11 Nuevo vínculo
Una semana después, todo se había vuelto... raro. No malo, ni bueno exactamente, pero sí extraño. Me involucré de lleno con los chicos del equipo de atletismo. Solly y yo decidimos usar el entrenamiento de la jungla, Era brutal, tanto física como mentalmente, y requería que firmaran un contrato de renuncia de responsabilidades.
—¿En serio esto es necesario? —preguntó el microraptor llamado Any, sosteniendo el contrato con una mezcla de duda y terror.
Solly, con su habitual sonrisa de suficiencia, se encogió de hombros. —Es eso o seguir siendo aplastados en cada competencia. ¿Tu orgullo puede soportarlo? Porque el mío no.
Los tres intercambiaron miradas, resignados, antes de firmar. Tenía que admitirlo: al menos tenían la decencia de aceptar el desafío.
Por otro lado, Mia se había unido a nuestros entrenamientos. Al principio, no entendí por qué lo hacía, pero no me quejé. Su presencia traía una energía diferente al grupo, una mezcla de competitividad y fuerza que era contagiosa. Algo en ella había cambiado. Desde el inicio de la semana, el odio que antes ardía en sus ojos había desaparecido, reemplazado por una mirada neutral.
—¿Qué? —me preguntó un día, al notar que la miraba de reojo mientras tomábamos un descanso.
—Nada, —respondí, desviando la mirada rápidamente. Pero en mi mente, no podía evitar preguntarme qué había causado ese cambio en ella.
Sin planearlo, comenzamos a pasar más tiempo juntos. Sin responsabilidades de por medio, sin apuestas ni competencias de por medio. Simplemente... sucedía. Hicimos un par de tareas juntos en clases de psicología y artes histriónicas. Mia resultó ser sorprendentemente buena en Psicologia.
—No te veía como el tipo de persona que disfruta analizar la mente del prójimo, —le comenté mientras revisábamos nuestras notas en psicología.
—Y yo no te veía como alguien que pudiera memorizar más de dos párrafos seguidos, cuando te vi en la clase el primer día, pero aquí estamos. —respondió con una sonrisa burlona.
Ese miércoles, después de los ejercicios con Solly, cumplió su promesa de jugar Dino Hero en su departamento. Fue la primera vez que entré a su espacio, y aunque estaba lejos de ser ordenado, tenía una vibra... cómoda.
—Ni te atrevas a tocar nada, calvito, —advirtió mientras encendía la consola—. Todo está en un caos perfectamente calculado.
Jugamos durante horas, entre insultos, bromas y risas. Algo había cambiado entre nosotros. Esa aura tóxica que solíamos tener, esa tensión constante, parecía haber desaparecido. Sí, seguíamos insultándonos y comportándonos como unos patanes, pero ahora se sentía... diferente. Como si fuera parte de un juego entre amigos.
"Amigos," pensé mientras Mia celebraba una victoria con un grito exagerado. "¿Eso es lo que somos ahora?"
Sin embargo, no todo era perfecto. Sin querer, comencé a pasar menos tiempo con Olivia, Liz y Damien. Tener dos grupos de amigos separados era incómodo, sobre todo porque Olivia y Mia se odiaban.
"¿Cómo llegamos a esto?" me preguntaba cada vez que los veía interactuar. Había momentos en los que quería preguntarles directamente por qué se llevaban tan mal, pero siempre me detenía. El miedo a ofenderlas o empeorar las cosas me paralizaba.
Por otro lado, estaba Lunara. Ella era la persona más fácil de tratar. Siempre tenía algo interesante que decir sobre los homínidos o la historia. Era alguien confiable y, en cierto sentido, un alivio en medio de todo el caos.
Pero luego estaba Kiara, la triceratops amiga de Mia. Kiara no me daba buena espina. Había algo en su mirada, en su actitud, que me ponía en alerta. No podía explicarlo, pero simplemente no confiaba en ella.
