5 Atados

Lunes.

Tenía pensado charlar con Damien sobre lo denso que se estaba poniendo con Liz. La situación ya empezaba a preocuparme, pero el verdadero reto era encontrar una buena oportunidad para hablar con él sin que Olivia lo notara; algo que, como siempre, no sería fácil.

Al iniciar el día, Solly decidió ponernos a hacer ejercicios de estiramiento en parejas, y cuando escuché su habitual silbato sonar en el gimnasio, supe que hoy sería de esos días que te llevan al límite. Ya había pasado antes: cuando Solly arrancaba la clase con ejercicios tan intensos, casi siempre significaba que nos haría sudar el resto de la sesión. Solo faltaba una cosa... y sí, como era mi suerte, me emparejaron con Mia. En serio, los maestros parecían tener una especie de manía con armar combinaciones explosivas de alumnos; y claro, ahí estábamos, de pie uno frente al otro, mirándonos de manera que parecíamos listos para un enfrentamiento en lugar de un estiramiento.

Ella me miraba como si quisiera matarme, y no puedo decir que yo estuviera exactamente tranquilo. Desde que conocí a Mia, he tenido el presentimiento de que si alguien podía arrancarme un brazo de un tirón, era ella.

Empezamos el primer tercio de la clase con los calentamientos. Solly gritaba desde el frente de la sala mientras nos indicaba los movimientos. Cuando llegó el turno de estirar los brazos, nos posicionamos frente a frente y, apenas tuve que sujetarme de sus manos para estirarnos, sentí el tirón agresivo de sus músculos tensos, casi como si buscara ponerme a prueba. Por un momento, temí que si aplicaba un poco más de fuerza, realmente me arrancaría el brazo, pero, aunque brusca, su fuerza era controlada. Pude notar algo que, de alguna forma, me sorprendió: esta chica estaba en muy buena forma. No solo era fuerza, sino una impresionante tonificación en sus brazos y piernas, hasta podía ver los detalles de su abdomen mientras se movía. Esa chica tenía, honestamente, un maldito cuerpazo. La definición de su torso dejaba ver un par de abdominales bien marcados, y su postura reflejaba esa confianza física que pocas veces se ve. A pesar de su actitud, era innegable que físicamente era una mujer que cualquier tipo notaría a simple vista: grandes pechos, mínimo una copa D, y ese trasero bien trabajado que no cualquiera podía ignorar. Pero estaba con un simp, lástima.

Cuando terminamos el último estiramiento y nos soltamos, noté una pequeña sonrisa en su rostro. Me miró con una mueca de burla y me susurró con malicia:

—¿Acaso al simio le pone caliente ver mi cuerpo?

Solté una risa leve, encogiéndome de hombros como si no fuera gran cosa, y respondí con completa naturalidad en un tono bajo, pero lo suficientemente claro para que me escuchara.

—Obvio, soy un triple H: humano, hombre, y heterosexual. Es completamente natural. Y, siendo honesto, tienes un gran cuerpo y una excelente condición física, y eso es de admirar. Te lo digo sin sarcasmo ni nada; es una opinión honesta, y nada más.

Ella levantó una ceja, claramente sin esperar esa respuesta. Su sonrisa se tornó algo más molesta, y en lugar de responder con agradecimiento, soltó otra crítica, aunque menos ácida.

—Por favor... tengo entendido que a los humanos los pone a mil cualquier mujer. Son unos jodidos mandriles.

—¿Mandriles? —reí un poco, sin ofenderme en lo más mínimo, manteniendo mi tono despreocupado—. No te equivocas, señorita, pero no es tan simple; hay niveles. No sé cuáles sean los estándares de belleza entre los dinos ni me importan, pero, desde mi humilde opinión, eres un sólido 9 para los estándares humanos. Claro que, si no tuvieras esa actitud de mierda, probablemente serías un 10.

La expresión en su rostro fue cambiando gradualmente de desprecio a una mezcla de confusión e incomodidad. Por lo visto, mi respuesta había sido algo inesperada. Y para rematar, cuando Solly tocó el silbato, lancé una última frase al aire mientras ella me miraba como si intentara descifrar si estaba hablando en serio.

