📖Capítulo 7: Ciertamente las lechuzas son muy despistadas📖

Dicho aquello, Kevin se aferró a su ropa con las manos empuñadas, agachó la cabeza y la ocultó en su pecho. Lentamente bajó hasta quedar de rodillas en el suelo, solo entonces volvió a mirarla, tenía los ojos enrojecidos y el rostro destruido por la pena.

Grace le corrió el cabello que le cubría la frente.

—¿Quieres que te haga feliz? —repitió la chica. Tomó a su novio de las manos y él sonrió levemente—. Lo haré, pero acostarnos no te dará la alegría que estás buscando, nada te la dará. Lo sé porque yo también perdí a alguien que amaba, pero a diferencia tuya, yo estaba sola. —Lo ayudó a ponerse de pie, tirándolo de la mano—. Ven, te ayudaré a bañarte, luego comerás algo y dormirás. —Él tuvo intenciones de replicarle, pero Grace lo calló con una mirada severa—. Nada de peros, Kevin, te perdí el rastro por una semana, y ahora te apareces en la puerta de mi casa, destrozado. Es en serio, parece como si te hubieras metido en una pelea de perros callejeros, das asco. —Se llevó las manos a la cadera y soltó un resoplido—. ¿Qué haces ahí parado? Sube al baño, y aséate. No quiero vagabundos en mi casa.

Su novio formó una sonrisa torcida que Grace no le borró de un golpe únicamente por lo hermosa que se vio en su rostro demacrado. Aun lleno de sudor, con la ropa sucia y el cabello desordenado, Kevin podía robarse su aliento con una simple sonrisa de galán.

—Eres preciosa cuando te enfadas —dijo, sin dejar de sonreírle.

—Tú sigues pareciéndome un montón de basura. —Señaló las escaleras y lo miró con las cejas alzadas—. No lo repetiré, Kevin.

Él se acercó hasta no dejarle espacio personal.

—¿Sabes? Tú eres la única razón por la que volví —confesó en un susurro—. Y la única por la que no me fui. Pude hacerlo, habría sido sencillo arrojarme de un puente, o...

—Basta —lo cortó Grace, apartando la cabeza para rehuirle a su mal aliento—. No digas estupideces.

—No lo hago, estoy siendo malditamente sincero contigo, porque no tengo a nadie más.

—No seas malagradecido, tienes a tus amigas y a tus padres.

—Mis padres me odian.

—¿Y Lisa, Sasha, Amy?

—Ella no son nada —escupió con desprecio. Dio un paso hacia atrás y habló sin una gota de amabilidad en su rostro—. Sasha debió quedarse con él, ayudarlo, demostrarle que era una persona maravillosa y amada. Amy fue la culpable de que el imbécil de Dominic lo confundiera en esa estúpida fiesta, y Eli... —Sacudió la cabeza y soltó una risa sarcástica—. No me hagas empezar.

—Lo dices porque estás molesto. Tú adoras a las mellizas, amas a Lisa.

—Estoy tan furioso que mataría con mis propias al primer ser humano que se me cruzara. Tienes razón —suspiró agotado—, tal vez exagero con Sasha y Amy... Pero Elizabeth. Esa perra está muerta para mí, ¿oíste? No vuelvas a mencionarla en mi presencia.

—No llames así a Lisa. A ninguna chica, nunca —lo regañó Grace—. Ella está tan destrozada como tú con lo que ocurrió.

—¿"Con lo que ocurrió"? —repitió Kevin perplejo, pero a la vez divertido, como si fuera una broma de mal gusto—. Así que la muerte de mi mejor amigo y hermano se redujo a "algo que ocurrió". Déjame decirte la verdad, Grace. Ella no tiene derecho a llorar por él. Elizabeth lo enloqueció cuando intentó, irónicamente, salvarle la vida. Le quebró el espíritu una y otra vez, cada día que lo rechazó luego de despertar. Y cuando finalmente regresó con él, le rompió el corazón... Claro que, sin la ayuda del maricón de su hermano, no podrían haberle agujereado el alma como lo hicieron. —Chasqueó la lengua. Su rostro reflejaba, con cada oración que decía, más odio que antes—. No tengo a nadie, solo a ti —concluyó agotado—. No quiero a nadie más que a ti en este momento.

Grace quiso volver a llamarle la atención por culpar a Lisa de algo tan grave como la muerte de Zack. Conocía a esa pelirroja, y sin bien podía ser algo lenta para aprender, insistente y superficial, tenía un enorme corazón. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza lastimar a Zack de ninguna forma. Estuvo por decirle eso, intentó explicarle cuánto sufrió ella cuando estuvo en coma, sin la posibilidad de verlo y saber cómo se encontraba. Sin embargo, cuando abrió la boca para responderle, las palabras se le atoraron en la garganta, y una inesperada pregunta surgió en su lugar.

