6 Común
Miércoles.
Y la bola de mierda que había estado formando en los últimos días finalmente me golpeó directo en la cara, justo en la hora del almuerzo. Ver a Damien y a Olivia en la mesa, pero sin Liz, me dio una corazonada de que la situación estaba peor de lo que imaginaba. Damien tenía una marca roja en la mejilla, grande y visible, que lo delataba sin necesidad de palabras. Esto estaba realmente mal.
Damien soltó un suspiro dolido y se encogió de hombros, intentando sonreír como si nada.
—Obtuve lo que merecía, amigo... —murmuró, bajando la mirada—. Liz no comerá con nosotros hoy...
Olivia, por su parte, estaba demasiado tranquila. Mantenía su típica expresión indescifrable, lo cual me molestaba un poco, pero conocía su relación con Liz lo suficiente como para entender que el asunto debía de ser serio. Así que, sin perder tiempo, dejé la comida en la mesa y me dirigí a ellos con una sola intención.
—¿Dónde puede estar Liz para llevarle su almuerzo? Y, si es necesario, para recibir mi merecida bofetada también —dije con un tono firme, mientras me cruzaba de brazos.
Damien se encogió un poco más en su asiento y levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de culpa y resignación.
—En la sala del consejo estudiantil... justo enfrente de la oficina del director. —Asintió despacio, como aceptando el resultado de la conversación que había tenido con ella.
Sin decir nada más, asentí y me dirigí a buscarla, con una sensación de ansiedad creciendo en mi pecho. Al acercarme a la sala, noté que el ambiente estaba tenso y enrarecido, como si todos los que pasaban por allí intentaran evitar la puerta del consejo estudiantil. Cuando estuve frente a la puerta, tomé un respiro y toqué un par de veces. La respuesta fue casi instantánea, en forma de un grito molesto y firme desde el otro lado.
—¡No quiero ver a nadie! —La voz de Liz sonaba áspera, cortante, y sin duda furiosa.
Miré a mi alrededor y noté que Ben, el presidente del consejo estudiantil, estaba sentado cerca, leyendo un libro. Al ver que yo estaba allí, levantó una ceja y se dirigió a mí con el mismo tono fastidiado de siempre.
—Ni lo intentes, idiota. Liz está hecha un desastre y se encerró ahí como si fuera un castillo. Francamente, es una molestia —se encogió de hombros, volviendo la vista a su libro—, pero la entiendo. Le rompieron el corazón. Mejor lárgate, no la empeores más, ya llame a la directora para que hiciera algo, pero esta ocupada.
Sentí que me hervía la sangre al escucharlo, pero me tragué la molestia y le respondí en un susurro, lleno de una confianza algo desafiante.
—Observa y aprende, Ben... esto es algo que solo un hombre de verdad sabe hacer.
Sin esperar su respuesta, me acomodé la chaqueta y volví a tocar la puerta, esta vez con más calma y hablando en voz baja, intentando sonar lo más sereno posible.
—Soy yo, Anon. Solo traigo tu almuerzo, Liz. Nada más.
Hubo un silencio, y por un segundo pensé que no iba a abrir. Pero entonces, escuché el leve clic de la puerta, que se entreabrió, revelando el espacio suficiente para que yo pudiera entrar. Al mirar de reojo a Ben, vi que tenía los ojos abiertos de par en par, como si no pudiera creer lo que acababa de ver.
Con un simple gesto de despedida con la mano, le hice saber que no tenía intención de permitirle que entrara también. Me deslicé rápidamente al interior de la sala, cerrando la puerta detrás de mí para mantener la privacidad de la situación.
El lugar estaba casi oscuro, las persianas cerradas dejaban entrar solo un par de hilos de luz. Liz estaba sentada al fondo de la sala, con la cabeza baja y los ojos hinchados, lo cual me partió el alma de inmediato. Dejé la comida sobre una mesa cercana y me acerqué a ella, sin hacer ruido.
—Liz... solo traje un par de cosas para comer. Sé que no es el mejor momento, pero pensé que algo te sentaría bien —dije con la voz suave, sin esperar que respondiera de inmediato.
Ella mantuvo el silencio por unos momentos, mordiéndose el labio como si intentara controlar la ira y la tristeza que se notaba en sus ojos.
La escena era desconcertante. Liz, la gran Brachiosaurio, tenía su largo cuello extendido a lo largo del cuarto: su cuerpo estaba acomodado en el sofá, pero su cabeza descansaba en el escritorio frente a mí. En otra circunstancia, podría haber sido una imagen cómica, incluso surrealista. Pero en ese momento, ver su mirada perdida y los ojos vidriosos hacía que el ambiente se sintiera sombrío y desgarrador.
Me acerqué con cuidado, y lo primero que atiné a decir fue en un tono bajo y arrepentido:
—Lo siento... fue mi...
Liz levantó la mano, indicándome que me detuviera. Sin siquiera abrir los ojos, murmuró con una voz temblorosa:
—No, Anon... tú hiciste lo correcto. Yo necesitaba escuchar esto... necesitaba que me rechazara de una vez, aunque... carajo, duele como nunca imaginé. —Puso ambas manos en su pecho, como si intentara sostener ese dolor.
