesitaba para lanzarse al desafío sin pensarlo. Como todo buen terco en nuestra familia, Chad apretó los labios y miró las verduras con una nueva determinación. Sabía que se sentía retado y que no iba a dejar que Mia lo viera como alguien débil.
—Yo pueho comeh ehto... —dijo Chad con firmeza, tomando el tenedor con ambas manos y llevándose una buena porción de verduras a la boca. Claro, su cara al masticar fue digna de una obra de arte, con un ligero gesto de desagrado que intentaba disimular sin éxito, pero no dejó ni un bocado en el plato.
Para ser honesto, fue bastante impresionante. No solo logró comerse las verduras, sino que, de alguna manera, lo hizo con dignidad. Mia sonrió con satisfacción, dándole una palmadita en la espalda como si fuera un soldado que acababa de completar una misión. Yo, observando la escena, no pude evitar sonreír y pensar que, de alguna forma, mi hermano se había ganado el respeto de Mia. Y ella, de alguna manera, también parecía haberse ganado un pequeño lugar en el afecto de Chad.
Un par de horas después de comer, Mia comenzó a recoger sus cosas para marcharse. La despedida fue extrañamente civilizada, sin comentarios sarcásticos ni provocaciones. Chad incluso se acercó a ella, poniéndose de puntillas para despedirse con esa educación tan única que tenía, aunque sus palabras apenas eran entendibles:
—Ahio Mia, fue muy hoven. —
Mia le sonrió, algo que pocas veces hacía de manera sincera, y le dio un ligero golpe en el hombro como despedida.
—Nos vemos, Chad. Sigue siendo fuerte —le dijo con una especie de respeto genuino que rara vez mostraba, especialmente hacia alguien que no fuera ella misma.
Cuando cerré la puerta después de que Mia se fue, me quedé un momento pensando en lo raro que había sido el día, en lo inusual de haber visto ese lado de Mia que casi nunca dejaba ver.
El domingo trajo la misma rutina que el día anterior. Mia llegó puntual, con esa actitud orgullosa que la caracterizaba, lista para continuar con el ensayo. Nos instalamos en la sala y empezamos a repasar las líneas mientras Chad merodeaba cerca, aunque manteniéndose lo suficientemente lejos para no interrumpir, como si entendiera que esto era algo importante. La tarde avanzaba en su usual ritmo hasta que, a mitad de la comida, la puerta principal se abrió y escuchamos las pisadas firmes y pesadas de mis padres entrando a la casa.
Al alzar la vista, noté que Mia se encogió sutilmente al verlos, como si el ambiente se hubiera puesto repentinamente más denso. Mis padres tenían esa presencia intensa que era difícil ignorar. Mi padre, con su típica expresión de mal humor y esa mirada hostil, parecía observar cada rincón como si buscara algún defecto que corregir; su semblante endurecido daba la impresión de que pocos momentos de su vida lo habían tratado con suavidad. Pseudon Y. Mous, mi padre, no era alguien fácil de tratar. De complexión delgada, pero con una figura de alguien que había vivido cosas duras, su porte militar y la chaqueta verde que llevaba —idéntica a la mía— le daban un aire de respeto y de cierta intimidación. El detalle de su barba de chivo acentuaba esa dureza y hacía que, de alguna manera, la sala se sintiera un poco más pequeña.
Mi madre, por otro lado, parecía el lado opuesto en cuanto a expresión, pero no en energía. Carla Mous entró con una ligera sonrisa y los ojos entrecerrados en esa expresión enigmática que solo ella sabía usar. Aunque a simple vista parecía relajada, cualquiera que la conociera un poco sabía que había una feroz intensidad detrás de esa apariencia.
No era humana; mi madre era una simian, un pariente cercano de los humanos, lo que le daba ciertos rasgos físicos que la hacían ver diferente. Tenía un rostro tranquilo, manos sin vello, pero su cuerpo estaba cubierto de pelo corto, y sus orejas, que escondía tras su cabello, eran grandes y expresivas, aunque no le gustaba mostrarlas. Aunque había dejado atrás sus días como cazadora de bestias, no había perdido ese lado salvaje, y se notaba.
Mientras mis padres entraban, Chad miraba a ambos con una especie de respeto y timidez, quedándose a un lado sin decir palabra, aunque se le notaba la admiración que sentía por ellos. Mi padre entonces notó a Mia, y su semblante ya de por sí severo se endureció aún más. Era claro que no tenía la mejor opinión de los dinos, y aunque había comenzado a ir a terapia para trabajar sus prejuicios, aún le costaba disimular la incomodidad. Con una voz grave y directa, me miró y preguntó:
—¿Quién es esta parasaurio? ¿Por qué está aquí? —dijo, sin molestarse en ocultar la desconfianza en su tono.
Me apresuré a explicar que Mia era mi compañera de equipo en una de las clases y que habíamos estado trabajando en un proyecto. Apenas terminé de hablar, mi madre intercedió, poniendo una mano firme sobre el brazo de mi padre y en tono suave pero firme le dijo:
—Calma, Pseudon. ¿Recuerdas lo que hemos hablado en terapia? Hay que dejar esos temas a un lado. Es solo una compañera de clase... probablemente.
Mi padre resopló, algo molesto, pero se obligó a calmarse. Había sido claro que el trabajo en terapia no solo estaba dirigido a lidiar con sus prejuicios sino también con las toneladas de estrés y carga emocional que arrastraba.
Mia, al ver la situación, decidió ser diplomática —cosa rara en ella— y se levantó de su asiento para presentarse. Enderezándose con orgullo, dijo:
—Soy Mia, compañera de equipo de Anon en una clase. Estamos trabajando juntos en un proyecto importante —y se mantuvo firme, sin rastro de inseguridad en su postura, aunque podía percibir una ligera tensión en su mirada.
Mis padres, en respuesta, también se presentaron, aunque cada uno a su manera. Mi madre le sonrió a Mia con esa mezcla de curiosidad y fuerza, y dijo:
—Carla Mous, encantada de conocerte, Mia. Espero que te sientas como en casa.
Mi padre, sin mucho entusiasmo, asintió brevemente y, sin mostrar mucha cordialidad, solo murmuró:
—Pseudon. —
Después de un par de segundos incómodos, ambos decidieron no permanecer en la sala mucho tiempo y subieron a su cuarto.
La presión desapareció y Chad también fue a su habitación dejándonos a los dos solos, retomamos, el ensayo y fingimos que nada había pasado.
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