📖Capítulo 6: ¿Existe de verdad una línea o es mera cobardía?📖
Los mejores amigos habían quedado de juntarse en casa de Daisy para llegar a una decisión definitiva e irrevocable. Su madre estaba trabajando en el hospital cumpliendo su turno de noche, así que la compañía de su amigo significó una enorme satisfacción para ella, pues la mayoría de las veces debía quedarse sola.
Daisy estaba recostada en su cama contemplando su habitación, vio su estante repleto de libros, y su repisa exclusiva para la mamá de Zack; dirigió su atención a la alfombra con motas multicolor que cubría más de la mitad del piso flotante color café, observó el techo blanco decorado con estrellas y planetas que se iluminan ligeramente en la oscuridad, y terminó el recorrido de su propia pieza con su mejor, quien se encontraba sentado frente al escritorio, con los ojos fijos en el sitio web.
—Aquí dice que noventa y tres mujeres de cada cien salen ilesas —dijo Bruno, no muy convencido. Daisy se levantó y se acercó a la pantalla del ordenador para leer el artículo por vigésima vez en una semana.
—Eso es bueno, ¿no? —opinó ella con nerviosismo—. Lo hace seguro.
—¿Y si eres una de esas siete mujeres?
—Qué negativo, ¡se supone que deberías apoyarme no asustarme! —Se echó sobre la cama de espaldas, y suspiró con la vista clavada en el techo—. Tengo miedo... ¡y no me estás ayudando a que se me quite!
Bruno se levantó inmediatamente de la silla junto al escritorio y se acomodó para quedar al lado de su amiga, exactamente en la misma posición, como si ambos estuvieran acostados en el césped contemplando las nubes o las estrellas.
—Tienes otras opciones. No tiene por qué decidir ya.
—La doctora dijo que tengo casi nueve semanas —replicó ella sin mirarlo—. Sí tengo que hacerlo. Pero no sé... —Se sentó en la cama y se cubrió el rostro con las manos—. Tengo miedo, Bruno, no sé qué hacer. Mi máximo problema era entrar a Harvard a la escuela de medicina y ahora... tengo que decidir por una vida. ¡Una vida!
Su amigo le acarició el hombro amistosamente, sentándose junto a ella y permitiéndole sollozar en su hombro.
—Tú sabes que no estás sola. Yo puedo ayudarte. ¡Podemos hacerlo juntos! —exclamó medio en broma, medio en serio.
—Un hijo es una persona, no un muñeco —replicó Daisy.
—Soy responsable —protestó él, cruzándose de brazos.
—Tenemos apenas dieciocho, y tú una novia que cuidar.
Bruno hizo una mueca.
—Lauren no me necesita, es escalofriantemente independiente. Pero tú, y ella... —Estiró sus brazos, pero Daisy se apartó antes de que las colocara sobre su estómago—. Perdón, debí preguntar.
Ella lo miró molesta.
—Puede ser un él.
—Prefiero visualizar a una niña —dijo Bruno, arrugando la nariz—; una pequeña de cabello castaño, ojos chocolate, que a los cuatros años ya está devorando libros.
—Yo quisiera un chico —insistió ella, instintivamente se llevó las manos a su vientre todavía plano, sin contar el tejido adiposo sobrante por exceso de golosinas y falta de ejercicio. Era un exceso de grasa sutil, ni siquiera requería de hacer una dieta especial, pero siempre se sentía que traía veinte kilos extras cuando veía a las chicas del grupo, con sus perfectos cuerpos en sus perfectos trajes de baño.
Sasha y Grace no comían, o al menos eso mostraban sus cuerpos delgados, rozando los huesos. Amy y Eli tragaban lo que fuera (incluyendo a su amigo gay de la infancia y a su ex novio), pero al hacer deporte, tenían el abdomen marcado, y le bajaban constantemente la autoestima. En cuanto a Lauren... esa enana era capaz de comerse una vaca entera y no subir un gramo. No era ni muy flaca ni muy gorda, sino que tenía el cuerpo ideal para su estatura, era delgada sin llegar al extremo. Definitivamente había hecho un pacto con satanás.