Vi su angustia y dejé el tupper con la comida a un lado, acercándome un poco más. Me senté en la única silla libre, sintiendo la necesidad de estar cerca para apoyarla.
—¿Podrías acercarte? —me pidió con una voz necesitada y rota.
Sin dudarlo, moví la silla y la coloqué lo más cerca posible del escritorio, cuidando de no tropezar con su cuello extendido por el suelo.
—Bueno... supongo que la charla que tuve con Damien ayer me dio una idea de cómo podía salir esto... aunque no me imaginé que fuera a ser tan doloroso para ti —le dije en voz baja, tratando de suavizar las cosas.
Ella asintió despacio, aunque parecía mantener la mirada fija en un punto distante.
—Ni siquiera sé por qué aguanté tanto... dijo con una voz amarga, cerrando los ojos como si las palabras salieran con esfuerzo—. Si hubiera querido... ya habría encontrado a alguien que me quisiera. Me siento estúpida por esperar tanto.
Sin quererlo realmente me había comenzado a acercar a estos dinos, creo que ya me eh metido demasiado en sus vida, decidí preguntarle una duda que me guarde a Liz cuando charlamos aquel sábado El otro día hablaste conmigo de temas algo personales, en aquel momento no me lo pensé mucho por el beneficio a corto plazo si te soy sincero... ¿Por qué me pediste consejo si apenas nos conocemos? —
Ella arqueo la ceja y desanimada respondió —Precisamente por eso... apenas nos conocemos, y por lo que veo eres bastante franco con lo que dices y eres lo suficientemente despreocupado como para deséame mal directamente, conozco a los de tu tipo, mientras salgas con algún beneficio, vas a ayudar, eres como yo en ese sentido, siendo honesta intente acercarme a Olivia para ganar puntos con Damien por ejemplo, sabía que no me juzgarías y me darías información útil.
Me quede pensativo un momento y me rasque el cuello —Tienes razón... y lamento que no resultara tu plan.—
Ella cerró los ojos con tristeza.
Aproveché para darle un poco de ánimo, queriendo recordarle el valor que tiene, aún si ella en ese momento se sentía débil.
—No tengo duda de eso, Liz. Alguien tan... tan atractiva e interesante como tú puede tener a quien quiera a sus pies si se lo propone.
Ella alzó una ceja, esbozando una pequeña sonrisa, aunque su expresión parecía resignada.
—¿Atractiva? —dijo con un suspiro—. Anon, eso no cambia lo que soy... Este cuello... —Suspiró y bajó la mirada hacia el largo de su cuello extendido, un recordatorio constante de la incomodidad que le causaba—. Es un obstáculo, tanto físico como emocional. Es incómodo, requiere cuidados especiales, y casi cualquier dino lo considera poco atractivo... hasta yo siento que me aleja de todos.
Le di la razón en parte, pero intenté verle el lado positivo. Después de pensar unos segundos, dije con sinceridad:
—Puede ser que sea complicado en algunos aspectos, no te voy a mentir. Pero, siendo honesto, con todo lo que hemos avanzado en tecnología y adaptaciones para dinos grandes, dudo que sea un problema tan grande como crees. Hoy en día, casi todos los sitios están acondicionados, y más allá de eso, Liz... eres una persona increíble. Yo veo solo ventajas.
Ella rió un poco, con una mezcla de escepticismo y un deje de gratitud en sus ojos.
—Supongo que intentar convencerte de lo contrario no tiene sentido, ¿verdad? —dijo con una leve sonrisa, aunque sus palabras llevaban un tono cansado—. Tienes estándares humanos, y en ese sentido, ves las cosas con otros ojos.
Hizo una pausa, tomando un respiro como si intentara asimilarlo.
—Supongo que no me queda de otra... que superarlo —dijo finalmente, mirando el vacío—. Tiré tres años de mi vida a la basura, Anon. Tres años esperando algo que nunca iba a pasar.
La escuché en silencio, comprendiendo el dolor en su voz. Luego, me animé a decir con una sonrisa triste:
—¿Tres años? Bueno, imagínate yo... perdí diecisiete.
Mi comentario no la hizo reír, como esperaba. En su lugar, me miró con una preocupación genuina, como si realmente intentara entender lo que quería decir. La tristeza en su mirada se transformó en algo más profundo.
Suspiré, mirando hacia abajo un momento antes de continuar.
—Digamos que... prefiero no hablar de mi pasado ahora. Hay cosas que aún no me siento listo para explicar, y está bien así —murmuré, casi para mí mismo. Luego, levanté la vista hacia ella con una sonrisa comprensiva—. Por ahora, los problemas que importan son los tuyos. Los míos pueden esperar para otra ocasión, Liz.
Ella me observó por un largo momento, asimilando mis palabras. Había un leve brillo de gratitud en sus ojos, y aunque no me dio una respuesta inmediata, podía ver que nuestras palabras le habían ayudado a encontrar un pequeño consuelo. Y allí, en ese silencio compartido, ambos supimos que tal vez, el primer paso para superar todo esto ya estaba dado.
