4 Encuentro con Liz
Jueves.
Desde el sábado que pasé con la familia de Damien, noté algunos cambios sutiles, en especial con Olivia. Había algo en su forma de tratarme que se sentía distinto; se acercaba más, parecía querer estar cerca de mí, aunque a veces la notaba nerviosa, y en otras ocasiones directamente avergonzada. No era nada obvio, pero algo en su lenguaje corporal me daba la impresión de que quizás estaba empezando a gustarle. Era solo una teoría, claro, no tenía pruebas concluyentes, pero la idea me hizo sentir halagado. En toda mi vida, nunca había experimentado algo así. La idea de que alguien pudiera mirarme de esa manera, sobre todo alguien tan interesante y particular como Olivia, me hacía sonreír casi sin darme cuenta.
La rutina en la escuela también estaba mejor que nunca. Con el tiempo, fui comprendiendo la dinámica de grupo y adaptándome a ella, consiguiendo un equilibrio que, si bien era frágil, funcionaba. Logré crear una especie de ritmo que me permitía estar en paz la mayor parte del día, evitando a la perfección los problemas innecesarios. Sin embargo, había una variable inestable, un cabo suelto que tenía que considerar: Mia. Su comportamiento era impredecible, y era imposible anticipar si en algún momento haría algo que pudiera afectar mi rutina cuidadosamente construida. Sabía que, por mi propia tranquilidad, debía encontrar una manera de manejar esa situación.
Hoy, en la clase de teatro, hubo un momento que me sorprendió a mí mismo. El tema de la clase era sobre la expresión corporal y la improvisación en movimiento. La maestra nos pidió que exploráramos diferentes tipos de baile como forma de desinhibirnos y conectarnos con nuestro cuerpo, algo que muchos en la clase no esperaban y se notaba en sus caras. Cuando comenzó a explicar y demostrarnos algunos movimientos, de repente sentí una especie de confianza que hacía tiempo no sentía. Recordé las enseñanzas de mi maestro Patrick Dupond, un instructor de la militarizada.
Él me enseñó no solo a bailar, sino a ver el baile como una forma de disciplina y resistencia. Irónicamente, fue parte de mi entrenamiento de táctica anti-dinos; nada como una buena sesión de baile para ganar aguante y control.
Cuando me tocó mostrar lo que sabía, no me limité. Me lancé al piso con precisión, mi cuerpo se movía casi sin pensar, como si cada músculo supiera exactamente qué hacer. Mi mente estaba concentrada y mi respiración sincronizada, ignorando cualquier mirada o comentario a mi alrededor. La maestra se detuvo un momento, observándome con algo de asombro, mientras los demás guardaban silencio, sin saber qué esperar.
Terminé el movimiento final y me quedé un instante en esa posición, como congelado, respirando algo agitado. El silencio fue roto por un aplauso espontáneo de algunos compañeros, mientras la maestra asintió, sonriendo.
—Vaya, Anon —dijo la maestra con admiración—. No esperaba ese nivel de precisión. ¿Has entrenado formalmente?
—Algo así —respondí, restándole importancia—. Solía hacer ejercicios de resistencia, y el baile en la militarizada era una forma de aguantar más. Me enseñaron desde ballet hasta algunos estilos modernos. Sorprendentemente, ayuda mucho.
La maestra sonrió con una mezcla de curiosidad y asombro, pero no hizo más preguntas. Seguimos con la clase, aunque ya sentía mis niveles de estrés al máximo. Había sido un día largo, y necesitaba algo que me relajara. Justo cuando quedaban unos diez minutos para que terminara la clase, decidí que era momento de desconectar, aunque fuera por un par de minutos.
Me acerqué a la maestra de teatro con disimulo, bajando un poco la voz para no llamar la atención.
—Disculpe, maestra, ¿me permitiría salir unos minutos? Quería... eh... tomar aire fresco en la parte trasera de la escuela, si es posible. —Al ver que ella fruncía el ceño, aclaré—. No se preocupe, no haré nada indebido. Solo necesito un respiro rápido.
La maestra me miró de arriba abajo, como evaluándome, y luego asintió con cierta resignación.
—Está bien, Anon, pero solo porque has trabajado duro hoy. Sin embargo, te advierto que si alguien te atrapa fumando, yo no tengo nada que ver.
