10 Linea de salida

Vaya semana. Logré exentar el examen de la profesora Blackwing, pero, Dios, aquello me costó caro. No fue solo el regaño de mi madre, sino una semana entera sometido a sus dichosos remedios naturistas. Claro, fueron efectivos, pero eso no hizo que fueran menos incómodos.

"¿Cómo se le ocurre que bañarme en té de hierbas que huele a zorrillo me iba a mejorar más rápido?" pensé, recordando esas eternas duchas aromáticas. Y la crema... esa maldita crema viscosa que me cubrió de pies a cabeza. "Qué divertido fue dormir con todo eso encima. Una experiencia que nadie debería vivir."

A pesar de todo, para el lunes estaba completamente recuperado, al cien por ciento físicamente. Pero claro, no podía empezar la semana con tranquilidad. Ese día me tocaron cinco parciales seguidos, uno tras otro. Debido a mi ausencia en la semana de exámenes, Para cuando terminé el último, sentía que mi cerebro había quedado hecho papilla.

"Si me pidieran deletrear mi nombre ahora mismo, probablemente fallaría," pensé mientras guardaba mis cosas al final del día. Por suerte, el martes todo volvió a la normalidad. Ya no tenía excusas para andar como un muerto, así que decidí continuar mi semana como si nada hubiera pasado.

Mis amigos, siempre atentos, me habían enviado mensajes mientras estaba en cama. Pero entre los remedios de mi madre y la sensación constante de incomodidad, preferí decirles que no fueran a verme. Nadie necesita verme oliendo a hierbas y con crema pegajosa por todo el cuerpo.

Lo bueno es que también me libré de Mia. Por fin, los almuerzos incómodos con ella y sus secuaces se habían terminado. Eso solo mejoró mi humor. "Sin miradas fulminantes ni comentarios pasivo-agresivos. ¿Qué más podía pedir?"

El martes incluso cociné paella para mis amigos, como lo hice el primer día. Fue una pequeña celebración para mí mismo, una forma de decir que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Sin embargo, la semana me había dejado un poco... debilitado.

"No puedo creer que ni siquiera hice los entrenamientos básicos para mantener mi resistencia," Ir al gimnasio no era una opción; estaba completamente fuera de mi presupuesto. Por ahora, solo podía esperar que mi cuerpo no lo resintiera demasiado.

Las primeras dos clases del día pasaron sin pena ni gloria. Nada especial, nada que destacar. Pero cuando llegué al teatro de la escuela, me encontré con las puertas cerradas.

"¿Qué demonios? ¿Cancelaron la clase y nadie se dignó a avisarme?"

Miré a mi alrededor buscando a alguien que pudiera explicarme qué estaba pasando. Por suerte, vi a Lunara, que parecía estar bastante tranquila, sentada en un banco cercano. Me acerqué a ella.

—Hey, pero si es Mister Anon, —dijo, con esa sonrisa despreocupada que siempre parecía tener—. ¿Cómo te va, amigo?

—Mejor, gracias, —respondí—. Oye, ¿sabes qué pasa con el teatro

Ella soltó una carcajada exagerada que me tomó por sorpresa.

—La maestra Blackwing se ausentará hasta el jueves, por motivos médicos. No habrá clases con ella hasta entonces, —explicó, aún sonriendo.

Asentí lentamente, sintiéndome un poco tonto por no saberlo. "Genial. Todo ese esfuerzo por llegar aquí temprano para nada."

Me sentí mal, aunque más por la falta de comunicación que por la cancelación en sí. Mia ni siquiera se molestó en mandarme un mensaje para avisarme. No es que quisiera hablar con ella, pero al menos habría sido útil.

"Supongo que ni un pequeño favor podía pedírselo. Lo tomo como una señal más de que mi plan de distanciarme de ella está funcionando," pensé mientras daba media vuelta para salir del área del teatro. Por ahora, lo único que podía hacer era aprovechar el tiempo libre y evitar pensar demasiado en todo lo que había pasado la semana pasada.

Suspiré, cansado, y asentí con un gesto casi mecánico.

—Gracias por la info, —murmuré.

Lunara me miró, y su expresión pasó de relajada a una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Te ves algo... no sé, débil. Me imagino por qué, pero ¿qué te sucede? —preguntó con un tono más serio de lo que esperaba.

Me quedé un momento en silencio, procesando sus palabras. Aunque Lunara era parte del grupo de Ben, Kai y Mia, ella siempre había sido la más accesible. A diferencia de los otros tres, que parecían ser unos completos patanes, con Lunara nunca había tenido problemas reales. Sin embargo, su interés me tomó por sorpresa. "¿Por qué le importa cómo estoy? No creo que sea sincero... ¿o sí?"