Y, por supuesto, estaba el elefante en la habitación: Ben. Ese maldito. El mismo que había orquestado que me dieran una paliza. Desde entonces, evitaba cualquier contacto visual conmigo, lo cual no me molestaba en absoluto.
Había notado que tenía el ojo izquierdo visiblemente dañado, pero no me interesaba saber cómo ocurrió. "Probablemente se lo merece," pensé con indiferencia. No tenía tiempo para preocuparme por alguien como él.
Aproveche la regla numero 12 anti dinos Conoce al enemigo hasta el último detalle... y quería encontrar una forma de vengarme de él, y comencé a investigarlo... y di con algo jugoso que decidí guardar para después.
----
—Oye, —me interrumpió Mia durante uno de nuestros entrenamientos, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué pasa? —pregunté, secándome el sudor de la frente.
—Estás más distraído de lo normal. ¿Pensando en pitos? —preguntó con una sonrisa burlona, pero sus ojos parecían escanearme, buscando algo más profundo.
—¿Y tú qué?... y el que en pan piensa... —respondí rápidamente, tratando de desviar la atención.
Ella rodó los ojos, como si mi respuesta fuera exactamente lo que esperaba. —Solo digo, Xin pelo, que, si sigues con esa cara de muerto en vida, no vas a inspirar mucho al equipo.
Suspiré. No podía discutir con eso, aunque su tono fuera tan irritante como siempre.
Así continuaban las cosas: complicadas, raras, pero avanzando de alguna forma.
Otro lunes en St. Hamonds. Lo mismo de siempre, supongo. Aunque la rutina ya no me molestaba tanto como antes, tenía mis momentos de fastidio.
Era la hora de la salida, y ya había terminado mi entrenamiento con Solly. El tipo era un esclavista del ejercicio, pero al menos me mantenía activo. Mientras caminaba por los pasillos, noté que Olivia me miraba con odio Desde que empecé a pasar más tiempo con el grupo de Mia, ella empezó a mirarme de forma hostil. Incluso en la clase del Sr. Iadakan, donde solíamos sentarnos juntos y hablar de anime, ahora había una barrera palpable entre nosotros.
"Genial, ahora no solo tengo dos grupos de amigos conflictivos, sino que al parecer ahora estoy forzado a elegir un bando..." pensé con un suspiro.
Decidí tomar el camino habitual para irme a casa. A paso lento, el trayecto me tomaría unos 15 minutos. Podría optar por el tren bala, pero la idea de lidiar con la y estar apretado me echo para atras. Mientras cruzaba el estacionamiento de la escuela, algo llamó mi atención.
Mia. Estaba claramente molesta.
La vi patear un bote de basura con una fuerza que hizo que el metal retumbara. Un gruñido frustrado salió de ella, lo suficientemente alto como para que incluso otros estudiantes voltearan. Pero nadie se acercaba.
"Siempre tiene que armar una escena," pensé, pero, por alguna razón, me acerqué.
—Hey, tranquila, reina del drama, —dije con una sonrisa sarcástica, deteniéndome a unos pasos de ella.
Esperaba un insulto al instante, como siempre. Algo ingenioso y cortante, probablemente. Pero no. Me miró, abrió la boca para decir algo y luego pareció tragarse las palabras de golpe.
—¿Qué quieres? —preguntó finalmente, con un tono molesto pero contenido.
Esa pausa me descolocó. Mia nunca se detenía, nunca se censuraba. Algo raro estaba pasando. Me encogí de hombros, tratando de no mostrar mi sorpresa.
—Te vi armando una escena, y me dio curiosidad. ¿Qué pasó esta vez?
Ella bufó, cruzando los brazos con fuerza. —Digamos que mi papá me castigó, —respondió con desdén—. Me cortaron los fondos del mes. No tengo ni para gasolina para mi auto ni para maquillaje. Esta cara de supermodelo no se cuida sola, cabeza de rodilla.
Estuve a punto de soltar una carcajada. Era tan Mia. Pero en lugar de reír, intenté mantener la compostura.