Asentí, agradecido a sabiendas que ella supo al instante mis intenciones y lejos de prohibírmelo parece que me dio luz verde —No se preocupe, no causaré problemas. Y gracias, de verdad.
Sin perder tiempo, me escabullí por la puerta trasera del teatro, sintiendo el alivio de estar por fin en un espacio donde pudiera estar solo, al menos unos minutos. La parte trasera de la escuela estaba bastante desierta, y el aire fresco me ayudó a liberar un poco de la tensión acumulada. Encendí un cigarrillo y me recosté contra la pared, observando el cielo grisáceo mientras exhalaba el humo.
Sentí que, aunque fuera por ese breve instante, el peso del día se desvanecía, permitiéndome recuperar el equilibrio que tanto necesitaba.
Sacudí la cabeza, saliendo del trance, y saqué con cuidado la cajetilla de cigarros. Eran de las pocas cosas que recibía de mi padre que realmente me gustaban, unos cigarros importados de Rusia que un amigo de él le enviaba cada mes. A veces, me daba un par de cajetillas, como si con eso pudiera "compensar" algo. No me importaba; el sabor único de cereza y el aroma intenso bastaban para que me olvidara de por qué los tenía en primer lugar.
Un minuto después, Mia apareció. Salió por la misma puerta trasera con una expresión de frustración que reflejaba algo de lo que yo mismo sentía. No me molesté en preguntar por qué estaba ahí, ya tenía una idea. Alzó una ceja al verme y, sin decir palabra, le ofrecí un cigarro. Mia lo tomó sin dudar y, tras encenderlo y darle una profunda calada, sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Esta mierda es buena —dijo, exhalando el humo lentamente—. Jamás había probado unos cigarros con un sabor tan fuerte a cereza, carajo.
Esbocé una leve sonrisa, divertida, al notar su reacción. —Son importados de Rusia. Digamos que tengo... contactos.
Ella asintió y dio otra calada, sin mirarme. Así, en silencio, nos quedamos fumando juntos durante varios minutos, cada uno en su mundo, pero compartiendo esa especie de tregua tácita. Después de terminar el primer cigarro, le ofrecí otro, y aunque noté cómo su orgullo herido intentaba negarse, lo aceptó. Encendió el segundo con la misma actitud desafiante y volvió a llevarse el cigarro a los labios, en silencio.
No cruzamos palabra alguna. Sin embargo, mientras el humo se disipaba entre nosotros, pensé que quizás esta era la primera vez en que nuestras constantes fricciones parecían calmarse, aunque fuera solo por el momento. Tal vez —solo tal vez—, esta podía ser la oportunidad para que nuestra enemistad se enfriara y, con el tiempo, terminara de una vez por todas.
Antes de que se acabara el tiempo y necesitara volver al edificio para no llegar tarde al almuerzo, saqué dos cigarrillos más de la cajetilla y se los ofrecí, extendiendo la mano hacia ella.
—Para el camino, por si los necesitas luego —le dije, casi como una despedida.
Ella me lanzó una sonrisa engreída, como si fuera un desafío, y tomó los cigarrillos. Aun así, en sus ojos vi un leve destello de algo que no había notado antes. Sin decir más, ambos entramos nuevamente al teatro, cada uno a su propio ritmo. Pero, por alguna razón, la carga de hostilidad que solía existir entre nosotros parecía más ligera.
Se siente bien amigo, creo que hacia un buen rato que no sentía tanta paz a decir verdad.
Ella me lanzó una sonrisa engreída, como si fuera un desafío, y tomó los cigarrillos. Aun así, en sus ojos vi un leve destello de algo que no había notado antes. Sin decir más, ambos entramos nuevamente al teatro, cada uno a su propio ritmo. Pero, por alguna razón, la carga de hostilidad que solía existir entre nosotros parecía más ligera.
El día finalizo obstante tranquilo, el día más aburrido pero que sentía que quería que los días fueran así...
Llegó el sábado, y al verme listo para salir, mi madre, Carla, me lanzó una mirada un tanto molesta. Me llamó la atención, pues pocas veces tenía esa expresión conmigo. Suspiró y, cruzando los brazos, comenzó a hablar, aunque noté que lo hacía con algo de reserva.