—Pero tienes razón, después de todo, los humanos somos unos Hornys No puedo negarlo. Y si quieres saber la razón, puedes investigar un poco sobre la cruel diferencia entre los hombres dinos y los hombres humanos... No me culpes si e mundo se te gira 180 grados — solté con una carcajada, mientras me alejaba ligeramente, sintiendo que me llevaba una pequeña victoria en ese duelo psicológico.

Mia me observó sin moverse, parecía debatirse entre una respuesta y una mezcla de sorpresa e indignación. Al menos, esta vez la había dejado con la última palabra atorada. Por alguna razón, no pude evitar sentir un mínimo de satisfacción.

El resto de la clase fue un infierno en toda la extensión de la palabra. Sully nos puso a hacer ejercicios de fuerza que parecían diseñados para castigarnos, especialmente para aquellos que no tenemos una pizca de músculo extra. Si ya los estiramientos con Mia habían sido una tortura, ahora lo que seguía era directamente agotador. Flexiones, levantamientos, burpees, y más, como si no hubiera fin. Mis músculos temblaban bajo el esfuerzo, y ya ni siquiera podía con lo básico; cada movimiento se sentía como una batalla. Cuando finalmente sonó el silbato para terminar la clase, estaba tan agotado que apenas podía levantarme.

No ayudaba la idea que revoloteaba en mi mente: si Mia decidía atacarme ahora, ni siquiera tendría la fuerza para intentar defenderme o huir. Ella también estaba exhausta, pero se mantenía en pie con su clásica expresión de orgullo y esa chispa de superioridad en sus ojos.

Apenas la clase terminó, me desplomé sobre la banca del gimnasio, deseando que el suelo me absorbiera. Pero para mi suerte, Damien vino a ayudarme. Colocó mi brazo sobre su hombro y me dio el soporte que necesitaba para salir caminando de ahí, casi como si fuera mi enfermero.

—Gracias, en serio... —le dije mientras avanzábamos tambaleándonos.

—De nada, hombre —respondió él, soltando una risa—. Te ves como si hubieras pasado por una licuadora.

Asentí, medio riendo y suspirando. —Si no fuera por el calentamiento, estaría aún peor. Ese estiramiento me dejó medio destrozado.

Mientras caminábamos por el pasillo, traté de aprovechar la ocasión y bajé la voz, mirándolo con expresión seria.

—Oye, Damien, ¿tienes un rato para charlar a solas? Hay algo de lo que quiero hablar contigo, algo... bueno, que prefiero sea solo entre nosotros dos.

Me miró con curiosidad, alzando una ceja y asintiendo. —Claro, bro, ¿algo en especial?

—Sí, pero después de clases, en privado —dije, con un tono tan sincero que pareció contagiarle la seriedad de mi intención.

Él asintió de nuevo, un poco más en serio esta vez. —Entendido, después de clases entonces.

Por suerte, la siguiente hora de clase fue más relajada, lo cual me permitió descansar un poco y recuperar energías. Así que, para cuando llegó el momento de la clase de artes histriónicas, me sentía casi renovado, lo suficiente como para enfrentarme a otro "duelo psicológico" con Mia, que ya parecía una constante en nuestras interacciones.

Cuando nos tocaba compartir el escenario, era imposible no sentir la tensión entre ambos, esa extraña mezcla de rivalidad y algo que, en el fondo, parecía darle un poco más de profundidad y autenticidad a nuestras actuaciones.

Aunque no lo diría en voz alta, empezar a tener esa química con Mia en el escenario era algo que me estaba ayudando a mejorar. Ella, con su actitud abrasiva, me hacía esforzarme más de lo que lo haría cualquier otro compañero.

Y al final, hasta sentía un mínimo de agradecimiento por tener a alguien que, a su manera retorcida, sacaba lo mejor de mí en el escenario. Aunque, claro, seguía siendo un tira y afloja constante, en el que echar leña al fuego parecía ser nuestro método favorito.

A mitad de la clase, después de que habíamos leído y memorizado algunas líneas, nuestra maestra, con su acostumbrado aire de autoridad y su marcado acento de New Pteroyork, nos llamó la atención con un movimiento dramático de las manos.

—¡Atención, chicos! —dijo con esa voz que tenía la capacidad de llenar el salón en un susurro. Estuve barajando ideas el otro día para decidir cómo los voy a calificar en este primer periodo. Y llegué a la conclusión de que es momento de ponerlos a prueba con algo a la altura de ustedes. —

La clase entera se quedó en silencio, atentos a cada palabra. Algunos, incluso, parecían contener la respiración mientras esperaban el veredicto. La maestra se tomó una pausa dramática, mirándonos a cada uno con esa intensidad que sabía manejar a la perfección.