Liz soltó una pequeña sonrisa mientras me miraba con algo de ternura y dijo en voz baja:
—Ok... pero prométeme que hablaremos de eso más tarde, ¿sí? —
Quería negarme; hablar de mi pasado siempre era una puerta que prefería mantener cerrada. Pero al ver su expresión, tan llena de esperanza, no tuve más opción que asentir en silencio. Ella asintió también, complacida, y después de un momento, dijo con un tono un poco incómodo:
—Bueno... tengo algo de hambre. —
Solté una sonrisa y, sin perder tiempo, me incliné para tomar el tupper con las verduras y mi comida. Pero cuando me volví hacia ella, Liz se veía algo nerviosa, incluso un poco sonrojada.
—Mmm... no tengo mucha fuerza para moverme ahora... —admitió, rascándose la nuca con un leve sonrojo—. El cuello está adormecido, y... bueno... ¿podrías ayudarme?
Asentí algo resignado y tomé un poco de verduras y frutas con el tenedor, acercándoselo a la boca. No sentía nervios ni nada; al final, sabía que esto no era más que un gesto amistoso. Pero ver cómo abría la boca y tomaba el bocado me hizo notar un suave brillo en sus ojos mientras probaba la comida.
—¡Santo cielo! Esto está... increíble —exclamó, sorprendida, mientras saboreaba el bocado.
Sonreí orgulloso y respondí mientras tomaba otra porción para ella:
—Estaba probando unas recetas nuevas. Quería hacer una ensalada de frutas y verduras dulces, y le puse una salsa de cítricos un poco amarga para equilibrar el sabor. Me alegra que te guste.
Liz se sonrojó levemente, mirándome como si acabara de descubrir algo en mí que no había notado antes.
—Oye, en serio... deberías tener cuidado con esto, Anon. Podrías terminar enamorándome sin querer con esta comida —dijo con una sonrisa traviesa.
Reí suavemente, tomándomelo a broma.
—Buena esa —dije, divertido.
Pero Liz susurró, en un tono tan bajo que casi no lo oí:
—No es broma...—
—¿Perdón? ¿Dijiste algo? —pregunté, levantando la vista, un poco confundido.
Ella hizo un puchero, inflando las mejillas en un gesto adorable.
—¡Ya te lo perdiste por no poner atención! Ahora dame más —dijo, abriendo la boca de nuevo, exigiendo otro bocado.
No pude evitar sonreír y continué alimentándola, bocado a bocado, mientras ella cerraba los ojos y disfrutaba cada pedazo con un deleite que me hacía sentir en paz, como si en ese pequeño momento pudiéramos dejar a un lado todos los problemas. Sin darme cuenta, terminé dándole toda su comida. Para cuando acabó, la campana sonó, anunciando que el almuerzo había terminado. Miré mi propio tupper, aún lleno, y me di cuenta de que tendría que dejar mi comida para después.
Me puse de pie y suspiré, resignado. Tal vez podría pedirle un momento a la maestra de teatro más tarde para comer rápido. Liz me miró agradecida, con una mezcla de ternura y vulnerabilidad en sus ojos.
—Gracias, Anon... en serio necesitaba esto. —Tomó aire, como si las palabras le costaran, pero se atrevió a seguir—: Necesitaba hablar con alguien. No creo que pueda juntarme con el resto mañana... ni esta semana tampoco, para ser honesta. ¿Te importaría que charláramos en otra ocasión? Incluso el sábado, si no es mucha molestia...
Sentí un pequeño peso en el estómago, sabiendo que los fines de semana los tenía ocupados con un proyecto, pero tampoco quería decepcionarla. Su rostro mostró un deje de tristeza al ver mi expresión, y rápidamente pensé en una alternativa.
—Mmm... tengo los fines de semana ocupados esta semana y la próxima —admití, y ella bajó la mirada, claramente decepcionada—. Pero, si no te molesta... puedo turnarme en los almuerzos entre ellos y tu ¿te viene bien?
Liz levantó la mirada de inmediato, con una sonrisa que era casi como ver un rayo de sol después de un día nublado.
—Claro, Anon... me encantaría, y me parece justo. —
Cuando estaba a punto de irme, escuché a Liz murmurar en un tono débil, casi como si las palabras le costaran:
—Gracias...—
Me volví para mirarla y le dediqué una sonrisa suave.
—Para eso son los amigos —respondí con un guiño amistoso.
Liz suspiró, aunque esta vez el sonido estaba cargado de molestia.
—Y, por favor, no pongas el seguro al salir... tengo que lidiar con ese problema llamado Benjamín —dijo, arrastrando el nombre como si el solo hecho de mencionarlo la agotara aún más.
Asentí en silencio, entendiendo perfectamente su frustración, y obedecí.