Finalmente, decidí responder de la manera más neutral posible:

—Estaba buscando un lugar para ejercitarme. Estuve en cama una semana y necesito recuperar el tiempo perdido. ¿Conoces algún gimnasio por la zona que no cobre tanto? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque sentía una ligera incomodidad en el pecho.

Lunara se echó a reír nuevamente, esta vez con menos exageración, pero igual de animada.

—Puedes pedir permiso para usar el de la escuela. Hay un gimnasio con equipo para ejercicio, aunque creo que solo dejan usarlo a los clubes deportivos. Pero si te inventas una buena excusa, algo como que es por salud, probablemente te dejen. Tienen un equipo genial, créeme.

"¿Un gimnasio en la escuela? ¿Cómo es que no sabía esto?" me pregunté, tratando de procesar la nueva información. No era como si los clubes deportivos estuvieran en mi radar, pero aun así...

Lunara continuó con entusiasmo:

—Si quieres, te digo dónde está. Sígueme. Creo que será divertido.

Miré su rostro por un momento, intentando leer sus intenciones. Aunque no parecía tener malas intenciones, algo en mi interior no terminaba de confiar. "Esto podría ser una trampa, pero... tampoco tengo muchas opciones."

Finalmente, asentí.

—Está bien. Vamos, —dije con un tono más tranquilo del que realmente sentía.

El camino al gimnasio fue breve, pero suficiente para que mi mente empezara a llenarse de pensamientos contradictorios. "¿Por qué está tan dispuesta a ayudarme? ¿Será una especie de broma pesada? No, cálmate, Anon. No todos están esperando el momento perfecto para apuñalarte por la espalda... espero."

Cuando llegamos, me quedé sorprendido. El gimnasio de la escuela era impresionante. El equipo que tenían allí estaba en perfectas condiciones, mucho mejor de lo que había esperado. Había varios dinos entrenando, algunos levantando pesas mientras otros corrían en caminadoras o practicaban rutinas de agilidad.

"Esto no está nada mal. Definitivamente podría sacarle provecho a este lugar," pensé mientras mis ojos recorrían el área.

El profesor Solly no tardó en acercarse al vernos allí. Su porte era intimidante, pero había algo en su mirada que irradiaba autoridad y confianza.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó, directo como una bala.

Tomé aire y me preparé para soltar la mentira más convincente que podía armar en ese momento.

—Estuve ausente la semana pasada porque unos vándalos me golpearon y me dejaron bastante mal, —empecé, manteniendo la voz firme—. Quería pedir permiso para entrenar aquí un par de semanas para recuperar mi condición física. Solo quiero trabajar en velocidad, reflejos y aguante. No me interesa nada más.

Solly me miró por unos segundos que se sintieron eternos. Finalmente, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

—¿Rutina de la jungla? —preguntó, como si supiera algo que yo no había mencionado.

Me quedé congelado por un momento, pero luego asentí lentamente.

—Sí, estoy acostumbrado a ese tipo de entrenamientos, —respondí, sintiendo un leve orgullo al reconocerlo.

El cambio en su expresión fue sutil pero evidente. Solly dejó de mirarme como a un estudiante cualquiera. Había algo en su postura que denotaba camaradería, un entendimiento silencioso entre dos personas que habían pasado por la misma experiencia.

—Fuiste a la jungla, ¿no? —preguntó.

Asentí, sin saber exactamente cómo reaccionar.

—Un año, —respondí con cautela.

Solly asintió también, y su sonrisa se ensanchó.

—Eso lo explica todo. Los que salimos de ahí desarrollamos un código, ¿sabes? Hermandad. Aunque no te conozca, somos del mismo lugar, y eso significa algo, —dijo, cruzándose de brazos.

No pude evitar sentir una extraña mezcla de orgullo y alivio al escucharlo. Era raro encontrar a alguien que entendiera lo que significaba haber sobrevivido a ese lugar.

—Pero no creas que voy a ponértelo fácil, —continuó Solly—. Si quieres recuperar tu condición, tendrás que sufrir.

—Estoy listo, —respondí sin dudarlo.

Solly señaló una caminadora cercana.

—Diez minutos. Velocidad al máximo.

Asentí, y sin pensarlo dos veces, me subí a la máquina. Mientras empezaba a correr, una pequeña sonrisa se asomó en mi rostro. "Por fin, algo que puedo controlar," pensé, sintiendo cómo mi cuerpo empezaba a responder al esfuerzo físico. Aunque sabía que iba a ser duro, no podía evitar sentir una extraña satisfacción al volver a hacer algo que me conectara con mi antigua rutina.