—Hoy me encontré con una espinosaurio llamada Sophia. —Su tono era intrigado, y no tardó en continuar—. Me comentó que Vinny, su hijo, le dijo que quiere que Chad quiere tomar clases normales junto a él. Según ella, Chad necesita esa experiencia. Me enfurecí un poco al escucharlo, pero le dije que lo pensaría.
Sentí un peso en los hombros, porque sabía que el tema de Chad siempre era sensible en casa. Respiré hondo antes de responder, tratando de sonar lo más tranquilo posible.
—Mamá, conozco a la familia —dije finalmente, midiendo mis palabras—. Damien, el hermano mayor de Vinny, es amigo mío. La semana pasada, de hecho, lo llevé conmigo para que socializara con alguien de su edad mientras yo hacía lo mismo con ellos. Créeme, son muy buenas personas.
Observé su reacción, y aunque Carla no dijo nada, parecía escucharme con atención, así que continué.
—No son el tipo de gente que juzga ni hace preguntas incómodas. Ni siquiera dijeron nada cuando lo vieron por primera vez, incluso Vinny, le limpió la baba a Chad sin que yo tuviera que pedírselo. Son de verdad muy comprensivos. Es algo que, en parte, creo que tiene que ver con Olivia, mi amiga... Ella vive con ellos desde hace tiempo.
Mi madre frunció el ceño, intrigada.
—¿Olivia? ¿Tu amiga en silla de ruedas que mencionaste el otro día?
Asentí, recordando que no le había hablado mucho de ella.
—Sí, mamá. Olivia nació sin algunos ligamentos en los pies. La familia de Damien la acogió hace un tiempo, y desde entonces ella vive con ellos. Ellos son muy conscientes y respetuosos con las personas que tienen diferentes capacidades. Si alguna familia sabe comprender a alguien como Chad, es la de Damien.
Al oír esto, los ojos de mi madre se abrieron un poco más, sorprendida. Se quedó en silencio por un momento, como si mis palabras la hubieran impactado más de lo que ella misma esperaba. Finalmente, bajó un poco la guardia y habló en un tono algo más suave.
—Has cambiado mucho, hijo —dijo con una media sonrisa, aunque aún parecía algo desconcertada—. No puedo decir que estaba de acuerdo con la idea de la academia militar, pero tengo que admitir que te ha hecho bien... Es la primera vez que te escucho hablar de amigos como si realmente formaran parte de tu vida.
Sentí una pequeña punzada en el pecho al oírlo. Ella no sabía cuánto me había costado encontrar mi propio camino, y lo que significaba finalmente tener gente en quien confiar. Me rasqué el cuello, incómodo, pero con una sonrisa.
—Lo sé, mamá. Lo sé...
Ella se quedó pensativa, como si evaluara lo que había dicho. Antes de que pudiera responder, aproveché para cortar la conversación y añadir algo que estaba seguro sería de ayuda.
—Podrías hablar con Sophia e intentar llegar a un acuerdo. En serio, creo que es una buena idea que Chad vaya a una clase normal. —Al verla levantar una ceja con escepticismo, añadí—. Chad lo necesita, mamá. Sabes que lo que más lo haría feliz es sentirse como los demás. Nada le alegra más que vivir esa experiencia y... tú sabes que es cierto.
Mi madre suspiró, pero su mirada dejó ver un toque de resolución, como si lo estuviera considerando seriamente.
—Tienes razón... —dijo al fin, tras un largo silencio—. Mañana hablaré con Sophia y el director para ver si podemos llegar a un acuerdo. —Asintió, como para convencerse a sí misma—. Solo espero que no nos explote en la cara.
Asentí un momento, satisfecho de haber sembrado una buena idea en mi madre, y dejé que procesara todo a su manera. Yo mismo necesitaba despejarme un poco, así que decidí que un paseo por la ciudad no me vendría nada mal. Normalmente habría optado por quedarme en casa y sumergirme en las discusiones sin fin de 4chan, perdiendo el tiempo en debates absurdos con gente que ni conocía, pero desde que regresé decidí dejar atrás ese caos y preferí hacer algo diferente, algo más real.