—Supongo que... no, la verdad no tengo nada que decir, —admití, rascándome la nuca—. Pero, bueno, si te castigaron, supongo que fue por algo. Considerando todos los desastres que causas por donde pasas, que te castiguen significa que fue algo realmente jodido.
Vi cómo apretaba los dientes. Su expresión cambió por un instante. La típica ira que solía tener dio paso a algo más... tristeza, tal vez. O culpa.
—Siendo sincera, esta vez me lo gané en parte, —dijo finalmente, con un tono que no le había escuchado antes—. Eso no puedo negarlo.
No esperaba que admitiera algo así. Mia, aceptando que cometió un error. Me quedé en silencio por un momento, intentando procesarlo. Luego decidí romper la tensión.
—Bueno, siempre puedes pedirle prestado a tu novio o algo, ¿no?
Fue como si hubiera presionado el botón equivocado. Su expresión se endureció de inmediato, y volvió a patear el bote de basura.
—A él también lo castigaron, —espetó, claramente irritada—. Por algo estuvo con el ojo morado toda la semana. Y no, no fui yo. Su padre lo golpeó por una cagada bastante grande que cometió.
"Vaya," pensé, intentando no mostrar mi incomodidad. La conversación había tomado un giro más oscuro de lo que esperaba.
—Supongo que no queda mucho más que decir al respecto, —respondí, evitando ahondar en el tema—. A patín, entonces. O bueno, puedes tomar el tren. No hay de otra, Mia.
Ella suspiró, claramente harta. —Odio el transporte público, —dijo, dejando caer los hombros—. Y estoy muerta de cansancio para caminar. Carajo.
Decidí molestarla un poco. Era lo único que podía hacer para aligerar el ambiente.
—Pues no te queda de otra, princesita. Tendrás que aguantarte, —dije con una sonrisa burlona.
Ella soltó un largo y exasperado uuuggghhhhhh mientras rodaba los ojos. Me reí internamente. No importaba cuán cansada o molesta estuviera, Mia siempre encontraba la forma de reaccionar con dramatismo.
Anon P.V.
Mi celular comenzó a vibrar mientras caminábamos, sacándome de mis pensamientos. Lo saqué del bolsillo, viendo el nombre de mi padre en la pantalla. No era común que me llamara a esta hora, así que contesté con algo de curiosidad.
—¿Qué pasa, viejo? —dije al contestar.
Del otro lado, su voz resonó fuerte y directa, como siempre: —Hey, mocoso. Apúrate a llegar a casa. Conseguí algo a precio de ganga que creo que te puede gustar. Considéralo un premio por mostrarme que finalmente te crecieron un par de huevos. Pero no te tardes, ¿entendido?
No pude evitar fruncir el ceño por su forma de expresarse, pero sabía que detrás de ese tono áspero había algo parecido a un cumplido.
—Voy en camino. —respondí con tono sarcástico antes de colgar.
Justo cuando guardaba el celular, me di cuenta de que Mia estaba a mi lado, ella al parecer se acercó para escuchar la llamada, con esa sonrisa maliciosa que tan bien conocía.
—¿Qué te pasa, chismosa? —le solté, mirándola de reojo.
Ella se encogió de hombros, como si no estuviera haciendo nada malo. —No es mi culpa que hables tan fuerte que todo el vecindario pueda escucharte, avatar. —
La miré con los ojos entrecerrados, tratando de adivinar qué tramaba. Antes de que pudiera decir algo, ella agregó:
—Por cierto, mi casa queda de paso de la tuya. Vamos juntos. Me dio curiosidad. No tengo nada mejor que hacer el resto del día.
Ese último comentario me hizo soltar un bufido. Claramente, Mia solo estaba buscando un pretexto para no caminar sola. Pero como no tenía ganas de discutir, solo dije:
—Está bien, pero mueve rápido el culo, princesita. Mi papá tiene menos paciencia que una hiena frente a un bistec, y no quiero escuchar sus gritos si me tardo demasiado.