—Van a tener que interpretar una escena completa de cinco minutos —prosiguió ella, midiendo cada palabra—. Sé que parece largo, y de hecho, lo es. Pero les aseguro que les va a servir muchísimo. No necesitan memorizar cada palabra, ni actuarla a la perfección, solo les pido que sean eficientes y terminen la escena de manera decente, y ya tendrán una calificación aprobatoria.

Algunos soltaron un suspiro de alivio al escuchar que no necesitaban memorizar todo, pero la maestra hizo un gesto con la mano para detener cualquier complacencia anticipada. —

—Pero, escuchen bien —continuó, con una sonrisa ladina — porque aquí les daré una ventaja, Les daré la libertad de escoger a su compañero de escena, no tiene que ser necesariamente el que les haya asignado, pueden elegir a quien quieran. Y ahora, lo difícil: esta es la misión casi imposible que les pongo como desafío. Si, desde mi punto de vista, interpretan la escena a la perfección de principio a fin, los exentaré del examen escrito. —

La clase entera empezó a murmurar, algunos parecían emocionados y otros algo preocupados por el nivel de dificultad.

—Eso es, tienen dos semanas para prepararse —concluyó, observándonos con una expresión de expectativa y complicidad—. Tómenlo como la oportunidad de lucirse.

Era una labor titánica. Para ser honesto, no tenía mucha fe en que podría lograrlo.

En ese instante, mientras dudaba, sentí una presión firme en mi hombro. Era Mia, que me apretaba con fuerza, mirando directamente a mis ojos con una intensidad abrasadora. En ese momento, entendí que no se trataba solo de exentar el examen. Para Mia, esto se había convertido en un "o exentas o te parto las piernas." Así de simple y clásico en ella.

Con una sonrisa de satisfacción, Mia soltó un comentario cargado de sarcasmo.

—Y pensar que hasta podrías ser útil, tobogán de piojos... —dijo, casi como si estuviera probando mi resistencia.

Pero no iba a dejar que se saliera con la suya tan fácilmente, así que respondí de inmediato, con la misma mordacidad.

—El sentimiento es mutuo, mermelada de fresa. —Dejé que mi tono de voz fuera tan dulce como venenoso, y vi cómo sus ojos se entrecerraban, analizándome.

La maestra, que había estado observando nuestro intercambio desde la distancia, aplaudió con entusiasmo, interrumpiendo nuestra pelea con una sonrisa de aprobación.

—¡Ese es el espíritu! —exclamó, dando la impresión de que había encontrado en nosotros el perfecto dúo de rivalidad teatral.

Finalmente, la clase terminó, pero Mia no me dejó alejarme. Me cortó el paso antes de que pudiera siquiera dar dos pasos hacia la puerta, su expresión aún cargada de esa mezcla de desafío y frustración.

—Será mejor que me ayudes en serio con esto —dijo, con una intensidad inusitada y un tono bajo pero afilado—. Es una gran oportunidad para mí, y lo último que quiero es perder tiempo en el examen escrito.

Su tono casi me provocó una risa, pero en lugar de eso, la miré fijamente, algo molesto.

—Lo mismo digo, ¿ok? Pero primero quiero saber cuál es el plan antes de decir si te sigo o no. —Me crucé de brazos, esperando a ver cómo respondía.

Ella hizo un resoplido molesto, expulsando aire por la nariz como si estuviera soportando una carga extra, pero su voz se mantuvo controlada, firme y con su típica actitud desafiante.

—Memorizarlo todo, palabra por palabra —dijo sin titubear—. Yo haré lo mismo. Pero, por mucho que me pese, vamos a necesitar reunirnos después de clases algunos días, para practicar los gestos y nuestras interacciones, para asegurarnos de que salga perfecto. Créeme, la idea me desagrada tanto como a ti, pero es necesario.

Sabía que tenía razón. Si realmente queríamos salir bien en esta prueba, necesitábamos ensayar juntos. No era fácil de admitir, pero en ese momento, verla decidida y con un propósito casi idéntico al mío me hacía sentir cierto respeto. La miré, con una expresión determinada, y asentí.