Tomé el metro rumbo al centro de la ciudad, buscando algo interesante que hacer. Quizá encontraría algunos juegos baratos para mi Xrox o simplemente algún lugar que me sorprendiera. Consideré llamar a Damien u Olivia, pero al final opté por explorar a mi propio ritmo y perderme un poco en los alrededores, sin un plan exacto.
Al menos, eso pensé... hasta que apenas al bajar del metro vi un cuello enorme y familiar sobresaliendo entre la multitud. Mi primer impulso fue girar y fingir que no la vi, pero antes de poder reaccionar, la larga figura de Liz ya se inclinaba hacia mí, su cabeza alcanzándome mucho antes que su cuerpo, como suele pasar con los brachiosaurios. Era impresionante y algo inquietante verla moverse tan rápido, considerando el tamaño de su cuerpo.
—¡Hola, Anon! —saludó ella, su voz resonante y jovial. Su expresión mostraba un entusiasmo que me pilló desprevenido—. Qué agradable sorpresa verte por aquí.
Le devolví una sonrisa, aunque un poco incómoda. —Lo mismo digo, Liz. —Intenté sonar casual—. ¿Qué te trae por estos lares?
Liz sonrió, una sonrisa amplia que iluminaba su expresión. —Oh, solo estaba paseando. Me apetecía salir para estirar un poco el cuello, ya sabes... —hizo un gesto alargado, señalando su cabeza en el aire. Me hizo reír un poco, y ella continuó, mirándome con curiosidad—. ¿Y tú? ¿Qué haces tan lejos de tu cueva habitual?
Tragué saliva, intentando sonar relajado. —Nada especial, solo quería conocer los alrededores, ver si encuentro algún lugar donde vendan cosas que me interesen o sitios para pasar el tiempo. Ya sabes, explorar un poco.
Liz me observó con una expresión tranquila, como si estudiara mis palabras y al mismo tiempo tratara de adivinar mis intenciones. Al final, inclinó la cabeza y sonrió de nuevo.
—Si quieres, podría darte un tour por la ciudad —dijo, con tono neutral pero decidida—. De todas formas, vine sin planes definidos, así que... creo que ambos podríamos salir ganando de alguna manera. Yo te muestro algunos lugares interesantes, y tú... —hizo una pausa, y pareció elegir cuidadosamente sus palabras— tú me ayudas a resolver algunas dudas sobre los chicos... Ya sabes, temas incómodos de los que no tengo con quién hablar. —Frunció el ceño y agregó, casi divertida—. Mi tío Ferrus está descartado para esto, créeme. Y sé que eres el tipo de persona que no se niega a un trato razonable.
Me quedé callado unos segundos, procesando la propuesta, mientras ella me miraba con esa neutralidad tan característica, como si no hubiera dicho nada fuera de lo común. Hablar de "cosas incómodas sobre chicos" no era precisamente el tipo de charla que esperaba para ese día, pero había algo en su tono, en esa seriedad tranquila, que me hizo sentir algo de curiosidad. Además, si era lo que se necesitaba para que alguien como Liz me hiciera de guía en la ciudad, podía intentar adaptarme.
—Está bien, Liz —respondí al fin, encogiéndome de hombros con una sonrisa que intentaba ser desenfadada—. Tú guías y yo contesto las dudas que tengas... o hago mi mejor esfuerzo, al menos.
Ella sonrió, claramente complacida.
—Perfecto. Vamos, hay un par de tiendas y lugares que te podrían interesar —dijo mientras se giraba, caminando con su andar pausado pero firme, su cuello estirado para observar todo a su alrededor. Me alcanzó con la mirada—. Y, en el camino, podemos charlar de esos... temas.
Mientras avanzábamos por la avenida, Liz parecía entusiasmada por contarme sobre cada sitio que íbamos pasando. Me mostró tiendas de música, librerías y cafeterías. Todo esto mientras su cabeza se movía de un lado a otro como si fuera un periscopio, vigilando el entorno. Finalmente, cuando el bullicio de la avenida nos rodeó lo suficiente, se decidió a romper el hielo.
—Entonces, sobre los chicos... —inició, con tono un poco más bajo—. Digamos que tengo muchas dudas y no estoy acostumbrada a hablar de este tipo de cosas. Pero eres amigo de Damien, y me doy cuenta de que tienes confianza en estas cosas, así que... —dudó un momento y al final soltó una pequeña risa—. ¿Cómo sabes si un chico... ya sabes, está interesado en ti?