Lunara arqueó una ceja mientras me observaba, y no tardé en darme cuenta de que no era la única. Conforme avanzaba con los ejercicios, más ojos se posaban en mí, algunos con curiosidad, otros con desconcierto. Cada movimiento mío parecía captar más atención de la que había anticipado, y aunque intentaba concentrarme en lo mío, el peso de las miradas empezaba a sentirse sobre mis hombros. "¿Es para tanto? Esto ni siquiera es tan intenso."

Solly, quien supervisaba mis rutinas, pareció darse cuenta de la situación y decidió apiadarse un poco de mí.

—Relajaremos un poco las cosas por ahora, Anon. Tus heridas están recién sanadas, y no quiero que termines de vuelta en cama, —dijo, su tono firme pero comprensivo.

Asentí, agradecido, aunque internamente me sentía un poco frustrado. "Ligero o no, lo importante es recuperar la condición, no demostrar nada a nadie."

Para cuando llegué al quinto ejercicio, un dino T-Rex de tamaño imponente se acercó. Sus ojos estaban clavados en mí, y aunque su expresión no era exactamente hostil, había algo en su mirada que denotaba una mezcla de incredulidad y temor.

—¿Qué clase de monstruo eres? —preguntó, su tono tan directo como su postura.

Miré a mi alrededor y noté que no era el único. Otros dinos también me observaban con expresiones similares, como si estuvieran presenciando algo fuera de lo común. El aire en el gimnasio se había vuelto tenso, y por un momento consideré que tal vez debería moderar mis movimientos. "¿Será que realmente esto les parece... raro?"

Decidí ser honesto.

—Esta rutina es ligera, —respondí, intentando sonar casual.

Al instante, las expresiones de incredulidad se intensificaron. Los ojos de todos, excepto los de Solly y Lunara, se abrieron como platos. La atmósfera de sorpresa era tan palpable que casi podía escuchar sus pensamientos: "¿Ligera? ¿Está loco?"

Antes de que pudiera añadir algo, Lunara sonrió con confianza y se adelantó a explicar:

—El cuerpo humano tiene un diseño biológico distinto al de los dinos. Es cierto que los humanos son físicamente más débiles en términos de fuerza bruta, pero debido a sus ventajas evolutivas, desarrollaron cuerpos más aptos para el trabajo constante y las altas velocidades. Es resultado de la cacería y el movimiento constante de sus ancestros.

Sus palabras parecían sacadas de un documental, pero su explicación fue lo suficientemente clara como para que todos se quedaran mirándola con asombro.

Solly asintió, añadiendo su propio comentario para respaldarla:

—Ella tiene razón. Los homínidos solemos ser más efectivos en jornadas extensas de trabajo que los dinos. Es una ventaja evolutiva que no podemos negar. Todos los días se aprende algo nuevo, chicos.

Poco a poco, los demás fueron volviendo a lo suyo, aunque todavía sentía algunos pares de ojos ocasionales sobre mí. Lunara, satisfecha con su intervención, se disculpó y se retiró.

—Nos vemos luego, Anon. Buena suerte con el entrenamiento, —dijo antes de alejarse.

"Bueno, al menos se molestó en defenderme," pensé, sorprendido de que su actitud no fuera tan condescendiente como temía.

Cuando terminé mi rutina, me sentía agotado físicamente, pero al mismo tiempo revitalizado emocionalmente. El sudor corría por mi frente, y mis músculos dolían con esa intensidad satisfactoria que te dice que has trabajado lo suficiente. "Esto es justo lo que necesitaba. Algo que me haga sentir vivo después de una semana tan... rara."

Un sonido metálico interrumpió mis pensamientos: el ruido de una pesa chocando contra el soporte de un banco de ejercicios. Giré la cabeza en busca de la fuente, y allí estaba Mia. Estaba haciendo press de banca, con ciento cincuenta libras en cada lado de la barra. La levantaba como si fuera parte de una rutina diaria, sus movimientos fluidos y controlados.

"Dios santo..." pensé, quedándome paralizado por un momento. Sabía que los dinos eran fuertes, pero verla hacerlo con esa facilidad era impresionante.

Mia terminó la repetición y se incorporó, limpiando el sudor de su frente con una toalla. No podía negarlo, por mucho que me doliera admitirlo: se veía increíblemente bien. Su fuerza, su confianza, incluso su postura relajada mientras tomaba un respiro, todo eso contribuía a una imagen que no podía ignorar. "Sexy. Maldita sea, se ve jodidamente sexy," pensé, reprendiéndome al instante. "¿Por qué demonios tengo que pensar eso justo de ella?"

Antes de que mi mente pudiera seguir traicionándome, Solly me llamó, sacándome de mis pensamientos.