—Tranquilo, tobogán de piojos, puedo caminar rápido. Lo que no puedo prometer es no burlarme de lo que sea que tu papá considere un "premio." —
Rodé los ojos y comencé a caminar más rápido, escuchando sus pasos detrás de mí mientras soltaba un par de comentarios burlones por lo bajo.
---
Cuando llegamos a mi casa, mi padre ya estaba esperándonos en la cochera. Estaba de pie junto a algo cubierto con una manta, cruzado de brazos, y con una expresión seria en el rostro. Apenas me vio, alzó una ceja, y luego notó a Mia.
Su mirada hacia ella fue directa, casi hostil. Supngo que ese lado racista de él aún sigue ahí... y eso que no es la primera vez que ve a Mia, pero lo que realmente me sorprendió fue la reacción de Mia. Vi cómo su postura se tensaba. Su actitud despreocupada y burlona se desvaneció en un segundo. Por primera vez, la vi retroceder ligeramente, como si mi padre le diera miedo.
"¿Qué demonios fue eso?" pensé, mirando a ambos con curiosidad.
Mi padre no dijo nada más y simplemente volvió su atención a mí.
—Bueno, mocoso, —comenzó, señalando lo que estaba cubierto—. Conseguí esto. Pero antes de que te emociones, déjame decirte que le faltan unos cuantos arreglos.
Con un movimiento rápido, quitó la manta, revelando lo que estaba debajo. Mis ojos se abrieron de par en par al ver una motocicleta tipo chopper, vieja y claramente en mal estado. El metal estaba oxidado en algunas partes, y el asiento tenía un par de rasgaduras evidentes.
—¡Vaya! —soltó Mia de forma inconsciente, dejando escapar un silbido de asombro.
Yo, por otro lado, todavía estaba tratando de procesar lo que estaba viendo.
—¿Y esto? —pregunté finalmente, señalando la moto.
Mi padre cruzó los brazos y sonrió con algo de orgullo. —Un viejo amigo me la cambió por unos vales de despensa. El cabrón estaba desesperado. Parece chatarra, pero creo que se puede salvar.
—No pienso darte ni un dólar para arreglarla, —continuó mi padre, ignorando a Mia por completo—. Tendrás que hacerlo por ti mismo. Considéralo una prueba más.
Solté un resoplido, mirando la moto de arriba a abajo. —¿Y cómo se supone que haga eso? No tengo ni idea de por dónde empezar.
Él se encogió de hombros, como si no fuera su problema. —No es mi asunto. Si quieres que funcione, tendrás que buscar la forma. Ni loco la envío a un taller mecánico. Esos cabrones o te cobran un ojo y medio de la cara y te dejan las cosas peor para que vuelvas después. Los muy hijos de puta.
Mia, que había estado inspeccionando la moto más de cerca, levantó la mirada y me lanzó una sonrisa burlona. —¿Así que este es tu gran premio por ser un "hombrecito"? Una chatarra con ruedas. Qué conmovedor.
Rodé los ojos, ignorando su comentario. Pero cuando vi la expresión de mi padre, entendí que no estaba bromeando. Esta moto era mi responsabilidad ahora.
—En fin, mocoso, piénsalo, —dijo mi padre finalmente, dándome una palmada en el hombro antes de volver a entrar a la casa.
Mia seguía mirándome con esa mezcla de burla y genuina curiosidad, mientras yo me quedaba parado frente a la motocicleta, tratando de entender en qué lío me acababa de meter. Mi mirada se deslizó hacia la cochera, donde había una gran cantidad de herramientas y refacciones acumuladas. Mi padre tenía como hobby la mecánica, y aunque nunca había sido algo que me interesara, al menos tenía la suerte de contar con los materiales necesarios para intentarlo.
"El problema," pensé mientras me pasaba una mano por el cabello, "es que no sé absolutamente nada de estas cosas."
Suspiré, tratando de organizar mis ideas, cuando noté algo que llamó mi atención: Mia estaba de cuclillas frente a la moto, inspeccionándola con una concentración que nunca le había visto antes.