—Está bien, acepto. Pero júrame que...

Ella me interrumpió, cruzándose de brazos y lanzándome una mirada desafiante.

—No me sirves de nada herido, ¿entendido? Déjate de dramas, pendejo. —Puso los ojos en blanco, pero su tono era serio, casi protectivo de una manera retorcida.

Suspiré, asintiendo de nuevo. Era obvio, sí, pero quería asegurarme de que no hubiera margen de error. Mia me miró con la misma firmeza, sin apartar sus ojos de los míos.

—Escucha, tengo libres los fines de semana y los miércoles. Los demás días, imposible.

No pude evitar soltar una risa sarcástica, incapaz de resistir el comentario. —Me imagino que ser el perro del presidente del consejo debe ser todo un honor —murmuré, con una sonrisa irónica.

La expresión de Mia se tensó de inmediato. Su mandíbula se apretó y vi cómo sus ojos brillaban con una mezcla de furia y control.

—Ok, ok, me disculpo por eso —dije, levantando las manos en un gesto de tregua—. Me parecen bien esos días, miércoles, sábado y domingo. Pero los fines de semana tendremos que hacerlo en mi casa; tengo que cuidar a mi hermanito esos días.

Para mi sorpresa, esta vez no protestó ni mostró molestia ante lo que dije. En cambio, se limitó a asentir con algo de indiferencia.

—Bien. Entonces miércoles en mi departamento y sábado y domingo en tu casa.

El camino hacia la cafetería fue... incómodo. Mia no se había desviado para reunirse con sus amigas, lo que significaba que tendría que caminar a su lado hasta allí. Intenté mantener cierta distancia, pero ella parecía no darse cuenta o no importarle, caminando cerca con esa actitud fría y determinada, como si cualquier cosa fuera una pérdida de tiempo. Al llegar, finalmente logré separarme de ella sin problemas y me dirigí directo a la mesa de los chicos, aliviado de poder al menos desahogarme un poco.

Al sentarme, noté que todos ya estaban allí. Ese día había llevado birria casera y una ensalada de atún especialmente para Liz, algo que provocó una reacción inmediata de entusiasmo.

—¡Ah, birria y ensalada de aderezos frutales! —dijo Damien, aplaudiendo como si acabara de ganar la lotería culinaria—. Hermano, nos tratas como reyes.

—¡Eso sí es almuerzo de campeón, Anon! —dijo Liz, sonriendo y mirando la comida con un brillo especial en los ojos—. Eres nuestro héroe.

Mientras todos sonreían y repartían las porciones, Olivia, que siempre tenía un comentario listo, me miró con una sonrisa sarcástica.

—Dios, Anon, te ves varios años mayor hoy —soltó, como si estuviera examinando el cansancio en mis ojos.

Antes de que pudiera responder, Damien se sumó a la conversación con una risa burlona.

—¿Ya lo notaron? Parece que hasta él tiene su kriptonita. Sully nos puso a levantar grandes pesos hoy, y Anon casi se desbarata en el intento —añadió, riéndose.

Me rasqué la mejilla, aun sintiendo el cansancio en los brazos.

—Soy malo para las pruebas de fuerza, lo admito. Y para empeorar, Sully me puso estándares de dino, como si fuera cualquier cosa —resoplé, encogiéndome de hombros—. Pero créanme, eso no es ni la punta del iceberg de mi día...

Los tres me miraron con curiosidad, y Liz, con un brillo de anticipación en sus ojos, se inclinó un poco hacia adelante.

—Cuéntalo, cuéntalo ya —dijo, insistente.

Suspiré y les conté lo del examen de actuación con Mia. Cuando terminé, hasta Olivia parecía compadecerme.

—Viejo, ser compañero de Mia no se lo deseo ni a mi peor enemigo... literalmente, no le desearía a Mia hacer equipo con Mia —bromeó, cruzando los brazos y poniendo los ojos en blanco.

Me reí a pesar del día, sorprendido de lo mucho que esa frase capturaba la esencia de Mia. —Aunque no lo crean, hay una oportunidad de exentar ese examen —les dije, encogiéndome de hombros—. Sé que es una perra y que no es precisamente agradable, pero sabe actuar. Tenemos un nivel similar, así que, quién sabe, puede que termine siendo hasta emocionante completar esto sin salir herido.