—Anon, quisiera pedirte un favor, —dijo, su tono más serio de lo habitual.

Lo miré, levantando una ceja.

—Claro. No será gratis, —añadió con una leve sonrisa.

Solté un suspiro, pero terminé devolviéndole la sonrisa.

—Lo que sea por un hermano de la jungla, —respondí, con la misma camaradería que había sentido antes.

Solly sonrió, su expresión reflejando esa mezcla de camaradería y desafío que ya comenzaba a identificar como parte de su personalidad.

—Dentro de dos semanas será la feria del deporte, se hará en casa de nuestros oponentes el instituto Volcano high—dijo con tono firme— y nos hace falta gente en atletismo. Me gustaría que compitieras en 200, 800 metros planos, y que te unas al equipo de relevos. Claro que, si ganas, se te darán los premios correspondientes. Además, a cambio, te dejaré usar el gimnasio lo que resta del semestre, cuando quieras. ¿Qué dices, hombre?

"Es un buen trato," pensé, considerando las posibilidades. "Recupero mi condición, tengo acceso al gimnasio, y todo mientras participo en algo que realmente no me molesta hacer. Suena como un trato justo."

Antes de que pudiera responder, Mia, quien al parecer había estado escuchando la conversación, se acercó. Sus pasos resonaron en el suelo, y aunque su expresión seguía siendo desafiante, había un leve brillo de interés en sus ojos.

—Entrenador, también nos hace falta alguien para el equipo de baloncesto masculino. Creo que alguien con el nivel de Anon nos vendría bien si queremos ganar. —

"¿Qué demonios?" Esa no me la esperaba en lo absoluto. Si bien el atletismo era algo que podía hacer con facilidad, baloncesto sonaba mucho trabajo "¿Está hablando en serio?

Solly sonrió, claramente disfrutando el giro de la conversación. Pero antes de que pudiera aceptar o declinar, decidí tomar la iniciativa.

—Lo haré, pero con una condición, —dije, mirándolo directamente—. A cambio, quiero que me exentes el examen escrito del próximo parcial.

Mi propuesta hizo que Mia arqueara una ceja, claramente confundida.

—¿Cómo por qué? —preguntó, su tono mezclando incredulidad y curiosidad.

Por su parte, Solly soltó una carcajada, divertida pero aprobatoria.

—Tienes un trato, hombre, —respondió, estrechándome la mano con fuerza—. No me decepciones.

"Bien, acceso al gimnasio asegurado y menos estrés con ese examen. Todo un win-win."

Mia, sin embargo, parecía aún consternada.

—¿Qué? ¿Cómo porque? —repitió, todavía intentando salir del shock de lo que acababa de presenciar.

Me encogí de hombros, manteniendo una expresión tranquila.

—Solly es un hermano de la jungla, —respondí de manera vaga. Sabía que no iba a entender del todo, pero tampoco era algo que pudiera explicar con facilidad—. Y no, no me refiero a nuestros ancestros, sino a otra cosa. No lo entenderías.

Ella suspiró, molesta. Su mirada desafiante volvió a asomar, pero esta vez había un leve destello de algo más, algo que no pude descifrar del todo.

—Más te vale ser útil, calvito, —dijo finalmente, cruzándose de brazos.

No pude evitar reír ante su respuesta. Era típico de ella tratar de recuperar el control de la conversación con un comentario punzante.

—Dudo que exista alguien más veloz que yo por aquí, —respondí, dejando que mi confianza aflorara un poco—. Solo un microraptor bien entrenado podría vencerme.

El sonido de la campana interrumpió la conversación, marcando el final de las dos horas que se habían ido volando. Miré a Mia, aún con una leve sonrisa en el rostro.

—Bueno, Mia, fue agradable hablar contigo de nuevo. Nos vemos, —dije, girándome para irme.

Estaba por irme, pero ella me detuvo con la mano y dije —Dame un momento ocupo ir por mi mochila ahí tengo los cigarrillos. —

Su tono era firme, pero había algo en su mirada que me descolocó. Parecía querer decirme algo, algo importante, pero al mismo tiempo, carecía de la voluntad para hacerlo. "¿Qué está pasando por su cabeza? ¿Por qué esa expresión tan... distinta?"

Finalmente, suspiró y recuperó su habitual mirada desafiante, como si hubiera decidido desechar lo que fuera que tenía en mente.

—Me gustaron más los de guayaba que los de cereza, —comentó, casi como si fuera una manera de rellenar el silencio incómodo.

Sentí un alivio inexplicable al escuchar su comentario. "Ok, de vuelta a lo normal. Esto puedo manejarlo."

—Tengo unos de mora azul que están para morirse, —respondí, dejando que mi tono relajado cerrara el intercambio.