No quise interrumpirla. Había algo hipnótico en la forma en que movía la cola de un lado a otro mientras revisaba la motocicleta milímetro a milímetro, como si estuviera estudiando un rompecabezas complicado.
Después de unos minutos, ella finalmente habló, sin levantar la vista:
—Esta casi intacta en lo que importa, —dijo mientras palmeaba el asiento con algo de satisfacción—. Se puede hacer funcionar con un par de horas de trabajo, aunque si quieres que quede perfecta, necesitará mucho más esfuerzo.
Su comentario me tomó por sorpresa. —¿Wow, de verdad le sabes a estas cosas?
Ella giró la cabeza hacia mí, claramente ofendida, y se llevó una mano al pecho con dramatismo.
—¿Quién crees que le da mantenimiento a mi vehículo, Megamente? Soy una diosa de la mecánica, pendejo.
Rodé los ojos ante su actitud exagerada, pero no pude evitar una pequeña sonrisa. Aun así, su respuesta despertó algo de curiosidad en mí. —¿De verdad tú haces todo el mantenimiento de tu auto? No me esperaba eso, pensaba que eras una princesa hija de papi.
Ella se levantó, sacudiéndose las manos, y me miró como si acabara de insultarla.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó, poniendo las manos en las caderas—. No confío en que otros toquen mis cosas. Además, si quieres algo bien hecho, más vale que lo hagas tú mismo.
Antes de que pudiera responder, me lanzó una mirada acusadora.
—Pero ni creas que te la voy a arreglar gratis, —añadió, señalándome con el dedo—. Seguro estabas planeando manipularme o retarme para que hiciera todo el trabajo, ¿verdad? Pues olvídalo.
—¿Qué? —pregunté, sorprendido—. Ni siquiera he dicho nada.
—Pero lo estabas pensando, —replicó, cruzando los brazos con una sonrisa satisfecha, como si hubiera ganado una discusión que solo existía en su cabeza.
Cuando vi que comenzaba a levantarse y parecía lista para irse, me apresuré a intervenir.
—Espera, Mia, ¿qué te parece un trato?
Ella se detuvo, girándose lentamente hacia mí con una ceja arqueada. Su expresión de sospecha me dejó claro que no sería fácil convencerla.
—¿De qué trata? —preguntó, con tono serio.
Sabía que probablemente me arrepentiría de lo que estaba a punto de proponer, pero no tenía muchas opciones.
—Mira, considerando que estás castigada, que tú no puedes usar tu auto por la gasolina y que yo necesito ayuda con esta cosa... —señalé la moto—...te propongo esto: te llevo a la escuela y de regreso a tu casa todos los días, en la moto, si me ayudas a arreglarla si necesitar ir al mall o a un lugar importante, te prometo que te llevare también.
Ella frunció el ceño, claramente considerando la oferta, pero no le dio tiempo a decir nada antes de que añadiera:
—Y yo pago la gasolina, por supuesto, oviamente.
Por un momento pensé que lo había logrado, pero entonces Mia sonrió de una manera que me puso nervioso.
—Si soy yo quien conduce, tenemos un trato.
—Oh, no, señorita, —respondí rápidamente, negando con la cabeza—. Eso sí que no. Es mi moto.
Ella me miró con una mezcla de desafío y diversión, cruzando los brazos mientras sus ojos parecían buscar algún punto débil en mi propuesta. Nos quedamos en silencio por unos segundos, mirándonos fijamente como si estuviéramos en medio de una negociación crucial.
Finalmente, suspiré y cedí un poco. —Nos turnamos. Un día tú, un día yo. ¿Qué dices?
Mia se quedó pensativa, tamborileando los dedos contra su cadera. Luego, con un leve encogimiento de hombros, asintió.
—Está bien, bola de billar, tienes un trato.
Antes de que pudiera celebrar, se giró hacia la moto con una energía renovada.
—Ahora, dame esos cables del fondo y la llave de 3/8. Vamos a empezar a arreglar este tesoro.