Damien levantó las cejas, sorprendido, y luego soltó una carcajada.

—Si sales ileso, te pongo un altar, ¿te parece bien? —dijo, burlón, palmeándome el hombro—. Mejor aún, considéralo una apuesta.

—Y yo encenderé la vela cada semana —añadió Olivia con un tono burlón, juntando las manos como si rezara.

Nos echamos a reír todos a la vez, la atmósfera se volvió ligera, y finalmente, después de un largo respiro, respondí con una sonrisa.

—Yo mismo les daré la foto, en mi mejor ángulo y con un marco decente —dije, tratando de mantener el tono.

Al menos hasta la salida, cuando recordé que tenía pendiente hablar con Damien sobre el tema de Liz. Por suerte, él también pareció recordar mi petición, así que, después de despedirnos de los demás, me llevó a una pequeña cafetería a unas calles de la escuela que me recomendó como su favorita.

Al entrar, pedimos un par de cafés y nos acomodamos en una mesa junto a la ventana. El ambiente era relajado, perfecto para tocar un tema tan espinoso. Mientras esperábamos a que llegaran las bebidas, intenté pensar en cómo abordar la conversación sin sonar invasivo. Sin embargo, cuando el café estuvo frente a nosotros, decidí ir directo al grano.

—Viejo, ¿cuándo piensas invitar a Liz a salir? —le pregunté, tratando de mantener el tono casual.

Damien me miró con una mezcla de sorpresa e incomodidad, tomando un sorbo de su café como si tratara de ganar tiempo. Después de unos segundos, respondió encogiéndose de hombros.

—Salimos todo el tiempo, amigo. ¿De qué hablas? —dijo, como si el tema fuera uno más de nuestras charlas diarias.

Suspiré, sintiendo que estaba esquivando la cuestión.

—Deja de hacerte el tonto, Damien. Sabes a qué me refiero —insistí, mirándolo directamente.

Su rostro se endureció, y se cruzó de brazos. Su tono fue seco, casi defensivo.

—Me caes bien, Anon, eres un bro de verdad, pero con todo respeto... ¿qué te importa? Este es un asunto personal.

Sonreí, viendo que se había puesto a la defensiva. Si se lo tomaba en serio, era buena señal.

—Mira, el sábado me encontré con Liz de casualidad en el centro. Charlamos un rato, y sinceramente, entiendo que quieras evitar el tema o que pienses que es lo mejor, pero... ¿tres años, Damien? Eso ya es demasiado. Ya no es justo para ella.

Damien frunció el ceño, visiblemente incómodo. Su mirada se volvió confusa, casi asustada.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó, su tono cambiando de la seguridad a una preocupación tangible.

Lo miré un momento, dándole tiempo de procesar lo que había dicho antes de continuar, suavizando un poco mi tono.

—Sé que nos conocemos hace poco, pero he visto suficiente para entender lo que pasa. Creo que estás evadiendo el tema porque no quieres lastimarla, y lo entiendo —respondí, y vi cómo tensaba los hombros al oírlo—. Pero a estas alturas, siendo honesto, estás logrando lo contrario. Liz es terca y leal como ella sola; lleva esperando una respuesta desde hace mucho. Y te juro que me sorprende su paciencia, pero eso no quita que esté sufriendo. Damien, no puedes seguir dejándola en esta incertidumbre.

Él apartó la mirada, con el rostro sombrío. Sus ojos reflejaban un poco de miedo, y debajo, una culpa profunda. Parecía debatirse internamente, como si finalmente hubiera comenzado a considerar el peso de la situación.

Aproveché ese momento para continuar, tratando de sonar lo más sincero posible.

—Si realmente no estás interesado, lo mejor que puedes hacer es rechazarla. Sé que puede sonar duro, y es probable que se enoje o se sienta dolida, pero... en serio dudo que eso acabe con su amistad. Y, si lo piensas bien, es lo mejor para ambos. Liz está perdiendo un tiempo que podría estar dedicando a alguien que sí quiera estar con ella de la misma manera.

Damien me miró con una mezcla de incomodidad y curiosidad, como si no pudiera evitar hacer la pregunta que tenía en mente.

—¿Acaso te gusta, amigo? —soltó finalmente, aunque con un tono que intentaba ser casual.

Me encogí de hombros y respondí con sinceridad, sin rodeos.