Desde el punto de vista de Daisy, físicamente hablando, todas sus amigas eran más atractivas que ella.
Recordó lo que Sebas le había dicho la última vez que se vieron, y se sintió ligeramente mejor.
—¿Qué pasa? —oyó que Bruno le preguntó.
—¿Ah? ¿Por qué lo dices?
—Sonreíste.
—¿Acaso está prohibido ser feliz? —preguntó ella, alzando las cejas.
—No es eso... Me pareció que recordaste algo, estabas con la mirada en otro mundo y de pronto sonreíste. ¿En qué pensabas?
—Oh, no es nada, recordé una cosa que me comentó Sebas la otra semana.
Bruno arrugó la nariz.
—¿Te gusta Sebas?
—Me gustaría que me gustara —explicó Daisy con cansancio—. Es divertido, inteligente, caballero...
—¿Pero...?
—No es Patrick —soltó abatida—. Él tiene cada pedazo de mi corazón, y hasta que eso cambie, soy incapaz de darle los trozos a alguien más.
—Si salieras con Sebas, podríamos continuar con las citas dobles —acotó Bruno con una sorprendente cara de póker que ella no le conocía—. Sebas se lleva muy bien con Lauren, y a mí no me cae mal.
—A ti nadie te cae mal.
—Puede que no, pero sigo pensando que el hermano de Eli es un imbécil y mi primo un psicópata. —Le corrió el cabello hacia un lado—. Daisy... ¿cuándo entenderás que Patrick no te merece?
—Soy yo quien no lo merece.
—No. No digas eso, no permitiré que lo pienses siquiera. Él te partió el corazón, cualquiera que te lastime no se merece un espacio en tu vida.
—Yo me lo partí —contestó ella—, por amarlo más de lo que me amó a mí.
Bruno sopesó un momento lo que diría a continuación. Tomó una actitud más seria, pero no por eso distante. Él siempre se mostraba amable y cercano con Daisy, y ella todavía no podía hallar las palabras adecuadas para demostrarle lo eternamente agradecida que estaba de que fuera así de bueno con ella.
—¿Por qué te gustaría que fuera un niño, Daisy? —inquirió con su característico nerviosismo. Siempre hablaba así cuando temía por la respuesta.
—Creo que sabes por qué.
—Sí, pero no me creo que alguien tan lista como tú, esté pensando algo tan tonto. Te juro que si es varón y le pones Patrick me arrancaré los ojos, no sin antes darte un buen golpe.
—¡No es por eso! ¿Me ves cara de querer recrear Edipo Rey? ¡Amo a Patrick, pero no estoy loca!
—¡No puedes amar a quien te lastimó! —repitió Bruno con ímpetu.
Daisy suspiró.
—Tampoco puedo dejar de hacerlo, no es tan sencillo eliminar todo el amor que sentiste por alguien que te destrozó. Porque te repites que, sin importar lo mucho que te dañó, en algún momento le importaste muchísimo. Quieres creer que puede volver a sentir por ti lo que alguna vez sintió. Pero entonces te cuestionas si realmente fuiste para él lo que él fue para ti.
—Pero eso es insano, lo sabes.
—Estoy intentando dejar de amarlo, de verdad.
—¿Entonces por qué quieres tener un niño? —quiso saber Bruno. Daisy agradeció que la conversación cambiara de asunto, pues todavía estaba sensible con respecto a la relación que tuvo con Patrick.
La chica comenzó a formular mentalmente la respuesta, dándose cuenta que tampoco quería entrar a ese tema, pero consiente que esquivarlo terminaría por hundirla en un mar de secretos, que siempre la alejaban de los que quería, y más importante aún, de los que la querían.
—Si decido tener este bebé, podría ser un parto riesgoso. Mi cardiólogo dice que muchas pacientes con mi enfermedad han dado a luz sin mayores complicaciones, pero siempre existen las excepciones... ¿Y si soy yo una de ellas?