Aunque su tono seguía siendo mandón, no pude evitar sentir una ligera chispa de emoción. Tal vez, con un poco de suerte y mucho trabajo, esta moto tendría una oportunidad. Sin decir nada más, me puse a buscar las herramientas que había pedido, mientras Mia ya se inclinaba nuevamente sobre la moto, lista para trabajar.
Ella se quito su chaqueta roja y la dejo en una de las mesas, y nuevamente vi sus grandes brazos... por suerte logre contenerme para solo mirarlos de reojo un momento.
Mia no perdió el tiempo. Apenas recibió las herramientas que había pedido, se inclinó nuevamente sobre la moto con esa concentración que la hacía ver como otra persona completamente diferente a la Mia que conocía. Ya no había ni rastros de su actitud burlona; estaba absorta en su trabajo, como si el mundo alrededor no existiera.
—Bien, bola de cristal, escucha, porque no voy a repetir esto, —dijo mientras ajustaba algo con la llave de 3/8—. Si vamos a trabajar juntos, tienes que seguir mis instrucciones al pie de la letra. ¿Entendido?
—Claro, jefa, —respondí con un toque de sarcasmo, lo que me valió una mirada afilada por parte de Mia.
—Esto no es un chiste, —me espetó, golpeando ligeramente el chasis de la moto—. Si haces algo mal, podrías arruinarlo más, o peor, hacer que esta cosa explote cuando la enciendas.
Eso último lo dijo con una sonrisa burlona, pero había suficiente verdad en sus palabras como para ponerme nervioso. Me aclaré la garganta y asentí, tomando una postura más seria.
—Bien, ¿por dónde empezamos? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia la moto.
Mia suspiró y señaló el motor. —Primero, tenemos que asegurarnos de que el motor y el radiador no estén completamente jodidos. Si esto no funciona, todo lo demás será inútil.
Me miró como si estuviera evaluándome, luego señaló un juego de herramientas en el suelo.
—Pásame el destornillador de cruz grande.
Me tomó unos segundos encontrarlo, pero se lo pasé, tratando de no parecer torpe. Ella comenzó a desmontar una tapa en el motor, trabajando con una rapidez y destreza que me dejó impresionado.
—¿De dónde aprendiste todo esto? —pregunté, genuinamente curioso.
—Mi papá, —respondió sin apartar la vista del motor—. Me enseñó lo básico cuando era niña. Después, aprendí el resto por mi cuenta porque me di cuenta de que no podía confiar en los mecánicos. Todos intentan estafarte o no tienen idea de lo que están haciendo.
Me encogí de hombros. —Bueno, parece que sabes lo que haces.
Ella se giró y me lanzó una sonrisa sarcástica. —Claro que sí. Soy Mia Moretti, ¿recuerdas? Soy buena en todo.
Rodé los ojos, pero decidí no contestarle. En su lugar, observé mientras trabajaba, tratando de aprender algo de lo que hacía. Después de unos minutos, me indicó que le pasara otra herramienta.
—Pásame la llave inglesa, la mediana.
Le entregué la herramienta y la observé ajustar algunas piezas del motor con movimientos precisos.
—Bien, parece que el motor está en buenas condiciones, —murmuró para sí misma—. Solo necesita un poco de limpieza y ajuste y el radiador esta usable.
—¿Qué hago yo mientras tanto? —pregunté, sintiéndome un poco inútil solo mirándola.
Ella levantó la vista hacia mí, pensando por un momento, y luego señaló las ruedas.
—Revisa las llantas. Si están demasiado desinfladas o dañadas, no vamos a llegar ni a la esquina.
Asentí y me arrodillé junto a una de las ruedas, apretando ligeramente la superficie con los dedos.
—Esta está un poco desinflada, pero no parece dañada, —informé.
—Bien, hay una bomba de aire junto a las herramientas grandes. Úsala para inflarla mientras termino aquí.
Mientras me encargaba de las llantas, Mia siguió trabajando en el motor, murmurando cosas para sí misma de vez en cuando. No podía evitar admirar lo concentrada que estaba. Su cola seguía moviéndose de lado a lado, como si estuviera disfrutando el proceso.