Al salir, me encontré con Ben, quien aún seguía sentado cerca de la puerta, con una expresión de fastidio y un libro entre las manos. Me acerqué y, en un tono casual, le dije:
—Problema resuelto, Ben. Ya puedes entrar, pero te recomendaría no ir con sermones. Liz estuvo al borde de un colapso emocional. —
Noté que, más adelante en el pasillo, se acercaban la directora Scaler y el conserje, quien sostenía un manojo de llaves en una mano. Habían escuchado mi comentario y se detuvieron a mi lado.
Me volví hacia la directora y aclaré:
—La puerta ya no tiene seguro. Resolví la situación. Pero, por favor, les pido que no sean muy duros con Liz... ella está pasando por un caso severo de desilusión amorosa. —
Para mi sorpresa, la directora me miró con una expresión más suave de lo que esperaba, casi con compasión.
—Lo tendré en cuenta, señor Mous. Y gracias por intervenir en esta situación. Parece que es usted una caja de sorpresas —admitió con una ligera sonrisa antes de aclararse la garganta y volver a su tono serio—. Sin embargo, tendré que sancionarla. Prometo que será algo leve, considerando lo que ha pasado. Ahora, apresúrese, o llegará tarde a su próxima clase. —
Asentí, agradecido, y me retiré del lugar. No tenía mucho más que hacer ahí, y aunque me quedaba la preocupación de lo que pudiera pasar con Liz, sabía que al menos había logrado darle un poco de paz.
Pasó el resto del día sin más sobresaltos, hasta que finalmente llegó la hora de la salida. Al salir de la clase de psicología, algo me rondaba en la mente. Sentía que estaba olvidando algo importante, algo que estaba en la punta de la lengua, pero no lograba recordar qué era.
De repente, una mano firme apretó mi hombro desde atrás, y al girarme, vi la expresión furiosa de Mia. Sus ojos prácticamente lanzaban chispas.
—No creerás que te vas a escapar, ¿verdad, calvito? —
Mi corazón dio un salto cuando, finalmente, caí en la cuenta. ¡El ensayo! Tragué saliva, tratando de recomponerme.
—Ah, sí... estaba pensando en... algunas cosas —murmuré, buscando excusas.
Mia bufó, claramente poco impresionada, y me soltó el hombro con un movimiento brusco.
—Sígueme, cabeza de alfiler —me ordenó en un tono que dejaba claro que no iba a aceptar una negativa.
Suspiré resignado. Después de un día agotador, lleno de dramas y de desempeñar el papel de terapeuta improvisado para Liz, no me quedaban ni las energías ni el ánimo para pelear con Mia. Así que, sin más, decidí seguirla, esperando que el ensayo no fuera el golpe final a lo que había sido uno de los días más largos en mucho tiempo.
La seguí sin decir nada, pero no pude evitar detenerme en seco cuando vi su auto. Era un jodido convertible rojo, de esos que parecen sacados directamente de las películas de los 90. Solté un silbido de admiración mientras lo observaba, notando el impecable brillo de la pintura magenta y cada línea elegante de su diseño.
Mia, al escucharme, infló el pecho con orgullo y sonrió como quien sabe que tiene un tesoro.
—Una dama de mi clase merece el mejor carruaje, ¿no lo crees? —
Me encogí de hombros, aunque su despliegue de vanidad era tan exagerado que resultaba casi gracioso.
—Te daré el beneficio de la duda... esta vez —respondí con una sonrisa ladeada.
Ella solo rodó los ojos y no dijo más. Subí al asiento de copiloto, aún impresionado por el auto. Apenas cerré la puerta, ella arrancó el motor, que rugió como si un demonio estuviera despertando bajo el capó. Antes de que pudiera prepararme, Mia aceleró de golpe, lanzándome contra el respaldo mientras la adrenalina se disparaba en mí. Me sostuve del asiento, entre emocionado y aterrado. La sensación era increíble, como si el auto volara sobre el pavimento.
En cuestión de minutos, llegamos a un edificio de departamentos. Desde afuera se notaba que era un lugar lujoso, con una fachada moderna y bien cuidada.
Mia estacionó el convertible en el estacionamiento subterráneo, maniobrando con la misma habilidad y precisión que había mostrado al conducir. Mientras caminábamos hacia los elevadores, la escuché reír suavemente.
—Me sorprende que sigas ileso —comentó, mirándome de reojo—. No cualquiera sobrevive a un viaje conmigo cuando estoy motivada.
Me encogí de hombros, fingiendo que la velocidad no me había afectado en absoluto.
—Fue genial, me recordó al buggy del sargento Skinner —le dije, recordando con nostalgia—. Ese tipo estaba completamente loco. Le encantaba llevar a los cadetes a dar vueltas por la ciudad sin previo aviso iba de cero a cien en segundos. Casi te hacía sentir que volabas. —
Ella soltó una pequeña risa, y por un momento, vi una chispa de emoción en su mirada.
—Qué envidia... —murmuró, con un toque de anhelo—. Siempre había querido un buggy, pero...—
Hizo una pausa y tosió, volviendo rápidamente a su expresión seria y cortante, como si hubiera dejado escapar un pensamiento más personal de lo que pretendía.