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Después de entregarle un par de cigarros de mora azul ya qe le dio curiosidad y un par de guayaba a Mia, me alejé lo más rápido posible, sintiendo una especie de alivio al dejar atrás su presencia. Al llegar a la cafetería, mis amigos ya estaban allí, reunidos como de costumbre, y me recibieron con miradas curiosas, seguramente esperando mi reporte del día.

—Finalmente libre del yugo de Mia, chicos, —dije con un tono exagerado de celebración, levantando las manos en un gesto dramático.

Damien arqueó una ceja y soltó una risita.

—Escuché que todo salió bien, amigo, aunque te excediste un poco, ¿no crees? —

Liz y Olivia no parecían tan entretenidas con mi actitud. Ambas me miraron con evidente molestia, y tuve que improvisar rápido para defenderme.

—Mia me hubiese dejado peor de lo que estaba si faltaba al examen, —dije con honestidad. Mi tono reflejaba lo agotador que había sido todo, pero también una pizca de resignación.

Ellas intercambiaron una mirada, suspiraron al unísono y finalmente decidieron dejar pasar el tema.

Para suavizar las cosas, añadí con una sonrisa: —Les traje paella. Esta va por cuenta mía, como una disculpa por no poder almorzar con ustedes. —

Liz tomó el contenedor con una expresión más relajada.

—Era un proyecto importante, Anon. No es algo que se pueda controlar, —dijo, dándole un tono de razonamiento a la situación.

Damien asintió de inmediato.

—Así es, amigo. Aunque... —su tono cambió, adoptando un aire más juguetón mientras extendía la mano hacia la paella—, presta para la orquesta. —

No pude evitar reírme ante su manera de ver las cosas. "Siempre encuentra la forma de aligerar cualquier situación."

Olivia, en cambio, mantenía una expresión más tranquila, pero su comentario llegó con ese toque sarcástico que la caracterizaba.

—Ñe. ¿Y cómo te fue con la princesa Magenta? Debió ser un martirio, ¿no? —

Solté un suspiro antes de comenzar a contar mi experiencia. Durante un rato, despotriqué sobre los inconvenientes del ensayo, aunque, siendo sincero, la mayor parte de mis quejas giraron en torno a cosas pequeñas: el horario del almuerzo de Ben, Kia y poco más. Sin embargo, cuando llegué a mencionar a Lunara, me encontré dudando.

"En retrospectiva, ella realmente no fue incómoda ni mala conmigo. De hecho..."

Damien, notando mi vacilación, me lanzó una mirada divertida.

—¿Y los ensayos a solas? —preguntó, claramente esperando alguna anécdota jugosa o una queja elaborada.

Intenté buscar algo negativo que decir. Busqué y busqué, pero las palabras no salían. Por más que lo intentara, no encontraba nada malo que valiera la pena mencionar. Todo lo contrario, en realidad.

Finalmente, suspiré y confesé: —Sinceramente... no estuvo mal. —

Olivia abrió los ojos como platos, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—Explícate, porque realmente no me esperaba esa respuesta, —dijo, su tono una mezcla de incredulidad y curiosidad.

Tomé un momento para reflexionar antes de responder.

—No recuerdo algo negativo, per se, fuera de su actitud de abeja reina, —admití con honestidad, encogiéndome de hombros—. Pero incluso eso lo pude contrarrestar con la mía. Los ensayos fueron gratificantes. Siento que no pude pedir una mejor compañera para este tipo de trabajo. Este tipo de cosas solo les pasan a unos pocos afortunados. Además... me divertí jugando a Dino Hero con ella un par de veces en su departamento.

Liz, completamente sorprendida, dejó caer su tenedor en el plato.

—Wow. Solo... wow, —murmuró, como si no pudiera procesar mi declaración.

Olivia estaba igual de consternada. Su expresión alternaba entre incredulidad y algo parecido a la admiración.

—Dios... o eres un héroe o un masoquista, porque de otra forma no lo entiendo, —dijo, apoyando la barbilla en la mano mientras me miraba fijamente.

Solté un suspiro, consciente de que, en parte, ambas tenían razón.

—A veces, un buen compañero no es el más afín, sino el más útil para la situación, —respondí, tratando de expresar lo que realmente pensaba—. Claro, sería genial tener las dos cosas, pero no todo es perfecto. Si me pidieran trabajar con Mia de nuevo, que sé que pasará porque, aunque duela, somos un equipo a estas alturas... aceptaría con gusto. Sí, es una perra, pero una que sabe lo que hace.

Con eso, la charla finalizó, y continuamos comiendo en un ambiente más relajado. "Supongo que trabajar con Mia no fue tan terrible, después de todo."