—¿Sabes? —dije, tratando de romper el silencio—, nunca pensé que terminaríamos trabajando juntos en algo como esto.
—Ni yo, Bola de boliche, —respondió sin levantar la vista—. Pero supongo que eres lo suficientemente desesperado como para aceptar mi ayuda.
—No te meurdas la lengua, princesita me da flojera caminar —repliqué con una sonrisa.
Ella soltó una risa suave. —Tienes razón en eso.
Después de unos minutos, Mia se levantó y se estiró, sacudiendo las manos como si estuviera limpiándose el esfuerzo.
—El motor está listo, —anunció—. Ahora necesitamos revisar el sistema eléctrico.
—¿Cómo hacemos eso? —pregunté, frunciendo el ceño.
Ella me miró como si acabara de hacer la pregunta más obvia del mundo.
—Con mucho cuidado, —respondió, antes de pedirme que le pasara un multímetro que había en la caja de herramientas.
Pasamos los siguientes veinte minutos revisando los cables y conexiones, asegurándonos de que todo estuviera en buen estado. Mia me explicó qué buscar y cómo usar el multímetro, y aunque me costó al principio, logré entenderlo lo suficiente como para ayudar.
—Bien, parece que la electricidad está en orden, —dijo finalmente, dejando el multímetro a un lado—. Ahora solo falta limpiar un poco el tanque y revisar el sistema de combustible.
Pasamos otros cuarenta minutos trabajando en eso. Mia me enseñó cómo desmontar el tanque, limpiarlo y volver a montarlo. También revisamos el filtro de combustible, que estaba completamente obstruido.
—Este filtro está hecho mierda, —comentó Mia, sosteniéndolo con asco—. Necesitarás reemplazarlo pronto, pero por ahora podemos limpiarlo para que funcione temporalmente.
Finalmente, después de dos horas de trabajo, Mia dio un paso atrás y observó la moto con los brazos cruzados.
—Listo, Lampiño, —anunció—. Debería ser suficiente para que funcione.
Me sentí un poco agotado, pero también emocionado. Habíamos logrado dejarla usable. Ahora solo quedaba probarla.
Mia y yo terminamos de recargar la moto con un poco de gasolina que encontramos en un bidón olvidado en la cochera. Mia me lanzó una mirada rápida, como si estuviera evaluando si había algo más que pudiéramos haber pasado por alto.
—Espero que no salga volando en pedazos, —comenté medio en broma mientras limpiaba mis manos con un trapo.
—Si fuera a explotar, ya lo hubiera hecho cuando yo estaba revisándola, tarado, —dijo Mia mientras giraba la llave con una confianza insultante.
El motor cobró vida con un rugido impresionante. El sonido resonó en la cochera, llenando el espacio con un eco profundo y poderoso. Mia sonrió ampliamente, mostrando una fila perfecta de dientes mientras asentía con aprobación.
—Ronronea como gatito, —declaró con un toque de orgullo en la voz—. Esta moto es más genial de lo que creía.
Me incliné ligeramente hacia la moto, tratando de ignorar cómo el ruido me perforaba los oídos.
—Sí, claro, un gatito... uno al que tiraron en una licuadora industrial, —murmuré, aunque lo suficientemente bajo para que ella no me oyera.
Pero Mia, con ese radar que tenía para todo lo que dijera, arqueó una ceja. —¿Qué dijiste?
—Nada, nada, —me apresuré a decir mientras levantaba las manos en un gesto inocente.
Ella me lanzó una mirada desconfiada, pero luego apagó el motor y se cruzó de brazos.
—Bueno, Fosforito, ahora la pregunta importante: ¿quién la estrena?
Antes de que pudiera responder, Mia sacó una moneda de su bolsillo y la levantó frente a mí con una sonrisa pícara.
—¿Cara o cruz?
—Cara, —respondí sin pensarlo demasiado.
