📖Capítulo 3: Todos lo hicimos...📖

Crystal se aguantó un enorme bostezo, y prosiguió con la reunión que ella misma había solicitado.

—De aquí hasta fin de año, la empresa solo aceptará manuscritos de ensayos y libros de no ficción —ordenó con ímpetu. Las personas alrededor de la larga mesa comenzaron de inmediato a rebuscar entre sus papeles—. Todos los originales de ficción que hayan recibido hasta la fecha, pasarán a valoración editorial, siempre y cuando califiquen como novela o cuento.

—¿Y poemarios? —interrumpió Ashton tímidamente. Era el empleado más joven de todos los presentes—. Tenemos a lo menos trece que todavía no han sido evaluados para una posible publicación.

La editora en jefe ladeó la cabeza, mostrando su desconcierto por semejante pregunta fuera de lugar.

—Como acabo de decir —contestó con una mirada glacial: distante y sin una gota de calidez—, solo serán revisados los pendientes que califiquen como novela o cuento. Las novelas juveniles paranormales déjenlas apartadas del montón: últimamente están de moda, y puedo asegurar que no se trata de una pasajera. Las de distopía, deséchenlas. Ya hay demasiadas rondando en el comercio literario. En cuanto al resto, agrúpelas en "Juveniles otros", "Adulto joven/romance", y "misterio/terror". Todo lo que sea fantasía no será evaluado, a menos que gire en torno a un grupo de adolescentes. De lo contrario, no vende. Ya no.

Uno de los más veteranos de la editorial, alzó sutilmente la mano para pedir la palabra.

—Ayer me encontré con un libro acerca de la situación actual en Venezuela —informó, captando la atención de sus compañeros—. Habla acerca de la crisis económica y política, refiriéndose a las recientes protestas por la inflación. Incluso expone las dificultades que el país podría enfrentar en cuatro años más, de no tomar medidas. Estamos hablando de una devaluación del bolívar; escases de productos y desempleo.

—Luciano, gracias por tu proactividad. Deja el manuscrito en mi escritorio.

—Yo leí un ensayo sobre la disconformidad de los alemanes por la llegada de refugiados sirios —comentó la única mujer sentada en la mesa—. Pienso que si lo publicamos, seríamos de las primeras editoriales que se atreven a alzar la voz por ellos. A pesar de que la redacción no es buena, permite que nos adentremos en la vida de una joven refugiada, que debe dejar su país hecho ruinas y comenzar de cero en una nación que no está de acuerdo con recibirla. Requiere un arduo trabajo de corrección de estilo debido a que la escritora no maneja un inglés fluido, pero es, sin lugar a dudas, un diamante en bruto.

Crystal le sonrió gentilmente, lo que significaba que había quedado encantada con su opinión. Los demás en la sala tomaron apuntes en sus hojas y los más jóvenes, en sus computadores portátiles o tabletas.

Ya eran pasadas las once de la noche, y el cuerpo de Crys pedía a gritos un descanso del trabajo. Luego de haber almorzado en familia, se precipitó a la oficina para llevar a cabo la primera reunión del semestre; estas siempre eran las más extensas de todas, pero sus músculos todavía no se acostumbraban a su agitado ritmo de vida, y seguían tensos y adormilados. Se estiró ligeramente; un sonido de un hueso de pollo quebrándose resonó en la habitación, causando que todos allí presentes se enteraran de lo adolorida que estaba su espalda.

Aprovechó de bostezar en cuanto todos volvieron a elevar la voz e intercambiar ideas para las próximas publicaciones y talleres literarios. Si bien tenía calambres desde las puntas de sus dedos de los pies hasta el cabello, no era eso lo que la tenía tan cansada. No era fatiga lo que sentía, sino hastío. Quiso estar en casa, en los brazos de su esposo y acariciándole el cabello a su hijo, mientras los tres veían algunas películas acostados en la cama.

Estuvo a punto de cancelar la junta para regresar a casa, cuando su teléfono celular sonó. Contestó, alzando la voz debido al bullicio que se extendía en toda la sala y, cuando recibió una respuesta del otro lado del teléfono, su cuerpo enteró tiritó como un chihuahua en las invernales calles de Canadá.

No entendió de dónde sacó fuerza, pero mientras oía al oficial comunicarle lo ocurrido, no soltó el aparato ni por un instante. Ni siquiera cuando se desplomó al suelo a llorar, incapaz de creer que la vida nuevamente le había quitado su oportunidad de ser feliz.

Pensó en Ben, y lo mucho que sufrió cuando su familia murió.