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El resto del día transcurrió tranquiló, fuera de que apenas me di cuenta que Lunara asistía a la misma clase de historia que yo... a pesar de llevar casi dos meses aquí, debido a que esa clase era un somnífero no me había dado cuenta y logré evitar la inconciencia platicando con ella cada tanto.

Las clases terminaron, y no sabia que hacer, Damien estaba ocupado, Olivia estaba ayudando al profesor Iadakan y Liz ocupada con el consejo.

Lunara me detuvo —Hey ¿tienes algo que hacer hoy

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Una semana después, me encontraba en el gimnasio. Era día de pierna, y, sinceramente, nunca me salto este día. Es casi una especie de ritual para mí, algo que me ayuda a mantenerme enfocado. Además, la última semana había sido genial: lo de siempre con un toque de rutina agradable. Pasé tardes viendo anime con Olivia, ayudé a Liz con algunos de sus asuntos, y, por supuesto, dejé que Damien me aplastara sin piedad en Claws of Duty.

A eso se sumaba algo inesperado: me estaba llevando bastante bien con Lunara. Nunca pensé que llegaríamos a congeniar tanto, pero nuestra interacción había fluido sorprendentemente bien. Ella resultó ser toda una friki de los homínidos. Me había explicado en detalle que quería ser historiadora en ese ámbito, y aparentemente yo me convertí en un punto de interés por compartir parte de mis conocimientos. Era un tipo de conexión peculiar, pero no me quejaba.

Mientras hacía peso muerto, completamente concentrado en mi respiración y postura, una voz interrumpió mi rutina.

—Bien, chico, parece que ya estás en forma, —dijo Solly, cruzando los brazos mientras me observaba con una sonrisa aprobatoria.

Dejé la barra con cuidado y me enderecé, frotándome un poco las manos mientras lo escuchaba.

—Aunque Mia será la titular del equipo de Basquetbol, tú serás su segundo. Y, además, he decidido ponerte como titular del equipo de atletismo para la competencia, —anunció sin rodeos, como si no fuera gran cosa.

Eso me tomó por sorpresa, pero antes de que pudiera decir algo, él continuó:

—La verdad, el equipo de atletismo de la escuela no es muy bueno, que digamos. Por no decir que los snobs de Volcano High siempre nos aplastan en esa categoría. — Hizo una pausa, suspirando con cierta frustración antes de añadir—. Dios, aún recuerdo hace cinco años cómo ese ptero lisiado nos rompió el culo en todas las competencias. Hasta el día de hoy, Prokling sigue con traumas. —

Tuve que hacer un esfuerzo por no reírme ante la imagen mental que eso me generaba. Solly, sin embargo, no parecía compartir mi humor.

—En fin, chico, nos vemos, —concluyó antes de darme una palmada en el hombro y retirarse.

Mantuve mi rutina hasta cerca de las seis de la tarde. Aunque las clases terminaban a las tres y media, había adoptado el hábito de ir directamente al gimnasio después. Era gratificante en todos los sentidos. Me ayudaba a liberar tensiones, a mantenerme enfocado y, además, evitaba que mi mente se quedara vagando por temas innecesarios.

Sin embargo, mi tranquila salida fue interrumpida. Justo cuando caminaba hacia la puerta principal, tres dinos se cruzaron en mi camino con una actitud que dejaba claro que no estaban ahí para saludarme.

El primero en hablar fue un microraptor que se adelantó con una mirada cargada de molestia.

—¿Cómo te atreves? —preguntó, sus palabras cargadas de una mezcla de reproche y desafío.

Me detuve, frunciendo ligeramente el ceño mientras intentaba entender a qué se refería.

—¿Se les perdió algo, caballeros? —pregunté con genuina confusión, inclinando la cabeza.

El velociraptor del grupo dio un paso al frente, cruzándose de brazos mientras me miraba con desdén.

—Ni siquiera estás en el club, y Solly te metió como titular en nuestra competencia. Nos lo dijo así, de la nada, —soltó con un tono que reflejaba su evidente enojo.

Me encogí de hombros, sintiendo que la situación no merecía tanta importancia, y respondí con total indiferencia:

—¿Y? —

El ptero, que parecía el más iracundo de los tres, bufó con frustración antes de intervenir:

—¡Que no es justo! Trabajamos todo el año para esto, —dijo, su tono casi un grito, como si intentara que su queja resonara más.

Ahí fue cuando arqueé una ceja, mirándolos con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—Ehm... de casualidad, —empecé, pausando lo suficiente como para que se sintieran incómodos—. ¿Realmente dieron resultados buenos? —

Mi pregunta cayó como una bomba. Los tres se quedaron completamente congelados, sus expresiones cambiando drásticamente. Lo que antes era enojo ahora parecía transformarse en una mezcla de incomodidad y vergüenza. Comenzaron a balbucear, claramente nerviosos, pero incapaces de formular una respuesta concreta.