—¿Me amas?

Kevin entornó los ojos, la duda de Grace lo había tomado por sorpresa.

—Acabo de decirte que...

—Oí perfectamente bien lo que me dijiste —interrumpió Grace—. Mi pregunta es otra.

—Por supuesto que sí, encanto inglés —dijo molesto.

—Dilo —insistió ella, no le importó que se enfadara más.

—No seas ridícula.

—¿Me amas, Kevin? —insistió la chica.

—¿Estás en tus días o que mierda está mal contigo, Ryan? —espetó Kevin con altanería.

Desde que cambió de actitud, jamás permitió que un chico le hablara del modo que su novio lo hizo, así que, aun sabiendo que lo que haría a continuación desencadenaría el mismísimo infierno, Grace lo pescó violentamente de la ropa y lo estampó contra la pared más cercana, provocando que un cuadro familiar se cayera al suelo y se quebrara el cristal.

Kevin mantuvo la cabeza erguida, no opuso resistencia alguna, y hasta alzó las manos extendidas a la altura de la cabeza, aceptando su papel de sumiso.

—No voy a dejar que me trates como si yo no valiera nada —le amenazó sin soltarlo; sus puños estaban blancos por la fuerza con la que lo sostenía de la ropa—. No estoy en mi periodo, pero si lo estuviera, no tendrías derecho alguno a desmerecer mis palabras por eso.

—¿Quieres golpearme? —preguntó Kevin con una sonrisa pícara—. Anda, pégame. ¡Hazlo! —bramó tan fuerte, que Grace se tambaleó.

Se le quedó mirando con miedo. Él aprovechó la oportunidad y se zafó de su agarre sin mayor esfuerzo; la tomó de las manos y la atrajo hacia él. La chica tuvo temor de separarse, pero a la vez disfrutó la calidez de sus dedos entrelazados. Cuando su novio cerró los ojos, aprovechó la oportunidad para ver sus manos, destrozadas por la mugre y los golpes. Rozó suavemente sus nudillos magullados con la yema de los dedos. Kevin abrió los ojos, sumidos en la desesperación, todo en él gritaba. Tenía ganas de volver a alzar la voz, lo veía en sus labios temblorosos. Quería ser golpeado para olvidar el dolor de haber perdido a su mejor amigo, Grace lo entendió y sintió genuinamente su tormento, con cada pedazo de su corazón, el cual, desde hacía muchos años, se había transformado en piedra y había dejado de latir por amor a la vida y a los integrantes de esta. Pero cuando vio esos ojos grises, como un cielo tormentoso los días de invierno en Europa, una mirada vulnerable, como ella nunca se atrevía a mostrarse, quiso que volviera a sonreír. Esa sonrisa ancha que mostraba sus dientes brillantes, esa sonrisa que conseguía marcarle hoyuelos en la comisura de sus labios; esa sonrisa que la conquistó una noche, varios meses atrás, fuera de la puerta del hotel.

Grace lo besó con una pasión que no sabía que tenía, buscó su labio superior y jugueteó con él, anhelando que él sintiera todo lo que ella estaba experimentando en ese mismo instante. Kevin no se quedó atrás y la tomó de la nunca, masajeando su cabellera intensamente. Sintió bajar sus manos a medida que el besó los envolvía más en un mundo paralelo, un lugar para las almas gemelas en el que no deben separarse nunca, ni siquiera para respirar.

Mientras los besos y las caricias continuaban, Grace entendió que realmente estaba enamorada de él, porque nadie en el mundo podría entender más su dolor que Kevin, quien de a poco iba tomando más confianza. Ella sabía que su novio no tenía experiencia alguna, así que fue ayudándolo, permitiéndole adentrarse en su cuerpo; él seguía sus indicaciones con temor y deseo, como si estuviera en la punta de la montaña rusa, esperando el segundo siguiente, para bajar con velocidad, y experimentar una adrenalina digna de repetir.

Grace se separó de él. Kevin, asustado retiró sus manos, pero ella le sonrió, diciéndole sin palabras que estaba bien, que era correcto. Acunó su cabeza en sus manos y le besó la punta de la nariz, causando que él formara una diminuta sonrisa que a ella le llenó el alma.

—Vas a salir adelante, bebé —le dijo con firmeza. Él hizo una mueca, pero finalmente asintió, y besó sus manos que, segundos antes, lo habían sujetado para demostrarle que no estaba solo, que ella en verdad lo amaba—. Vales tanto... tantísimo, y si nadie ve eso, no importa, Kevin. Yo lo hago. Yo veo esa cabeza brillante, tu talento sobre el escenario y tu infinita preocupación por Zack... No vuelvas a irte, por favor.