Mia lanzó la moneda al aire con un movimiento ágil y ambos nos inclinamos hacia adelante para ver cómo aterrizaba en el suelo. La moneda rebotó una vez, luego otra, antes de quedarse quieta. Cara.
—¡Ja! —exclamé, levantando un puño en señal de victoria.
Mia rodó los ojos y me empujó ligeramente en el hombro. —Solo tu suerte, Nuca infinita. Pero más te vale no estrellar esta cosa.
Nos dirigimos al rincón de la cochera donde había visto un par de cascos cubiertos de polvo. Tomé uno negro y se lo ofrecí a Mia, pero ella negó con la cabeza.
—El rojo es más mi estilo, —dijo mientras lo tomaba y le quitaba el polvo con una sacudida rápida.
Me puse el verde, ajustándolo con cuidado. Mia, por otro lado, tuvo que dedicarle un par de minutos extra para acomodarlo sin aplastarse la cresta.
—¿Todo bien ahí atrás, reina de la mecánica? —pregunté, intentando sonar neutral.
Ella me fulminó con la mirada antes de acomodarse finalmente el casco. —No te pongas gracioso. Estoy lista.
Subí primero, sintiendo la vibración del motor a través del asiento, y me aseguré de que todo estuviera en orden. Mia se acomodó detrás de mí, apoyando sus manos en mi cintura con una confianza descarada.
—¿Lista? —pregunté mientras ajustaba los espejos.
—Más que tú, —respondió, y luego, antes de que pudiera arrancar, se inclinó ligeramente hacia mí.
El contacto fue... inesperado. Sentí dos montañas suaves y cálidas, presionarse contra mi espalda, y mi cerebro prácticamente cortocircuitó.
—¿Qué pasa, maestro limpio? —preguntó Mia con un tono burlón, notando mi rigidez inmediata—. ¿Mis niñas te ponen nervioso?
—Cállate, Mia, —murmuré entre dientes, sintiendo cómo mi cara se encendía como un semáforo en rojo.
Ella rió, un sonido despreocupado y lleno de burla. —Vamos, no te pongas así. Sé que este es probablemente el contacto femenino más cercano y prolongado que has tenido en tu triste vida, pero al menos intenta disimularlo.
Quería contestarle algo, cualquier cosa, pero mi cerebro estaba demasiado ocupado tratando de reiniciarse. En lugar de eso, apreté los dientes, giré la llave y encendí el motor.
El rugido volvió a llenar la cochera, pero esta vez, lo sentí como una especie de liberación.
—Agárrate bien, —le advertí mientras comenzaba a movernos hacia la calle.
Ella me apretó un poco más, sus manos firmes en mi cadera. —No te preocupes, alopécico. Estoy bien agarrada.
El trayecto fue una mezcla de emociones. Por un lado, estaba concentrado en no matarnos en nuestra primera vuelta con la moto. Por otro, el peso de Mia contra mi espalda era un recordatorio constante de su presencia, lo que no ayudaba a calmar mis nervios.
—Oye, no lo estás haciendo tan mal, —comentó mientras girábamos en una esquina—. Pensé que manejarías como un abuelo, pero parece que sabes lo que haces.
—Gracias, supongo, —respondí, manteniendo los ojos en el camino.
Llegamos frente al edificio donde vivía Mia justo cuando el cielo comenzaba a oscurecerse. Frené con cuidado y apagué el motor, sintiéndome orgulloso de no haber hecho el ridículo.
Mia se bajó con una fluidez que me hizo sentir torpe en comparación. Se quitó el casco y sacudió su cresta con un movimiento dramático.
—Bueno, huevo duro, —dijo mientras me señalaba con un dedo—. Nos vemos mañana. Y ni se te ocurra llegar tarde por mí. Me gusta llegar temprano, y mañana me toca a mí conducir. ¿Entendido?
Asentí, resignado. —Entendido.
Ella me lanzó una última sonrisa burlona antes de desaparecer en el edificio. Mientras encendía el motor nuevamente para regresar a casa, no pude evitar pensar que las siguientes semanas iban a ser... interesantes.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top