Mientras seguía mirando a los tres dinos que no podían ni justificar su indignación, una carcajada resonó detrás de nosotros. Era una risa familiar, cargada de malicia y ese tono de desprecio que podía poner a cualquiera a temblar.

—Este trío de idiotas son un chiste, por eso, —soltó Mia, acercándose con su usual aire de superioridad.

Los tres dieron un respingo al verla, como si el simple sonido de su voz les hubiera drenado la confianza que les quedaba.

"Claro, quién más iba a aparecer en un momento como este." Suspiré internamente. Aunque Mia solía ser una pesadilla, a veces era innegable que sabía manejar estas situaciones con una precisión quirúrgica.

Mia cruzó los brazos, observando a los tres con una sonrisa que era cualquier cosa menos amigable.

—Es simple, Anon, —dijo con ese tono arrogante que hacía que todos quisieran desaparecer—. Te pusieron como titular porque, objetivamente, eres superior a estos tres... en todo sentido.

El velociraptor apretó los dientes, visiblemente molesto.

—Eso es mentira, —espetó, intentando mantener algo de dignidad.

Mia levantó una ceja, su sonrisa volviéndose aún más maliciosa.

—¿Por qué no lo comprueban? —propuso, su tono casi burlón—. Una carrera en la pista: 200 metros, ustedes tres contra Anon.

El ptero pareció recuperar algo de confianza, asintiendo con entusiasmo.

—Eso suena bien y justo, —dijo con una sonrisa que me pareció un tanto ingenua.

"Claro, porque yo no tengo ni voz ni voto aquí," pensé, reprimiendo un suspiro. "No es como si alguien se tomara la molestia de preguntarme si quiero correr."

Pero Mia no había terminado. Su sonrisa se ensanchó aún más, y sus ojos brillaron con una chispa de maldad que me hizo temer lo que estaba por venir.

—¿Por qué limitarnos a eso? —sugirió, su tono como si estuviera proponiendo algo totalmente razonable—. Apostemos.

El microraptor frunció el ceño, pero su curiosidad lo hizo morder el anzuelo.

—¿Qué tienes en mente?

Mia se encogió de hombros con aparente despreocupación.

—Si Anon pierde, renuncia. Si ustedes pierden, nos dan 50 dólares,—respondió como si fuera lo más lógico del mundo.

El microraptor ladeó la cabeza, pensativo, y luego asintió lentamente.

—Ok, creo que sería interesante, —dijo, aunque su tono sugería que no estaba tan seguro como quería aparentar.

Suspiré, resignado. "Bueno, esto es una pérdida de tiempo... pero, por otro lado, 50 dólares son 50 dólares. Al menos sacaré algo de esto."

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Unos minutos después

Los aplasté. Brutalmente. Ni siquiera fue divertido. Fue... triste. Muy triste. Tan patético que me costaba creer que estos tres fueran parte del equipo de atletismo de la escuela.

Mientras recuperaba el aliento, Mia ya estaba sacándoles el dinero de las manos sin siquiera molestarse en ocultar su satisfacción.

—No sé qué decirles... miren, —comencé, intentando no sonar tan derrotista, pero Mia no me dejó terminar.

—Déjame el discurso a mí, —me interrumpió, levantando una mano mientras se colocaba frente a ellos. Luego, tosió teatralmente antes de hablar con su habitual sarcasmo—. Levántense, pusilánimes. Por suerte este pendejo los va a carrear en las carreras individuales. Todo lo que necesitan hacer es no ser un estorbo en la carrera de relevos. Sé que pueden hacerlo. Concéntrense en esa disciplina y solo en esa. Las demás déjenselas a este pendejo, ¿ok?

Los tres asintieron con resignación, sus miradas fijas en el suelo. "Bueno, al menos no los insultó tanto como esperaba," pensé, aunque sabía que la humillación aún dolía.

Suspiré, rascándome la nuca antes de intervenir.

—Puedo mostrarles algunas técnicas de entrenamiento exprés para que al menos aumenten un poco su nivel para ese día. El plan de Mia suena razonable, —dije, intentando sonar motivador a pesar de todo.

El ptero fue el primero en hablar, levantando la mirada con algo de determinación.

—Bueno, me parece bien. Nos venciste limpiamente y mostraste tu punto. Entonces... eres el capitán. Al menos por este evento.

No pude evitar sonreír ligeramente ante sus palabras. "Bueno, algo es algo," pensé, sintiendo una chispa de orgullo inesperado.