El elevador se detuvo, y al abrirse las puertas llegamos al piso 13. Apenas avanzamos unos pasos, noté el número de la habitación: 666. Sin pensar mucho, comenté:
—Ese número te queda como anillo al dedo. —
Ella me lanzó una mirada y respondió en un tono sarcástico, cargado de ironía:
—Lo tomaré como un cumplido. —
Abrió la puerta, y al entrar me sorprendió ver lo ordenado que estaba su departamento. Todo en su sitio, desde los muebles elegantes hasta la gran pantalla en una esquina del salón. Pero lo que realmente captó mi atención fueron las dos guitarras en exhibición cerca de la pared. Me quedé boquiabierto al reconocerlas.
—¿Esas son... dos guitarras del videojuego Jurassic Hero? —pregunté, incapaz de ocultar mi asombro.
Mia cruzó los brazos y soltó una risa seca.
—Sí, lo son. Pero no estamos aquí para que admires mis tesoros —dijo, con impaciencia—. Saca el libreto y acabemos con esta farsa de una vez. —
Respiré hondo, sacando el libreto del bolso y preparándome para el ensayo. Pero mientras me instalaba, no pude evitar lanzarles una última mirada a las guitarras, eran difíciles de conseguir en estos días, al igual que los juegos originales.
Mia alzó la vista del guion, mientras e ponía de pie frente a mi.
—Bueno, caballero —dijo, con un acento británico perfectamente en el papel—, espero que esta no sea otra de sus habituales charlas para hacerme perder el tiempo. —
Le respondí con mi mejor intento de un tono aristocrático y algo pomposo, sintiendo que el peso del personaje me hacía incluso estirar el cuello.
—Querida señorita Mays, si está buscando perder el tiempo, creo que el suyo ya vale menos que el polvo en mis botas. Así que, ¿por qué no se centra en negociar como una adulta y deja de darme clases de moral? —
Ella me miró con desprecio y no era fingido, aunque había algo en sus ojos, una chispa de desafío que parecía ir más allá del simple acto.
—¿Negociar? —soltó, riendo con sarcasmo—. Parece que sus modales son tan ordinarios como su gusto en vestuario, señor Hastings. Quizá debería dedicar menos tiempo a ponerse corbatas de moño ridículas y más a aprender a tratar a una dama. —
Hice una pausa, admirando cómo Mia se mantenía firme en el personaje, su expresión seria y orgullosa. Aproveché la oportunidad para acercarme un poco más, adoptando una postura desdeñosa y cruzando los brazos frente a mí.
—Una dama, dice... —dejé caer, con una sonrisa que sabía que la sacaría de quicio—. Señorita, si su lengua afilada es lo mejor que tiene para ofrecer, debería replantearse sus prioridades. Aunque dudo que sea capaz de entender una oferta de negocios sin recurrir a sus habituales ataques de pobre dignidad. —
Mia apretó los labios, y por un segundo noté cómo su mirada se endurecía, aunque una sonrisa ladeada se formó en sus labios.
—Si realmente fuera un hombre de negocios, señor Hastings, ya sabría que no vengo aquí buscando su aprobación ni, mucho menos, su simpatía. Yo solo deseo vender estos productos, no una lección de etiqueta. Pero si desea ver cómo se hace un trato, preste atención —dijo, con un tono venenoso que hizo que la habitación pareciera más pequeña.
Sin romper el personaje, me acerqué aún más a ella, de modo que nuestras miradas quedaron a escasos centímetros. La tensión entre ambos personajes, el rico y la trabajadora orgullosa, empezaba a elevarse a niveles que no parecían del todo ficticios.
—Oh, claro, señorita Mays —le respondí, manteniendo mi mirada fija en la suya—. Aunque estoy seguro de que este acuerdo es más importante para usted que para mí. Al final, las personas de su clase siempre tienen algo que demostrar, ¿no es así? —
La mandíbula de Mia se tensó, y sentí como el ambiente a nuestro alrededor se volvía más pesado. Sin decir nada, lanzó una risa sarcástica, inclinándose hacia mí con una sonrisa desafiante que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido.
—Curioso, señor Hastings, que un hombre con tanto dinero como usted no tenga nada más que hacer que recordarle a los demás su posición —dijo, sus ojos oscuros clavados en los míos—. Debe ser solitario allá arriba en su torre de marfil, codeándose solo con el eco de su propio ego. —
Su respuesta fue tan mordaz que casi olvidé que estábamos ensayando. Por un instante, no supe si era el personaje quien estaba hablando, o si era la propia Mia, con toda su carga de orgullo y esa rivalidad sin resolver que manteníamos en la vida real. No quise darle la última palabra, y me incliné aún más hacia ella, bajando la voz hasta un susurro.
—Quizá, señorita Mays, usted preferiría estar en esa torre... aunque solo fuera para tener a alguien que la valore, aunque fuera por un momento. —
Por un segundo, Mia se quedó en silencio, mirándome con esa mezcla de rabia y... algo más que no podía identificar. Algo en su mirada se suavizó, como si mis palabras hubieran roto una pequeña barrera entre ambos.
Sin embargo, en lugar de responder directamente, adoptó una pose burlona y su rostro adquirió una expresión irónica.