Deseó poder sollozar en sus brazos, pero a la vez contenerlo para que no se derrumbara como de niño.

Los empleados se pusieron de pie, sin entender por qué su jefa lloraba desconsolada, de rodillas en el suelo, y con el teléfono en un oído.

Crystal no se percató de ellos. Por un momento, desapareció; todo lo que amaba se hizo añicos, y entre lágrimas y gritos que causaron desconcierto en todos los presentes, anheló poder darle un último beso en la frente.

—Los paramédicos no pudieron salvarlo —declaró finalmente el oficial—. Lo lamento mucho, señora Anderson...

Su pequeño ya no le cantaría. Su pequeño ya no oiría sus cuentos.

Su pequeño, se quedaría por siempre así: pequeño.



*******



No... No, no, no... ¡No, por favor!, suplicó Dom retorciéndose de dolor como un caracol al que le echan sal. Tenía todo el cuerpo contorsionado, pero de milagro había recuperado la consciencia. Aunque no estaba seguro si alcanzó a desmayarse, pues la agonía que le calaba los huesos lo imposibilitaba a pensar en cualquier otra cosa.

Se desenroscó ligeramente, silenciando los gritos que ansiaban salir y hacerse escuchar. Con ayuda de los brazos, comenzó a arrastrarse los más deprisa que pudo. El estómago magullado le reclamó, pero hizo caso omiso al calvario que sentía con cada centímetro que conseguía avanzar.

Tenía sangre seca en todo el rostro, y uno que otro hilo carmesí fresco descendía hasta teñirle las manos y manchar la calle; se limpió la frente con la manga de su chaqueta, pero un grito ahogado se le salió desde lo recóndito de su pecho, consiguiendo que, por primera vez en mucho tiempo, sintiera pena de sí mismo.

El accidente había ocurrido en la carretera que conectaba Pensilvania con Nueva York. Afortunadamente (si es que puede decirse así), la autopista no se encontraba atochada de vehículos. Los pocos que venían, doblaban para esquivar la motocicleta volcada y el autobús detenido. Casi como si dijeran: "oh, un accidente, en vez de ayudar, giraré para darles privacidad.

"Oh, un pequeño moribundo, le daré espacio para que siga retorciéndose como el gusano que es."

—¡Muchacho! ¿Estás bien? —oyó que alguien gritaba.

La lluvia había cesado, pero aun así sus ojos no pudieron vislumbrar al dueño de la voz, hasta que este se acercó velozmente junto con otras personas. Tardó en entender que se trataba del conductor de autobús, principalmente porque el hombre no tenía ni un solo rasguño salvo un pequeño tajo en la frente. Los otros pasajeros tampoco, y algunos, demasiado aturdidos para salir, se preguntaban entre ellos cómo es que habían salido ilesos del accidente.

Unos brazos le ayudaron a levantarse. Gimió al apoyar la planta del pie en el asfalto; su tobillo le ardía, y un dolor inimaginable le escocía el pecho. Sin embargo, como cualquier otro tonto enamorado, demasiado ciego para razonar, se soltó de un tirón de quienes se habían bajado para brindarle auxilio, y partió cogiendo y chillando hasta el cuerpo de quien, por tantos años, fue el amor de su vida.

—¡Niño, aguarda! —exclamó una mujer. Pero cuando Dom consiguió llegar a él, la señora se detuvo y se llevó ambas manos a la boca. Ninguno de ellos se había percatado del cuerpo.

Cómo no, si Zack podía camuflarse a la perfección bajo la luna. Pues él era como la noche: oscuro y misterioso. Y Dominic lo amó como se ama a la noche: en silencio y desde las sombras.

Se arrojó precipitadamente a él, sin ocultar el dolor físico y mental que le agujereaba cada pedacito de su alma. Se quitó el casco, y lo arrojó lejos. Pudo al fin ver su rostro magullado; y su sonrisa, tan fuera de lugar en una situación como aquella, terminó por arrancarle las lágrimas que había resguardado dentro de su corazón de piedra.

—¡No! —gritó por fin, entendiendo que no era un sueño, que había perdido a Zack, que ya no sabría cómo vivir—. ¡No te he dado permiso para que te mueras, estúpido! ¡Regresa! —pidió contemplando sus párpados cerrados—. Prometo amarte. ¡Prometo que te amo, que siempre lo he hecho y que nunca dejaré de hacerlo! —Se llevó las manos a la cabeza y se jaló el cabello, intentado de algún modo, sentir un dolor que no fuera de pérdida—. No tenía idea... ¿Por qué no me lo dijiste? ¡¿Por qué no pediste ayuda?! —gimoteó golpeando el suelo; sus nudillos ensangrentados le produjeron un pinchazo en el pecho—. ¡Pude ayudarte! No estás solo, nunca estuviste solo... Tenías que decirlo. Solo una palabra y... Solo tenías que pedirlo —musitó.