—Mañana a las 4 estaré en el gimnasio, —les dije, tomando un tono más serio—. Hablaré con Solly para que ajuste la rutina que les voy a dar, y les recomiendo que la sigan desde ahora si quieren mejorar como club.

Ellos asintieron, esta vez con un poco más de energía, y me sentí un poco más optimista sobre el futuro. "Puede que sea un trabajo difícil, pero al menos no será imposible," reflexioné mientras me alejaba con una sensación de propósito renovado.

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Cinco minutos después, caminaba junto a Mia en completo silencio. Bueno, no exactamente en silencio. Por dentro, mi mente seguía repasando lo ocurrido en la pista. "Me hizo quedar como un imbécil frente a los otros tres, pero al menos me llevé la victoria... y 50 dólares."

Extendí mi mano hacia ella mientras caminábamos. —Mi dinero, por favor. —

Mia rodó los ojos de forma exagerada, como si estuviera profundamente ofendida por mi exigencia, antes de entregarme... 25 dólares.

Fruncí el ceño. —Oye... —protesté, mirando los billetes en mi mano.

Ella sonrió con esa mezcla de malicia y superioridad que había aprendido a reconocer. —Fui específica con la apuesta. Dije "denos 50 dólares," no que te los dieran solo a ti. Fue un vacío legal, calvito. —

Suspiré, derrotado. "Maldita sea, me la jugó... otra vez." Pensó molestó, aunque por su carcajada más bien dije lo anterior en voz alta sin querer.

Aun así, no podía dejarlo pasar tan fácilmente. La miré con un toque de desafío. —Me debes dos sesiones de Dino Hero. —

Ella soltó una carcajada, esa risa despreocupada que siempre me desconcertaba. Pero luego, su expresión cambió. Su sonrisa se desvaneció, y su mirada adquirió un matiz extraño. ¿Era... consternación?

Por un instante, pareció vacilar, como si algo la hubiera sacado de su papel habitual. Antes de que pudiera entenderlo del todo, se dio la vuelta rápidamente.

—Ok... nos vemos... —murmuró, como si buscara una forma de salir de la conversación.

No podía dejar que se fuera así. —Espera, —la interrumpí—. ¿Conoces algún lugar donde arreglen periféricos de consolas? —

Mia se detuvo, sacando su teléfono sin mirarme directamente. Mientras escribía algo en su pantalla, me llegó una notificación. Un mensaje nuevo. Lo abrí y encontré un número de teléfono acompañado de un breve texto: "Llama o ve ahí. Son buenos."

No dijo nada más. Guardó su teléfono y se alejó sin mirarme, dejándome con más preguntas que respuestas.

"Bueno, eso fue raro," pensé, viendo cómo se alejaba. "Pero al menos tengo una pista para reparar mi tesoro."

Al día siguiente

Con el número en la mano, marqué y pedí indicaciones. Era un lugar especializado, y la curiosidad crecía dentro de mí. "No cualquiera sabe arreglar este tipo de cosas. Esto tiene que ser un lugar especial."

Cuando llegué con mi objeto, un periférico que era uno de mis mayores tesoros, el dependiente del lugar me miró como si acabara de descubrir un fósil invaluable.

—¡Wow! —exclamó, observando el periférico con una mezcla de asombro y reverencia. Su mirada pasó de incredulidad a emoción en cuestión de segundos—. ¿De verdad lo tienes? ¿Sabes lo raro que es encontrar uno de estos?

"Sí, lo sé," pensé con orgullo. —Por eso estoy aquí. —

Él se inclinó un poco más hacia el mostrador, como si intentara proteger el objeto de miradas indiscretas. —Escucha, —dijo en voz baja, casi como si estuviéramos negociando en el mercado negro—. Si no quieres repararlo, te ofrezco unos buenos verdes, incluso en el estado en el que está, hasta si me das una comisión conozco un buen lugar para subastarlo.

Sonreí levemente, orgulloso de mi decisión.

—No, quiero repararlo, —le respondí con firmeza, pero luego añadí—. Aunque, si quieres, cuando esté listo, puedes usarlo un par de veces. Así al menos tendrás la experiencia de probarlo.

El Stegosaurio me miró sorprendido, como si no esperara tanta generosidad de mi parte. Su expresión se suavizó, y terminó asintiendo con gratitud.

—Trato hecho, —dijo, extendiendo una mano que estreché con una sonrisa.

Mientras me alejaba del lugar, no podía evitar imaginarme la reacción de Mia cuando viera mi periférico reparado. "Si ella sabe de esto, lo cual es muy probable, siendo Mia, se le van a quedar los ojos cuadrados. Esto va a ser legendario."

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