—No todas aspiramos a las fantasías del poder, Hastings —contestó, con un aire provocador que parecía sugerir que estaba disfrutando del juego tanto como yo—. Si piensa que puede comprarme como a uno de sus caros adornos, me temo que sigue tan ingenuo como siempre.
Cerré los ojos un segundo, asimilando la ferocidad de su respuesta. Al abrirlos, volví a mi papel con una sonrisa confiada, tratando de mantener el control de la situación.
—Puede que tenga razón —admití, apoyando una mano en la silla frente a ella—. Después de todo, no cualquiera podría manejar un carácter tan... particular.
Ella me observó, y pude ver cómo se cruzaba de brazos, fingiendo indignación mientras sus labios se curvaban en una sonrisa que no lograba disimular. La escena continuó, con ambos lanzándonos miradas cargadas de esa energía inexplicable. La historia del hombre rico y la joven trabajadora podía ser un simple guion, pero el aire estaba tan cargado de tensión que nuestras palabras resonaban con un eco que pertenecía tanto al personaje como a nosotros mismos.
Ensayamos las líneas unas dos horas.
Finalmente, Mia dejó caer el guion sobre la mesa, dándome una última mirada antes de levantarse. Sus palabras llegaron como un susurro:
—Espero que practique su papel, señor Hastings. Y si no... bueno, ya sé cómo recordarle lo insignificante que puede ser un hombre como usted.
Al verla alejarse, aún con la intensidad de la escena palpitando en el ambiente, apenas pude responder.
—Estaré listo, señorita Mays. No espere menos.
Ambos quedamos en silencio, sin saber si seguíamos siendo los personajes de la obra o simplemente nosotros mismos. Había algo en sus ojos que aún no desaparecía, como si cada palabra y cada insulto hubieran dejado una marca en ambos.
Mia se inclinó ligeramente hacia mí, sus ojos clavados en los míos con esa mezcla de desafío y algo más, algo que parecía escapar de las líneas del guion. La escena de la obra continuaba, y aunque nuestras palabras eran de los personajes, el tono se volvía cada vez más personal.
—Señor Hastings —dijo, con una voz baja, casi un susurro burlón mientras sus labios se curvaban en una media sonrisa—, ¿de verdad cree que me dejo impresionar por su caridad de ricachón? Los hombres como usted solo saben utilizar su dinero para cubrir su vacío, pero, ¿qué tiene para ofrecer en realidad? ¿Algo de... valor?
La tensión aumentaba en la habitación, y me costaba distinguir entre la actuación y la realidad. Decidí devolverle el golpe, acercándome un poco más. Podía sentir su respiración entrecortada, la firmeza en su postura, y esa chispa peligrosa en sus ojos.
—Quizá, señorita Mays, le hace falta algo de sentido común. No todos vivimos buscando las migajas de aprobación de quienes no pueden alcanzarnos. ¿Será que el problema está en usted, en su obsesión por rebajarse a lo que desprecia? —
Mia apretó los labios y, por un segundo, la habitación se quedó en un extraño y profundo silencio. Mis palabras parecieron hacer eco en el aire, y ella permaneció en su sitio, mirándome con una intensidad que rompía cualquier frontera entre el ensayo y la vida real. Un calor inexplicable creció entre ambos; la actuación se había convertido en algo más íntimo y cada palabra parecía cobrar otro significado.
—Si cree que puede hacerme caer en sus trucos baratos —continuó, con una voz suave pero peligrosa—, me temo que se equivocó, Hastings. A diferencia de usted, yo no vendo mi orgullo por un plato de dinero. —
En ese instante, me di cuenta de que habíamos traspasado el guion. Nuestras respiraciones estaban aceleradas, y el silencio entre frase y frase se hacía cada vez más prolongado, lleno de una tensión que ambos percibíamos, aunque ninguno lo reconocía. Mia levantó la barbilla, y yo, sin saber bien por qué, di un paso hacia ella. Durante un segundo, nuestras miradas se mantuvieron, desafiantes y atrapadas en algo que no sabíamos cómo definir.
Finalmente, ella rompió el contacto, sacudiendo la cabeza con una risa nerviosa y casi imperceptible, como si regresara bruscamente a la realidad.
—Buen intento, calvito —dijo, entre dientes, con un tono que intentaba recuperar la compostura—. Aunque he de admitir que no estuvo mal para un aficionado de teatro.
Rodé los ojos y le respondí con tono irónico, tratando de calmar el latido acelerado de mi corazón.
—¿Qué puedo decir? Al menos uno de los dos tiene experiencia para aportar en este ensayo. Claro, tú también lo hiciste decente... para ser tú.
Ella me lanzó una mirada desafiante, sin disimular la sonrisa que le brotaba, y suspiró mientras se acomodaba en el sillón.
—Esto me dio hambre —murmuró, pasando una mano por su estómago como si hubiera olvidado la escena y todo lo que acababa de ocurrir.
Al recordarlo, miré rápidamente hacia las guitarras de Jurassic Hero que tenía en su sala, brillando bajo la luz como un par de trofeos que parecían llamarme.