—¡No vas a morirte! —exclamó—. Sé que me vi escéptico con el artículo sobre el aborto, pero no era en serio... O sea, temo que te pase algo, ¡pero no te pasará! ¿De acuerdo? No voy a perder a mi mejor amiga —añadió lentamente, casi en un susurro suplicante.
Daisy recordó la rabia irracional de Patrick contra el mundo cuando ella le contó sobre su enfermedad, y tiempo después, la ira fulminante que lo embriagó al enterarse que ella ya no quería seguir aguardando por un trasplante.
El dolor que expresó Bruno fue distinto, más callado quizás, como una vela a la que se le apaga la llama o una flor que se marchita, expresaba desolación, desesperanza. Era lejos, el peor dolor que nunca creyó provocarle a alguien, menos aún a alguien que quería. ¿Lo peor? No podía consolarlo con palabras llenas de un futuro prometedor, pues eso solo haría más insoportable el golpe para él, en caso de que Daisy falleciera.
Tomó las manos de su mejor amigo y le sonrió con expresión caída por el abatimiento.
—Podría morir si doy a luz, si salgo a comprar y me asaltan, si corro una maratón o si vuelo en un avión, mi salud es impredecible, por mucho que tome los medicamentos y siga al pie de la letra las restricciones.
—¿Y si mueres quién se hará cargo del bebé? —preguntó Bruno ceñudo—. ¿Patrick?
—Él es su padre.
Bruno bufó.
—Si llegara a ser una niña, no podría soportar saber que no contará con una mamá —continuó explicando Daisy, intentando hacerle entender a su amigo el porqué de su preferencia de sexo—. Una mamá que la ayude con su primer periodo, que la lleve de compras, que la ayude con los chicos... Pero si es un niño, podría entenderse con Patrick.
—Deja de pensar así... No vas a morirte.
—Ni quiero hacerlo —dijo ella, bajando la mirada a su vientre—. Todavía me queda mucho por ver, por hacer y por amar.
—Estoy casi seguro que ya tomaste una decisión —comentó su amigo.
Daisy alzó la cabeza y asintió con una sonrisa. Entendió que, desde antes de iniciar la conversación, ya había llegado a la decisión final, y estaba casi segura que Bruno ya lo sabía, incluso antes de que ella misma se diera cuenta.
*******
Llegaron a la clínica media hora antes de lo estipulado.
Bruno se acomodó en la moderna sala de espera, de pisos de cerámica blanca, sillones de cuero y cojines azules que le daban color al lugar; sacó su teléfono y comenzó a mensajearse con alguien. Mientras tanto, Daisy fue a la recepción a hablar con la secretaria, que la recibió con una cordial sonrisa.
—¿Daisy Campbell, cierto? Hablaste conmigo la semana pasada —La chica asintió—. Nunca me confirmaste la cita, pero tienes suerte, nadie tomó la hora. ¿O quieres cancelarla?
—No, es que... no estaba segura. Ahora sí, tomaré la cita.
—Bien, toma asiento, la doctora Soto te llamará en un momento. Y no tienes de qué preocuparte —añadió amablemente, seguramente tenía una mirada asustada como de un cachorro extraviado—, es normal estar nerviosa, pero es un proceso rápido y totalmente seguro.
Daisy le agradeció con una sonrisa y se fue a sentar junto a Bruno. No le dijo nada, cosa que ella agradeció, necesitaba tiempo para estar consigo misma. Estaba por hacer lo impensable, si sus padres o los padres de Patrick, o él mismo, se enteraran de lo que estaba por cometer, la habrían detenido inmediatamente. Quizás ella misma, un par de años antes, también habría estado en desacuerdo, pero ya no era una niña guiada ciegamente por una moral impuesta. Parte de crecer consiste en sentar las bases de una ideología propia, que te guiará a la hora de tomar decisiones y expresar opiniones.
Crecer es una mierda, se dijo Daisy.
¿En qué momento pasó de ver el Disney channel con el pijama puesto y una taza de leche caliente en la mano, a solicitar una cita para realizarse un aborto?