Me rasqué la nuca, sintiéndome algo extraño con la pregunta. Pero al ver su expresión sincera y hasta un poco vulnerable, supe que la honestidad sería la mejor forma de responderle. —Bueno, a veces los chicos son torpes para demostrarlo, ya sea porque se ponen nerviosos o porque no saben cómo actuar. —Hice una pausa, pensando en Damien y otros que conocía—. Pero suelen intentar acercarse o buscar excusas para estar contigo, aunque sea para hablar de cosas triviales.
Liz asintió lentamente, como si intentara memorizar mis palabras.
—¿Y... si él ya está cerca, pero se muestra más callado de lo normal? —preguntó, mirando hacia el frente, pero con una curiosidad evidente en sus ojos.
Sonreí un poco. —Bueno, eso también es una señal. Los chicos a veces se quedan sin palabras porque temen decir algo estúpido o que lo malinterpretes. Así que el silencio también puede ser una señal de que le importas, aunque no lo parezca.
Liz y yo caminamos juntos una vez que alcancé su paso, aunque la visión de su cuello serpenteando hacia adelante antes de que su cuerpo llegara junto a mí seguía siendo algo... surrealista. Me quedé pensando en lo impresionante que era verla moverse así. Era como caminar al lado de alguien que, literalmente, podía ver más allá, y sospeché que tomaría tiempo acostumbrarme a eso.
Nuestro primer destino fue una tienda de peluches. Liz parecía emocionada mientras me llevaba adentro y me mostraba cada estante, comentando los más curiosos. Había de todo tipo, desde dinosaurios de caricatura hasta personajes de videojuegos, y casi en el fondo, vi un peluche de Neptunia-chan. Disimulé mi interés y anoté mentalmente la dirección. Para justificar mi entusiasmo, le dije a Liz que tal vez compraría algunos peluches para Chad.
Ella me lanzó una mirada curiosa y con una sonrisa casi burlona—como si no se creyera del todo la excusa—dijo, con una risa ligera: —¿Para tu hermano? Claro... no es como si tú quisieras uno, ¿eh?
Le devolví una sonrisa desafiante. —Quizá —respondí, restándole importancia—. No es que me avergüence de mis gustos, pero... prefiero mantener algunos en privado.
Liz soltó una risita, claramente divertida. Continuamos recorriendo la tienda hasta que, de pronto, me lanzó una pregunta inesperada.
—¿Y cómo puedo acercarme más a él? —preguntó, manteniendo la vista en un estante de peluches pero claramente refiriéndose a Damien.
Me quedé en silencio por un segundo, considerando la mejor manera de responder. Opté por la respuesta clásica, aunque sabía que con Damien, lo de ser directo podría ser complicado.
—¿Ya intentaste ser directa? —dije, esperando que no fuera una pregunta demasiado obvia.
Liz suspiró, claramente resignada. —Obvio. He sido demasiado directa muchas veces... pero siempre lo malinterpreta o me responde con algo ambiguo, como que él también me quiere. —Su expresión se ensombreció un poco—. Pero es obvio que lo dice como amigo. Ya sabes, de una forma totalmente casual.
Me rasqué el cuello, pensando en lo denso que podía ser Damien. —Eso suena complicado... vaya que Damien es despistado. ¿Y Olivia? Digo, ustedes son amigas, ¿no? Además, es prácticamente su hermana. Ella podría darte una mano.
Liz exhaló un largo suspiro, casi de frustración. —No creo que seamos amigas, en realidad. Los últimos tres años he intentado acercarme a ella, pero Olivia mantiene su distancia y me evita siempre que puede. No es nada fácil.
Me rasqué la barbilla, tratando de entender mejor la situación. —Eso es raro. Olivia será algo sarcástica y tiene un humor venenoso, pero por lo que sé, es buena onda... al menos en el fondo.
Liz me miró con una mezcla de resignación e irritación. —Precisamente por eso quería pedirte ayuda. Por alguna razón cósmica y completamente inexplicable, parece que a ti sí te tolera. Créeme, lograr eso con Olivia es un milagro... ¡esa chica es una amargada de primera!
Intenté contener una sonrisa y, sin pensarlo mucho, comenté en voz baja: —Supongo que los amargados nos entendemos.