—Vine solo por ti —repitió el.

¿Era posible? ¿Era posible que él sintiera lo mismo que ella sentía por él? ¿Había dejado a Sasha atrás? Quizás nunca la amó, quizás sentía por ella, lo que Grace alguna vez sintió por Samu, que no fue amor, porque no fue ni parecido a lo que ahora corría por sus venas. Se trató más que nada, concluyó, de un enamoramiento primerizo. Hueco. Superficial. Puede que se sintió atraída por Kevin debido a su físico en un principio, pero no puedes amar a alguien por cómo se ve, sin antes haber visto lo que hay dentro de él. Grace veía dolor, veía soledad, se veía a sí misma.

—Te amo, Kevin —se sinceró—. Te amo de verdad.

Siendo varios centímetros más alto que ella y teniendo una musculatura todavía mayor, la tomó en brazos sin problemas. Grace cruzó la cintura de su novio con sus piernas y se dejó llevar escaleras arriba, hasta su habitación perfectamente limpia y ordenada, que ocultaba por completo el caos mental que se la comía viva día tras día.

Se acostó sobre ella, cargándose con los brazos sobre la cama para no aprisionarla demasiado. Justo antes de besarla, le dijo, viéndola a los ojos:

—Durante estos últimos días, pensé que nada volvería a hacerme feliz —admitió. Besó su mejilla y siguió dándole pequeños besos hasta llegar a su cuello, y añadir:—. Tú lo logras. ¿Cómo lo haces?

—Yo te entiendo, como nadie más. Yo te amo, como nadie más.

—Eres hermosa.

Grace lo aprovechó de enrocarse y atraerlo hacía ella; lo besó mientras acariciaba su cabello. Acarició su espalda bien trabajada, y finalmente lo despojó de su fina camisa. Tenía un cuerpo alucinante, todo en él era perfecto.

—Por favor, hazme olvidar —le suplicó ella, perdiéndose en la calidez de cuello.

—Yo no...

—Yo te guiaré.

Primero le quito la parte de la arriba. Ambos disfrutaron de la piel del otro unos minutos, exploraron el cuerpo del otro, como un par de niños que se infiltran en una casa abandonada. Había algo de aventura y algo de miedo en el sencillo arte de tocar una piel ajena a la propia. Acarició su cuello, continuó con su clavícula, siempre con delicadeza, casi temiendo que al menor roce fuera a quebrarla. Ella tomó sus manos y lo dirigió, soltó una risa incómoda cuando se detuvo ahí, pero continuó unos segundos más, hasta que él comprendió y se dejó llevar por el instinto. Cambió un poco de ternura por pasión, rozó cada rincón de su cuerpo, sus manos tomaron el control y el lívido le fue ayudando a palpar bajo su obligo, en sus caderas, y una vez que consiguió desabrocharle el sujetador (una tarea dificultosa que consiguió arruinar el momento de la lujuria por unos instantes), se inmiscuyó en terreno completamente nuevo. El suave tacto de sus dedos consiguió que Grace volviera a reír; es una verdad universal que, al llegar a la cima del monte, las cosquillas se apoderan del campo, y la risa se mezcla entre la brisa.

Estaban listos para continuar. Entonces fue el turno de Grace de meter la pata y estropear el ambiente, pues tardó un par de segundos incómodos en aflojar el cinturón de su verdadero amor. Durante ese corto, y a la vez eterno momento, Kevin soltó una risa que ella le recriminó con una mirada enojada.

—Maldición, Kev. No te rías. Esto parece un cinturón de castidad.

—Dicen que la práctica hace al maestro —comentó Kevin, sin dejar de reírse de su ineficiente novia.

Cuando estuvieron despojados de toda prenda, percibiendo con cada vello de su cuerpo el viento que se colaba por la ventana entreabierta, Grace se sintió de verdad dichosa. Se dio cuenta que ya no había inseguridad en la mirada de Kevin, muy por el contrario el chico estaba ansioso, deseo. Palparon el cuerpo desnudo del otro, encontrando nuevas sensaciones que cada vez iban siendo menos vergonzosas y más placenteras. Hubo besos en ciertos sectores que es mejor dejar a la imaginación, pero que terminaron por llevarlos de viaje a ese mundo perfecto, de almas que se funden en una, de corazones de oro y de dicha perpetua. Ambos querían maravillarse con el otro, tocar lo desconocido, besar lo anhelado y gozar de la calidez de un cuerpo desnudo. Sin embargo, no era todo color de rosa, y mientras más tiempo pasaban así, más sudorosos sus cuerpos se volvían. Afortunadamente a ninguno de los dos le preocupó el torso pegajoso del otro, y siguieron amándose, intentando olvidar aquello que más les dolía.