Luego de que confirmara que sí estaba embarazada, sintió que la vida la remeció violentamente, sin un dejo de empatía por llevar una enfermedad o por haber terminado recién con su novio, alias el padre del bebé.
Como toda buena millenial, buscó en internet todas las opciones posibles en cuanto entendió que no era un sueño, que el tacaño de Patrick había gastado en un condón de pésima calidad o, le había robado uno a su hermano. Ella no estaba segura, pero sospechaba que sus tallas no eran las mismas.
Primero, leyó foros acerca de madres jóvenes como ella, y sí, solteras como ella. Había todo tipo de testimonios, y por un instante se dejó convencer por el poder del amor, pero mientras más leía, más sentía que sus sueños de convertirse en psiquiatra se evaporaban. Solo dos de las más de cien mujeres que leyó, pudieron ser madres e ir a la universidad al mismo tiempo, todas las demás prometían que irían una vez sus hijos estuvieran mayores e inclusive algunas habían desistido de la idea por completo para dedicarse de lleno a la crianza de sus niños.
Leyó artículos sobre adopciones exitosas, así como también de otras no tanto. Había muchos niños en hogares infantiles, y se dijo que llevar otro ahí era un acto de maldad pura. Pensó en hablar directamente con una asistente social para que ella hiciera una gestión inmediata con una familia, para que así el bebé no sufriera las consecuencias de dos padres irresponsables. Pero entonces se dio cuenta que tendría que cargar con él por nueve meses, dar a luz y entregarlo. No podía, aquello sería demasiado doloroso para ella. El día que Daisy tuviera un hijo, sería uno suyo y de su marido, y sería un hijo concebido gracias al amor. Y para cuando llegó a esa conclusión, entendió que solo existía una opción: interrumpir el embarazo.
Le contó a Zack antes que a cualquiera, tanto del embarazo como de la decisión final. Fue él quien le aconsejó que se lo dijera a Bruno, para que así se sintiera más ligera. Daisy solo confiaba en ellos dos, y a pesar de que era más cercana con el italiano, le había revelado su secreto primero a Zack por miedo a lo que Bruno podría decirle. Sabía que Zack era alguien de mentalidad abierta, no solo porque era bisexual, sino porque siempre charlaban acerca del feminismo, de que el aborto es un derecho, de que la marihuana causa menos daño que el cigarro, y por tanto es ilógico ilegalizarla, mientras que el alcohol y el tabaco han causado más muertes en conjunto.
No estaba segura cómo podría reaccionar Bruno, era su mejor amigo, pero no sabía si estaría de acuerdo. Además, no le gustaba incomodar a Lauren pasando tanto tiempo con Bruno, así que últimamente se había juntado muchísimo con Zack, quien además de ser un excelente oyente...
Sintió una lágrima descender por su mejillas, y luego una mano en su hombro derecho. Sin siquiera darse cuenta, había comenzado a llorar. Le resultaba imposible no extrañarlo. No podía dejar de pensar en él, y más aún en la carta que le dejó. Nadie le creyó que él le había escrito un mensaje, y Eli por poco la golpea de no ser porque Sasha intervino. Daisy tampoco se habría creído, ¿y si estaba perdiendo la cabeza?
¿Era posible que hubiera imaginado la carta? ¿Qué otra cosa explicaba que ésta hubiera desaparecido en cuanto se la mostró al grupo? No la carta precisamente, pero sí lo que estaba escrito. El mensaje se había desvanecido, pero Daisy no lo había olvidado: "Will es un nombre hermoso, y es todo tuyo, hobbit. ¿Sigue en pie tu decisión? No la cambies, no quiero visitas tan pronto. Yo te ayudo, ratón de biblioteca, así como tú intentaste ayudarme a mí... Perdón."
—¿Por qué lloras? —le preguntó Bruno finalmente.
Daisy se apartó y se secó una lágrima.
—Vamos a ver. El amor de mi vida escogió a una chica mil veces más perfecto que yo en todos los aspectos posibles, estoy por realizarme un aborto, mi amigo de la infancia está destrozado, pude salvar a alguien... No me esforcé lo suficiente. Y para terminar, mis hormonas están disparatadas por el embarazo. —Le sonrió sutilmente—. ¿Por qué crees tú que estoy llorando?