—¿Sabes? —le dije, señalando con la barbilla las guitarras—. Podríamos hacer un trato. Yo preparo algo bueno para cenar, y tú... —me interrumpí, bajando la voz con fingida solemnidad—, tú me dejas tocar una de esas joyas un rato. Justo por haber soportado este infernal ensayo contigo.
Mia arqueó una ceja, ladeando la cabeza con fingida desconfianza.
—¿Un trato, dices? Hm... suena tentador, pero no cualquiera toca esas guitarras. Solo los valientes y los talentosos —murmuró, dejando caer una sonrisa—. Pero va, calvito. Si lo que cocinas es tan bueno como tu arrogancia, te concederé el privilegio.
La observé mientras esbozaba una sonrisa de triunfo. Apenas ella asintió, me dirigí hacia la cocina, y de inmediato abrí la despensa, examinando rápidamente qué ingredientes podía usar. Ella se sentó en la barra de la cocina, mirándome con aparente desinterés, aunque noté que sus ojos me seguían atentamente mientras sacaba lo necesario.
—Entonces, ¿qué te gusta? —le pregunté, fingiendo no percibir su mirada fija.
—Sorpréndeme —respondió con un tono despreocupado, apoyando la barbilla en una mano mientras sus ojos seguían mis movimientos.
Sonreí sin mirarla y empecé a preparar algunos vegetales, a sabiendas que era herbívora y de que solo haba eso en su refrigerador. Decidí hacer algo sencillo pero contundente: una pasta con salsa de ajo y pimientos asados, y unos toques de hierbas frescas.
Mientras cocinaba, el aroma empezó a llenar la habitación, y noté que Mia respiraba profundamente, como si tratara de no mostrar que el olor le despertaba aún más el apetito.
—¿Así que eres un hombre multifacético? —comentó, con una ligera burla en su voz, aunque la noté un poco menos filosa que antes—. Actor, cocinero, algo malo has de tener, algo muy jodido.
Me reí, revolviendo la salsa sin perder el ritmo.
—Bueno, cuando uno está acostumbrada a jugar a ser duro, cualquier cosa parece más de lo que es —le respondí, devolviéndole la pulla.
Ella me lanzó una mirada de advertencia, aunque en su rostro se dibujaba una pequeña sonrisa que no alcanzaba a ocultar.
—Vaya, parece que no eres tan aburrido como pensé al principio.
Continué cocinando, sintiendo que sus ojos seguían cada movimiento de mis manos mientras añadía condimentos y mezclaba ingredientes. Pude percibir en el aire algo extraño, una especie de expectativa que no parecía tener que ver solo con la comida. Finalmente, serví el plato con una sonrisa triunfante y lo coloqué frente a ella en la barra.
—Aquí tienes, una obra maestra culinaria digna de alguien de "tu clase" —le dije con una sonrisa burlona, colocando el plato.
Mia alzó una ceja, examinando la pasta con vegetales y su aroma tentador antes de dar el primer bocado. Apenas probó el plato, su expresión cambió, y, por un segundo, pareció dejar de lado su habitual actitud altanera.
—Bueno, debo admitir que está... decente. —dijo, tratando de sonar neutral, aunque noté el brillo de satisfacción en su mirada.
—¿Decente? —repliqué, fingiendo ofensa—. Vamos, sé honesta. Te está gustando, y lo sabes.
Ella levantó la vista y, durante un momento, nuestras miradas se cruzaron, y noté un destello que era más que simple rivalidad. Algo en su expresión sugería que no era solo la comida lo que le llamaba la atención.
Mia tomó otro bocado y me observó mientras seguía cocinando con una mezcla de curiosidad y algo que no sabía definir. Era como si el simple acto de verme cocinar despertara en ella una especie de interés, una pequeña grieta en su fachada de dureza, y que, aunque se esforzara en ocultarlo, se reflejaba en su mirada.
La tensión del ensayo aún estaba ahí, en cada gesto, en cada palabra. Ambos éramos conscientes de que algo latía debajo de la superficie, y, aunque el silencio se prolongó en la cocina, la sensación de conexión parecía haber tomado un curso que ninguno de los dos podía o quería detener.
Mia, contra todo pronóstico, había decidido cumplir el trato. Sabía que era una pequeña contradicción a su carácter, Con una sonrisa traviesa, encendió la consola y miró de reojo mientras Anon tomaba una de sus preciadas guitarras, examinándola con tanto detalle que parecía que estaba en algún tipo de trance.
Él le lanzó una mirada de curiosidad, y sin soltar la guitarra, le preguntó:
—Siempre pensé que los parasaurios eran cien por ciento veganos. ¿Cómo es que tú puedes comer cosas como harina, queso y toda esa comida... no precisamente vegetal?
Mia soltó una risa burlona, como si su pregunta fuera la cosa más obvia del mundo.