Liz soltó una carcajada y asintió. —Tiene todo el sentido del mundo.
Me sonrojé levemente al darme cuenta de que, otra vez, había dicho en voz alta lo que pensaba, pero Liz no pareció ofendida en absoluto; más bien, parecía aliviada de poder reír un poco en medio de toda la confusión.
Continuamos caminando y recorriendo otros locales. Pasamos por puestos de comida donde, aunque no le pregunté, Liz comenzó a hablarme de sus preferencias. Me contó cuál era su comida favorita, la de Damien, y luego añadió que Olivia, a su juicio, no tenía el menor criterio gastronómico y se comía cualquier cosa, por más insípida o desagradable que fuera.
Después de un buen rato recorriendo tiendas, encontramos un pequeño restaurante con mesas al aire libre donde decidimos hacer una pausa para comer algo. Pedí un plato balanceado con carne y vegetales, algo que me daba un punto extra de energía, y me acomodé en mi asiento, relajándome un poco tras el paseo.
Liz me observó con una mezcla de envidia y resignación cuando llegó mi plato, dejando escapar un suspiro. —Qué envidia tengo de los omnívoros —comentó, su tono casi divertido pero con una pizca de auténtica frustración.
Esbocé una mueca de orgullo y le respondí, casi en tono solemne: —La humanidad está en la cima de la cadena alimenticia por algo, my lady.
Liz se rio ante mi comentario y negó con la cabeza, claramente entretenida. Tras un sorbo de su bebida, comenzó a lanzarme preguntas. La mayoría de ellas iban sobre temas superficiales relacionados con los hombres, lo cual me hizo sonreír de lado. No era la primera vez que escuchaba esas dudas, así que decidí ser directo y darle algunas respuestas clave.
—Bueno, lo primero y más importante —dije, apoyándome un poco en la mesa para hacer contacto visual—, los hombres no somos como las mujeres, Liz, eso es un hecho. Y lo curioso es que, en muchos aspectos, los hombres humanos y los dinos compartimos tendencias muy similares. Por ejemplo —levanté un dedo como si diera una lección importante—, no existe un lugar más sagrado para nosotros que el baño. Es... como nuestro santuario. Por eso llamamos a la taza "el trono." Ahí es donde pensamos, donde reflexionamos; por algo existe la famosa estatua del raptor pensador en esa posición, ¿no?
Liz soltó una carcajada casi incrédula, llevándose una mano a la boca. —Dios mío, ustedes son todo un caso —dijo entre risas—. ¿De verdad reflexionan en el baño?
Le devolví una sonrisa con un toque de picardía y continué: —Oh, eso y más. Pero no es todo; también hay otros momentos en los que los hombres mostramos nuestra... —me detuve un momento para escoger bien mis palabras— ...mentalidad unga-bunga. Por ejemplo, cuando ponemos carne y vegetales a la parrilla. Todos, sin excepción, nos reunimos alrededor, miramos cómo se cocina lentamente y lo observamos como si fuera un espectáculo sagrado. No hay nada que nos haga sentir más como "unga-bunga, fuego quemar comida, hombre feliz."
Los ojos de Liz se abrieron con sorpresa, y casi dejó caer el tenedor al comprender la "revelación." —¡Así que... eso explica por qué mi tío y Randy se quedan mirando el asador como si estuvieran hipnotizados! —dijo, todavía entre risas—. Pensaba que era alguna especie de ritual secreto, pero veo que solo es... unga-bunga.
Sonreí un poco mientras tomaba un sorbo de refresco, aprovechando para dar la conversación por cerrada. Pero había algo más que ella quería saber, y era el momento de abordar el tema más delicado, uno del que muchos preferían no hablar.
—Bien, hablemos de... hormonas. Aunque quizá este tema me lo debería saltar, ¿no? —le dije, levantando una ceja para medir su reacción.
Ella me interrumpió antes de que pudiera decir algo más. —Tranquilo, Anon. Sé del tema; no soy una monja. Sé que los dinos una vez a la semana... bueno, ya sabes, se ponen excitados y ya.