—Me arriesgo por todas las anteriores.
—Bingo.
—Ayudaste a Zack más que todos nosotros juntos —dijo Bruno seriamente—. Eres la única que vio dolor y peligro detrás de su sonrisa.
—¿Y de qué sirvió?
—De nada —admitió él—. No fue suficiente, pero fue tu mayor esfuerzo, así que no debes culparte. Él necesitaba ayuda real, seria... Culpa a sus padres, a sus profesores, a su psiquiatra y a nosotros, pero nunca a ti.
—¿Cómo es que puedes hacerme sentir mejor tan fácilmente? —Daisy sonrió.
—Porque estás hecha pedazos, cualquier halago te reconforta.
—Eres adorable.
—Lo sé —se burló él, guiñándole un ojo—. ¿Quieres que pase contigo?
Ella negó con la cabeza.
—Eres mi mejor amigo, Bruno, pero no me encanta la idea de que me veas... Bueno, como viste videos del proceso, tú entiendes.
—¡Oh, sí, lo siento! ¡No quería...!
—¡Te pusiste rojo! —chilló ella con sosería.
—¡Mentira!
—¡Eres un tomate!
—Te desprecio —dijo él, dándole un codazo.
Daisy aprovechó de picarlo en las costillas para que brincara por las cosquillas.
—Si nos ven tanto juntos, la doctora pensará que le mentimos —dijo ella.
—Fue divertido cuando nos preguntó si éramos novios cuando vinimos a averiguar sobre si era mejor la pastilla abortiva o realizarse el aborto en la clínica misma —contestó Bruno.
—Es cierto, me parece hilarante que alguien haya creído que no eres virgen.
Bruno rodó los ojos.
—Pesada. Me refiero a que es divertido que lo piensen... seguido.
—No lo es, tú tienes novia, y estoy segura que a Lauren no le parecería chistoso que creyeran que su novio tiene otra novia —contestó tajante—. Además no te parecía divertido cuando te molestaban con Sasha.
—Eso era distinto —masculló Bruno, evitando mirarla.
La puerta de la clínica se abrió, Daisy dirigió su atención a la nueva persona, porque el rumbó que tomó la conversación le incomodaba un montón. Entonces la vio, y se guardó las ganas de golpearlo.
—¡Bruno! —chilló furiosa.
Victoria pidió un alto al fuego en cuanto percibió la ira de la chica.
—Él solo intenta ayudar —dijo rápidamente—. No te enfades con Bruno. Tranquila, Daisy, no le he dicho a Patrick. Nadie lo sabe además de mí.
—Nadie debería saberlo además de él —se quejó Daisy cruzándose de brazos.
—Bruno, ¿nos dejarías a solas un momento?
—Claro, y perdón, Daisy, pero necesitas apoyo... Apoyo femenino, o de una mamá... O las dos, yo quería...
—Deja de hablar o te arrancaré la lengua.
Tragó saliva y salió del lugar.
Victoria le sonrió gentilmente, siempre era amable con ella.
—Es un buen chico —comenzó diciendo—, creí que salía con Lauren, pero me alegro que...
—¡Sigue con Lauren! —interrumpió ella asombrada—. No es mi novio.
—¿Lo sabe él?
—Claro que sí.
—¿Sabe Lauren que está él aquí? —Daisy negó con la cabeza, habían quedado de no decírselo a nadie, ¿y si descubrían lo del embarazo?—. Ya veo... Las relaciones funcionan cuando ambas personas quieren estar con la otra, ¿sabías?
—¿Qué quiere decir con eso, Tori?
—Eres una chica muy lista, seguro entendiste. Pero no importa, no es eso por lo que estoy acá.
—¿Por qué está acá?
—Para apoyarte, siempre has sido como una hija para mí, Daisy. Y si bien las cosas terminaron con Patrick, quiero que entiendas que eso no hace que te quiera menos, o que me importes menos, somos dos personas distintas.