Grace quiso dar el siguiente paso, pero Kevin se alejó unos centímetros.

—Creí que tú querías...

—Es que yo... —Se rascó la cabeza, nervioso. De pronto toda la lujuria se desmoronó, y por primera vez, los adolescentes pudieron razonar. Se dieron cuenta, por ejemplo, que estaban completamente desnudos. Kevin agachó la cabeza, evitando mirarla—. No tengo... un condón.

Ella se cubrió el pecho y se acercó para darle un beso en los labios.

—Tarado, yo tomo pastillas.

—¿Eso basta?

—Nunca cuestiones a la genio.

Él se lanzó sobre ella y le regresó el beso. Finalmente, ocurrió, pero no duró más de un minuto. Era normal para un hombre que había sido virgen tantos años. Grace leyó que los chicos que cumplen veinte años sin acostarse, suelen sufrir una asexualidad temporal. Por eso nunca lo presionó demasiado, él eventualmente se dejaría llevar, y así estaba la prueba.

—Te amo —dijo él finalmente.

Grace no sonrió. No se alegró, no sintió la felicidad que creyó, sentiría al oír esas palabras. No porque no fueran sinceras, sino porque eran de una boca distinta, de una persona distinta.

Quizás no puedes amar a dos personas igual de intensamente, pero sí puedes amar el recuerdo de una tanto como la presencia de otra.

—Grace... —Se sentó junto a ella y la envolvió en un abrazo—. Bebé, ¿estás bien?

—¿Cómo puedes amarme si yo me odio?

—Porque no te odias. Eres como yo. No odio cómo soy, odio cómo me comporto. Odio la estupidez, odio este mundo de mierda, en el que a las personas buenas les pasan cosas malas.

Grace asintió. Él tenía razón, ella odiaba todo eso. Pero Kevin se equivocaba en algo: ella sí se odiaba, pues se había convertido en un ser horrible con tal de sobrevivir. Y su verdadera personalidad estaba muerta, dentro de un ataúd. Odiaba no poder revivirla, porque extrañaba a la persona que era, pero a la vez, temía recordar.

Samu le hacía recordar quien era, y eso le dolía. Kevin la hacía olvidar quien era, y eso le dolía. Por eso los necesitaba, y por eso no sabía a quién realmente amaba.

—Cuando comiences las clases en Juilliard, ¿te irás a vivir con Sam? —preguntó cubriéndose con una cojín.

Kevin sacudió la cabeza.

—Me perdí el día de bienvenida, que fue... —Apretó los labios—. No quiero, no puedo. No iré al lugar al que rechazaron a Zack, él era mil veces más talentoso que yo. Él merecía entrar. Él merecía triunfar. Él merecía vivir.

—No hables así. Zack sufría, Zack acabó su sufrimiento.

—Juilliard debió aceptarlo...

Grace abrió los ojos desmesuradamente.

—¿No te enteraste? Zack sí quedó.

—¿Qué?

—Al parecer, hubo un error en el correo. Un chico con su mismo nombre no quedó. El sistema confundió la correspondencia y le llegó a él la carta de aceptación que debió llegarle a nuestro Zack.

—¿Sus padres lo saben? ¡Tienen que saberlo! ¡Sabía que Zack era talentoso, maldita sea! ¡Lo sabía! —exclamó entre lágrimas—. Mi hermano es talentoso... Lo era...

—Sí, lo saben. Hicimos una junta con los del grupo para celebrarlo, y además, recibir a John de rehabilitación. ¿Sabías que Crystal y Ben son sus tutores oficiales? John ahora es un Anderson.

—Lo sé, Zack me lo había dicho. Estaba tan contento por John... Por un hermano. Maldición, Grace. ¡Zack estaba feliz hasta que Dominic lo quebró! ¡Y Juilliard! ¡Podría estar vivo! —gritó golpeando el colchón con rabia.

—Kevin, la única forma de superar esto es apoyarnos todos. No hay un culpable, no lo hay. Lisa dijo...

—¡No la mencionas! —gritó, agarrándola violentamente por el brazo. Al instante, se dio cuenta y la soltó, avergonzado—. Perdón, yo...

—Tienes que entender que no fue su culpa.

Él se levantó y se vistió rápidamente, como si hubiera llegado a una resolución final que Grace desconocía. Se acercó a ella y, tomándola por el mentón, le dijo:

—¿Me amas, no?

—Sí... Sí, siempre. Siempre estaré contigo.

Él le dio un beso.

—Buena chica, y sabia decisión. Alguien tendrá que sufrir las consecuencias de que mi mejor amigo esté muerto, y no quiero que seas parte de eso. Se podría manchar tu hermoso rostro.

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