Reí un poco ante su tono directo y decidí añadir algo más. —Entiendo, entiendo... Yo también me sorprendí cuando me explicaron en la academia militar sobre las tácticas anti-dino y todas esas cosas. Sin ofender, pero debo decir que el libido de los dinos es bastante... patético. En especial el de los machos.
Liz se quedó mirándome por un segundo, y luego soltó una carcajada tan genuina que casi nos hizo olvidar que estábamos en un lugar público. —¿Patético, dices? Bueno, visto así, parece que no estamos muy lejos de ser unga-bunga en ese sentido también.
Ambos nos reímos, y en ese momento me di cuenta de que, de algún modo, nuestra conversación se había convertido en una especie de tour antropológico, uno donde ambos estábamos descubriendo los lados más extraños y simpáticos de nuestras propias especies.
Liz me miró con una mezcla de intriga y nerviosismo, su voz sonaba un tanto vacilante. —Oye, ¿acaso para los humanos... es diferente? Es decir, obvio que sí, pero... en realidad, no sé mucho de ustedes, ¿sabes?
Me encogí de hombros, sonriendo de lado. —Puedo decírtelo, pero aviso que podría ser... un poco fuerte. Tal vez te cambie algunas perspectivas, y además, es probable que ni siquiera me creas.
Liz infló las mejillas en un puchero, claramente decidida a obtener una respuesta. —Anda, dímelo. No soy tonta, ¿sabes? Si quiero, puedo googlearlo. Así que suéltalo, con detalles y todo. Y, ya de paso, explícame de una vez por qué Damien te dijo "tres piernas" el otro día... —me lanzó una mirada sospechosa que me hizo querer golpearme la frente.
—Dios, el lunes me las va a pagar, ya lo verá —mascullé, sabiendo que mi amigo no iba a librarse fácilmente. —Ok, está bien, ya que insistes. De todas formas, tienes razón, podrías buscarlo si quisieras. Pero te advierto, sólo puedo decirte sobre los hombres, de las mujeres no sé mucho y, la verdad, prefiero que siga así.
Tomé aire y le di la versión más directa que pude. —Primero que nada, los hombres humanos estamos, digamos... en "calor" las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los 365 días del año. No hay ni un solo día en el que no estemos en lo que ustedes llamarían... un celo constante.
Sus ojos se abrieron como platos, y parecía incómoda al absorber la información. —Eso es... jodido. No quiero ni imaginar lo que es vivir así.
Asentí con una sonrisa comprensiva, entendiendo su reacción. —Lo sé, y sin ánimo de ofender, Liz, pero desde que empezamos a caminar juntos hoy, he tenido que usar cada gramo de autocontrol en mi cuerpo para no mirarte el escote. Es por respeto, ¿sabes? —Hice un gesto hacia ella y agregué—. Porque sé que estás interesada en alguien más, y tengo mis principios.
Liz se cubrió el pecho con ambas manos, ofendida. —¡Oh, con razón los humanos son tan intensos! —dijo, fulminándome con la mirada.
Solté una carcajada y levanté las manos en defensa. —Eh, pero sigo aquí y respetando, ¿no? Te lo digo así de directo porque respeto a quien eres, Liz. No hay razón para andarme con rodeos.
Liz, aunque aún algo incómoda, dejó caer las manos y me miró con más interés. —Está bien... sigue.
Suspiré, buscando un modo de explicarlo sin asustarla más, y tomé otro sorbo de refresco antes de continuar. —Bueno, lo del... libido es algo biológico, ya sabes, por evolución, supervivencia, y todo ese asunto. Es algo que va ligado a nuestros instintos y, aunque puede ser difícil, no es como que andemos descontrolados. Pero sí significa que, en términos de... ya sabes, el acto del amor...
Ella se sonrojó, bajando la mirada. Le daba pena, pero a la vez estaba escuchando atentamente.
—A lo que iba —continué—, es de conocimiento general que los humanos, o al menos los hombres, estamos en un nivel completamente distinto en cuanto a resistencia en... esa área. —Le lancé una mirada significativa, queriendo ser claro sin pasarme de la raya—. Según sé, es un hecho que los hombres humanos... bueno, les pateamos el trasero a los dinos en ese sentido.