—¿Me odia, Tori? —preguntó preocupada—. ¿Me odia por lo que voy a hacer? La religión dice...
—El catolicismo dice que debemos amar al prójimo, y que no podemos señalar al resto, cuando nosotros mismos somos imperfectos —contestó Victoria, tomándola de las manos—. No te odio, pienso que estás tomando la decisión más difícil de todas, y solo tú sabes si es la mejor.
—Por favor no le diga a Patrick, no lo haga.
—No lo haré, no me corresponde, pero tendrás que hacerlo. Un hijo se hace de a dos cariño, y él merece saberlo. Tal vez no tenga derecho sobre tu cuerpo, pero sí sobre el hijo que ambos engendraron. Pienso que tú tienes la decisión final, porque eres tú la que tendrá que llevarlo contigo nueve meses, darle lactancia, y tantas otras cosas que una madre debe hacer, pero él debe saberlo, no deja de ser el padre. Sé que le dirás cuando estés lista.
—Gracias, Tori.
—¿Sabes? Cuando Bruno me llamó y me lo dijo, no pude evitar llorar. Yo quedé embarazada de Lizzy y Nick a tu edad, en el baile de graduación. Era una adolescente desorientada, sin familia, trabajo o un hogar... Fue duro, Daisy, no lo voy a negar. Y en los noventa el aborto era todavía un tema tabú, aunque yo nunca me lo planteé, supongo que por haber sido criada en una casa de monjas, la sola idea se me hacía impensable. Pero salí adelante, mi niña, y conocí a mi esposo, y pude comenzar de nuevo. Tú tienes un futuro prometedor, amigos que te adora, y gente que siempre te va a apoyar, pero si piensas que no estás lista, si crees que perjudicará tu vida y la de Patrick, hazlo y te apoyaré. —Tomó la mano de Daisy y la colocó sobre su vientre—. Toda la familia te apoyará, incluso el nuevo miembro.
—¿Nuevo miembro? ¡Está embarazada!
La mujer soltó una risa cálida y para nada adulta, Victoria siempre lograba lucir más joven de lo que era.
—Después de tanta oscuridad, y tanta tragedia, es casi un regalo milagroso. Dominic necesita volver a sonreír.
—Se pondrá muy contento cuando lo sepa.
—Eso espero —dijo Victoria con expresión caída—. A veces pienso que no volverá a ser feliz.
—Por muy solo que se sienta, él nunca lo estará. No lo dejaremos derrumbarse —dijo Daisy.
—¿Daisy Campbell? —llamó una mujer del pasillo.
La chica suspiró y aceptó la compañía de Victoria. La hora había llegado.
*******
Abrió la puerta y por poco se le cae la cara del asombro.
—¿Kevin? —dijo Grace pasmada—. ¿Dónde has estado? ¡Todos hemos estado como locos buscándote!
Su novio traía el cabello hecho una maraña, varios mechones estaban pegados en su frente por el sudor y su ropa estaba sucia. La barba crecida la descolocó un poco, nunca se la había visto antes, él acostumbraba a ir impecable a donde fuera.
Tenía los ojos de un lunático, inyectados en sangre y con unas ojeras espantosas, como si no hubiera dormido desde... que desapareció.
Kevin la pescó violentamente de los hombros, con una desesperación que le preocupó y asustó al mismo tiempo.
—Necesito sentirme bien —admitió sacudiendo la cabeza—. Aunque sea por un maldito instante, necesito recordar lo que es estar bien.
—¿Qué...?
—¿Dijiste que el sexo es placentero, no?
—Esto, Kevin... No quiero ahora...
El chico la pescó de la ropa y entró a la casa.
—No te estoy preguntando si quieres, te lo estoy suplicando. ¿Me amas, no?
Ella asintió lentamente.
—Entonces... por favor... —las palabras le salían casi a la fuerza, como si no fuera capaz ni de hablar—. Tengamos sexo. Larguémonos de aquí. —Alzó la cabeza y ella vio sus ojos llenos de lágrimas—. Te lo imploro... Hazme feliz.
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