—Eso es porque tú no tienes idea de lo que un verdadero dino puede llegar a ser, bola 8. —Se cruzó de brazos, orgullosa—. Soy una mujer fuerte y salvaje. Claro, los parasaurios tenemos algunas limitaciones, pero si te acostumbras lo suficiente, puedes comer lo que quieras. No voy a quedarme atada a una dieta de hojas y hierbas por ser 'políticamente correcta'.
Asentí, algo impresionado, y conectó la guitarra al juego con una sonrisa de lado.
—Así que no solo te rebelas contra las normas sociales, sino contra las alimenticias. Eso explica mucho de tu personalidad.
Ella puso los ojos en blanco, pero antes de que pudiera replicar, el menú de Jurassic Hero apareció en la pantalla, y Mia no pudo evitar sonreír cuando Anon seleccionó una de las canciones en dificultad máxima. Alzó una ceja, divertida.
—¿Estás seguro de querer empezar con eso? Incluso yo empiezo calentando en algo más bajo... —murmuró con un tono que dejaba claro que esperaba verlo fallar miserablemente.
La miré de reojo, con esa leve sonrisa de autosuficiencia que le sacaba de quicio.
—Para calentamientos, prefiero un buen desafío. Esto es solo el principio.
La canción comenzó, y en el momento en que las primeras notas se iluminaron en la pantalla, recordé la sensaciond e la guitarra de plástico en las manos, con cariño, recordando buenos tiempos.
Mus dedos se movían rápidamente por los controles de la guitarra, golpeando cada nota y ajustando el ritmo sin problemas, como si no hubiese perdido el toque.
A pesar de los complicados patrones y cambios de ritmo que hacían famoso al juego, me mantenía a la altura, llegando al final de la canción sin apenas un error.
Mia, todavía impactada, trató de fingir indiferencia, aunque su orgullo empezaba a rebelarse ante la idea de que yo pudiera superarla en algo que era suyo. Sin dudarlo, tomó la segunda guitarra y se colocó a su lado.
—Bien, "músico prodigio", no pienses que vas a ser el único. Esta es mi especialidad, no la tuya —dijo con un tono cargado de desafío, y se preparó para la siguiente canción.
Sonreí y me troné el cuello para ponerme serio.
¿Estás lista para el reto, dama de clase alta? Porque esta vez no pienso dar concesiones. —
Ambos elegimos otra canción, y esta vez el juego se tornó más intenso. Los dos, hombro con hombro, pulsábamos las notas al ritmo frenético de la música.
Las luces de la pantalla reflejaban nuestras expresiones concentradas, y cada vez que uno fallaba una nota, el otro lanzaba un comentario pasivo-agresivo, manteniendo el duelo en un tono de rivalidad casi absurda.
—Vaya, pensé que eras una leyenda en esto —dije con tono burlón cuando Mia se equivocó en una nota rápida—. ¿Estás segura de que la dificultad máxima es para ti? —
—Para alguien que va de invitado, tienes una boca muy grande —replicó ella, manteniendo la mirada fija en la pantalla—. Solo te estoy dejando ganar esta ronda. —
La competencia continuó, y cada canción parecía aumentar la tensión entre los dos.
A veces, apenas un ligero roce de los hombros o un comentario sarcástico elevaba esa extraña mezcla de rivalidad y... algo más, algo que ambos estábamos ignorando conscientemente con todas nuestras fuerzas.
Mia comenzó a darse cuenta de que yo estaba a la altura de su nivel, y, aunque en un principio eso la molestaba, empezó a verlo como un verdadero reto, uno que no esperaba encontrar en él.
—¿Sabes? —dijo Mia, mientras escogía otra canción y se colocaba de nuevo frente a la pantalla—. Pensé que ibas a fallar desde la primera canción. Me sorprende que seas decente en algo tan complicado. —
—Podría decir lo mismo de ti, Mia. Aunque no me sorprende que tu naturaleza sea tan competitiva. Parece que no puedes resistirte a un buen duelo —respondió Anon, sonriendo.
Ella bufó, pero no dijo nada, concentrada en su próxima canción.
La melodía se volvió rápida y demandante, y ambos nos sumergimos en el juego, tocando cada nota y manteniendo el ritmo con una precisión casi perfecta. A medida que avanzabamos, intercambiabamos comentarios que pasaban de burlas a pequeños elogios disfrazados, cada uno negándose a ceder terreno al otro.
Finalmente, después de una última canción agotadora, los dos terminamos la partida y se desplomaron en el sofá, respirando con cierta dificultad por la intensidad del duelo.
—Supongo que no estuvo tan mal —dijo Mia, con una sonrisa autosuficiente—. Aunque, para ser honesta, pensé que solo eras un hablador como siempre. —
Me reí claramente disfrutando del momento.
—Admito que lograste sorprenderme... un poco. A pesar de tus gustos alimenticios dudosos, te defiendes en el juego y tienes buen gusto para la musica —
Al final fue divertido, fue una gran coincidencia que ella tuviese un videojuego de quizás el único genero para el que soy bueno, y ella tenia unos gustos musicales iguales a los mios.
Cuando volví a casa, me quede algo embobado... dios era Mia carajo... y por eso mismo lo mejor era mejor ignorar esto, teníamos más en común de lo que creía.
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