Liz tragó saliva, y fue imposible no notarlo. Su expresión era de sorpresa, quizá incluso de una curiosidad que no quería admitir. Al final, decidí que lo mejor era detenerme ahí y sonreí para aliviar la tensión. —Creo que mejor me detengo antes de que esto se vuelva aún más incómodo —le dije en tono ligero—. Aunque honestamente, esperaba que o me bofetearas o te fueras corriendo después de semejante charla.
Ella negó con la cabeza y se recostó en la silla, relajándose un poco. —Toda información es útil, Anon. Soy una mujer que disfruta de saber y recabar toda la información posible, y este tema no es la excepción —dijo con una sonrisa resignada, levantando un hombro—. Aunque claro, dudo que me sea muy útil para algo.
No pude evitar sonreír. —Bueno, ya sabes... nunca se sabe cuándo el conocimiento sobre la... eh, "vida humana" podría ser útil.
Liz soltó una risita divertida, y con eso, la conversación tomó un tono más ligero. Había algo liberador en hablar así de abiertamente con ella, y aunque el tema había sido algo incómodo, ambos salimos de él con una nueva perspectiva.
Me encogí de hombros, tratando de quitarle importancia. —Hablaré con Damien, no te preocupes. No mencionaré nada de lo que me dijiste ni de esta conversación —le aseguré con un tono sincero—. En serio, necesita aprender a controlarse un poco. Y créeme, esto también es algo que quería hacer desde hace un tiempo...
Ella suspiró, visiblemente cansada y con una pizca de resignación en su expresión. —A este punto, hasta me daría más paz que me rechace de una vez. Es frustrante sentir que no avanza, y yo tampoco quiero estar en la incertidumbre todo el tiempo.
No pude evitar sonreír y negar con la cabeza. —No creo que sea necesario llegar a eso. Eres un gran partido, amiga, en serio. No cualquiera tiene el temple de seguir intentándolo. Eres lista, comprensiva, y, aunque te llevas mal con Olivia, nunca dejaste de buscar la manera de arreglar las cosas con ella. Eso es admirable, Liz, cuando menos.
Ella bajó un poco la cabeza, pero su rostro tenía una sonrisa leve, casi tímida, que reflejaba su aprecio por mis palabras. —Supongo que así se siente tener amigos hombres, ¿no? Este tipo de apoyo... diferente, pero se siente bien.
Asentí, sintiéndome satisfecho de haber podido mostrarle otro tipo de amistad. Era curioso cómo una simple charla podía cambiar tanto la percepción de alguien. Pero el reloj no se detiene, y cuando se levantó, supuse que nuestra charla estaba llegando a su fin.
—Debería volver a casa —dijo, mirando la hora en su teléfono—. Mi tío se va a enojar si me tardo mucho, ya está algo tarde. Pero gracias, Anon. Me gustó esta conversación, fue... interesante, diferente. Quizás podríamos hacer esto de nuevo en otra ocasión.
Me puse de pie también, guardando mis cosas y esbozando una sonrisa amistosa. —Claro que sí, Liz. Aunque para la próxima, charlemos de algo más casual, ¿te parece? Por ejemplo, ¿qué series te gusta ver? Ya sabes, así tengo algo de qué hablar la próxima vez.
Mientras caminábamos hacia la estación de tren, la conversación giró hacia sus series favoritas. Me contó con emoción sobre los doramas coreanos, y aunque lo veía venir, escucharla hablar tan entusiasmada me hizo mirarlos con otros ojos. Incluso me recomendó algunos que consideraba "imperdibles", y aunque al principio sonaban fuera de mi estilo, terminé apuntando algunos nombres.
—Tienes que darle una oportunidad a estos —insistió, casi rogando—. Son geniales, ¡en serio! Hay de todo: romance, acción, comedia...
No podía evitar reírme con la emoción que transmitía. No sé qué me hizo decidirlo, pero pensé que, después de todo, tener más temas de conversación no me vendría mal, así que al llegar a casa esa noche, me puse a ver uno de los doramas que me recomendó. Al principio, me parecieron un poco exagerados y algo ridículos, pero me sorprendí a mí mismo terminando un episodio... y luego otro. Para cuando me di cuenta, estaba enganchado, casi avergonzado de lo mucho que me estaba interesando.
Quizás, sin saberlo, acababa de encontrarme un nuevo pasatiempo, y el hecho de compartirlo con Liz hacía que valiera aún más la pena.
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