Lloró sobre su pecho, pensando que sus lágrimas lo salvarían como una clásica película de Disney, pero nada ocurrió. Lo besó en el abdomen, y siguió subiendo; besó su cuello, su clavícula, su mentón y su nariz.

—¡Regresa! ¡Seamos felices! —pidió entre jadeos temblorosos. Nada

Comenzó a desesperarse.

Besó el lóbulo de su oreja, sus ojos cerrados y su frente. Lo beso una y otra vez, ansiando el momento en el que él despertase y le regresara las muestras de afecto, pero sabiendo que eso nunca ocurriría.

Acunó su cuerpo en sus brazos, y miró a las estrellas. Pensó por qué los libros siempre eran tan crueles a la hora de narrar la muerte de un personaje. Usualmente, cuando ocurría, este fallecía lentamente en los brazos del protagonista, o algún otro, mientras le recitaba unas últimas palabras antes de dejar el mundo. Y luego, cerraban sus ojos para que descansara en paz.

Zack no le dijo nada. Zack mantuvo sus pupilas ocultas. Zack murió instantáneamente. Murió solo, con la locura comiéndole el cerebro y la depresión anclada a su pie para que se estancara.

Acarició su cabello, ignorando las luces y sonidos de las patrullas aproximándose. Acarició su cabello, cerrando los ojos y visualizándose a él y a Zack en un bello prado alejado de esta vida llena de desgracias. Imaginó que su amor se estaba quedando dormido, mientras que él le cantaba para que se perdiera en hermosos sueños, donde nada pudiera perturbarlo. Un lugar en el que solo la felicidad le aguardara.

Loving can hurt, loving can hurt sometimes —musitó solo para ellos dos—. But it's the only thing that I know. When it gets hard, you know it can get hard sometimes. It is the only thing that makes us feel alive. —Y con una lágrima, y el corazón hecho jirones, lo despidió—. We keep this love in a photograph. We made these memories for ourselves. Where our eyes are never closing. Hearts are never broken. And time's forever frozen still. So you can keep me, inside the pocket of your ripped jeans. —Dom no lo olvidaría nunca. Porque jamás volvería a ser Nick—. Holding me closer 'til our eyes meet. You won't ever be alone, wait for me to come home.

Finalmente se inclinó para darle un último beso en sus labios, que incluso una vez inertes, mantuvieron su alegre sonrisa. Y qué mejor forma de dejar la tierra que entre risas.

Perdóname, le pidió. No debí soltarte. No debí salvarme. No debí esquivarte.

—Espérame —le imploró, mirando a la luna y a sus fieles seguidoras—. Nos volveremos a encontrar.



*******



Elizabeth puso Friends en pausa para permitirle a Patrick contestar su teléfono. Como buena chismosa que era, paró la oreja de inmediato.

—Hola, mamá —saludó Patrick rodando los ojos. Eli soltó una risotada—. Sí, estoy con ella... ¡No somos hermanos, mujer! ¡Es mi novia, y...! —Su ya pálido rostro perdió todavía más color—. ¿Qué? —Hubo un momento de pausa, en el que ella habló, luego, su novio se derrumbó, como un ángel al que le arrancan las alas—. No... No, no. No...

—¿Patrick? —Eli lo sacudió ligeramente al notar sus ojos rojos.

Él la miró tímidamente, como si de pronto sintiera vergüenza. No, pavor.

—No —dijo tajante—. Y—yo le di—diré —consiguió decir. Luego cortó.

—¿Qué ocurrió, Patrick? —quiso saber la chica—. ¡Dímelo! —pidió desesperada. El solo hecho de que él estuviera llorando, significaba que algo horrible había pasado.

—Hubo un accidente... —susurró Patrick con la voz entrecortada—. Dominic....

—¡¿A Dominic le pasó algo?!

—¡No, no, no! Dominic está bien. Quiero decir, estará bien. Pero...

—¿Pero qué?

—Ocurrió un accidente... En motocicleta y...

—Nick no sabe conducir —cortó Eli asustada, temiendo la explicación—. Él no sabe...

—No iba solo... Zack...

—No.

—Pandita...

—¡No!

Patrick se tiró sobre ella cuando la chica intentó huir de la cama hacia ningún lugar en específico. La envolvió en sus brazos, para que así ambos pudieran llorar con la compañía del otro. En el hombro del otro.