—Obvio, amigo. Liz es increíble, sería tonto no notarlo. Pero sé que no tengo ninguna chance con ella —le dije, buscando tranquilizarlo—. No es por eso que quiero que cierren este capítulo de una vez.

Damien frunció el ceño, como si aún no estuviera convencido, y me miró con cierto escepticismo. Parecía que esperaba otra respuesta o que intentaba encontrar algún rastro de segundas intenciones en mis palabras.

Levanté las manos en un gesto de rendición, manteniendo un tono neutral.

—Ni loco la invitaría a salir yo, no te preocupes por eso —dije con una pequeña sonrisa—. Mira, si por algún milagro, algún día, ella quisiera algo conmigo, no dudaría en decir que sí, claro. Pero eso está muy lejos de pasar. Es más probable que Mia y yo nos hagamos mejores amigos a que eso ocurra. Tú y yo sabemos que las probabilidades están en cero.

Damien suspiró, aliviado, y se relajó un poco, aunque una pizca de incertidumbre aún asomaba en su expresión.

—Tienes razón. Seré honesto con ella la próxima vez que estemos a solas. Es solo que, Anon... no quiero una relación seria en este momento, y Liz merece algo más que alguien que no sabe lo que quiere. La aprecio mucho y no quiero lastimarla, porque sé qué clase de persona es ella. —Hizo una pausa, rascándose la cabeza como si le costara admitirlo. Mira, quiero vivir la vida loca universitaria, ¿sabes? Apenas entre a la universidad, quiero divertirme, ir a fiestas, tener sexo casual, sin compromisos... como en las películas. —

Sonreí y asentí, reconociendo el valor de su honestidad.

—Muy respetable, amigo, tienes todo el derecho —respondí con aprobación—. Pero deberías explicarle esa perspectiva también. Son amigos desde hace mucho tiempo, y estoy seguro de que, aunque le duela, lo entenderá. Pero también prepárate mentalmente para lo peor.

Damien cruzó los brazos y se recargó en su asiento, dejando escapar un suspiro algo más resignado.

—Tienes razón... y ahora que lo pienso, he sido un completo pendejo. Pero, oye, ni pienses mal de ti mismo. Me sorprendes, la verdad —dijo, con un tono que mezclaba admiración y sorpresa—. Sinceramente pensé que dirías algo tipo "consuelo a Liz y luego será mi novia". Que no lo digas me parece raro.

Suspiré, algo cansado, y me tomé un momento antes de responderle con toda la sinceridad que pude reunir.

—Ya que tú fuiste honesto, yo también lo seré —dije, dejando la taza de café a un lado—. La verdad es que no tengo mucha confianza cuando se trata de mujeres y el tema romántico. Quiero una novia, claro que sí, y me encantaría algo serio, pero... —me detuve, pensando en cómo expresarlo sin sonar patético—. Sé que la cagaría. Me conozco, y aún siento esa sombra de quien solía ser. No soy tan confiado como aparento, y créeme, invitar a alguien a salir es todo un reto para mí.

Damien me observó, su expresión suavizándose con algo parecido a la comprensión. Levantó su taza, asintiendo despacio mientras procesaba lo que acababa de escuchar.

—Y yo pensando que eras invencible —dijo con una leve sonrisa—. No te preocupes, viejo, no preguntaré sobre tu pasado. Parece un tema tabú, y respeto eso. Pero, en serio, si te lo propones podrías conquistar a quien sea, Anon. Yo quisiera tener la mitad de tus agallas y tu forma de hablar.

Me encogí de hombros, sonriendo levemente. Sin decir nada, levanté mi taza también, y él me imitó, brindando con un leve toque.

—Y si mañana no sobrevivo a la charla con Liz, será tu turno de hacerme un altar, ¿ok? —bromeó, intentando aligerar el ambiente.

—Hecho. Incluso le pondré velas y flores, y hasta te escribiré un poema épico —respondí, contagiándome de su ánimo.

Ambos reímos y dimos un sorbo a nuestros cafés, dejando la conversación con una promesa de apoyo y un entendimiento que, de algún modo, nos acercaba aún más como amigos. Cuando volví a casa mi madre me llamo y me confirmo que llego a un acuerdo con Sophia y Chad iría a clases normales un tiempo como prueba.

Me alegre por el pequeño cabeza de bombilla.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top