Entonces, él tuvo que decirle lo que ella ya sabía, pero no fue hasta que lo escuchó de los labios, cuando algo en su interior se quebró.

—Zack murió, Pandita.

—P—pudimos.... Él nos pidió ay—ayuda —balbuceó Eli—. Él necesita—necesitaba ayuda.

Así es Eli. Zack necesitaba ayuda, pero él no la pidió.

Sin embargo, le fallamos. Le fallamos todos, y por eso todos lo hicimos...

—Estaremos bien —susurró Patrick.

Eli se alejó ligeramente de él.

—Él no murió, nosotros lo matamos. 



*******



En cuanto Bruno se enteró, salió corriendo a mitad de la noche en dirección a la casa de Sasha. En medio de la calle, se topó con Patrick y Eli que seguramente iban camino a la suya. Se miraron un instante los tres, incapaces de decir palabra.

Luego, casi de forma instintiva, se abrazaron en medio de la pista para autos, bajo los postes de luz que iluminaban de manera difusa la noche; dejaron que las gotas de llovizna les mojaran ligeramente el cabello y solo cuando estuvieron listos, se permitieron llorar.

Corrieron a la mansión de Sasha, pero se detuvieron de golpe fuera de la fastuosa reja al percatarse que la pequeña estaba sentada en el bordillo de la acera. Tenía la cabeza agachada y se podía oír su gimoteo ahogado.

Bruno se lanzó a abrazarla. Ella saltó de la impresión pero enseguida ocultó su carita en su pecho; sus lágrimas afloraron al igual que su dolor.

—¡Yo lo...! —Se calló al ver que él no era el único que estaba ahí. Eli la abrazó con fuerza, mientras que Bruno le acariciaba el cabello.

—Lo sé, Sasha. Lo sé.

—¿Dónde está Amy? —preguntó Eli con las pupilas enrojecidas.

—Se estaba quedando en mi casa —contestó Patrick—. Dominic debe haberla dejado allí cuando... cuando se fue con...

—¡No lo menciones! —chilló la rubia levantándose—. De no ser por ti, ¡nada de esto habría pasado, imbécil!

—¡Sasha! —exclamaron Bruno y Eli al unísono.

—De no ser por ti, Eli seguiría con él. De no ser por ti, Dominic no habría entrado en su vida a confundirlo y romperle el corazón. ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! —exclamaba mientras le golpeaba el abdomen torpemente. Finalmente Patrick la contuvo en un abrazo, hasta que dejó de zafarse de su agarre y lloró en su pecho.

—Tengo que decirle a Daisy —dijo Bruno sacando su celular. Se alejó del grupo e intentó llevarse una mano a la boca para evitarlo, pero le fue inútil: vomitó hasta el vaso de agua que había tomado en la mañana.

—L—le avisaré a Laur—ren y Dylan —tartamudeó Eli con todo el cuerpo tembloroso.

—No será necesario —respondió una voz femenina.

Los tres chicos giraron en redondo, encontrándose con las dos niñas bajo una espesa capa de neblina.

Daisy le soltó la mano a su amiga y dio un paso hacia adelante. Llevaba un sobre abierto en la mano.

—¿Qué es eso? —espetó Eli furiosa. Los demás seguían consternados por la aparición de ambas amigas.

—Esta es su carta —reveló Daisy secándose los ojos.

—¿Zack... se suicidó? —inquirió Bruno asombrado.

—No... Estaba mejor, ¡estaba mejor! —bramó Sasha arrancándose el cabello. Bruno corrió hacia ella y la meció en sus brazos.

Lauren clavó su atención en otra parte.

—¿Cómo llegaron hasta acá? —preguntó Eli.

—Verás, Lisa. Mientras tú y Patrick estaban sumidos en un lío amoroso, John debatía contra su propia vida y Grace le rehuía a sus recuerdos, yo entrenaba.

—¿Entrenabas? —repitió Bruno.

—La vida es mucho más divertida cuando no estás hundiéndote en drama. Aprendí a Canalizar hace unos días, apuesto que ninguno de ustedes siquiera lo intentó. Estaban demasiado ocupados viviendo su propia telenovela de amor. —Tomó aire—. Más vale que aprendan. Yo entraré al sanatorio a buscar a John. Alguien tiene que decirle.

Los cuatro se quedaron viéndola, incapaces de creer que alguien tan pequeña pudiera tener tanta fortaleza y carácter.

Cerró los ojos, estiró ambos brazos, y desapareció, dejando una bruma blanca en su lugar.

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